CAPÍTULO 11: TODO VA A ESTAR BIEN, TERESA.
EDITADO
Viernes de nuevo. Falta un solo día y no pienso ir a ninguna terapia. Mi padre y yo no hemos hablado desde ayer por la tarde, evitando el tema. Ahora estoy sentada en mi pupitre viendo la aburrida clase de biología que tanto detesto.
—Teresa —susurra Joe, que ha arrastrado una silla hasta donde estoy. —¿Estás bien?
Abro mi boca para dejar salir un poco de aire. El bullicio invade mis oídos y de pronto, un calor abrumador me asalta. Miro a Joe con los ojos muy abiertos, y la nitidez del día se hice muy clara para mí. Ha roto la burbuja en la que he estado todos estos días. No recuerdo haber hablado con alguien durante este tiempo...
—No lo sé —respondo, arrugando tanto mis cejas, que tengo la sensación de que tocarán mi nariz. —Dios... —susurro, y Joe me mira algo confundido. —Tengo que ver a Amy... No he querido atender sus llamadas durante la semana, y la he tratado muy mal.
—Ella te necesita —murmura ofreciéndome una ligera sonrisa, él también luce sombrío y distante. —No ha parado de decirme que quiere hablarte, que tiene algo muy importante que decirte sobre Lucas y todo este rollo tan raro.
Contengo el aliento, mientras que me tiro el cabello hacia atrás con mis manos. Amy debe estar creyendo que la odio por lo que pasó, pero no es así. He sido muy cruel y necesito ir a hablarle, y decirle que la quiero y que puede contar conmigo... No quiero imaginar por todo lo que está pasando.
—Quiero ir —le digo a Joe, parándome en frente de él. —¿Cuándo puedo ir a verla?
Él baja la mirada, pensativo.
—El lunes podemos ir, si quieres —propone. Le miro con una sonrisa y lo abrazo, inesperadamente.
—Gracias.
Él me envuelve con sus brazos, mientras se levanta y apoya su mentón en mi hombro. Puedo sentir su tristeza. Tal vez Joe sienta cosas más profundas de las que me imagino, por Amy. Verla en ese estado debe ser difícil para él. El calor de su cuerpo llega hasta mí, reconfortante y abrumador. Inmediatamente lo comparo con la temperatura que siempre tiene el albino: todo lo contrario. En Lucas no hay calor, es casi como si fuera una llama que se esconde en medio de un castillo de hielo, seco y duro, con una ligera calidez infernal. Una llama que danza al son que marca el viento, una llama tan azul como sus ojos.
—¿Crees que lo que dicen los médicos es verdad, y Amy ha inventado todo? —Cuestiona Joe, arrancándome de mis pensamientos.
Lo miro, con el corazón derritiéndoseme. Esa pregunta demuestra que no solo está colado, si no que primero le cree a ella, y cuestiona a los médicos. ¡Me pregunta si los médicos dicen la verdad! Cuando hay más posibilidades de que eso sea así.
Tomo su cara entre mis manos.
—No lo sé, tendremos que hablar con ella —respondo, sin darle falsas esperanzas.
Durante el día me la paso con Joe. Supongo que nos consolamos el uno al otro en este momento, aunque existe un problema: Joe siempre anda con Lucas Frëy y el resto de personas que se pueden considerar "populares". Me ubico, algo incomoda, entre el grupo, intentado ignorar la presencia de todos y, en especial, la de él. Lucas tampoco repara mucho en mí, pero lo puedo sentir. Puedo sentir la tensión entre nosotros. Aun así no me dedica ni una sola mirada, y yo también evito hacerlo. No puedes decirle a alguien que se aleje y ser tú, quien al final, se acerque.
No tiene lógica.
Paso las hojas de mi taller, aparentemente despreocupada, y estiro mi brazo en dirección al albino. En un descuido, cuando siento que la toma, levanto la mirada y nuestros ojos se cruzan, quitándome el aliento por completo. Lucas también me mira, con la frente, pálida y limpia, ligeramente arrugada. Su mandíbula se tensa por unos segundos y hala del documento, quitándomelo de entre los dedos. Mi pulso se acelera increíblemente, tal cual si me hubieran propinado una descarga de electricidad, que hace que cada rincón de mí ser se estremezca. Mirarlo a los ojos de nuevo es refrescante.
¿Por qué?
Él se levanta en silencio, y me fijo en la parte trasera de su camisa blanca escolar: luce arrugada, pero impecable.
Limpia y descuidada a la vez.
Miedo y atracción.
Lucas se devuelve y la parte delantera de su camisa yace dentro de sus pantalones.
Es engañoso, engañoso.
Sacudo la cabeza, algo impaciente por mis propios pensamientos, y entonces veo a Lucas, acomodándose el cabello hacia arriba, quedándole así una cresta. La luz que entra por la ventana del aula, choca contra la piel de su cara, tan translucida...
—Quiero hablarte —susurra. Mira a los lados, ubicándome.
—Teresa —repite la voz, y me doy cuenta que es esa voz. La voz de Lucas.
Mi pulso enloquece de nuevo, mientras que los músculos de mi garganta se cierran dolorosamente. Lucas se levanta, y a pasos largos, sale del salón, aprovechando que el profesor está descuidado, corrigiendo los trabajos. Para mí no es tan fácil seguirlo. No soy tan descarada, como para pasarle por las narices al maestro y esperar a que no se dé cuenta.
Tomo aliento, respirando profundamente, y me levanto, temblando, de mi silla. Agacho la cabeza, intentando mezclarme con el resto de personas que no paran de moverse. Cuando al fin pongo un pie fuera del salón, me fijo que no haya ningún maestro rondando los pasillos. Alguien silba, y me giro, por instinto, hacia el ruido. Veo a Lucas asomarse desde un rincón, debajo de las escaleras que dan al piso siguiente, donde se encuentras las oficinas. Paso saliva. Ese lugar lo usan mucho las parejas, para besarse, ya saben, y que no las vean.
Camino a pasos cortos, y alcanzo a divisar sus manos, metidas dentro de sus pantalones grises, que a pesar de ser horrendos, lucen en él completamente perfectos. A medida que avanzo, su figura se hace más clara. Ese tramo del pasillo es oscuro, pero aun así veo con total nitidez la cara de Lucas, una vez estoy dentro.
—Hola —susurro, incomoda, ya que el lugar es bastante estrecho.
—Demonios, Teresa —maldice y se acerca a mí. Mi ansiedad aumenta infinitamente. —Dime si soy el único que estoy sintiendo todo esto —murmura pausadamente.
En ese instante me recuerda a un tigre de bengala, acorralando a su presa. Entonces, respira en mi cara de nuevo, sin dejar que sus manos abandonen sus bolsillos. Estamos tan cerca, que por poco me cuesta enfocar su cara, correctamente.
—Yo... —intento hablar, pero sé que solo tartamudearé como una idiota.
Mi pecho sube y baja, mientras sus ojos felinos me observan una y otra vez, decidiendo si devorarme o no. No sé si lo que siento es miedo o todo lo contrario.
—Lucas, yo... —intento decir, pero su dedo me calla.
Lo siguiente, son sus labios sobre los míos, y una sensación abrumadora. Llamas consumiéndome de pies a cabeza, un pálpito genérico que me sacude por completo. Mis piernas flaquean, y los labios de Lucas, se mueven sobre los míos, con necesidad contenida. Muevo mis labios también, y los latidos de mi corazón disminuyen y el cosquilleo en mis bragas aumenta. La humedad en ellas me asalta de una manera salvaje, no puedo evitar empezar a sentir un poco de dolor. La forma en la que me está besando está excitándome demasiado y el calor es más de lo que puedo soportar.
Todo se pone más vaporoso cuando Lucas me toma por los hombros y me acorrala contra la pared sin separarse de mis labios, los cuales empieza a besar lentamente, deleitándose con ellos, y deleitándome a mí. Pega su cuerpo al mío, y puedo sentir en mi abdomen lo excitado que se encuentra en ese momento. Jadeo en ese mismo momento, ya que sé que quiere que lo sienta como lo siento ahora mismo. Instintivamente, pongo mis manos en su cintura y lo pego más a mí, como si eso fuera posible. Lucas abandona mi boca, y besa mi mejilla, luego mi oreja. Su respiración me hace erizar cada vello que tengo sobre el cuerpo.
—Me gustas —susurra, con un tono tan rasposo que todo desaparece a mí alrededor. —Podría hacértelo acá mismo, ¿sabías? —Gime, mordiendo el lóbulo de mi oreja.
El fuego dentro de mí es apaciguado mínimamente, cuando Lucas separa mis piernas con su rodilla, y luego la pega a mi entrepierna, dolorida y completamente empapada. La presiona con fuerza, y cada vez tengo menos aire para respirar.
¡Estoy enloqueciendo! No bromeo. Ni siquiera puedo decir palabra alguna.
—¿Crees que no lo sé? —Gruñe en mi oreja, sin parar de obligarme a restregarme contra su pierna. —¿Crees que no sé todo lo que pasa por tu mente cada vez que me ves? Lo mojada que te pones, puedo verlo en tus ojos cuando nos cruzamos —susurra, y cada silaba que componen sus palabras, aumenta mi éxtasis.
—No, no —sollozo, angustiada. —Déjame, por favor... —Musito, y dudo que me escuche, ya que atrapa mis jadeos entre sus labios.
Pero los gemidos no tardan en llegar cuando, después de su incesante movimiento con su muslo en mi entrepierna, todo mi cuerpo se tensa, y me encuentro rogándole que no se detenga. Mis ojos se vuelven vidriosos, y una lágrima se escapa de mi ojo derecho, mientras sollozo y murmuro ruegos desesperados e inteligibles.
¿En realidad está pasando?
Un jalón en mi vientre, me hace ver el jardín del Edén, consumiéndose entre las llamas, que se alzan hacia el cielo. Danzan siniestras y lujuriosas sobre los arboles calcinados. Se mueven al ritmo que marca el aliento que Lucas me regala, en medio de susurros y palabras que erotizan locamente el momento.
—Di mi nombre, di que esto es para mí—dice, agitado y desesperado, cuando me tenso sobre su pierna. —Dilo...
Mis dedos se enfrían, y me deshago por completo, en un agudo gemido. Su nombre sale de mi boca, mientras mi cuerpo es atacado por pequeñas convulsiones.
¿Qué ha sido esto?
He quedado agotada, temiendo que mis jugos hayan dejado una marca en la tela gris de su pantalón. Luego, Lucas me besa, suavemente y muerde mi labio superior, peinándome con sus dedos.
No recuerdo haber sentido esto jamás, ni siquiera las veces en las que yo misma me pasaba la tarde masturbándome, fundida en fantasías imposibles y en oscuros pensamientos.
—No te alejes de mí, Teresa, y todo estará bien —susurra, con su boca pegada a mi frente. Luego se separa y suspira.
Lucas se aleja de mí como si nada, mientras que yo caigo al suelo y me abrazo a mis piernas. No sé si me siento mal o bien. Estoy sudorosa y agitada, con las bragas mojadas, tal cual si me hubiera orinado.
Haciendo uso de toda mi voluntad, me levanto, queriendo parecer lo más normal posible. Respiro profundo y me amarro el pelo en una coleta. Acomodo mi uniforme y me dispongo a salir de este estrecho lugar. Una cara desconocida llama mi atención cuando salgo: un chico algo menor que yo me hace señas, indicándome que no dirá nada de lo... ¡Nos vio! Lo miro alarmada y él, al verme tan agitada, utiliza todo su ingenio, para decirme sin palabras, que no va a abrir la boca. El calor inunda mi cara, y corro hasta los baños. Definitivamente necesito recomponerme un poco.
***
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