CAPÍTULO 0: LUCAS.
EDITADO
Entro corriendo por el pasillo. Si llego una vez más tarde a clases, me ganaré una suspensión que me costará mi viaje a Londres. Siempre he querido ir, pero mi cuerpo no me ayuda.
Una vez más no he oído el maldito despertador y me he quedado dormida. Vaya manera de empezar la semana.
Entro nerviosa al salón de clases, no sin antes fijarme si mi falda está bien acomodada. No quiero pasar vergüenza de nuevo. Suspiro aliviada, cuando me doy cuenta que el maestro no ha llegado, así que me siento en los puestos de atrás ya que no tengo a nadie con quien hablar y tampoco es que me apetezca mucho compartir palabras con la gente de mi clase. Entonces abro mi libreta y me pongo en la tarea de repasar las anotaciones.
Entonces sucede: el barullo general es reemplazado por un silencio sepulcral, y alzo mi cara cuando noto que, al pasar los segundos, nadie dice nada. De inmediato me topo con la imagen de un chico en uniforme, de rasgos afilados, cabello rubio, casi blanco, y ojos increíblemente claros y azules. Mi corazón se acelera y la presión sanguínea hace que mis oídos empiecen a pitar. Ahondo un suspiro cuando su mirada se posa sobre mí.
Dios, está mirándome fijamente. Mis piernas se tensan por instinto, mientras que el calor invade mi vientre por completo, como si me hubiesen prendido fuego. Giro mi cara, percatándome de que ahora todos siguen con lo suyo, y yo soy la única que, al parecer, ha tomado en cuenta al muchacho, parado en frente de la clase.
El barullo ahora llega hasta mis orejas como un eco lejano y lo veo acercarse.
Avanza, abriéndose paso entre la gente, y creo que camina hacia donde estoy yo. Empiezo a sentirme muy nerviosa, tanto que el pecho empieza a dolerme un poco. ¿Es que nadie más se da cuenta de que todo se ha puesto muy raro? Muerdo mi labio, cuando lo veo tomar una silla y sentarse junto a mí. Trago saliva y cierro los ojos, intentando calmarme.
Tan solo estirando su brazo, podría tocarme.
Empiezo a sentir como una gota de sudor resbala por mi espalda, y no me queda más remedio que ventearme un poco, con una de las carpetas en las que traigo siempre mis trabajos de clase. De reojo, veo como él me mira y se remueve en su asiento. Desvío la mirada, crispando los dedos de mis pies, y el calor que siento no hace más que aumentar.
Ya desesperada, decido levantarme para ir al baño. La idea de buscar un poco de alivio yo sola se me cruza por la mente y en estos momentos no suena tan mal. A decir verdad, podría pasar todo el día apagando el incendio que ahora mismo amenaza con dejarme hecha cenizas.
Cuando ya no me aguanto más, lo miro, girando mi cara lentamente, descubriendo que él también me observa, fijamente, mientras se relame los labios una y otra vez. Su brazo se estira y, atrevidamente, toca mi pierna. Una punzada en el vientre me ataca y completamente aturdida por la excitación, solo deseo que meta sus manos debajo de mi falda y me libre de esta tortura. Me arqueo un poco, abriendo los ojos para ver si alguien más nos observa, pero nadie parece darse cuenta de lo que pasa acá atrás.
El mundo empieza a darme vueltas y todo toma una apariencia vaporosa, mientras los dedos de ese extraño chico siguen acariciándome a un ritmo parejo, sin despegar por un segundo sus cristalinos ojos de mí...
—¡Señorita Meyer! —Grita alguien, y giro mi cara para identificar al dueño de esa voz. —Ya sonó el timbre para el cambio de clases, no puede quedarse acá. Puede dormir en su casa, acá se viene a estudiar.
Me llevo la mano a la frente, llena de sudor. Mientras me rio sola, recojo mis libros y los pongo en mi maleta. ¡Ha sido un sueño! Y uno muy, muy húmedo. Aún siento las mejillas arder y me pregunto porque justo hoy Amy ha tenido que faltar, justo ahora podríamos estar riéndonos de lo que acaba de suceder. Mi corazón no cabe en mi pecho.
—¡Teresa! —Grita de nuevo la misma voz. La cara larguirucha del maestro se asoma por la puerta. —¡A clases! —Me riñe.
Salgo pitando del salón, para dirigirme a mi siguiente clase. El día está un poco frío, y el cielo con nubes grises. Cruzo el patio con prisa y cuando diviso el salón, ensayo la mejor cara que puedo.
Ruego a Dios que no me hayan notado en medio de mi sueño, ya que no tengo la certeza de no haber emitido algún ruido, jadeo o algún grito. El calor se me sube a la cara de solo pensar que alguien pudo haberme visto. Cuando estoy a tres pasos del salón, perdida entre mis interesantes pensamientos de adolescente, una masa fría como el viento se atraviesa en mi camino hacia la entrada del aula. Trastabillo y por poco caigo de culos al suelo.
Unas manos blancas y gélidas me sujetan para que no caiga. Levanto mi rostro y juro, por el universo, que toda la sangre de mi cuerpo, se drena por mis pies. Mi pulso acelerado me hace entrar en un brumoso y espeso estado de confusión mezclado con vergüenza.
—Hola —dice, con voz melodiosa y suave.
Ante mi está esa cara de rasgos filosos y ojos cristalinos. El frío de sus manos empieza a quemarme y comienzo a temblar de pies a cabeza.
—¡Parece que ya conociste a Lucas! —dice la maestra con tono divertido, observándome con esos ojos oscuros y brillantes.
***
Fuente: Google.
Edit: LauraFigueroa2
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