Esa noche Lucas tuvo que excusarse con su familia, quienes lo esperaban para cenar, con el pretexto de que tenía demasiada tarea pendiente. Subió directo a su habitación a paso veloz, echando el seguro en la puerta detrás de él. Todo con tal de que no lo vieran pálido como cadáver, sudando y temblando como gelatina.
Recargó la espalda en la puerta y extendió su brazo para alcanzar el interruptor de la luz, que al accionarlo, inundó la pequeña habitación de una cálida luz. Para los estándares de un muchacho de diecisiete años, Lucas era una persona muy ordenada. Las paredes de color azul contrastaban con el suelo de madera que hacía juego con sus muebles, también de madera. Lucas se quitó la mochila de la espalda y la arrojó con fuerza del otro lado de la habitación. «Eso fue estúpido. ¿Porqué hice eso?», pensó para sus adentros.
Como un espíritu en pena, se arrastró apenas levantando los pies hasta llegar al lugar dónde había caído su mochila y sus libros y libretas se habían esparcido. Se agachó y comenzó a recogerlos y meterlos de nuevo en la mochila uno por uno lentamente, como si su brazo pesara diez toneladas, como si se estuviera moviendo en cámara lenta. Cuando terminó de guardar el último libro, se levantó del suelo junto con su mochila y la puso con cuidado en el escritorio frente a su cama. Se detuvo un segundo a mirar las fotografías de su familia, de sus amigos. En todas se veía tan feliz, tan normal, y sin embargo, en el reflejo del cristal de los portaretratos, podía ver a un chico que, aunque por fuera lo pareciera, por dentro era todo menos normal. Un chico cuya sonrisa había desaparecido.
El muchacho hundió su cuerpo en su cama y dejó que las lágrimas salieran de sus ojos. Estaba asustado, estaba confundido, estaba herido y todas esas emociones eran demasiado para él. Intentó conciliar el sueño, pero no lo logró, y pasó la noche con los ojos hinchados como tomates, viendo al techo de su habitación, sin pensar en nada en específico, solo mirando, dejando correr las horas.
Cuando volvió a salir el sol, Lucas tuvo que buscar en lo más profundo de sí mismo las fuerzas para poder levantarse de su cama. No había podido cerrar el ojo en toda la velada, el terror inicial de sus poderes se había convertido en curiosidad después de que no encontró una razón lógica para poder hacer algo como lo que hizo.
Y arrastrando los pies, caminó hasta la puerta de su habitación, donde vio como, apenas abrir la puerta, su hermano Jake salió corriendo hacia el baño. Hacía eso todos los días, y Lucas contaba con ello.
Bajó las escaleras y se encontró a sus padres en la cocina. Como el resto de la casa, los muebles de la cocina están hechos principalmente de madera, y uno podía aspirar el típico olor de la ciudad: madera de pino y café. A pesar de las dos ventanas en la pared, Lucas sentía que había poca luz, que todo se veía más opaco, ¿O era solo su imaginación? Su padre, sentado en la mesa al centro de la cocina rodeada de cuatro sillas flacas de madera, aún no se había percatado de la presencia de su hijo. Se encontraba inmerso en su holófono, viendo los videos proyectados desde el diminuto proyector holográfico flexible que rodeaba su antebrazo izquierdo, mientras sorbía tragos pequeños de café negro. Su madre estaba frente a la estufa hecha de piedra, cocinaba algo que Lucas no alcanzaba a ver, pero a juzgar por el olor, era delicioso. Tampoco era que sus sentidos fueran los mejores jueces en aquel momento, su estómago gruñía en protesta por la falta de cena del día anterior. Ella escuchó el gruñido del estómago de su hijo, haciéndola consciente de su presencia. Se volvió hacia Lucas, quien vio los labios de su madre moverse sin producir ningún sonido. Tal vez había dicho buenos días. Tal vez dijo hola o le ofreció de desayunar, pero el chico estaba mareado, debatiéndose de último momento si decirle o no a sus padres lo que ya tenía en la punta de la lengua, pero sabía en el fondo que esa sensación no se iría hasta que lo soltara.
—Mamá... papá... necesito hablar con ustedes.
Ambos padres se miraron, sorprendidos. Lucas, en sus diecisiete años de vida, nunca había sido alguien abierto, ni alguien que contara sus preocupaciones. Para decidir que quería estudiar, sus padres habían acordado en secreto dejarlo ser y dejarlo decidir. Pensaron inicialmente que tal vez de eso iba a querer hablarles su hijo, pero definitivamente no estaban preparados para lo que Lucas iba a contarles.
—Anoche, cuando venía de la escuela... no se ni por dónde empezar... —dijo el chico, nervioso como cuando un niño pequeño ha cometido una travesura, y sus ojos miraban al techo, al suelo, las paredes, todo menos a los ojos de sus padres.
Lucas, un muchacho de poco más de un metro setenta de altura, delgado, cabello corto rubio y ojos azules como el cielo, parecía una persona completamente diferente. Ahí, frente a ellos, el muchacho se veía pequeño, gimoteaba incapaz de hilar las palabras para expresar lo que quería decir, mientras las lágrimas comenzaban a escapar por sus mejillas, sin que él pudiera hacer algo para contenerlas.
—¿Pasó algo? —preguntó su padre, tomando la iniciativa.
Lucas asintió, aunque a decir verdad, algo es una atenuación para todo lo que pasó.
—Había un policía... y una persona, con una máscara... estaban peleando entre sí, pero... el policía... de sus manos... lanzaba rayos y lo iban a matar y... —Lucas apenas podía contener la compostura sin romperse. Las palabras simplemente no salían de su garganta por más que lo intentara, quedaban ahogadas en sus sollozos, así que procedió a demostrarles, haciendo brillar sus manos con electricidad, con pequeños arcos de energía brincando entre sus dedos como delfines en el mar.
Sus padres miraron a su hijo con los ojos abiertos. Y ante el silencio que el chico sintió eterno, Lucas rompió en llanto, bajando sus manos y mirada al suelo, vencido por el peso de su cuerpo, sus piernas cedieron y cayó de sentón al suelo. Las miradas de los dos adultos pasaron de asombro a preocupación rápidamente.
—¿Desde cuando puedes hacer eso? —preguntó su madre.
—Ayer me enteré que podía hacer esto.
—Y... ¿Te pasó algo?
EL chico lo negó con la cabeza
—¿Alguien más te vio hacer... eso? —preguntó su padre
—No, sólo el policía.
—¿Y cómo pasó? ¿Hiciste algo diferente? ¿Te dieron algo? —preguntó su madre con voz seria.
—No —dijo Lucas levantando la cabeza con confusión, para cruzar miradas por primera vez con sus padres.
—Lucas, esas cosas no pasan sólo porque sí —dijo su padre, levantando un poco el tono de voz.
—Pero no , fue de repente, yo solo...
—Piensa, Lucas. Tiene que haber una razón—dijo su madre.
—Ayer estuve pensando, pero no se me ocurre nada...
—Lucas, entiende que esto no es normal. La gente normal no puede hacer cosas así. Necesitamos saber si hay algo mal contigo.
—¿Mal... conmigo? ¿Creen que soy un fenómeno o algo así?
—No, no un fenómeno... —dijo su madre, intentando calmar la situación— pero debe haber una razón para que seas... esto.
—¿Para que sea esto? —dijo el chico, sin dar crédito a lo que escuchaba. ¿Le estaban echando la culpa a él?
—Lucas, la gente normal no lanza rayos de sus manos. Algo te debieron haber dado o algo tuviste que haber hecho...
Los tres se quedaron en completo silencio.
—Creo que lo mejor ahora es que nadie más se entere de esto, ni siquiera tu hermano.
De acuerdo, coincidía en que lo mejor era mantenerlo secreto, pero había algo extraño en el tono de su padre, como cuando uno dice una verdad a medias y se corta antes de cagarla.
—Creo que sería mejor si no salieras de la casa... por un tiempo —añadió su madre.
—¿Por cuánto tiempo?
—Hasta que se te pase esto, al menos. O hasta que sepamos que es.
—Pero eso pueden ser años...
—Lucas, estamos pensando en tu seguridad.
—Están preocupados de que nadie piense en mí como un fenómeno, así como ustedes lo están pensando ahora.
—Nosotros no...
—Lo puedo ver en sus caras.
—No estás viendo bien la situación.
—La vi perfecto cuando intentaron matarme ayer. No me gusta tener estos poderes, me aterra, pero ¿Sabes algo? Sigo siendo la misma persona que era ayer, la misma persona que era antier y anteayer. Lo único que ha cambiado aparte de esto, es la forma en que me están viendo. Encerrarme y quedarme oculto de los demás no hará que estos poderes desaparezcan, harán que la gente se pregunte dónde estoy.
—Bueno, podemos decirle a la gente que te mudaste o algo. Al final, creo que es bueno que no tuvieras tantos amigos —dijo su padre, con un tono de alivio que le dolió hasta el alma al chico.
—¿Así que eso es lo que piensan de mí? Esto no es sobre si tengo poderes, ¿verdad? —dijo Lucas en tono retador y furioso.
—Bájame tu pinche tono de voz, estamos aquí tratando de arreglar esta mierda —dijo su padre, golpeando la mesa y levantándose para encarar a su hijo.
En ese momento, el foco de la cocina explotó en un chispazo de energía, esparciendo pequeños trozos de vidrio por toda la cocina y provocando un grito de sorpresa en su madre. Lucas estaba temblando de coraje, pero con su postura firme y viendo a los ojos a su padre, quien había perdido su actitud amenazante y ahora en la oscuridad, sus padres podían ver el cuerpo entero de su hijo resplandeciendo con una tenue luz azul.
—Lucas, cálmate.
—La unica mierda que necesitamos arreglar aquí es la que tienen en la cabeza.
—¡Lucas! —exclamó su madre ante el lenguaje de su hijo.
El chico salió de la cocina hecho una furia. No pensaba claramente, tan solo quería salir de ahí lo antes posible. A donde fuera, cualquier lugar en ese momento era mejor que estar encerrado con su familia. Su corazón latía a mil kilómetros por hora, y cada paso que daba al cruzar la estancia se sentía como el disparo de un cañón, sonoro y decidido. Abrió la puerta principal de su casa con la firme intención de salir corriendo, pero se llevó una sorpresa al ver al policía de la noche anterior a punto de tocar la puerta cuando Lucas la abrió.
—¿Lucas Barton? ¿Podemos hablar dentro?
En un instante, todo su coraje desapareció. Un remolino de preguntas se formaba dentro de la mente del muchacho, las principales siendo ¿Como me encontró? ¿Cómo sabe mi nombre? Lo único que atinó a hacer fue apartarse para dejar entrar al hombre. Ahora, visto en la luz, el policía tenía un aspecto cuidado y pulcro, con el cabello corto y un mentón perfectamente afeitado. Era alto, caucásico y de complexión atlética, incluso cuando se encontraba encorvado y en una muleta, seguramente por la pelea de la noche anterior dónde le perforaron una pierna. Había algo que no cuadraba en su persona. Tenía más la pinta del novio que se ha arreglado para pedirle la mano de su novia en matrimonio a su suegro que de alguien que podía lanzar electricidad por las manos. Aunque quién soy yo para juzgar, ¿No?, pensó.
Lucas condujo al policía hasta la sala, que, dando pequeños saltos y tumbos con ayuda de su muleta, logró llegar hasta el sillón y se dejó caer en el mullido cojín morado de su madre, soltando un gemido de descanso. Sus padres salieron de la cocina, probablemente para continuar la discusión, y se toparon con el hombre en uniforme de policía sentado en el sillón, mientras los tres Barton lo miraban, confundidos. Justo en ese momento, Jake iba bajando por las escaleras, pero viendo la escena, se quedó a una distancia donde pudiera escuchar pero no ser visto.
—Soy el teniente David Barrington —dijo mientras sacaba su placa del bolsillo trasero de su pantalón y se la entregaba a los padres del chico, haciendo un esfuerzo por levantarse apenas del sillón.— Trabajo en la policía y tengo más de veinte años en servicio.
David no se veía tan viejo para tener veinte años de policía. Tal vez había empezado joven, tal vez sólo eran buenos genes. A estas alturas, si le dijeran que tiene el poder de la inmortalidad, Lucas lo hubiera creído. Los Barton se sentaron en los sillones alrededor del policía, mientras que sus padres le regresaban su placa.
—Ayer por la noche, fuí atacado por un sospechoso en un caso en el que estoy trabajando. A decir verdad, creo que no estaría aquí hoy hablando con ustedes si no hubiera sido porque su hijo me salvó el pellejo, y estoy en deuda con él por eso.
Lucas no pudo contener una leve sonrisa. Nunca nadie había tenido una deuda de vida con él, se sentía importante.
—También ví lo que su hijo puede hacer, y por la forma en cómo reaccionó ayer, imagino que fue la primera vez que haces algo como eso, ¿o me equivoco?
El adolescente negó con la cabeza.
— Yo también puedo usar la electricidad como arma —dijo, levantando la mano que no agarraba su muleta y haciéndola brillar con electricidad—. No sé cómo pasó, sólo que hace un par de meses desperté con esta extraña... sensación, como un hormigueo en todo mi cuerpo. He estado investigando un poco, como policía uno tiene forma de investigar sin que lo vean raro —dijo, riéndo. ¿Acaso algo de esa conversación era gracioso? Después se giró hacia Lucas—. Primero quiero decirte que no somos los únicos. He conocido al menos a otras doce personas que pueden hacer lo que tu y yo, aunque no exactamente como tú.
Lucas lo miró confundido.
—Nunca había conocido a nadie que pudiera usar tanta electricidad como lo hiciste ayer —prosiguió—. Nunca había visto a nadie que le brillaran los ojos ni que se moviera como lo hiciste.
—Perdón oficial, entonces... ¿Hay algo malo en mi hijo?
—Para nada, más bien, creo que él podría ser la persona más poderosa que he conocido.
—¿Más poderosa? —dijo su madre —. ¿Pero... porqué...?
—Señora créame que me gustaría darles una razón de porqué nos pasa esto. Símplemente no la hay. No pude evitar escuchar su conversación desde afuera de la casa, había gritos y me estaba preguntando si intervenir cuando su hijo abrió la puerta. Lo único que puedo decirles es que comprendo que estén asustados, pero aquí su hijo está aún más asustado que ustedes, eso lo sabré yo. Le serviría contar con su apoyo.
Lucas se volvió a ver a sus padres, ambos lo miraban con arrepentimiento y vergüenza. Eso era todo lo que necesitaba, un enorme peso se quitó de su alma. Pero había otra cosa por responder.
—¿Como me encontró? —le preguntó Lucas al policía.
—Estás usando tu uniforme escolar, igual que ayer.
Lucas se miró las ropas. Era cierto, no se había ni bañado desde que llegó a su casa la noche anterior.
—Seguí las pistas y pedí a tu escuela acceso a los archivos de los alumnos. Tardé un rato en encontrar tu perfil pero con eso pude obtener tu dirección y...
Tanto el policía como Lucas se quedaron en silencio. Sus miradas se habían quedado clavadas el uno en el otro. Un pensamiento terrible entró en la mente de ambos al mismo tiempo. Si el policía pudo reconocer el uniforme de su escuela, significaba que el enmascarado podría haber hecho lo mismo.
David dió dos pequeños y rápidos toques en su brazo para desbloquear su holófono y con un par de toques más en la pantalla holográfica, entró en la aplicación de radio policial que tenía instalada.
—Atención a todas las unidades, tenemos un posible diez catorce en la preparatoria North Hill. Por favor, todas las unidades disponibles aseguren esa locación.
—¿Qué está pasando? — preguntó Jake, saliendo de su escondite.
—Que la persona que me atacó ayer tal vez fue a buscarme a la escuela —respondió Lucas, inmerso en un ominoso presentimiento.
Era un día seminublado, de esos que te hacen imposible adivinar si iría a llover o no. El aire frío hacía moverse las hojas de los árboles con fuerza. Era sin dudas un día extraño, y no sólo por el clima, sino porque Alex Temper había llegado temprano a la escuela. Se había bañado, elegido sus mejores ropas y puesto su fragancia favorita. Era un día especial, porque aquél sería el día que le preguntaría a Cassandra si quería salir en una cita con él.
Alex había tenido un crush con Cassandra desde la primera vez que se vieron, de esos sentimientos que no puedes explicar exactamente la razón pero que se sienten con una intensidad que te quema, como si tuvieras un sol adentro, como si en vez de mariposas tuvieras un enjambre de golondrinas en el estómago, que cantan los más dulces versos cuando ves a la persona que las provoca. La relación entre ambos siempre había sido de amistad, pero después de mucho pensarlo, Alex se había insistido a sí mismo que era justo para él mismo por fin confesarse. Lo pensó el día anterior durante todo el camino mientras la llevaba a su trabajo. Todo lo que compartían, todo lo que se conocían el uno al otro, tal vez era el momento para dar el gran paso. Antes de salir de su auto, se miró en el espejo retrovisor y se acomodó uno de sus oscuros cabellos que se revelaba en contra de ser peinado. Sus ojos castaños, tez morena, una blanca sonrisa y una barba corta y delineada le reafirmaron su confianza y decisión. Alex no era un chico que se sintiera nervioso tratándose del sexo opuesto. En realidad, Lucas alguna vez había comentado a modo de broma la facilidad con la que su amigo podría conseguir mujeres, pero para Alex, la mayoría eran iguales. Estaban interesados en su físico o en su dinero, o peor aún, en su apellido. Eran chicas huecas, sin personalidad, con las que Alex no podía sentirse como sí mismo, sino que se sentía como el descendiente de los famosos Turner, heredero de un imperio que él jamás quiso.
Turner Industries es una empresa manufacturera de tecnología de punta, inventora de los holófonos y los automóviles eléctricos como el que Alex manejaba. Tenían avances en la medicina, en el transporte, en la comunicación y en la industria militar. Mucha gente decía que el imperio de los Turner debía ser casi igual de prolifero que la familia real, pues al menos gracias a los primeros, el reino entero había entrado en una era de modernización y prosperidad tecnológica sin precedentes. Sus padres, Amadeo y Gadreel poseían cada uno un 50 por ciento de la compañía, un acuerdo estándar en parejas poderosas, de tal modo que en caso de una posible separación, la empresa no se viera afectada ni hubiera conflictos de poder. Pero, siendo el único hijo de sus padres, Alex estaba destinado a recibir la totalidad de ese dinero y poder. Desde el momento en que nació, la gente de todo el reino lo llamaba el "futuro rey", y las trovadoras de chismes a lo largo y ancho de Siris gastaban sus tardes y pláticas emparejándolo con alguna hija de un famoso. Si tan solo el rey hubiera tenido hijas, decían. Con tantos ojos y promesas puestas sobre él, su actitud rebelde era de esperarse, y por eso fue muy feliz cuando sus padres, cansados de sus fracasos escolares y sus múltiples escándalos en la prensa, lo enviaron al lugar más tranquilo del reino, King's Mount.
Y fue ahí donde conoció a Cassandra, la primera mujer que no lo había tratado como una cifra de dinero, como un ticket dorado a una mejor vida. Cassandra se preocupaba por él como persona, lo regañaba y discutía con él, pero en el fondo sabía que el aprecio entre ambos era incondicional. Y de ese cariño, en Alex creció un sentimiento, uno que jamás había experimentado antes.
Decidido pero nervioso, bajó del carro y entró a la escuela con un ramo de rosas en la mano. El pasillo estaba vacío, era temprano para Alex, pero ya era hora para la primera clase. Tal vez entrar al salón con el ramo en la mano arruinaría la sorpresa... No había planeado el momento, se dijo a sí mismo que era mejor dejarse llevar y ser natural. ¿Y ahora que iba a hacer con un ramo de flores?
En ese momento, se fue la luz en el edificio. Una odiosa y aguda alarma sonó durante unos segundos, rebotando en los pasillos vacíos como un eco de un anuncio lúgubre que se cierne sobre todo aquel que lo escucha. Las luces de emergencia se dispararon, luces rojas que cubrían con su luz casi la totalidad del pasillo y hacían parecer que uno había ido de pronto a parar al infierno. Y entonces, por el altoparlante, se escuchó la voz del director.
—Atención estudiantes y maestros. Estamos en un encierro. Se reporta haber visto a un extraño deambulando por los terrenos de la escuela. Por favor no salgan de sus salones por ningún motivo. Quédense tranquilos, y permanezcan en sus salones. Esto no es un simulacro.
En ese momento, en todo lo que Alex pudo pensar es en Cassandra y que podía estar en peligro. Dejando caer las flores y en contra de todos sus instintos de supervivencia, corrió con todas sus fuerzas, internándose en la oscuridad de la escuela, dejando la puerta de salida y su única vía de escape detrás.
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