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Careøn Valley es, seguramente, el peor lugar sobre la faz de la tierra para vivir, un sitio tan inhóspito como hostil en más formas de las que uno quisiera enumerar. Y probablemente era el peor lugar en el que una niña quisiera encontrarse.

Geneve Hennings era una estudiante de segundo grado en Luxus, la capital del reino de Nova. Con tan sólo quince años de edad, era una niña delgada y finos rasgos, con una larga cabellera plata y unos ojos verdes que eran el orgullo de sus padres, quienes la presentaban ante todos sus conocidos como su angelito.

En Luxus, Geneve tenía todo lo que quería y podía pedir; pero también tenía un secreto que hasta ese momento sólo le había contado a su mejor amiga: Geneve podía generar electricidad en sus manos.

Ella no había nacido con esa habilidad, sucedió de pronto, un día como cualquier otro, mientras regresaba del colegio, acompañada de su mejor amiga Renata. Pequeñas chispas azules brincaban en sus manos, como delfines brincando en el mar. El susto inicial fue superado por la cara de sorpresa de Renata, y las dos amigas caminaron el trayecto de regreso, admirando la reciente descubierta habilidad de Geneve.

Ninguna vió al hombre de negro sobre el tejado.

A las ocho y cuarto de la noche, Geneve se encontraba sola en su casa, un cuarto de hora antes de que, según lo usual, sus padres llegaran del trabajo. Su padre era director de una empresa que no le importaba mucho a Geneve a que se dedicaba, y su madre trabajaba con él como asistente. Una vida atareada para ellos, pero placentera para la pequeña hija.

Con una taza de té de raíz de arequía en las manos, la chica caminó hasta la sala y se dejó hundir en el sillón, mientras miraba la lluvia caer en el patio trasero a través de la pared de cristal. La casa, de un estilo moderno y galante con sus paredes blancas y sus techos abovedados, creaba una atmósfera de relajación que ella sin dudas disfrutaba, en especial cuando llovía. El sonido de las gotas de agua contra el techo causaba un son que ella encontraba armónico y caótico al mismo tiempo. Embelesada en el espectáculo natural, no vio la figura encapuchada que la miraba desde el otro lado de la pared cristalina, bajo la oscuridad y la lluvia.

La chica continuó bebiendo de su té, soplando quedamente para mitigar la temperatura, mientras bebía el relajante trago y se llenaba del aroma que caracteriza a la arequía, un aroma dulce y suave. La chica continuó bebiendo hasta que las luces de su casa comenzaron a parpadear aquella fatídica noche.

Extrañada, Geneve se levantó del sillón, caminó hacia la entrada y se asomó por la ventana, esperando que aquello se tratara de una falla eléctrica, pero las casas contiguas parecían normales. Y entonces, se fue la luz, dejándola completamente a oscuras, por eso no vió venir el golpe detrás de su nuca que la dejó inconsciente, mientras su taza de té se estrellaba en el suelo. Lo siguiente que recordaba era haberse despertado dentro de una pequeña e incómoda caja de madera, con apenas un agujero del tamaño de un dedo para que entrara aire suficiente para respirar.

La caja iba brincando, en lo que se imaginó como una carreta moviéndose por terreno pedregoso, y cuando la tapa se abrió, Geneve por primera vez en su vida estuvo aterrorizada hasta la médula. Frente a ella había un monstruo, un hombre con una cara pálida como la nieve, sin ningún rasgo facial, no boca ni nariz, tan solo dos ojos negros sin pupila que le regresaban la mirada y se clavaban en ella como ella supuso un animal vería a su presa antes de devorarla. La chica, reaccionando instintivamente, se cubrió el rostro con sus manos, intentando empujar al monstruo, y la electricidad que había salido antes de sus palmas como un juego o un entretenimiento, salió como un potente relámpago que atacó al monstruo, haciendolo retroceder.

Aprovechando la oportunidad, la niña brincó de la caja y se echó a correr por una ciudad que no reconocía, un lugar que parecía más una ciudad fantasma o un campo de guerra que cualquier otra cosa, con cielos nublados y grises, como si amenazaran con tormenta. Geneve, aún en las ropas de noche que tenía cuando fue secuestrada, pronto se dió cuenta de dónde estaba, en un lugar que inequívocamente podría adivinar, un lugar que esperaba fuera sólo una mala historia que los padres les cuentan a los niños antes de dormir, un lugar que sólo aparecía en libros de historia.

En segundo grado, los niños en Luxus aprendían algo de la historia de su reino, como hace más de mil años, una guerra se libró entre aquellos que se oponían a la voluntad del Rey y los nobles ejércitos reales, siendo estos últimos victoriosos. La historia decía que con el fin de la guerra, llegó también el fin de la prosperidad en Careøn Valley, donde se libró la batalla decisiva, dejando los terrenos de la desafortunada ciudad inutilizables y eternamente grisáceos y rocosos. La leyenda, o lo que contaban algunas personas de la ciudad fantasma, era como servía como una ciudad refugio para quienes huyen de la ley, una ciudad que fue olvidada por el rey, dejada a su suerte y reclamada por ladrones y asesinos. Geneve reconoció la ciudad no sólo por el color de la tierra, sino porque los pocos edificios que permanecían de pié, llenos de basura, pintarrajeados con obscenidades e indigentes deambulando con la mirada perdida, sin ver a la niña que corría por su vida.

El suelo duro y árido de la ciudad lastimaba sus pies descalzos, causándole pequeños cortes en las plantas de sus tersos pies, el dolor le hacía perder las fuerzas para seguir corriendo y sus pulmones comenzaban a protestar por la insuficiencia de aire. La niña se metió entre el espacio de dos casas que parecían estar a medio construir... o medio destruir, supuso. No era un escondite idóneo pero era todo lo que tenía.

Aprovechando el momento de retomar aire y fuerzas, su mente comenzó a enlistar un número de causas para su secuestro. ¿Sería trata de blancas? Había leído de eso en algún lado, pero no estaba tan enterada como para decidir si esa era la razón. ¿Y si esa persona sabía sobre sus poderes desde antes? «Pero... sólo Renata sabía sobre eso» pensó ella equivocadamente .

Después de recuperar un poco el aliento y agarrar valor, Geneve corrió fuera de su escondite y tropezó con una persona al dar vuelta en una esquina, un hombre que platicaba con otro sujeto, un poco más bajo y regordete. Nadie que viviera en Careøn Valley podía ser alguien de fiar, pero la chica se aferró a él con fuerza, sujetándolo de la camisa y hundiendo su cara en su pecho. Aquél hombre alto, con pronunciados músculos y una barba larga y negra se veía intimidante, pero no supo cómo reaccionar al agarre de la niña y se quedó con los brazos abiertos, sorprendido, sin saber si apartarla o regresar el abrazo. Podía sentirla, temblando de miedo, y sus rodillas debían apenas poder contener el peso de la delgada niña sin desplomarse. Porque uno puede vivir en la peor ciudad sobre la tierra, pero si ves a una niña tan asustada en un lugar como ese, tus instintos paternos se disparan hasta el límite.

Y cayó un relámpago.

El hombre levantó la mirada un poco para ver el cielo y vió a un hombre usando una gabardina larga que ondeaba con el viento y una capucha sobre la cabeza que ocultaba la mitad de su "rostro" bajo las sombras.

—Puta madre... Es Marek.

El estómago del hombre se encogió dentro de su cuerpo y se puso pálido en un segundo,viendo a aquel monstruo en cuclillas sobre el techo de la casa frente a ellos. Aquel individuo al que incluso los habitantes más peligrosos del reino le temían. Ese rostro blanco era una máscara que usaba siempre. Nadie lo había escuchado hablar y nadie se metía con él. No era común verlo en la taberna o caminando por la ciudad, simplemente uno se lo topaba dando vuelta en un callejón cuando era de noche, y eso lo hacía más espeluznante de algún modo. Normalmente al verlo, uno desviaba la mirada y seguía caminando sin más, fin del asunto, y ese hombre tenía todas las intenciones de hacer eso mismo, pero Geneve no se soltaba de su camisa.

El hombre fornido tragó saliva y decidió que ese era el día que le perdía el miedo al monstruo. Separó a Geneve de su agarre, la hizo a un lado y dio un paso adelante, interponiéndose entre la chica y el enmascarado. Y tan pronto como afianzó su pisada sobre la tierra árida, con un silbante sonido que rompió el aire, una barra metálica de color negro atravesó al hombre entre ceja y ceja, haciéndolo dar dos tumbos hacia atrás y poner los ojos en blanco antes de caer de espaldas al suelo en un sonoro golpe seco, ya sin vida, mientras un brote de sangre brincaba en todas direcciones.

Geneve dió un alarido de horror y se echó de nuevo a correr, pero Merek estaba cansado de perseguirla y, como si se teletrasnportara, se apareció delante de ella, bloqueando su paso. La niña cayó de sentón al suelo por la impresión y levantó las manos hacia el enmascarado. De la punta de los dedos de la chica salieron rayos de color azul marino, dirigidos a la cara del monstruo, pero sacando otra de las barras metálicas de debajo de la manga de su túnica, se cubrió con ella, inutilizando el ataque, absorbiendo su electricidad. Era como si la barra funcionara como un pararrayos, dejando a Genive completamente indefensa y agotada.

Merek cerró los ojos, tomando la barra con ambas manos y dio un profundo respiro, como si saboreara el poder de la chica, para volver a clavar su mirada en la petrificada Geneve, mientras caminaba a un paso lento pero rítmico hacia ella. El cuerpo de la niña no respondía, estaba clavado en el suelo, incapaz de moverse. Era como si cada músculo se hubiera convertido en roca de pronto, como si incluso su corazón hubiera dejado de latir, paralizado por el miedo. Las palabras querían salir de su garganta, quería gritar e implorar por su vida, a cambio de lo que sea, lo que fuese por seguir viviendo, pero los músculos en su garganta se negaron a cooperar, y sólo pudo soltar un gemido ahogado.

—Tu tampoco sirves —dijo una rasposa y distorsionada voz detrás de la máscara, con un tono de algo parecido a decepción.

Con la barra metálica en su mano, Merek hizo un tajo en el cuello de Geneve, que se ahogó unos segundos con su propia sangre, inundando sus pulmones, mientras sus manos intentaban contener la hemorragia inútilmente, antes de fallecer ahí mismo, en las calles de tierra de la ciudad más peligrosa de todo el reino. El hombre regordete que había acompañado al sujeto que intentó proteger a la niña salió corriendo, esperando no correr el mismo destino, pero nada o menos le interesaba al enmascarado, ni siquiera valía la pena el esfuerzo de perseguirlo, no era importante para su objetivo. Merek todavía tenía la misión de encontrar al candidato ideal, aquel que pudiera soportar el doloroso ritual, aquél que tuviera el poder suficiente para convertirse en un dios. Porque, sólo así, Merek podría recuperar a su familia.

Y así como llegó, Merek desapareció, dejando los cadáveres detrás.

En otro lado del reino, Lucas Barton corría a toda velocidad detrás del autobús escolar por las empedradas calles de su ciudad, pero con la condición física que poseía, pronto perdió de vista al transporte, y se detuvo para recuperar el aliento.

Maldijo mentalmente a su hermano menor Jake, quien se había demorado de más en el baño aquella mañana, retrasando a toda la familia. «Siempre hace eso... ¿Lo hace solo por fastidiar? Juro que no entiendo a ese tonto...» pensó el muchacho, mientras tosía un poco.

A pesar de haber sido siempre un muchacho delgado, a Lucas nunca le había interesado los juegos físicos, ni siquiera cuando fue un niño pequeño, y su pequeña carrera matutina era prueba de ello. Lucas era ese chico que prefería estar leyendo un buen libro en el receso que estar jugando con los demás, y no veía porque el alboroto por correr, sudar y competir. No era que no le gustar a jugar, símplemente no le parecía atractivo, pero atribuía eso a su ciudad, la que según él mismo, debía ser la ciudad más aburrida de todo el reino.

King's Mount es una pequeña villa norteña rodeada por un espeso bosque en un lado y nevadas montañas del otro, ofreciendo paisajes que parecían salidos de una pintura clásica, con sus casas de madera de pino y sus tejados a dos aguas cubiertos de vegetación, para ayudar a que la nieve se resbale del techo en los inviernos. El clima tampoco estaba tan mal, con un cielo que a pesar de estar nublado se podía entrever el azul brillante y el aire de las montañas que ofrecía una brisa refrescante y fresca. Aquella misma brisa resultaba agobiadora cuando estaba cargada del olor a pino y café característico de la ciudad.

Lo malo de King's Mount es que es DEMASIADO tranquilo, y es a menudo el lugar predilecto de retiro para muchas personas a lo largo y ancho del reino, que después de haber luchado por una vida de banales lujos y estilos de vida, se rendían ante la encantadora sencillez que suponía vivir en una cabaña entre las montañas. La gente que se mudaba ahí rara vez lo hacía para echar raíces y construir una familia, por lo que la población de jóvenes era menor a la que Lucas hubiese preferido. Si de por sí le costaba hacer amigos, tener tan pocas opciones de dónde elegir no hacía la tarea más fácil, y a menudo uno tenía que conformarse con gente que le caía bien a medias, gente cuyos intereses apenas eran compatibles. Al menos eso fue hasta que encontró a sus amigos actuales.

En cambio, su hermano Jake no había tenido jamás ese problema. El chico de quince años tenía un carisma impresionante, y no dejaba indiferente a jóvenes o adultos al conocerle. Era ciertamente encantador, «o adulador» , y lo mismo era encontrarle entrenando magneball con sus amigos o echando una partida de ajedrez con los ancianos del parque. La gente a menudo tenía que preguntar si de verdad ambos eran hermanos por el poco parecido entre ambos.

Lucas es alto y delgaducho, de cabello cobrizo dorado y ojos azules como el cielo, con un rostro largo y serio, En cambio, Jake es un muchacho que apenas rebasa el metro sesenta de estatura, de complexión atlética y cabellos castaños y piel color ámbar y una eterna sonrisa en el rostro. Lucas se parecía físicamente más a su madre, quien nació en Luxus y se mudó cuando conoció a su padre, originario de King's Mount, a quien Jake asemejaba más. Y no sólo a su padre, sino a la mayoría de la gente que vivía en la ciudad. Tal vez verse diferente era una de las razones por las que siempre sintió como que no encajaba...

Por estar sumido en sus pensamientos y caminando con la cabeza baja, no se percató del vehículo negro que se había puesto a su lado, avanzando al ritmo del chico, hasta que el conductor hizo sonar el claxon. Lucas se sobresaltó, pero reconoció el vehículo enseguida. Tampoco era tan complicado, no había muchos autos del año rodando en las empedradas veredas de la ciudad. El coche en cuestión era de su amigo Alex Temper, hijo de los dueños de Temper Industries, grandes promotores de la industria tecnológica con base en la capital, Luxus.

Alex había ido a parar a King's Mount hace dos años, después de haber sido expulsado de su instituto en Luxus por reprobar demasiadas asignaturas. Lucas no sabía que era posible reprobar tanto antes de conocer a su amigo. Alex era brillante, pero sin interés por aprender, con la vida por delante resuelta y con un apellido que significaba respeto y poder. Lucas en cambio, era un ávido curioso, siempre buscando datos nuevos y con un pensamiento diferente en su cabeza. Ambos sentían como no encajaban en esa ciudad. Desde la primera clase que tuvieron juntos, la plática entre ellos se convirtió en una fuerte amistad.

—¿De nuevo tarde? —dijo Alex, saludando a su amigo mientras Lucas subía al auto.

—Tu también vas tarde...

—Si pero lo mío es a propósito.

Alex, de tez morena, cabello oscuro y fornido, le sonrió mientras Lucas negaba con la cabeza, desaprobando su actitud y su falta de responsabilidad. Su amigo manejó como si manejara un potro salvaje, pisando el acelerador a fondo y apenas frenando al dar vuelta en cada esquina hasta llegar a la escuela. Lucas nunca se había sentido tan gustoso de pisar el suelo de las calles de su ciudad. Entraron a la escuela y caminaron hacia el salón a un paso más lento del que hubiera preferido y buscaron con sus asientos, dónde Cassandra los esperaba con mirada reprensiva y preocupada.

—Barton, ¿llegando tarde? —dijo la maestra, ante el fallido intento de escabullirse sin ser visto.

—Yo también llegué tarde, maestra —dijo Alex, causando la risa de sus compañeros.

—De ti no me sorprende, Turner.

—Lo siento maestra -dijo Lucas -. No volverá a pasar.

Los chicos se sentaron a ambos lados de su amiga, una atractiva chica de piel aperlada y ojos castaños brillantes que hacían juego con su pelo, y justo cuando la maestra se giró hacia el pizarrón, Cassandra extendió ambos brazos y les dio un golpe a ambos de un sólo movimiento.

—Por llegar tarde —dijo ella, susurrando.

Ella siempre había tenido ese instinto maternal con ellos, pero ninguno de los chicos podía culparla. Su padre falleció cuando ella era una niña, y con una madre deprimida y soltera, Cass tuvo que saltarse la parte dulce de su infancia para cuidar de sí misma y de su madre, y por eso chocaba tanto con la actitud rebelde y desinteresada de Alex, porque ambos eran extremos opuestos, poniendo a Lucas muchas veces como mediador en sus constantes discusiones. A pesar de chocar tanto, entre los tres chicos había un profundo aprecio.

Cuando comenzó a atardecer y los cielos comenzaron a tornarse rojizos, sonó la campana que indicaba el fin de las clases. Alex se ofreció a llevar a Cass a su empleo de medio tiempo en un restaurante, pues le quedaba camino a casa. Lucas, ya sin prisa por llegar tarde a ningún lado, le dijo a sus amigos que caminaría a casa. Los tres amigos se despidieron y partieron caminos.

Lucas volvió la mirada al cielo, cuyos colores ya comenzaban a cambiar del naranja al azul marino, mientras el sol se ocultaba tras las montañas para dar paso a la noche. Era una vista preciosa, y pasa que después de vivir tanto tiempo en un lugar así, uno comienza a menospreciar la belleza de la naturaleza hasta que alguna epifanía te recuerda lo bello que es, y ese era uno de esos momentos. El aire comenzaba a enfriarse, y el chico comenzó su camino a casa, si quería llegar antes del anochecer era mejor comenzar a caminar el largo tramo. Se dijo a sí mismo que podría usar ese tiempo para pensar en la única pregunta que había tenido los últimos meses: ¿Que estudiar cuando salga de preparatoria? No tenía la menor idea de a qué dedicar el resto de su vida, lo único que sabía es que no quería ser un leñador como el 70% de los hombres de King's Mount. No creía que sus padres fueran a sorprenderse por tal decisión, nunca había sido una persona muy física ni tenía madera de leñador. Se rió para sí mismo por esa broma. Otra opción era mudarse para ir a la universidad en otra ciudad implicaba contar con muchos Sirisbytes para poder gastar, y era algo con lo que no contaba.

Al final, no había un tramo lo suficientemente largo para poder pensar y tomar una decisión como la que afrontaba, pero empezar por algo era mejor que nada. Sin embargo, un relámpago índigo a unos cuantos metros de su cara lo sacó de toda su nube de pensamientos.

Lucas giró la cabeza hacia la dirección de dónde provino el relámpago y vio a un hombre vestido con uniforme policial ¿Acaso los policías ahora tenían armas eléctricas? El policía jadeaba y se le veía exhausto, con la mirada fija en la noche. Algo se movió en el tejado de una casa, brincando entre techo y techo, mezclando sus ropas con la creciente oscuridad de la noche. Entonces, el policía lanzó otro relámpago, sólo que esta vez Lucas vio claramente como salió de las manos del oficial, no de ningún tipo de arma.

—¡¿Pero que ...?!

—¡Sal de aquí! —gritó el oficial, mientras una barra negra salió volando de entre la penumbra, provocando un corte en la mejilla del uniformado.

Los pies de Lucas no respondieron a la orden y se quedaron pegados al suelo, mientras el resto de su cuerpo temblaba incontrolablemente. Su cabeza no daba cabida a lo que estaba viendo. No, no es común que la gente pueda lanzar electricidad de sus manos como si fuera cualquier cosa. Todo su ser le gritaba MUÉVETE, CORRE, HUYE pero simplemente no podía hacer nada de aquello, su vista estaba pegada en las manos del policía. Lucas escuchó el sonido del viento romperse e instintivamente estiró su mano, jalando al oficial del cuello de la camisa y sacándolo de la trayectoria de otra barra negra que seguramente le hubiera perforado la cabeza, a juzgar por la fuerza contra la que la barra se clavó en el pavimento.

—Gracias —dijo él.

Un segundo después y apareciendo de la nada, una figura negra se interpuso entre los dos, golpeó la nariz del oficial con el codo y tomó a Lucas del cuello, para después lanzarlo contra el muro a sus espaldas, dejándolo tirado en el suelo. El sujeto en túnica negra se dió la vuelta y se acercó al policía, mientras extraía una tercera barra de debajo de su manga que clavó la barra en la pierna del oficial. Este dio un terrible alarido de dolor mientras ponía la rodilla de su pierna sana en el suelo. La barra, saliendole del otro lado del muslo, goteaba con la sangre del policía, dejando una mancha en el pavimento.

—No, tampoco eres tú —dijo una voz horrible.

Sin haberla soltado la barra, el encapuchado giró la muñeca y sacó su arma de la pierna del policía, quien cayó al suelo, incapaz de moverse, gimoteando por el dolor e intentando contener la hemorragia con las manos, con un charco de sangre formándose debajo del agujero de al menos una pulgada de diámetro que había dejado en su muslo.

Lucas, que había visto toda la escena mientras se levantaba del suelo, sintió un vacío en su estómago, como si de pronto todos sus intestinos hubieran sido succionados y se hubieran concentrado en un solo punto a la altura de su vientre. Una sensación de hormigueo que fue creciendo hasta que se extendió hacia su pecho, hacia sus brazos, hacia sus manos. Dejándose llevar por el instinto, el muchacho extendió sus brazos hacia el villano y con un sonoro estruendo, un relámpago cerúleo salió de la palma de sus manos y dio de lleno en la espalda del hombre, arrojándolo contra una pared de madera que se rompió al impacto.

Aquella sensación de hormigueo seguía creciendo dentro de él, extendiéndose al resto de su cuerpo: sus pies, la coronilla de su cabeza y sus ojos. Los ojos de Lucas brillaban en la oscuridad de un azul sobrenatural. Pequeñas chispas brincaban entre los vellos de su piel, su pecho se llenaba de una confianza extraña mientras su mano derecha brillaba con la gran cantidad de electricidad que estaba generando. Y en un veloz arranque, aprovechando que su enemigo había sido pillado por sorpresa, Lucas se lanzó contra el enmascarado, con su mano en puño que iba directo al rostro de su oponente, pero que este último pudo esquivar agachándose, haciendo que Lucas clavara la mano en la pared, perforandola sin esfuerzo.

Con la barra negra que había usado para atacar al policía aún en la mano, Merek hizo un tajo en el pecho del muchacho, un corte apenas superficial, pero que sirvió para poner algo de distancia en los dos, mientras una pequeña línea de sangre aparecía en la piel del chico.

—Esta energía... este chico... ¿Es él apto? —dijo el hombre con su voz distorsionada.

«Okey, el sujeto está loco» pensó Lucas, y no vió cuando el encapuchado saltó hacia él, tomando el cráneo del chico con su mano izquierda y en el mismo movimiento estrelló la cabeza del rubio contra el pavimento. Sin soltarlo, hundía sus dedos como garras en la piel de Lucas, quien luchaba para liberarse del agarre sin éxito, hasta que otro rayo impactó contra Merek, esta vez de parte del policía, quien apenas se estaba incorporando.

Viéndose a sí mismo superado en número y armando un escándalo que seguramente comenzaría a llamar la atención más temprano que tarde, Merek desapareció.

Lucas se sorprendió a sí mismo, viendo que ver desaparecer a un hombre en el aire no lo había movido en lo más mínimo, su mente estaba ocupada pensando en sus manos, en la sensación de hormigueo que iba desapareciendo lentamente de su cuerpo.

En su lugar, en su estómago apareció una sensación parecida al asco. Su corazón latía con fuerza, sudaba fuertemente, y sin embargo, su piel se sentía helada, temblaba sin poder controlarse y la respiración se le iba entrecortando. «¡¿Qué fue eso?! ¡¡¿Yo hice eso!!» pensaba el muchacho, horrorizado. Sus ojos comenzaban a nublarse, su cabeza se sentía pesada y se estaba mareando. «¿Qué soy? Soy un fenómeno... ¿Porqué me pasa esto?» se preguntaba, sin poder encontrar respuestas ni orden en el mar de dudas y cuestionamientos en su mente.

—Chico, ¿estás bien? ¿Necesitas ayuda? —preguntó el policía.

Lucas lo miró, pero no pudo verlo bien, apabullado por todos sus sentimientos. Sentía que el aire le hacía falta cada vez más, y sabía que, si no se movía pronto, iba a desmayarse ahí mismo.

Su aspecto debía ser fatal, porque al no recibir respuesta, el policía dió un paso en su dirección, pero su pierna herida le hizo lamentar esa decisión.

Sin palabras, sin capacidad de pensar, Lucas se echó a correr sin mirar siquiera al policía, que hizo un esfuerzo por alcanzarlo, pero no estaba en condiciones de perseguir al joven adolescente que corría como si tuviera el diablo adentro. Decidido a perderlo, Lucas dió varias vueltas sin sentido para perderlo entre las calles de lo que una hora antes consideraba la ciudad más aburrida del mundo.

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