CAPÍTULO 43
Hotel de Tuxtla:
Durante el trayecto al hotel, Paula y su tía permanecieron en silencio. Rogelio intentaba encontrar algún tema que acabara con ese clima de tensión que ya lo estaba desesperando. Sin embargo ellas apenas y respondían con monosílabos. Para cuando llegan, le pide a Paula que vaya por sus hijos mientras él iba a solicitar una mesa, y sin preguntarle nada, se lleva a Rosaura. Cuando el encargado les asigna un lugar, ambos toman asiento y Rogelio nuevamente se ve rodeado de ese ambiente impasible que lo ahogaba.
R: ¡Me da gusto que por fin esté libre Rosaura!
Rosaura: ¡Gracias Don Rogelio!
R: ¡Caray!, pensé que iba a estar brincando de alegría, pero en lugar de eso pareciera que el haber salido le causara pesar.
Rosaura: ¿Usted cree que es justo que yo esté aquí?
R: (¿?), No la entiendo.
Rosaura: (se toca la cabeza), ¡Mire Don Rogelio!, comprendo que ser el esposo de mi sobrina y el padre de sus hijos, lo obliguen a aceptar sus caprichos. Pero ambos sabemos que no le soy de su agrado, y menos por las terribles cosas que les hice.
R: ¿Desde cuándo sabe lo que yo siento?... Rosaura, no le voy a mentir... Sí llegué a sentir recelo hacia usted por todo lo que le hizo a Paula, pero luego me di cuenta de que yo no soy mejor, porque también la lastimé.
Rosaura: No hay punto de comparación entre lo que usted hizo y lo que yo les hice.
R: Quizás no pero...
Rosaura: ¿Podemos dejar ese tema Don Rogelio?, al menos por hoy no quiero recordar. Mañana iniciaré mi nueva vida, pero mi deseo es disfrutar éste último momento al lado de mi familia sin tener que mirar hacia el suelo.
R: (¿?), ¿Último momento?... ¿A qué se refiere?
Rogelio esperaba la respuesta de Rosaura, pero en ese instante Paula llega con sus hijos, y como tenía que ayudarla con uno de los gemelos, el tema es relegado a nada. La seriedad que Paula había tenido en el camino, había quedado atrás, dejando en su lugar una sonrisa al momento de mostrarle a su tía, a cada uno de sus hijos. Margarito no necesitó presentación, e incluso el jovencito fue el primero en darle un abrazo que Rosaura sintió como genuino. La siguiente fue Mary, y gracias a que la pequeña princesa contaba con un carácter dulce, no les llevó mucho tiempo tomarse cariño, y por último conoció a los gemelos. Rosaura se animó a cargar al pequeño Rogelio y Paula le acercó a Federico. La emoción de ver a los hijos provenientes de la unión de su sobrina y su esposo, le hicieron sentirse un poco feliz, pues aunque su pecado no tenía perdón, esa luz que veía en sus brazos y en los de Paula, le decían que no todo había sido malo.
AP: ¿Qué te parecen tus cuatro sobrinos?
Rosaura: (mira a Margarito), Me sorprendió mucho éste jovencito tan guapo. Ha cambiado su físico y se está pareciendo demasiado a su padre, además está muy alto.
Margarito: Es lo que todos me dicen, pero mi mamá no deja de tratarme como si aún fuera un niño.
Rosaura: Sólo se preocupa por tu bienestar... Yo nunca tuve hijos, y hay que dar gracias a Dios por eso.
Margarito: (¿?), Pero el tío Miguel y mi mamá fueron como sus hijos ¿no?
Rosaura: La vida me regaló lo más valioso que pude anhelar, pero en aquel momento no supe apreciarlo y terminé por destruir a mi niño.
Margarito se queda algo dudoso por las palabras de Rosaura y de nuevo el clima se tornó tenso. Paula hace lo primero que se le ocurre para salir de esa situación.
AP: ¡Margarito!, ¿qué se te antoja pedir?, (le muestra el menú), hay ese pollo adobado que a ti y a tu papá les encanta... ¿quieres ese, o pides otra cosa?
Margarito mira a su padre, que le indica que ordene el platillo. El jovencito comprende el mensaje oculto, y afirma que deseaba lo que su madre le recomendaba. La comida transcurrió de lo más normal, aunque los intentos de la pareja por obtener de Rosaura, algo más que un "gracias", se volvió un objetivo inalcanzable. Cuando terminan, Rogelio les dice que todos irían al parque. Los dos hermanos se pusieron muy contentos, al igual que Paula. Rosaura, solamente movió su cabeza para aceptar la propuesta.
Hacienda del Fuerte – Recámara de Vanesa:
Vanesa revisaba los documentos de la escuela que Rogelio mandara a hacer, (como Valeria ocupó la mayor parte de la cama, ella se sentó en un sillón). Al parecer todo se encontraba en orden y se podía inaugurar. Pero no comprendía el motivo para seguir retrasando dicha apertura. María decidió llevarle un vaso con leche porque no había bajado a comer.
María: (entra), Pensaba que estabas dormida y que por eso no bajaste a comer.
Vanesa: Como no tenía hambre, mejor me puse a checar los documentos que Paula dejó en el escritorio del despacho.
María: ¿Entraste al despacho?
Vanesa: Sí pero no esculqué nada, ¡se lo aseguro!... Lo que sucedió es que cuando encontré a esa mujer que le cae tan mal a Paula, husmeando en el despacho, me llamó la atención éste folder, (se lo muestra), y lo abrí más por inercia, que por otra cosa.
María toma el folder, pero se lo devuelve enseguida.
María: No tienes por qué darme explicaciones. Te conozco y sé que es cierto lo que me dices.
Vanesa: ¡Gracias María!
María: ¿Y qué te parece el proyecto?... Rogelio fue el que la mandó a construir, pero Paula es la que se encargó de todos los trámites para que se pudiera registrar... También entrevistó personalmente a los profesores que impartirán las clases.
Vanesa: ¡Pues que gran trabajo el de Paula!, aunque no entiendo, ¿por qué no la han inaugurado, y por qué sólo tiene tres profesores?... ¡que por cierto!, ninguno es de inglés.
María: La pobre ha tenido mucho trabajo en el rancho... Con eso de la convención, ni tiempo le da para otra cosa que no sea su familia.
Vanesa se queda pensando en una idea. María la ve muy concentrada y con su mano mueve su hombro.
María: ¿Te pasa algo Vanesa?
Vanesa: No María... sólo pensaba en que necesito una actividad para que la ausencia de Ricardo no me afecte tanto, y qué mejor que ayudar en la inauguración de la escuela.
María: Me parece buena idea. Mercedes, Consuelo y Dany están informadas de todo lo referente a la escuela... Si quieres puedes decirles que te ayuden, (hace memoria), aunque Dany no ha regresado de Estados Unidos.
Vanesa: Y Consuelo se está haciendo cargo de la hacienda y el rancho, (medita), entonces sólo me queda Mercedes... Mañana voy con ella para ver si me puede ayudar a continuar con el proyecto.
María: ¡Me da gusto verte de mejor ánimo, y con ganas de trabajar!... Eso se lo debemos a ese muchacho que por lo que veo te tiene muy enamorada.
Vanesa: (sonríe), ¡Sí María!... no tiene idea de cuánto lo amo... (Seria), lo único que me hubiera gustado es haberlo conocido cuando aún podía considerarme digna de él.
María: ¿Él conoce tu pasado?, ¿o se lo ocultaste?
Vanesa: Lo conoce muy bien, pero jamás me recriminó nada, y en el tiempo que llevamos juntos, nunca ha vuelto a tocar el tema.
María: Eso significa que te ama muchísimo y que tu pasado es lo de menos, (pellizca su cachete), ¡cuídalo bien porque vale oro!
Vanesa: ¡Lo sé!, (mira a su hija), él me ha dado las más grandes alegrías, y por eso siempre voy a estar agradecida con la vida por haberlo puesto en mi camino.
María: (suspira), ¡Hay hija!... ¡hasta parece que estoy escuchando a Paula!... ¡qué bueno que por fin las dos están junto a los hombres que las aman y que las hacen muy felices!
Vanesa sólo sonríe como respuesta. María camina hacia la puerta y se despide. Al estar sola, Vanesa lleva sus manos a su vientre y lo acaricia mientras llamaba a su hijo con el nombre de su gran amor.
Parque de Tuxtla:
Rogelio escogió un parque, que era más un sitio folklórico familiar. Estaba adornado con hermosos jardines, en dónde la familia Montero dispuso una manta y compraron un pastel para celebrar. Al atardecer fueron al kiosco a escuchar las marimbas. Cuando Rogelio ve a la gente bailando, le pide a Paula que baile con él, pero ella no quiere dejar sola a su tía. Rosaura le dice que no se preocupe, y que se divierta con su esposo. Finalmente Paula termina por aceptar la voluntad de su tía, y dejando a sus hijos a su cuidado, se va con Rogelio a bailar. A pesar de estar viviendo otro bello momento con su esposo, Paula se encontraba triste y eso Rogelio lo veía reflejado en su mirada.
R: Cuando pasen los días y Rosaura se sienta más en confianza, verás que por lo menos volverá a sonreír.
AP: No lo creo Rogelio... Mi tía jamás volverá a sonreír, y eso es porque la culpa la lleva en su alma, no en los años que vivió en la cárcel.
R: Al menos vamos a intentar que esa culpa no crezca, y que poco a poco su dolor se haga más soportable.
AP: ¿El dolor puede soportarse?
R: Es una forma literal de decirlo... A lo que me refería, es que mientras tenga a su familia a su lado, el dolor no seguirá creciendo, y tal vez eso le permita comenzar nuevamente.
AP: ¡Quisiera creer que será como dices!, pero siento que mi tía nunca volverá a ser feliz.
R: (alza la voz), ¡Ana Paula Carmona se está dando por vencida!, ¡nunca creí que llegaría el día en que te rindieras!
AP: (ofendida), ¡Por supuesto que no me estoy rindiendo!, sólo te estaba dando una opinión... Te puedo jurar que no descansaré hasta que mi tía olvide lo que pasó, y sea feliz.
R: ¡Ahora sí eres mi Paula!, (sonríe), ¡la mujer con carácter, de la que me enamoré!
Paula lleva una de sus manos hasta su cara para delinearla.
AP: Soy una mujer de carácter fuerte, pero tú eres mi valor y mi esperanza, (lo abraza), sin ti estoy segura que me moriría.
R: Te prometí que siempre estaría a tu lado, y puedes confiar en que así será.
Rogelio la separa un poco y le da un beso largo. Rosaura los veía de lejos, y por primera vez en muchos años dejo escapar una pequeña sonrisa.
Estados Unidos – Hospital:
Dany dormía en un cuarto privado del hospital. El parte médico reveló que tuvo una deshidratación severa, que por poco le causa la muerte. El médico que la atendió, se pasó media hora regañando a Alejandro por su reacción tardía. Él no objetó nada, porque estaba consciente de que era su culpa todo lo que Dany había padecido. Luego de que el médico terminara de hablar, le permitió entrar a verla. Al llegar al cuarto, abre con cuidado la puerta y se acerca despacio hasta la cama donde su esposa descansaba. Dany se veía pálida y sus labios se encontraban partidos y sin color. Esa imagen fue suficiente para que por la mejilla de Alejandro, rodara una lágrima que demostraba el gran dolor que sentía de ver a la mujer que ama, en esa situación... Inmediatamente se arrodilla y sujeta la mano de su esposa para llevarla hasta sus labios y besarla.
Alejandro: ¡Perdóname Dany!... Si tan sólo hubiera confiado en tus palabras, y sí les hubiera hecho caso a las personas que me decían que me amabas, nada de esto habría pasado, (alza la voz), En éste momento preferiría que no me hubieras conocido jamás.
Dany: De no haberte conocido, no sabría lo que es amar con ésta intensidad con la que te amo.
Alejandro levanta su cara, y ve a su esposa mirándolo con calidez.
Dany: Eres el mejor hombre que la vida pudo regalarme. Esto que siento es tan bonito, que volvería a vivir todo de nuevo con tal de que estemos juntos.
Alejandro: ¿Hasta lo malo?
Dany: Lo único malo han sido nuestros errores.
Alejandro: (se levanta), ¡Y los míos casi te provocan la muerte!
Dany: ¡Y tú mismo me la evitaste!, (sonríe), tus besos y tus palabras, me devolvieron mis ganas de vivir. ¿Acaso ahora quieres volver a quitármelas?
Alejandro: ¡Por supuesto que no!
Dany: Entonces no vuelvas a decir que lo mejor es que nunca nos hubiéramos conocido.
Dany trata de levantarse pero aún estaba mareada y lo único que alcanza a hacer, es recargarse en la almohada. Alejandro se acerca a acomodársela. Dany lo observa, pero el tenerlo tan cerca, le permite fijarse que en su mejilla había un rastro de lágrima, y con un dedo seca el camino que dejara.
Dany: ¿Lloraste?
Alejandro: (tenso), ¡Los hombres no lloramos Daniela!, lo que sucedió es que me fui a lavar la cara antes de entrar a verte.
Dany: ¡Y lo hiciste porque lloraste!
Alejandro: De verdad Daniela, ¡no lo hice!
Dany: Cuando me llamas Daniela, es porque estás enojado, o porque te caí en una mentira y buscas intimidarme para que no te siga cuestionando.
Alejandro: ¿Me estás analizando?
Dany: (se ríe), ¡No pero eso es lo que siempre haces!, ¿o acaso me lo vas a negar?
Alejandro guarda silencio y baja la mirada. Dany piensa que no debió decirle algo que para los hombres se considera debilidad.
Dany: ¡Discúlpame Alejandro!, no fue mi intención incomodarte.
Alejandro: (se sienta en la cama), Cuando te ingresaron a urgencias, sentí un miedo que no se lo deseo a nadie... (Susurra), llegué a pensar que te perdería.
Dany: Antes de que cerraran las puertas, alcancé a verte llorando mientras les decías que "salvaran a tu esposa". Eso fue lo que hizo que deseara seguir viviendo, (acaricia su mejilla), ¡quiero vivir Alejandro!, porque éste amor que te tengo, me da vida.
Alejandro aproxima su rostro para besarla, pero Dany lo detiene colocando su mano en su pecho.
Dany: No es el mejor momento para que me beses porque mis labios están muy resecos.
Alejandro la toma del mentón y se acerca más.
Alejandro: Eso no importa... ¿acaso vas a negarme, el placer de besarte?
Dany: Nunca te negaría nada, pero si quieres que te bese, dime lo que hoy me hizo tan feliz.
Alejandro hace un rápido recorrido mental a todas las palabras que le había dicho, pero las únicas eran "Dany", "te amo", y...
Alejandro: Voy a reformular la pregunta, ¿acaso vas a negarle a tu marido, el placer de besar a su esposa?
Dany: (comienza a llorar), ¡Jamás podría negarme a lo que más deseo!
Ambos se acercan y se besan con la ternura y el amor de siempre, aunque ahora el significado había cambiado por uno más importante para los dos. Dany aún tenía cierta vergüenza por lo maltrecho de sus labios, pero Alejandro se dedicó a devolverles la suavidad. El médico entra y llama a Alejandro, sin embargo éste continuaba absorto en la boca de su esposa, y de no ser porque Dany alcanza a decirle que no estaban solos, él hubiera seguido disfrutando del momento. Alejandro se levanta y camina hasta donde se encuentra el médico, y comienzan a hablar en inglés.
Médico: (molesto), ¡Le dije que la paciente necesita descansar porque está muy débil!
Alejandro: ¡Lo lamento doctor!
Médico: Afuera está la enfermera que va a cambiar el suero, le pido que la deje dormir o no terminará de recuperarse, (camina a la puerta), le doy otro minuto para que se despida porque hoy ya no podrá verla.
El médico sale del cuarto. Alejandro regresa con Dany, y toma sus manos.
Dany: ¿Qué tanto te decía ese doctor?
Alejandro: Me regañó por estar haciendo que gastes las pocas energías que recuperaste, y me pidió que te deje descansar.
Dany: (alterada), ¡Pero qué no se dio cuenta de que ya estoy mejor!
Alejandro: Él tiene razón Dany, debes dormir para que te recuperes y podamos regresar a San Gabriel a organizar nuestra boda religiosa.
Dany: (sonríe), ¿Hablas en serio mi vida?
Alejandro: ¡Nunca he hablado más en serio!, y por eso me voy. Descansa y nos vemos mañana.
Dany: ¿Mañana?... ¿te vas a ir?, (triste), pensé que te quedarías conmigo.
Alejandro: Aquí no es como en la clínica. Al menos allá Ernesto nos deja quedarnos en la habitación porque somos amigos... De todas maneras estaré en la sala, por si llegaras a necesitarme.
Dany: (suspira), Otra noche que será larga porque no puedo estar contigo como tu mujer.
Alejandro: Cuando te recuperes todo regresará a la normalidad, ¡no te preocupes!
Médico: (de una rendija de la puerta), ¡Señor por favor!
Alejandro: (voz baja), ¡cómo molesta!, (le da un beso corto en los labios), ¡hasta mañana Dany!
Alejandro da la vuelta y sale del cuarto.
Dany: ¡Hay Alejandro!, ¿por qué no entendiste?... ¿cómo es que Rogelio sí le capta a Ana Paula las indirectas?
Una enfermera entra y sin mirarla se pone a cambiarle el suero. Una vez terminada su labor, se retira y Dany cierra los ojos quedándose dormida al instante.
Hotel de Tuxtla:
Casi al anochecer la familia Montero regresó a descansar. Rogelio había solicitado una habitación para Rosaura y en cuanto llegaron, ella quiso retirarse a dormir y los demás decidieron hacer lo mismo. El matrimonio se encontraba en su cuarto arreglando la cama para Mary y los gemelos. Como Paula deseaba bañarse, Rogelio se ofreció a quedarse con sus hijos hasta que se durmieran. Minutos más tarde, sale con su camisón puesto y secando su cabello. Rogelio también se había cambiado y la esperaba sentado en un sillón.
R: ¿Te relajó el baño?
AP: (seria), Un poco.
Paula camina hasta la cama y se sienta en una orilla. Rogelio se levanta del sillón y se acomoda a un lado de ella.
R: Pensaba que cuando Rosaura saliera libre, las cosas serían como antes... Tu tía siempre fue una mujer con energía, alegre a su manera, y decidida a lograr lo que se proponía... Pero ahora no queda nada de aquella Rosaura fuerte que conocí.
AP: Mi tía se repondrá, amor.
R: (¿?), ¿Entonces no estás así por lo de Rosaura?
AP: Ya habíamos quedado en que no me rendiría hasta que mi tía volviera a ser la de antes ¿no?
R: Sí pero...
AP: (¿?), ¿Pero qué?
R: ¡Nada!
Rogelio se levanta y empieza a des tender la cama empezando por el lado de su mujer, quien enseguida se mete dentro de las sábanas. Cuando él se recuesta, acomoda a su esposa de manera en que pueda darle un masaje en el cuello. Las caricias está vez eran de confortamiento y Paula pronto sintió cómo el nudo de nervios desaparecía.
AP: ¡Gracias amor!
R: No me lo agradezcas Paula... Yo daría lo que fuera por no verte triste.
AP: No estoy triste... Sólo pensaba, (toma aire), cuando fui por mi tía, encontré lo último que me faltaba para liberarme del pasado.
R: (¿?), ¿De qué hablas?
Paula se voltea para darle un pequeño beso y luego se recarga en su hombro.
AP: No es nada malo Rogelio, pero me gustaría guardarlo sólo para mí, ¿estás de acuerdo?
R: Pues no tanto, pero si eso quieres acepto tu decisión.
AP: De nuevo gracias.
Paula abraza a Rogelio, y éste pasaba su mano por los brazos de su esposa para continuar demostrándole su apoyo, aunque minutos más tarde no pudo con el cansancio y se quedó dormido. Paula recordaba la breve conversación que tuviera con Cynthia y de la cual lo único que no entendió, fueron las últimas palabras que su cuñada pronunciara. Como no podía dormir, se levanta despacio para vestirse y salir a dar una vuelta. Cuando estaba pasando por el cuarto de su tía, la ve saliendo con la bolsa de plástico en la que llevaba sus pertenencias. Rosaura cierra la puerta y da unos cuantos pasos pero se queda estática al momento en que Paula la llama.
AP: ¿A dónde vas tía?
Rosaura: (voltea), Lejos de las personas a las que hice mucho daño.
AP: ¿Pero exactamente a dónde?... ¿Tienes una casa?, ¿o algún lugar al que puedas llegar?
Rosaura: No te preocupes más por mí. En verdad te agradezco lo buena que has sido conmigo a pesar de todo, pero ya no pienso continuar abusando tu bondad.
Paula toma la mano de su tía y da la vuelta de regreso al cuarto. Adentro la conduce hasta un sillón en el cual ambas se sientan.
AP: No voy a discutir tus decisiones, pero sí quisiera que al menos nos acompañes a la hacienda y pases unos días con tus sobrinos... Después de eso te prometo que apoyaré cualquier cosa que desees hacer de tu vida.
Rosaura: Allá la gente sabe lo que hice y no me verán con buenos ojos.
AP: Estarás con nosotros en la hacienda y ahí nadie te juzgará, ¡te lo prometo!... ¡por favor tía!, dime que sí vendrás, aunque sea por unos días.
Rosaura podía ver en los ojos de su sobrina la sinceridad de sus palabras, y a pesar del temor que sentía de ir al lugar donde sería señalada, deseaba también el poder disfrutar de un poco de paz.
Rosaura: ¡Está bien hija!, ¡iré!... pero que quede claro que no será por mucho tiempo.
AP: (la abraza), ¡Gracias tía!
Al terminar el abrazo, Paula se pone seria desconcertando a Rosaura.
Rosaura: ¿Qué tienes?
AP: Tía, ¿me puedes platicar un poco de Cynthia?
Rosaura: (¿?), Si quieres que lo haga, por mí no hay problema.
AP: ¡Sí por favor!, necesito entender ciertas palabras.
Rosaura comprende y le empieza a contar. Las horas que permanecieron platicando se extendieron hasta las tres de la madrugada, y como saldrían muy temprano rumbo a la hacienda, ambas acordaron continuarla en otro momento y se fueron a descansar.
Londres – Habitación de Jennifer:
Después de que hablara con Ricardo, Jennifer se encerró todo el día en su cuarto a llorar por lo que James le hiciera a Edward. Ella sabía muy bien la razón por la que su ex esposo lo odiaba tanto, y se maldecía una y otra vez, el haber sido la causante de la desgracia del hombre que ama. Casi al anochecer se quedó dormida y despertó hasta el día siguiente. Al levantarse se baña y saca del closet un vestido blanco con su clásica minifalda y un escote discreto. Mientras se arreglaba, se acuerda que no fue a recoger el ganado de Rogelio, y sale de su habitación en busca de Ricardo.
Un coche negro arriba al hotel, del cual bajan Edward, Ricardo y Hugo. Los tres estuvieron atendiendo el traslado de los animales a la casa de Edward la tarde anterior, pero como únicamente les entregaron la mitad, se vieron en la necesidad de ir en la madrugada por el resto. Jennifer iba saliendo y al verlos se queda quieta observando cada rasgo de Edward. Entre más lo veía, más convencida estaba de que a pesar de todo lo sucedido, deseaba estar a su lado.
Ricardo: (exhala), ¡Hasta que por fin terminamos!
Hugo: ¡Perdón Ricardo!... Si no hubiera sido porque me confundí con esos documentos, no se habría retrasado la entrega del ganado.
Ricardo: Todos nos hemos equivocado alguna vez, y aquí la idea es que tú como encargado de administrar la hacienda, aprendas a la perfección éste tipo de trámites. Además no me molestó lo sucedido, y pienso que a Edward tampoco... ¿verdad?
Edward: (pensativo)...
Hugo: Creo que él sí está molesto.
Ricardo: Edward... ¿Edward nos estás escuchando?
Ricardo le chifla pero éste seguía ausente a todo, hasta que a su espalda escucha la voz de Jennifer que lo llama, y de inmediato voltea a verla. Ricardo hace una seña a Hugo indicándole que se vayan. Edward permanecía inmóvil mientras Jennifer se le acercaba lentamente. Ella trataba de caminar rápido, pero estaba nerviosa debido a su imponente presencia. Al estar frente a él, pierde nuevamente el valor y sólo se dedica a mirarlo.
Edward: ¿Se le ofrece algo Licenciada Smith?
Jennifer: Se me ofrecen muchas cosas, pero en éste momento me es imposible pedírtelas.
Edward: (¿?), ¿Y qué se lo impide?
A Jennifer le comenzaba a molestar la manera con la que le hablaba, y los nervios de pronto cambiaron por determinación.
Jennifer: ¿Por qué desde ayer te la has pasado llamándome "Licenciada Smith"?
Edward: Porque hace dos días usted me volvió a decir "Señor Sanders", y supuse que no deseaba que la siguiera tuteando.
Jennifer: Pensé que esa anoche se había aclarado todo, (triste), pero tú sigues creyendo que estuviste con una borracha.
Edward: (¿?), ¿Estás diciendo que recuerdas lo que pasó aquella noche?
Jennifer: ¡Mucho más que tú por lo que veo!
Edward: (tenso), Si no tomaste alcohol, significa que te diste que cuenta de que yo...
Jennifer estira su mano para sujetar la de Edward y comienza a caminar hacia el bosque... Al encontrar una banca debajo de un árbol, ella toma asiento y si soltar su mano, lo hace que también se siente.
Edward: ¡Escucha Jennifer!, lo que menos quiero es que mi condición influya en tus sentimientos... Sé que lo que hice no tiene disculpa y...
Jennifer: Ya te dije que te perdonaba.
Edward: ¡Eso fue porque aún no sabes toda la verdad!, pero cuando te diga cómo ocurrieron las cosas, estoy seguro de que no querrás volver a verme... Jennifer, yo soy el único culpable de todas tus desgracias.
Jennifer coloca un dedo en los labios de Edward para callarlo.
Jennifer: No te niego que me fascina escuchar tu voz varonil, (sonríe), ¿pero puedes dejar de decir tonterías?
Edward: (¿?)...
Jennifer suelta su mano para deslizarse en la banca hasta quedar a escasos centímetros de Edward. Luego le quita los lentes y cuando trata de acariciarle su párpado, él se voltea evitando que vea su ojo de vidrio.
Edward: ¿Me puedes devolver los lentes?
Jennifer: ¿Por qué?
Edward: No siento que te sea agradable verme así.
Jennifer: Ya te vi sin los lentes.
Edward: No es lo mismo porque de noche no se nota demasiado.
Jennifer: ¡Pues lo siento pero no te los devuelvo!
Ella sujeta su mentón y lo obliga a mirarla.
Jennifer: Escogí un lugar bonito y gracias a la sombra que produce el árbol, la luz del sol no te va a lastimar.
Edward: Hablaste con Ricardo ¿no es cierto?
Jennifer: Sí... ¡pero antes que se te ocurra decir otra cosa, te advierto que no vine aquí para hablar del pasado, sino de nuestro futuro!
Edward: (¿?), ¿De nuestro futuro?
Jennifer: ¡Así es!, y para comenzar, (señala con su mano), ¡mira a hacia el frente!
Edward dirige su vista hacia donde Jennifer dirigía su mano y observa que estaban cerca de un pequeño lago, que contaba a su alrededor con un paisaje idéntico a la antigua época medieval. A lo lejos se vislumbraban pequeñas casas de estilo rústico y un molino. La belleza del lugar lo dejó fascinado, y más porque era la primera vez en mucho tiempo que podía disfrutar de algo como eso, sin los molestos lentes oscuros. Jennifer sentía una gran felicidad debido a la sonrisa que comenzaba a aparecer en el rostro de Edward y sin más, lo abraza colocando su cabeza en su pecho. Al principio él se desconcertó, pero enseguida corresponde al gesto abrazándola fuerte. Jennifer escuchaba los latidos del corazón de Edward que en ese momento estaban igual de acelerados que los suyos.
Jennifer: ¿Recuerdas el sueño que una vez les conté a Ricardo y a ti?
Edward: ¡Sí!... ¡Lo recuerdo perfectamente!... Tu sueño era que te trajera a Inglaterra para que encontraras al hombre de tu vida, y pudieras declararle tu amor en un lugar idéntico a los cuentos de la literatura romántica.
Jennifer: ¡Exactamente!, pero cuando se los estaba contando, cambie algunas palabras, (se ríe nerviosa), así que la verdadera frase sería, "mi sueño es que me trajeras a Inglaterra para declararte mi amor en un lugar idéntico a los cuentos de la literatura romántica"... (Apenada), ¡sé que se escucha ridícula!, pero tenía diecisiete años y ni siquiera entendía bien mis sentimientos, (levanta su rostro para mirarlo a los ojos), sin embargo, a pesar de no entenderlos, tú siempre estuviste conmigo en ese sueño
Edward trata de soltarla pero ella lo abraza de su cuello.
Jennifer: Ya no soy aquella adolescente que no entendía lo que sentía... Ahora soy una mujer que no está dispuesta a permitir que el hombre que ama vuelva a alejarse de ella.
Edward: Yo tampoco quiero alejarme de ti, pero las cosas que hice no son fáciles de olvidar... me gustaría creer en que el día de mañana, mis errores no van a separarnos.
Jennifer: ¿Tú me amas?
Edward: (¿?), ¿Estás poniendo atención a lo que estoy diciendo?
Jennifer: ¡Te oí!, pero ya te dije que no me interesan las cosas del pasado. Lo único que me importa es saber lo que sientes por mí... Edward, ¿tú me amas?
Edward: ¡Te amo con toda mi alma!, y es tan grande éste sentimiento, que ni los años han podido borrarlo.
Jennifer: (sonríe), Eso es todo lo que yo necesitaba saber.
Jennifer cierra los ojos y aproxima su rostro al de Edward posando con nerviosismo sus labios en los de él. Edward volvió a sentir aquél beso dulce y lleno de amor que una vez ella le diera en la hacienda del Fuerte. Esa embriagadora sensación que ambos experimentaban, los hizo profundizarlo dejando salir una pasión desconocida para ellos hasta ese momento, y aunque no deseaban separarse, la falta de aire se hacía mayor debido a la intensidad con la que liberaban lo que en años no pudieron demostrarse. Cuando ya es inevitable la necesidad del oxígeno, terminan el beso pero sin dejar de acariciarse los labios.
Jennifer: ¡Yo también te amo!, pero eso ya lo sabías ¿verdad?
Edward: Lo sabía, pero no había podido escucharlo de tu boca, (sonríe), oírtelo decir hace que me sienta el hombre más afortunado del mundo.
Jennifer: ¡Entonces se podría decir que acabo de cumplir con la primer parte de mi sueño!
Edward: ¡Primera!... ¿quieres decir que hay una segunda parte?
Jennifer: ¡Son tres en total!, sólo que las otras dos las soñé hace unos meses, pero después te las cuento... Ahora lo que me interesa saber, es sí ya recuperaste el aire.
Edward: (¿?), ¿Por qué esa pregunta tan fuera de lugar?
Jennifer: (acerca más su rostro), Porque besas muy bien y me dejaste picada.
Edward: (se ríe), ¡Gracias por el cumplido!
Jennifer: (emocionada), ¡Te reíste!
Edward: (¿?), Sí... pero ¿qué tiene de raro?
Jennifer: Aparte del hermoso color de ojo que tienes, también me emocionaba escucharte reír... pero desde que te volví a encontrar, no te había visto ni siquiera sonreír... ¡bueno!, sí lo hacías, pero no sinceramente.
Edward: No tenía una razón para reír. Al menos no desde que me alejé de tu lado... Pero ¿de qué me criticas?, desde que cruzaste la puerta de mi oficina, jamás pude encontrar en tu rostro, aquella mirada dulce y esa sonrisa con la que siempre llegabas al entrenamiento. Además de que tu sentido del humor era bastante agrio.
Jennifer: Sí sonreía, pero tu indiferencia me dolía y mi mejor defensa fue el ataque.
Edward: (serio), ¡Perdóname!... nunca debí tratarte así, y menos porque eres la persona más importante en mi vida.
Jennifer: Tú también lo eres en la mía... (Acaricia sus labios), pero tengo una queja y es que estás evadiendo mi pregunta.
Edward: (vuelve a sonreír), Te aseguro que ya estoy bastante recuperado.
Jennifer se muerde el labio inferior y luego toma la nuca de Edward para acercarlo y regalarse los besos que ambos se debían desde hace tantos años.
Hacienda del fuerte:
Ernesto y su familia habían llegado temprano porque María le avisó que Paula quería que todos estuvieran presentes para recibir a Rosaura. Mercedes no estaba muy de acuerdo con los preparativos que se hicieron, pues pensaba que parte de la desgracia de su hermano, se la debía a ella. Sin embargo le prometió a Ernesto que se comportaría y que tampoco diría cosas fuera de lugar.
Desde la terraza, Helena observaba todo el ajetreo y se preguntaba ¿quién sería la persona a la que le decoraban la casa con tanto esmero?, Vanesa y su hija se dirigían a colocar un arreglo de flores en la salita y Helena voltea sobresaltada.
Helena: ¡Discúlpeme señora Galván!, no escuché que había llegado.
Vanesa: (¿?), ¿Y qué estaba haciendo aquí?, ¿no se supone que debería estar con Consuelo?
Helena: La señora Dueñas me dijo que hoy no trabajaríamos sino hasta la tarde.
Vanesa: ¡Bueno!, si no va a trabajar, ¿por qué no se fue a su casa?
Helena: ¡Ya me iba!, sólo que me entretuve viendo el arreglo que le están haciendo a la fachada de la casa... parece que vendrá alguien importante ¿no?
Vanesa: Sí... pero ese no es asunto suyo.
Helena: (contiene su enojo), Tiene razón señora.
Helena comienza a caminar pero se detiene frente a Vanesa.
Helena: Sé que esto tampoco me importa. Pero cuando nos presentamos, usted me dijo que era la señora Galván, y luego que salí del despacho me quedó una duda... ¿por qué no usa el apellido de su esposo?
Vanesa: (enojada), No tengo por qué darle explicaciones a una mujer que sólo es una empleada ¿no cree?
Helena: De nuevo está en lo cierto... Perdone mi falta de respeto... Con permiso.
Helena se retira dejando a Vanesa con unas ganas enormes de llorar, pero los gritos de los peones anunciando la llegada de sus patrones, le hicieron contenerlas y carga a su hija para bajar. Helena también escuchó el alboroto y se quedó parada en un muro junto a la entrada. María, Ernesto, Mercedes, Gerardo, Pancho y Consuelo, se colocaron frente a la casa. Cuando Vanesa por fin logra llegar, la camioneta ya estaba estacionada. Los dos hermanos son los primeros en bajar, seguidos por Rogelio, (que de inmediato ayuda a Paula con los gemelos). María se acerca y saluda a Paula con un beso en la mejilla. Gerardo se suelta de la mano de su mamá y va con Mary y Margarito. Ernesto y Mercedes saludan a Rogelio, y Vanesa espera a que María termine con Paula para darle su abrazo. Helena se mantenía alejada, pero no perdía detalle de nada de lo decían los demás.
Dentro de la camioneta, Rosaura veía el cariño que las personas le demostraban a su sobrina, y eso la puso más nerviosa, porque presentía que muchos de ellos no estarían cómodos al tener que recibirla a ella... Al término de los saludos, Paula va hacia la camioneta y casi jalando a Rosaura, hace que baje. Todos los presentes guardaron silencio, confirmándole que nadie estaba de acuerdo con su liberación. María siente un poco de pena y decide ser la primera en darle la bienvenida.
María: (extiende sus brazos), ¡Bienvenida Rosaura!
Rosaura agacha la mirada antes de abrazarla.
Rosaura: (se separa), ¡Gracias María!
María: (¿?), ¡De nada!
Rogelio: ¡Caramba señores!, les dijimos que esto sería una fiesta porque al fin tendremos con nosotros a Doña Rosaura... Tía de mi amada esposa Paula, (mira a Rosaura), y espero de corazón, que se quede por mucho tiempo.
Todos comienzan a aplaudir, y una de las empleadas de servicio, lleva unas copas con champaña. Rogelio hace un brindis y da inicio a la pequeña reunión para celebrar a Rosaura.
Estados Unidos – Hospital:
Alejandro se quedo a dormir en la sala de espera, y en cuanto dieron las ocho de la mañana, va en busca del médico para saber si puede pasar a ver a su esposa, pero una enfermera le dice que llegaba a las nueve, y que no había dado autorización de que la paciente recibiera visitas. Después de eso estuvo esperando muchas horas, sin embargo el doctor no llegaba, en su mente se preguntaba los motivos que tenía el médico para no permitirle estar cerca de su esposa, aunque se daba una ligera idea, y quería comprobar que estaba en lo correcto. Así que llama a la única persona en Estados Unidos, que podía sacarlo de dudas.
Laura: (contesta), ¡Hello!
Alejandro: ¡Buenos días Laura!, ¿cómo has estado?
Laura: ¡Buenos días Alejandro!, estoy muy bien... ¿cómo están Dany y tú?
Alejandro: Yo me encuentro bien, pero Dany está en el hospital.
Laura: (preocupada), ¿Qué le paso?
Alejandro: Estuvo tres días sin comer, y casi no tomaba agua. Eso le provocó que se deshidratara y, (voz quebrada), que por poco la perdiera.
Laura: Pero ya se encuentra fuera de peligro ¿verdad?
Alejandro: El médico dice que sí, pero que tardará unos días en recuperarse, y justamente por el médico es por lo que te llamo... Laura, nos encontramos aquí en Estados Unidos, y desde que ese doctor la está atendiendo, me habla golpeado y no quiere que esté mucho tiempo cerca de ella... Comprendo que en este momento Dany requiere descanso, pero la actitud de éste médico me hace suponer otra cosa.
Laura: ¡Y estás en lo correcto!... Él debe pensar que Dany sufre maltrato intrafamiliar, y algo me dice que ahora mismo está solicitado que se te investigue. Sobre todo porque eres extranjero y sería una forma de molestarte.
Alejandro: ¡Ya lo suponía!... Laura ¿te puedo pedir un favor?
Laura: ¡El que quieras Alejandro!
Alejandro: Tú sabes cuánto amo a Dany y que jamás la maltrataría, aunque no niego que sí fue culpa mía el que no quisiera comer. Pero tampoco es justo que un hombre que no sabe como pasaron las cosas, vaya y me perjudique, por eso debo arreglar éste asunto lo más rápido que pueda.
Laura: ¡Tienes razón Alejandro!, y me imagino que lo que necesitas es que me quede con Dany.
Alejandro: Si no es mucha molestia.
Laura: Claro que no es molestia, a Dany le tengo cariño... Dame la dirección, y estaré ahí enseguida.
Alejandro le da la dirección, y Laura sale de inmediato al hospital. Mientras la espera, él hace unas llamadas al bufete y otras a la empresa de Edward, pues estaba seguro que tendría que especificar los motivos de su presencia en Estados Unidos.
Hacienda del Fuerte:
El pequeño festejo duró pasadas las dos de la tarde. Poco a poco los trabajadores regresaron a sus labores. Ernesto y Mercedes se retiraron, aunque prometieron volver por la noche a recoger a Gerardo, que quiso quedarse a jugar con Mary y Margarito. Vanesa fue a su recámara a seguir revisando el proyecto de la escuela, y el matrimonio llevó a dormir a los gemelos. María le ofreció un té a Rosaura y ésta aceptó, pero en lugar de que María lo preparara, Rosaura se le adelantó, y en minutos el té quedó listo. Rosaura sirve dos tazas y las deja en la mesa para después tomar asiento. María se encontraba muy sorprendida e intrigada por la manera tan rara con la que se comportaba.
María: No sé porque presiento que usted es otra persona.
Rosaura: Lo soy María.
María: (exaltada), ¡No, sí de eso ya me di cuenta!, y le digo de una vez que no me agrada su nuevo carácter... ¡Ya hasta me hacía peleando con usted cómo antes!
Rosaura: Esos tiempos ya no regresaran... no se preocupe.
María: (¿?), Rosaura, ¿por qué no me mira a la cara?... Desde que llegó no ha dejado de mantener la mirada clavada en el piso.
Rosaura: ¿Cómo podría una mujer como yo, mirar de frente a las personas honradas?
María: Le juro que ya me está preocupando su manera de hablar... Paula estaba muy ilusionada con su liberación, así que le ruego que no la haga sufrir con esas ideas depresivas que ahora tiene.
Rosaura: No tendrá que angustiarse por eso... En unos días me voy de aquí.
María quiso hablar de nuevo, pero en ese momento entra Helena a la cocina.
Helena: ¡Perdón por interrumpir!... sólo venía por un vaso con agua.
María: No hay cuidado señorita.
Paula también llega, y al ver a Helena le regresa esa intranquilidad que sentía cada vez que se la encontraba.
Helena: ¡Buenas tardes señora Montero!
AP: (seria), ¡Buenas tardes señorita Santana!
El tono serio en la que Paula le habló a Helena, hizo que Rosaura levantara la vista y la dirigiera a la mujer que provocaba el disgusto de su sobrina.
Helena: Nada más vine por agua... tenemos mucho trabajo, así que me retiro... hasta luego señora Montero.
Helena se fue, pero Paula no quitaba la cara de molestia. Para tranquilizarse sirve en una taza algo de té y se sienta. La bebida no le duró nada porque se la tomó muy aprisa. Ambas señoras la observan cuando se levanta y se sirve otra taza. Al regresar a sentarse, se da cuenta de las miradas de su tía y María.
AP: (¿?), ¿Pasa algo?
María: Nada hija.
Rosaura: ¿Tienes problemas con esa mujer?
AP: No tía. ¡El único problema es que no la soporto!
María: ¡Ésta muchacha sigue sin poder controlar sus celos!
AP: ¿Cuáles celos María?... ¡esa tipa no podría intimidarme jamás!
María: Claro que no, porque "esa tipa" es muy seria, ¡y no creo que tenga la intención de robarte a Rogelio, estando enamorada de otro hombre!
AP: (susurra), ¡Eso espero!
Rosaura: ¿Quién es?
AP: Es una nueva asistente. Como en unas semanas Rogelio y yo, salimos a Inglaterra, esa mujer y Consuelo estarán al frente de la hacienda.
Rosaura: Si no te caía bien, nunca debiste permitirle la entrada a ésta casa. Pero no tengo derecho a criticarte, porque también a mí me permitiste volver, (se pone de pie), estoy cansada por tantas emociones... me voy al cuarto que me asignaron.
Rosaura se encamina a la recámara que ocupara hace años. María y Paula no dejaron de verla ni un instante hasta que salió de la cocina.
María: Rosaura cambió demasiado.
AP: ¡Es otra María!, lo peor es que no tengo idea de cómo ayudarla para que recupere su buen humor.
María trata de confortar a Paula, y también le da algunos consejos de cómo apoyar a su tía.
Rosaura iba por el pasillo cuando ve a Helena mirando fijamente hacia la parte superior de la escalera. Lo que en realidad le causo extrañeza, es que parecía estar esperando algo. Helena no se percató de la presencia de Rosaura, y luego de unos segundos se dirige al despacho. Al verla irse, Rosaura retoma su camino a la recámara.
Londres – Hotel:
Ricardo y Hugo jugaban ajedrez en un área especial del hotel. Ninguno de los dos tenía idea de cómo jugarlo, pero hacían el intento, (era eso o bádminton). Edward llega con ellos y al verlos tan entretenidos, jala dos sillas y toma asiento en una para observarlos mejor. De repente Ricardo grita de emoción, ya que supuestamente había ganado la partida.
Ricardo: ¡Lástima Hugo!, te acabo de ganar veinte dólares.
Hugo: Apostamos ciento cincuenta pesos. Si te doy los veinte, pierdo más que lo acordado.
Ricardo: Para ser justos, mejor págame ocho libras esterlinas.
Edward: ¿Y si mejor los dos me pagan a mí?
Ambos hombres voltean a ver a Edward, pero Ricardo se quedó bastante sorprendido porque su amigo tenía una sonrisa en el rostro. Lo cual era poco común en él, (al menos desde hace unos años).
Ricardo: (¿?), ¿Y por qué habríamos de pagarte a ti, si ni siquiera estabas jugando?
Edward: Porque ninguno ganó... Esos movimientos fueron los más horribles que he visto en toda mi vida, y eso que sólo tengo un ojo.
Ricardo: (sorprendido), ¿Humor negro?... la última vez que te oí decir cosas como esas, fue antes de que renunciaras a seguir al frente del Hipódromo.
Ricardo se fija mejor en el rostro de su amigo, y alcanza a ver un poco de lápiz labial en un costado de su boca.
Ricardo: Creo que se te vería mejor un color de más discreto en los labios. Ese casi no te favorece amigo.
Edward se limpia rápidamente la boca y Ricardo no puede evitar reírse, (Hugo sólo los observaba).
Ricardo: No te voy a preguntar quién te dejo semejante marca, porque por la sonrisa sé que fue Jennifer.
En ese instante, Jennifer llega con dos vasos de piña colada. Edward se levanta para ayudarla con la silla y le detiene el otro vaso. Antes de que Ricardo pudiera decir otra cosa, Jennifer le da un beso a Edward que no fue para nada corto.
Jennifer: (termina el beso), Espero que te guste la piña colada. Quise algo sin demasiado alcohol, por lo que ya sabes.
Edward: Por mí está perfecta, (sonríe), ¡muchas gracias!
Ricardo: ¿Y a nosotros no nos trajiste nada?
Jennifer: (extiende su mano), Si me das para comprarla, te traigo una, (a Hugo), a ti te la invito.
Hugo: ¡Cómo cree señorita Smith!, (se levanta), yo voy a traer algo para Ricardo y para mí.
Hugo se dirige a la barra, y Ricardo no deja mirar a la pareja con insistencia.
Jennifer: ¿Se te perdió algo Ricardo?, ¿o hay algo interesante en nosotros?
Ricardo: ¿No piensan platicarme la hermosa reconciliación?
Jennifer: (se recarga en la mesa), ¿Quieres detalle a detalle, o una versión más corta?
Ricardo: Detalle a detalle estaría bien.
Jennifer iba a comenzar a platicarle, pero Edward la sujeta de los hombros y con delicadeza hace que se recargue en la silla.
Edward: Después yo se lo cuento... Alguien me advirtió que ustedes dos tenían el mismo sentido del humor, y quiero evitarme las burlas que seguramente me va hacer Ricardo.
Jennifer: Yo jamás diría algo que te incomodara.
Edward: Ya sé que tú no, pero Ricardo es otra cosa.
Ricardo: ¡Y yo que pensaba que ya habías dejado de ser un amargado!... ¡Jennifer!, tienes que hacer que éste aburrido vuelva a ser el de antes.
Jennifer: Me gusta más ahora, (acaricia el rostro de Edward), tiene un halo de misterio que me fascina. Además soy muy egoísta y quiero que todas sus sonrisas me las regale sólo a mí.
Edward sonríe y Jennifer trata de volver a besarlo, pero Ricardo los detiene.
Ricardo: Si no estuviéramos en un hotel, los mandaba a uno... Al menos tengan consideración por los presentes. Hugo me dijo que Ana Paula y Rogelio se la viven besándose frente a todo el mundo... yo espero que la madurez que ustedes tienen les evite imitarlos.
Edward: Tienes razón... lo siento Ricardo, te prometemos que no vuelve a suceder.
Jennifer: ¿Estás hablando en serio?
Ricardo: (se ríe), ¡Claro que no!, pero me divirtió la cara de apenado que puso tu novio.
Las palabras de Ricardo hicieron que la pareja se miraran con sorpresa, y durante el resto de la velada no pudieron apartar de su mente el nuevo término que habían adquirido.
Hacienda del Fuerte:
Luego de terminar la plática con María, Paula va a su recámara a ver cómo se encontraban los gemelos. Rogelio había arrullado a sus hijos y mientras esperaba a que su esposa regresara, leía unos documentos que Consuelo le diera. Paula entra y le da un vistazo a la cuna para después ir a sentarse junto a su esposo.
AP: ¿Qué lees?
R: Unos pedidos que solicitaron los clientes de Monterrey.
AP: ¿Los clientes del rancho?
R: ¡Así es!, (le entrega el folder), léelos para que vayamos con Consuelo a verificar si contamos con todo lo que piden.
Paula toma el folder y lee cada apartado con suma paciencia. Cuando termina de revisarlo, ella y Rogelio bajan al despacho. Él entra primero y Paula iba detrás.
R: Consuelo, venimos a ver lo del pedido de los clientes de Monterrey.
Consuelo: Sí patrón, nada más que la persona que recibió el pedido fue la señorita Santana.
R: (voltea a todos lados), ¿Y en dónde está?
Consuelo: Justamente se fue con Pancho a cerciorarse de que contemos con suficiente cabeza de ganado.
AP: ¿Apenas?... el pedido tiene la fecha de ayer.
Consuelo: Según ella lo enviaron hoy.
Helena entra y de inmediato Paula le extiende el folder.
AP: Señorita Santana, recuerdo que le dije que el cliente de Monterrey, es uno de los más importantes para el rancho. Pero resulta que usted no atendió su pedido cuando se le envió la solicitud.
Helena: ¡Sí lo hice señora!, hace rato que se encontraban en la reunión, fue que llego por mail ese pedido.
AP: El pedido no tiene la fecha de hoy sino de ayer.
Helena: ¡Le juro que le estoy diciendo la verdad!
AP: (alza la voz), ¿Entonces la que miente soy yo?
R: ¡Cálmate Paula!, si quieres salir de dudas, lo más conveniente sería que revisaras el correo a ver si la fecha es de ayer o de hoy... ¿Consuelo, puedes hacernos el favor de checarlo?
Consuelo: ¡Sí patrón!
Consuelo revisa los correos, y con algo de nerviosismo se dirige a Rogelio.
Consuelo: El correo tiene la fecha de hoy patrón.
Rogelio voltea a ver a Paula y luego se acerca a Helena.
R: Lamentamos mucho éste error Helena, ¿me puede permitir los datos que fue a buscar con Pancho?, (ella le entrega una hoja), ¡Gracias!, y me parece que ya fue mucho trabajo el que hicieron usted y Consuelo, así que ya se pueden retirar a descansar.
Helena: Aún faltan algunos detalles de ese pedido y me gustaría terminarlos.
R: No se presione, el pedido tiene fecha de entrega para pasado mañana, y con lo que lleva avanzado, estaría listo mañana mismo, (sonríe), ¡la felicito Helena!, usted está demostrando lo eficiente que es en las funciones que se le asignaron.
Helena: ¡Muchas gracias señor Montero!, y le tomo la palabra, me retiro antes de que se haga de noche.
Helena va por su bolsa y se acerca a Paula.
Helena: Hasta mañana señora Montero.
Paula responde con un leve movimiento de cabeza. Helena y Consuelo vuelven a despedirse pero el único que contesta es Rogelio. Cuando ellas salen, él se aproxima a Paula.
R: ¿No te parece que estás siendo muy injusta con esa mujer?
AP: ¿Y a ti te parece correcto tutearla enfrente de tu esposa?, (alterada), ¿desde cuándo la llamas por su nombre?
R: ¡Apenas tiene unas horas!, ¿pero qué hay de malo, sí a Consuelo también la llamo por su nombre?
AP: ¡Es diferente!... ¿y cómo dices que llevas unas horas, sí se supone que no estuvimos en la hacienda?
R: Ayer me llamó para pedirme prestada una de las camionetas de la hacienda, y también me pidió que la llamara por su nombre... ¡Eso no es un pecado!, ¿o sí?
AP: ¿Te llamó y no tuviste la delicadeza de avisarme?
R: (exaltado), No lo consideré importante.
AP: Por la forma en que lo dices, me das a entender que yo no soy tan importante como para tomarme en cuenta.
R: No cambies mis palabras Paula.
AP: ¡Entonces piensa antes de darles ese tipo de entonación!, porque para mí eso significaron.
R: ¡Paula por Dios!
AP: ¡Ya no quiero seguir discutiendo, o ambos diremos cosas de las que después nos vamos a arrepentir!, (abre la puerta), voy con mis hijos.
Paula azota la puerta y Rogelio se deja caer en el sillón.
Estados Unidos – Hospital:
Laura tenía más de tres horas de haber llegado al hospital. En cuanto Alejandro la vio, la puso al tanto de la situación y luego se fue a resolver el problema que tenía con el médico. Él esperaba que todo se arreglara rápidamente, sin embargo el doctor se le adelantó y consiguió que se levantara una orden de restricción. Eso le impediría ver a su esposa, por lo menos hasta que obtuviera un amparo, y demostrara que las cosas no fueron como el médico había dicho. Como no quería preocupar a su esposa, le pidió a Laura que inventara cualquier pretexto para disculpar su ausencia en el hospital. Laura aceptó, pero ninguna de las ideas que se le ocurrían, le parecían convincentes. Una de las enfermeras se le acerca y le da un ramo de rosas que Alejandro mandara para su esposa. Con algo de miedo, va al cuarto de Dany a entregárselas.
Dany veía fijamente el techo intentando de esa manera distraerse. Desde la mañana estuvo esperando a que su esposo fuera a verla, sin embargo ya pasaba de las seis y Alejandro no se aparecía. Alguien toca la puerta y de golpe se sienta en la cama. Emocionada da el paso, pero se desilusiona al ver que no era a quién esperaba.
Laura: ¡Hola Dany!, ¿cómo te sientes?
Dany: (melancólica), Mejor, ¡gracias Laura!
Laura: ¿Y a qué se debe esa carita de tristeza?
Dany: Alejandro no ha venido en todo el día. Tal vez ya se arrepintió de lo que dijo ayer.
Laura: (le extiende el ramo), Alejandro me pidió que le entregara éste bonito ramo de rosas, a su amada esposa Dany.
Dany toma el ramo y huele las rosas.
Dany: (contenta), ¿Él te contó?
Laura: Sí Dany... y sí hubieras visto la alegría con la que lo hizo, te sentirías mucho más contenta.
Dany: ¿Y está afuera?
Laura: No... Y hoy no creo que pueda venir.
Dany: (¿?), ¿Y por qué no?
Laura: (tensa), Porque recibió una llamada sobre el asunto del tal James Clayton, y como abogado del señor Sanders, tiene la obligación de atenderlo... Pero antes de irse me pidió que te dijera que te ama con toda su alma.
Dany: (triste), Supongo que así es la vida de la esposa de un abogado, (trata de sonreír), En realidad no puedo quejarme... yo me enamoré de él porque es un hombre muy responsable, y eso me llena de orgullo.
Laura: ¡Sí!... pero estoy segura que en cuanto tenga la oportunidad vendrá corriendo a verte, porque ahora tú eres lo más importante para él.
Dany: ¡Dios te oiga Laura!
Laura se queda con Dany dos horas más, hasta que una enfermera le dice que tenía que retirarse. La melancolía de Dany era tan grande, que ni siquiera puso atención cuando Laura estaba despidiéndose de ella. Al verla tan deprimida, Laura le pidió a la enfermera que le pusiera un calmante, y casi al instante de haberlo hecho, Dany se quedó dormida, aunque en su inconsciencia llamaba a Alejandro.
San Gabriel – Pensión:
Helena llevaba unas bolsas con un poco de mandado. Al abrir la puerta de su cuarto, se asusta al ver a David sentado en una silla y mirando hacia la puerta. Como puede detiene las bolsas que casi se caían y las coloca en la mesa.
Helena: Deberías rentar otro cuarto. No es posible que tenga que soportar que entres y salgas cuando se te dé la gana.
David: No quiero gastar en otra renta.
Helena: Dijiste que éramos hermanos... ¿no crees que sea mal visto que duermas con tu hermana?
David: (se pone de pie), ¡me importa muy poco lo que ésta gente pueda pensar!
Helena: ¡Cómo quieras!... ¿y dónde estuviste?, desde ayer te largaste a quién sabe dónde.
David: ¡No tengo por qué darte explicaciones!, mejor cuéntame, ¿Qué tal te fue con la esposa del señor Montero?
Helena: ¡Estaba que reventaba de coraje!... esa mujer permite que le gane su temperamento, y cuando quiso regañarme le salieron las cosas al revés, (sonríe), el guapo de su marido terminó pidiéndome disculpas.
David: ¿Y te llamo por tu nombre?
Helena: Sí... y debo felicitarte, eso seguramente la puso peor.
David: Es una pequeñez comparado con lo que sigue. Nada más que necesito que seas paciente y no permitas que te gane el deseo que le tienes al marido.
Helena: Me estás pidiendo algo muy difícil.
David: Pues vete mentalizando que tendrás que aguantarte por lo menos las semanas que estarán en Inglaterra. Cuando estén lejos, prepararé lo necesario para conseguir su dinero.
Helena: ¿Y qué más quieres que haga?
David: Mañana te acompaño a la hacienda. Tengo que observarlos a detalle para que me lleguen la ideas, (sonríe), además me encantaría conocer a la esposa de mi querido amigo Ricardo.
Helena: (tensa), ¿Y para qué quieres conocerla?
David: ¡Ese asunto es sólo de mi incumbencia!
Helena: Mejor vas otro día... Es que hoy llegó la tía de la mujercita y no te van a atender, y menos sin una razón válida para que estés ahí.
David: (pensativo), Tal vez tengas razón... primero tengo que planear la manera de acercármeles sin que sospechen, (le da golpe en la frente), ¡hasta que usas ese cerebro!... ahora voy a salir, tengo hambre y prefiero mil veces comer fuera, a soportar tus horribles guisados.
David sale del cuarto. Helena coloca sus manos en el respaldo de una silla y saca el aire que contuvo por la tensión.
Helena: (voz baja), De todo en lo que te he ayudado, esto es lo único que me aterra que vuelvas a hacer.
Hacienda del Fuerte:
Rogelio trataba de ponerse al corriente con el trabajo de la hacienda, pero por más que intentaba concentrarse, no lo consiguió porque en su mente estaba la escena vivida hace unas horas. De tanto repasarla, se dio cuenta de que se había excedido, y se levanta para ir a pedirle perdón a su esposa.
Paula se encontraba dentro de las sábanas de su cama, (en sus ojos se notaba que estuvo llorando). Lo que su tía le dijera le daba vueltas en la cabeza, y se recriminaba por no haberle hecho caso a sus instintos... "jamás debió permitirle la entrada a esa mujer". El ruido de la manija de la puerta, la hace que se meta en las cobijas y se tapa hasta cubrir su cara.
Rogelio entra y camina a sentarse a un lado de su mujer.
R: Paula, se bien que no estás dormida, (voz suave), ¡Por favor amor!, déjame verte.
Paula se descubre bruscamente y se acomoda en el respaldo de su cama con los brazos cruzados y sin mirar a Rogelio.
AP: (enojada), ¿Qué quieres?... ¡viniste a continuar defendiendo a esa mujer!
R: No mi amor... Vine a pedirte una disculpa, no fue mi intensión pelearme contigo, y menos por una tontería.
AP: ¿Tontería de quién?, (alza la voz), ¿mía acaso?
R: ¡Claro que no Paula!, aunque hay que admitir que no debiste regañarla sin estar segura.
Paula trata de cubrirse de nuevo, pero Rogelio la detiene abrazándola.
R: ¡Perdón amor!, no hablemos de Helena.
AP: (trata de zafarse), ¡Suéltame no quiero escucharte!, al menos no hoy... Por favor Rogelio, deja que me tranquilice y mañana hablamos.
Rogelio la suelta y Paula se acuesta de nuevo dándole la espalda. Él no dejaba de mirarla y después de un momento, se levanta para cambiarse de ropa y acostarse. Aún era temprano y quizás por eso ninguno de los dos pudo cerrar los ojos en toda la noche.
Londres – Hotel:
Cerca de las dos de la madrugada y luego de terminar la última partida contra Ricardo, Edward acompañó a Jennifer a su habitación. Ella iba tomada de su brazo, pero en todo el camino no pronunció una sola palabra y parecía ausente. Eso le hacía pensar a Edward que demasiadas emociones provocaron que se sintiera cansada, (al menos esperaba que fuera así). Al llegar a la puerta de su cuarto, él retira su brazo y sostiene las manos de Jennifer.
Edward: ¿Te pasa algo?
Jennifer: ¿Qué más podría pasarme?, (lo mira), lo único es que estoy muy feliz porque al fin estamos juntos.
Edward: No lo dices muy contenta... tal vez las cosas se dieron muy rápido y eso pudo haberte colocado en una situación que quizás no deseabas.
Jennifer: Lo que ahora me tiene así no es lo rápido en que nos dijimos lo que sentíamos... al contrario, (da una media sonrisa), creo que nos tardamos demasiados años para decirnos que nos amamos.
Edward: Y entonces, ¿qué te sucede?
Jennifer: El día se nos fue como agua, y después de que entre a mi cuarto, volveré a estar sin ti.
Edward: ...
Jennifer desvía su mirada y él nota cómo sus ojos se humedecen. Sin necesidad de palabras, Edward comprende lo que ella trataba de decir, porque era exactamente lo mismo que estaba sintiendo. Ella suelta sus manos y le da la espalda para que no se diera cuenta de sus lágrimas. De su vestido saca las llaves y abre la puerta para entrar, pero Edward la detiene sujetando su brazo y la gira lentamente hacia él.
Edward: Sé que hay algo que no me has dicho, y te pido que lo hagas porque tal vez con eso, ambos nos liberaremos de ésta opresión en el pecho que nos asfixia.
Jennifer: Si te lo dijera pensarías que lo de mi mala fama es verdad, y no quiero que te desilusiones de mí.
Edward: Y si yo te dijera lo que deseo, tú supondrías que también es por mi mala fama, y no por el inmenso amor que te tengo.
Jennifer: ¡Entonces tú también...
Él coloca un dedo en sus labios evitando que termine la oración.
Edward: Nosotros estamos más allá del término de novios y de cualquier otro título. En todos estos años permanecimos separados, pero nuestros corazones y nuestras almas siempre estuvieron unidos gracias al amor que nos tenemos.
Él acerca su cara hacia el rostro de Jennifer, y la besa con la misma dulzura con la que ella lo hacía, sin embargo el beso poco a poco empieza a cambiar, por uno que estaba cargado de anhelo y deseo. Jennifer sentía como si estuviera siendo llevada a una escena de su segundo sueño, pero cuando más ilusionaba estaba, Edward termina el beso y coloca su mentón en el hombro de ella.
Edward: Ésta noche quisiera que me regalaras el momento más bello que he anhelado por años. Pero si aún no te sientes lista, yo sabré comprenderlo.
Jennifer: (susurra en su oído), ¡Te amo!, y al cumplir tu petición, también estaría cumpliendo mi sueño.
Jennifer sujeta las manos de Edward y lo conduce dentro de la habitación. Luego de cerrar la puerta, él la toma en sus brazos y camina hasta la cama, sin embargo no calcula bien y choca con la base provocando que ambos caigan sobre el colchón. Jennifer deja escapar una suave risa, pero el silencio en el que se quedara Edward, la inquieta.
Jennifer: ¿Te lastimaste?
Edward: Creo que lo mejor es que me retire.
Él se levanta y se encamina a la puerta. Casi tenía la mitad del cuerpo afuera de la habitación, cuando Jennifer lo jala de regreso.
Jennifer: ¿Por qué de pronto cambiaste de opinión?... ¿es acaso porque fui la mujer del hombre que te hizo tanto daño?
Edward: ¡Eso no tiene nada que ver!, (se toca los lentes), solamente que no quiero que te sientas incómoda.
Ella se apresura a besarlo y con su frágil cuerpo lo va empujando lo más que puede hasta la cama, pero de nuevo caen sobre el colchón. Jennifer le quita los lentes y comienza a besar todo su rostro. Al llegar a sus ojos, le da pequeños besos a cada uno.
Jennifer: Lo único que me lastima de verte así, es el dolor que debes estar sintiendo por saber que pronto la luz de tu ojo se apagará... Mi amor, daría lo que fuera para evitarte éste sufrimiento... incluso te entregaría mis ojos.
Edward: No necesitas darme tus ojos, porque tú eres la única luz que yo necesito.
Ambos se miran y lentamente vuelve a unir sus labios. Edward la gira con delicadeza para poder prodigarla de caricias. Ella estaba nerviosa y eso él lo notaba perfectamente, pues cada vez que su mano la tocaba, su cuerpo se tensaba. Así que decide contener su propia pasión y disminuye la intensidad de sus caricias. Ese gesto Jennifer lo agradeció infinitamente, porque de esa manera su cuerpo se relajaba y comenzaba a experimentar un deseo enorme por el hombre al que amaba... Al paso de los minutos, Edward se anima a desabrochar el vestido, aunque se detiene en el momento en que Jennifer vuelve a tensarse. Ese hecho le terminó por confirmar, que ella siempre había sido la mujer decente que conoció, y que lo dicho por Helena no fueron más que mentiras... Por un instante él se mantuvo únicamente besando sus labios, ya que pensaba que lo mejor era no presionarla y sólo dormir juntos. Pero Jennifer estaba esperando a que Edward continuara con aquellas caricias que se estaban volviendo tan exquisitas. Sin embargo al darse cuenta de que él no tenía la mínima intención de hacerlo, es ella la que decide devolverle la motivación, y con suma torpeza le desabrocha la corbata, el saco y la camisa. Con un poco de nerviosismo le acaricia el pecho, pero él detiene su mano.
Edward: Si continúas haciendo eso, ya no podré seguir conteniéndome, y lo que haga después va a incomodarte.
Jennifer se aleja un poco de él, y se sienta en la cama. De sus ojos volvían correr las lágrimas. Edward se sienta también y sujeta su mentón para que lo mire.
Jennifer: Él siempre me dijo que era como una muñeca sin vida y sin calor... Cada que tenía que cumplir como su esposa, cerraba los ojos y me imaginaba tu rostro, pero él no era tan delicado como tú lo estás siendo... En parte agradezco el no haber podido caminar en ese entonces, aunque el resto del cuerpo sí recibió su brutalidad.
Edward: ¡Jennifer perdóname por favor!... yo siempre creí que lo amabas y fue por eso que apoyé ese matrimonio.
Jennifer: ¡Ya no vuelvas a repetir la palabra perdón!, si te conté esto es para que entiendas la razón por la que soy tan torpe... Él me humilló, por eso te pido que me enseñes la forma de amar, (acaricia su mano), sólo tú puedes darme la confianza que nunca he tenido... ¡Edward mi amor!, no tienes idea de cuánto te deseo.
Jennifer se acerca y Edward la sujeta de la cintura. La distancia vuelve a ser nada, y tratan de regresar al momento que interrumpieran. Él lleva la mano de Jennifer hasta su pecho y sin soltarla le muestra los puntos en los que es más vulnerable. Luego de que la siente más segura, suelta su mano y la recuesta en la cama para continuar con las caricias en cada parte de su cuerpo. Finalmente él se deshace del vestido, y ella de su traje. De aquellos nervios que sintiera al principio ya casi no quedaba nada, pues era tan grande el amor que sentía por Edward, que sólo anhelaba ser suya... Él por su parte estaba consciente de que ya no podía contener su deseo por ella, pero antes de comenzar, la mira a la espera de su aprobación.
Jennifer: (le sonríe), Te he esperado por tantos años mi amor.
Edward: Yo también esperé éste momento, pero no me siento digno de ti.
Jennifer: Tu pasado no me importa... Para mí éste es el comienzo de nuestras vidas, y nuestra primera vez.
Esas palabras fueron la aprobación que esperaba. Con una delicadeza asombrosa, Edward la convirtió en su mujer, y él a su vez, se convirtió en su hombre... Jennifer derramaba lágrimas de felicidad, porque después de muchos años, por fin pudo sentirse valorada, amada, y deseada como mujer. Edward no sólo era delicado, sino también muy dulce, y a pesar tener sus deseos desbordados, anteponía las necesidades de su pareja sobre las suyas... Jennifer había tenido razón... ¡esa era su primera vez!, pues en ambos nació el único sentimiento que nadie más los hizo sentir... la pasión... una pasión tan inmensa que de ahora en adelante sería imposible de desvanecer, y que se unía a un amor que ambos sabían, sería eterno.
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