Sexto Capítulo
Gulfrae cometió una pausa mientras caminaba con el rey. —¿Te molesta algo, bombón? — El rey paró junto a él. Venus los observó con extrema atención. Pendiente a su príncipe — que miró la mano del rey con disgusto. Recordó que Mew tocó sus brazos con el amor de una buena canción. Nunca lo hirió como este rey lo hace.
—Me duele, mi rey.
—Discúlpame, bombón. — Gustavo retiró la mano. —No tenía intenciones de herirte.
—Si quiere sostenerme, mejor que sea como un rey a su reina. — Gulfrae lo tomó de la mano con ternura. Entrelazando dedos. Sólo hacer eso recordó que Mew lo sujetó así en la cama. Su mano encajó perfecto dentro de la del samurái.
—Quiero ver tu rostro, bombón. — El rey estiró una mano en el aire, pero Gulfrae desvío la mirada, helando esa mano con pocas palabras.
—Mejor en nuestra habitación, mi rey. Es peligroso hacerlo aquí.
El rey acarició el ornamento de oro. —Como gustes, precioso. — Gustavo adoró los luceros sonrientes del príncipe de Egipto, Gulfrae Desmis Adlas. La preciosa gema de Egipto, el hombre que terminó la vida de otros sólo con su rostro.
Dos soldados imperiales llegaron diciendo: —Venus, venga con nosotros. — Siendo inmediatamente detenidos por Gulfrae.
—Oh, no, él viene conmigo. Es mi sirviente.
—No te preocupes, bombón, es sólo para enseñarle todo lo que debe saber sobre el castillo. Relájate.
—Disculpa, mi rey, es que siempre estamos juntos.
—Tranquilo, mi señor. — La reconfortante voz de Venus atrae su atención. Venus sonrió para calmar a su asustado príncipe. Después de todo sabía cuán asustado estaba su niño. —Estaré con usted enseguida que acabe. — Gulfrae le regresó la cálida sonrisa entonces siguió el recorrido con Gustavo. A través del recorrido, había un columpio dentro de un jardín de lirios. Una hermosa mujer lo adornaba, aferrada a las cuerdas, cabizbaja y pensativa. Usaba un vestido violáceo adherido a su esbelto pero curvilíneo cuerpo. Su cabello negro resaltaba su piel pálida.
—Conozco tu apego con Venus, pero quiero presentarte a tu próxima sirvienta. ¡Raya!
La muchacha irguió el cuerpo con las manos detrás de la espalda. Luchando por mantenerse seria. Ella los miró. Intrigada. —A partir de ahora serás la segunda sirvienta de mi prometido, Gulfrae. Bombón, Raya no tiene lengua. No puede hablar, pero no es difícil comunicarse con ella. Dale órdenes y ella obedecerá.
—Un gusto. — Ambos bajan la cabeza al unísono.
Gulfrae prolongó la mirada de ambos. Ella se limitó a sonreír aunque parecía que quería llorar. Continuaron el recorrido hasta ir al Salón Principal, dónde había una mesa llena de comida. Gulfrae sonrió hambriento.
—Puedes comer lo que quieras. Mis cocineros prepararon platos de tu país por si no querías lo nuestro. Sólo lo mejor para mi bombón.
—Gustavo, ¡es asombroso!
El rey retrajo una silla para él y el príncipe se sentó. Pero la sonrisa abandonó su rostro en segundos. —Mi rey, tendré que rechazar la comida. No comeremos juntos porque usted aún no puede verme.
—No, no. Yo me iré. Regresaré para enseñarte el gran evento. Tú quédate ahí disfrutando de la comida.
Gulfrae asintió sobre entusiasmado, obviamente falso. Escuchó el calzado del rey alejarse, permitiéndose quitarse la máscara y comer.
El gálago saltó a la mesa. Pero terminó sacando la lengua porque solo comía flores.
...
El rey bajó las escaleras hacia el calabozo dónde más de sus soldados imperiales tenían a Mew de rodillas frente a ellos. Con las manos atadas tras la espalda. Un anciano jorobado y verrugoso reía a un lado de ellos frotándose las palmas emocionado. Se relamía los labios queriendo destruir la suave carne de un Niiphi. Una victima que nunca ha sido capaz de torturar. Gustavo posó frente a ellos escuchando el lascivo comentario del anciano: —Oí de ellos, pero nunca pensé que tendría a uno frente a mí. Gracias, rey Gustavo.
Sin comentarios, él desenmascaró a Mew. Conociendo el pozo de fuego de sus ojos. Podía sentir cómo la sangre le hervía desde dónde estaba. —Niiphi..., esto puede acabar rápido. Me respondes y te mato o te torturo lenta y dolorosamente hasta sacarte la respuesta y mueres. No me gustó la forma en que tú y mi bombón se miraban. Me hizo pensar que hicieron cosas indebidas. Dime, Niiphi, ¿Te lo follaste?
Mew prolongó la mirada en silencio.
Provocando risas en el individuo supremo. Gustavo le preguntó si su silencio iba en serio, pero Mew continuó sin decir nada. Desafiándolo con la mirada. —Ok. Si así quieres jugar. Desvístanlo y cuélguenlo del techo.
Mew empujó a varios soldados pero seguían siendo demasiados. Lo patearon de las rodillas y lo desnudaron. Otra ronda de golpes entumeció sus extremidades entonces lo colgaron del tejado como a un muñeco. Mew no paraba de sangrar por la nariz ni por la cabeza que fue dónde lo noquearon antes de traerlo a este lugar. Las cadenas laceraban sus muñecas y su cuerpo era demasiado pesado para sus manos. Se sintió impotente. Débil. Aquel anciano rio ante las órdenes del rey: torturarlo hasta sacarle la verdad. —¿Por dónde debería empezar? — Murmuró frente la mesa de instrumentos filosos desde el más grande hasta el más pequeño. Agarró una hoz, acariciando la navaja. Miró al samurái sobre la navaja.
—Era mejor que contestaras. Ahora te quedarás sin voz, sin dedos y puede que sin órgano viril. — Rodeó el cuerpo del samurái. Deteniéndose en la espalda. La punta fría de la navaja se deslizo por la espalda del samurái, erizando los vellos en su piel. Aún así guardó silencio. El anciano trazó una línea horizontal por su espalda, abriendo camino a la sangre. Mew gruñó, tirando la cabeza para atrás y cerrando las manos en puños. —Esto puede traerte viejos recuerdos, Niiphi. Dolorosos recuerdos.
El samurái pensó en Gulfrae, en su prometida y en su juventud como samurái aficionado. El anciano dejó de trazar la línea y alejó la navaja con una sonrisa. Viendo la sangre correr como vino derramado. Volvió a rodear su cuerpo, diciendo, —Hermoso.
Macabro, le rasgó las rodillas y le cortó un pezón, haciéndolo temblar de cabeza a pies. Mew movía la cabeza a todas partes, pero optaba por pegarla a su antebrazo ciego y sordo a todo. La sangre corría por su cuerpo libremente. El anciano dejo atrás la hoz antes de agarrar una pinza de hierro. Se puso de rodillas y le sujetó un pie, esquivando la patada del otro.
—¿Tuviste sexo con el príncipe, Niiphi? Sabe, acostarse con el prometido de un rey es un pecado horrible. Gustavo no se lo dejará pasar. — Le desprendió la uña del hallux poco a poco. Mew gruñó luchando por no gritar. Se mordió el antebrazo con creces, dando lo mejor de sí para no hablar. Todo fuera por el bien del príncipe. De Gulfrae. Él no se arrepiente de haber dormido con el príncipe. Puede firmemente decir que fue una buena decisión. Hicieron el amor. Algo que él había olvidado que existía. Aguantó y resistió hasta que todas las uñas le fueron arrancadas, la celda se inundó con las risas del verdugo y un charco de sangre bajo sus pies.
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Gustavo llevó a Gulfrae a un campamento afuera del castillo, un campamento con asientos por nivel. En el más alto se sentaron él y Gustavo, con vista a la arena frente a ellos. Gulfrae buscó con la mirada, pero no vio a Venus. No lo veía desde hacen horas. Algo le estaba extraño. Y la única sirvienta que apareció fue Raya, parada a un lado del enmascarado con las manos detrás de la espalda. Gulfrae volteó hacia Gustavo.
—Mi rey, ¿Sabe en dónde está Venus?
—El espectáculo está por comenzar, bombón. No querrás perdértelo.
Prometió Gustavo, mirando la arena. Gulfrae no evitó el desdén en sus ojos, pero volteó silente. La arena se abrió con un carruaje conducido por esclavos en sus cuatro, todos con riendas de caballo en las bocas, atadas tras sus cabezas. Llorosos mientras se quemaban las manos con la arena. Gulfrae agrandó los ojos ante el abuso. Sólo usaban un saya sin zapatos. Estaban deshidratados, moribundos bajo el cruel sol. Gustavo rio junto a los demás nobles. Gulfrae los miró incrédulo. No encontraba la gracia. Deseaba que le dijeran que era una broma. Pero la broma nunca llegó. La realidad lo golpeó el doble. Del carruaje bajó un hombre disfrazado de egipcio alzando un cartel y actuando afeminado.
'EL REY SE VA A CASAR, DIGAN 'HURRAY'.' La población obedeció el cartel mientras el portero bailaba en círculos, burlándose de Egipto. Del carruaje descendió un soldado con armamento griego, arrastrando un papel y una cabeza decapitada.
—ENSEÑEMOSLE AL EGIPCIO CÓMO HACEMOS LAS COSAS AQUÍ. — Gritó el bufón y el soldado imperial levantó la cabeza decapitada. Todos aplaudieron. Todos gritaron regocijantes en gozo. Gulfrae olvidó como respirar. Agrandó los ojos tanto que no sabía cómo regresarlos a la normalidad. Venus, su querido y más leal sirviente, era la cabeza decapitada. Aquel hombre lo sostenía del cabello como si siempre hubiera sido un muñeco y no un humano.
Gulfrae sintió a Gustavo mirarlo con una sonrisa. No podía mostrar sentimientos. No podía darle esa emoción al rey. Conservó la paciencia y continuó mirando. La máscara tragó sus lágrimas. Sintió la decepción del rey al no darle la chispa que quería. —Sólo porque no dices nada, bombón, te diré que lo hice porque no me gusta que te juntes con tu gente. Esas uniones pueden provocar muchas cosas.
—Simplemente pudiste regresarlo a Egipto. — Gulfrae no lo miró ni una vez. Pero de repente pensó en los Niiphis. ¿Seguían vivos luego de esto? ¿Gustavo no les hizo nada? Pero debía controlarse. No podía pensar en ellos. No podía pensar en Mew. La arena fue limpiada para el entretenimiento de un teatro. Gulfrae rio. Sorprendiendo a Gustavo y a la nueva sirvienta. El pelilargo rio hasta aplaudir las manos, señalar un bufón y voltear diciendo: «¿Viste eso?». Gustavo se quedó atónito. Este hombre acababa de perder a un ser querido. Pero en lugar de llorar reía. O eso pensaba él sin ver las lágrimas del príncipe.
Debo ser fuerte. Pensó Gulfrae. Si le muestro debilidad sacará provecho de mí. Debo demostrarle lo contrario.
Durante la noche, el rey condujo a Gulfrae a la habitación. Se pararon frente a la cama. —¿Sabes? Tiemblo de los nervios por saber qué hay detrás de esta máscara.
El príncipe sonríe con los ojos. Silente.
A punto de subirle la máscara, cuidadoso. Gulfrae escuchó un alarido detrás de ellos. En las lejanas cortinas rojas de la pared. Las cortinas simulaban un cuerpo en posición fetal. —¿Qué hay ahí, mi rey?
—Ábrelo, bombón, es mi segundo regalo.
Gulfrae se acercó sin ganas de mirar. Tenía miedo de quién pudiera estar detrás de las cortinas. No quería pensar que el hombre que le dio la mejor noche de su vida, ese que lo cuidó todo un viaje hasta llegar a su destino, estaba ahí.
Abrió las cortinas y lo vio. Mew estaba tumbado ahí. Ni una sola parte de su cuerpo libre de sangre. Tenía cortes por todos lados, un ojo cerrado y dedos sin uñas. Incluso había un charco de sangre bajo las sandalias del princípe.
Gulfrae ahogó un gemido y se arrodilló frente al samurái. —¿Por qué ha secuestrado a uno de mis protectores, mi rey? — Intentó permanecer frío mientras acariciaba el cabello de Mew con lágrimas en los ojos. Mew apenas podía pestañear y como un infante se dejó acariciar.
—Tú sabrás por qué, bombón. ¿O me equivoco?
Gulfrae ennegrece el ceño, de pie, cerrando las cortinas para proteger a su dulce samurái. —No sé de qué me habla, mi rey. Pero deje a este hombre libre y pasemos la noche juntos cómo ha de lugar.
Él acarició los hombros del vil rey.
—¿En serio no tuvieron nada?
—Alucina, mi rey. A tan corta edad.
Gustavo levantó la máscara y vio la letal belleza de Gulfrae. Lo acarició de las mejillas profundamente hipnotizado. —Eres hermoso. — Respiró.
Gulfrae lo distrajo con un beso. Luego dos, tres. Hasta que el rey no tardó en tumbarlo a la cama y acostarse sobre él. Gulfrae miró las cortinas de la pared entre lágrimas, pero debía mantener tranquila a esta bestia de hombre para sobrevivir.
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Cuando el rey cayó profundamente dormido, Gulfrae se levantó con cuidado. Separó las cortinas de la pared con una vela en mano y apoyó a Mew sobre la pared. Acarició su cabello seco de sangre y tocó sus labios. —Qué te hizo. Lo siento. Cuánto lo siento. Encontraré la manera de sacarte de aquí. Lo haré.
—Primor, — Mew habló en un hilo de voz y débilmente tocó una de sus mejillas. Gulfrae sostuvo esa mano sobre su mejilla con cariño. —no pensé que extrañaría volver a verte. — Él rio.
—¿Cómo puedes decir esas cosas en este momento? — Gulfrae rio entre lágrimas.
—¿Te ha hecho daño? — Mew no tiene voz, pero se esmera.
—Mató a Venus. Se burló de Egipto. Y ahora te tiene a ti en este estado. Pero no dejaré que te haga daño. No lo permitiré. Ahora seré yo quien te proteja.
—... Siento lo de... Venus.
—Ya no esfuerces la voz. Quédate aquí. Buscaré la manera de sacarte y pediré que te den comida. Tú aguanta.
—No tardes mucho o la muerte podría robarme de ti.
Gulfrae sonrió incrédulo, cerrando las cortinas.
Mew sonrió antes de dormir. El verdugo le hizo terribles cortes en las piernas, no podía caminar. Apenas tenía fuerzas en los brazos luego de colgar por horas y el hambre lo estaba matando. Pero resistiría todo lo necesario por el príncipe.
Nota de Autora: AHHH. Nuestro hombre se suavizó con el príncipe. Por cierto, ¿soy la única a la que le gusta cómo Gulfrae usa la manipulación a su favor en orden de sobrevivir? Lo amo.
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