EXTRA
Dos meses después
Gulfrae firmaba papeles en su sueño, roncando y aún así moviendo la mano hasta firmar el escritorio por tercera vez. Su mano derecha, Lucrecio, un gordo senil rodó los ojos antes de carraspear. El rey saltó de los brazos de Morfeo mirando a su alrededor. -¿Qué, quién se cayó de la construcción otra vez? - Bajó la cabeza al mostrarse vulnerable frente a su mano derecha. -He vuelto a dormirme mientras hago firmas.
-Esta es la tercera vez, Súchil Supremo. Afortunadamente ese era el último papel de hoy. Oiga, ¿por qué no se adelanta en buscar una linda señorita que le dé un heredero al trono? Eso sería más entretenido.
-Es que aún no quiero cambiar pañales, Lucrecio.
-Su pueblo quiere un heredero.
-Mi pueblo no perderá horas de sueño cambiando los pañales de un bebé. Mi pueblo puede esperar.
Lucrecio suspiró, bajando la cabeza. Gulfrae miró alrededor buscando algo qué hacer, pero ya no había más qué hacer y su querido samúrai andaba en una misión desde la semana pasada. Entre el deber y la preocupación por saber si estaba con vida, la preocupación lo estaba afectando. Pero se mantuvo relajado. -Iré afuera con los demás samurái. Llameme si ocurre algo.
-Sí, Súchil Supremo.
Gulfrae salió del palacio, pidiéndole a los guardias que lo dejaran solo. Fue a la cabaña de Evans y Enzo. -¡Hola, Evans y Enzo! ¿Cómo se encuentran?
-Nos encontramos bien, Súchil Supremo. ¿Qué lo trae por aquí?
-Es que quiero aprender a usar la espada. ¿Serían tan amables de enseñarme?
Los samuráis compartieron una mirada graciosa. -¿Va a apuñalar a Mew por llegar tare? - Jugó el pelirrojo.
-Podría hacerlo por ser una maldita tortuga.
Todos rieron mientras se adentraron al bosque. Una área amplia y espaciosa con venados por alrededor y mariposas en el aire. -Piensa rápido. - Evans le tiró la katana desde enfrente y el rey la tomó del pomo con algo de torpeza, pero firme y orgulloso la sostuvo. El samurái le dió un punto por eso. Desenfundó su katana y la sostuvo al costado. Enzo se cruzó de extremidades apoyado en un árbol con la mejor vista de la escena. El rey y el samurái caminaron en círculos. Escaneando los puntos débiles del uno al otro. -Ande, Súchil Supremo, deme su mejor golpe. No se deje intimidar por mis grandes músculos.
-Yo sólo veo dos fideos como extremidades.
-Filosa lengua tiene usted, rey, me pregunto si su golpe será igual de hostil.
Gulfrae hizo el primer acercamiento, pero el samurái unió su espada con la del rey. Ejerciendo una presión capaz de temblar al hombre más musculoso de la tierra. El rey retrocedió y volvió a atacar, una vez más uniendo espadas. Las espadas danzaron entre sí, a gusto con el peligro, hasta que una pisó a la otra y la sacó a vuelos del baile. Gulfrae quedó de rodillas, amenazado a la garganta por Evans. Quien sonreía con los ojos. -Pensé en dejarlo ganar por ser el rey, pero usted no habría quedado complacido.
-Por suerte nunca estoy satisfecho.
El rey alzó las manos en rendición con una sonrisa labial. El samurái rió ayudandólo a ponerse en pie y abrazándolo con la fuerza de un oso. -Pelea bien. Sólo debe mejorar.
-Quizás aprenda más rápido conmigo. - Una voz familiar apareció detrás de todos. El rey borró su sonrisa. No triste. No enojado. Simplemente impactado. Volteó y se encontró al dueño de sus preocupaciones. El hombre que no deja de revolcar su estómago con llamas de odio y amor. El samurái descendió del frisón. -Lo busqué en el castillo y en su lugar, me dijeron que estaría aquí.
Gulfrae se cruzó de brazos con una ceja levantada. El samurái se arrodilló frente a él.
-He regresado, Súchil Supremo. La misión fue exitosa.
-Muy buen trabajo. Aunque tardó demasiado.
-¿Me extraño, Súchil Supremo? Puedo recompensar eso. - El samurái levantó la mirada con ojos sonrientes. Las mejillas del rey ardieron con un mazo de amor y él desvió la mirada, ocultando mitad de su rostro en su bufanda marrón. Luciendo enojado.
-Ya ponte de pie. Ni siquiera quiero mirarte. - Refunfuñó.
El samurái rió poniéndose de pie. Sacó un collar del bolsillo. Un collar con el símbolo de una loto. Volteó al rey sin dar explicaciones e ignoró su cuestionamiento. Cerrando el collar detrás de su cuello. -Un regalo del sureste Sudán. Creí que le gustaría.
Gulfrae alzó el símbolo a sus ojos y estos no hicieron más que brillar. Sus mejillas latieron con rubor. Los samuráis pelearon con Mew por no traerles nada e incluso lloriquearon, pero él permaneció serio e inmóvil. El rey volteó, enterrando su felicidad muy adentro de sí y pidió reunirse con Mew en su cabaña. A solas. El samurái volvió a sonreír con los ojos, grato de esa petición.
-Esperen, ¿Qué? ¿Ya se van? - Evan berrincheó. -Eso no es justo. Me siento usado.
-Dejalos, Ev. Nosotros tenemos nuestra propia diversión, ¿o no? - El pelinegro lo rodeó de la cintura adhiriéndolo a su pecho. El pelirrojo se sujetó fuerte a sus hombros y rió tierno con los besos en su cuello.
-Bueno sí... - Cedió el pelirrojo.
Gulfrae entró a la cabaña del samurái y se sentó en la mesa de la cocina. -Hoy no vienes con tu mascota. - Señalo Mew, preparando platos para la sopa.
-Se enamoró de una criatura más grande que él. Mascota tonta. - Gulfrae rodó los ojos, sujetando su mejilla con aburrimiento. El samurái rio poco antes de comenzar a hervir los ingredientes.
-El pueblo quiere que ya tenga herederos.
-¿Ya sabes con quién tenerlos?
Gulfrae esperaba ver al samurái triste de que no pudieran tener un hijo juntos. Pero, de nuevo, se recordó que era un Niiphi. Seres apáticos y soldados valientes. Tampoco eran novios. -No. Nunca he estado con una dama. Aunque hay muchas hermosas, pero... no tengo prisa. Y me gusta alguien más.
-¿Quién es el desafortunado?
Gulfrae bufó y le dió su mejor perfil. El samurái rio sobre un hombro antes de llegar a él. El samurái se acercó, acariciando su espalda y diciendo: -Yo también te extrañé.
Ambos prolongaron la mirada entre sí. El rey sonrió con los labios y acarició sus mejillas antes de besarlo. Ambos se besaron una tras otra vez hasta alcanzar la cama y dejar la sopa atrás. Ardiendo con la fuerza de todos sus extrañares y treinta lunas solas. Se desvistieron y el samurái lo acostó en la cama con el cuidado debido. Se acostó sobre él, sintiendo las piernas del rey sobre sus glúteos. Trazó besos por el cuello de su majestad, sus cerezos, su torso y su instrumento más codiciado. Lo masajeó con fervor y el rey cerró los ojos. Su lengua lo hizo gritar hasta que todos supieran lo que hacían en la cabaña. Se tomaron de manos mientras el samurái utilizaba su lengua y lo llevaba al cielo en cuestión de segundos.
-Mew. Te necesito adentro. - El rey sugirió y el samurái lo tranquilizó.
-Primero necesito prepararte, primor.
-No... No es necesario.
-¿Has estado con alguien durante mi ausencia?
-No. Yo mismo me he preparado. Pensando en ti.
-Qué travieso mi primor. - Mew se alineó en él y se deslizó entre sus piernas de a poco. Gulfrae ahogó un gemido, abrazándolo. Drogado en pequeñas dosis de amor. El samurái dijo que comenzaría y con un asentir cumplió con su palabra. El rey no dejaba de gemir mientras que el samurái trazaba besos en su cuello.
-¿Puedo petirte algo ambicioso?
-No lo pidas, hazlo.
El samúrai lo volteó y alzó sus caderas. Se reintrodujó en él y entrelazó sus dedos con los suyos, sosteniendo ambas manos frente a ellos. Compartieron besos de esa manera y el samurái volvió a las embestidas sórdidas y précisas hasta correrse como uno solo. Con un último beso, unieron frentes y frotaron sus narices de lado a lado con ternura.
Minutos después, Mew apagó la sopa y se acostó en la cama con el rey. Ambos cubiertos de la cintura con una sábana. Gulfrae no paraba de mirar el collar en el pecho de su samurái. Sentía curiosidad por su prometida y por cómo murió. -Mew.
-Mm. - El samurái lo beso en la frente. -¿Tienes hambre?
-No. Bueno. Sí. Pero..., ¿puedo saber sobre tu prometida? Nunca me has dicho.
El samurái perdió la mirada en la pared adelante. Recordando con dolor. -Perdón. Fue tonto de mí preguntar-
-Ella era una Escamada. Hace diez años atrás recibí una misión. Recoger a la última descendiente de los Escamados y llevarla a un grupo de personas. Los Escamados eran una familia que se rumoreaba sus escamas de dragón en diferentes partes del cuerpo brindaban fortuna. Pero yo sabía que eso era una mentira. Al recogerla, ella había huído de su familia para que no se despidieran de ella con lágrimas. Yo era frío, pero ella calentaba mi corazón con cada sonrisa y gesto. Nuestro viaje se atrasó por ladrones de escamas y nos quedamos en otro lugar... Ese lugar era esta cabaña. Aquí. Sabía que iban a matarla entonces atrasé la misión diciendo que ella se había escapado. Que la había pérdido.
Así continuamos durante ocho años hasta que... Los que la querían la encontraron recogiendo moras en el bosque. Yo me había ido a otra misión. Al regresar... - Hizo una pausa. -La encontré tumbada en el césped con la cesta de moras lejos de su cuerpo, las escamas arrancadas y un agujero en el estómago. Fue mi culpa por... Por dejarla sola. Sólo tomé una escala restante...
Mew se sentó y el rey también, acariciando sus hombros. -- No es tu culpa. No sabías lo que pasaría.
-Pero la dejé sola. Tal como te dejo solo a ti. ¿Sabes el miedo que tengo de regresar y no verte en tu trono?
-¿Sentiste miedo hoy al no verme?
El samurái prolongó su mirada con lágrimas en los ojos. El rey lo imaginó entonces. Cómo Mew voló en su frisón para confirmar si el rey estaba con sus compañeros y no muerto en las zanjas. El rey se apiadó de su vulnerabilidad y lo abrazó.
-No me sucederá nada. Yo no lo permitiré. - El samurái se dejó abrazar entonces ambos se acurrucaron bajo las sábanas. Aislados de los problemas. Aislados del mundo. Felices con el uno al otro.
Un año después
Noviembre
Gulfrae despertó en la madrugada con el cabello esponjoso y ojeras debajo de los ojos. El año pasado viajó a Grecia para desposar a la anteriormente esclava Raya. La mujer más comprensible del reino. Ella yacía en la cama a su lado y él al otro. A pesar del matrimonio y el hijo que compartían se trataban como mejores amigos y amaban a quiénes querían. -¿A quién le toca ir hoy?- Gulfrae se frotó un ojo. Pendiente a sus respuestas físicas.
•A ti. Fui ayer. • Raya dijo en lenguaje de señas, hundiéndose en la manta.
-Bien. Pues iré yo. - El rey suspiró con pesadez. Adentro los pies en las pantuflas que lo esperaban y camino a la habitación del bebé. Su dulce Darius. El niño de cabello negro en curvas y ojos color miel. Lloraba sin cesar, pero Gulfrae sabía cómo calmarlo. Al igual que su dulce samurái. Para cuando entró, el samurái meneaba una macarena arriba del bebé y el bebé reía intentando alcanzar el instrumento.
Gulfrae sonrió con los labios.
-Puedes volver a dormir. Yo puedo alimentarlo. - Mew convenció.
-No. Quiero verte con él un rato más. - Entrelazo brazos con el Niiphi, descansando su cabeza en su hombro. El samurái alejó la macarena para alimentar al bebé con una botella de leche. El bebé bebió hasta quedar satisfecho. Entonces el samurái lo cargó en sus brazos. -Hola, Darius. Tu papi Gulfrae y tu papi Mew están aquí. Estamos aquí. - El rey le hizo muecas con un dedo sobre el rostro. Mew sonrió por la inclusión. Mirando al rey con nada más que amor.
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NOTA DE AUTORA: Y aquí tenemos un segundo final. Me siento satisfecha de tener todo lo que quería en la historia y aclaramos el misterio de la prometida de nuestro samurái. ¿Disfrutaron del extra? ¡Nos leemos en otra historia chicos y chicas! 💖✨*
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