Chapter IV : A dream to fight for
«Porque toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son».*
Kirishima no sabía muy bien dónde había escuchado esa frase. Quizá en alguna clase, tal vez se la habían dicho, aunque posiblemente era una sacada de alguna obra literaria, así que podría incluso haberla leído.
Sin embargo, quisiera en verdad que todo aquello fuese tan solo eso: un sueño. Volver a despertar y encontrarse en la vida feliz que hacía tanto había dejado atrás.
Volver a sentir el calor del sol como una bendición y que el cantar de los pajarillos no le pareciese una tortura. Sentir sus sábanas cálidas, reconfortantes y recordar sus sueños con una sonrisa y no con dolor como lo llevaba siendo desde hacía años.
Todo sería muy diferente si la vida tan solo fuese un sueño.
Pero tendría que seguir esperando el momento de despertar.
—Esto se está poniendo feo —murmuró Kaminari a su lado, mientras corrían para el calentamiento de educación física—. Hay rumores de que habrá policías directamente dentro de la residencia, y creo que no será fácil deshacerse de ellos.
—A mí lo que más me preocupa es que se les ocurra poner cámaras. O algún sistema más de vigilancia.
—¿Has podido descubrir algo? —preguntó—. Mientras antes lo descubramos, antes...
—¡Hey, chicos, qué caras tan serias! —Mina interrumpió corriendo entre ambos y posando un brazo alrededor de cada uno—. ¿Qué pasa con esa seriedad? ¡Alegrad esas caras!
Kirishima rió para contentarla y Kaminari le dio un codazo, divertido. El pelirrojo siempre se había asombrado de lo fácil que le parecía resultar al rubio sonreír, sobre todo últimamente, cuando estaban en grupo.
Había conocido a Kaminari desde que ambos entraron a la secundaria, aunque iban a intituciones diferentes. Muchas casualidades de la vida les había llevado a conocerse, aunque ninguno de los dos hubiera querido que aquellas casualidades sucedieran.
Entre muchas otras, se conocieron cuando Kirishima ayudó a Kaminari a librarse de un policía que le estaba persiguiendo por un «pequeño hurto» —que Kirishima descubriría más tarde que había sido a un banco central de la ciudad—. Ambos tenían unos trece años por aquel entonces, y vivían como podían, usando sus dones aquí y allá para beneficiarse a ellos, y a sus familias. Si la sociedad no les tenía en consideración, ¿por qué habrían ellos de tenerla?
¿No estaban acaso los dones para uso de cada cual?
—Mina tiene razón —se unió Sero, con una sonrisa leve—. Aunque correr sea una tortura, todo se lleva mejor si no estamos con cara de zombies.
Los cuatro rieron, pero Kirishima supo que Mina y Sero tan solo intentaban aparentar tranquilidad. Kaminari supo lo que pensaba con una mirada, y asintió, consciente de que ambos estudiantes tan solo intentaban animar el ambiente para intentar aplacar sus miedos.
Los dos sabían de primera mano que no era tan sencillo como se planteaba.
—Sois patéticos.
Los cuatro miraron a Bakugou, quien había hablado e iba por delante, y ni siquiera se dignaba a mirarlos.
—¡Hey! ¿A qué viene ese insulto tan gratuito? —se indignó Mina, bajando un poco la velocidad para poder acompasar su habla con la respiración.
—Todos aquí están acojonados por lo que ha pasado, y por lo que sé, mañana puede aparecer muerto cualquiera de nosotros —bufó—. No intentéis ir de despreocupados. Eso no va a solucionar nada.
Un silencio, que fácilmente podría haberlos devorado, se instaló en el aire. Por momentos, parecía que aquel silencio iba a acabar con sus corazones, hasta que alguien lo rompió.
—Lo sabemos —habló Kirishima—. Pero... a veces, es mejor fingir para alegrar a otros a que todos sientan tu miedo.
Mina le miró sorprendida, pero luego sonrió. El pelirrojo le alegró ver esa sonrisa, que le abrigó con una calidez que solo sucedía cuando su hermana lo hacía. En realidad, consideraba a Mina casi como una hermana, y le había llegado a coger tanto afecto como le tenía a Kaminari. Sero también era un gran amigo en el que confiar, y le tenía aprecio.
Bakugou... era una cosa muy distinta.
—Hablas como si estuvieras muy experimentado, ¿no? —el rubio giró en ese momento el rostro, cruzando sus miradas.
El pelirrojo se sorprendió ante tal afirmación, y miró de reojo a Kaminari por un segundo. Esbozó entonces una sonrisa que pretendía aliviar su tensión interna.
—¿A qué te refieres? —rió—. Eres muy gracioso cuando quieres, Bakugou. Solo digo lo que pienso, nada más —se encogió de hombros.
Bakugou arqueó una ceja pero calló, volvió la mirada al frente y siguió corriendo. El pelirrojo sintió su corazón latir con fuerza mientras le veía alejarse, y Kaminari puso una mano en su hombro.
Por alguna razón, y quizá por primera vez, eso no le reconfortó en lo absoluto.
Kirishima no pudo dejar de darle vueltas durante toda la jornada, y quizá estaba siendo de lo más obvio, pero no podía evitarlo.
Hizo todo lo que habitualmente hacía. Comió con el grupo, intentó concentrarse en los deberes, trató atender la clase, pero su mente se desviaba a otros lugares, otros pensamientos que tenían sin duda más prioridad que el inglés.
Y tenía una jerarquía bastante marcada.
En tercer lugar tenía al dichoso asesino que no lograba encontrar. Daba vueltas a las grabaciones y a las expresiones en todo momento, y no lograba encontrar a alguien sospechoso en su coartada. Todos decían prácticamente lo mismo, y esperaba que el panorama cambiase con las cintas que le quedaban o iban a tener que lidiar con una gran presencia policial.
En segundo lugar entraría su hermana y su abuela. La anciana no le había dicho nada, pero había visto que había en el techo ciertos agujeros que no deberían estar ahí, y que en la temporada de lluvias debería suponer un gran problema, además de lo viejos que estaban los cojines ya, pero que no se habían cambiado.
Estaba seguro de que su abuela se sentía mal por tener una pensión tan baja para mantener a dos muchachos —ahora solo Erina, pero aún así sigue siendo insuficiente—, y también sabía que no quería pedirle nada, pero a Kirishima no le importaría entregar su alma al mismo diablo por ambas.
De hecho, lo que había hecho era casi una aproximación a ello.
Y sin embargo, en el primer lugar reinaba su pesadilla, su némesis, y la persona que menos podía pasar por alto, menos tras sus palabras de antes: Bakugou Katsuki.
Ese hombre era el caos que destruía todos sus esquemas, todos sus planes, todas sus previsiones. Su don no podía estar más acertado al ser de explosión, porque es exactamente lo que hacía con su mundo: se cargaba todo cuanto encontraba a su paso y se quedaba tan contento, y tenía que volver a reconstruir a partir de ese caos que había dejado en su mente otro nuevo plan que no era, ni de lejos, tan bueno como el anterior.
Y claro, Bakugou volvía y lo rompía de nuevo. Ya fuera con un comentario, con una sonrisa, con un gesto o con tan solo un movimiento, siempre lograba destrozar todo lo que había en su mente. Era imprevisible, una tormenta inesperada, un tornado que arrastraba todo a su paso.
Kirishima no podía evitar, de alguna manera, dejarse llevar por ese caos. Porque, aunque destrozase todos sus esquemas, aunque fuera su némesis de impredicción, de cierta manera le atraía el hecho de que pudiese ser tan difícil de analizar.
A Kirishima siempre se le había dado bien clasificar gente, sabía con un par de miradas en dónde encasillar a cada persona y cómo tratar con ella, hecho que le había salvado muchas veces. Sin embargo, Bakugou no encajaba en ninguna de sus definiciones. Si lo encasillaba en algún lugar, inmediatamente el rubio lograba hacerle ver lo equivocado que estaba.
Quizá el hecho de que fuera el uno entre un millón del que no podía saber qué esperar, era lo que hacía que Bakugou le atrajese como imán a los metales.
O al menos, eso pensaba al inicio. Quizá fue esa la razón por la cual en principio se acercó a él. Sin embargo, con tiempo pudo ver que, además de ser impredecible, era totalmente dedicado a su sueño. Era obstinado, terco, cabezón e incluso violento en cuanto se trataba de cumplir sus metas.
Tenía determinación, tenía valentía, tenía fuerza y tenía el descaro de hacer las cosas a su manera, sin importarle lo que los demás pensaran, lo que el resto dijera.
Bakugou Katsuki era una pieza muy valiosa, y a Kirishima no le extrañaba que la Liga lo hubiese querido fichar. Si aquel chico se hubiese ido por otro bando, si hubiese tenido un diferente pasado, quizá muchas cosas cambiarían en el presente.
Y en el futuro, Kirishima estaba seguro de que sería un gran rival a enfrentar. Un gran y terrible enemigo del que podía empezar a temer.
—Estate atento, idiota.
Kirishima miró a Bakugou, que con su lápiz indicaba la pizarra llena de frases en inglés sin traducir. El pelirrojo parpadeó y asintió, empezando a copiar mientras trataba que el rubio no se diera cuenta de lo mucho que lo estaba mirando. Era un poco demasiado obvio.
Era la última hora que tendrían de clase, y Kirishima lo agradecía. Ni siquiera el buen humor habitual de Present Mic pudo animar a una clase totalmente en silencio, básicamente porque ni el propio profesor podía estar completamente alegre en semejante situación.
No se dedicó a traducir las frases. Podría hacerlo, pero era mejor mantener un bajo perfil a empezar a destacar en notas. Lo que menos quería era llamar la atención de nadie.
Se dedicó a pensar mientras miraba el cuaderno, fingiendo intentar la traducción cuando en realidad sólo tenía pensamientos para el rubio que ponía las manos detrás de su cuello y miraba con indiferencia a la ventana.
¿Podía acaso ser alguien más malditamente perfecto? Era fuerte, era inteligente, era atrevido y encima no era precisamente el menos atractivo de toda la clase. Kirishima podía apostar a que cualquier chica habría querido alguna vez un lío con alguien como él.
Por favor, ¿y quién no? Menudo hombre.
Suspiró, y volvió la vista a la hoja en cuanto vio que Bakugou se daba cuenta de que estaba siendo observado de nuevo.
La campana sonó en ese momento, y el ruido de las sillas junto a las mochilas cerrándose era lo que más se podía escuchar. Mientras, Kaminari se acercó a él para esperar a que recogiese. Kirishima no necesitó más para saber que quería hablar con él, seguramente de lo que había quedado pendiente esa mañana.
—¿Y bien? —preguntó en cuanto todos se hubieron marchado.
—Nada —suspiró, mientras ambos salían del aula.
Los pasillos estaban vacíos, pero Kirishima pudo distinguir una reconocible rubia cabellera antes que que su dueño desapareciera en la esquina. Se extrañó de que tomase el camino opuesto a la residencia, pero decidió no darle importancia.
—¿Sospechas de alguien al menos? —preguntó Kaminari, acomodándose la mochila.
—Lo cierto es que sí —admitió—. Le he estado dando vueltas, y Ojiro se contradijo en un momento —afirmó—. Dijo que había salido una vez de su habitación, para tomar un vaso de agua. Pero cuando le hicieron repetirlo, dijo que había salido a por leche.
—¿No crees que se habrá confundido?
—Puede ser. Pero quizá no estaba seguro porque vio algo y no quiso decirlo. O no le dio relevancia hasta entonces. Por eso estaba tan poco atento al contenido del vaso.
—¿Hablarás con él? —metió las manos en sus bolsillos.
—Claro, pero no haré que sospeche nada —sonrió—. Tan solo le sacaré sin que se dé cuenta lo que esconde.
—Confío en ti, pero no tenemos mucho tiempo y lo sabes, Kiri —suspiró mientras bajaban las escaleras—. No tardarán mucho en investigar el apagón, y aunque no sabrán que fui yo a la primera, es obvio que si investigan mucho más a fondo no tardarán en sospechar de mí.
—Y eso es lo de menos —se pasó una mano por el cabello—. A este paso, me crecerán canas.
Kaminari rió.
—Por eso no es bueno estar en las nubes, Red.
Kirishima hizo una mueca ante el cambio de tono del rubio y la mención de su apodo, y desvió la mirada al cielo.
—No estoy en las nubes, Charge.
—Seguro —se frotó la nariz—. No me puedes engañar a mí, Red, son muchos años. Pero más te vale ser más convincente ante los jefes.
Kirishima sonrió con resignación, mirándole de reojo y suspirando al ver su rostro divertido.
—Ya sé que no puedo engañarte —rió con cierta amargura—. Pero estoy centrado, lo prometo.
—Eso dices tú —arqueó una ceja—. Recuerda lo que está en juego. No solo eres tú. También estoy yo, y lo más importante... —suspiró—. Están Rina, tu abuela, y tu propia promesa.
Kirishima apretó los puños pero asintió. Aunque le pesase, esa era su realidad y no tenía tiempo para soñar despierto.
Ya tenía un sueño por el que luchar.
*Cita del libro «La vida es sueño» de Calderón de la Barca.
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