Chapter II: Oath

«Prométemelo...»

Abrió los ojos con la respiración alterada. Unas gotas de sudor cayeron en las sábanas en cuanto se sentó, intentando acompasar su respiración para que recuperase su ritmo normal, tratando de deshacer el nudo de su garganta.

Un sueño.

Era eso, una ilusión, un juego de su subconsciente. Una pesadilla.

Pesadillas que no eran extrañas en su día a día, y sin embargo, algunas eran... demasiado intensas, y lograban despertarle en mitad de la noche.

Se secó las lágrimas, que involuntariamente habían escapado de sus ojos, y se levantó. Estiró los brazos y, seguidamente, apagó el despertador, el cual anunciaba que se había levantado tan solo minutos antes de la hora que había establecido.

Alzó las persianas, dejando que el sol entrase otro día más a su habitación. Entrecerró los ojos ante la repentina luz, poniendo una mano en frente para mitigar la ceguera que producía el astro que empezaba a asomarse. Cuando se acostumbró a la luminosidad, miró al cielo rosáceo del amanecer, abriendo la ventana para que el viento acariciase su rostro.

Viento que pareció evocar una voz, una petición que tan solo aparecía en sus sueños más dolorosos.

Sueños que nunca olvidaría.

«Prométemelo, por favor, Eijiro.»

Apretó los puños sobre el alféizar de la ventana, y volteó el rostro para ver el retrato que tenía encima de la estantería. La sombra que daba la pared no dejaba ver más que una tercera parte de la fotografía, pero solo la visión de ella lograba arrancar una sonrisa al joven pelirrojo.

Una sonrisa triste, nostálgica, pero una sonrisa al fin y al cabo.

Se acercó para acariciar el retrato con las yemas de sus dedos, como si el cristal se fuese a romper si hacía un poco más de fuerza. Como si fuera a quebrarse en mil pedazos en cuestión de minutos.

Porque en un minuto, en sesenta segundos, podía cambiar una vida entera.

La puerta se abrió de repente, y el pelirrojo volteó enseguida, adoptando una postura de combate, listo para saltar encima de quien fuese.

Se relajó al ver quién era. Sin embargo, el rostro de Kaminari Denki no auguraba nada bueno.

—Kirishima, tenemos un problema.

Una ráfaga de fuerte viento entró por la ventana, haciendo que las cortinas se alborotasen y los cabellos rojizos de Kirishima se agitasen con fuerza.

Entonces, como si se tratase de una señal, supo que nada bueno iba a pasar.

Kirishima a veces odiaba tener razón.

Los llantos de algunos alumnos se escuchaban por la habitación, y quien no lloraba tenía un rostro sombrío y casi ausente, como era el caso de Iida y Sero. No era para menos, teniendo en cuenta el escenario frente al que estaban, aunque la policía tratase de ocultar con cintas, sábanas y sus propios cuerpos la violenta escena, y sobre todo el cadáver del joven aspirante a héroe Mineta Minoru.

Cuando Kaminari dijo que tenían un problema, Kirishima jamás pensó que sería de ese tipo, pero debió suponerlo, considerando las pocas cosas que podían suponerles un problema que llegase al punto de borrar la sonrisa de la cara al rubio.

Por lo menos no tuvo que fingir el impacto —tan solo tuvo que exagerarlo—, aunque era más por el embrollo en el que eso les metería a ambos que por lo sangriento de la escena. Había visto situaciones mucho, demasiado más sangrientas que aquella y estaba seguro que la intranquilidad que Kaminari mostraba era debido a lo mismo que él. 

—Nadie sabe quién ha sido —dijo Denki, susurrándole al oído—. Pero adivina quiénes no tenemos coartada.

Kirishima hizo una mueca, barriendo con la mirada alrededor para asegurarse que nadie les viese.

—Todos, o al menos la mayoría, estábamos a solas en nuestros cuartos, y nadie nos vio en...

Calló, cayendo en la cuenta de que alguien le había visto entrando a su habitación. El silencio repentino alertó a Kaminari, que no tardó en interrogarle con su dorada mirada.

Sin embargo, Kirishima no pudo decir nada más, puesto que el profesor empezó a hablar.

—Supongo que ya os hacéis una idea de por qué estamos aquí —dijo Aizawa, cruzándose de brazos—. Cómo comprenderéis, no podemos permitir que el homicidio de uno de nuestros alumnos quede impune.

Todos agacharon la cabeza, y Kirishima no fue menos. Sin embargo, sintió una mirada, que nada tenía que ver con la de Kaminari, clavándose fijamente en él, y no necesitó mucho más para saber quién se la dedicaba.

—Bien, quiero que me digáis cuáles de vosotros estabais juntos ayer entre las once y media y la una y cuarto de la mañana.

Kaminari y Kirishima cruzaron una mirada, conscientes de que no podían decir dónde habían estado siendo sinceros. Aún así, el pelirrojo se dispuso a ser el primero en romper el silencio, su mente trabajando en una elaborada mentira en el transcurso.

Tenía ya trazado más de la mitad de un plan para encubrir a Kaminari y a él, cuando todos sus esquemas se rompieron al ser arrollado por otra voz.

—Kirishima estaba conmigo —dijo Bakugou, cruzándose de brazos—. Yo estuve en su habitación.

Bakugou Katsuki, gran aficionado romperle todos los esquemas y dejarle atónito. 

Por instantes, Kirishima pensó que no iba a ser capaz de volver a hablar debido al atasco de palabras que había producido la intervención no planificada de Bakugou, junto a todas las preguntas que eso implicaba.

—Eso... es verdad —asintió el pelirrojo, sabiendo que sería una idiotez contradecir cuando Bakugou le había dado una coartada sólida—. Estuve con él. Estamos en habitaciones juntas, así que no pudimos ver nada. Lo siento.

Kirishima sabía que debía hacerle alguna señal a Kaminari para que supiese que luego se lo explicaría, pero no pudo hacer más que clavar la mirada en Bakugou, quien no había quitado la vista de él en ningún momento. Podía sentir esa mirada clavándose en lo más profundo de su mente, y si no fuese porque sabía que era imposible, juraría que Bakugou estaba leyendo todos y cada uno de sus pensamientos.

—Yo estaba solo en mi habitación, jugando videojuegos hasta que me quedé dormido —dijo Kaminari—. Tengo un récord registrado a la una de la mañana, si sirve.

—Yo estaba con Mina, Ochaco y Tsuyu —dijo Momo—. Teníamos una pijamada en mi habitación.

—Nosotros algo parecido —dijo Ojiro—. Sero, Midoriya y yo estábamos en mi habitación.

Los demás dijeron que se habían quedado solos en sus habitaciones, durmiendo o haciendo alguna cosa. Sin embargo, nadie había visto nada. O eso era, por lo menos, lo que decían. 

Pero todos sabían que tenía que haber sido alguien de dentro. Básicamente, nadie podía entrar en la residencia sin ser reconocido por la máquina que permitía el acceso, y si Kaminari y Kirishima podían entrar y salir a gusto era por la habilidad eléctrica del rubio. Kirishima sabía que ninguno de los dos pudo haber sido, porque él no lo había hecho y Kaminari sabía perfectamente que eso les habría puesto en una comprometida situación. Y si alguien hubiese entrado con ellos, lo habrían visto.

Por descarte, alguien de dentro tenía que haber sido. Bastaría mirar momentáneamente a la gente que había sido grabada por los robots, pero, con el apagón que Kaminari provocó, era posible que se hubiese aprovechado los minutos de inactividad para cometer el delito.

Kirishima suspiró, pasando sus manos por su cabello en un intento de que su cabeza dejase de bullir de actividad. Si el culpable no aparecía rápido, empezarían a investigarles a todos, y ese era un riesgo que no pensaba correr.

La policía quiso tomar sus declaraciones por escrito y separadamente, así que abandonaron la habitación entre susurros y llantos de los alumnos para dirigirse a la sala común, donde serían llamados uno por uno en orden de lista, siendo Aoyama el primero en ir.

—Debemos encontrar al culpable —le susurró Kaminari, ambos sentados en el sofá—. O tendremos un problema aún más serio.

—El asesino no pudo haber usado su don. De lo contrario, lo habrían pillado fácil —suspiró—. Pero el problema es que eso solo descarta a los que tienen un don visible, como tu electricidad o el ácido de Mina. El de Hagakure, por ejemplo, es hacerse invisible, eso es muy útil para un crimen. 

Kaminari suspiró con cansancio, y ni siquiera llevaban un cuarto de día. Kirishima no necesitaba ser adivino para saber que ese día iba a ser especialmente agotador.

Sobre todo cuando sentía la mirada de Bakugou clavándose en lo más profundo de su alma. Kirishima no estaba seguro de cómo iba a salir todo eso, pero la certeza de que iba a ser un desastre estaba clara.

La cuestión era cuán desastroso podría llegar a ser ese desenlace.

—Por cierto, ¿qué demonios fue...? 

La pregunta de Kaminari quedó en el aire cuando Kirishima fue bruscamente obligado a levantarse por una fuerza que le tiraba del brazo. Los dos miraron a Bakugou con sorpresa, pero este ignoró a Denki y se centró en el pelirrojo, tirando de él a una esquina algo alejada.

Si Kirishima no se hubiese plantado fuertemente en el suelo cuando Bakugou le soltó —de la misma brusca forma con la que lo había agarrado—, su cabeza habría dado contra la estantería que había detrás suya. 

—¿A qué demonios...?

—¿Has sido tú quien se lo ha cargado? —interrumpió, y Kirishima arqueó una ceja.

—Claro que no, ¿qué razón iba a tener para hacerlo?

—Por la misma razón que desapareces dos noches al mes desde que nos mudamos a la residencia. Tú dirás.

Kirishima se sorprendió ante su afirmación. ¿Se había dado cuenta? ¿Cómo era posible?

Recuperó la compostura enseguida, y alzando la cabeza, declaró:

—Yo no he sido —se cruzó los brazos, y enfrentó su mirada con solemnidad.

Se le daba bien mentir, pero esa vez estaba diciendo la verdad.

Esa vez, estaba seguro de que sus palabras eran ciertas. Quizá porque su mente no estaba haciendo nada más aparte de centrarse en aquellos rojizos ojos, que parecían tener la capacidad de atascar todo el funcionamiento de sus neuronas.

Bakugou se tomó su tiempo para evaluar la sinceridad de sus palabras, creando un tenso silencio en el que tan solo se escuchaban sus respiraciones y los susurros de las otras conversaciones a su alrededor. Kirishima no aguantó más su mirada fija en él y el silencio que parecía aplastarle, así que decidió volver a hablar.

—Si no me crees, ¿por qué mentiste antes? —cuestionó—. Sabes tan bien como yo que no estuvimos juntos todo el rato. No tenías por qué encubrirme —descruzó los brazos—. Sin embargo, puedo jurarte que no he tenido nada que ver.

«Nunca jures en vano, Eijiro.»

Agachó la cabeza ante la voz de su recuerdo, mirando brevemente el anillo de plata que tenía en el dedo anular de su mano derecha, y lo acarició con suavidad mientras levantaba la mirada de nuevo, cruzándola otra vez con la de Bakugou.

Sí había una cosa que Kirishima podía asegurar, era que nunca juraba en vano. Era precisamente por un juramento que estaba metido en todo aquello.

Y pensaba llevarlo a cabo hasta sus últimas consecuencias.

Quizá fue por la determinación de su mirada que Bakugou chasqueó la lengua, quitando al fin la vista del pelirrojo para posicionarla en uno de los libros que había detrás suya.

—No había sangre —respondió tras unos minutos, sin mirarle—. Si hubieses sido tú, como no sabías que iba a estar en tu habitación, te hubiera visto la sangre y el arma —aclaró, y sus ojos se volvieron a encontrar—. No podías ser tú, pero te saltaste las reglas y te las arreglaste para salir y entrar sin que te descubriesen. No tenías una coartada fiable pero, si te cogían, serías el sospechoso equivocado.

Kirishima parpadeó sorprendido. Era un argumento muy lógico y vasto, pero aún así...

De alguna manera, se sintió mal al saber que sus razones estaban tan bien fundamentadas y no eran del tipo emocional que, por algún motivo, hubiese querido escuchar.

—Pero si descubren que estás...

—Teóricamente no he mentido. He dicho que estuviste conmigo, pero no he dicho que toda la noche —se encogió de hombros.

—Aún así...

Kirishima se sorprendió a sí mismo preocupándose tanto por él. En verdad, sentía que no quería que le pasase nada por su culpa, pese a que no debería importarle nada más que su misión y Kaminari, que era parte de ella.

Pero Bakugou era una buena persona y él, la peor de todas. El rubio no tenía la culpa de nada, tan solo era un transeúnte en el camino equivocado al haberse cruzado con su misión.

Tan solo tenía la mala suerte de haberle conocido, pero nada más. No merecía que sus sueños se viesen aplastados. Quizá por eso, porque creía en ello, insistió tanto en que lo dejaran libre cuando lo capturaron, pese a que lo tuvo que disfrazar de estrategia.

Porque Bakugou podía cumplir sus sueños, podía llegar a ser el mejor héroe de todos.

Podría ser lo que Kirishima nunca sería, porque tenía todo lo que él nunca tendría.

—Estaré bien —se metió las manos en los bolsillos—. Solo quería asegurarme de que no eras responsable, y ya me lo has dejado claro, aunque no me quieras decir lo que haces cuando te vas por ahí.

—La curiosidad mató al gato, ¿sabías? —se burló el pelirrojo.

—Lo que sabía es que el gato tiene siete vidas. No creo que le importe perder una.

Rieron, y Kirishima confirmó aún más su teoría. Bakugou tenía todas las cosas que él nunca tendría.

Entre ellas, una alegre y sincera sonrisa.

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