Chapter I: Lie
La primera vez que mientes, normalmente no eres más que un niño. Quizá solo dices algo leve, como que has estado comiendo una manzana en vez de la chocolatina que te han prohibido. Nada grave.
Sin embargo, las mentiras son peligrosas.
Las mentiras cobran vida, se salen de control y, lo que comienza como algo inofensivo, pronto empieza a hacerse recurrente.
Con los años, las mentiras adquieren matices que se van oscureciendo cada vez más hasta que, en cierto punto, ya no sabes si lo que dices es verdad o tan solo otra de los tantos engaños que ya es mecánico soltar.
Kirishima sabía eso demasiado bien. Hacía mucho que había dejado de ver la fina línea que había entre lo verdadero y lo falso, hasta el punto que ya dudaba de la veracidad de cada una de sus palabras. Ni siquiera podía asegurar si lo que él creía cierto no era tan solo una manera más de mentirse a sí mismo.
Abrió la puerta de su habitación con un suspiro desalentador, cansado, resignado. Un suspiro que resumía su manera de ver el futuro: un soplo de aire desalentador que cada vez añadía más cansancio sobre sus hombros.
Un futuro al que tan sólo podía resignarse.
Y era en momentos como ese, cuando veía su oscuro futuro, cuando deseaba acabar con todo.
En esos momentos, lo único que ansiaba era correr. Correr lo más lejos que sus piernas le permitieran, donde nadie le encontrase, donde nadie le conociese.
Donde nadie pudiese hacerle daño.
En esos momentos, solo quería dormir... y no volver a despertar.
Entonces, recordaba.
Recordaba una sonrisa, una risa, una caricia. Recordaba por qué estaba ahí, y esa era su razón para ponerse en pie de nuevo, para levantarse, para no rendirse a pesar de las heridas.
Para seguir adelante pese al dolor y a la pérdida de sentido en la que estaba sumergido.
Para seguir creyendo en que podía cambiar su futuro. Para seguir con eso que llamaba «vida».
Y aunque esa sonrisa, esa risa, esa caricia, eran su única verdad en aquel mundo de mentiras, las cosas serían más fáciles si solo dependiera de él.
Si tan solo fuera él y nadie más.
El problema estaba, precisamente, en que no sólo era él, y esa diferencia cambiaba por completo las reglas del juego.
—¿Se puede saber qué hacías fuera a estas horas?
La voz alertó sus sentidos y, con el latir de su corazón semejante al aleteo de una nerviosa mariposa, miró a todos los lados de su oscura habitación, espantado porque alguien le hubiese descubierto.
Dio un paso atrás y encendió la luz, descubriendo a un joven rubio de ojos rojos como rubíes sentado en su cama, con las piernas cruzadas.
Esbozó su mejor sonrisa, pero el nerviosismo no abandonó su cuerpo.
—La pregunta es más bien qué haces tú a estas horas en mi habitación —se acercó a su escritorio y se apoyó contra la mesa—. Porque son horas algo... indecentes.
—No me vengas con gilipolleces y responde.
—Salí a correr un rato. No podía dormir —se encogió de hombros—. ¿Y bien?
Si mentir era lo que mejor se le daba, entonces lo usaría todo lo que pudiese.
Aunque tampoco era como si pudiese hacer otra cosa.
—Me levanté en medio de la noche y salí a tomar agua —respondió tras una mirada algo incrédula—. Te vi salir como un criminal y decidí esperarte.
—¿Cómo entraste? Juraría que había dejado la puerta cerrada.
Bakugou Katsuki sonrió como solo él sabía hacerlo, y mostró una pequeña explosión en su mano derecha.
—Se te olvidó cerrar la ventana. Mal hecho, pelirrojo.
Kirishima sonrió. No estaba seguro si era una sonrisa sincera o tan solo una hecha automáticamente con el objetivo de no levantar sospechas, pero salió de sus labios involuntariamente al ver lo estúpido que había sido permitirse ese error.
—Entonces creo que será mejor que te vayas ya a tu habitación. No querrás que alguien más se cuele por la ventana y crea lo que no es —cruzó los brazos mientras veía al rubio rodar los ojos.
—Dudo que hablase —dijo mientras se levantaba de la cama—. Yo mismo me encargaría de ello.
Kirishima no abandonó su sonrisa hasta que no le vio despedirse con una mano de espaldas a él y la puerta se cerró con un tenue crujido.
Entonces, se miró en el espejo, a sabiendas de que la sonrisa se habría desvanecido como todo lo que representaba al Kirishima Eijiro aspirante a héroe.
Sin embargo, su reflejo le devolvió su imagen alegre, con una sonrisa que a todas luces debía ser la que le había presentado a Bakugou para ocultar su mentira.
Se quitó la capucha, dejando a la vista su cabello rojizo, un color tan falso como todo lo que se veía en aquella imagen, mientras la sonrisa seguía manteniéndose en su rostro.
Quizá había llegado a tal punto en el que las mentiras que decía habían acabado por volverse contra él. Quizá había acabado por creer en su propia mentira, esa en la que vivía cada día.
Esa en la que fingía ser feliz.
Porque una mentira, mil veces repetida, acaba por convertirse en verdad.
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