Loving you, Sesshomaru

Dejaré está etiqueta por aquí, y me iré lentamente...

AbbyTaisho




Los viajes de negocios no eran nada nuevo para Abigail. Ahora que estaba casada con Sesshomaru, quien ocupaba un puesto importante dentro de la empresa familiar, esa eventualidad tenía muchas más probabilidades de ocurrir.

Sin embargo, a su marido no le gustaban los viajes de negocios. Los encontraba una pérdida de dinero inútil.

Simplemente no podía verlos como pruebas de campo para los negocios; mercancías, clientes, ni le interesaba el aspecto lúdico, es decir, aprovechar esas pequeñas vacaciones para visitar lugares desconocidos. Por esa razón, no se sorprendió al verlo enfurruñado cuando encendió la cámara de la computadora. Incluso solo por la voz en su celular había percibido su mal humor, por lo que le había propuesto un video chat en un intento de consolarlo un poco.

Al principio, el hombre se había quejado de la inutilidad de esas tecnologías y de la conexión de internet que habría creado más disturbios. Por el contrario, cuando el programa logró cargar la imagen se sorprendió por el buen nivel de definición de la videollamada... Y su esposa…

Su esposa lo llamaba directamente desde su dormitorio, cómodamente sentada en la cama matrimonial, llevando lo que supuso que era ropa interior nueva.

El camisón ligero y casi transparente la cubría muy poco, aunque, tenía que admitir, el delicado bordado daba un toque de inocencia a toda una combinación a juego.

Como si eso no fuera suficiente, el encaje era rojo, un color que su esposa no usaba a menudo.

Sesshomaru maldijo esos malditos compromisos laborales que lo mantenían alejado de ella. Sin saberlo, su esposa le había dado otra buena razón para agregarla a la lista de desventajas de los viajes de negocios.

–Quería sorprenderte cuando regresaras, pero luego cambié de opinión–. confesó, jugando con la tela de la camisa, la cual había  recogido entre sus piernas.

Sesshomaru exhaló pesadamente y tragó para enfriar los espíritus hirvientes, pero no funcionó: cuanto más la escaneaba con ojos hambrientos, más sangre se drenaba del cerebro.

–Ah, sí… —logró farfullar una respuesta.

Abby asintió y sonrió.

–Pensé que te gustaría verme así…

Oh, ella no tenía idea de cuánto le gustaba. Y cómo se estaba volviendo loco por abandonarlo todo y volar a casa.

Abby sonrió por su silencio, o tal vez porque su esposo no había podido disimular su desconcierto.

Lentamente, movió una mano a lo largo de su estómago y subió por la curva de su pecho desde arriba de la tela delicadamente, deteniéndose en el hombro como si quisiera abrazarse a sí misma.

»» ¿Por qué no te pones cómodo, cariño? —lo invitó ella, comenzando a mover los tirantes del camisón.

Sesshomaru los vio moverse por sus brazos hasta liberarlos por completo, dejando al descubierto sus senos también.

Los dedos de su esposa trazaron círculos alrededor de sus pezones endurecidos, pero sin tocarlos directamente.

—Estoy cómodo— respondió, cambiando de posición en la silla de su escritorio. Rápidamente, con el único propósito de aliviarse un poco la constricción de su ropa, se desabrochó y bajó la cremallera de sus pantalones.

Abby se rió mientras golpeaba con los dedos índices las puntas duras, acariciandolas con las uñas y finalmente jalándolas entre las yemas de los dedos.

Sesshomaru reprimió un gemido ahogado.

»»No te contengas, amor— murmuró él, que previsoramente se había puesto unos auriculares en las orejas—. Prueba a humedecerte los dedos, como si fuera mi boca tocándote.

Ella obedeció. Desde sus labios trazó un rastro húmedo por su cuello y, nuevamente, hasta su pecho. Esta vez no pasó mucho tiempo allí, pues decidió provocarlo apretando ambos pechos entre sus palmas, probando con placer toda su suavidad.

Sesshomaru gimió.

»»No volveré a irme, lo juro —siseó. Instintivamente, comenzó a estimular la erección sin verdadera intención, sino sólo para amortiguar la creciente excitación.

Abby se rió y apartó la bata, pasándola por su cabeza.

—¿Inpaciente, tesoro?

Él soltó una risa nerviosa.

—Sabes el efecto que estás teniendo en mí.

El hecho de que se mordiera los labios con malicia amenazaba con hacerla testigo de la patética derrota de un hombre perdidamente enamorado de ella.
Se puso de rodillas, lista para despojarse de la última barrera, pero Sesshomaru la detuvo.

»» ¡No, déjalos!— le ordenó bruscamente —.Por el momento— añadió más suavemente.

Su esposa volvió a arrodillarse en la cama, esperando más instrucciones.

»» Ahora acaríciate desde arriba —le dijo.

Sus dedos entraron en contacto con el encaje húmedo, presionando y frontando donde lo necesitaba.

» »¡Así, buena chica!... —susurró, embelesado.

—¡Sesshomaru! lo llamó ella aliento.

Necesitaba más, más estimulación, más rápido, más de todo. Él le respondió con un suspiro.

—¿Quieres tocarte, amor?

No creía tener tan poca vergüenza, ni que sería capaz de excitarlo hasta ese punto, al punto de hacerle expresar verbalmente lo que quería verla hacer, él, que hablaba poco incluso en la cama.

La idea inicial era darle un striptease en vivo, tal vez incluso acariciarse un poco si quería... Nunca hubiera pensado que a ambos les gustaría tanto ese nuevo juego.

Ella asintió, sacudiendo la cabeza y lo escuchó mascullar una maldicion.

»» Está bien…— estuvo de acuerdo, aún así quería sufrir un poco más—. Solo... no te quites las bragas todavía

La visión de sus dedos ampliando el elástico hasta desaparecer dentro de la braga tuvo exactamente el efecto deseado. Observó la sucesión de expresiones en su rostro, sus ojos entrecerrados, sus labios hinchados, sus mejillas rojas, su pecho subiendo y bajando a un ritmo irregular. Sabía bien lo que ella hacía, dónde se estimulaba: en el pequeño nudo que chupaba y mordía cuando quería hacerla retorcerse y gritar.

»» Pequeña —llamó, respirando pesadamente, mientras trabajaba con su mano, provocando su erección en la punta húmeda. Era una visión, una visión erótica que le hizo perder el control de sus instintos.

Como si ella supiera el poder que tenía sobre él, abrió la boca y se humedeció los labios, y las imágenes de su esposa inclinándose sobre sí para darle placer se superpusieron a la realidad.

Abby gimió y en ese momento Sesshomaru entendió que ya no podía privarse de la vista deliciosa que le esperaba.

—Sesshomaru… — canturreó, balanceando sus caderas, moviéndose contra su mano.

Estaba cerca, lo supo por los temblores en sus extremidades.

—Muéstrate, amor. Déjame verte — gimió él con voz ronca.

Abby se detuvo, gimiendo de frustración, pero lo hizo lo que su esposo le pidió; las bragas se deslizaron rápidamente de sus piernas.

»» Acuéstate, preciosa mía. Sabes lo que quiero ver.

Sesshomaru sabía que nunca había sido tan audaz y no podía importarle menos, no cuando su esposa estaba igual de absorta y perdida en esta nueva experiencia.

Le encantaba cuidarla, mimarla, había aprendido temprano y de buena gana lo que a ella le gustaba, sin por eso imponerse como lo estaba haciendo en ese momento. Pensar primero en su propio placer le había parecido egoísta, pero ahora se sentía mezquino por haberla privado de la conciencia de complacerlo.

Devolvió su atención a su amada quien había apoyado su cabeza y hombros contra las almohadas y se mostraba ante él sin velos, pura en su vergüenza mezclada con la fuerte excitación que coloreaba sus mejillas.

Él jadeó y se lamió los labios secos al ver su sexo mojado. Un gorgoteo subió a su garganta cuando ella volvió a pasar una mano entre sus pliegues, separándolos para exponer su clítoris. Allí jugó unos segundos, ya que ya no podía resistir más.

Dos de sus dedos desaparecieron dentro de la carne y Sesshomaru apretó con más fuerza la erección.

Desinhibida, Abby se perdió en el orgasmo: levantó las caderas del colchón, apretó la mano sobre el pubis y se estremeció violentamente. Gritó el nombre de su esposo que al escuchar la, cerró los ojos, disfrutando el sonido, sintiéndolo reverberar dentro de él, hasta endurecerse dolorosamente más entre sus piernas.

Abby saltó para recuperar la computadora, todavía temblorosa por el orgasmo.

—¿Sesshomaru?

Él gimió de dolor. Quedaba poco, muy poco. Le hubiera gustado que sus manos estuvieran sobre él, que le hicieran marcas en el pecho, en el abdomen, que lo masturbara, pero estaba resultando ser un tipo imaginativo... ¡quién lo hubiera pensado! Se consolaba pensando en su inminente partida; volvería con ella la noche siguiente.

»» Desabotona tu camisa y baja la cámara —le ordenó ella—. Sé que te estás tocando, yo también quiero verte amor.

Sesshomaru abrió los párpados y sus ojos dorados, con las pupilas dilatadas de placer, amenazaron con hacerla correrse por segunda vez.

Era hermoso, maravilloso, una verdadera lástima que él le negara esa visión cuando hacían el amor. Oh, pero la próxima vez, insistiría más, tal vez podría llevar el mando y dominarlo… No es que tuviera toda esa experiencia, pero estaba muy, muy dispuesta y ansiosa por aprender.

»» Por favor—susurró, muy consciente de que él no podía negarse a sí mismo esa pequeña súplica. De hecho, Sesshomaru siseó con impaciencia, tomando una bocanada de aire para reducir la velocidad. Rápidamente, arriesgándose a romper los botones, se abrió la camisa y acomodó el portátil para que, alejándose un poco del escritorio, ella también pudiera ver su rostro.

Abby jadeó y contuvo la respiración con fuerza, su miembro estaba hinchado, tenso… tentador. Le hubiera gustado llenarlo de besos, pero de lejos solo podía verlo y quería aprovechar al menos eso. Su marido nunca se había masturbado delante de ella, aunque le había enseñado la manera correcta de hacerlo. Acarícialo, apretarlo, chuparlo.

Encontró de nuevo el cálido nido entre sus muslos, todavía sensible por el orgasmo, y comenzó a clavar su dedo índice al mismo ritmo que él frotaba la piel tensa. Sus suaves gemidos llegaron a los oídos de Sesshomaru y éste jadeó divertido.

—¿O tra vez?

Abby pronunció una respuesta afirmativa que se desvaneció en una exclamación entrecortada. Consciente de lo cerca que estaba, se ayudó de la otra mano para acelerar la cima. Se obligó a no bajar los párpados, porque así podría ver y oír. Y la imagen del rostro de su marido, deformado por el placer, de sus manos y de sus ropas manchadas, la llevó de nuevo al abismo.

—Um, hicimos un desastre — bromeó dlla, cuando logró articular algo más que; “¡oh, sí! ” y “¡oh, Dios mío!” .

Sesshomaru soltó una carcajada y regresó con la silla debajo del escritorio.

—Afortunadamente todavía me sobra algo de ropa, pero para la próxima –que no será– tendré que abastecerme más.

Abby se unió a su diversión mientras se recomponía sentada frente a la computadora. Se quedó mirando el rostro de su esposo a través de la pantalla, sus ojos, su media sonrisa. Todo parecía un sueño

—No llegues demasiado tarde mañana —murmuró, acariciando el cristal.

Pensó que podría aguantar una semana sin él, pero se sobreestimó.

—¿Me esperarás? —preguntó, conmovido.

Abby  sonrió suavemente.

—Seré tu regalo de bienvenida a casa.

—¿Eso significa que tendré que descartarte?—preguntó él con picardía.

—¡Significa que lo descubrirás mañana, curioso! —lo regañó ella, mostrándole la lengua—. Te comprometes a volver y luego ya veremos.

Para Abby esa había sido una de las experiencias más ecitante y atrevida de su recién matrimonio y sospechaba que aquella videollamada solo era el inicio.

Todo había sido tan mágico, tan perfecto, hasta que una fastidiosa música recurrente inició escucharse en el fondo de su habitacion.

¡Oh, no!...

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top

Tags: