Ángulo de treinta grados al costado, su quijada. Una gotera que no es una gotera, pues el líquido se escapa como una pequeña vertiente, saliva. Él se vuelve sinfonía en las noches y pide ser tocado. El dolor, ¿la antítesis de su amor? Pero él siente amor recibiendo dolor, o eso es lo que asimila, ya que no sabe que no entiende lo que siente, solo concibe, en su punto más profano, que le gusta.
Las cadenas que atan su fetiche cruzan al plano terrenal, escucha el repique grosero del acero caliente sobre la brasa en la que se ha convertido su carne al desnudo, sudorosa, gracias a la carne opuesta que premiaba su mansedumbre con una delicia punzante. La verbosidad ilegible que deshacía entre su lengua y paladar harían pensar a cualquiera que padecía un martirio, pero para Yoon-gi era la expresión pura de su hedonismo. Y su amante, un caramelo dulce a la luz del día, que se ponía amargo a contraluz y se marchitaba en la cama, volviéndose su propietario. «Más... Dame más...», le pide, poco después de volverse uno con él, ampliando el ángulo de su mandíbula, achicando el de sus brazos con la tensión de la piel en sus codos, y sintiendo el filo de sus uñas apretar sus palmas. Ho-seok, como siempre, hace entrega de lo que desea. Pero se obstina; quiere perpetuar la perversidad que siente con cada fibra de su ser, pero a la vez anhela la glorificación, y se vuelve agreste y descomedido. Pierde la noción de los minutos y no mide su ritmo, solo se deja envolver por su placer egoísta y esa ansia por erradicar su frustración sexual.
―Ho-Hoba... más despacio, por favor... ―Su voz suena taciturna, y le cuesta articular las palabras por la energía perdida en su pecaminosidad.
―¿Qué es esto? ¿Mi perra ya no pide por más? ―lo cuestiona con un tono dulce, pero la nalgada que le propina no es suave en absoluto.
―Ha-hablo en serio, Jung... me está doliendo mucho... No soy una maldita muñeca de goma, tengo tripas adentro, ¿sabes?
El choque de la piel de la palma ajena contra la blanda carne de sus nalgas se deja oír de nuevo y el masoquista gruñe rabioso, aunque su amante lo transforma en gemido con una embestida, haciéndolo sisear en lugar de exhalar con calma. Sigue usándolo como se propuso y él resiste, salivando y mordiendo las sábanas hasta que se ve recompensado con el temblor que sacude sus sentidos, más puro que cualquier flagelo que pudiera recibir su cuerpo, dándole vuelta la piel desde adentro hacia afuera, y sonríe al quedarse momentáneamente atrapado en la dimensión de pequeños espasmos, sintiendo también cómo esa calidez se derrama en la parte interna de sus muslos.
Después de que Ho-seok le retira las esposas besa esas enrojecidas muñecas, que Yoon-gi observa encandilado y curioso, como un adolescente haciéndose su primer tatuaje sobre la piel. Luego, extenúa su cuerpo sobre el colchón y deja que su dominante limpie los restos de fluidos y sudor con cuidado, excitándolo un poco en el momento en que mete sus dedos en su recto. Siempre lo hace y siempre obtiene la reacción que desea, por lo que ninguno de los dos distingue si es un mimo o solo un placer culposo.
Más tarde, masajea su cuerpo con un aceite especial para reducir el dolor en sus músculos. Luego de una ducha breve, se viste, ajusta los cordones de sus zapatos y encara al chico, posa su índice bajo su barbilla y él, subyugado por completo a su persona, alza el rostro sin demora. Ho-seok lo besa en los labios, con un contacto tan dulce, que lo hace creer que no cruzará la puerta y se marchará a su otro hogar, pero lo hace, dejándolo otra noche más con su libido satisfecha, pero su corazón vacío.
―Cariño, por fin llegas ―habla Jimin, levantándose de su silla y se acerca a paso acelerado hacia su novio, para recibirlo con un ferviente beso.
―Lamento la demora, me quedé entrenando más de la cuenta.
―Me da un poco de miedo que vuelvas a casa tan tarde.
―Entrenar en el club después del trabajo me hace bien. No te preocupes, tendré cuidado siempre y volveré a ti cada madrugada ―lo reconforta, abrazando su cintura y apegando más sus cuerpos.
Jimin le sonríe, se muerde el labio bajo y besa sus labios. Es en ese momento, en el contacto de sus labios que el muchacho abre de repente los ojos ante la agudez de su olfato. Sin darse cuenta se desprende de la dulzura de los labios ajenos y con su nariz toca su cuello, inspirando.
―¿Qué sucede? ―pregunta Jung muy calmado.
―Hueles a... ¿Te duchaste? ―pregunta, encarando su rostro.
―Sí. Después de nadar quise ducharme directamente allá, en el club.
―¿Y por qué no hueles a cloro? ―Su tono es severo, ante la sola idea de que de los labios de su novio salga una mentira innecesaria. Pero Ho-seok es un mitómano experto, incluso sin saber que su novio tiene sentidos sobrehumanos.
―Eso es porque me di un baño con abundante agua y mucho jabón ―explica con una expresión calmosa y una sonrisa repleta de calidez―. ¿Alguna duda, detective Park?
El aludido sonríe un poco apenado; no debe olvidar que tantas preguntas meticulosas lo pueden incomodar y hacer que él se vea sospechoso para con el alcance de sus sentidos.
―Perdona... se me hizo muy raro, es todo. ―Desvía la mirada, con un semblante que enternecería a cualquiera, pero a Ho-seok lo derrite sin piedad.
Ama a Park Jimin, lo siente en sus venas, que desea estar con él por siempre y pertenecer el uno al otro. Sin embargo... ¿Por qué está plantada la idea de que no puede tenerlo a pleno como quisiera? No sabe la respuesta, pero la ansía cada día.
―¿Piensas acaso que me escapo para irme con otro? ―Decide bailar con el diablo.
―Pero qué cosas dices, Hoseoki, por favor... ―refunfuña, dándole un golpe suave sobre el pecho y se aparta camino a la cocina.
Al darle la espalda Jung le da una nalgada y ríe por lo bajo. Sin embargo, a medio camino, su novio se voltea hacia él y le suelta algo que nunca imaginó que le dedicaría:
―Jung Ho-seok... Si tú me engañaras... Te mato. Luego de matar al otro, claro.
Hay una sonrisa ladina en su semblante que, en conjunto con el toque angelical de su rostro, se ve distorsionada, y el guiño que le dedica al final de su oración lo deja ciertamente perplejo. Pero como se ha dicho anteriormente, Ho-seok es un mentiroso con talento, por lo que no demora en controlar su expresión corporal y chista, dándole seguimiento a su broma, porque eso era... ¿no?
● ● ●
Seok-jin se arroja al vacío, saltando por el barandal del balcón del segundo piso y aterriza en la planta baja. Camina con tranquilidad por la sala, toma el control sobre uno de los muebles y enciende el estéreo, plagando todo el espacio con lo mejor de Johann Sebastian Bach y, como si la melodía lo poseyera, se dirige mucho más relajado hacia la cocina a preparar la cena. Es más adepto a la ópera gótica. Peter Gundry, aunque es contemporáneo, es de sus favoritos. No obstante, al momento de llevar a cabo tareas que desempeñan habilidad y movilidad, prefiere algo más rítmico.
Una vez que los platillos están listos y humeando de calientes, llama a Tzuyu para que lleve el correspondiente a Nam-joon. Hoy no lo "atormentaría", como él le diría, y lo dejaría comer tranquilo en su dormitorio. No la envía a la parte oscura de la mansión, donde mora su travieso inquilino, ya que había intentado atacarla en más de una ocasión, y no solo con los colmillos, así que lo llevaría él mismo. Esa ala está restringida para cualquiera excepto él.
―Esta es una copia de la llave de la habitación de Nam-joon ―le dice, alzando el pequeño objeto a la altura de su ojo―. Dejas la cena y vuelves a poner la cerradura, ¿entendido?
La muchacha asiente y extiende sus manos juntas para que deje la llave en su poder. No obstante, una última advertencia es dada:
―Te estoy confiando un elemento sumamente valioso y determinante. Ya me fallaste una vez con la confianza, Tzuyu... No me decepciones otra vez.
La joven asiente reiteradamente y hace un pequeño gesto de respeto en cuanto el frío de la pieza metálica toca sus palmas. Coloca la bandeja en un carro con ruedas y se marcha. Seok-jin ensancha los labios y cierra los ojos, dejándose envolver por la música de nuevo.
Al mismo tiempo, Nam-joon está inspeccionando el ventanal de su cuarto, que se encuentra cerrado ahora, lo recorre de punta a punta, apretando sus dedos contra sus labios, tratando de hallar una manera de poder abrirlo cuando él quiera. Ese es el primer paso que tiene en mente. Luego, calcular qué tanta tela requeriría para poder atarla al balcón y descender a salvo. Tocan a la puerta al momento siguiente, desahuciándolo de su plano de cavilaciones. Se gira rápido en dirección a la puerta y sin darse cuenta camina unos pasos hacia ella.
«Otra vez este hijo de puta...», piensa con desagrado, preparándose física y sobre todo mentalmente para lo que pudiese acontecer.
Su curiosidad y nerviosismo crecen de repente al ver una pequeña nota deslizarse bajo la puerta. Se apresura y la recoge. ¿Puedo pasar?, lee para sus adentros, y una sonrisa se dibuja en su rostro al darse cuenta de que se trata de Tzuyu.
―Puedes pasar ―concede, y lo siguiente que escucha es la cerradura de la puerta.
Aquello lo pone de súbito muy nervioso: ¿Debía apartar a la chica y salir corriendo? ¿Debía hablarle y hacer que lo ayude a escapar? ¡¿Aliarse con ella para burlar al vampiro?! Pero, cuando la chica se deja ver, cargando una charola redonda de metal que cubre la comida para preservar su calor, ignora sus planes de escape por unos segundos. Es a simple vista muy hermosa, pero la halla frágil al mismo tiempo. Si salía corriendo sin más, ¿qué sería de ella? En el hipotético caso en el que lograse escapar del cuarto, ¿cuántos metros lograría recorrer hasta que Seok-jin lo interceptase? Eso lo desanima terriblemente. No obstante, si desea una huida con un rango más elevado de éxito, debe ser meticuloso y... esperar.
Tzuyu deja el recipiente sobre uno de los muebles, donde puede comer sin ningún problema con solo acercar una silla. Mientras acomoda los cubiertos, ve de reojo por un instante cómo el muchacho se acerca a ella, pero para su sorpresa pasa de largo y va hacia la puerta. «Oh no... ¿Lo hará?», piensa, con su temor despertando. Pero ve que estaba equivocada en cuanto el joven cierra la puerta muy despacio y sitúa sus ojos en ella.
―Sé que no hablas por lo que te hizo ese maldito, pero... ¿estás bien?
La referida por poco llora ahí mismo. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que otro ser humano le había preguntado eso? Con su dolor estrujándole el corazón y un movimiento de su cabeza, afirma como respuesta.
―¿Cuánto tiempo llevas aquí?
La muchacha mira sus manos, dubitativa por unos segundos, pero la necesidad de comunicación le urge, por lo que levanta tres dedos y se los enseña.
―Tres... ¿semanas?
Ella niega con la cabeza; Nam-joon se preocupa.
―¿Meses?
Vuelve a obtener la misma respuesta, entonces aprieta sus labios casi conteniendo un suspiro ahogado.
―¿Tres años?
Finalmente, responde de manera afirmativa.
―Maldito hijo de puta... ―murmura, llevándose las manos a la cabeza, echando hacia atrás su cabello y alejándose unos pasos, suspirando y deambulando. Luego regresa a ella con un rostro más serio.
―Él... ¿Te ha tocado de manera no debida?
Tzuyu baja la vista al suelo, cosa que preocupa mucho más al muchacho.
―¿Él ha...? ¿Ha abusado sexualmente de ti?
Sus ojos vuelven a encontrarse; su pregunta la deja visiblemente turbada. Mantienen el contacto visual unos segundos, hasta que ella mueve la cabeza, diciendo "no". Nam-joon suspira.
―¿Qué edad tienes?
La joven sube primero dos dedos, luego cuatro. El muchacho sonríe apenas.
―Solo tienes dos años menos que yo ―expresa con pesar―. Y tú solo tenías veintiuno cuando ese maldito te raptó. ―Su ceño se arruga―. Tenemos que esc...
Antes de que pueda terminar de hablar, la chica estampa su mano contra sus labios. Con un susto evidente en su semblante, niega frenéticamente con la cabeza. Retira su mano y lleva su índice a sus propios labios, indicándole que no hable, pues Seok-jin tiene oídos y ojos en todas partes. Se apresura después a sacar su libreta para escribir tan rápido como puede y se lo enseña: Debes seguir las reglas, dice la pequeña hoja cuadrada.
―No voy a dejar que ese loco...
La muchacha lo corta insistiendo con el dedo sobre sus labios y dando dos fuertes pisotones; no ser capaz de emitir ni un chistido siquiera es verdaderamente frustrante. Tzuyu remoja sus labios nerviosa y aparta un mechón de su cabello detrás de su oreja. Mira al joven delante y, aunque ambigua, le enseña la llave que el vampiro le había otorgado. La mirada de Nam-joon se ilumina, mas la joven no le otorga el objeto. Mediante gestos, insinúa que si se la entrega, Seok-jin la ahorcaría o algo parecido. No obstante, sube los ánimos del chico removiéndose una horquilla de su largo cabello y se la muestra.
―O-okey... ―balbucea, entendiendo la indirecta.
Sin embargo, antes de que pueda tomarlo, ella se agacha delante de él, cosa que lo descoloca un poco.
―¿Qué estás...?
La rodilla toca el suelo, levanta apenas la botamanga de su jean y mete el gancho dentro de su zapatilla. Agachada como está, levanta el rostro hacia él y vuelve a hacerle una mímica para que guarde silencio. Nam-joon siente su rostro arder en ese momento, en conjunto con una adrenalina incontrolable, aunque momentánea, subiendo por su esófago.
Tzuyu se irgue y ambos conectan la mirada en silencio una vez más. Él trata de acercarse y posar su mano sobre su hombro, pero en ese instante un tercero irrumpe abruptamente en la habitación. Sí, Seok-jin arriba, invasivo como de costumbre, y también arrebatado. Basta con solo un movimiento de su cabeza para que la fémina abandone el dormitorio de inmediato, no sin antes "presentar sus respetos".
El vampiro mantiene el rostro ladeado en dirección a la puerta, y cuando sabe que Tzuyu está lo suficientemente lejos, lleva sus ojos al muchacho, quien lo mira con recelo.
―¿Ya comiste?
Nam-joon da una negativa con un sutil meneo de cabeza.
―¿Por qué estás agitado? ―Se aproxima a él, rozando su nariz y labios con los propios, e inspira profundo―. Hueles a ella. ¿Qué hicieron?
El joven abre la boca para responder, pero cambia su réplica en el último instante:
―¿Qué te importa?
Seok-jin lo observa de hito en hito, dejando al silencio como testigo del suspenso. No obstante, sonríe al momento siguiente, dejando escapar aire por sus fosas nasales. Lleva sus manos a los hombros del chico y da unas suaves palmadas.
―Mejor siéntate a comer ya, o se te enfriará.
Con la velocidad que lo caracteriza, agarra una silla situada al otro extremo de la habitación y la arrima al mueble. Destapa la charola redonda y le hace un gesto para que se siente. Nam-joon pasa saliva y accede, toma asiento y deja que el dulce aroma del Kalguksu infeste sus fosas nasales.
―Yo mismo preparé la masa. Espero que te guste.
No puede creerlo; es de sus favoritos, y ese lunático lo había tocado con sus manos. Las mismas que se posan de repente en los espacios entre su cuello y hombros, cosa que lo sobresalta; puede notar por el rabillo del ojo sus dedos moviéndose. Pasa saliva de nuevo y se dispone a separar los palillos. Lo detesta, pero la verdad tiene hambre. Si no se alimenta estaría débil, y si eso pasa... todo sería más complicado.
―Estás apretándome y no puedo comer así, ¿quisieras apartarte? ―dice de repente, con un tono seco e indiferente.
―Oh, lo lamento, precioso ―responde, retirando sus manos y alejándose, no sin antes darle una suave caricia a su cabello.
Nam-joon mastica bien su último bocado y pregunta:
―¿No estás molesto por cómo te respondí hace un momento?
No pretende romper el hielo, el silencio ni mucho menos provocar su enfado. Pero le resulta extraño que no le haya dicho nada, que le sonría gentilmente y sea atento para que se siente a comer. Si llega a estar guardándose su enojo, lo mejor puede ser hallar un momento para "ofrecer una disculpa".
―¿Te refieres a cuando me dijiste en mi cara "qué te importa" o hace un instante?
«Mierda», piensa, mas su rostro se mantiene impoluto y lo mira sin decirle nada.
―Las reglas que te he dado implican que debes obedecer mis órdenes, pero no dice nada sobre insultarme o responderme de mala manera.
―¿De verdad...? ―indaga, incrédulo totalmente―. ¿Dónde está la trampa?
―¿Trampa? ―Sonríe animado―. ¿Quieres que te castigue, Nam-joon?
El aludido traga de golpe el bocado que se había llevado a la boca. Al mover un poco la cabeza, el rostro del vampiro ya está contra el suyo, por lo que se ve obligado a alejarse un poco.
―¿Quieres un castigo arcaico... o moderno?
―No, yo no...
―¿Quieres que te desnude la espalda... ―pregunta, posando dos de sus dedos sobre el hombro del chico―... y te marque la piel con azotes? ―continúa, tipeando con los dedos en dirección a su espalda.
«De acuerdo, esto fue una terrible idea».
Seok-jin ve el desconcierto en su mirada, la preocupación haciéndole difícil la tarea de pestañear y lo disfruta demasiado, por lo que procede:
―La casa tiene un sótano bastante amplio. Ahí hay mazmorras y elementos que en la antigüedad se utilizaban para la tortura.
»Tu piel es tan suave, Nam-joon... me daría tanta pena magullarla ―dice, con su palma abierta sobre su espalda, frotando con suavidad.
―Olvídalo ―dice, haciendo un movimiento de hombro para que el otro retire su mano y le da vuelta el rostro para seguir comiendo.
Seok-jin espera con calma a que termine de comer, y cuando deja los palillos y se limpia la boca con la servilleta pregunta:
―¿Estaba bueno?
―Bastante. Gracias.
―¿Y si te ordenara disculparte?
El joven permanece suspendido por unos segundos.
―Si te ordenara disculparte por cómo me respondiste antes, ¿qué harías?
―Lo siento...
―Lo siento, ¿qué?
―Lo siento, vampiro de mierda. ¿Qué tal? ―Testea su tolerancia.
―Yo creo que no ―replica, sin el más remoto ápice de gracia.
―Lo siento, Seok-jin ―se corrige, y alza las cejas esperando una reafirmación.
―Eso está mejor.
Nam-joon suspira, aliviado de que ese loco lo deje en paz por fin. Detiene sus ojos en su zapatilla, sintiendo el alambre picarle un poco. No lo haría ahora mismo, esperaría un poco y actuaría con calma, así que solo se preocupa por removerse el calzado, guardar el preciado objeto en el pequeño cajón de la mesita de noche y se acobija, listo para dormir.
Esta noche, es la primera en que el muchacho no tiene pesadillas con el vampiro asediándolo, sino que sueña algo muy diferente, plagado de mayor calidez: Tzuyu viene a verlo en las últimas horas de la noche y, tal y como lo hizo antes, se arrodilla frente a él, pero no para darle algún objeto importante, sino para algo más... íntimo. Sus pantalones tocan el piso, su piel desnuda entra en contacto con esos dulces labios salmón y los rumores de la obscenidad plagan el gran cuarto. No hay interrupciones, no hay vampiro que represente un peligro inminente. Nam-joon posa su mano sobre la nuca de la muchacha, masajeando con un tacto suave. Aprieta los párpados, separa la quijada y respira lubricidad. Incluso dentro de esa fantasía, protagonizando ese acto pecaminoso, se siente culpable; no se olvida que tiene novia. Pero en su interior, en el breve escape de su sueño, sabe que está atrapado, por lo que su subconsciente decide continuar proyectando esa imagen para liberarlo de la pena y el estrés de ser un cautivo sometido.
Pero lo que menos se imagina Kim Nam-joon, es que sus pensamientos impuros y su ilusión prohibida no son nada en comparación con la realidad que ignora. Seok-jin, encarnando el papel de un detective furtivo, ha salido varias noches para realizar su investigación. Persigue a Jessie, la pareja sentimental y carnal de su amante. No había conseguido nada relevante hasta hoy: La muchacha abre la puerta de su departamento y recibe con un abrazo y un beso en los labios a otro hombre, uno que ya había visto antes, amigo de Nam-joon. Seok-jin los observa desde las más oscuras penumbras compartir una cena improvisada, reír con júbilo y después... desnudarse el uno al otro y, en esa misma cama donde seguramente había compartido arrullos de amor y palabras de afecto con Nam-joon, ahora deja que su cuerpo sea agitado y tomado por otro.
―¿Sentiste eso? ―pregunta Jackson, anonadado, aunque no detiene el coito que tanto está disfrutando.
―¿Qué dices...?
―Pareció como un destello o algo.
―Mejor cállate y sigamos... ―le dice con una sonrisa pícara en el rostro. Él copia su gesto con complicidad y, como se lo ha pedido, continúa.
Afuera, retirando la cámara fotográfica de su rostro, Seok-jin levanta una de las comisuras de sus labios.
―Por fin te atrapé, perra.
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