Capítulo 5: Mi pretensión

Fui al hospital en el que trabajo. Todos me saludaron con cordialidad y rostros felices, como si esparciera algún tipo de feromonas. ¿Soy tan encantador? Debe ser. Muchas personas me han llamado hermoso, otras, galán, pero solo una me ha llamado bastardo.

Nam-joon, tú deshónrame y alimenta mi ego inmortal.

Cubrí toda la guardia nocturna y primeras horas de la mañana, además de mis deberes en la dirección, poco antes de que amanezca. Puedo trabajar muy rápido, pero, shh... eso es un secreto.

«No ha dormido ni un poco, ¿no está cansado, doctor Kim?», me preguntan a menudo. Mi período de sueño es relativamente corto, aunque lo hago, duermo, y también sueño. Sin embargo, cuando bebo sangre no siento la necesidad de juntar mis párpados.

Olvido mi condición de medio muerto caminante y me siento más vivo que nunca. Pero lo que jamás se me olvida es tu existencia, Nam-joon.

Hace una semana que lo tengo conmigo. Una de esas noches, cuando la lluvia había cesado, abrí el ventanal de su dormitorio como lo prometí, para que respirara aire puro. El muy ingrato pasó de largo las rosas trepadoras y corrió hasta el barandal. La mansión es una construcción arcaica y colosal; el balcón tiene unos cuantos metros de caída libre. Estaba decepcionado. Lo reconforté con una caricia en su cerviz que no supo apreciar, y le expliqué cómo yo mismo me encargué de plantar rosas trepadoras en cada una de las ventanas de la mansión, para que su perfume impregne cada rincón. Nam-joon me miró de costado y en silencio, con un quemeimportismo evidente instalado en su fisionomía, y cuando yo le sonreí supe que le molestó más aún.

Esa misma noche, me presenté en su dormitorio, cargando unas bolsas en las manos y un baúl sobre el hombro. Le había comprado ropa, vestimenta moderna, como la que suele usar; sabía que le gustaría mucho más que la que yo le impongo. Empero, falto de gratitud, agarró su ropa limpia con la que lo había traído aquí y se dirigió a paso acelerado al baño, bajó el pestillo de la puerta y se cambió la ropa. Pude escuchar las fundas desnudando y vistiendo su piel, y sus pequeños suspiros al estirar los brazos y las piernas al cubrir su cuerpo. En el silencio de esa alcoba fue maravilloso. Salió acomodándose la prenda de algodón con capucha sobre una camiseta blanca, sus jeans, ni muy sueltos ni muy ajustados y las botas marrones acordonadas.

―¿Qué hay en el baúl? ―me preguntó, con un pequeño movimiento de su cabeza, apuntándolo.

―Oh, esto... ―Me incliné a abrirlo―. Te traje libros, para que puedas pasar el tiempo. Sé lo mucho que te gusta leer.

Miró los objetos, sorprendido por unos segundos, pero luego su semblante se tornó serio de nuevo y sus ojos bajaron al piso.

―No echaste un vistazo a la ropa que te traje.

―Lo haré después. ―Me dio la espalda y se contempló en el espejo, acomodando sus prendas.

En un segundo me trasladé a su espalda y lo interrumpí, colocando mi mano sobre sus ojos.

―¿Qué haces? ―Se paralizó.

―Hay algo más que quiero darte ―murmuré cerca de su oído. Vi y sentí su piel erizarse. Fue una delicia―. Extiende las manos.

Despacio, él me hizo caso. Deposité un cuaderno de tapa gruesa en azul oscuro y retiré mi mano para que lo viera. Le dio una vuelta entre sus manos y pasó las hojas amarillentas, dejando que se deslizaran por sus dedos.

―¿Para qué se supone que es esto?

―Es tuyo. Puedes escribir o ilustrar lo que tú quieras en él.

La mirada que me otorgó en ese momento me hizo percibir un declive en su desazón. Lo había hecho bien.

―Puedes escribir sobre mí en él, si tú quieres.

―¿Quieres que te escriba sonetos y poesía, vampiro? ―me dijo, con un tono despectivo.

―Puedes defenestrarme como se te dé la gana en esas hojas de papel si eso es lo que prefieres.

Logré sorprenderlo.

―Puedes escribir insultos hacia mi persona, o describir como quisieras asesinarme.

―Tú sí que estás loco.

―Nam-joon... No estaríamos aquí y ahora tú y yo si no habitara un poco de locura en mí. Además, los dos sabemos que no te daré la libertad que tanto anhelas, así que al menos debo dejar que puedas desquitarte.

Su mirada se oscureció. Eso... no lo había hecho tan bien.

―¿Me obligarás a enseñártelo después?

―No. Es tuyo, y lo que escribas lo compartirás conmigo solo si es tu deseo ―le dije, y despacio, le acerqué una pluma.

»Cuando se te acabe la tinta, avísame ―dije, y rocé sus labios con la punta de la pluma, entonces él me la arrebató rápido.

»Cuando ya no le queden hojas a tu cuaderno, házmelo saber. Correré por más y te lo traeré a tus pies si así lo quieres.

Sin darme cuenta lo estaba acorralando.

―Todo lo que esté a mi alcance. Todo lo que ambos queramos te lo daré, Nam-joon.

―Muy bien, ya te entendí... ―me respondió nervioso y me empujó con su palma abierta contra mi pecho, aunque mi cuerpo no se movió.

»Rayos... Quisiera golpearte tan fuerte ahora mismo.

―Está bien. Te lo concedo. Golpéame donde tú quieras.

―No te dolería, ¿verdad?

―Me encuentro saludable ahora, así que no.

―¿Cuándo no te encontrarías saludable?

―Si no bebo la sangre suficiente, luego de exponerme a la luz solar, o si recibo un daño directo al corazón. En esas situaciones podría hallarme... vulnerable ―lo testé, arrimando mi rostro al suyo.

―¿Y me dices esto porque...?

―Porque me agrada la idea de que sepas mis vulnerabilidades, y porque estoy más que seguro de que jamás podrías ocasionarlas en mí.

―¿Y si te apuñalo con la pluma?

―Eso me desilusionaría muchísimo... ―dije, con mi voz más gutural y una mirada que destilaba advertencia.

Bajé mis ojos al utensilio que tenía en su mano apuntando hacia mí, volví a sus ojos y añadí:

―Con ese objeto no me causarías un daño grave, pero sí sería una molestia. Yo... te recomendaría no intentarlo. Además... se necesita habilidad para eso, o en su defecto... mucha desesperación. ¿Crees que podrías apuñalarme, Nam-joon?

Él bufó fastidiado; no era como si realmente fuese a hacerlo, lo sabía. No... aún no estaba lo suficientemente desesperado para recurrir a aquello. Nam-joon podría ser torpe, pero antes que todo es inteligente. Seguro fraguaría algún plan, seguro lo intentaría llevar a cabo, y seguro que me divertiría verlo intentarlo.

Me arrimé más y él apartó el rostro ladeando su cabeza. Inhalé lento y profundo de su cuello.

―Aún hueles a mis rosas. Prometo que siempre te haré oler así... para evitar comerte de un bocado.

Atrapé el aire que lo envolvía entre mis dientes, abierto a la tentación de llegar hasta su piel. Pero sería paciente, debía serlo, aunque... no tendría nada de malo si tocaba un poco su cabello o mis dedos rozaban su rostro, ¿verdad?, me preguntaba. Sin embargo, debí inhibirme en ese momento en que a mis oídos llegaron los ecos de unos alaridos. Llevaba escuchándolos por horas y ya no pude tolerarlo.

«Otra vez...», mastiqué las palabras en mi mente, dirigiendo mis ojos a la puerta con un hastío superfluo.

De repente, cada fibra de mi maldito ser se estremeció. Sentí mi corazón agigantarse y golpear mi esternón con un solo latido. No fue el quejido bajo de Nam-joon lo que me alteró, sino el inconfundible olor de la sangre, peor aún, su sangre.

Volví mi rostro hacia él, solo para poder contemplar cómo de su índice brotaba el rojo, acumulándose y derrapando por su falange.

Mi instinto cazador se activó como una subida de tensión. Mis escleróticas ennegrecieron por la idea de hambre y pequeñas venas sobresalieron en la zona inferior de mis ojos, esparciéndose como larvas. Los latidos de ese chico se aceleraron en cuanto notaron mi indiscreta atención. Se asustó.

El libro se desparramó entre nosotros, tocando el piso. Su espalda hizo ruido contra la madera del armario mientras mi consciencia se adormecía.

―Seok-jin... ―suspiró, sujetándome por el hombro de mi ropa y su otra mano atrapada por la mía.

La punta de mi lengua acarició mis incisivos y luego la punta de mis colmillos apenas asomados. Obnubilado por mi sed inquietante e impredecible, escalé con mis dedos sobre su palma hasta que entré en contacto con su sangre, y temblé de excitación.

―Una degustación... solo una pequeña... ―supliqué, llevando mi dedo embadurnado a mi boca.

Manjar divino.

―¡Seok-jin! ―Golpeó mi hombro y tiró de mi ropa.

No, no me arrastres a la tierra todavía. Este infierno es tan dulce...

―No quiero matarte por error, chico... ―mascullé, atrapando su garganta con mi mano―. Quédate quieto...

Acerqué su mano atrapada entre mis dedos, descubriendo más mi lengua y con ella limpié esa sangre burlona de su piel. Lo hice con esmero, me tomé mi tiempo, hasta que lo dejé limpio, luchando cada segundo de mi dulce agonía para no hincar mis dientes, o sería mi perdición.

Ya no quedaba nada y aun así seguía relamiendo mis labios como un pobre infeliz deshidratado y desnutrido.

Nam-joon cayó sentado al piso, trémulo como era de esperarse; nunca me había tenido tan cerca en ese estado. Una mala primera vez, pero yo me sentí muy bien. Sí, soy malo y egoísta.

Me agaché delante de él y reposé mi mano sobre su cabeza, que le dio una sacudida a todo su cuerpo. Seré un desgraciado pero puedo actuar con empatía, incluso si no la siento.

―Te asusté mucho, ¿verdad? Perdón por eso.

Quería quedarme junto a él un poco más hasta que alcanzara la armonía de nuevo. Pero esos lamentos persistentes hacían que mis pupilas viajaran hasta arriba con tedio. Carraspeé, agarré el libro junto con la pluma y los dejé en el suelo junto a él.

―También puedes escribir sobre esto si te ayuda a desahogarte ―le dije, mostrando mi mejor interpretación de gentileza―. Pronto te traeré algo para cenar.

Nam-joon no dijo nada, solo respiraba agitado y me miraba como... Sí, como lo que soy.

Salí de la habitación, di dos vueltas de llave y la guardé en mi bolsillo. Mi sonrisa se esfumó dando paso a la pereza.

En un chispazo me trasladé a la cocina y tomé un carrito con charolas de comida ya preparado por Tzuyu. Con eso me movilicé fugaz hasta el otro lado de la mansión. Caminé mis últimos pasos con mala cara, molesto por los quejidos y súplicas que no dejaban de adornar el pasillo con un aura desesperante. Me detuve frente a la puerta de la habitación donde estaba a quien yo llamo mi "inquilino".

―¿Quisieras parar, por favor? ―hablé, luego de abrir la puerta.

Con ello, alcanzo a presenciar el último latigazo realizado con inquina contra esa pobre figura trémula que se hallaba de rodillas en el suelo, con los brazos extendidos a los extremos y encadenados al pie de la cama, dejando expuesta su espalda.

―¿Por qué me interrumpes, Seok-jin? Arruinas el ambiente ―se quejó, arrojando la gruesa cinta de cuero sobre el colchón.

―Traje comida.

―Yo no como.

―No para ti, gaznápiro ―le digo, y señalo con la cabeza a la pobre víctima atada a esa cama.

―¿No te encanta? Creo que no pude haber obtenido mejor adquisición.

―Se ve macilento y vapuleado. ¿bebiste su sangre?

―¡Claro que sí! ―exclamó, ofendido por mi interrogante―. Es de lo más exquisita, aunque últimamente sabe un poco extraña.

―¿Cuándo fue la última vez que le diste de comer?

―Unos... ¿cuatro?, ¿tal vez cinco días?

―¿Días? ―Arqueé una ceja―. Si no lo alimentas bien no te dará buena sangre.

―¿Ah, no?

―No. ―Bajé los párpados; era algo obvio―. ¿Y adivina qué? Si sigues maltratándolo, flagelándolo, ultrajándolo, y lo que es peor, sin alimentarlo e hidratarlo, se te va a morir. Cuida bien de tus juguetes, ¿quieres?

―¡No es un juguete! ―exclamó irritado―. Es mi mascota.

―Hasta un perro callejero tiene más presencia que eso. ―Señalo con un movimiento de cabeza―. A esa pobre alma en desgracia la estás dejando piel y huesos.

―Es mi mascota ―refunfuñó cuán niño pequeño. Se aproximó a la persona que mantenía encadenada de espaldas al pie de la cama y acarició sin delicadeza su cabello solo para oírlo quejarse.

―Eres un desastre. Aliméntalo. ―Lo apunto con el dedo.

―Está bien. Lo alimentaré.

―Acogerte en mi mansión fue mi idea. Pero eso no quiere decir que harás lo que se te venga en gana. Dejaré que tengas a tu... mascota, pero si no la cuidas me la llevaré lejos de ti para que aprendas.

―¡Ya dije que lo alimentaré!

―Conoce tu lugar y no me levantes la voz, truhan del diablo ―espeté entre dientes.

―Lo siento. ―Se apaciguó de repente.

―Tengo trabajo para ti.

―¿A quién le arranco la cabeza?

―De eso me puedo encargar yo... ―Sonreí con petulancia―, no te preocupes. Me refiero a otra cosa ―dije, y le entregué un rollo fotográfico.

―Oh, así que sí usaste mi cámara después de todo ―dijo, tomando el cilindro en mano.

―Las tengo contadas. No vayas a robarte ninguna, ¿oíste?

―De acuerdo, de acuerdo. Las tendré reveladas para ti mañana. ¿Feliz?

―Tal vez. ―Alzo una sola ceja―. El carrito con la comida está junto a la puerta. Alimenta a tu... mascota.

―Sí, hyung. Lo haré ―dijo, con un deje de ironía mientras me observó desaparecer de su puerta. Se giró con gracia dándole la espalda al umbral, regresando los pasos hacia su denominada mascota.

»Lo haré... después de divertirme otro rato.

Santo infierno... ¿Por qué complicaba mi existencia de esta manera? Cierto. Me aburro demasiado.

Claro que ahora que Nam-joon está aquí... ya no me aburriré tanto.

En mis cortos lapsos de sueño, sigo viéndome yendo hasta su habitación, dormido o despierto, yo me extenúo sobre él, hambriento. Rasgo su ropa y me alimento de la esencia de su pecho, condimentándolo de sudor para comer. Debajo de mí, él jadea y me pide que pare; yo no lo hago. Eso me consterna un poco, debo admitir. Mentiría si dijera que no quiero apropiarme de él, incluso si él me dice que no. ¡Demonios! ¡Lucho con eso prácticamente desde que lo conocí! Empero... Si dejo que mis bajos instintos tomen el control, podría perder la oportunidad de obtener su amor.

La violación es inmoral, poco ética, una conducta repudiada y monstruosa. Al menos lo es para los mortales. Para nosotros, los vampiros, sin embargo, es como otro día de cacería. Cuando estamos aburridos o cuando sabemos que es necesario procrear y nuestras hembras se ponen un poco... difíciles. Pero les agrada; ellas mismas lo dicen. Les gusta ser tomadas de esa forma, porque para ellas es un acto que aniquila su monotonía y acrecienta diversión y excitación. Es un buen negocio y todos salimos ganando. No obstante, es muy diferente para los mortales; no espero que entiendan nuestras costumbres o manías. Somos repudiables y monstruosos después de todo.

Me dije a mí mismo que cuando lograra llevarme a Nam-joon conmigo, lo trataría como el epítome de la realeza que es. No obstante, terminé abduciéndolo por un brío rabioso. Eran mis rosas... Era la rosa de mi corazón... y se las estuvo dedicando a ella todo este tiempo. No lo olvido. Por eso no puedo evitar ser un tanto... brusco a veces en mis modos o mi labia.

Volvernos amantes fue lo que me propuse. Para probarme a mí mismo y a mis iguales que podemos ser diferentes, que el síntoma del amor puede enfermarnos y podemos sobrevivir. Me han llamado loco. Yo digo que cualquiera lo estaría, atrapado en una vida llena de lujos materiales y el cuerpo vacío, inhábil de emociones fervientes y rimbombantes, más allá del deseo por el manjar rojo que escurre con vidas terminadas.

El aroma de mis rosas, en conjunto con su sangre y el bombeo de su corazón hacen que me derrame por dentro. Pero yo siento diferente. No solo anhelo pinchar su torrente con mi codicia, extasiarme en la dulce bebida. Yo quiero todo de él.

No pretendo que nuestra relación aflore de la noche a la mañana. Sin embargo, mi accionar es ambiguo e inesperado. Soy malvado y traicionero, y me gusta cómo se siente, casi tanto como me gusta él. Gustar, tener, apoderarse, cuanta similitud y diferencia. Me vuelvo más loco. Me...

Un estruendo.

Lo hice de nuevo, ¿verdad? Sí... lo hice de nuevo. Arrojé con rabia mi copa contra uno de los muros, estallándola en pedazos. Escucho las pisadas de Tzuyu sobre el cristal roto. Viene de inmediato en cuanto grito su nombre. En su cara hay angustia, y su garganta se mueve: interrumpí su almuerzo. Mil disculpas, belleza.

―Tzuyu, sé un amor y limpia esto, ¿quieres?

Se inclina delante de mí; nunca le dije que debía hacerlo, pero ella intenta mostrar respeto. Claro, ahora que sabe de lo que soy capaz ha bajado considerablemente su impulsividad y agresividad. He hecho subir su grado de inteligencia, ¿verdad?

Y pensar que por un momento lograste atraparme. Ahora yo te atrapo... O tal vez... no quiero quedarme en soledad. Maldita seas, Tzuyu...

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