Capítulo 3: Mi plan
La lluvia todavía repiquetea inquieta contra el cristal del ventanal de aquella inmensa habitación en la que se encuentra recluido. Los truenos lejanos acompañan el agua y las luces producidas por los rayos son la única fuente de luz.
Nam-joon había intentado abrir la puerta y también la ventana. Esculcó en los cajones de los diferentes muebles y abrió los compartimentos del enorme armario en busca de literalmente lo que fuera que pudiera ayudarlo a vencer la cerradura, pero todo lo que halló fueron toallas y diferentes prendas de vestir; camisas en su mayoría, parecidas a la que se había visto forzado a llevar encima, al igual que los pantalones. En el baño de la alcoba tampoco encontró nada útil, solo lo justo y necesario para su higiene personal: un cepillo para el cabello y otro para los dientes, jabón líquido para las manos y uno en barra apartado en un extremo. Rollos de papel sanitario, champú, acondicionador, diferentes ungüentos y sales minerales. Nada servía, ¡nada!
Pateó la puerta del baño con enfado, sin importarle que su pie le doliera pues, como todas las puertas al parecer, estaba hecha de un material duro y pesado. Sin detener su cólera ahí, agarró una mesita y la arrojó contra la pared. Gruñó, sintiéndose impotente, se llevó las manos a la cabeza y caminó hasta la cama, desplomándose sobre ella, agobiado de solo recordar su último intercambio verbal con ese vampiro demente:
―Come, Nam-joon, por favor ―dijo, acercándole el plato con el emparedado que su aparente sirvienta, Tzuyu, le había preparado, junto a un vaso de jugo.
―No quiero comer, ¡quiero irme! Déjame... por favor.
Su voz era suave y gentil, y su rostro evocaba una sensación que ante cualquiera se vería enternecedora. Pero para Seok-jin era una inyección de endorfina en su estado más puro directo a sus malditas venas. Pasó saliva y relamió con discreción sus labios.
―Ya te dije que eso no es...
―¡No me importa qué clase de maldito proyecto de ciencias tengas en mente! ¡No estoy dispuesto a participar en tu mierda!
Nam-joon miró a los ojos a ese hombre, bajó las pupilas un instante hacia la comida y, furibundo, dio un manotazo que llevó el plato al piso, partiéndolo en pedazos, y desparramó el pan con su contenido por todo el piso. Seok-jin se quedó con los ojos tiesos por unos segundos. ¿Cómo debería reaccionar? ¿Debía alzar la voz? ¿Abofetearlo por su insolencia? Esa última opción llenaba sus manos de un hormigueo inquietante, pero no, ponerse brusco tan pronto no generaría un efecto favorable y las cosas se pondrían más difíciles. Además, el ritmo cardiaco de ese pobre chico se había ido a las nubes en cuestión de segundos, si le gritaba o lo golpeaba, solo conseguiría alterarlo más, y también... se le podría pasar la mano y lastimarlo gravemente. Se conformó con llamar a Tzuyu por medio de su pequeño dispositivo, el cual generaba una luz roja en la pulsera de la muchacha, indicándole que debía acudir donde él estuviera.
Minutos más tarde, la susodicha tocó a la puerta y Seok-jin le cedió el paso. Estaba muy agitada por haber circulado con prisa. La luz indicaba que su presencia era requerida, pero no tenía modo de saber dónde, por lo que muchas veces ella tenía que recorrer la mansión hasta encontrar al vampiro. Sabía que si no le gritaba, no era urgente y no le reprocharía su tardanza, pero eso no lo hacía menos agotador.
―Tzuyu, cielo, ven aquí y limpia este desastre que Nam-joon... ―Lo miró a los ojos con reproche―, ocasionó.
La chica acató de inmediato. Se agachó frente a los pedazos de cerámica y comida para empezar a juntarlos. Seok-jin dejó la comodidad de la cama y se inclinó al lado de la chica, arrimando su rostro al de ella, intimidándola. Nam-joon pasó saliva con temor.
―Iré a traerte una pala y una escoba, ¿de acuerdo?
La chica asintió despacio y un poco trémula; no podía evitarlo; incluso portándose amable él daba miedo. Y el chico cautivo apretó los dientes y cerró con fuerza los puños al ver que el sujeto corrió con calma el cabello de la muchacha, acomodándolo detrás de su oreja.
―Sé que hablar no es tu fuerte, linda, pero... ¿crees que puedas mostrar algo de gratitud ante mi ayuda?
Y con ello Tzuyu cerró los ojos y sonrió de una manera muy dulce, dando otro asentimiento.
―¡Eso es! ―alentó el vampiro, sonriendo también y dándole una caricia a su cabeza, como si se tratase de su mascota―. ¿Lo ves, Nam-joon? ―Giró el rostro hacia él por encima de su hombro, dedicándole un semblante siniestro―. Obedecer es tan sencillo.
Ni siquiera notaron cuando Seok-jin se puso de pie y prácticamente se esfumó del cuarto. Los dos que quedaron ahí suspiraron a la vez, recuperando el alma que se les había escapado del cuerpo unos instantes.
―¡Oye! ―la llamó Nam-joon―. No eres un vampiro como él, ¿cómo llegaste aquí? ¿También te secuestró ese loco?
Una ligera capa de sudor comenzaba a dejarse ver en el rostro de la muchacha. Sentía que había pasado una eternidad desde que vio a otro ser viviente, además de Kim Seok-jin. Eso la aliviaba, pero también entendía bajo qué circunstancias el joven había llegado aquí.
―Vamos, por favor acércate ―insistió y palmeó el espacio frente a él en la cama. Con las cadenas, podía moverse con algo de libertad, mas no le era posible bajar y caminar.
La respiración de Tzuyu se volvió más notable; estaba dudando sobre si acceder a su pedido o no. No obstante, el regreso de Seok-jin la cohibió de cualquier idea.
―Ella no habla ―dijo, con ojos frívolos en el joven, mientras caminaba hacia la sirvienta y le entregaba los utensilios. Por supuesto que los oía, no importaba la distancia.
»No vuelvas a dirigirle la palabra.
―¿Es otra de tus reglas? ―Enarcó una ceja.
―Es una orden directa. ―Dejó ver sus dientes un momento.
Se quedaron en silencio esperando a que la muchacha termine su labor y se retire. La puerta se cerró y quedaron solos de nuevo, cosa que aumentó el nerviosismo del chico, mucho más cuando el vampiro volvió a tomar asiento frente a él y tomó una de sus muñecas. Eso lo asustó, sin embargo, se sorprendió al ver cómo él mismo cortó la cadena de oro que colgaba de su cuello, donde resguardaba unas pequeñas llaves, y abrió los candados para dejarlo libre de esas estorbosas cadenas. Bajo su atenta mirada, Nam-joon recuperó sus articulaciones y las masajeó un poco. No iba a liberarlo, ¿o sí? Incluso jodido como estaba, no quería perder las esperanzas.
―Así podrás dormir con mayor comodidad. ―Sonrió.
Por supuesto que no lo liberaría así nada más.
Al instante siguiente, tomándolo desprevenido totalmente, el hombre se le acercó, casi rozando su nariz. Nam-joon quiso retroceder por inercia, pero el vampiro rodeó su cintura con su brazo, impidiéndoselo. En ese caso, el joven plantó sus manos contra el pecho ajeno, tratando de hacer mayor la distancia de sus rostros por lo menos.
―El cutis de tu piel es envidiable, Nam-joon.
―¿Qué...?
―Y tu tez olivácea la luces exquisitamente.
―Para ya... ―Quiso empujarlo.
En efecto, Seok-jin posee más fuerza física, por lo que de un simple toque de su palma contra su pecho, logró tumbarlo sobre el colchón. Sobresaltado, Nam-joon intentó apartarlo y zafarse, pero...
―Quédate quieto.
Su timbre seco y opacado le perforó el alma en un segundo, dejándolo helado en su sitio. Lo sabía: provocar su enfado era una mala idea y él estaba en clara desventaja.
―Chico listo, sabes lo que te conviene... ―susurró.
Tomó las muñecas del chico y las deslizó muy despacio sobre las suaves sábanas hasta la altura de su cabeza. Ahí escaló por sus manos y entrelazó, un poco a fuerzas, sus dedos.
―¿Qué es lo que...?
Su habla fue cortada como un sable en cuanto sintió al vampiro contra su cuello, respirando su aroma.
―Por favor... ¡Por favor, basta! ―pidió alterado.
―Hueles a mis rosas... ―musitó―. Hueles a mí... ―Inhaló una vez más―. Eso me hace sentir muy bien, ¿sabes?
Podía sentir no solo su respiración, sino también sus fríos labios rozar su piel, provocándole un escalofrío más intenso.
―Escúchame bien lo que te voy a decir, Nam-joon... ―dijo de repente, enfrentando su rostro―. Lo que ocurrió con la comida antes, lo tomaré como... un accidente. Pero si vuelves a hacerme algo como eso... No voy a ser tan amable. ―Negó lentamente con la cabeza.
»Hay dos caras que podrás ver de mí, una ya la conoces ―dijo, adosando su rostro al impropio―. No quieras conocer la otra. ¿Entiendes, precioso?
Nam-joon viró sus pupilas de un lado a otro, encarando su mirada. Seok-jin juntó sus párpados y sonrió, dejando escapar aire por su nariz.
―Estás tan asustado que no puedes hablar. Lo entiendo.
Al instante siguiente dejó de sentir el peso sobre sus muñecas, así como en la cama, y cuando pudo sentarse vio que el vampiro ya se hallaba al otro lado del cuarto, junto a la puerta.
―Vete haciendo a la idea de que me tendrás muy cerca de ti, Nam-joon.
El referido lo miró estupefacto, todavía sin poder otorgarle réplica. Seok-jin volvió a curvar hacia arriba sus labios y se dispuso a abrir la puerta. No obstante, no se marcharía sin antes dejar en claro un punto muy importante:
―Jamás vas a salir de aquí. Ten dulces sueños.
Y con esa sonrisa maquiavélica, cruzó la puerta. Sus palabras fueron el detonante para que el joven gritara y corriera, esperando alcanzarlo. Pero la tabla ocupó su sitio y pronto, dos vueltas de llave contra la cerradura.
―¡Seok-jin! ―Nam-joon golpeó con sus puños―. ¡Déjame salir, maldito! ¡¡Déjame salir!!
Continuó llamándolo y golpeando sin tener respuesta alguna. Aquello solo lo frustró más, haciendo que liberara un aullido desgarrador que se dejó escuchar en todo el piso de la mansión.
Aquí está ahora, recostado boca arriba, con sus manos sobre el abdomen y sus piernas colgando, apenas rozando la alfombra que rodea la cama. Su mirada fría refleja la rabia que arde en su interior. A pesar de la situación desesperante, sus ojos permanecen secos, como si su tristeza se solidificara en una determinación férrea.
En el rincón más oscuro de sus pensamientos, las lágrimas, traicioneras, amenazaban con desbordarse, testigos silenciosos de una resistencia que se mantenía congelada en la bruma del miedo y la incertidumbre.
«¿Qué estará pasando allá afuera? ¿Ya estarán buscándome? Por favor... encuéntrenme... o... no... No quiero que él los lastime», piensa, con su angustia en aumento.
Ese ser anormal y malevolente se había dado el lujo de decirle en su cara que jamás lo iba a liberar.
―¿Y espera que duerma tan tranquilo como si nada? Maldito seas, Seok-jin. ¡Maldita sea mi suerte! ―gruñe y extenúa los brazos sobre el suave y esponjoso cobertor, arrugándolo entre sus dedos.
»¿Qué habré hecho para merecer esto? ―susurra, llevándose un brazo sobre los ojos.
Una molestia en la parte frontal de su cabeza le causa un dolor leve, pero nada duele tanto como su realidad: ser prisionero de un ente que se supone no debería existir, y que tiene quién sabe qué cochinos planes en su retorcida mente para con él. Y quién es esa chica. Notó su sumisión hacia el vampiro, por obvias razones, sin embargo él... tampoco se portó hostil con ella en ningún momento. Nam-joon entiende que le falta información, por lo que no puede deducir del todo que ella esté aquí por cuenta propia, que haya sido vendida, o muchas otras posibilidades.
Sus cavilaciones se detienen en el instante en que escucha la puerta, lo que lo hace dar un salto, quedándose sentado en la cama. Algo en lo más recóndito de su espíritu quiere creer que la joven había venido para responder sus cuestiones y ayudarlo a escapar. Pero en cuanto ve a Seok-jin ingresar con un candelabro en mano su anhelo cambia por una instantánea imagen mental de Nosferatu, quitándole los pocos ánimos que carga encima, y de un brinco se pone de pie, cauto.
―¿Vienes a mortificarme más? ―No puede evitar su tono hostil.
―Vine porque llevo un rato escuchando tus refunfuños y cómo destruyes el precioso dormitorio que con tanta dedicación seleccioné para ti ―dice, dejando el candelero sobre el mueble.
―¿Esperas acaso que baile con una pierna en alto?
―No. ―Niega con la cabeza y reprime una sonrisa―. No te obligaré a comprimir tu enojo, puedo entenderlo.
»¿Me creerías si te digo que me siento mal por haber sido un poco brusco con mis palabras antes?
―Ni un poco. ―Se cruza de brazos.
―Haces bien. ―Junta los párpados unos segundos y alza las comisuras de sus labios―. Verás, estoy... muy emocionado por tenerte en mis aposentos...
―Mis aposentos... ―Da un giro a sus pupilas. Antes le había resultado algo gracioso, pero ahora lo llena de aversión.
―Quería venir y quedarme un rato contigo. Esa es la verdad.
―¿Por qué no me haces un favor y me arrojas por ese gran ventanal de allá? ―Señala a su espalda, con el pulgar sobre su hombro.
―Ahora está lloviendo. Pero cuando cese, puedo abrirla para ti si lo deseas.
Los ojos del muchacho se abren en demasía, ante una repentina ráfaga y lo siguiente que ve es el rostro níveo de Seok-jin rozando el suyo. Trata de retroceder, pero él atrapa su cintura con su brazo cuan serpiente.
―Eres... un poco más alto que yo... eso me incomoda un poco, ¿sabes? Esperaba poder inclinar mi cabeza hacia abajo para encontrar tus hermosos ojos, en lugar de mantenerla elevada ―dice, llevando su índice a su rostro, alcanzando a palpar apenas su mejilla, ya que Nam-joon lo saca de su encanto, enterrando sus dedos en la boca de su estómago, obligándolo a retroceder.
Seok-jin incluso jadeó; lo había tomado desprevenido totalmente. Nunca, nadie, había podido hacer eso, cosa que lo lleva a reír por lo bajo.
―Eres una criatura increíble, Kim Nam-joon ―le dice, irguiendo la postura―. El anhelo avasallante que corroe mi interior por hacerte mío se vuelve mayúsculo con cada segundo.
Ante su declaración, un escalofrío invade al joven hasta la médula.
―Te-tengo novia. Ya te lo dije.
―Así que no te gustan los hombres. Dime, ¿Has besado a uno alguna vez?
―No.
―¿Cómo sabes que no te gustan entonces?
―¡Solo lo sé y ya! Las personas hacen elecciones basándose en lo que los hace sentir bien y cómodos.
―Yo podría hacerte sentir bien y cómodo, ¿sabes?
―Ya no hables. ―Se lleva una mano a la cara, frustrado.
―Da igual. No tienen que gustarte los hombres, solo yo.
―¡¿Cuál es la diferencia?!
―Que yo soy un hombre especial.
―¿Qué tan narcisista puedes ser? ―Entrecierra los ojos y menea la cabeza―. "El narcisismo resuena consigo mismo, no con los demás" ―cita.
―Christopher Lasch.
―Oh, así que eres un ávido lector, ¿eh?
―Por supuesto. Y es el mismo Christopher Lasch quien dice "La cultura del narcisismo impone la convicción de que, para el individuo, todo lo que es deseado y temido existe ahora, y la impaciencia se manifiesta en el anhelo de gratificación instantánea" ―cita, y sonríe petulante, avanzando hacia él.
―Es un acto egoísta. ―Retrocede.
―Mi naturaleza lo es ―contesta con solidez y un aire de petulancia, sin detener su marcha contra él.
Las pantorrillas de Nam-joon chocan con la madera de uno de los muebles, y sin remedio cae sentado sobre la superficie. Seok-jin posa sus manos desnudas contra la pared, justo a la altura de sus orejas, y con su cabeza, encorvada entre los brazos, lo mira fijamente.
―Así está mejor. Yo mirando hacia abajo y tú alzando la cabeza para encontrar mis ojos ―masculla, con un tono frívolo que deja inmóvil al chico, aunque su desconcierto sufre un desequilibrio en cuanto escucha y siente su peso a su lado.
Nam-joon intenta alejarse, pero una advertencia llega a él de inmediato, imposibilitándolo para mover un solo músculo:
―Si te atreves a alejarte de mí voy a sentarte entre mis piernas y te rodearé con mis brazos hasta que te venza el sueño, ¿qué dices?
―Digo que eres un maldito bastardo ―espeta, y desiste de moverse.
No es tan tonto como para arriesgarse, y no le dará el gusto de dejarse hacer cualquier cosa solo por no poder mantener compostura ante algo tan banal como tenerlo sentado a su lado.
―Sabia decisión. ―Levanta apenas una de las comisuras de su boca y tuerce un poco la cabeza.
Ahí viene de nuevo: el joven ve cómo acerca su mano a su rostro y sus dedos fríos palpan parte de su mejilla y oreja.
―Llevas varios lunares sobre la piel.
―¿Y eso qué t...?
―Son hermosos. Y me gustan tus pendientes... ―La yema de su índice toca el aro y éste se balancea unos ínfimos segundos―, brillan incluso en la oscuridad ―dijo, adosando con suma cautela su rostro.
―Córtalo ya. ―Se aparta con disgusto.
―¿Ella te dice cosas así, Nam-joon?
―¿Qué?
―Tu novia. ¿Adula tu existencia como lo que verdaderamente es: un regalo divino?
―¿A qué viene es...?
―Contesta mi pregunta, por favor. ―Reposa su mano pesada sobre su cabeza.
―N-no... ―contesta como un acto reflejo. No pudo evitarlo, su corazón se aceleró de repente.
―Creo que te engaña.
―Vete a la mierda, vampiro mediocre.
―Sí... te engaña. ―Sonríe con malicia―. Y te lo voy a demostrar. ―Se pone de pie.
Inmediatamente, Nam-joon imita su acción.
―¿Qué vas a hacer?
―Demostrarte que tu noviecita no es más que una farsa.
Nam-joon se desespera. Lo toma por el cuello de su ropa y lo mira amenazante.
―Si le tocas un solo cabello a mi Jessie...
―¿Qué vas a hacer, Nam-joon? ¿Golpearme? ¿Matarme? ¿Eres consciente de que puedo soltarme y noquearte en un segundo?
Frustrado, el joven lo suelta. Y ahí lo tiene, para su morboso deleite: una lágrima se escapa y corre ingrata por su mejilla. Seok-jin se queda hipnotizado ante tan inmaculada quimera.
―Por favor... no la lastimes ―susurra, y Seok-jin se inunda más en ese espejismo.
―No voy a lastimarla. ―Acerca su mano y limpia el agua de su rostro.
Nam-joon cierra los ojos, mas no se aparta. Su toque no le agrada, pero ya no cuenta con ánimos de estar a la defensiva. El vampiro siente su calidez divina humedecer su piel, y experimenta una sensación que nunca creyó que llegaría a tocarlo: un escalofrío.
―A menos que ella me dé motivos para hacerlo ―concreta, y sus ojos se entrecierran dándole una mirada insensible.
―Por favor...
―Ya te dije que no le haré nada... ―Sonríe con cinismo―, siempre que no me obligue a ello.
―¿Quieres que te ruegue de rodillas?
―Es muy prematuro que te pongas de rodillas para mí ahora, precioso ―dice, con un tono burlesco.
―Pervertido de mierda.
―¿Por qué mejor no te vas a dormir ya? Es muy tarde.
―¿Y tú crees que puedo pegar un ojo? ¿Metido en este calabozo lujoso? ¡¿Siendo asediado y amenazado por un ser despreciable como t...?!
Una rauda ventisca le corta el habla de manera abrupta. Al momento siguiente Nam-joon cae sobre la cama, aturdido, y el vampiro viste su mirada con reproche.
―Anda, arrópate ―ordena, con un timbre riguroso.
―¿Y si no lo...?
―¿Quieres que te arrope yo? ―lo testea, inclinándose hacia él y sonriendo con sorna―. Y ya que me dices que no podrás pegar un ojo voy a tener que inyectarte.
―¿I-in-inyectarme?
―Un sedante. Para que puedas dormirte sin problemas.
―¿Cómo es que...?
―¿No te lo dije ya? Soy doctor, y también forense, también quiropráctico, también cirujano, pediatra, cardiólogo, traumatólogo, ginecólogo... proctólogo... ―Enarcó una ceja ante esa última adición―. Entre muchas otras especialidades.
Nam-joon está estático, sin poder parpadear siquiera. Apenas había podido pasar algo de saliva.
―Iré por esa jeringa.
―¡E-espera! ―Reacciona por fin.
Se acomoda en la cama y se cubre con las sábanas rápido. ¡Por supuesto! Como si quisiera que ese loco le inyectara cualquier cosa. ¿Y quedarse dopado con él? ¡Ni pensarlo! Decide seguirle la corriente y actuar sumiso; no es que tenga muchas opciones tampoco. Palpa las cobijas y se recuesta; las sábanas son muy suaves pero están muy frías; se le eriza la piel. Finalmente, se acomoda, dándole la espalda y esperando a que se vaya. No obstante, y para ingrata sorpresa suya, siente un repentino peso contra su espalda. Al mover solo un poco la cabeza choca con el rostro de Seok-jin, quien acomoda su mentón sobre el espacio entre su hombro y cuello, aspirando su aroma y produciéndole escalofríos.
―Hey, ¡hey! ¡¿Qué crees que estás haciendo?! Ya me acosté como querías, ahora vete.
―Shh... Quédate quieto y duérmete de una buena vez... ―le dice, y rodea su cintura con sus brazos sobre las mantas―, amante.
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