Capítulo 29: Mi meta
Mi querido Nam-joon... Mi cabeza se consume de tanto pensarte, mas mi cuerpo no se cansa de querer alcanzarte. El tuyo, desnudo, yace debajo de mí y te reclamo, poco a poco, hasta que tú decides dejarme cruzar las puertas a tu reino de interminables recursos para enloquecerme, tan lento y dulce como la sangre por la que muero cada día.
Lo recuerdo: fue muy temprano en la mañana. Mi amante estaba en la gran biblioteca que inauguré solo para él, con todos los libros que mencionó, todo aquello que más le gusta y aún no ha tenido oportunidad de leer. Ocupaba uno de los sitiales, vistiendo nada más que una camiseta de mangas cortas y unos pantalones que apenas cubrían los músculos prominentes de sus piernas. Una escultura viva bajo la luz de la mañana.
No me preocupaba que tuviese frío, ya que se había sentado justo frente a uno de los grandes ventanales, donde los primeros rayos del sol derramaban su fulgor. Él me lo había pedido y yo... ¿cómo podría negarme? Aunque las riendas de su potestad estén en mis manos, los correajes de mi alma los empuña él, desde el instante en que caí prisionero de su cautivante influjo.
Mi dulce dueño inconsciente, amo silente y prudente. Tú pide todo lo que involucre un "tú y yo"; yo dispondré.
―¿No se supone que deberías estar trabajando a esta hora? ―me dijo, pasando una página del libro que con tanta concentración leía.
Está tan acostumbrado a vivir bajo mi mismo techo que no puedo tolerar la ansia que me consume.
En un parpadeo, con la rapidez de una brisa efímera, me incliné frente a él. Posé mi mano sobre las hojas del libro y conseguí su mirada de inmediato. Saqué del bolsillo interno de mi blazer un pequeño retoño de una de mis rosas azules y lo coloqué entre las páginas; él lo miró y luego volvió sus pupilas a mí.
―Me tomé el día. Porque mis deseos de pasar el tiempo contigo... son especialmente incontenibles hoy ―musité devoto, y acaricié una de sus rodillas.
Pude sentirlo pasar saliva y la forma tan repentina y exquisita en que su corazón se aceleró gradualmente, con una belleza que no podría describir conpalabras que reflejasen su comprensión. Sin negativas verbales o visajes, metomé la libertad de cerrar su libro y dejarlo sobre la mesita junto al asiento. Posé mis manos sobre el tapizado y erguí mi figura sobre él hasta alcanzar sus labios. No los probé, pero percibí que él esperaba ese gesto. Atesoré la sensación como un rastro palpable que aún ahora perpetúo en la memoria.
Lo cargué en mis brazos y, en unos pocos segundos, lo tuve en mi lecho. Despojé su cuerpo de las telas de algodón lentamente, con un control que parecía ajeno a mí. Besé sus labios, luego su frente, su mejilla, su cuello, su nuez de Adán, la cual saboreé como el aperitivo más dulce, y regresé a su boca. Fui lento y comedido, después de todo, tenía tiempo de sobra y ningún estorbo en el horizonte.
Santo infierno... Debí haber hecho esto antes.
Con mis caricias, que estremecían su epidermis al compás de mis besos, desperté su lascivia y su calor me contagió. «Quiero hundirme en ti», musité, con mi voz áspera, inmerso en ese desasosiego compartido, los gemidos que despedimos sobre el rostro del otro. También lo tomé dándome la espalda, pero mi parte favorita fue cuando me permitió ver su cara; siempre lo es. En esos pequeños lapsos, cuando me miraba y me tocaba, perdido en el deseo que aguaba sus ojos y abrillantaba su piel. Mi proceder impelía su cuerpo con suavidad y precisión. Cuando penetraba en lo más profundo de su ser, se desarmaba, y me apretaba los brazos en un desesperado intento por resistir mi ritmo.
―Oh, Nam... Estoy a punto de...
―N-no importa... M-me limpiaré... después...
―No ―contesté de manera rotunda―. Lo haré yo, después, cariño.
Me volqué detrás de él y lo arrimé, haciendo que su espalda húmeda encontrara mi pecho igualmente humectado. Compartimos un breve ósculo, y, sin quitar mi mirada rebosante en apetito, dirigí una de sus manos a mi trasero y la otra a su miembro erecto. Me observaba con cierto recelo, pero sin perder la excitación. Tomé su muslo, lo alcé y me sumergí nuevamente en él, oyéndolo quejarse por lo bajo, agachando la cabeza y mordiéndose el labio. Una vez dentro por completo, me moví despacio; él gimió. Estreché más nuestros cuerpos, con un toque brusco que dejaría marcas sobre su piel, lo cual no me importaba por razones obvias.
―Ahora tócame y tócate mientras te vuelvo mío de nuevo... ―mascullé contra su oído.
No demoró en obsequiarme un sí indirecto a mi pedido. Yo estaba tan entusiasmado en ese momento que, por instantes, no medí mi empeño. Él no emitió protesta alguna, solo gimió mi nombre bajo, y mi tentación final:
―Fuck...
Oprimí mi labio inferior entre mis dientes al oírlo.
―¿Te he dicho ya cuánto adoro que me regales palabras soeces en otro idioma? ―musité sobre su oreja, embistiendo con fuerza.
Su gemido brotó sin control, deslizándose sobre mí como savia cálida. Rodeé su pecho con mis brazos, sintiendo el latido de su corazón como si palpitara en mi propia mano. Esa sensación, tan humana y frágil, encendió en mí una libido mayor, especialmente cuando, en nuestra unión, sentí que el aire nos faltaba a ambos.
A medida que el acto se consumaba, nuestros movimientos se tornaron más lentos. Cuando lo último de nosotros desbordó, nuestras respiraciones se acompasaron, impregnándonos de alivio.
Por un momento, me sentí fatigado, algo poco usual en mí. ¿Qué puedo decir? Nam-joon tiene ese efecto. Me transforma de bestia salvaje en un hombre sensiblero. Y, sí, me gusta. Me hace sentir menos caminante nocturno y más vivo.
Tal como le prometí, me ocupé de "limpiarlo". Lo llevé al baño; sus piernas no respondían con presteza, pero para eso estaba yo. Bajo la calidez de la ducha, lo sostuve frente a mí, alzando uno de sus muslos mientras me divertía al verlo intentar mantenerse en equilibrio sobre el suelo resbaladizo. Exploré con mis dedos su entrada caliente para que todo vestigio de nuestra pasión perversa se derramara con la lluvia. Contemplé el arrobamiento en su rostro: sus dedos trazaban surcos en el vidrio empañado, deslizándose entre el agua. Su cabeza golpeaba suavemente contra la pared, con la nariz por lo alto, párpados unidos y labios desencontrados.
El cuarto de baño, aunque reducido, ofrecía una acústica magnífica. Los ecos de sus gemidos resonaban en las paredes, intensificando mi hedonismo.
Al otro lado, Tzuyu cambiaba las sábanas en la cama, obedeciendo mi pedido.
«Eres muda, pero no sorda, perra. Espero que lo estés escuchando bien. No solo es mío, sino que gime mejor que tú», me dije, permitiendo que el resentimiento burbujeara en mi interior. Porque sí, soy rencoroso. Y ella ha hecho más que solo jugar conmigo.
● ● ●
Ahora estoy sentado en la cama ya limpia, mi espalda reposa contra el cabecero y sobre mis piernas, Nam-joon, exhausto, descansa su cabeza sobre ellas y permite que acaricie su cabello todavía húmedo. Se mostró reticente en un principio, pero acabó admitiendo que es una sensación agradable.
―Nam...
―¿Qué sucede? ―indaga, sin abrir los ojos.
―Daré una fiesta en la casa en unos días.
―¿Una fiesta de... vampiros?
―Sí. ―Sonrío divertido―. Muchos vampiros de alta sociedad presentarán honores hacia mí.
―Suena como un evento importante para ti...
―Lo es, ciertamente. Pero me temo que deberé ocultarte...
―No tenía interés en asistir a una fiesta repleta de vampiros chupasangre, ¿sabes?
Rio por lo bajo, sin dejar de acariciar su cabello, pues su comentario desinteresado me resulta hilarante.
―La cosa es que... No tengo permitido tener mortales bajo mi mismo techo. Podría meterme en problemas.
―Como si secuestrar a alguien no fuese suficiente malo de por sí...
―Las políticas de tu mundo no me atan ni me tocan, mas las impuestas por mis superiores... Es algo diferente.
―Ellos... ¿Pueden lastimarte?
―¿Eso te preocupa?
―Mentiría si digo que no espero que en algún momento recibas tu merecido.
Touche, chico. Tu lengua puede ser afilada a veces.
―Puedo comprender tu latente resentimiento. Pero prefiero concentrarme en los gemidos que me regalas cuando te hago el amor.
―El amor... Por favor... Es solo sexo.
―¿Solo... sexo? ―repito en un incógnita que no termino de comprender.
―Sí. Lujuria, placer... Sexo.
De un ágil movimiento lo recuesto sobre la cama, una mano a la altura de su cadera, hundiendo el colchón, la otra sobre su cabeza, entrelazando mis dedos entre sus hebras y, por último, sitúo una de mis rodillas entre sus piernas.
―No me amas... ―susurro, con un deje de reproche apenas perceptible en la voz.
―Ya te lo dije... No podría amar a alguien como tú.
―Pero dejas que te toque... ―Acaricio su frente con el pulgar.
―¡¿Tengo otra opción?!
―Me refiero... ―Acallo su exaltación deslizando mis dedos por su rostro―. No rechazas mi toque...
Abandono su fisionomía y toco su pecho con mi palma fría. Abro la bata de seda y siento sus escalofríos, cómo su piel adquiere textura al ser descubierta; sus bellos se erizan y su corazón se altera. Sonrío discretamente. Nam-joon me mira en silencio, inquieto por la incertidumbre de mi próximo movimiento.
―Te haré unas preguntas y quiero que me contestes con total honestidad. Si no lo haces... ―Desciendo con mi mano por su abdomen―, te castigaré. ―Ensancho una sonrisa vanidosa en mis labios, acercándome a su rostro mientras deshago con los dedos el nudo flojo de la bata―. Justo como más te gusta ―murmuro, bajando más hacia la zona genital.
Nam-joon intenta detener mi avance tomando mi mano, pero me adelanto, sujetando su muñeca antes de que pueda tocarme. Con un gruñido trata de soltarse, pero aprieto su extremidad, dirigiéndola junto a la otra hacia su cabeza. Con una sola mano las sostengo firmemente, permitiéndome tener la otra libre, con la cual despliego la tela de seda, descubriendo por completo su torso y la ropa interior, la única prenda que lleva debajo.
―E-espera, ¡espera!
―Voy a hacer las preguntas ahora. Recuerda: con franqueza. ―Le lanzo una mirada severa―. Si me mientes... ―agrego, posando mi mano sobre su pecho, justo sobre su corazón―, me voy a enterar.
Levanto una de las comisuras de mi boca mientras Nam-joon suspira, vencido e impotente, aunque intenta relajarse, por su propio bien.
―¿No es amor?
―No lo es.
―Aún. ¿Te parezco atractivo?
El silencio reina por unos segundos.
―Sí. Eres atractivo ―responde por fin, y una sonrisa vanidosa se instala en mis labios.
―¿Es por eso que aceptas mi toque?
―Sí...
―Mentiroso. ¿Por qué lo haces? ―cuestiono, y bajo mi mano hasta sus genitales, rozando la tela de la ropa con la yema de los dedos en un circuito calculado.
―¡Oye...!
―Te advertí que no mintieras. Pero estoy siendo gentil, ¿ves? Te estoy dando una nueva chance para que me digas la verdad.
Mi tacto lo estremece, como es de esperarse. Es natural, soy un experto en el "dónde" y el "cómo".
―¿Cómo se siente mi toque? El toque de un hombre en ti. Recuerda: con sinceridad.
―Se... ―dice y jadea.
―¿Sí, precioso?
―Se siente bien... ―suspira, y un pedazo de pudor e impotencia cae junto con él. Lo veo, lo noto, lo siento.
―Disculpa, no te escuché.
―Dije que se siente bien. ¿Qué tanto quieres humillarme?
―¿Humillarte? Oh, no, Nam... No se trata de humillarte, sino de que te aceptes a ti mismo y tus deseos.
Nam-joon me mira desconcertado, sin palabras, pues no encuentra réplica alguna que ofrecer. Es entonces que deshago el nudo de mi bata, me acomodo pesadamente sobre él sin soltar sus muñecas, y hago que nuestros cuerpos se encuentren, que nuestras pieles se toquen. Él se queja por mi peso repentino y, por supuesto, por mi frío que lo envuelve, provocándole un escalofrío.
―¿Sabes que es lo mejor de que un hombre te excite...? ―digo, moviendo mi pelvis, frotando nuestros sexos debajo de las telas que los cubren.
―Jin, para... ―susurra, apretando los párpados.
―Que ese hombre soy yo, cariño ―respondo, impeliendo mi cadera contra la suya nuevamente, arrebatándole un dulce gemido ahogado mientras se esfuerza por mantener sus labios sellados.
»Te prometo... ―Una nueva embestida, más profunda―, que nadie en la vida te tocará como lo hago yo. ―Un gemido más fuerte, una estocada lenta pero firme―. Incluso si otras manos llegan a ti el día de mañana... No me sacarás de tu mente... ―Una última embestida suave y llena de deseo―, porque la forma en la que yo me apodero de ti, la manera en la que me convierto en la vorágine de tu placer... Nadie, y óyeme bien, nadie... te hará sentir algo tan intenso como lo que despierto yo.
Invadido por mi sensualismo, beso sus labios. Nam-joon, excitado, me responde, mas yo lo detengo.
―Deja la boca abierta, no te muevas hasta que te lo diga... ―comando y atrapo su labio inferior entre los míos―. Para que pueda comerte a gusto. Para que pueda elevar tu temperatura ―añado y le doy un beso, provocando un estrepitoso chasquido―, saturar tus latidos y dejarte húmedo y suspirando con solo oírme ―agrego, y le brindo otro ósculo una vez más.
»Ya me puedes besar... ―suspiro.
Una retahíla de toques frenéticos entre nuestras bocas comienza. Nos unimos, nos separamos; entreabrimos los ojos para hallar la presencia del otro y hacemos bailar nuestras lenguas, perdiendo aliento y cordura. Tomo las manos de mi chico y recorro sus brazos dirigiéndolos para que abracen mi cuello, luego bajo las suyas a sus muslos y los separa, los abre como alas de una gran puerta y así yo pueda sentir más a pleno la dureza despierta entre ellas. Tan yerto por y para mí. Empujo; él gime dentro de mi boca y yo sonrío triunfante.
―Dime, Nam... ¿Qué aprendimos con esto? ―musito sobre sus labios y continúo moviéndome sobre él.
―¿Qué esperas... para dármelo? ―jadea.
Mi sonrisa se amplía con fruición y una pizca de malicia. Detengo mis balanceos, extiendo los brazos y nos separo.
―¿Qué...?
―Ya fue suficiente.
―¿Cómo dices? ―cuestiona exaltado.
Planta las manos sobre las sábanas y se endereza de golpe, aún con la respiración agitada. Para ese momento, yo ya estoy frente a la puerta del cuarto, a punto de abrirla.
―¿Te vas?
―¿Quieres que me quede y atienda esa necesidad tuya entre las piernas? ―digo, presumido, señalando con los ojos.
Nam-joon junta los muslos y cubre su cuerpo, avergonzado. Lo sé a la perfección, y no puedo evitar que una pequeña risilla se me escape.
Justo como quería.
―¿Vas a dejarme así? ―pregunta por lo bajo, tímido.
―Sí ―contesto con cinismo, ganándome sus ojos llenos de asombro y reproche―. Así apreciarás mejor lo que yo y solo yo puedo provocar en ti. Cuando estés listo para aceptarlo, pídemelo como es debido y lo haré, Nam. Mientras tanto... Te permito tocarte y agasajar tus deseos con tus propias manos. Pero solo te lo permitiré por esta vez, ¿de acuerdo? ―Alzo mi dedo y sonrío petulante.
Me retiro y cierro la puerta un instante antes de recibir una de las almohadas que termina estrellándose contra la tabla y el grito de Nam-joon llamándome "idiota", luego suspira agitado y se pasa una mano por el cabello.
● ● ●
―¿Qué haces, Mimi? ―pregunta Taemin, lanzándose sobre la cama de su hermano, imitando su postura boca abajo.
Le da una nalgada, luego acaricia la zona y ojea la revista que tan entretenido tiene al chico.
―Estoy buscando una casa que pueda comprar.
―Esta es tu casa, cuando me mude con mi futura esposa habrá espacio de sobr...
―No quiero quedarme con nuestros padres. Además, te recuerdo que me han aceptado solo porque tú se los pediste encarecidamente.
―Bueno, supongo que será mejor para ti no tenerlos cerca, ¿eh? Te ayudaré a conseguir un lugar bonito.
―Gracias ―dice con una sonrisa, y le da un beso en la mejilla.
―Estás tenso, hermanito ―dice, masajeando sus hombros.
―Sí, todavía no me repongo del todo de la noche que pasé con Kai ―dice, levantándose del colchón y dándole la espalda para cederle comodidad y que siga masajeándolo.
―¿No te gustó? ―indaga―. Si te hizo sentir mal lo haré puré.
―No, tranquilo... ―Sonríe y cierra los ojos, comenzando a relajarse con su toque―. Sí me gustó, pero... Tú sabes... No es lo mismo que mi Hoseoki...
―Pero eso ya se terminó, Mimi... No quiero que te quedes solo eternamente, prométeme que encontrarás a un compañero, alguien que te cuide.
―Ahora no quiero saber del tema. Pero tal vez... Tal vez más adelante.
―Humanos... ¿Qué le han hecho a mi pobre Mimi? ―bufa, deteniendo los masajes, abrazándolo por detrás, y después, deposita un beso en su cuello―. No te preocupes, yo te mimaré ―dice, frotando sus brazos.
»Te daré un masaje con cubos de hielo, nos bañaremos juntos y arreglaré tu cabello. ¿Qué dices? Nuevo look para una nueva etapa.
―Sí... ¿Por qué no? Suena bien... ―dice pausadamente, sin muchos ánimos, aunque muestra una pobre sonrisa. Quiere esforzarse por su hermano.
―Perfecto ―exclama, tomándolo por la cabeza y dejando un pequeño beso ahí.
Jimin observa cómo su hermano comienza a prepararlo todo, entusiasmado. Aunque se siente abatido, decide seguir su consejo sobre un cambio de imagen, así que le permite teñir su cabello de rubio. Taemin, por su parte, también pinta el suyo, ya que es una costumbre compartir siempre el mismo tono de pelo con Jimin. Él lo aprecia genuinamente; a diferencia de otros de su misma raza, incluidos sus padres, por lo que siempre es complaciente con él.
―¡Tadá! ―exclama eufórico, girando la silla frente al espejo.
Jimin, muy relajado, separa los párpados y contempla su reflejo, sorprendido; realmente ha hecho un buen trabajo.
―Te ves hermoso, Mimi ―masculla cerca de su oído―. ¿Te gusta?
―Me encanta. ―Sonríe genuinamente―. A ti tampoco te queda nada mal.
―No vayas a mentirme...
―Sabes que yo jamás miento. No a ti.
Su hermano mayor abraza su cuello y se balancea sobre él para luego darle un beso en la mejilla acompañado de un suave mordisco, cosa que provoca un cosquilleo y risas en el chico.
―Así quiero verte. Con una sonrisa ―dice apartándose, y lo despeina.
Al día siguiente, Jimin se encuentra nuevamente en la comodidad de su alcoba, vistiendo su pijama de seda negro, que contrasta con el cobertor grisáceo de su cama. Tiene un sobre y papel oscuros con letras escarlata entre los dedos, proporcionado en persona por Lee Jae Hwan, uno de los voceros de los sabios ancianos.
―No creí recibir una invitación formal de manera individual ―dijo el joven vampiro, dejando los papeles sobre la cama.
―Los ancianos son conocedores de tu descontento con nuestros padres ―habla Taemin, quien lleva acompañándolo por unos minutos para compartir un poco de sangre fresca con él.
Jimin tiene habilidad, pero la caza no es lo suyo; solo la practica en casos de extrema necesidad (o cuando sus emociones se salen de control, también podría decirse).
La familia Park posee un gran número de hospitales en la ciudad, por lo que los bancos de sangre están a su disposición para el resto de las familias principales y los ancianos. No obstante, en cuanto a su hijo menor, se han negado a proporcionarle sangre, alegando que debe ser capaz de conseguirla por su cuenta. Taemin lo sabe, y tras pasarse las reprimendas de sus progenitores por el arco del triunfo, decide proveerle alimento de calidad a su pequeño hermano.
―Me intranquiliza un poco que sepan tanto sin siquiera conocerlos.
―Por algo son "los sabios ancianos" ―dice con tono burlezco, girando despacio en la silla con ruedas frente al espejo.
―Comprendo que más que una invitación es una obligación, pero... No entiendo por qué querrían contar con mi presencia en este evento. Nuestros padres ya les habrán hablado pestes de mí.
―¿Estás bromeando? Eres la cabeza de la nueva generación, por protocolo al menos, querrán que acudas.
―Pero mis padres...
―A los ancianos no les importa eso. ―Se acomoda en la silla―. Ellos conocen tu valía y eso es suficiente. ―Vuelve a apoyarse en el respaldo del asiento―. Aunque entiendo que no te sientas con ánimos de una fiesta en estos momentos. Si quieres, puedo hablar personalmente con ellos y decirles que no te sientes bien para asistir.
―No, déjalo. Me vendrá bien salir y distraerme un poco, no deja de ser una celebración después de todo. Conoceré personas y ¿quién sabe? Hasta me divierta. Además, nuestra familia es una de las cinco principales, sería irrespetuoso de mi parte no asistir si me están invitando directamente. Aunque... a decir verdad... creo que siento más curiosidad por conocer a Kim Seok-jin-nim...
―Es cierto, jamás has tenido la chance de conocerlo en persona.
―¿Qué clase de vampiro será?
―Tengo entendido que es alguien tradicionalista y conservador; todo un Nosferatu del siglo pasado. No me extraña que los ancianos quieran su ascenso.
―Es un caminante de los más antiguos, es natural ―dice, acomodándose para darle la cara a su hermano―. He oído que es considerado un individuo muy bello. ¿Crees que le guste?
―Mimi, la pregunta correcta es: ¿a quién no le gustarías? Aunque, si tenemos en cuenta que Seok-jin-nim sigue viejas costumbres, dudo que le gusten los hombres, ¿sabes?
―Idiota, yo no me refería a gustarle así ―dice entre risas―. No quiero nada de eso ahora, y por un tiempo ―añade, luego de un carraspeo que apaga su risa y su sonrisa.
―Aun así, estoy seguro de que lo encandilarás, Mimi ―dice, levantándose y tomando asiento a su lado en el borde de la cama.
Lo toma sutilmente por la barbilla y lleva su rostro al suyo.
―Eres lo mejor de nosotros. No hay entidad viviente en esta vida que no te quisiera cerca. No lo dudes nunca.
―Taemin, hermano, exageras... ―dice un poco pesaroso.
Su hermano se arrima a su rostro y deposita un tierno beso en su mejilla. Luego, deja caer su cabeza sobre su hombro, su rostro contra su cuello, e inspira su aroma.
―¿Taemin?
―Me encanta la fragancia con la que adornas tu piel, Mimi ―dice, enderezándose y contemplando su rostro.
―Gra-gracias, yo...
Su hermano lo acalla dándole un pico en los labios, por lo que lo mira un tanto estupefacto. Ya se han saludado, no lo encontró necesario. Taemin lo toma por la nuca y lo atrae hacia él, dándole otro beso, esta vez en la frente. Lo abraza, dejando que su cabeza repose sobre su hombro.
―No vuelvas a decir que exagero, ¿okey? Eres una criatura magnífica y mereces que te valoren como se debe.
―O-okey... hyung.
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¡Hola a todos! Y muchas gracias como siempre por seguir la historia n-n.
Quería comentar que no sé por qué cuando agrego mi capítulo a la hoja de wattpad esta me elimina algunos párrafos que luego tengo que agregar manualmente. Lo revisé y creo que todo está bien, pero si llegan a encontrar algo fuera de lugar les agradecería que me avisen, por favor. ¡Gracias! ♥
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