Mi Nam-joon está al borde del sueño, lo percibo en los jadeos que suelta al sentir mis manos recorrer su espalda baja. Tras esa entrega íntima, más intensa que nuestra primera vez, no deseo descuidar su físico; así que lo recompenso con un masaje breve, para que pueda abandonarse al descanso y despierte sin el peso de un dolor insoportable. Sin embargo, en cuanto a los moretones que florecen en su piel, marcados por mis dedos, mis labios y del ímpetu con el que lo estreché, me temo que no bastará con esto: tendré que ofrecerle un poco de mi sangre para borrar estas huellas.
Mi dulce hombre gallardo. Si pudiera reclamarte ahora mismo... Santo infierno, moriríamos los dos: tú primero, y yo te seguiría en una espiral de desdicha feroz y un anhelo suicida desquiciado.
¿Morir por la idea del amor es acaso una de las tantas formas de amar?
Beso la curva de su espalda y asciendo con mis labios hasta sus omóplatos, deleitándome con los suspiros apagados que escapan de su boca.
―Dulces sueños, mi príncipe.
● ● ●
Las ruedas del ostentoso automóvil de Kai acarician el asfalto como si flotara sobre él; armonioso, incluso con la pesadumbre que siente Jimin en estos momentos. Dentro del barrio privado, una moderna residencia, envuelta por el vasto bosque, se alza solitaria, apartada de las demás casonas. Las imponentes hojas del portón de hierro se despliegan con un suave chirrido para permitir su ingreso. Kai sigue el sendero mientras Jimin observa desganado el jardín, hasta que el vehículo se detiene. Un sirviente abre la puerta y hace una reverencia, a la que el joven vampiro responde sin entusiasmo. Tras caminar hasta la puerta principal, otro asistente despliega las alas y, en sincronía con un segundo, se ofrecen a cargar los abrigos de ambos. Kai, en un gesto de aparente cortesía, ayuda a Jimin a despojarse del suyo para luego quitarse el propio, lanzándolos sin miramientos sobre sus dependientes.
Todos los que componen la servidumbre de la casa, y otras viviendas habitadas por vampiros, son humanos que han sido convertidos. Considerados seres impuros e inferiores, no pueden controlar sus impulsos sin la intervención de un vampiro de sangre pura. Los mantienen bajo su mando o, en una situación límite, los asesinan. Jimin no simpatiza con estas creencias ni sus prácticas, pero sabe que alegar en contra es en vano.
Las paredes interiores, de piedra negra y pulida, destellan bajo la tenue iluminación, con diminutas partículas de oro incrustadas que titilan como estrellas en un cielo oscuro. El suelo, aunque carece de ese detalle dorado, exhibe la misma piedra elegante y pulida. Las escaleras, de peldaños de mármol fino en un tinte de obsidiana, flotan hacia el piso superior, flanqueadas por barandillas de cristal que reflejan el fulgor de los candelabros como una danza de espejismos. Los ventanales en la fachada frontal de la mansión permiten que el cielo nocturno y sus estrellas derramen un brillo tenue, cubriendo el interior con un velo etéreo. Durante el día, no supone problema, pues los cristales polarizados y los pinos y robles que rodean la vivienda bloquean toda luz solar directa, sumiendo el espacio en una penumbra constante.
―Sígueme ―invita el propietario.
Jimin cruza un arco ornamentado y se encuentra con una amplia y acogedora sala de estar. Los mullidos sillones, dispuestos en un cuadrado perfecto, parecen invitar a perderse en ellos. En el centro, un cojín solitario, como esperando una presa, descansa sobre una alfombra persa. A los costados, pequeñas mesas de cristal sostienen botellas de licor oscuro. En un rincón, un bar elegante refleja la luz, y un equipo de sonido emite una melodía suave y envolvente. A cada lado, dos cascadas de agua fluyen lentamente, brindando un sonido hipnótico que impregna el aire de serenidad.
El vampiro más joven exhala con deleite y se deja caer en uno de los sillones, sintiendo el terciopelo abrazar su espalda. La sala cumple con su propósito: apaciguar el alma, pero nada puede aliviar la pena que lo consume por dentro.
―¿Te ofrezco sangre, Jimin? ―inquiere, curioseando la pequeña nevera junto al bar―. ¿Quieres AB negativo, cero positivo...?
―Cualquiera estará bien ―responde, llevándose una mano a los ojos, intentando borrar el peso de sus pensamientos.
―¿La prefieres a temperatura ambiente o fría?
―Fría.
Ante su respuesta, Kai percibe cuán afectado está su acompañante. Por lo general, los vampiros prefieren la sangre caliente, ya que les brinda mayor placer al alimentarse y calma su hambre con más rapidez.
―Vaya... Ese humano sí que te dejó devastado, ¿eh? ―comenta, llenando el cáliz de cristal con la sangre helada.
Jimin no responde de inmediato. Toma la copa y da un sorbo generoso; Kai se sienta a su lado, dispuesto a escuchar lo que tenga para decir.
―Lo amo. Creí que él también, pero no fue así... ―se lamenta, con lágrimas frías llenando de nuevo sus ojos.
El vampiro mayor se apresura a limpiarlas con su pulgar, regalándole una mirada compasiva.
―¿Qué tienen los caminantes de la luz, Jimin?
―Calidez. Mucha. Ellos... sienten con todo su ser, cada cosa que expresan en palabras o acciones. Me encanta eso, me hace sentir que no soy un caminante de la noche, y olvidar la realidad de que, mientras ellos mueren, yo continuaré como si nada. Me hacen sentir muchas cosas... eso es lo que me fascina de los mortales.
―Ya veo... Debe ser verdaderamente interesante hacerlo con uno, ¿no?
―Demasiado ―afirma, y bebe otro poco de sangre―. Y mi Hoseoki es tan... lleno de un fuego abrasador... ―dice, meneando la copa en su mano, observando cómo la sangre restante tiñe el fondo―. Pero al parecer no fui suficiente para él... ―añade con un carraspeo, frunciendo el ceño.
―Qué pecado tenerte y no apreciarte, Jimin... Puedo matarlo, si quieres.
―No. No lo toques, por favor. Déjalo. Y tampoco le digas nada a Taemin, o será él quien lo mate. Le diré que, al final, las cosas no se solucionaron con él y ya.
―De acuerdo. No diré nada.
―Gracias ―murmura, y bebe las últimas gotas del cáliz.
En ese momento, los ojos de Jimin se abren de par en par ante el inconfundible aroma de la sangre fresca y joven. Una chica de cabellera rubia se acerca a él y a Kai, vistiendo un uniforme de sirvienta bastante provocativo. Lleva una charola de plata con dos copas de fino vino tinto. Jimin nota los ojos de la muchacha: pupilas dilatadas y carentes de luz reflejada.
―Oh, gracias, linda ―dice Kai, tomando ambos cálices―. Ahora puedes retirarte ―ordena, mirándola fijo a los ojos, entonces Jimin ya no tiene dudas.
―¿Qué demonios crees que haces? ―lo increpa.
Los vampiros puros cuentan con ciertos atributos que los hacen irresistibles para los mortales; en ocasiones basta con una mirada para someterlos a su entera voluntad. Conductas de este tipo están estrictamente prohibidas para los caminantes de la noche, dado que representan un peligro para su anonimato. Del mismo modo, los vampiros no pueden tener humanos con ellos bajo su mismo techo en sumisión, ni mucho menos matarlos, ya que desataría comportamientos nocivos para el caminante liberado en el mundo de los mortales. Esto podría incluso sembrar una rebelión, y a la larga sería contraproducente para la coexistencia pacífica entre ambas especies. La disciplina es la clave para la paz y para sus cómodos estándares de "buena vida".
―Solo tomo los tragos que ella tan gentilmente nos ha traído ―dice Kai con cinismo, entregándole una de las copas a su invitado.
―¡Está hipnotizada! ―exclama con enfado tras tomar la pieza de cristal―. No tenemos permitido hacer eso, si los ancianos se enteran tendrás problemas.
―Bueno, yo guardaré tu secretito de Taemin, tú guardas este por mí.
―¡Son cosas totalmente diferentes! Y no te lo digo como un regaño, de verdad me preocupa que puedan reprenderte.
―Relájate, Jimin. No planeo quedármela, solo hago que me sirva por unas horas y luego la dejaré marchar.
Jimin lo mira incrédulo.
―Puedes verme y ser testigo de que la liberaré. Con el trance no recordará casi nada.
―¿Y si lo hace?
―La mato y ya.
―Las vidas de los mortales son importantes, detestaría que tuvieras que llegar a eso...
―Estás demasiado puritano, mi amigo. Creo que rondar tanto a los mortales te ha ablandado mucho.
―Tal vez no me agrada cómo somos... ―Baja la mirada hacia el vino en su copa.
―¿Quieres que te cace? ―propone de repente, acomodándose en el sillón, cerca de Jimin, y corre unos cabellos de su frente―. Si te atrapo, te haré mío.
―No tengo ganas de juegos ni sexo ahora ―responde, moviendo la cabeza para alejarse de su contacto―. Además, parece que no soy un buen amante, considerando que mi ahora ex novio se acostaba con otro.
―Déjame que sea yo quien juzgue eso, ¿quieres? ―Sonríe de lado―. Dime, Jimin, ¿eres activo o pasivo?
―Soy versátil, de hecho. Aunque prefiero el rol pasivo.
―Pero mira nada más que deliciosa coincidencia... A mí me encanta el rol activo.
―¿Y me dices esto porque...?
―Me preguntaba si te gustaría volverte mi sumiso.
Jimin bufa con una sonrisa.
―¿Quieres llevarme a tu cuarto rojo, Christian Grey?
―No necesito de un cuarto rojo para jugar ―responde, arrimándose más hacia él en el sillón―. ¿Qué dices?
―No es personal, pero... después de haberlo hecho con un mortal... no sería lo mismo...
―Jimin... Ni siquiera sabes cómo es mi sexo. Dame una chance, al menos... ―dice, chasqueando los dedos para llamar a la chica sirvienta de nuevo.
―No voy a negártelo, parte de mí quiere ceder por venganza, pero por otro lado me siento dubitativo.
Mientras Jimin habla, Kai le susurra algo a la joven y esta asiente, retirándose con paso acelerado.
―¿Qué haces?
―Te estoy escuchando.
―Yo también, tonto, ¿para qué secreteas?
Kai se encoge de hombros. Los dos degustan el vino, y en ese momento la muchacha regresa con otra charola, esta vez con una botella de aspecto exótico que contiene un líquido carmesí y otras dos refinadas copas de cristal. Los sentidos de Jimin se alteran ante el inconfundible aroma, y las sustancias que acompañan la mezcla liberan un efluvio aún más potente. La chica deja la bandeja sobre la mesa baja frente al sofá que ocupan.
―Gracias, encanto. Déjanos solos ahora, ¿sí?
La joven sonríe, y Jimin la observa marcharse, preocupado por su salud. Sabe que los humanos pueden sufrir efectos devastadores en sus mentes tras haber sido hipnotizados, o, en el peor de los casos, desarrollar demencia o dependencia incontenible hacia el vampiro que le propinó la hipnosis.
De repente, gira la cabeza. No es el llamado de Kai el que lo hace reaccionar y salir de sus pensamientos, sino el atractivo olor de esa sangre fresca y sazonada. Hace bailar el líquido espeso mientras lo mira con ambigüedad. Kai llama su atención de nueva cuenta, entrelazando su brazo con el de él, entonces obtiene sus ojos.
―Bebe y olvida tus penas, querido mío... Bebe... Y te prometo que no te arrepentirás.
La propuesta atrevida cautiva al joven vampiro, pero al fijar sus ojosen la bebida que lo hace relamerse de deseo, su respiración se vuelveincontrolable. Piensa en Ho-seok y siente que le fallará si deja que esebrebaje toque sus labios, pero entonces escucha sus gemidos en su cabeza, alunísono con los de su amante, en una imagen incómoda y aberrante. Su entrecejose arruga. Ho-seok ya le había fallado y su relación terminó; no tenía por quésentir culpas o remordimientos, ¿verdad?
La sangre lo llama, y el cristal hace contacto con su boca. El líquido se desliza por su garganta, sin detenerse hasta que la copa queda vacía. Jimin repasa la suave piel carnosa que recubre su boca con su lengua, deseoso de más. Siempre ha sido muy meticuloso con su alimentación; por lo general, tiene autocontrol, pero en esta ocasión, su sed crece poco a poco.
―Pobrecillo... ―murmura Kai, luego de un breve trago a su copa, que deja sobre la mesa―. Debí haberte dicho que no te lo bebieras todo de golpe ―dice, tomando el cáliz de su invitado y dejándolo junto al suyo en el mueble.
Jimin deja escapar aire como si esta le faltase; siente una sensación ácida en su boca y garganta. A la vez, sus ojos se irritan, sofocándolo. Frunce la parte superior de su camisa de seda entre los dedos y, entre suspiros, desabrocha los primeros botones. Cuando levanta la vista al frente, Kai roza su rostro. Sus ojos depredadores piden una sola cosa: que lo ataque de una vez. Jimin, perdido en la sensación desbordante que ese trago ha despertado en él, acomete contra sus labios, fríos pero jugosos. Le gusta el contraste, porque él se siente ardiente y eso le provoca un placer profundo.
Kai exhala sufrimiento y éxtasis, mientras abre su camisa con el chaleco, hasta despojarse por completo de ellos, sin interrumpir el beso que es voraz, cuyos incisivos muerden, las lenguas lamen y la capa suave de los labios se estrechan persistentes. Mientras Jimin rodea su cuello con sus brazos, el otro vampiro comienza a desabrochar su pantalón, luego procede con el propio.
Entre atrevidos tocamientos, ambos terminan piel con piel sobre el sillón, sus cuerpos en una distinta y disfrutable unión. Jimin preserva su camisa oscura; Kai sus pantalones, por debajo de los glúteos. Empuja con fervor y el muchacho gime suplicante y con una expresión de dolencia deleitante debajo de él, mientras aruña toda la extensión de su espalda. Esto aviva el instinto depredador del vampiro mayor; sus ojos brillan como si palpitaran con el rojo de la sangre, de su sed. Relame el cuello del chico, besa y succiona; sus colmillos emergen y luego los entierra en su suave piel blanca.
―K-Kai... Eres un... caníbal...
El mencionado no responde, solo chupa la sangre con apetencia y posee su cuerpo mediante impulsos bestiales.
Jimin lo sabe. Sabe que los vampiros caníbales existen y rondan el mundo de sus iguales. También es de su conocimiento que es una aptitud que cualquier caminante de la noche puede adoptar, mas está terminantemente prohibida, ya que es considerada una aberración y un potencial peligro para la reproducción de la especie. Los más entendidos en el tema, entre ellos Seok-jin, saben que tales actos desequilibran la mente y debilitan el autocontrol, convirtiendo al caminante nocturno en una auténtica máquina imparable de destrucción.
Así como ha sido consciente de eso, supo desde un principio que aceptar un encuentro con Kai sería una mala idea. Supo que pedirle que lo recogiera en su punto de encuentro con Ho-seok también lo fue, al igual que aceptar su brebaje, la propuesta y el hecho de que ahora mismo esté alimentándose de él. Pero es tanto el despecho que tiene hincado en su medio muerto corazón, y es tal el desequilibrio que esa bebida mística ha provocado en su organismo casi inalterable, que no puede evitar dejarse llevar. No puede evitar abrir más sus piernas y permitir que otro hombre lo posea, jadear bajo un nombre diferente al que está acostumbrado. Sabe que no hay ni un ápice de amor o afecto en el acto, es solo su sucumbir absoluto, arrastrado por el hedonismo y el despecho que le carcomen.
● ● ●
―¡Yoon-gi! ―brama Ho-seok, golpeando el timbre junto a la puerta delapartamento de su amante.
El mencionado da un sobresalto en la silla. Hace poco había terminado de cenar y estaba distraído mirando su teléfono mientras sorbe de una lata de cerveza. No esperaba que Ho-seok volviera a presentarse en su casa, especialmente cuando su tan esperada "reconciliación" con su novio debía estar sucediendo. Los gritos histéricos no lo inquietan; incluso al oír su nombre completo, acompañado de golpes insistentes a la puerta, solo un escalofrío le recorre la espalda. Traga saliva en su camino hacia la entrada, recordando todos los juegos peligrosos que han tenido. ¿Por qué no podría ser este uno más?
«Tal vez ya lo entendió y ha vuelto a mí. Por fin será solo para mí por siempre... ¿no?», piensa con ingenuidad absurda, como su desequilibrado raciocinio.
Libera su puerta de las cerraduras variadas que tiene y abre, con los ojos entreabiertos de curiosidad febril, casi temblorosos.
―¡Yoon-gi, maldita puta traidora!
Ho-seok rompe totalmente el encanto del chico al azotar la puerta, abalanzarse sobre él de un empujón y aplastarlo contra la pared. Con una mano arruga el cuello de su camiseta, mientras que con la otra tira de su cabello, echándolo hacia atrás, para ver de lleno su rostro.
―¿Qu-qué...? ―balbucea con los ojos muy abiertos.
―¡¿Qué carajos le dijiste a Jimin?!
Los labios de Yoon-gi se entreabren, dejando escapar un suspiro apenas perceptible. Así que eso era el origen de toda esta furia que lo corroe. El círculo vicioso se repite una vez más, el triángulo amoroso que jamás estuvo completo por varias razones, lleno de toxicidad palpable que ahora se ha soltado en el aire que los rodea, contaminándolo todo.
El golpe del cachetazo resuena en el pequeño espacio, aturdiéndolo y dejándolo perplejo unos segundos; no se esperaba un ataque físico. El dolor punza en su mejilla, pero no tiene tiempo de reaccionar antes de que Ho-seok lo sujete nuevamente por el cabello y estrelle su cabeza contra el muro. El impacto lo hace ver estrellas, y un quejido involuntario escapa de sus labios.
―¿Qué le dijiste a Jimin, basura? ¡¡Habla o te parto la cara!!
―Lo... llamé... ―confiesa, mirándolo a los ojos, con una mezcla de desafío y miedo.
El agua salada acumulada en las cuencas de Ho-seok finalmente se derrama.Su nariz se arruga, sus dientes se ciñen y, con un gruñido gutural, lanza a Yoon-gial suelo con un puñetazo, quien se queja, llevándose una mano a la boca, y seencuentra con los dedos manchados con su sangre. No ve al hombre furibundo frentea él con miedo, sino con un asombro que le eriza la piel. Está tan perdido enese espejismo satisfactorio que no nota cuando Ho-seok se le acerca de nuevo.
―¿Qué te pasa, idiota? ―le gruñe, tomando su ropa por la parte superior―. ¡¿Tan masoquista eres que te gusta que te haga sangrar?!
―Ho-Hoba...
―¡¡Todavía no contestas mi maldita pregunta!! ―Lo zarandea violentamente.
―¡¿Por qué, Hoba?! ―le grita, poniendo las manos sobre las de él para detenerlo―. ¡¿Por qué quieres a Jimin y vuelves a mí?!
―Te lo dije... ―suelta entre dientes, su rostro retorcido en una mueca amenazante mientras lo agarra con más fuerza―, Jimin es mi príncipe, tú eres mi maldita perra...
Las palabras de Ho-seok caen sobre Yoon-gi como un peso insoportable. Su rostro refleja una profunda desilusión, la misma que había intentado ignorar. No puede aceptar lo que acaba de escuchar, pero es la cruel verdad.
―No puedes tenernos a los dos... ―susurra, con la voz quebrada.
―¡Claro que no! ¡¡Por tu maldita culpa!! ―grita, y le propina un golpe en el rostro―. ¡¡Lo echaste todo a perder, imbécil bueno para nada!! ―Arremete de nuevo.
―Ho... Hoba... Para...
―¡¡Una mierda voy a parar!! ―ruge, desbordado por la ira, mientras continúa golpeándolo sin cesar―. ¡¡Me arruinaste, mocoso de mierda!!
Agitado y sudado, Ho-seok se pasa una mano por el cabello mientrasYoon-gi tiembla y se queja bajo su cuerpo. A pesar de la descarga deresentimiento que acaba de liberar, convencido de que todo lo ocurrido es culpade él, Jung lo agarra por los cabellos y lo levanta, arrancándole un grito dedolor. Lo estampa contra la mesa de la cocina con brusquedad, provocando unfuerte quejido y manchando la madera con sangre de sus encías y la ceja queacaba de abrirle con el impacto.
―¿Q-qu... qué vas a hacer...? ―tartamudea, luchando por respirar.
―Cogerte bien duro como siempre lo hago ―responde con desprecio―. ¿No es eso lo que querías con tanto desespero, eh? Tú y yo... juntos por siempre... ¡Pues aquí me tienes, precioso! ―exclama, tomándolo por la cadera y frotándose contra su cuerpo, dejando que sienta su sexo por encima de sus prendas.
―¡No...! A-así no quiero... ―protesta, intentando apartarlo, llevando una mano hacia atrás.
―¿Que no quieres? ―ríe―. No te lo crees ni tú ―dice, y aparta su mano con un bofetón.
Rápidamente, pliega la camiseta de Yoon-gi hacia arriba y empieza a deslizar sus pantalones. En ese instante, el chico es invadido por una desesperación repentina. Su cuerpo entero se empapa en sudor, su corazón late desbocado y tiembla con una intensidad que no puede controlar. Lo quiere, en verdad lo quiere, pero una sensación extraña lo corroe. Aunque sus deseos sean fuertes e insanos, algo dentro de él le dice que si le permite cruzar la línea ahora, ya no podrá volver atrás. ¿En qué lo convertiría eso? ¿En qué se transformarían ambos? Y lo que encuentra peor: ¿Cómo cambiaría la visión que tiene del chico del que se enamoró perdidamente después de esto? El círculo vicioso debe parar aquí y ahora.
―¡Hyung, no! ¡Déjame! ¡Para! ―gruñe con desesperación, retorciéndose en un intento frenético por zafarse.
―¡¡Cierra la boca, zorra asquerosa!! ―brama, aplacando su cabeza contra la mesa, lastimándolo―. Eres mi perra, y voy a hacer contigo lo que me dé la maldita gana... ¿oíste, puta descarriada? ―añade con saña, tirando de su cabello.
―¡Así no quiero! ¡Déjame, por favor!
Yoon-gi intenta apartarlo de nueva cuenta con uno de sus brazos, pero Ho-seok lo sujeta en el aire y lo tuerce contra su espalda, haciéndolo gritar por el repentino y doloroso tirón.
―¡Por favor, Hoba! ¡Estás lastimándome! ¡No nos hagamos esto! ―suplica entre lágrimas.
―Oh, pero si a ti te encanta, mi dulce putita... ―dice, acariciando ásperamente sus cabellos blancos, para luego deslizar su mano hacia su sacro y bajar la ropa un poco más.
―¡¡Es Yoon-gi!! ―grita―. ¡Soy Yoon-gi! ¡No estamos teniendo sexo o un juego erótico! ¡Te estoy pidiendo que pares, por favor!
Los berreos del chico son acallados por un espasmo, seguido de hipidos constantes, producto del llanto incontenible.
―Ho-seok... no me fuerces, por favor... ―solloza, apenas con un hilo de voz.
Un aguacero empapa el cuerpo de Jung en segundos, dejándolo helado y paralizado. Ve a ese pobre chico maltrecho, sudado y sangrando bajo sus manos perniciosas y nudillos manchados de carmesí. Retrocede y se lleva las palmas a la cabeza. El cuerpo del chico cae, débil en fuerza y espíritu.
La visión de Ho-seok se nubla bajo el peso de las lágrimas que le arden al brotar. Se aprieta el cráneo con las manos, luchando por respirar, sintiendo que se ahoga entre sollozos.
―Yoon-gi... ―suspira, mientras el agua salada corre por su cara, hasta caer al suelo.
Con esas mismas lágrimas calientes sobre su piel roja por la irritación y la sangre, Yoon-gi alza la cabeza y le responde:
―¿Ahora soy Yoon-gi...? ―pregunta, enfrentándolo con una mirada rota, desgarrada por un dolor que trasciende lo físico.
Esnifa y planta una mano firme sobre la mesa para levantarse, haciéndole frente con determinación.
―Cobarde de mierda... ¡Ibas a violarme! ―exclama con rabia.
Sus ojos viajan hasta lo primero que tiene a su alcance: una silla de madera. La toma sin dudar y golpea a su ahora agresor. Ho-seok se cubre con sus brazos, pero el impacto, aunque leve, lo alcanza. Amaga a levantarse, pero Yoon-gi ya tiene otra silla a mano y la usa con más fuerza esta vez. Aun así, Jung logra ponerse de pie. Ambos respiran muy agitados.
―Ibas a violarme... ―murmura en llanto.
―Yoo... Yoon-gi... L-lo lamento... ―balbucea con pesar.
―¡¡Cierra la puta boca, animal!! ―amenaza, aferrándose a otra silla―. ¡Quiero que te largues de mi casa!
―¿De verdad eso es lo que quieres?
Yoon-gi contrae los músculos del rostro, tratando de contener el llanto, aunque le resulta imposible. Se pasa una mano por el rostro, limpiando la humedad en sus ojos enrojecidos.
―No... No quiero... ―responde con el ceño fruncido―. Pero es lo que necesito.
―Bebé...
Con esa palabra soltada, el joven lo mira ofuscado y receloso.
―En todo el tiempo que nos conocemos, hubiera dado todo porque me llames así, y con esa dulzura... Siempre lo esperé... Pero solo soy tu puto muñeco de trapo.
Ambos se miran a los ojos anegados de lágrimas. Las palabras de Ho-seok son un puñal que se clava en su pecho, como siempre, con cada cosa que dice o hace: siempre duele, pero ahora ya no queda nada de placer, solo amargura.
―Y ahora... ―continúa―, solo quiero que te largues...
―No hablas en serio, lo sé. ―Se le acerca.
―¡Ya basta! ―Lo empuja.
Ho-seok se sorprende, intenta sujetarlo por los brazos, pero Yoon-gi se zafa y vuelve a rechazarlo. Forcejean hasta alcanzar la puerta. Exhausto y frustrado, el chico consigue abrirla, jalonea a Jung de la ropa y, con mucho esfuerzo, lo empuja fuera. Cierra la puerta y pone el seguro, a pesar de los fuertes golpes que el sujeto da al otro lado, dificultándole la tarea.
―¡Déjame entrar, Yoon-gi!
―¡Vete! ―grita, llorando.
―¡¡Min Yoon-gi, abre la maldita puerta!!
―Lárgate... ―murmura, retrocediendo y alejándose de la entrada, llevándose las manos a las orejas y dejándose caer rendido al piso.
»Vete antes de que te vuelva a abrir la puerta... Márchate antes de que la cinta en mi cabeza se ponga en reversa y lo borre todo, dejándote cruzar mi umbral y recibiéndote con una sonrisa... ―llora―. Nunca vas a amarme... Vete... Vete... ―esnifa y llora.
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Nunca vas a amarme. Así que, ¿de qué sirve?
Eres muy orgulloso para admitir que cometiste un error,
eres un cobarde hasta el final.
No quiero admitir que no vamos a encajar.
No, no soy el tipo que te gustan.
Así que ¿por qué no solo pretendemos... mentiras?
No quiero saberlo.
Yo... no puedo dejarte ir.
Solo quiero que sea perfecto. Creer que ha valido la pena luchar.
Mentiras...
No quiero saberlo.
Marina and The Diamonds.
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