Capítulo 26: Mi engaño
«Suficiente estímulo... ya estás listo para mí...», mis respiraciones habían sido... minutos atrás. No obstante, en este momento... Mis manos recorren sus glúteos, notando la firmeza de los músculos que se contraen bajo la suave epidermis, y cómo el tejido adiposo cede bajo la presión de mis dedos. Con cada movimiento, aprecio el contorno de sus crestas ilíacas y el equilibrio delicado de los ligamentos que mantienen esa estructura perfecta. Este cuerpo, su cuerpo, es una fascinante obra de anatomía, y yo, como su único y devoto conocedor, exploro cada parte con dedicación casi reverencial.
Su culo es... un sueño... un verdadero encanto.
Mis pensamientos bailan a mi alrededor como feromonas palpables, que ensucian y vuelven mórbido mi deseo de poseerte, Nam-joon.
Lo tengo debajo de mí, brindándome el panorama de su preciosa espalda. Me recibe repetidamente, con su rostro ladeado y un semblante enervado. Me ofrece un grave y sensual gemido cada vez que me adentro en él, en un ritmo atrayente; todo adentro, luego retrocedo un poco, y repito el movimiento. Mientras embisto, su bella anatomía se mueve en cada impacto suave. En ese vaivén, lo hago mío de nuevo y me regala su mirada; aunque en algunas de mis estocadas aprieta los párpados y ese maldito pulgar suyo entre los dientes; no ha dejado de tenerlo cerca de sus labios desde que tomamos esta postura.
Por momentos me emociono y mi delicado movimiento se vuelve una oscilación intensa. Él es dulce; me advierte con un gemido tenue que sus fluidos pronto se liberarán, entonces amaino mis impulsos y él suspira con frustración, apretando las sábanas en sus puños y dirigiéndome una mirada que me insulta.
Nuestras siluetas brillan ante la luz de la luna que se filtra por el ventanal, bañados en sudor pasional e impuro.
Me retiro un momento para girar su cuerpo y que ahora me conceda su pecho. Las huellas de sus efusiones anteriores yacen sobre las sábanas y su vientre, el cual se mueve frenético, al igual que su pecho al respirar. Agarro sus brazos con afecto, llevándolos a la altura de su cabeza, y con sus manos él oprime el colchón. Asgo sus piernas húmedas y las abro para que me acojan de nuevo en su palacio indulgente, mi dicha y regocijo.
Estoy en casa, cariño. Él gime alto, cerrando sus ojos con fuerza, mientras yo me derrito, comenzando a moverme con una sonrisa complaciente. Sí, cara mía... Déjame colocarte como más me gusta. Déjame poseerte a mi manera y luego te dejaré descansar. Un poco más, tan solo un poquito más regálame de ti y tu cuerpo, te lo suplico.
Mis jadeos se entrelazan con los suyos. Me apego más a él y lo rodeo con mis brazos; junto nuestras frentes y nuestras bocas bien abiertas se rozan. No hay voluntad para besar, solo para destilar placer en su máxima expresión.
Me lo dice en un suspiro, casi sin aire acompañándolo: su polución, mi orgasmo, nos atiborra, nos vuelve espectros de ojos blancos y voluntad desvanecida. Nos vuelve amantes, plagándonos de los dedos del otro sobre la piel, deseando que la unión de nuestros cuerpos sea más profusa.
● ● ●
Nam-joon observa al vampiro sobre él dar otro jadeo, lastimero y, desde su perspectiva, magnético.
Como puede, en su presente sofoque, mental y corporal, sigue su figura con sus pupilas y lo ve elevarse frente a él. Seok-jin contempla los vestigios de éxtasis en su rostro perlado de sudor y cómo su estado consciente lo traiciona, dejando que sus párpados caigan por unos segundos. De imprevisto, agarra su rostro y pasa los dedos sobre sus labios.
―Mío... ―suspira agitado, y ambos se miran en el silencio que otorgan sus resoplidos letárgicos.
»¿Eres mío? ―Necesita la respuesta.
Nam-joon lo sabe y, una vez más, como puede, asiente débilmente. No porque quiera complacerlo o sumisión, sino porque así lo siente. Tu sexo... es tan bueno, piensa, pero no lo dice.
La poca energía que le queda finalmente se agota y se rinde ante el peso de su exhaustividad. La respiración de Seok-jin sigue alterada, su corazón late, por primera vez en su vida, casi como el de un mortal. Se siente divino, y no podría estar más dichoso de tener a Nam-joon en su eternidad maldita.
―Te amo... ―susurra, acariciando el rostro del chico, mas su expresión es inerte, debido a la incertidumbre que lo invade―, y no termino de comprender qué evoca en mí decir esas palabras. Te amo... ¿Me amarás algún día?
● ● ●
Jimin da los últimos retoques a las hebras grises a un lado de su frente, mirándose al espejo.
―Adelante ―dice, luego de escuchar cómo tocaron quedo a la puerta del dormitorio.
Taemin entra y, con solo contemplarlo de espaldas, con ropa oscura y un poco ajustada que resalta su prominente retaguardia, da un silbido y aplaude. En un segundo se traslada a su lado, mirándolo a través del espejo.
―Hermanito, luces como un sueño hecho realidad.
Jimin sonríe con coquetería, mientras se coloca su pendiente favorito en la oreja.
―¿Vas a ver a Kai?
―No. Veré a Ho-seok. ―Se endereza―. Es en la noche, pero estoy tan emocionado que me preparé de una vez.
―Oh, el mortal. Creí que todo había terminado, estabas tan devastado...
―Hemos estado hablando y... decidí darle otra oportunidad ―dice, mientras ajusta su otro pendiente.
―¿Estás seguro? ―Enarca una ceja.
―No del todo, pero el tiempo lo dirá, supongo.
―¿No te parece un poco precipitado, Mimi?
―No. Me ha invitado hace unos dos días y le confirmé recién hoy.
―Oh, te pones juguetón, ¿eh?
―Es solo un "castigo inocuo" que creo se merece ―dice, inclinado contra el cristal, pasando color sobre sus pomposos labios con los dedos para evitar que luzcan tan pálidos.
―Me parece bien. Pero...
―Taemin... ―Jimin parpadea y dirige sus pupilas hacia él, todavía por medio del espejo.
―Solo escúchame. Si las cosas no resultan bien, Kai ya está al tanto, dijo que cuando tú se lo pidas tendrán una cita. Puedo ser tu intermediario, si tú quieres.
―Amo a Ho-seok. ―Se gira hacia su hermano, dándole una mirada directa―. No quiero nada con Kai ni con nadie.
―Mimi... Eres mi hermano, yo te amo. Y los mortales... no son de fiar. Solo... quiero que lo sepas, ¿de acuerdo? Y... ojalá esté equivocándome, porque no me gusta verte mal.
―Te lo agradezco. ―Asiente y vuelve a mirar su reflejo para continuar arreglándose.
En ese momento, Taemin desliza su índice por su mandíbula y guía su rostro nuevamente hacia él.
―Si ese mortal te vuelve a dejar en el estado en el que llegaste a casa... Si vuelvo a ver lágrimas con su nombre en tu rostro... lo asesino.
El semblante de Taemin se endurece como un témpano, y su voz se vuelve afilada. Jimin pasa saliva. Su hermano es una criatura tranquila y de corazón pasivo, hasta que se meten con alguien que estima y atesora; eso es una ofensa inaudita para él. Jimin lo sabe muy bien, y por eso sus nervios despiertan y la duda respecto a Ho-seok se siembra en su pecho. Su hermano mayor lo mantiene sujeto del rostro y le da un suave beso en los labios, seguido de una palmada en la espalda antes de retirarse. El joven inmortal suspira, vuelve la vista a su imagen espejada y acomoda el blazer sobre su camisa negra.
Al mismo tiempo, Yoon-gi inspira profundo y se despereza en su cama, gira y a su lado encuentra a Ho-seok, quien reacciona a su toque y suspira.
―Buenos días... ―susurra con una sonrisa, abrazándose a su torso.
―Buenos días... ―responde Jung, sonriendo de lado y deja un pequeño beso sobre los blancos cabellos del chico.
Yoon-gi sonríe. Está feliz. En los últimos días, Ho-seok se ha portado como un verdadero novio con él. Si bien no salen juntos por las calles, viene a verlo seguido, trayendo comida, películas y dulces. Cada tarde o noche que se aparece, toma posesión de sus labios con dulzura, reclama su cuerpo con hambre suave y le hace el amor con tanta fiereza como él se lo pide. Allí se vuelve su putita, como lo apoda cada vez, su perra hambrienta de dolor y éxtasis, como el peor drogadicto. Lo acepta; así se siente; jamás se mentiría a sí mismo.
Por otro lado, también comparten sesiones íntimas más tranquilas: un buen sexo vainilla con el que se excitan explorando el cuerpo del otro. Esto es, podría decirse, lo que más disfruta el joven; lo hace, pero también aprecia las cortas charlas que comparten en lo que dura una merienda o cena en su compañía. Dolor, placer, sus oídos y boca para prestárselos cuando disponga. Ho-seok tiene todo lo que se muere por preservar en su vida, como un sueño que se empeña en alcanzar. Pero, lamentablemente, de los sueños se debe despertar tarde o temprano.
El teléfono del joven policía comienza a sonar sobre la mesita de noche a su lado. Aparta los brazos de Yoon-gi, se sienta en la cama; el chico se incorpora detrás de él y empieza a repartir besos en la parte alta de su espalda. Su compañero lo adora como el mejor masaje, y sin más, atiende la llamada.
―¡Jimin-ssi! ―saluda con entusiasmo y cariño.
En ese momento Yoon-gi abre grande los ojos y corta su tacto. ¿Jimin? ¿Como que Jimin? Se suponía que ellos ya no estaban juntos.
«No de nuevo, Ho-seok...», piensa, desilusionado.
―Claro, no hay problema, precioso. Nos veremos donde tú digas luego de que se ponga el sol.
Yoon-gi no da crédito de las palabras que oye, mucho menos cuando empieza a coquetearle con descaro ahí mismo. Traga como puede el nudo formado en su garganta, se levanta y se va a paso acelerado en busca de sus cigarrillos. Abre una de las ventanas con el cilindro ya encendido y da una calada furiosa, proporcional a la indignación que contiene en el pecho.
―Bien, te veo en la noche entonces. Sí. Y... Jimin... De verdad significa mucho para mí que estemos haciendo esto.
Dicho aquello, Ho-seok termina la llamada y suspira con alivio, sabiendo que Jimin no saldrá a las calles hasta la noche, por lo que puede hacer su rutina con tranquilidad y estar listo para él más tarde. Yoon-gi arroja la colilla del cigarrillo por la ventana y la cierra.
―¿Qué carajos fue eso, Ho-seok? ―reclama, plantándose delante de él.
―Oye, tranquilo gatito. ―Se pone de pie―. ¿Cuál es el problema? ―le pregunta con un tono encantador.
―Hyung, creí que Jimin y tú habían terminado su relación.
―Te lo dije, jamás dejaría ir a Jimin. Ese chico es todo lo que quiero en mi vida.
―Pero... Sigues mintiéndole... y sigues viniendo a mi casa, ¡a mi cama!
―Tenía que ahogar mi pesar, y quién mejor que mi putita para eso ―le dice, sonriéndole y pellizcando una de sus mejillas.
El joven quiere retirar su mano y apartar su toque, pero está tan abrumado por su cinismo y por sus propias emociones haciendo ebullición en su interior, que no consigue reaccionar como quisiera.
―Iré a darme un buen baño y me voy a trabajar, ¿sí? ―dice, pasando por su lado.
―¡Creí que ahora sí te quedarías conmigo! ―grita de repente, sorprendiendo al muchacho y haciendo que se voltee hacia él.
―Pues creíste mal, Yoon-gi. Siempre crees mal.
―¿Eso seré siempre en tu vida? ¿Tu segunda opción? ¡¿Tu maldito consuelo?!
―Oye, niño... No es mi culpa que no tengas amor propio y me abras las piernas cada vez que me ves.
―¡Eres un cerdo! ―recrimina, entrecerrando los ojos y reprimiendo las lágrimas―. ¡Dices que quieres volver con tu pareja, pero estás aquí conmigo! ¿Y sabes qué? ¡Volverás a mí otra vez!
―Probablemente. Si Jimin llega a desquiciarme. Aunque lo pensaré detenidamente y haré mejor las cosas, para que no nos descubra ―dice despreocupado y pretende seguir su camino al baño.
―Estás muy equivocado si crees que me seguiré prestando para tus mierdas.
Ante sus palabras, Ho-seok detiene el paso, se gira de nueva cuenta hacia él y se acerca con una mirada y postura amenazantes hasta que logra arrinconarlo contra la pared.
―Yo creo que el equivocado eres tú... ―susurra, arrimado a su rostro―, si crees que puedes vivir sin mí, y sin mi verga metida en tu maldito culo de puta barata.
El chico intenta apartar su mano para alejarse de él, pero Jung la abofetea en el aire y le da vuelta el rostro de otro golpe. Yoon-gi suspira y vuelve despacio la mirada hacia él.
―¿Lo ves? Este es tu estado natural. Amas que te golpee, de una forma u otra, así que no me vengas con esas tonterías de amor ideal porque tú, chiquillo, estás muy lejos de entender lo que eso es.
―Lárgate de mi apartamento. ¡Ve a bañarte a otro lado, puerco!
El tono de Min es firme, pero su postura no lo es en absoluto. Jung lo conoce muy bien, por eso se ríe en su cara y de un arrebato lo toma por el cuello, haciendo un sonido hueco en cuanto su cuerpo delgado choca bruscamente contra el muro.
―Te encanta ser el mártir, y yo puedo darte eso, amor. Soy el único en este mundo que te comprende; por eso no podrás despegarte de mí jamás.
―Suéltame ―le dice entre dientes, con las manos sobre su brazo.
Ho-seok exhala con lujuria, coloca una mano sobre su abdomen y la desliza lentamente hacia su ropa interior. Con un movimiento firme, aparta la tela y se da espacio para entrar. Empieza a tocarlo y estimularlo, con su mirada fija en sus ojos. Yoon-gi pone una mano sobre su brazo y comienza a suspirar entrecortadamente ante el estímulo, y luchando con el escaso aire que el hombre le permite. Jung acelera el ritmo, y en cuanto el chico trata de zafarse, le da un cachetazo y deja su mejilla enrojecida. Suspira, agitado y excitado. En unos minutos lo tiene húmedo y jadeando, mientras el aroma del tabaco que ha fumado envuelve su rostro.
―¿Ves lo fácil que eres, mi dulce putita? ―dice, apretándolo aún más.
Yoon-gi tose y palmea su mano para que afloje su tacto, pero su sofocador azota su cuerpo nuevamente contra la pared.
―¿Quién es mi putita? ―le pregunta rijoso contra sus labios.
―Y-yo...
―Eso es, cariño. ¿Y quién es tu dueño?
―T-tú... Ho-seok... Tú...
El referido chista con una sonrisa, dejando ir aire por la nariz, y lo suelta por fin. Yoon-gi se siente aliviado, pero terriblemente desencantado.
―¿Cuánto me tomó? Menos de un minuto, probablemente. Hacer que te humedezcas con mi toque. Acéptalo, Yoon-gi. Eres mío para toda tu maldita eternidad.
―Eres cruel... ―dice con la voz rota, al borde de las lágrimas.
―No. ―Pone su dedo en alto frente a su rostro―. Yo soy honesto contigo. Lo he sido siempre. Tú eres quién malinterpreta todo, todo el tiempo.
Jung lo mira a los ojos, ciertamente encantado, y luego baja la vista hasta sus genitales. Coloca su mano sobre ellos y los masajea esta vez por encima de la ropa; el chico se estremece, pero ya no encuentra fuerzas para apartarlo. Las lágrimas caen en silencio y acaricia su brazo, como una invitación tácita a continuar. No quiere que se aparte, desea que se quede con él, que sus manos sigan tocándolo, que haga lo que quiera de él, pero que no lo abandone. Sí, así de miserable y masoquista es su razonamiento.
―Solo quiero tu sexo... No te amo todavía... ―suspira contra sus labios.
Yoon-gi deja ir un suspiro lastimero, sintiéndose cautivado y encendido. Ho-seok atrapa sus labios y se los come con los suyos, elevando su arrobamiento, pero, ingrato como siempre, le corta su viaje de placer al separarse de él.
―Iré a darme un baño para irme a trabajar. Sé buen chico, y cuando yo pueda te llamaré para vernos de nuevo. ¿De acuerdo, mi linda putita?
Obnubilado, el chico asiente. Su amante ingrato sonríe de lado y le da un último beso. Se acerca a su talega, toma una toalla y se dirige al cuarto de baño. Poco después, la lluvia de la regadera comienza a escucharse. Yoon-gi baja la mirada, y siente cómo las fuerzas en sus piernas fallan poco a poco, hasta que se deja caer al piso. Una tristeza insalvable le cala hasta los huesos. ¿Qué pensaría Nam-joon si lo viera? ¿Si supiera lo que hace por una pizca de amor?, se pregunta, en tanto las lágrimas caen por su propio peso, su gran pena. Nam-joon ya no está en su vida diaria, y no tiene idea si regresará. Está solo, como antes, como siempre. Siempre solo.
La persona que tanto le gusta le brinda lo que desea, mas no lo que necesita. Lo comprende, pero un segundo más tarde lo olvida y vuelve a caer, como un adicto sin redención.
―¿Por qué demonios quiere volver con su pareja si seguirá mintiéndole? ―murmura, limpiándose las lágrimas con amargura.
Entonces, gira la cabeza y ve el teléfono de Ho-seok sobre el buró junto a la cama. Se limpia mejor el rostro, y con la poca dignidad que le queda, se levanta y lo toma. Abre la tapa mientras saca un cigarrillo de su caja ya abierta y lo lleva a sus labios. Oprime unos botones, dirige el parlante a su oído y da una calada.
―Hoseoki, ¿qué necesitas? ―Jimin al otro lado de la línea.
―No soy Hoseoki... ―dice de mala gana, tomando el cilindro y deja caer las cenizas en el lavamanos de la cocina.
―Min...
―Te acuerdas de mi nombre. Tal vez sí eres especial como Ho-seok dice...
―¿Qué demonios haces con su teléfono?
―¿No te lo imaginas? ―Arquea una ceja.
―Como le hayas hecho algo...
―Eres tan ingenuo, Park Jimin... Tan ingenuo... Podríamos competir.
―Habla de una vez, ¿qué rayos pretendes? ¿Dónde está Ho-seok?
―Hoseoki está dándose un baño, aquí, en mi apartamento. Luego de despertar en mi cama y hablar contigo mientras yo besaba su espalda.
Silencio.
―No seas tan cándido como yo, Park. Es todo lo que te diré.
Yoon-gi pulsa el botón y finaliza la llamada. Accede al historial y borra la que acaba de hacer a Jimin. Se apresura hacia el cuarto, dejando el teléfono donde estaba. Se sienta en la cama, llevándose las manos al rostro y al cabello, echándolo hacia atrás a la misma velocidad que su desasosiego lo atiborra. Piensa en qué se está convirtiendo, en qué se ha llegado a ser y en cómo terminará todo. Pero, justo antes de conseguir entrelazar sus neuronas, la puerta del baño se abre, dejando escapar el vaho y su cable a tierra, irresistible, que llama su nombre.
―¿Mi linda putita está bien?
El joven retira sus manos de la cabeza, gira el rostro y lo realza, contemplando su cuerpo brillante por el agua y restos de jabón que Ho-seok aún no ha retirado. Siente una desesperada necesidad de quitarle la toalla que envuelve su cintura y hacerle una felación ahí mismo. ¿Qué tan estúpido puede ser? ¿Qué tan desesperado por retenerlo está?
No nota cuando pasa delante de él y toma su teléfono en mano.
―¡Yoon-gi!
Lo llama una segunda vez con la voz más alta, ya que a la primera lo ignoró, perdido en sus pensamientos. El aludido responde dedicándole la mirada.
―¿Tocaste mi teléfono? ―le pregunta con un rostro circunspecto. Una pregunta que ya le había hecho, pero Yoon-gi tampoco había parecido escuchar.
El joven lo mira y se rasca un poco la nuca, tratando de verse despreocupado y sereno.
―Quería ver la hora.
Ho-seok sigue mirándolo con seriedad y recelo. Levanta la tapa del aparato y observa la pantalla: sin llamadas, sin mensajes, mas la duda persiste.
―Lo siento. ¿Te molesta? ―dice, esperando aumentar su credibilidad.
Sin verlo a los ojos, Ho-seok sonríe, cierra su teléfono y lo deja a un lado.
―No. ―Conecta sus ojos con los de él.
Tira de su toalla y se la arroja al chico sobre el regazo, solo para provocarlo. Sabe a la perfección la adoración que siente por él, por eso se toma el atrevimiento de pasearse desnudo por el cuarto. Se agacha frente a su bolso y comienza a sacar la ropa para vestirse: los calzoncillos ajustados estilo bóxer, los pantalones, una camiseta de mangas cortas, suéter y una chamarra; está fresco afuera. Seca y peina su cabello oscuro con sus dedos y, al estar ya listo para partir, mira el reflejo de Yoon-gi en el espejo, quien no se ha movido un centímetro en todo este tiempo.
―Gatito. ―Se sienta a su lado; él le dedica su atención―. No quiero irme y que te quedes así. Entiende que podremos vernos, pero siendo más cautelosos.
―Sí... ―responde con resignación.
―Mientras tanto... ―añade, tomándolo por la barbilla y acercando su rostro al suyo―, guarda ese culo bajo llave. No quiero enterarme de que se lo cedes a otro que no soy yo, ¿entendido, putita?
―En... Entendido.
―Eso es. Eres un buen chico, ¿verdad?
―¿Ahora es cuando me pides ladrar?
Ho-seok ríe y lo mira unos segundos. Sabe, sin lugar a dudas, que ama a Park Jimin, pero no titubea al pensar que Min Yoon-gi es una joya en el mundo que desea preservar solo para él y nadie más. Finalmente, le da un beso de despedida: profundo, húmedo y con un dejo de nicotina. Le revuelve sus cabellos blanquecinos, toma sus cosas y se marcha, como si nada, como siempre.
Más tarde, con el cielo teñido de oscuridad y las estrellas siendo protagonistas menores, Ho-seok aguarda frente a un gran parque, su punto de encuentro con Jimin, al lado de una de las tantas farolas que rodean la vereda. Ya no lleva su ropa de trabajo; ha vuelto a pasar su cuerpo por agua y jabón para estar inmaculado al momento de recibir a su chico. Resopla aire fresco bajo la bufanda; hace bastante frío. Mira su reloj de muñeca y observa cómo pasan de las ocho y treinta de la noche.
―Qué raro, Jimin jamás ha sido impuntual...
―¿Me buscabas? ―lo interrumpe el susodicho de repente.
Jung sufre un sobresalto y se gira hacia él con una mano en el pecho.
―Mierda, qué susto me diste... ―suspira con una sonrisa―. Me sorprendió que llegaras tarde, es todo.
Ho-seok nota de inmediato el rostro serio de Jimin; han estado juntos por varios años después de todo, lo conoce: está enfadado.
―¿Qué...? ―intenta preguntar, pero es frenado nuevamente.
―¿Estuviste en el apartamento de Min Yoon-gi?
El muchacho abre los ojos de golpe. Ahora que sabe de lo que Jimin es capaz, un escalofrío le recorre la espina, y en cuestión de segundos, siente un sudor helado empapar su nuca y axilas.
―¿Min Yoon-gi? ¿Qué?
Se hace el desentendido, lo intenta, pero Jimin pone fin a su deprimente teatro de buena calidad de una bofetada que no solo le da vuelta el rostro, sino que le abre el labio.
―Jimin, ¿qué...? ―Sigue intentándolo.
Los ojos del joven vampiro destilan rabia; los orificios de su nariz se ensanchan, y su mandíbula está tensa. Sus falanges están tan apretadas que parece que podrían quebrarse; se contiene, batallando contra el impulso de atacarlo ahí mismo, sin importarle los mortales que circulan a su alrededor. No obstante, al final, sus emociones le ganan: debilitan su espíritu, quiebran la escultura recia de su orgullo, y solo queda espacio para el dolor. En su interior, siempre estuvo la certeza de que volvería a sentir decepción por encima de su amor, y la sola idea aplasta su corazón de un martillazo.
―¿Por qué me haces esto? ―dice, con la voz rota.
―Jimin, no...
―¡Cierra la boca! ¡Solo la abres para decirme mentiras! ―exclama exaltado, llenando sus ojos de lágrimas―. Y yo que estaba emocionado por verte y arreglar nuestra relación rota... ¡¡Soy un estúpido!! ―Se lleva las manos a la cabeza.
―Jimin, cariño... ―susurra calmo y atrapa su barbilla entre sus dedos, acariciando con dulzura―. Esto es un malentendido. Yo... Solo lo vi para cerrar el círculo...
―¡¿De qué círculo me estás hablando, hipócrita?! ¡Eres un cínico! ―Aparta sus manos con rabia.
―Jimin, por favor, tú me deseas, igual que te deseo yo a ti. ―Lo toma por los hombros con gentileza―. No echemos todo por la borda por un malentendid...
―¿De eso se trata todo? ¿Deseo?
―Sé que me deseas.
―¿Y de que mierda me sirve desearte, tenerte sobre mí y entregarme... si la cama seguirá vacía, si las palabras se las lleva el viento y tú terminas insatisfecho conmigo?
Los dos se miran de hito en hito, en un silencio tan palpable como desesperante. Ansían una respuesta del otro que calme su corazón, pero no lograrán obtenerla.
―Jimin... No te entiendo...
El referido sonríe, desganado, y aparta discretamente con un fuerte empujón esas manos que encuentra sucias con resignación. Ho-seok nota la fuerza empleada.
―Qué lástima, Ho-seoki... ―dice, pasándose una mano por el rostro para secarse sus lágrimas―. Debí saber que esto tenía fecha de caducidad hace tiempo... He sido necio.
El dolor que Jimin siente es intenso y lo desgarra, pero esa sensación comienza a verse eclipsada por una profunda pena hacia el hombre que ha sido su gran amor por tanto tiempo... aún lo es. Acaba de entender que juntos solo hallarán fuego, mas no amor verdadero, pero...
―Ojalá... algún día lo entiendas ―dice, dando fin a la conversación.
Jimin emprende su camino, pasando por al lado de su chico, de su amor, al que ha decidido abandonar por las buenas. Jung se queda paralizado, incapaz de asimilar lo que está ocurriendo. Su adorado chico se aleja, lo rechaza, lo deja, y no está en sus planes permitirlo.
―¡Jimin! ¡Jimin, espera! ―reacciona y alcanza a tomar su brazo.
El aclamado se detiene y se gira hacia él.
―Te... Te llevaré a algún lado, ¡donde quieras! Ahí hablaremos. Por favor... ―implora, con el rostro enrojecido y los ojos vidriosos por el agua salada.
―Todo lo que yo quería... era que me amaras.
En cuanto se vuelve hacia él y ve su hermoso rostro triste, cuando escucha esas palabras suspiradas con cansancio y tristeza, Ho-seok siente la estocada definitiva, esa que detiene su corazón por un instante, sus lágrimas corren por sus mejillas, y casi se ahoga al intentar respirar de nuevo. Aprieta su mano fría, pero sabe que ese chico ya no aceptará su calor de vuelta.
―Sé que te oculté mi naturaleza... No es algo fácil de tratar, y quería que me aceptaras incluso sabiendo que soy un potencial depredador con apariencia humana. Creí que contigo podría... Creí que contigo todo estaría bien... Padecí sueño y hambre por las noches velando por ti y tu bienestar a mi lado... Pero a ti jamás te importó pensar en mí. Ahora me pides perdón y sigues viéndote con otro.
―Ji-Jimin-ssi...
―¡Ya cállate! No quiero escuchar una palabra más de ti, Ho-seok. Esto se acaba aquí y ahora, yo lo termino ¡para siempre!
―A-al menos... deja que te lleve cerca de tu casa, o donde sea que desees ir.
En ese momento, la bocina de un vehículo bastante lujoso llama la atención de ambos.
―Ya tengo a alguien que me llevará en la dirección correcta, que es lejos de ti. Hasta nunca, Jung Ho-seok ―dice, limpiando sus últimas lágrimas antes de dirigirse al auto.
―¡Jimin! ¡Por favor! ¡¿Es en serio?!
El joven vampiro camina hasta el coche, pero se detiene frente a la puerta para compartirle a su nuevamente ex un último mensaje:
―Espero que cuando entiendas las cosas no sea demasiado tarde para ti.
Sin más que añadir, sube al auto. Con ese fuerte golpe del metal de la compuerta, el muchacho se estremece por completo.
―Mala noche, ¿eh? ―le habla el conductor a Jimin―. Es un humano muy lindo. Qué piel tan suave... ¿Me dejas morderlo?
―Solo... arranca el auto, Kai, por favor... Sácame de aquí ―suspira, llevándose una mano al rostro, agobiado.
―Con gusto, precioso.
Kai toca bocina una vez más y avanza con calma. Ho-seok suspira, con lágrimas de tristeza y rabia en sus ojos. Se lleva las manos al cabello y respira audible. Pasea la vista entre las baldosas de la vereda, buscando alguna explicación a lo que acaba de pasar. Jimin tiene los sentidos agudizados, lo sabe bien, pero el día estuvo soleado... No pudo haber salido de su hogar hasta ahora. Entonces, un recuerdo viene a su mente:
―¿Tocaste mi teléfono?
―Quería ver la hora... Lo siento. ¿Te molesta?
El aire se escapa entre sus dientes y su nariz se frunce, a la vez que el cólera tensa los músculos de su rostro.
―Min Yoon-gi... ―espeta en un susurro.
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