Capítulo 25: Mi calvario
Yoon-gi está en un rincón donde conserva su teclado. Solo con la ropa interior puesta, una pluma enganchada en la parte superior de su oreja y una libreta a un extremo. De tanto en tanto, cuando las notas y el sonido son de su agrado, deja de tocar y escribe en el cuaderno. La música es su motor y máximo exponente de inspiración, para todo en su vida, sin embargo, su musa se halla dormida ahora. Deja el cuaderno con la lapicera a un lado y suspira con pesadumbre: no puede dejar de pensar en lo que platicó con Ho-seok por medio de mensajes en su teléfono: «¿Le dijiste algo a Jimin?», lo había increpado el joven policía. «No crucé palabra con Jimin, ¿de qué hablas?». «¡Sabe de nosotros, maldición!». «Oh... Mierda». Eso sí lo había sorprendido. «Yoon-gi, si me estás mintiendo y Jimin se enteró por ti...», lo amenazó. El chico respondió en la brevedad, asegurando que no había abierto la boca. Ho-seok creía sus palabras, pero no podía evitar estar histérico en esos momentos. Había optado por comunicarse con él por medio de mensajes de texto porque temía que Jimin pudiese estar vigilándolo de alguna manera; no sabe qué alcance tienen los agudos sentidos del joven vampiro después de todo; no se arriesgaría.
―Maldita sea... Fui muy estúpido. Me confié y lo besé en público como si nada ―se reprochó a sí mismo en las cuatro paredes de su vacío apartamento.
Yoon-gi vuelve a bufar. Ahora piensa en Nam-joon y lo invade una nostalgia silente y desesperante. Ya no cuenta con la fotografía que le había sido dejada con la nota anónima, así que, en sus momentos de mayor debilidad y necesidad, pasa sus fotografías con él en su teléfono, y después recurre a aquella vieja polaroid donde posan juntos de niños; recuerdo de buenos tiempos que ya no volverán. Las lágrimas caen por sus mejillas mientras se hace pedazos en la soledad de su apartamento. Sin Nam-joon solo le queda Ho-seok, pero Jung es arena que se escurre entre sus dedos; no puede tenerlo, y no puede soltarlo tampoco. Está atrapado por su encanto, su sexualidad atrayente y la manera en la que lo revive cada vez que lo toca con su boca desconsiderada y sus manos egoístas y agresivas.
No era la primera vez que permitía que otros lo lastimaran. "Lo hago porque te amo, Yoon-gi-ssi", le repetía su madre cuándo él, al terminar la tortura, se atrevía a preguntar por qué. Tendría unos seis años, y su madre lo obligaba a dormir sobre ella, en el piso y contra la pared, abrazándola. Sin cobijas ni sábanas, sin importar si hacía frío o calor.
La caja de cigarrillos siempre estaba presente, siempre llena, y eran las quemaduras las que lo despertaban por la noche, en la tarde o al amanecer. Después, pequeños besos agridulces buscaban calmar su llanto y secar sus lágrimas.
No había agua caliente en su apartamento, así que debía asearse con un chorro helado. Siempre debía hacerlo con la cortina de la ducha abierta, bajo la gélida mirada de la mujer, quien lo escudriñaba con ojos tan fríos como el agua. Era una regla inquebrantable. Debía frotar su piel con un cepillo áspero hasta que enrojeciera y mostrar cada rincón de su cuerpo, en especial sus partes íntimas, para que ella verificara si estaba limpio. Si no lo estaba (o, mejor dicho, si ella decidía que no lo estaba) lo castigaba con un grueso cinturón de cuero hasta que sus nalgas quedaban teñidas de carmesí.
Tampoco le cocinaba a su hijo. Las alacenas permanecían vacías, y solo le permitía servirse agua del grifo, por lo que Yoon-gi se veía forzado a buscar alimento por su cuenta, mendigando en las calles o en comercios aledaños. Afortunadamente, siempre hallaba algún alma bondadosa que, en lugar de echarlo como a un perro callejero, le ofrecía una pequeña porción para calmar su hambre.
Los golpes, productos de brutales palizas de su progenitora, casi hasta dejarlo inconsciente, eran evidentes, pero esas "almas bondadosas" no hacían nada al respecto. Todo siguió su curso hasta que, inevitablemente, el agua desbordó el vaso. La policía acudió al apartamento y quitaron a la mujer del niño desnudo, que yacía hecho un ovillo en el suelo, temblando y protegiéndose con sus delgados brazos para resistir la feroz golpiza.
"Tu madre no te ama. Eso que ella hacía contigo era un abuso, no amor. El abuso es algo malo y doloroso, el amor no", le dijo el policía, cuando sus lágrimas por fin cesaron. Creyó que aquella criatura frente a él poseía el juicio necesario para entender sus palabras, y tan estúpido como para no distinguir un acto abusivo de uno amoroso.
Para Yoon-gi, el amor y el dolor siempre fueron brasas de un mismo fuego que lo consumía sin tregua. No concebía uno sin el otro; ambos debían coexistir, o de lo contrario algo no estaría bien. "Si duele, es porque amas. Si amas de verdad, debe doler", se repetía en la soledad que lo envolvía desde aquel día, entre las cuatro paredes de su austero dormitorio en el orfanato, como el único abrazo frío que creía merecer.
Los niños decían que él era extraño, que los observaba como si fuera a atacarlos mientras dormían, y por eso siempre estaba solo. Pero la soledad no era un concepto nuevo para él, sino un viejo hábito.
Cuando conoció a Nam-joon no solo le pareció lindo, sino inmutable. Lo fastidiaba juguetonamente con cosquillas a su cuello, tocaba su cabello, lo olía, y a él no parecía importarle. "Haz lo que quieras", fue todo lo que le respondió una vez que lo sorprendió masturbándose. "Si eso quieres", comentó en otra ocasión que vio cómo se pinchaba un brazo con una pequeña aguja que había encontrado. Respetaba sus rarezas y no lo juzgaba. Pero, al crecer, le pidió con un insulto de por medio que no fuera un puerco y que hiciera sus cochinadas en privado. Luego, con un rostro preocupado, le imploró que no volviera a tocar esa aguja que cada día empuñaba con mayor frecuencia. "Ver que te dañas me duele. Yo te quiero. No lo hagas, hyung". Yoon-gi lloró en silencio y le entregó el alfiler, permitiéndole deshacerse de él.
―Nam... ¿De verdad estás a salvo? ¿Alguien está cuidando de ti? ¿Te fuiste por Jessi? ¿Por qué no contaste conmigo? Nam... Tu hermano grande y tonto te extraña y te necesita...
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Jung-kook está acurrucado en un extremo de la cama; sus lágrimas acarician el puente de su nariz y se pierden en las frías fundas del colchón. Su cuerpo desnudo, enmarañado entre las sábanas, así como lo están sus ganas y su alma, que se empequeñecen y abrasan de manera lenta y tortuosa.
Supo lo que vendría en cuanto vio a Taehyung aproximarse con su cámara fotográfica. Ya lo había hecho antes: abría las puertas del gran armario y comenzaba a seleccionar prendas hasta que encontraba las que más lo complacían. Luego las llevaba hasta Jung-kook, exigiéndole que se las pusiera. Los atuendos solían ser suéteres de lana muy delicados y pantalones de algodón a juego. Lo peinaba y perfumaba con dedicación, incluso le aplicaba un poco de rubor en las mejillas, hidrataba sus labios para que brillaran y completaba el ritual con ese collar en su cuello, ajustado como una gargantilla. Después, lo obligaba a tenderse sobre la cama y posar de manera "adorable" para la lente mientras que él, pisando con firmeza el colchón, capturaba su imagen, infinidad de ellas, que encandilarían a cualquiera. A sus ojos, Jung-kook no es solo fotogénico; es una figura de ternura y seducción que coexisten en perfecto equilibrio. El chico obedecía, sin fuerzas para oponerse. Hacía cada gesto, cada pose que se le indicaba. Cuando Taeyung revelaba el rollo, desplegaba cada foto en el piso de la habitación, bajo la mirada silente de Jung-kook. El vampiro las contemplaba, suspirando por lo bajo y acariciando las imágenes, como si el tesoro que había plasmado en ellas no estuviese a su alcance, hasta que recordaba que sí lo estaba.
La respiración del chico entraba en corto cuando esos ojos oscuros se fijaban en él. Lo sabía, sabía lo que acontecería: un acto de crueldad desmedida, un abuso que desgarraría su cuerpo y espíritu. Era como si algo se apoderara del vampiro, una bestia que lo poseía con una violencia insaciable. Le arrancaba las prendas a tirones, rompiéndolas sin piedad, y lo ataba de maneras incómodas para sus articulaciones; lo mordía, lo golpeaba y lastimaba sus partes íntimas y sensibles. En medio de aquel frenesí perverso, rodeaba su cuello con sus largos dedos y le cortaba el paso del aire casi hasta un punto de no retorno. Ahí no se medía con sus lágrimas; las gozaba. Se regocijaba en su propio sadismo, llamándose a sí mismo "el diablo" y al pobre joven su "presa indefensa". Dejaba como resultado una masa trémula, magullada, húmeda y sangrante.
Taehyung ha sido suave esta vez, pues en ocasiones anteriores había llegado a dejarlo inconsciente debido a los golpes que le proporcionaba para más tarde correr en lágrimas hacia Seok-jin, para que le otorgase su sangre y así no muriera. Eso, por supuesto, enfurecía terriblemente al vampiro mayor y, luego de atender a Jung-kook como era debido, se dedicaba a propinarle una tunda monumental a su rebelde inquilino. Pero, desgraciadamente para la pobre víctima, poco le importaba eso a Taehyung.
No ha dejado de repetir este proceso vil y diabólico. En el día de hoy, hace apenas unos minutos, no ha sido la excepción, y seguramente Seok-jin lo reprendería cuando se enterase, pero nuevamente a Taehyung no le importaría, porque ya ha hecho lo que quería con el chico, y seguirá haciéndolo en cada oportunidad que tenga, sin importar cuán doloroso pueda ser el castigo.
Jung-kook no tiene paz ni escape. Ya no queda en él fuerza para enfrentarse al monstruo que lo mantiene prisionero, conservándolo como su juguete en todos los sentidos, desde el más inocente hasta el más asqueroso.
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―Cuando veas a tu hyung ―expresó las últimas dos palabras con un tono burlón―, le dirás que estás bien conmigo y que aceptas quedarte a mi lado.
Taehyung le había dicho aquello luego de intimar, aquel día que lo había "rescatado" en su caída al río, y poco antes de que Jung-kook abandonara el dormitorio para acudir al gimnasio improvisado que proveía Seok-jin.
―Déjame en paz...
―Si no haces lo que te digo voy a lastimar a tu hyung... Esperaré a que Seok-jin no esté en la mansión, me escabulliré hasta su habitación y tomaré su cuerpo por la fuerza.
―¡Si lo tocas, Seok-jin-hyung te matará!
―Probablemente. ¿Pero sabes qué, Jung-kookie? Ya habré hecho lo mío, y nada ni nadie, ni siquiera Seok-jin, podrá cambiarlo ―dijo, y se sirvió una generosa cantidad de vino en su copa, riendo como el lunático que es.
―Bastardo demente... ―farfulló de manera inconsciente.
Por supuesto, los oídos del vampiro lo captaron. Jung-kook se encogió contra la pared justo cuando la copa de cristal se estrelló a su lado. El vino derramado formó un charco oscuro, y uno de los vidrios perdidos rasgó la piel de su brazo. El chico bajó la vista a su herida, luego alzó los ojos hacia Taehyung, que ya se encontraba frente a él, invadiendo su espacio personal. En un movimiento fugaz, sujetó su muñeca, observó la sangre que escurría y la lamió. Chasqueó la lengua varias veces, negando lentamente.
―Hay que limpiar esto.
―Taehyung... Por favor... ―suplicó con una expresión doliente.
El vampiro no se inmutó, y jaló de él hasta estampar su cuerpo contra el colchón de la cama.
―Te vendrá bien. Así respetarás mejor a tus mayores ―dijo, mientras se quitaba la chaqueta y la lanzaba descuidadamente al suelo.
Jung-kook gruñó contra las sábanas, sintiendo como aquel desalmado apartaba su ropa con hosquedad, dejando al descubierto su piel. El sonido de sus garras rasgando la tela resonaban como un eco de pánico en su mente.
―¡¡Jin-hyung!! ―gritó, la voz rota por el terror.
―¡Guarda silencio! ―rugió el vampiro, aplastando su cara contra el colchón y sus quejidos quedaron ahogados.
―Nam-joon-hyung... Ayuda... ―murmuró en un hilo de voz, rendido.
Sintió la firmeza de su falo contra sus nalgas desnudas. «Mira nada más cómo me pones, mocoso de mierda», le susurró al oído, y el temblor en el cuerpo del chico fue inmediato. Y lo hizo. Lo forzó como otras tantas veces, violento y despiadado. Tomándolo a su antojo, como un esclavo de sus deseos más oscuros. En disonancia total con aquella manipulación dulce a la cual fue arrastrado y sin más alternativa que actuar dócil.
Ahora, en este nuevo abuso, que no distó mucho de los anteriores; una pesadilla más, como cada vez que las sombras de su perversión lo rozan.
Sin permiso ni delicadeza, se hundió en él, como siempre. Jung-kook gritó, pero Taehyung metió dos dedos en su boca, sofocando sus alaridos. El pobre chico se aferró con desesperación a las muñecas del vampiro, sin lograr liberarse. El dolor lo consumía por completo, hasta que algo cambió: un golpe en su punto más íntimo lo sumergió en un placer sucio, involuntario. Cada embestida lo debilitaba, sus fuerzas lo abandonaban, y lo peor era escuchar los gemidos que Taehyung exhalaba cerca de su oído, exacerbando su excitación. Las lágrimas comenzaron a caer, impotentes. El vampiro llevó su mano a su nariz, cortándole el aliento. Jung-kook sintió su cuerpo convulsionar ante la falta de oxígeno, hasta que, justo cuando pensaba que se ahogaría, le devolvió el aire. El sonido desesperado de las bocanadas excitaba horriblemente a ese ser malevolente, entonces dejó salir sus colmillos, lo mordió y bebió de sus sangre con avidez. Sus manos maltrataron su carne, golpeando con violencia su entrada. Taehyung perdía el control, aumentando la violencia en sus agarres y movimientos. Su mirada vacía, y una sensación de despersonalización muy extraña, como si su cuerpo actuara por instinto, ajeno a su voluntad. No entendía qué demonios le ocurría. Algo estaba mal. No podía parar. A pesar de los llantos y súplicas de Jung-kook, el frenesí seguía.
―Me... vas... a matar... ―lloraba con su voz quebrada.
«Si lo matas, ya no habrá otro Jung-kook...». Recordó las palabras de Seok-jin, como si lo liberaran de un trance. Taehyung jadeó, recuperando algo de lucidez, solo para ver la sangre que fluía entre las piernas del chico, mezclada con los fluidos que había dejado dentro. El corazón le martillaba el pecho, mientras un sudor helado recorría su piel. Estaba sofocado en frío; un disparate. Se apartó bruscamente, llevándose las manos a la cabeza, abrumado por un dolor que, irónicamente, lo quemaba por dentro. Algo golpeaba su mente, no entendía qué le ocurría, pero estaba furioso. De un manotazo, mandó a volar uno de los pequeños muebles junto a la cama. Jung-kook se encogió y se cubrió la cabeza, temeroso ante el estruendo.
«Tae...». Una voz femenina, familiar, lo llamó en sus pensamientos. El vampiro gruñó, salivando al intentar conectar el caos en su interior. «¡Tae!», gritó la mujer, con un pánico desgarrador. Apretó los párpados y una imagen invadió su mente: él, tendido sobre la hierba, su propia sangre manchando la tierra. Trataba de respirar, pero una herida en su cuello le impedía hacerlo. Los ojos fijos en un punto, la muerte reflejándose en su mirada. No podía recordar quién era ella, pero su voz clamaba su nombre, rasgando su garganta y un lamento que dolía en lo más profundo de su ser.
Taehyung arrojó otro mueble a un lado. Jung-kook temblaba en su sitio; cada sonido era una amenaza. El hombre rugió como bestia, y luego... vino el llanto. Cayó al suelo, encorvado, llorando como si su alma hubiera sido apuñalada. Cada sollozo era una daga que se clavaba en su pecho. El joven, temeroso y confundido, se atrevió a descubrir su cara para verlo.
―Perdóname... Perdóname, Jennie... ―suspiraba con voz pequeña, rota por el sufrimiento.
Jung-kook no entendía nada; no quería hacerlo, y le daba gusto que el infeliz que lo maltrataba sufriera un poco. Nunca fue alguien con una naturaleza maliciosa que le deseara mal a otros, pero tratándose de Taehyung... su empatía estaba muerta, como él, que se estaba muriendo lentamente.
Es natural sentir aversión por quien te hace un mal muy grande, pero esa inquina puede llevarte a un dilema: ¿y si el mal te corrompe y te vuelves dependiente de él para subsistir? Repetirás el círculo malévolo. Un castigo para las víctimas inocentes que, al volverse corruptas, repiten el ciclo. Jung-kook piensa en eso, mientras llora en el silencio y la enormidad de esa alcoba en la que ha sido dejado solo y bajo llave. En su desesperación se pregunta: ¿Sería una buena decisión "volverse malo"? Si presiona los puntos adecuados en el vampiro, tal vez podría conseguir que lo convierta, y si lo hace, él adquiriría habilidades sobrenaturales también. ¡Podría darle pelea...! No. Lo mataría. Mataría a Taehyung, pero no sin antes hacerlo padecer un infierno equiparable al que él se había encargado de someterlo. Sí... Ese es su deseo egoísta encarnando en su interior. ¿Qué más le queda? No podrá escapar de las garras de los vampiros siendo bueno, siendo humano. Debe cambiar... o, en el peor de los casos, dejar que sus deseos lo consuman, convirtiéndolo en lo que más teme.
«¿Qué más da? Ya estoy muerto...», piensa, y sus párpados caen con cansancio y resignación.
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Los días se alargaron en semanas, y el padecimiento de Jung-kook no fue menor. Su angustia se derramaba en lágrimas, que luego se secaban y endurecían sobre su rostro, abandonadas en los rincones del dormitorio, el baño o los oscuros calabozos donde su captor vampírico lo llevaba cuando se le antojaba. Allí, en medio del éxtasis más sombrío, susurraba el nombre "Jennie". «Jennie... lo logré, Jennie», balbuceaba con un placer distorsionado. Jung-kook intentaba no prestarle atención, solo ahogaba su propia desesperación en silencio, obligado a poner una máscara cuando se cruzaba con Nam-joon o Tzuyu. Sabía que la amenaza de Taehyung contra su hyung lo asechaba, como un frío viento que rozaba su nuca, siempre presente, siempre alerta. Y mientras él se hundía en su desdicha, observaba que Nam-joon gozaba de una vitalidad envidiable.
«Seok-jin-hyung lo cuida mucho», pensaba, aunque no menos preocupado. «Tal vez lo tiene hechizado por sus maneras y Nam-joon-hyung es alguien muy sosegado e influenciable... Seok-jin-hyung también es apuesto y encantador, aunque es solo una fachada... Tal vez...». Ya no quería pensar más, eso también lo tenía muy cansado.
Al mismo tiempo, en el transcurso de esos días, los cortejos de Seok-jin hacia Nam-joon continuaron: Le regaló una guitarra para que pudiera seguir haciendo música como tanto le gusta, y ayer le obsequió su cuaderno de apuntes número noventa, para que siguiera llenándolo con todo lo que deseara.
El joven se mostraba muy receptivo ante sus regalos, pero, sobre todo, con sus palabras llenas de adoración y afecto. Lo encandilaban al punto del máximo rubor y lo apenaban casi hasta las lágrimas. Nunca antes había sentido tanta calidez, aprecio e importancia hacia su persona, no era como si sus allegados nunca lo hubieran hecho sentir así, pero este lazo forzado, que ya tenía su juicio perjudicado, lo hallaba personal, y especial. Le encantaba la sensación, por eso lo besaba cuando se lo pedía, por eso dejaba que lo tocara cuando lo solicitaba; incluso respondía cuando esos pedidos se volvían demandas, o cuando se prestaba para sus "jueguitos retorcidos", que iniciaban cuando ambos se quedaban a solas en el gimnasio. Seok-jin contemplaba a su dulce muchacho en la barra de dominadas. Los brazos de Nam-joon eran fuertes, pero las repeticiones se volvían todo un desafío cuando el vampiro se posaba delante suyo, bajaba sus pantalones y lo manoseaba con ternura, como solo él sabía hacerlo, como nadie lo había tocado jamás en la intimidad.
«Debes seguir subiendo y bajando», le decía, estrujando su falo con cariño entre sus dedos ya tibios, tras haber entrado en contacto con su piel ardiente por un tiempo. Si no se trataba de eso, el vampiro lo llevaba a su dormitorio para darle un servicio especial: un masaje en todo su cuerpo, que encendía el erotismo en su anatomía. Los aceites que Seok-jin usaba desinflamaban y destensaban sus músculos, y además dejaban su piel suave, pero para él tan perjudicable. Comenzaba a estimularlo tan lento que cuando el muchacho se daba cuenta ya se encontraba gimiendo a mandíbula abierta, con sus párpados apretados, ciñendo las sábanas y mordiendo la almohada, suspirando el nombre del hombre inmortal.
―¿Se siente bien, Nam?
Con otro gemido, el chico respondía afirmativamente, moviendo la cabeza.
―Oh, mi bien amado... Sigue regalándome tu voz sicalíptica. Yo perpetuaré el testeo de mis manos y te probaré con mi deseo, transferido a mis dedos. Exploraré tu interior y reclamaré mi nombre de tus labios.
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Sin embargo, pese a sus erráticos intentos de conquista, en lo que respecta la intimidad plena, el toque de sus cuerpos desnudos y el acceso carnal del vampiro en sus entrañas es el paso más difícil de alcanzar, ya que Nam-joon sigue viéndolo como un acto incorrecto. «Si soy hombre, solo deben gustarme las chicas», es lo que le repetía a Seok-jin cuando lo acorralaba y lo tenía contra su cuerpo, entrelazado por sus brazos y respirando contra su cuello.
―No tienes que pedirle permiso a nadie para sentir a una persona en ti, del modo que sea, Nam... ―le susurra sobre su oreja en esta nueva ocasión―. Deja de darme esquivas y sé enteramente mío otra vez... te lo suplico ―musita, frotándose contra la suave piel cálida de su cuello y aspirando el perfume de rosas.
El muchacho gira el cuerpo hacia él, dándole la cara. Contempla su hegemonía, incluso en la oscuridad que los envuelve, a la que ha sido acostumbrado, aunque la luz del fuego, proveniente de la gran chimenea en este nuevo dormitorio que Seok-jin ha preparado exclusivamente para él, adorna un poco la oscuridad de la noche que precede en ese cuarto. Lo contempla; ya no lo detesta, aunque no sabe qué es lo que siente, porque no olvida lo que le ha hecho. Sin embargo... ¿Está mejor encerrado con el vampiro en esas paredes... o afuera, donde no han hecho más que menospreciarlo, lastimarlo y abandonarlo? ¿Está bien sentir placer al ser tocado por otro hombre? Y lo que considera más polémico a su situación: ¿Está bien sentir placer al intimar con quien es su aparente captor?
―¿Qué clase de Estocolmo masoquista es este? ―murmura, creyendo que lo ha pensado.
―Esto es solo lo que tú quieres que sea. No tienes que ponerle un nombre específico o buscarle explicación. Si te hace sentir bien y pleno, ¿por qué no sucumbir a ello?
―Porque está mal...
―Deja de repetir eso y busca dentro de ti. Búscame a mí y encuéntrame aquí, frente a ti, dispuesto a darte lo que mereces.
―Pero tú... me tienes prisionero aquí...
―¿Prisionero? Cariño, no quiero tener que mostrarte cómo te tendría si fueses mi prisionero. Tú eres mi amante, y como tal te tendré conmigo y te protegeré. Te regalaré mil arrullos y te adoraré... para siempre ―susurra con encanto, provocándole un escalofrío al joven.
»El mundo ha sido hostil contigo toda la vida... ¿No crees que es hora de que alguien te haga sentir bien por fin, Nam?
―Bu-bueno... ―titubea.
Agotados sus recursos verbales, Seok-jin toma la iniciativa y se posiciona sobre él, tendiendo al completo la espalda del chico sobre el colchón. Contempla sus ojos, sus labios, su cuello y luego nota cómo su pecho se eleva al respirar. Majestuoso y erótico. Quiere atacarlo con calma e invadirlo de fervor para su propia fruición. La imagen de sus manos rompiéndole la ropa se bosqueja delante de sus ojos. Pasa saliva, esforzándose por controlar sus fuertes impulsos, y con un tacto gentil levanta su sudadera junto con la camiseta, dejando su torso desnudo. Pretende equipararse, por lo que desabrocha su propia camisa con una calma que no siente en absoluto, sin quitarle los ojos de encima, excitándose con su respiración tornándose irregular, el aumento en su temperatura y flujo sanguíneo, así como el bombeo de su corazón. Arroja con hastío la prenda al suelo y apoya las manos a los lados de su torso, a la vez que se acomoda a ahorcajas sobre él, dejando que sus órganos sexuales se encuentren en un deleitante roce. Seok-jin desciende despacio, testeando autocontrol. Saca primero su lengua para tocar los labios impropios, humedeciéndolos, y luego junta sus labios en un beso que sufre una metamorfosis de elegante a descomedido. Nam-joon sujeta su rostro y deshace el contacto para poder respirar. Seok-jin suspira con fuerza, pero de pura excitación. Con ese mismo arrobamiento, posa su palma por el torso de su anhelo, recorriendo sus músculos y masajeando sus botones oscuros y erectos. Nam-joon jadea de placer; Seok-jin captura sus labios en otro beso húmedo; lo suelta, lo toca, lo escucha, repite.
Sin poder tolerar más la tentación ante la rigidez que esconde bajo la ropa, desprende el cinturón de sus pantalones, luego el botón con el cierre. Las desliza con algo más de ímpetu, aunque se da cuenta y va más despacio para no romperlas, hasta que consigue despojarlo de ellas.
―Oh... fuck... ―suspira por lo bajo; sabe bien lo que vendrá a continuación.
Plagado de delicia por su expresión instintiva, el hombre planta el rostro contra su abdomen, lame y relame el contorno de su ombligo, oyendo a su chico suspirar, remojar sus labios y morder el inferior al sentir su beso en la zona. Acaricia su cadera por ambos lados, haciendo que su espalda se arquee ligeramente. Se exalta un poco cuando su boca roza sus genitales, pero el vampiro no demora en tranquilizarlo:
―No voy a morderte, si es eso lo que te preocupa.
―¡Pe-pero...!
―Cariño, serénate... No te prometo el cielo, pero sí te garantizo algo bueno.
La mirada lasciva de uno contra la húmeda del otro.
―Toma uno de los almohadones y acomódalo bien detrás de tu espalda.
―¿P-para qué...?
―Quiero que me veas. Todo el tiempo que te dedicaré quiero tus ojos en mí... y en cada segundo que pueda, llevaré los míos hacia ti.
Nam-joon demora unos segundos en reaccionar; su petición, así como los toques que empieza a proporcionarle a su falo, lo arrebatan. Traga saliva y hace lo que le pide, fijando así su mirada en él. Seok-jin comienza con toques superficiales usando sus dedos, y con su músculo bucal humedece lentamente la punta del glande. Baja por el tronco con sus dígitos, causando un cosquilleo placentero en su chico, que puede percibir hasta con el más minúsculo de los movimientos de su cuerpo.
El diafragma y los intercostales se contraen, se eleva la caja toráxica y hay mayor expansión pulmonar. Cuando el aire es despedido por las fosas nasales todo se relaja, Nam-joon emite un jadeo ronco y Seok-jin desciende un escalón más en su placentera y gustosa perdición. Ve cómo su boca poco a poco se abre y el brillo de la lubricidad empaña sus ojos posicionados en su figura, atento a sus acciones.
El vampiro tiene esa virilidad que cree de su entera pertenencia entre sus labios desde hace ya un buen rato, mientras sus manos recorren con calma los muslos internos y la base de su vientre, acrecentando su placer. Los sonidos húmedos y los juegos sinuosos de su lengua, junto con el suave desliz de sus largos dedos, dejan a Nam-joon sumido en una satisfacción profunda y embriagadora.
Los minutos transcurren, y el muchacho ahora deja escapar suspiros sugestivos, imposibilitado para cerrar su quijada y juntar sus labios. Su pecho se eleva con exaltación, en tanto estruja las sábanas entre sus dedos y contrae el entrecejo, atrapado en la visión deleitante que Seok-jin se niega a culminar. Nam-joon abre más la mandíbula, echando la cabeza hacia atrás en un gesto de dicha, pero el vampiro desacelera, abandonándolo justo al borde del goce que lo consume, arrancándole un lamento cuando su lengua acaricia suavemente la corona y frenillo. Es la quinta vez que se lo hace, sin cesar el propósito de estimularlo. Quiere perpetuar su deleite, escuchar sus gemidos y quejas por horas.
―Jin... Carajo... ―suspira con la voz apagada y rasposa.
―Soy bueno, ¿cierto? ―Sonríe vanidoso.
―Déjame acabar de una vez...
―No me has respondido.
―Sí.
―Sí ¿qué?
―E-eres bueno... por favor...
―No quiero una adulación vacía, amante ―le dice, abrazando la base de su pene con sus dedos y estimulando la cúspide con el pulgar.
Nam-joon emite un jadeo áspero esta vez, y su cuerpo se contrae con fuerza. Toma aire y, de forma inesperada, atrapa la barbilla del vampiro entre sus dedos, llevando sus ojos a él, solo sus ojos, porque su atención la ha tenido desde siempre.
―N-no eres bueno... eres excelente... Nunca me he sentido tan bien... al ser tocado de esta manera... Por favor, Jinnie... hazme terminar de una vez... Por favor...
El vampiro no sabe si se debe al timbre de su voz, que encuentra cautivador; su expresión suplicante; la fina capa de sudor que lo acompaña; la manera agitada en la que respira; o el simple hecho de que su sangre fluye más rápido y lo está volviendo loco desde el principio. "Eres excelente", y la cereza del postre: "Jinnie". ¿Podrían las palabras volverse un fetiche exuberante que te empape de dulzura y un sentimiento impuro, como lluvia de miel? Seok-jin contempla la idea, y lo que su chico ha dicho enaltece la combustión que ya se estaba catalizando en su interior, viajando por cada extremidad, haciendo que su corazón, lerdo y tranquilo, tenga una repentina arritmia.
―Quiero que sigas viéndome.
―No he dejado de mirarte... todo este tiempo...
Seok-jin cierra los ojos, sintiendo una presión directa en su entrepierna. Oírlo decir aquello termina de detonarlo. Su sed de sangre aumenta, pero se contiene, tomando el riesgo mayor al volver a devorar su falo, lo humecta de nueva cuenta y se mueve como un desquiciado para llamar a su polución, deseando escuchar sus jadeos de placer. «S-sí... Justo así...», balbucea el chico entre gemidos audibles, llevándose las manos al cabello y echándolo hacia atrás. Continúa observando el acto y, sin darse cuenta, comienza a acariciar las hebras ajenas, ejerciendo algo de presión para que lo deguste mejor. A Seok-jin no solo no le importa esto, sino que lo adora totalmente. Te estás dejando llevar... Bien por ti... y mejor para mí, piensa.
Finalmente, el placer profuso llega, liberándose con un gruñido desde lo recóndito de sus entrañas, avenando su cuello, haciendo que apriete los párpados y los dientes antes de dejar ir todas esas "a" con la mandíbula bien desplegada, en tanto su cuerpo se agita repetidas veces.
Seok-jin se relame, habiendo injerido un poco de su savia de euforia, y una cantidad considerable se escurre por el cuerpo del pene de su chico. Este no se inmuta; no esperaba que lo engullera. No dibuja ese panorama en su cabeza, tratándose de un hombre, siendo prejuicioso incluso después de haber sucumbido a lo que considera indebido. No obstante, el vampiro, como de costumbre, consigue sorprenderlo plantando sus manos a cada lado de sus costillas y apartando unas hebras de su frente.
―Ahora voy a besarte.
―Acabas de...
―No te estoy preguntando ―lo interrumpe de manera abrupta.
Antes de que Nam-joon pueda oponer resistencia, Seok-jin toma sus labios y los lleva a un viaje vertiginoso. El muchacho intenta apartarlo, pero el hombre, con un tacto sosegado pero firme, aparta sus manos y las aplaca contra la cama, entrelazando sus dedos para que no se le escape. Con su músculo húmedo recorre su interior y la fricción de sus labios mojados al interactuar se convierte en su pasión. Cuando se decide a darle un respiro (en realidad quiere ver su rostro), atrapa sus labios con los propios, tirando suavemente de ellos, recibiendo su respiración descontrolada.
―Niégame que te gustó.
Demanda la respuesta, pero el joven, falto de aliento, solo alcanza a suspirar. Sin embargo, el vampiro aprovecha ese instante y atrapa sus labios de nuevo, fundiéndose en ellos. Nam-joon se deja llevar, hasta que siente el toque ajeno contra su pene nuevamente, haciéndolo suspirar dentro de su boca. Se exalta al sentir sus propios fluidos contra su recto y los dedos de Seok-jin acariciando la zona. Pone una mano en su pecho en un intento por apartarlo, pero el vampiro retira su palma y la reposa sobre las sábanas, sugiriendo con ese acto, y la fuerza comedida de su tacto, que no la mueva de ahí. Comienza a quejarse en un tono más agudo dentro de su boca; Seok-jin introduce sus dedos poco a poco mientras sigue atacando con pasividad sus labios, hasta que al final decide darle un respiro.
―J-Jin...
―Por supuesto que te gustó, mi hermoso promiscuo ―suspira con una sonrisa jactanciosa.
El hombre endereza su postura y se lleva una mano al cabello, echándolo hacia atrás con un suspiro de éxtasis. Mira a su chico agitado debajo de él, con el deseo poblando sus pupilas, y la inconfundible sensación de que esto no ha terminado, sino que apenas comienza.
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¡Hola! Primero que nada gracias por la paciencia y aguardar por la actualización. Gracias por su lectura y su tiempo invertido en lo que escribo. Les pido por favor, si de verdad les gusta lo suficiente la historia, que me dejen votos, si no es mucho pedir, para que algoritmo-senpai me noticee(?).
Como habrán leído ya, los capítulos se ponen más intensos, y lamentablemente muchas cosas empeorarán. No obstante, y entre otras cosas, otras shipps llegarán, así que por favor aguarden por ellas.
En este capítulo describo eventos que ocurrieron días pasados y luego vuelvo a los recientes, por eso el cambio en los tiempos verbales. Espero haberlo redactado lo ma's claro posible. Pretendo además cuidar mucho la consistencia de los eventos y no olvidar ni el más minúsculo detalle, por eso también la edición me toma tiempo que en ocasiones no tengo. ¡Pero bueno! Acá sigo. ¡Gracias por su apoyo! ♥
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