Capítulo 22: Mi deseo

El amor nos dibuja la sonrisa más brillante, plaga nuestra cabeza de sueños luminosos y coloridos, pero también causa las lágrimas más dolorosas, quiebra nuestra psiquis y desmorona nuestra vida mundana como la conocemos. Independientemente del vínculo del que se trate, el amor siempre tiene fuerza sobre nosotros cuando nos conquista. Park Jimin lo supo siempre, supo que el amor duele, no porque lo hayan herido, sino porque eso le habían dicho. Decidió apostarlo todo a su amor, su temporal ceguera gustosa, hasta que el rayo tocó tierra, las rosas fueron cortadas con una guadaña y su corazón, enmudecido por el fluir de su sangre congelada en el tiempo, fue apuñalado.

Ahora empapa su rostro descolorido en lágrimas acerbas y heladas, tocando el inicio del puente de su nariz y cayendo como lluvia sobre el acolchado en el que está recostado desde la noche anterior. Su llanto es silente, pero basta con observar su rostro para hallar su miseria. Sus maletas están a un extremo de esa espaciosa habitación; no las ha movido de su lugar, no ha hecho nada más que llorar porque perdió a quien creyó era su amor, porque se siente negligente como amante y compañero afectivo, porque se recrimina y se reprocha sus acciones, las que hizo y las que no también.

Cuando se encontró con Min Yoon-gi, no pudo evitar írsele encima; la rabia y los celos se lo comían vivo en ese momento. Agarró al chico por el cuello de la ropa y estrelló su cara contra los ladrillos de la pared del callejón donde lo había arrastrado. Luego, usó una de sus manos para cubrir su boca, mientras que con sus dientes y su otra mano literalmente despedazó la parte superior de sus ropas para dejar expuesto su cuello el cual no dudó en atacar con ferocidad, y bebió de él afanosamente hasta que lo dejó inconsciente.

Ya con las lágrimas plagando su rostro, tocó el piso con sus rodillas, sosteniendo la cabeza del chico entre sus manos. Quería hacerlo, no romperle el cuello, sino arrancarle la cabeza de cuajo, como si se tratase de un muñeco defectuoso del cual quieres deshacerte. Pero no pudo hacerlo. Pegó su nariz contra la piel ajena, embriagándose con la esencia de su ahora ex pareja. Olía a su Ho-seok de los pies a la cabeza, mezclado con tabaco y colonia barata. El perfume de su novio estaba impregnado en él, y también el hedor del sexo, el vaho del aliento caliente de la lujuria y los fluidos que todavía podría conservar en sus entrañas. Era veneno para su orgullo, pero para Jimin seguía siendo la esencia más dulce y codiciada de cada uno de sus sentidos. Lloró. Lloró con fuerza mientras se aferraba a ese chico extraño en la noche, en la oscuridad y bajo la lluvia que poco a poco se potenciaba. No pudo matarlo, como tampoco pudo matar a Ho-seok. Sabía que si cruzaba la línea de sus sentimientos, acabaría convirtiéndose en todo lo que detestaba de su raza y lo que se juró rechazar hasta su inminente muerte.

―Ya, hermanito... deja de llorar así, por favor... ―le dice, abrazando su cintura por detrás y arrimando más sus cuerpos.

Al abandonar su vida con Ho-seok, Jimin había vuelto a la casa de sus padres, una mansión gigantesca, lujosa, gris y negra. Donde la hierba es oscura y los rosales que pueblan los jardines son violeta opaco. Ese lugar donde nació, carente de toda esa calidez y simpleza que disfruta tanto.

―Anímate, ¿sí? ―su hermano mayor le da unas caricias a su cabello―. Bañémonos juntos, ¿qué dices? Te daré un masaje con cubos de hielo. Te relajará.

―No, gracias ―responde y esnifa una vez más, sin que el agua deje de caer por sus ojos.

―¿Ya les avisaste a mamá y papá que te quedarás por tiempo indefinido?

―No pienso hablarles. Solo me dirán "te lo dije".

―Es que te lo dijeron.

―No ayudas, Taemin.

―Debes dejar de apostar por mortales, mejor consigue un lindo vampiro para ti, Mimi.

―No quiero. Me cortaré el pito y me entregaré a la asexualidad.

―Ay dios, no hagas eso... Tenemos el don del placer, aprovéchalo.

―Placer... Cómo se nota que tu novia nunca te ha puesto el cuerno.

―Choa es una vampiresa de sangre pura, como lo soy yo, como lo eres tú. Así hemos nacido, esta es nuestra vida, así son las cosas...

―¡Pues tal vez yo no quiero esta vida! ―exclama, levantándose junto con su hermano y quedándose sentado en la cama, enfrentándolo con la mirada.

―Wow... Este humano sí que te dejó seco como pasa.

―Ya no hables... ―Se lleva una mano al rostro.

―Mimi... ―Posa su palma sobre su hombro―. Yo anhelo tu prosperidad, pero es cierto que has rechazado nuestra naturaleza desde el principio. Prométeme que al menos intentarás conocer a uno de nosotros y ver cómo resultan las cosas. Quizá te sorprendas, quizá no sea tan malo. ¿Qué dices?

―¿Podrías... dejarme solo, por favor?

―Prométeme que lo considerarás al menos ―insiste, atrapando con sus dedos esa última lágrima fría. Su hermano asiente.

―Solo porque tú sí me caes bien.

Taemin roza sus labios con los de su hermano y luego los deposita contra su frente. Así se despiden siempre, en su intimidad, pues saben que en la sociedad de los mortales, actos de este tipo entre familiares no están bien vistos. Frente a sus iguales, solo podrían mostrar esta clase de "afecto", estando perjudicados por litros y litros de fino alcohol en sus fiestas nocturnas, salvajes y desenfrenadas.

El tacto de su hermano contra sus cabellos grises hace sonreír por unos escasos segundos a Jimin, hasta que se ve solo de nuevo en ese gran espacio.

¿Los vampiros también pueden resguardar sentimientos cálidos? A diferencia de los caminantes de la luz, ellos no rigen su comportamiento por imitación de sus pares o figuras de autoridad, sino por su criterio personal, el cual comienzan a desarrollar a los pocos días de nacer, dado que la evolución de su cuerpo y mente es mucho más rauda que la de los mortales. Aunque... Esto no quiere decir que los vampiros no puedan cometer errores... ¿verdad?

● ● ●

Nam-joon abre los ojos, vislumbrando un panorama opaco, aunque consigue hallar claridad, por lo que su entorno no se percibe tan tenebroso en comparación a ocasiones anteriores. Se levanta de la cama donde está recostado y tose un poco, sintiendo una sensación rara en la garganta.

―¿Te encuentras bien? ―le pregunta Seok-jin, apoyándose en uno de los pilares de la gran cama.

El joven se queda hipnotizado al verlo: Su cabello está mojado y unas gotas de agua se desprenden de alguna de sus hebras negras. Lleva la camisa desprendida, por lo que puede contemplar su torso desnudo por primera vez en todo este tiempo. Pero eso no es lo que más llama su atención, sino las marcas de quemaduras que tiene en toda la extensión de su pecho y la parte izquierda de su rostro, semejantes a figuras de Lichtenberg. Nam-joon, como si estuviese bajo un poderoso trance, acerca su mano y las toca con la yema de su índice, trazando la mejilla de Seok-jin, el cuello, el pecho y baja por su abdomen hasta detenerse en su cadera, ya que el vampiro sujeta su mano de repente y culmina su contacto.

―Cuidado ―advierte, mirándolo como si estuviese a punto de atacarlo; el chico simplemente se queda estático.

―¿El sol te hizo eso? ―pregunta, sin romper el contacto visual; Seok-jin asiente despacio.

»Creí que sanabas rápidamente.

―Las quemaduras toman más tiempo, sobre todo si son profundas como estas.

―¿Por qué lo hiciste?

―¿No es obvio? ―dice, ofendido, y atrapa la cintura impropia con su brazo, apegando ese cuerpo al suyo―. No iba a permitir que nada malo te pasara.

Nam-joon apoya su palma sobre su pecho, aunque se cohíbe un poco al sentir su pezón endurecerse de inmediato, mas el rostro de Seok-jin ni siquiera se inmuta.

―Puedes tocarme ―le susurra con una sonrisa traviesa, como el beso que intenta robarle, pero el muchacho hace a un lado el rostro, avergonzado y quitando rápido la mano de su piel.

―¿E-en dónde estamos? ―pregunta, tratando de apaciguar sus nervios.

―En una de las tres casas de huéspedes.

―¿Casa de huéspedes?

―Te traje aquí para tener mayor privacidad.

―¿Privacidad? ―Arquea una ceja.

Con un pestañeo, recuerda la secuencia de eventos, por lo que exclama:

―¡Jung-kook!

―Jung-kook está bien. Taehyung se encargará de...

―¡Con más razón hay que ir con él! ¡Ese loco le hará daño!

―Tranquilo, Nam. Ya hablé con Taehyung, prometió que lo cuidará.

―¡¿Y le creíste?! ¡Ese tipo está demente!

―Estará bien. Lo prometo.

―¡Jin...!

―Nunca te he mentido, ¿o sí? Confía en mí.

Nam-joon acalla, aunque sigue poco convencido. ¿Tendría otra alternativa acaso?

Al mismo tiempo, Jung-kook recobra el sentido poco a poco con una fuerte exhalación. Siente las sábanas bajo su cuerpo desnudo y como este es empujado con brío, llenándolo de una extraña sugestión. Sus axilas, cuello y vientre se sienten húmedos, y la parte baja de su abdomen pegajosa. Una persona llega a sus pensamientos, por lo que produce un sonido con su garganta y la boca cerrada, extiende los brazos y las manos encuentran el cuerpo ajeno que se halla sobre el suyo. No obstante, al separar lentamente los párpados su encanto se rompe al encontrar el rostro de Taehyung gimiendo sobre él.

―No, ¡no! ―Ladea la cabeza e intenta apartarlo―. ¡¿Por qué tú?! ¡¿Por qué tienes que ser tú?! ―Golpea su pecho.

Taehyung se detiene por un momento, toma sus manos y las estampa contra las sábanas.

―Jung-kook...

―¡No! ―Aprieta los párpados y se retuerce, tratando de zafar sus muñecas.

―Jung-kook, dime cómo te gusta más y lo haré.

El chico abre los ojos, indignado, pero al verlo con detenimiento nota todas las marcas sobre su piel, las quemaduras; están por toda la extensión de su torso, brazos y rostro, aunque en algunos sectores son menos notorias que en otros.

―¿Te duele?

―Bastante.

―Qué bueno ―contesta con desaire.

―Dime cómo te gusta más y lo haré ―insiste, aflojando el agarre contra sus articulaciones.

―¿Y si no quiero?

―No es lo que pregunté. Aunque si quieres que sea a mi modo, entonces... ―Estampa las palmas y hunde el colchón a la altura de la cabeza del chico.

―¡No, no, espera! ―Posa sus manos sobre su pecho, en un inútil intento por detenerlo―. Le-lento... me gusta que sea lento...

―Lo haré así entonces.

―Te...

―¿Qué?

―Te-tengo un poco de frío.

―Encenderé el fuego ―dice, señalando la gran chimenea del dormitorio con un movimiento de su cabeza.

Con sumo cuidado, retira su miembro de esas cálidas paredes que lo envuelven, causándole unos cuantos suspiros de por medio al joven, quien está extrañado de que se porte amable y tranquilo, pero sabe que es peor hacerlo enojar.

Taehyung enciende rápido la chimenea bajo la atenta mirada del muchacho que más que observarlo a él, tiene sus ojos puestos en las cicatrices que poco a poco van desapareciendo en algunas zonas de su espalda.

El vampiro lo impresiona dándole la cara en un parpadeo, cosa que lo sobresalta. En un segundo lo tiene en sus brazos y se lo lleva hasta la alfombra gruesa y afelpada que está cerca de la chimenea. Jung-kook, como de costumbre, se encuentra con los músculos contraídos y el cuerpo trémulo por el miedo, pero Taehyung lo sorprende una vez más al volver a hablarle:

―Dijiste que te gusta lento, ¿no es así?

Sin entender del todo, Jung-kook se limita a dar una afirmación con la cabeza, con el único propósito de brindar una respuesta y no provocar su ira. El vampiro masajea las piernas del chico, separándolas y ocupando su lugar entre ellas. Acaricia a continuación su vientre todavía húmedo y pegajoso, asciende por su cara con la otra mano y corre su cabello hacia atrás, despejando su frente. Se inclina sobre él y besa no sus labios, sino su mejilla. Jung-kook cada vez comprende menos qué es lo que le ocurre al sujeto, aunque admite para sí mismo que le da gusto que se comporte tan cálido, y es que él se encuentra tan carente de afecto que su juicio se nubla y solo puede recibir aquello como algo positivo, poniendo todo lo malo a un costado y dejando que lo que le brinda destile sobre él. Los labios del vampiro tocan los suyos con delicadeza y también dedicación, bajando lentamente por su cuello, otorgándole caricias sugestivas que lo hacen suspirar más audible. La consciencia del joven viaja al pasado, lo hace además para no volverse loco por la situación presente con la que debe lidiar. En sus memorias, escucha una voz que cataloga como dulce, como su mundo entero:

―¿A mi Jung-kookie le gusta así?

―Sí...

―Entonces así lo haré, amor... Tú solo respira conmigo...

―S-sí...

Mientras el vampiro se funde en su interior de nueva cuenta, mientras lo vuelve a hacer suyo una vez más, las memorias del chico se avivan. Duros recuerdos que ya no volverán, por lo que las lágrimas vienen a él. Sufrimiento, melancolía y placer involuntario, todo se amalgama en esa agua salada que se desprende de él, mas no lo hace el dolor. Jung-kook mantiene sus ojos sellados, pues sabe que si los abre la ilusión se romperá y lo destruirá una vez más. Pero lo hace, Taehyung lo reclama al presente:

―Tócame ―le dice sobre sus labios.

Su voz gruesa y apagada, en disonancia total con la que escucha en su cabeza, rompe el velo como un frágil cristal y también su cordura. Responde a sus palabras y posa sus brazos sobre los espacios entre su cuello y hombros, sin rodearlo, y abre sus piernas para recibirlo más a fondo en sus entrañas. Lo siente en su interior, dilatando el canal y tocando su punto más sensible, que lo lleva a despedir un gemido involuntario, pero muy necesario. Lo hace de nuevo, otra vez y una vez más, al unísono con su voz. Taehyung se mueve muy lento y con cuidado, como él quiere, como dijo que le gusta, y Jung-kook se pierde entre la fantasía y la realidad, entre el libido y su orgullo masacrado y pisoteado por ese individuo que lo somete, pero ahora solo siente placer, y no sabe qué hacer, cómo sentirse, por lo que decide gemir alto; ya se odiaría y lloraría más tarde.

Grita. Padece, pero a la vez le otorga goce. Aprieta su carne; el vampiro se desquicia de manera calmosa, lleva las manos a la cabeza del chico apartando el cabello empapado en sudor de su rostro y tensa las hebras entre sus dedos, mientras suspira su nombre y se entierra en su interior como un punto inalcanzable, hasta que llega a las puertas del auge, abre su boca y despide desgarros guturales, rozando el sufrimiento, mientras se sigue moviendo lento, mientras se contiene y se controla; le encanta ese padecimiento. Al final, lo que conserva dentro de él lo esparce en la cavidad del muchacho, cuyas piernas tiemblan ante el orgasmo, y su cuerpo se contrae como si encubase una posesión. Las numerosas "a" se escapan por su mandíbula abierta y su cuerpo se vence ante el cansancio y el alivio que le otorga la satisfacción de su placer.

● ● ●

―Por aquí ―dice Seok-jin, sosteniendo la mano de Nam-joon, quien le sigue el paso con los ojos cerrados.

Había decidido salir de nuevo ya que el cielo se nubló. Caminan unos pasos más hasta que el vampiro se detiene.

―Listo. Ya puedes abrirlos.

Nam-joon lo hace y lo que sus ojos contemplan a unos pocos metros no tiene equiparación alguna con cualquier otra cosa que pudiera llamar maravilla. El árbol color índigo del que Seok-jin le había hablado tiempo atrás está ahora frente a sus ojos, en vivo y directo para su deleite, y bajo este, hay una plantación abundante de rosas que tienen el mismo color. Las cosas de su admirador secreto; las cosas con la que todo comenzó.

―Esto es... ―Avanza unos pasos hacia el gran árbol.

―Increíble, lo sé ―completa Seok-jin.

―¿Puedo tocarlo?

―Puedes. No te hará nada.

Al entrar en contacto con el tronco no percibe nada peculiar, más que una mezcla de colores entre marrón, verde y azul. Sigue siendo un árbol como cualquier otro en cuanto a estructura, aroma y seguramente otras propiedades más, pero es majestuoso, sin lugar a dudas. Tal y como Seok-jin se lo había dicho: mantiene sus hojas plenamente verdes en la copa y solo las más bajas son azuladas, de un bello índigo.

―Índigo... ―suspira, maravillado y melancólico.

El sonido de la mano del vampiro al lado de la suya lo hace girar el rostro y encuentra el otro encimado, mirándolo con esa lujuria y admiración interminables.

―Algunas hojas nacen verdes, pero con el tiempo se tornan índigo... ―masculla, rozando su piel con sus pomposos labios.

El joven siente un escalofrío que encuentra agradable, no entiende por qué, solo sabe que le agrada la sensación. Sin embargo, reacio de su propio sentir, se aparta rápido de ese corto alcance y observa las rosas. Ellas tampoco se quedan atrás: los tallos son verde oscuro y cubiertos de gruesas espinas, pero la flor entera ya se ve de color azulada.

―Este es definitivamente el lugar que más amo en este mundo ―manifiesta Seok-jin, con un tono muy calmo―. Si tuviera que morir mañana, pediría yacer aquí mismo.

Su acompañante lo mira con incertidumbre e indaga:

―¿En serio crees que puedas morir algún día?

―Todo lo que vive muere, Nam. Dudo ser la excepción.

―Pero te has llamado inmortal.

―Sí, digamos que... es un falso nombre que nos gusta darnos para diferenciarnos de los humanos mortales caminantes de la luz.

―Vampiro es más fácil, ¿no crees?

―Sí. ―Sonríe―. Tienen muchos nombres para nosotros, supongo.

El hombre se inclina frente a sus preciadas rosas, corta una con un zarpazo limpio de sus uñas, remueve las espinas en cuestión de segundos y se gira hacia su chico para entregársela. Nam-joon queda cautivado por el gesto y por el nacimiento de las peculiares flores, aquellas tan preciadas para Seok-jin, que una vez más vuelve a entregarle con devoción total. La toma con delicadeza y la acerca a su nariz para oler su intenso perfume.

―Es hermosa.

―Tú la vuelves hermosa ―le dice, acariciando su rostro y su cabello―. La significancia que le das, el sostenerla en tus manos la transforma en reliquia, y quien la sostiene... es mi invaluable tesoro ―declara, paseando sus dedos por su cara hasta llevarlos debajo de su mentón y realza su cabeza para que sus miradas se conecten.

Nam-joon no puede evitar sonrojarse ante tales palabras. Siempre consigue abrumarlo con sus cumplidos profundos y extravagantes.

El silencio prevalece, el viento frágil e imperceptible es fiel testigo de cómo ambos se contemplan en esa soledad perpetua.

―¿Sabes? Puede que tengas razón y no muera. Pero no dudo que seré asesinado, de una forma u otra algún día.

―¿Lo dices porque crees que yo pueda asesinarte?

―Si tú serás mi muerte, me inclino y entrego a ti, Nam-joon ―dice, ya no posando sus dedos con delicadeza, sino apropiándose de su barbilla, y besa sus labios―. Otra vez... porque es algo que hago todo el tiempo si se trata de ti ―agrega y toma la rosa en su mano.

Muerde el tallo, haciéndolo más corto, mete la flor en el bolsillo de la camisa del chico, toma una vez más su rostro entre sus manos y lo besa con pasión, con lentitud y a la vez una desesperación muy bien controlada. Nam-joon sucumbe una vez más ante ese beso, ante él y la dulzura siniestra que arrastran sus palabras. Al recibir sus labios despierta la humedad que le da música a ese contacto ardiente (y que de seguro hubiera hecho caer la rosa).

Seok-jin piensa hasta en el más mínimo detalle cuando se trata de él.

El joven se aferra a los brazos del vampiro, moviéndose al unísono para responder a ese tacto constante y frenético de sus bocas. Arruga su camisa entre sus dedos y libera grandes cantidades de aire por sus fosas nasales, hundiéndose gustoso en ese manantial frío-cálido.

Los truenos en el cielo se vuelven más sonoros, hasta que las primeras gotas comienzan a caer, bañándolos al segundo, pues un diluvio los asalta en la brevedad.

―Maldición... ―masculla Nam-joon en cuanto se rompe el beso.

―Ven, vamos ―le dice Seok-jin, con una mueca discreta. Toma su mano y avanza a prisa junto a él.

Una vez de regreso en la casa de huéspedes, Nam-joon, destilando gotas de lluvia, se queda con sus ojos en el ventanal, contemplando el paisaje boscoso y mojado, casi hipnotizado, hasta que siente la tela afelpada de una toalla sobre su cabeza, cosa que lo hace volver en sus cinco sentidos. Se gira y encuentra de nuevo el rostro inexpresivo de Seok-jin, quien coloca las manos sobre su cabeza y comienza a frotar para secar su cabello, su rostro y cuello. El chico lo recorre con sus ojos, contempla su rostro serio, la manera en la que entreabre sus labios gruesos, dejando que se vean apenas sus dientes, cómo su nuez de Adán se mueve al pasar saliva con suma tranquilidad, su camisa desabotonada, pegada a su cuerpo mojado, y...

Los labios fríos del vampiro contra su mejilla lo sorprenden, lo que lo lleva a cerrar sus ojos por unos segundos, sintiéndose encantado, y los abre solo para ver a Seok-jin devolverle la mirada. Vuelve a adosarse para plantar otro pequeño beso en su otra mejilla, regresa a su postura anterior y balancea sus pupilas en las impropias de nueva cuenta para luego arrimarse a unir sus labios. Los estrecha una vez; respiran al unísono. El hombre hace una nueva conexión con su anhelo, frunce el entrecejo, aguantando, y respira sobre esos labios cálidos. Lo besa de nuevo, y de nuevo, obteniendo respuesta en cada toque, y al siguiente sujeta su rostro y se le va encima, hasta que siente el ruido de su espalda chocar contra el ventanal. La lluvia se escucha más cerca que nunca, como si destilara sobre su piel, y los sonidos y suspiros de ambos acompañan perfectamente.

―Nam-joon... Qué mal me haces... ―suspira y sisea al agarrar con delicadeza sus labios bajos entre sus incisivos.

De un arrebato y con un jadeo del muchacho, el vampiro le abre su camisa de un tirón, haciendo que los botones salten y se dispersen por el suelo. Estaciona sus labios sobre su pecho y degusta su piel, haciendo que respire más oíble con su boca abierta.

―Jin... ―suspira.

―Sí... Soy yo... ―le responde, alzando la cabeza, enfrenta sus ojos y besa sus labios.

Desprenderse de ellos es un crudo dolor, pues ansía fundirse con él por horas y horas. En tanto repasa la boca ajena con su músculo húmedo desliza su mano hasta su ingle, roza y después aprieta.

―Jin... ―Posa su mano sobre la de él de repente.

―Quiero desnudarte... ―musita y lo besa―. Quiero prepararte y unirme contigo en una dulce, ¡dulce! depravación.

―Seok-jin... ―suspira agitado, posando sus manos sobre sus hombros, en un consciente intento por apartarlo.

Pero su inconsciente quiere lo opuesto.

―Puedo leerte, Nam... ―masculla sobre sus labios, embriagándose con sus espiraciones―. Es aquí donde te nace la idea de experimentar... pero te cohíbes... No lo hagas... ―le murmura entre suspiros y pequeños contactos de sus labios, enardeciéndolo lentamente con cada beso y con su mano fría tocando la piel en el pudor que yace entre sus piernas.

Asciende, así como lo hace su sangre, volviendo más rígida esa parte y despertando en él diminutos espasmos y soplidos bajos.

―La humedad... aumenta mis sentidos, Nam... Eso me abruma mucho a veces... Pero nada me abruma más que tú, Nam-joon... ―bisbisea y acaricia sus labios con los propios―, eres como la lluvia sobre mí, volviéndome loco al ocupar el mismo espacio...

―Jin... Carajo... ―susurra con sus ojos cerrados y se muerde el labio bajo ante sus palabras atractivas y sus toques provocativos. Intenta resistirse con todo lo que tiene, pero no puede negarse a sí mismo que le agrada escucharlo y sentirlo, como nunca nadie lo ha tocado jamás, con piel ni mucho menos con palabras.

Ante la lujuria que lo ahoga por dar ese gran paso, ya es hombre muerto. Seok-jin es conocedor de su sentir, de su lucha interior y, en aras de querer darle ese "empujón", toma su rostro con afecto y reclama un ósculo lento y especial, un intento desesperado por controlar su animal interno y aguardar que su chico baje los brazos, que sus deseos derrumben las barreras de su autorrepresión y termine de derretirse en sus brazos.

Su toque en su estímulo más potente lo intensifica; Nam-joon despide un suspiro que roza lo celestial para los oídos agudos del vampiro. El joven se aferra a sus hombros, arrugando la tela húmeda y apretando su piel; Seok-jin ase una de sus manos y la dirige a sus posaderas, incitándolo a que lo toque. Guía con la palma sobre la de él para frotar y apretar, nota que su accionar es correcto cuando siente la otra mano de su chico abandonar su hombro, dejando de retener su avance. La lleva a su cabeza, estruja sus hebras oscuras entre sus dedos y abre más su boca para recibir la otra que lo asalta con insistencia. Seok-jin sonríe un instante en su unión.

Por fin. Sus defensas se debilitan.

―Quiero tomarte... aquí y ahora... ―le susurra entre besos y se separa un momento para contemplarlo.

Nam-joon, con el aire entrecortado y sus ojos apenas abiertos, asiente.

¿Los muros han caído por fin? ¿Lo tengo donde siempre lo quise?

Mío serás... Mío... serás.


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Pónganle un condón al capítulo siguiente porque se viene(?) ok, no.

¡Muchas gracias por su lectura y sus interacciones! ¡Lo aprecio un montón! Seguiré esforzándome para que la calidad de la escritura mejore ♥.

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