Capítulo 19: Mis demonios

Acomodo su ropa, cargo a mi Nam-joon en brazos y en un parpadeo me traslado con él a mi dormitorio. Lo recuesto sobre mi cama y apoyo mis manos al extremo del colchón. La erección que traigo en mis pantalones está aniquilándome. Asombroso. Hizo correr mi sangre lo suficientemente rápido para que termine así mientras él se desvanecía en su cansancio. Dejo escapar aire con una sonrisa. Me rio de mí mismo, de mi maldita suerte y la horrenda criatura que soy.

Lo miro dormir, sus párpados juntos, su respiración calma. Tanta paz y yo aquí, atrapado en una tempestad. Mis ojos deseosos vuelven hacia él, mis resuellos se tornan pesados.

Tal vez podría...

Y con solo pensarlo mis manos se acercan a él.

No tengo que bajar del todo sus pantalones, ¿cierto? Solo... tenerlo contra la cama, sus rodillas tocando el suelo y yo detrás, listo para entrar en contacto con él. También hay lubricante en la habitación. Despacio, muy despacio. Entro... Salgo. Entro y salgo, entro y salgo. Tan apretado... Jaloneo su pelo y coloco mis dedos debajo de su barbilla, para realzar su rostro y me veo frente al espejo junto a él, para inmortalizar en mis retinas cómo finalmente lo hago mío.

No.

Abandona esos anhelos perversos. No es así como haré las cosas.

Está inconsciente, indefenso. No. No es mi estilo. Aunque mentiría si dijera que no me muero de ganas. Porque así estoy hecho, porque poco me importan muchas cosas. La imagen está en mi cabeza, vívida y matándome de hambre y sed. En las cuatro paredes de mi baño libero mi pesar, me desprendo de la idea del caos y acaricio a mis demonios, mas no consigo apaciguarlos. Lo quieren a él y tengo que luchar.

Con el aire reprimido en un puño y trastabillando mis últimos pasos, abro la puerta del cuarto de Tzuyu; está frente al espejo peinando su cabello con tranquilidad. El cepillo alcanza el piso ante el susto repentino. Mis manos llegan a su cuerpo, estrechándola.

―Ayúdame, ¿sí? ―susurro, trémulo.

Tzuyu toma mi rostro con sus manos cálidas y me hace suspirar casi en agonía. Ella es una buena compañera. Abre sus pétalos para mí cuando lo requiero; ella es la mejor de mis rosas rojas, pero no tanto como mis azules, mis índigo. Me entrega su carne y su aire. Aunque si tuviera su voz, la usaría para maldecirme. Está bien. No siento lástima por ti, perra. Te entregué mi confianza y me traicionaste. Entro en ella profundo y con inquina. Incluso con una expresión de padecimiento puedo percibir su placer destilando debajo de mí. Después de desprenderme de mi ansia y sucumbir en la glorificación del hedonismo, la muerdo, entierro mis colmillos en su cuello y bebo, tal y como quiero hacerlo con él.

Perdón.

Perdón por ser como soy. Pero que quede sentado que no me das pena.

La confianza prima por encima de mi buen humor, mi buen trato, la llave con la que encierro a mis demonios. Pero si me traicionan mis colores se invierten. Dejo de ser racional y coherente.

Vuelvo a mi alcoba, renovado. Nam-joon sigue profundamente dormido. Me acerco y acaricio su frente llevando hacia atrás su cabello y oprimo sus hebras marrones. Nada. Miro el sanitario y después regreso mis ojos hacia él. Los dos necesitamos un buen baño.

● ● ●

―¿Por qué, Jimin? ¿Por qué sigues haciéndome esto? ―dice Ho-seok, levantándose de la cama y empieza a vestirse con prisa.

Una vez más, Jimin, en pleno auge, ha apagado el fuego pasional entre ambos al morderse a sí mismo, esto claro, para evitar hincar sus colmillos en su novio.

―L-lo siento, Hobi... Yo lo intento...

―¡Si ya no quieres intimar conmigo dilo de una maldita vez!

―¡¿Es que todo tiene que relacionarse con el sexo?! Tú lo dijiste, las parejas tienen problemas, podemos hablarlo y...

―¡¿Te parece que no lo hemos hablado ya?! ¡Y sigues comportándote así!

―Lo siento, Hobi... Por favor... esto también es difícil para mí...

―No me siento bien... No quiero discutir más porque no quiero reaccionar mal y lastimarte.

―¿Hablas de golpearme? Tú... ¿me golpearías?

―Te llamo luego.

―¡Hobi!

Jimin no se preocupa de que ande vagando por la calle a estas horas de la noche; sabe que irá al domicilio de su primo; ahí es donde se refugia cuando las discusiones se tornan intensas (o eso es lo que dice). Muere por ir tras él y frenarlo para que no se vaya, insistir para que hablen y después pedirle que lo vuelvan a intentar, como siempre, y que una vez más lo haga suyo.

Las peleas están siendo cada vez más frecuentes, no solo por relaciones íntimas, sino por los celos de ambos al interactuar en grupos grandes de amigos. Pero todo queda en el olvido con una buena sesión de sexo rudo que los deja con el corazón inflado, exhaustos para seguir discutiendo, aunque no es más que un parche de mala calidad, porque los problemas siguen ahí, afectándolos y destrozándolos. No obstante, se dicen el uno al otro que su amor mutuo persiste y por ello deben seguir luchando e intentando.

Algún día mejoraremos, susurraba Ho-seok luego de intimar, y Jimin se aferraba a sus palabras, así como a su cuerpo, temeroso de perderlo, pues es su anhelo.

Hubo una ocasión en la que la discusión fue tan acalorada que Ho-seok acabó empujando a Jimin de tal manera que este cayó al suelo. Se disculpó de inmediato; Jimin lo excusó; realmente no había sentido nada, solo extrañez en su reacción; nunca había visto ni un ápice de violencia en Ho-seok. No obstante ahora, se lo ha dicho directamente: "no quiero reaccionar mal y lastimarte".

«¿Lastimarme?», sigue cavilando Jimin, preocupado.

―Tal vez tanto pleito nos está cambiando para mal... ―murmura.

Pero Ho-seok no tardó en olvidarse del pleito del cual Jimin tanto teme. Minutos atrás se encontraba gimiendo en sintonía con ese precioso chico de cabellos blancos que se desarmaba debajo de él. Había llegado al apartamento de Yoon-gi casi al borde de las lágrimas, murmurando que tenía miedo de perder a su Jimin y no sabía qué hacer. Min es conocedor del estado actual de su relación amorosa. Decidió consolarlo, darle un masaje, unos besos en el cuello, compartieron unas cervezas y minutos más tarde estaban en la cama, restregando el cuerpo de uno contra el del otro, excitándose con la ropa puesta y calentando sus caras con cada beso húmedo que compartían.

Ho-seok le propuso tener sexo vainilla, a lo que el chico accedió gustoso, y Ho-seok fue extremadamente dulce en ese momento de intimidad. Lo tuvo entre sus brazos como un tesoro, besó su cuerpo con armonía, le hizo el amor lenta y sensualmente, respirando en su oreja y llamándolo "mi Yoon-gi" con su característica voz ronca, provocándole escalofríos. Nunca antes se había sentido tan apreciado y cuidado; estaba en el cielo. Incluso cuando terminaron, Jung se quedó abrazado a él, acariciando su piel y dando pequeños besos en su mejilla.

―¿Te quedas a dormir?

―Me quedo.

―¿Te quedas para siempre?

Ho-seok no respondió; a Yoon-gi no le extrañó. Le parece ridículo pensar que cambiaría de opinión, que después de sonreírle e intimar con él le diría que lo ama y se quedaría a su lado. Pero Jung no lo ve con otros ojos que no sean de lujuria, un pasatiempo, una... ¿adicción? El corazón de Yoon-gi se hace pedazos una vez más y llegado este punto ya no puede tolerarlo. Aparta las sábanas y deja su lugar junto a su amante, quedándose sentado y dándole la espalda.

―No quiero que volvamos a tener sexo hasta que hayas terminado tu relación con Jimin.

―¿Perdona? ―Gira la cabeza hacia él.

―Ya me oíste ―dice, y se levanta.

Yoon-gi se dirige a la cocina, abre la nevera y toma una lata de cerveza, pero en cuanto cierra la puerta Ho-seok está ahí, provocándolo con sus ojos abismales. Cierra la puerta del refrigerador de un manotazo, a Yoon-gi se le cae la lata en medio de los pies de ambos y retrocede un paso en cuanto el otro avanza.

―¿Quién es mi perra?

―Basta. Ya no haré esto.

―Contesta la pregunta.

―¡Para! Jimin es bueno, no merece que lo lastimem...

Y antes de poder decir más Ho-seok lo acalla con un beso húmedo, rozando lo grosero, acariciando su espalda, apegando sus cuerpos y apretando sus nalgas desnudas. El chico pone sus manos sobre sus hombros y lo aparta para respirar. Sin estar satisfecho con eso Jung lo lleva contra la encimera en medio de la cocina.

―Ho... Ho-seok... No me hagas esto... detente...

―¿Hacerte? Pero si eres tú quien no puede vivir sin mí, gatito. Eres mi putita masoquista y eso jamás cambiará...

El joven se muerde el labio bajo, con el rostro ruborizado. De verdad se siente mal por la pareja de Ho-seok; no lo conoce mucho, aunque le parece un buen sujeto. Pero al mismo tiempo, siente pavor de no encontrar a alguien que tolere sus gustos particulares, alguien con quien tenga tanta piel como él y que lo ame. ¿Amor? Para Yoon-gi eso es amor, el que conoce al menos.

―Golpéame... ―le susurra.

―¿Qué?

―¡Que me golpees! ―exclama con enfado.

Ho-seok lo conoce y por eso lo consciente; le da vuelta el rostro de un cachetazo y Yoon-gi suspira agitado, su pene comienza a ponerse tan o más rígido que el de su compañero, lo siente porque comienzan a rozarse.

―Dímelo, gatito... ―Con una mano sujeta su cabello y con la otra su mandíbula, entonces quedan con sus rostros encimados―. Dime que quieres que te lo haga...

―Ho-seok...

―Dime que quieres que te la meta bien duro, como te gusta... ―Lo sujeta más fuerte.

―Qui-quiero... que me lo hagas... bien duro...

―Pero claro que sí, mi linda putita...

En un suspiro, Ho-seok gira su cuerpo, estampando su cabeza contra la mesa y obteniendo un jadeo. El recto de Yoon-gi queda expuesto frente a él y no duda en ingresar poco a poco, con cierto entusiasmo, mientras el chico aprieta los labios y estaciona sus gruñidos en su garganta, su rostro se enrojece y algunas venas en su cien sobresalen. Su compañero posa sus manos sobre sus hombros generando un tosco choque entre sus pieles, unidas por el morbo que los colma.

Con cada estocada la mesa se agita, Yoon-gi se estremece y sus gemidos salen despedidos como si hubiera bebido limón agrio. Su dignidad se extingue y olvida que está dañando a un tercero y a sí mismo. Gobierna su libido masoquista. Porque sabe que el amor de Ho-seok no es lo que necesita, sino lo que cree necesitar, porque se percibe como un marginado que nadie amará nunca, nadie excepto Ho-seok.

Con un fuerte empellón Jung gime y aprieta el cuerpo del chico contra el propio y el mueble, haciéndolo gritar de placer y dolor.

―¿A mi putita le gusta que se lo haga bien duro?

―S-sí... sí... ―suspira entre jadeos ásperos, mientras es tomado por quien más ama y más lo lastima―. Quiero que me lo hagas bien duro... Qui-quiero...

En su estado más bajo de entrega a su placer culposo no logra articular correctamente las palabras, se le escapan entre suspiros que agudizan su timbre y lo dejan en un estado afligente. Tan malo, tan dulce... Repite que quiere que se lo coja bien duro para, al final, musitar que quiere que lo ame de verdad... y sus lágrimas, amargas y desabridas, derrapan por sus ojos, en ese rostro escondido debajo de sus cabellos blancos, apegado contra el mueble y rodeándose de oscuridad. Así es su relación con Ho-seok: oscura y doliente, y él es adicto a ese veneno empalagador.

● ● ●

Nam-joon se remueve entre las frazadas, siente un peso sobre la cadera y una sensación que cataloga como extraña y... sugestiva. Finalmente, sus ojos se abren y se encuentra agitado. Algo... le está ocurriendo, y acaba de confirmarlo cuando encuentra un gran bulto bajo las cobijas. Las hace a un lado de un arrebato y ahí, entre sus piernas, se encuentra con el vampiro, lamiendo con entusiasmo su miembro viril. Al "ser descubierto" le devuelve la mirada.

―¿Dormiste bien, Nam? ―le dice y pasa su lengua por el falo mientras sus colmillos se asoman.

―¿Ji-Jin...?

Y sin más el vampiro clava sus colmillos en la carne. Los ojos del joven se abren de par en par y lo primero que ve, acomodado en la cama frente a él, es el rostro de Seok-jin, mirándolo atentamente y causándole un sobresalto en compañía de un grito contenido.

―Buenas noches, dormilón... ―susurra y sonríe de lado―. ¿Qué soñabas que estás tan agitado? ¿Algo pecaminoso?

Se arrima a él y humecta sus labios con un beso, Nam-joon se queda helado por unos segundos, procesando su pesadilla y ese toque a su boca en cámara lenta. Nota en este momento que lleva puesta una bata de seda negra.

―Esto...

―Es mía, pero la comparto contigo con todo gusto.

Nam-joon sube lentamente sus ojos hacia Seok-jin quien no demora en darle más detalles.

―Ambos estábamos sucios, literal y figurativamente, así que me puse en la tarea y nos di un buen baño.

―¿Estás diciéndome que nos bañamos juntos? ¿Cómo?

―En la bañera. Te acomodé sobre mí y tallé todo tu cuerpo con jabón y agua muy tibia. No toleré demasiado el agua, pese a no estar tan caliente, pero por ti Nam... me quemaría vivo.

―Otra vez me has tocado mientras estoy inconsciente ―protesta enfadado.

―Ay por favor, chico. Hemos tenido un pequeño juego erótico hace unas horas y te preocupa que pueda tocarte el pene mientras duermes.

―Si no estoy consciente no tienes mi consentimiento.

―¿Me das tu consentimiento? ―pregunta de repente.

―¿Eh?

Seok-jin se mueve de manera ágil y se posiciona encima del muchacho, aplacando las manos sobre la almohada a la altura de su cabeza y hundiendo las rodillas a los lados de sus muslos, dejándolo tieso en su sitio.

―¿No lo entiendes todavía? ―Coloca un dedo debajo de su barbilla―. Tú eres mío. ―Baja hasta su garganta―. Cada pedazo de ti me pertenece.

―Eso no...

―Si de verdad no quisieras no aceptarías mis besos ni te excitarías cuando lo hago.

―¿Tengo otra opción acaso?

―No. Pero no puedes negarme que me he portado bien contigo. ―Recorre su cuello y clavículas con su dedo y sus ojos, mirándolo respirar al estremecerse.

»Si de verdad te molesta te pido permiso. ¿Me dejas limpiarte cuando no te encuentres en condiciones de hacerlo tú?

―Si digo que no... ¿Lo harías igualmente?

Ante su interrogante Seok-jin sonríe y sus ojos se vuelven pequeños.

―Eres un cretino. ―Nam-joon niega con la cabeza―. ¿Para qué mierda haces toda esta escena si de todas maneras harás lo que se te venga en gana?

―Para que veas que yo lo intento, pero eres tú quien no cede.

―¿Ahora es mi culpa? Go fuck yourself ―increpa y desvía la mirada, indignado.

Darling... Be careful with what you say. I could take your words... very personal... in reverse... ―le dice con mucho aire, en un tono muy bajo y seductor, deslizando su mano por su pecho mientras habla y lo mira fijamente, hasta detenerse en el lazo que ata su bata.

Ahí está de nuevo: el corazón de Nam-joon se acelera en nerviosismo y su respiración deja de ser calmosa. Sus rostros están muy juntos, el frío de Seok-jin roza los treinta y cinco grados del cuerpo de Nam-joon, y puede sentir cómo aumenta muy despacio. Toca con un cosquilleo sus labios, pero justo cuando lo tiene hechizado y lo hace ceder, el vampiro corta la conexión a propósito para hablarle:

―Oh... Por cierto, no te dejé desnudo; sé que no te sientes muy cómodo, por eso te puse ropa interior. Lo hice con mucho cuidado, sin tocarte indebidamente.

Le habla sobre sus labios, y el muchacho parece estar bajo el embrujo de su boca en movimiento frente a sus ojos.

―¿Lo ves, Nam? Yo me preocupo, yo te cuido. ―Acaricia su cabello―. Lo hago con devoción, porque eres importante. ―Contempla su rostro―. ¿Entiendes? Hago lo que nadie ha hecho contigo allá afuera: cuidarte ―susurra y deposita un casto beso sobre sus labios―. Atesorarte y desearte ―continúa, y le da otro beso con el que parece obtener una respuesta más sugerente, cosa que lo hace sonreír.

»Quédate conmigo, Nam... ―le dice, dejando un ósculo en su mejilla―. Yo voy a cuidarte, valorarte y quererte... ―agrega y besa su otro pómulo―, para siempre ―finaliza, mirándolo a los ojos y luego, es Nam-joon quien se alza hacia él, entregándole sus labios.

El vampiro remueve de un tirón las telas de la cama que impiden el contacto de sus cuerpos; quiere sentirlo, incluso si no se quitan la ropa. Descansa el cuerpo sobre el suyo, siente las manos grandes de Nam-joon sobre sus omóplatos, apretando su ropa. Le fascina que esté tan siquiera un poco más suelto con él.

Los dos estrechan sus labios repetidas veces, haciendo cada vez más pronunciados los sonidos que salen de los orificios.

―¿Me dejas tocarte, Nam? ―masculla el hombre.

―No... ―suspira el joven.

Ambos tienen un breve intercambio de miradas en este momento: el mortal desafiante y el vampiro anonadado por primera vez. ¿Le había dicho que no?

―No ―le repite, sosteniéndole la mirada―. Solo... besos...

Seok-jin halla algo de calma en esa aclaración, y su semblante se muestra más relajado.

―Solo besos... ―reitera, enarcando una ceja.

―Solo besos ―reafirma con solidez.

«¿Estás probándome, Nam-joon? Bien... Desafío aceptado», piensa, y se adosa de nueva cuenta a probar esos labios de los que quiere volverse amo.

Los dos llevan a cabo a continuación un ósculo desenfrenado, una danza protagonizada por sus órganos linguales, girando sin descanso uno sobre el otro, dejándolos sin aire e hipersalivando. Entreabren sus ojos para contemplar el éxtasis del otro, como un desafío de ver qué tanto se provocan, y se juntan, unen su suave carne y la estrujan con la ajena. Sonidos excitantes para oídos ajenos, glorificación para ejecutores de la acción.

El vampiro puede sentir como la erección atrapada bajo las telas del joven se hace más prominente.

«Espero que te duela, Nam-joon... porque solo te daré besos», piensa, y continúa bañándose con esa lluvia cálida y espesa que despiden sus bocas.

● ● ●

Las cuatro de la madrugada. Jimin camina por las frías calles que conoce de memoria mientras hace ademanes con las manos y mueve los labios. Practica qué decir cuando vea a Ho-seok. Está dirigiéndose a la casa de su primo. Sabe que ocupa ocasionalmente la vivienda desde que la familia se mudó, por lo que no habría problema al presentarse a estas horas, y realmente necesita platicar con su novio y aclarar las cosas. Toca una vez y no recibe respuesta, toca de nuevo y nada. Bufa y saca su teléfono celular, esperando que lo atienda. Pero ese pobre teléfono zumba entre las ropas del muchacho, en el apartamento de Yoon-gi. Está lejos de él, y con los gemidos de ambos en pleno festín orgásmico pasa totalmente desapercibido.

Jimin chasquea la lengua con rabia y corta la llamada. Luego mira las ventanas más altas de la casa. Le parece extraño no escuchar respiraciones o ronquidos; tampoco escuchó el teléfono de Ho-seok sonar durante su llamado. ¿Realmente está en la casa?

―Jovencito...

El chico se gira al oír la voz del anciano que venía oliendo hace varios minutos y muestra su mejor expresión de sorpresa; también aprieta los labios: tiene un poco de hambre y teme no poder controlarse.

―¿Qué hace un jovencito como usted rondando estos lugares tan tarde?

«Podría preguntarle lo mismo», piensa. ―Esto... un amigo mío está hospedándose en esta casa, que es de su primo. Pero... parece que no hay nadie... ―dice, volviendo la mirada hacia la puerta principal y arrugando un poco la nariz.

―Oh, no ha habido nadie en esa casa desde hace mucho tiempo.

―¿Cómo dice?

―Cuando el hijo mayor de la familia murió, esta se mudó.

―¿Hi-hijo mayor? ―balbucea y menea la cabeza llevándose una mano a la frente para tratar de asimilarlo todo―. Pe-pero Jung... Jung Ho-seok viene seguido a la casa...

―¿Jung Ho-seok? No sé de quién me hablas. He vivido aquí toda mi vida y jamás he visto a...

Jimin suspira audible, sus nervios se desmoronan poco a poco. Ilumina la cara del hombre con su teléfono, mostrándole su fondo de pantalla que es una foto de él con su novio.

―Jung Ho-seok. ―Señala con su dedo.

―Jamás lo he visto antes. Los únicos que se han acercado a esta vivienda abandonada han sido niños chismosos y adolescentes queriendo probar su valentía. Yo los he echado a todos y cada uno de ellos. También limpio la entrada en todas las estaciones.

El joven vampiro exhala incrédulo, le da la espalda y se lleva una mano al rostro. ¿Ho-seok nunca ha venido a la casa de su primo? ¿Por qué mintió? ¿Por qué le mentiría? ¿En qué más... le había mentido? Jimin está enojado y su hambre crece, sus colmillos afloran y sus ojos se tornan rojos en la oscuridad de la noche. Se gira hacia el hombre de repente y este lo llama demonio. Intenta defenderse con el rastrillo que carga, pero el vampiro no solo lo retiene con una mano, sino que con su pulgar lo quiebra.

―Solo una probadita, solo una... Si se queda quieto no lo lastimaré ―murmura, relamiéndose los labios.

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