Capítulo 12: Mi beso
Nunca antes había sentido un éxtasis de este calibre, sin la necesidad de una apoplejía, derramándose como miel para un hipoglucémico.
Estoy besándolo como si mi maldito pellejo dependiera de ello, ¡porque así lo siento! Inspiro en el limitado espacio que nos brindo y exhalo por mis fosas nasales, al tener mi boca invadida por la de él.
Después de los primeros quince minutos pierdo la capacidad de medir lo que sea. Nam-joon aprieta mi pecho sobre mi ropa, pero no me detiene ni me aparta. ¿Le está gustando, o acaso está testeándose a sí mismo? ¿Será que lo sorprendí demasiado y está tan aturdido que no es capaz de reaccionar? ¿Me golpeará y odiará cuando lo libere, después de saciar mi festín de emociones? Debería interesarme, mas no me importa. Esto no es un mero juego clandestino para mí, sino la prueba más irrefutable de que la sangre no es lo único que trastorna y distorsiona mis sentidos.
Reacciono a su calor y dejo que me envuelva. Mi aliento se escapa y vuelvo a atacar. Santo infierno... ¡cuánta hambre!
Así como he perdido la capacidad de medir, se ha extraviado mi percepción. No sé en qué momento he empezado a acariciar su cabello, en qué momento me senté sobre sus piernas ni los escasos segundos en que lo dejé respirar y susurró mi nombre. Unidos en esa caricia oral, investigando los rincones más ocultos en lo que yo creo es una pasión compartida. Con el ardor de cada contacto, nuestras bocas danzan en una exploración íntima, sumergiéndonos en nuestro acto lujurioso.
―Seok-jin... ―suspira otra vez, muy agitado, en cuanto le doy oportunidad.
No le hago caso y paso mi lengua sublevada por sus labios altos y los atrapo después entre los míos. Al estar tan humectados la succión que hago es doblemente satisfactoria, es por eso que repito la acción con su labio bajo.
―Se-Seok-jin...
Me llama de nuevo con voz débil y mientras lo hace, la punta de mi lengua toca sus incisivos.
―Por favor... ―Ladea su rostro y recupera aliento―, no puedo seguir...
Al quedarme sin sus labios, insaciable como me siento, aprieto los míos, desgastados mas no cansados, sobre la línea de su maxilar, luego otro sobre su cuello.
―Oye... no hagas eso...
―¿Me dejarías beber de ti?
―¿Cómo dices...?
―Que si me dejas beber de ti. Justo aquí. ―Marco la zona con un beso.
Siento su manzana de Adán moverse cuando pasa saliva. No contesta.
―Prometo hacerlo con cuidado para que no te duela mucho.
Sus ojos cambian por unos segundos, como si algo llegara a su mente de repente, entonces me habla:
―Si tomas una cantidad considerable de sangre... ¿perderé el conocimiento?
―¿Quieres que te deje inconsciente?
―Quiero una excusa para dormir sin pensar demasiado. ¿Puedes consentirme en eso al menos... secuestrador?
Sus palabras me llenan de cuestionamientos, pero me dejan encandilado al mismo tiempo, y soy yo quien pasa saliva ahora. Lo agarro del rostro y, aunque me veo amenazante, actúo con fragilidad.
―En eso y más... dulce víctima voluntariosa ―suspiro y beso sus labios una vez más.
―¿Qué... es lo que tengo que hacer? ―me pregunta, luego de desprenderse de mi toque.
―Nada, cariño. ―Recorro su cara con mis dedos―. Solo afloja tu cuerpo tanto como puedas y el resto... me lo dejas a mí ―le digo y le guiño un ojo.
Bajo mis ojos hasta su cuello y abro delicadamente la parte superior de su ropa, apartándolas para descubrir su piel lo más posible.
―He esperado tanto por alimentarme con tu sangre. ―Acaricio su cuello y su respiración se acelera inevitablemente en cuanto decide cerrar sus ojos, entregado al destino de mis colmillos.
»Bajo tu piel... ―suspiro con deseo―, palpitante, fluyendo. Tu arteria carótida justo aquí. ―Palpo con mi índice y mi dedo medio―. Si clavo mis colmillos ahí mismo puedo controlar el fluir de la sangre. ―Acaricio con mis yemas―. Se necesita práctica, pero... no se debe hacer un desastre, así no se desperdiciará ni una gota.
Arruga el entrecejo, se muerde el labio y pasa saliva de nuevo. Apoyo mis labios con sutileza y su cuerpo se contrae. Lamo y mojo su piel, testeando la zona. Mis colmillos empiezan a emerger. Abro mis fauces, me tomo mi tiempo hasta penetrar su piel y siento los primeros indicios del manjar que guardan sus venas. Lo escucho quejarse. Cuando succiono y bebo, abre la boca y deja escapar un gemido doliente, entonces yo me pierdo... Aprieto sus cabellos y engullo, le brindo un mimo a su dermis y engullo, exhalo por la nariz e ingiero otra vez.
Dado que ya me había alimentado con anterioridad puedo tomarlo con calma, incluso con el ansia comiéndome vivo, por el hecho de que se haya entregado a mi mandíbula codiciosa sin tanto recelo. Puedo sentir cómo sus manos dejan de apretarme y se deslizan hasta tocar el suelo. Su cuerpo se afloja más de lo debido. Ya está.
Digiero mi último bocado y con sumo cuidado retiro mis colmillos. Dejo pequeños besos sobre la herida y lamo lo que escurre de ella. Tan sápido.
Soy consciente que las heridas deben limpiarse, pero debido a mi condición, no me preocupo demasiado. Para mañana su cuello estará como nuevo.
Lo cargo en brazos, lo despojo de sus zapatillas junto con las medias, la sudadera con la camisa, sus pantalones y lo arropo.
―Espero que sueñes conmigo, mi príncipe. Quiero ser tus dulces sueños ―murmuro.
Seok-jin le regala una última caricia a sus cabellos. La luz de los relámpagos entra por el ventanal a continuación, llamando su atención. Incluso con su oído agudo, es ahora que se da cuenta de la lluvia intensa en el exterior.
Al mismo tiempo, al otro extremo de la ciudad, entre cuatro paredes que respiran calidez, dos cuerpos se acercan con la misma intensidad que las gotas golpean la ventana. Jimin recibe el contacto brusco de parte de su novio; gime con el rostro levemente enrojecido bajo esa mordaza de cuero y estruja la bolilla que oscila en el centro entre sus dientes y bañándola en saliva, a la vez que aprieta las sábanas entre sus dedos, esforzándose para no romperlas. Acepta cada estocada y deja que se dispare su libido, como un tanque que poco a poco se llena, y espera no que desborde, sino que estalle.
Incluso en su apogeo pleno, comienza a preguntarse ¿cómo habían llegado a esto?
Él y Ho-seok habían vuelto a discutir ayer, siempre por el mismo asunto. Lloró y su novio salió a caminar, volviendo a un horario indebido, oliendo a jabón y a alcohol. Cuando le preguntó dónde había estado, su pareja dijo que se había quedado un rato en la casa de su primo Mingyu, ubicada cerca de su zona de residencia, y Jimin le creyó, Jimin siempre le cree. ¿Cómo podría reprocharle? Su culpa para con él por no ser capaz de satisfacer sus deseos carnales, con todo el amor que suspiran por el otro, lo aniquila.
En el día de hoy, Ho-seok se mostró mucho más receptivo. Se apareció con una sonrisilla traviesa y escondiendo algo detrás de sus manos.
―¿Qué es? ―preguntó con ojos brillantes de entusiasmo.
―Ábrelo ―lo incitó con una sonrisa.
El joven tiró del lazo de la caja chata y cuadrada, desarmando el nudo y retiró la tapa, entonces su sonrisa se esfumó al ver ese accesorio aparentemente moderno.
Jimin, con sus buenos años encima, es considerado por sus iguales como un vampiro joven, y él siempre ha estado interesado en lo contemporáneo, ya que le resulta muy divertido y le permite comunicarse mejor con los mortales. A diferencia del arcaico y asocial vampiro Kim Seok-jin, a Jimin le gusta socializar y forjar amistad con los caminantes de la luz, aunque también siente una fuerte necesidad por ser aceptado y amado. Tiene acentuado que jamás podrá obtener algo como eso de sus pares, y los humanos le parecen criaturas fascinantes, cálidas y lo llenan de esperanza en su búsqueda de un amor pleno que lo haga sentirse completo.
Por supuesto que se había inmiscuido en cosas que involucran ese utensilio que su novio le presentaba en esa cajita como "un regalo".
―¿Quieres que use eso?
―Creo que sería una buena idea para evitar que te muerdas.
―Oh... ―Abrió grande los ojos y formó una tierna "o" con sus pomposos labios.
―Además... ―Se acercó, lo abrazó por atrás y besó su mejilla―. No me cabe la menor duda de que te verías muy sexy con eso puesto ―susurró cerca de su oído y con sus labios bajó, haciendo un surco de besos.
―¿Te excitarías mucho? ―suspiró, mordiéndose el labio bajo con ese último beso travieso.
―Tú siempre me excitas, Jimin-ah... El accesorio es solo eso, un accesorio ―dijo, y con una exhalación grave se irguió para encarar el rostro de su novio―. Pero no quiero que te sientas obligado. Si no te apetece usarla la devolveré...
―Lo haré ―cortó su habla, y ambos se miraron―. Bésame y luego pónmela ―dijo, en puntillas y rodeando el cuello de su pareja con sus brazos―. Excítame y penétrame, hazme el amor y hazme bien tuyo. Y yo intentaré dar lo mejor de mí.
Con un pequeño impulso, Jimin abrazó con sus piernas la cintura de su amor. Él lo cargó con cariño, hidratando su boca con un primer beso, que llevó a otro más apasionado, en tanto caminaba en dirección al dormitorio, no sin antes tomar de un arrebato su nueva adquisición. En la cama, tras quedarse enfrentados piel con piel, Ho-seok tomó los labios de su novio como propios, que se abría y bailaban su ritmo favorito, porque lo conocían muy bien.
Jimin rememora todo en segundos, acentuando sus sensaciones que lleva a flor de piel. Ho-seok emplea bastante fuerza al fundir sus cuerpos, "él no suele hacer eso", piensa por un instante, pero la sensación lo transporta al encantamiento absoluto. Aprieta esas sábanas y pequeñas venas se marcan en el dorso de sus manos y los nudillos. Cada entrada, cada choque de sus pieles húmedas aumenta su respiración y agudiza los sonidos que dejó de reprimir hace varios minutos atrás.
Se esfuerza por no romper la bola con sus dientes, ignora su corazón y cada una de sus venas pidiéndole sangre a montones. Se resiste a su instinto depredador que lo incita a darse la vuelta e írsele encima a su amante, pues lastimarlo no es para nada su deseo, sino más bien una necesidad corrosiva. La demanda y la excitación lo tienen afiebrado, con el cuerpo más caliente que nunca, puesto que su pareja se lo transmite en su unión, en el mismo coito vertiginoso que protagonizan. Le duele la cabeza porque la está perdiendo en su lucha interna, hasta que, con el siguiente empellón, libera un sonido estridente desde su garganta, sus colmillos afloran sin que pueda controlarlo y penetran la bola de goma.
―Jimin, ¿estás bien?
Ho-seok deja de moverse y se inclina sobre su espalda a indagar:
―¿Te hice daño? ―pregunta, pasando la mano por su frente y haciendo hacia atrás sus húmedos cabellos grises.
El joven vampiro gruñe de nuevo mientras endereza un poco la postura, estirando los brazos, mueve la cabeza de un lado a otro dando una clara negativa para luego dejarla pendular entre sus extremidades. Respira audible, inflando notablemente su torso. Su anatomía entera tiembla y se le escapa un gemido lastimero en cuanto siente las manos cálidas de su novio masajear su sexo, que está húmedo, ya que acaba de eyacular.
―Así que fue eso... ya veo... ―susurra Ho-seok, coqueto―. ¿Puedes continuar? ―masculla cerca de su oído.
Jimin da un evidente asentimiento en conjunto con un gemido deleitante para que no le quepan dudas de sus deseos. Su pareja continúa estimulándolo con movimientos lentos y siente su cuerpo contraerse, a la vez que deja pequeños besos en su cuello. De repente, su otra mano sube a su cara y retira la mordaza.
―No... ¿qué haces...?
―¿Como que qué hago? Tienes que respirar, hermoso ―murmura entre risas.
Ho-seok comienza a moverse de nuevo, sin dejar de estimularlo por delante también, sube su otra mano hasta su pecho para masajearlo, apretando su pezón y oyendo ese dulce chillido que su chico deja ir. Jimin apoya sus palmas contra las sábanas, arrugándolas de nueva cuenta; su novio alza su cadera y lo toma con un ímpetu mayor, excitándose de sobre manera con los jadeos guturales y audibles que su pareja le regala a cada momento que se empuja a sí mismo en su interior.
―Tu voz es tan excitante... déjame oírla un poco más... ―suspira y lame su oreja.
Quien no supiera el contexto, pensaría que Jimin está padeciendo, y podría no ser una idea a descartar, ya que es un hecho que sufre por el bombeo intenso del corazón de su novio, el flujo acelerado de su sangre y el hervor que le contagia a su cuerpo. No obstante, por otro lado, Ho-seok lo está enloqueciendo, le encanta la vehemencia con la que lo posee, pero más adora esos jadeos graves y sentidos que despide con cada movimiento, acariciando cada rincón de su cuerpo de la manera más descarada. Si se empeña en seguir tomándolo de esa manera, lo hará venirse de nuevo, y como si lo predijera, su novio se lo susurra segundos después.
Ahora ambos enfrentan sus rostros; Jimin le había rogado volver a colocarle la mordaza. Están tan cerca del orgasmo; no quiere arruinarlo. Ho-seok mantiene las manos a la altura de su cabeza y menea la cadera con ímpetu, sintiéndolo más suyo que nunca, mientras besa con desquicio sus labios, incluso con la bola de por medio, mordiéndola y salivándola junto con él, mientras Jimin pasea las manos por su cuerpo y gime para él, hasta que con un baladro rozando lo agónico, los movimientos se detienen y ambos liberan todo de sí. Con sus suspiros apagándose y calmándose, Ho-seok besa el cuerpo de su amor, dejando en su interior lo último que cabe en él. Amaga a arrebatarle la mordaza con los dientes, mas Jimin gimotea, indicándole una negativa, ya que todavía hay peligro de que lo muerda; sus colmillos están hincados en la bolilla de goma en estos momentos.
―Así que aún tienes miedo de morder... ―dice su novio, juguetón―. ¿Y si soy yo el que te muerde?
El joven vampiro lo mira con un deje de asombro, que no tarda en convertirse en lujuria y hace la cabeza hacia un costado sobre la cama, cediéndole al completo su cuello para él. ¿Qué se sentirá ser mordido?, se pregunta. Ho-seok da un beso, lame la zona y succiona. Luego, Jimin puede percibir la dureza de sus dientes prensar su piel, duele y arde, pero no le importa. Le regala otros dos mordiscos más, no sin antes asegurarse de que esté bien, pero su novio le da pase libre para que haga lo que quiera y cuanto quiera. En la última mordida, todavía agitado y excitado, le susurra al oído que lo ama. Jimin abre sus ojos y separa el torso de la cama de golpe, sobresaltándolo. Retira el accesorio de su boca, lo contempla unos segundos y besa con fervor sus labios.
Más tarde, cubiertos por las sábanas y adormecidos por el agotamiento del sexo, Ho-seok despierta tarde en la madrugada para ir al baño y vuelve rápido para acobijarse; hace frío. Queda cara a cara con Jimin y acaricia su cabello. Lo encuentra adorable cuando duerme; le cuesta trabajo creer que es suyo. Baja los ojos a la mordaza que ahora lleva en el cuello como una gargantilla. ¿Acaso no le molesta?, se pregunta y deja escapar aire por la nariz con una sonrisa, mientras la tantea con su dedo. Es en ese momento que nota los orificios que presenta la bola. Sabe que la goma es bastante dura, pero aquello es una perforación. ¿Qué tan fuerte podrá morder Jimin? ¿Tan largas son las puntas de sus dientes?
Jimin hace ruidos con la garganta y se remueve un poco entre las sábanas, acomodándose mejor. Ho-seok sonríe al contemplarlo, hasta que sus ojos se detienen en su cuello y su mueca se borra. Estaba seguro de haber mordido con fuerza su piel, de succionarla con arrebato también, sin embargo, Jimin no tiene ni una sola marca. No es como si quisiera verlo magullado, pero sabe lo juguetón que es y que este tipo de cosas le gustan. Toca la zona con los dedos y escucha una risilla apenas perceptible, reaccionando a su toque. Nada. ¿Cómo podía ser posible que no tuviera nada?
―Esto es raro...
―¿Qué es raro, Hobi? ―responde Jimin, con sus ojos entreabiertos. Lleva tiempo escuchándolo y sintiendo sus movimientos, sus toques.
El sueño de los vampiros no es muy prolongado, mucho menos profundo.
―Lo siento, no quería despertarte.
―Descuida ―dice con una sonrisa―. ¿Puedo subirme encima de ti?
―Claro ―responde con una mueca dulce, aunque en cuanto se le trepa encima comienza a quejarse un poco―: Vaya, qué frío estás. Es increíble lo rápido que se te enfría el cuerpo, Jiminnie.
―Caliéntame ―le dice, apoyando su cabeza sobre su pecho y abrazándose a él con sus extremidades.
A su novio se le eriza la piel, pero aun así lo abraza. Acaricia su espalda y glúteos con suavidad, hasta que el sueño vuelve a apoderarse de él.
● ● ●
Él estaba sentado en el piso, en su lugar habitual, leyendo "Metamorfosis" de Franz Kafka. Verlo leer seguía siendo una puesta en escena erótica para mis añejos aunque recios globos oculares. Su mirada de reproche asimismo sugestiva, golpeaba a la puerta de mis bajos instintos, mucho más bajos que privar a otro ser vivo de su libertad.
Nam-joon, incluso si el día de mañana te salieran alas, yo te cortaría las plumas para evitar que emprendas vuelo. Si te volvieras tan rápido y fuerte como yo, tendrías que matarme, pues solo así obtendrías tu ansiada libertad. Y si me mataras, cosa que no dudo, dado que eres grande, fuerte y sano, seguiré amándote, y desearé que cargues con mi recuerdo hasta el final de tus días.
―¿Ya tienes hambre?
―No...
―Cena conmigo esta noche. Vístete formal.
―Seok-jin, dije que no tengo hambre...
―No has querido comer en todo el día. No puedo dejarte sin alimento o te enfermarás. Además... cuando dije que cenes conmigo y que te vistas formal, no fue pregunta ―le informo, y me aproximo a la puerta―. Volveré en media hora, y si para entonces no estás listo...
―Ya sé. Lo que no haya hecho, lo harás tú mismo. Ya lo sé.
―Me alegra que sepas cómo funcionan las cosas, Nam. ¿Puedo llamarte así?
―No.
―Bien. Te veré pronto entonces, amante.
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