Capítulo 11: Mi pasado

―Ya ha cumplido tres, creo... Deberíamos inscribirlo en el jardín de infantes. El pequeño Nam-joon ya lee muy bien, más de lo que habla, y así también nos lo sacaremos un poco de encima.

―¿Jardín de infantes dices? ¡¿Cómo voy a saberlo?! Además, ¿con qué mierda vamos a pagarlo? Tú eres la madre, tú debes ocuparte.

―Oye, no me eches toda la carga a mí. ¡La responsabilidad es de los dos! ¡Yo no pedí ser madre tampoco!

―Lo hubieras pensado mejor antes de abrir las piernas.

Mientras los adultos discutían en ese monoambiente austero, de paredes descascaradas y colores tristes, el niño acurrucado en un rincón los observaba sin dar un solo pestañeo, cubriendo sus orejas con sus pequeñas manos temblorosas.

―¡Tú también pudiste haber usado protección, cerdo asqueroso!

―¡¿Cómo me llamaste?!

El hombre zarandeó a la mujer y la envió al piso de un duro bofetón. Aquello causó un sobresalto en el niño, quien se quedó mirándola con ojos tiesos.

―¡¿Qué carajos estás viendo?! ―le dijo ella a su hijo―. ¡Todo esto es tu culpa! ―renegó entre lágrimas y sangre.

Esa era la historia de todos los días. Pero no terminaría ahí, no...

Con el rostro golpeado, sus ánimos por los suelos y su cabeza hundida y acompasada a metros de profundidad, deshaciéndose pedazo por pedazo, aquella madre caminó las frías calles con su pequeño a su lado. Ella no tomaba su mano; él lo hacía, se aferraba.

La gente era demasiada, muchos hombros chocaban, varios pasos trastabillaban y no había modales en absoluto. De repente, el pequeño Nam-joon sintió que lo que estaba agarrando era aire. La mano de su mamá ya no estaba a su lado, ni ella tampoco. Se había esfumado como cenizas en el viento, que se volvieron contra su carita, dejándola gris como el resto de sus días.

La llamó con su respiración acelerándose. Gritó, respirando audible y llenando las cuencas de sus ojos de agua salada. Ella no estaba ahí. Ella jamás volvería.

Sus gritos furiosos que lo llenaron cada vez de más miedo llegaron a la multitud que lo rodeaba. Al poco tiempo arribó la policía, y para el día siguiente se encontraba en un orfanato, aferrando contra su estómago el libro "Buenas noches, Luna", que tenía encima ese día y que leía para poder conciliar el sueño. Sin embargo, después de esa tarde en la que había sido dejado a la deriva en este mundo tan colosal, ya no importaba cuántas veces le dijera "buenas noches" a la luna, nada más que el cansancio absoluto lo haría ceder al sueño profundo por las noches.

Los años siguieron pasando y, podría decirse que las cosas mejoraron para Nam-joon, aunque no del todo. Con ahora seis años de edad, estaba en el patio del orfanato, peleándose a puño limpio con otro niño un poco más robusto que él.

―¡Maldito consentido de los maestros! ¡Por ti tenemos más tareas!

―¡Yo no tengo la culpa de que no sepas leer todavía, tarado!

Continuaron un "segundo round" con jalones en la ropa y tirones feos a sus cabellos, en una competencia reñida por ver quién derribaba primero al otro y propinaba el siguiente golpe. Dieron unas vueltas así, insultándose y agrediéndose, con una pequeña parva de chiquillos alentándolos a continuar y otro de ellos, más lejos, curioseando con sus ojos grandes que ningún adulto estuviera cerca.

Al momento siguiente, Nam-joon mordió el polvo; el otro niño sacó de su bolsillo una navaja. El resto de mocosos coreaban por él, sin entender del todo qué pasaría si lograba enterrar ese filo en la carne de Nam-joon, pero la adrenalina con la que cargaban no les daba lugar a consecuencias, ni soñarlo, todo lo que querían era presenciar algo de "acción", aquello que los adultos les prohibían sin darles muchas explicaciones.

El pequeño agresor encaró su ataque; el niño, aunque aturdido, se levantó, agarró sus manos, desviando la cuchilla y logró encestar un golpe rudo y directo a su nariz, derribándolo. La sangre comenzó a salir a borbotones; el chiquillo abandonó su postura abusiva y empezó a lagrimear, preso del miedo por la sangre y el dolor inmenso que había obtenido. Todos los que los rodeaban empezaron a gritar. Los adultos llegaron. Más gritos, movimientos bruscos, algunos improperios y maldiciones al aire, mientras una de las cuidadoras se llevaba al niño herido de ahí en brazos y también... miles de miradas juiciosas sobre Nam-joon, quien no quitaba sus ojos de su puño levemente salpicado de sangre. No entendía qué había ocurrido, tampoco por qué habían terminado así las cosas.

Una de las mujeres encargadas de lugar lo vio y, luego de ser señalado con el dedo por otros niños, se lo llevó de ahí jaloneándolo de una oreja, sin importarle cuánto se quejase o lloriqueara el infante.

El pobre intento de delincuente menor, quien pretendió ser victimario, pero acabó siendo víctima, actuó como tal, disfrazándolo todo con un llanto que encandiló a todos. El resto de los niños se pusieron de su parte, por lo que Nam-joon no tuvo defensa ni justificativo más que sus propias palabras, las cuales no fueron escuchadas ni tomadas en cuenta. Todo concluyó con el traslado de Kim a otro albergue para menores. Mientras se marchaba en aquella camioneta, como si se tratase de una maleta más, pudo ver por la ventana cómo ese condenado niño y su séquito de ovejas negras le hacían caras desagradables cuando los adultos no veían. Si él debía ser franco consigo mismo, no le importaba dejar ese lugar repleto de personas desagradables. Apretaba sus manos vacías con fuerza sobre sus piernas. Había reclamado su libro "Buenas noches, Luna", pero se lo negaron cruelmente. Del mismo modo recibió burlas de los otros niños, llamándolo bebé por querer ese libro en particular. Ese libro, que en realidad era suyo, guardaba un significado especial que nadie podría entender. Dejarlo atrás era lo único que lamentaba de todo lo ocurrido.

Cuando arribó al nuevo refugio sintió de inmediato un aura más tranquila. Los adultos tenían buena cara, sus ojos se iluminaban al verlo y los chicos y chicas de diferentes edades y tamaños lo recibieron con mucha calidez. Tal vez... las cosas podrían ser mejores aquí, se decía para sus adentros.

―¿Qué buscas? ―preguntó un niño de mirada cansada y rostro indescifrable.

―El libro "Buenas noches, Luna". ¿Crees que lo tengan?

―Seguro. Pero en la sección infantil. Es un libro para niños pequeños. ¿Tú cuántos años tienes? Te ves grande para uno de esos...

―Tengo siete, no me molestes.

―¿Siete dices? Yo tengo ocho.

―¿Quieres una medalla?

―Si quieres dármela...

―Soy Nam-joon. ¿Tú?

―Yoon-gi. Y ya que soy mayor que tú, deberé cuidarte para que no te metas en problemas. Así que más vale que me hagas caso, ¿eh? Ahora, ven conmigo ―le dijo, tendiéndole su mano.

―¿A dónde?

―Conseguiremos un permiso en la biblioteca para que puedas tomar ese libro para bebés que tanto quieres.

Nam-joon se levantó, sacudió su trasero, pero no estrechó su mano. La sensación de la mano perdida de su mamá seguía latente, oculta en la rajadura persistente en su corazón. No quería volver a experimentar tal sensación otra vez. A Yoon-gi no pareció importarle en absoluto, y trasladó su mano a su hombro, dándole un golpecito amistoso que no le disgustó.

La anciana que los recibió en la biblioteca les dedicó palabras de afecto. Se levantó con un poco de dificultad de su asiento y caminó con un niño a cada lado por los grandes libreros hasta que dio con el libro que tanto quería y se lo entregó.

―Debes regresarlo mañana, ¿de acuerdo, Nam-joon? Te lo estoy confiando para que seas cuidadoso con él.

―No se preocupe. Lo cuidaré.

―Bien. Disfrútalo. Yo lo anotaré en mi cuaderno de registros.

El pequeño hizo una reverencia y salió de ahí corriendo; Yoon-gi lo imitó y salió detrás de él. En medio de la carrera lo perdió de vista. Detuvo el paso para recobrar el aliento y al salir a uno de los jardines, a lo lejos, lo encontró sentado en uno de los bancos de cemento. Con el paso más lento y todavía regularizando sus espiraciones, se acercó y se quedó de pie frente a él.

―¿Nam-joon? ―preguntó curioso.

El mencionado no respondió, solo se quedó con el libro sobre sus piernas, sus manos acariciando la tapa y la cabeza a gachas.

―¿Qué pasa? ¿No lo vas a leer? ―indagó, animándose a tomar asiento a su lado.

El chico no dio una respuesta verbal, solo movió la cabeza en negación, lo que llevó a Yoon-gi a preguntar nuevamente, pero el inconfundible sonido de su llanto lo dejó mudo. Las lágrimas bajaron por el puente de su nariz y las gotas cayeron sobre la tapa del libro. Después de que había perdido el rastro de su madre, Nam-joon no había llorado ni una vez, pero, de repente, sintió la fuerte necesidad de dejarlo salir todo.

―¿Estás bien? ―preguntó su compañerito, subiendo el pie al asiento y abrazando su pierna, inquieto―. ¿Por qué lloras? ¿Quieres contármelo?

―Si te cuento... ―Lo miró―. ¿Prometes que no le dirás a nadie?

―Lo prometo, pero si tú prometes dejar de llorar.

―Hecho ―dijo, y limpió sus ojos.

Ese día, al abrirse ante un igual, platicar el mal ambiente de su casa, los golpes, los gritos a su alrededor y el posterior abandono de su madre, Nam-joon entendió a su temprana edad varias cosas, entre ellas, que podía confiar en Min Yoon-gi y esperaba que pudieran ser buenos amigos.

Un día de tantos, una de las cuidadoras había traído una cámara fotográfica instantánea. Las criaturas chillaron con euforia y comenzaron a tomar turnos para usarla y conservar las polaroid que hicieran. Llegado el turno de Yoon-gi, lo primero que hizo fue abrazarse a su mejor amigo y hacer su primera foto juntos, posando muy sonrientes. Tomaron tres en total: Nam-joon pidió quedarse con una; su amigo cedió y se quedó con las otras.

Más tarde, otra de las tutoras pidió a los niños juntarse para tomar una foto grupal. En ella, Yoon-gi abrazó de nueva cuenta el cuello de su amigo y posó sonriente apegado a él. Hicieron una copia de esa foto y le entregaron una a cada niño para las festividades de navidad.

Otra cosa que Nam-joon también había comprendido, luego de que Yoon-gi le contara cómo había llegado al orfanato, fue que el mundo podía ser un mar de historias tan parecidas y diferentes, pero nunca idénticas, pues no todos percibimos las cosas de la misma manera. Con el paso de los días esa idea se reforzó y, al crecer, su sentimiento de individualismo se fue haciendo cada vez más pequeño.

Yoon-gi siguió acompañándolo hasta la biblioteca, donde eran siempre bien recibidos por "la abuela", quien siempre les regalaba un amistoso aunque algo fuerte apretón a sus mejillas; estaba enamorada de los hoyuelos de Nam-joon y los mofletes de Yoon-gi.

El chiquillo siempre pedía el mismo libro; a veces lloraba un poco, a veces no. No le importaba si su nuevo amigo lo veía. Aquello era un ritual, hasta que, con el correr del tiempo, a medida que los niños dejaban poco a poco su niñez, ya no volvió a tocar ese libro, aunque algunas noches de melancolía suspiraba "buenas noches, luna".

Siendo un aficionado por la lectura, comenzó a pedir otros libros. Se iba a uno de los salones para leer con tranquilidad y junto a Yoon-gi, quien tocaba el gran piano vertical que tenían ahí. Era muy bueno en verdad. Así pasaban sus tardes, después de las clases, en su compañía ahogaban el dolor que despertaba su soledad. Eran su familia. Nam-joon seguía siendo una persona cerrada, pero era alguien muy gentil. Yoon-gi por su parte nunca había sido considerado como alguien gentil, solamente mostraba afecto hacia Nam-joon.

Pero, poco después de cumplir sus quince años, la paz se vio interrumpida por el caos: una de las calderas explotó y las llamas tomaron el establecimiento por completo, sin piedad. Los gritos de los chiquillos, las cuidadoras y las institutrices corriendo de un lado a otro para apagar las llamas que los envolvían. Muchos de ellos no tuvieron tanta suerte.

Nam-joon había sido uno de los primeros en abandonar su dormitorio. Guio a los pocos sobrevivientes hasta la ventana que había conseguido romper con el puño envuelto en una tela. Luego regresó sus pasos, por supuesto, ya que no veía a Yoon-gi.

―¡Nam! ―gritó, atrapado debajo de unas maderas que se habían derrumbado, aplastándolo.

―¡Mierda, Yoongs!

―No quiero morir así... ―dijo entre lágrimas.

―¡Tranquilo, te voy a sacar!

El chico inspiró profundo y con toda la fuerza que su adrenalina le proporcionó levantó las maderas.

―¡Ahora, sal!

Su amigo se arrastró tan rápido como pudo hasta que su cuerpo quedó libre, entonces Nam-joon soltó el material, causando que algunas flamas se dispersaran, pero no pudo evitarlo, estaba demasiado pesado. Yoon-gi tosió. No había tiempo que perder así que su amigo lo cargó en brazos y salió del lugar tan rápido como pudo.

Los bomberos arribaron unos minutos después que los chicos dejaran la estructura. El rojo del fuego y la negrura del humo eran terroríficos. De las más de cuarenta personas que habitaban el lugar, solo cuatro lograron salvarse, incluidos los dos amigos.

En la ambulancia, le suministraron oxígeno a los dos, aunque Yoon-gi necesitó bastante; estaba casi ahogado por tanta inhalación de humo. Cuando recobró algo de compostura en el hospital, Nam-joon estuvo a su lado.

―¿Estás mejor?

Su amigo asintió y sacó del bolsillo de su pantalón la polaroid que llevaba en sus manos. Era la fotografía grupal que se habían tomado cuando eran pequeños. Fue lo único que pudo salvar de las llamas.

―Es tuya si la quieres. Lo siento...

Nam-joon tomó la foto, sintiendo una inmensa tristeza.

―Vendrán tiempos mejores, ¿verdad?

―Sí, Yoongs ―respondió, sin poder contener más sus lágrimas y se inclinó a rodear a su amigo con sus brazos.

Al poco tiempo del incidente, fueron derivados a otro albergue, pero no planeaban quedarse mucho tiempo ahí. Tomaron trabajos de medio tiempo y terminaron sus estudios. Al cumplir los diecinueve, le dijeron adiós a su último orfanato y se mudaron a la gran ciudad. Allí conocieron a Jackson Wang, quien vivía en el mismo edificio que ellos ocupaban. Continuaron trabajando y estudiando música, que era algo que con el tiempo se fue fortificando en ambos, y al parecer apasionaba a Jackson también.

Más adelante, en uno de sus frecuentes viajes al cementerio para visitar a sus amigos y cuidadoras que había perdido en el incendio, Nam-joon notó la figura de una chica bien parecida. Se trataba de Jessie. Tardó tres encuentros para mirarla, dos más para saludarla, y uno más para animarse a platicar con ella. Su belleza lo había flechado a simple vista, lo que lo llevó a querer conocerla mejor, por lo que, en uno de esos encuentros, empleó coraje para invitarla a verse en otro lugar que no fuera el deprimente cementerio. Ella aceptó.

Mientras más la frecuentaba, mayor era su regocijo. Mientras más palabras intercambiaba con ella más descubría que tenían en común; le encantaba, incluso cuando no estaban del todo de acuerdo en algo.

Su camino direccionado hacia la música había dado sus frutos año tras año, con mucho esfuerzo y dedicación. Pronto le fue posible dejar el apartamento que tenía con Yoon-gi y tener su propio lugar con su novia. Se dijo a sí mismo que ella iluminaba sus días, pero no supo ver que esa luz... eran más llamas infernales en su vida, y lo quemarían.

Ya lo habían quemado.

● ● ●

El cachorro doméstico se transforma en un perro salvaje. Se levanta casi de un salto y se viene contra mí, rabioso. Así que he tocado una fibra sensible, ¿eh? Está bien por mí. Entre tristeza y enfado, siempre elegiré la segunda opción.

―¿Por qué te importa tanto? Es solo una fotografía.

―¡Eso no te incumbe!

Quiere quitármela a toda costa, inquieto como un infante, pero yo me las arreglo con mucha facilidad para que no la obtenga.

―¡Seok-jin, no estoy jugando! ¡Dámela ya!

―No lo haré hasta que me respondas. Y si no lo haces, veré que me retribuyas de otra manera.

Nam-joon suspira, cansado y más abatido que antes. Eso me da el pie para seguir con mis intenciones:

―El chiquillo de la fotografía, ¿eres tú?

―Sí... ―responde, con la mirada hacia un costado, sin despegarla del piso.

―Tenías una carita que despierta ternura. ―Sonrío jocoso aunque prudente―. ¿Quiénes son los otros niños?

―Mis hermanos del orfanato.

―Oh... Eso... explica unas cuantas cuestiones. Este chico que está tan apegado a ti me resulta familiar. ¿Es ese amigo tuyo de tu banda musical?

―Sí...

―Por eso es que me mentiste, ¿eh?

―¿Que te mentí?

―No importa. ―Sonrío―. Si te sirve de consuelo, él todavía sigue con esperanzas de que aparezcas.

La miseria en el rostro de Nam-joon se hace más evidente. Seré hijo de puta...

―Eres de lo peor... ―dice, con la voz quebrada, conteniendo las lágrimas tanto como puede.

He de suponer que encuentra el llanto como un signo de debilidad. Si tan solo supiera lo hermoso que se ve cuando llora. No muchas personas tienen esa cualidad particular.

―¿Piensas devolverme la maldita fotografía? ―me cuestiona, extendiendo su brazo con su palma abierta.

―¿Por qué es tan importante? ―vuelvo a mi primera interrogante, pero le acerco la imagen para que la tome sin más, cosa que hace de un arrebato, como si mis manos la ensuciaran de alguna manera.

Mirándola y acariciándola entre sus dedos, respira con pereza y resignación una vez más y habla:

―Es la única foto que conservo de niño. Es un recordatorio... de que... pueden venir tiempos mejores.

De súbito, una lágrima toca la vieja polaroid.

―Pero no llegan... nada ha mejorado ―suspira con dolor―. ¡Estoy aquí, encerrado con un loco con colmillos! Mi novia y mi amigo me han apuñalado por la espalda, ¡burlándose de mí! ¡Y tú...! Tú te regocijas con mi dolor.

―Nam-joon...

―Eres un maldito... ¡Y luego vienes a mí, me hablas de amor y toda esa mierda tuya! ¡¿Tú qué carajos sabes lo que es el amor?! ¡No eres más que un asocial, psicópata y demen...!

―Pobre criatura... ―digo de repente, acallándolo al instante―. Nam-joon... tú no has podido conocer lo que es el verdadero amor, ahora me doy cuenta de eso.

―Eso no es...

―Está bien. No voy a "regocijarme de tu dolor", como tú quieres creer. Veo que somos más parecidos de lo que me imaginaba. Tal vez para ti no sea algo alentador; sin embargo, para mí es bastante revelador.

A medida que hablo avanzo hacia él. Por inercia retrocede hasta que choca con el buró, haciendo que el recipiente con rosas caiga. No importa. El candelabro también cae y las velas se desparraman; piso una de ellas. Tampoco importa. Pongo mi palma sobre su hombro y ya que la mesita ahora se encuentra vacía hago que tome asiento.

Intenta hablarme y tocarme para apartarme, pero soy más rápido y atrapo su muñeca en el aire.

―Nam-joon... ―Deslizo mis dedos fríos por su cálida mejilla―. Tal vez no comprenda del todo tu dolor, pues mi naturaleza es diferente. Pero permíteme decirte unas cuantas cosas. Lo haré con calma y no me alteraré si aceptas escucharme.

Dejo que mi voz sea un susurro parsimonioso y le regalo una pequeña caricia a su muñeca, deteniendo la presión contra su piel. Él parece bastante receptivo, aunque también es probable que yo le haya ganado a su espíritu de lucha, porque está enervado emocionalmente.

Es cierto, no comprendo mucho respecto al amor. Pero sí sé que se trata de un vínculo ferviente, un lazo casi sagrado, un acuerdo de dos partes, si puedo describirlo de esa manera. "novia", "amigo", son como una poderosa jerarquía. En mi vida hubiera pensado que palabras tan mundanas tuvieran semejante poder y efecto. Pero como siempre, no es la palabra la que contiene el poder, sino la manera en que nosotros la percibimos, la adoptamos y aceptamos.

―¿Quieres que los lastime, Nam-joon?

―¿Qué...?

―Si tú me lo pides, yo los haré pagar por causarte miseria.

―N-no...

―¿Incluso después de que te traicionaron? ¿No quieres venganza?

―"La mejor manera de vengarse de alguien... es no parecérsele" ―cita, y yo esbozo una sonrisa.

―William Shakespeare.

―Por favor, no los dañes...

―Oh, Nam-joon... ―Acaricio su mejilla―. Incluso en tus momentos más obscuros, en la umbría casi absoluta de este cuarto, irradias formosura por cada poro de tu piel. Y tu voz, aun quebrada y maltrecha, se vuelve música en la soledad.

―Basta... por favor... ―resopla, exhausto―. No me adules así... no harás que me enamore...

―Santo infierno... ―bufo.

―¿Fue por eso que perseguiste a Jessie? ¿Querías que descubriera su infidelidad para que ella deje de ser un obstáculo en mi corazón?

―¿Me creerías si te digo que...?

―No sigas... ya conozco la respuesta.

―Está bien, Nam-joon. Seré sincero y te diré la verdad, que es precisamente eso que planteas.

I knew it, bitch...

―Por suerte para ti soy políglota.

Nam-joon resopla sonriendo apenas por unos segundos y eso me fascina. Quiero llamar a su picardía y que olvide su desdicha.

―¿Para qué demonios me dijo que me quería si deseaba a otro? No lo entiendo...

Una lágrima traviesa se le escapa y se desliza por su mejilla. Yo decido atraparla en mi pulgar y besarla bajo su atenta mirada.

―¿Sabes? A diferencia de aquellos que han fingido quererte, yo jamás te he mentido.

―No eres mejor que ellos...

―No he dicho que lo sea. Pero la honestidad es un punto fuerte entre individuos.

Él desvía la mirada y se lleva una mano a la frente, agobiado.

Ya casi... solo un poco más.

―Eres hermoso...

―Ya cállate... Ahora hazme el grandísimo favor de marcharte de la habitación, estoy muy cansado y ya no quiero escucharte más.

Lo dejo que me aparte y se levanta del buró, aunque solo le permito alejarse unos pocos pasos de mí.

―¿Por qué te resistes a mis halagos? ―pregunto, tomándolo del brazo.

―Porque son vacíos, plásticos e infundados ―me responde, mientras aparta mi mano.

―¿Infundados? ―cuestiono, viéndolo agacharse para recuperar su preciada polaroid.

―Ya me oíste ―me contesta, dándome la espalda.

Esa pequeña chispa que se aviva cada vez que lo tengo cerca de pronto genera una llamarada. Desconozco en qué instante le pongo mis manos encima, le doy la vuelta de un manotazo al hombro, lo que causa que caiga sentado al piso, su espalda contra la madera de la cama revestida de hierro y la suavidad del colchón. Lo tengo mirándome con la respiración agigantada.

―Apártate, Seok-jin.

Trata de levantarse, pero asgo su muñeca de nueva cuenta en mi ansia por perpetuar nuestro intercambio. De verdad lo anhelo. Estoy tan cerca y tan lejos, que no me permitiré ponerme un freno.

―¿Crees que mi atracción por ti es un artificio?, ¿una ilusión?

―Lo único que sé con seguridad es que estás loco. Suéltame y quítate del frente.

―Nam-joon... Tal vez nuestros caminos no hayan sido coincidencia nada más, sino que todo estaba predestinado a ser de este modo.

―Dices disparates... ―Trata de apartarme de nuevo, pero no lo dejo.

―Escúchame, por favor... ―Mi tacto se vuelve gentil y mi tono se transforma en uno suplicante. Empiezo a desconocerme.

»Lamento ser tan loco... Pero desde que nuestro encuentro se llevó a cabo esa noche en ese bar, tu presencia se ha vuelto mi mundo, tu voz, mi mantra infalible y la sensación de tenerte cerca de mí, una necesidad.

―Por favor... ya detente... ―Desvía la mirada.

Puedo ver por el cambio en su tez y el aumento de su temperatura corporal que se siente apenado por mis palabras.

¿Por qué, amante? Solo expongo mis verdades desnudas delante de ti, son todas tuyas, eres el dueño, tómalas, te lo suplico.

―Decirte que eres hermoso no es solo un decir...

―Basta... ―suspira.

―Estoy aquí, ofreciéndote afecto, dispuesto a dártelo. Que todo surja poco a poco. Incluso si no termino de comprenderlo del todo, quiero experimentarlo contigo...

»Quiero tenerte a mi alcance... para acariciar tu hegemonía, adorar tus gestos y bendecir tu existencia. Quiero que con mi mano te sientas bien recibido, que olvides todo lo que te hace desdichado y que desees responderme.

Lo tengo arrinconado dulcemente. Su rostro está ladeado y me atrevo a rozar su mejilla con la punta de mi nariz. El calor sigue subiendo y su corazón delator se pone a mi favor.

Lo estoy consiguiendo, estoy ganando.

―¿Me dejas, Nam-joon? ¿Me dejas transmitirte afecto?

―Seok-jin, te lo pido...

―Sí... tu pide... Pídeme todo menos algo que involucre separarme de ti ahora, te lo imploro...

―Quisiera que me dejaras ir...

―¿Y qué harías en ese mundo donde te han demostrado que no te aman?

Mis palabras filosas tocan su herida interna. Soy un patán de la peor calaña, pero también soy insistente ante mis convicciones.

―Yo estoy aquí ―digo, tomándolo por el mentón con sutileza y sus ojos se direccionan hacia los míos―, ofreciéndote todo lo que te han negado. A entregarte la devoción y reconocimiento que te mereces. Decirte y repetirte lo especial que eres, lo importante.

Posa su palma contra mi pecho; copio su acción; su corazón late con frenesí. Siento nuestras bocas rozarse; su cuerpo tiembla, pero no está rígido. Con los labios entreabiertos lo testeo y su respiración cálida me golpea. Mis ojos están cerrados de encanto y deseo. Empujo mis belfos y los baño con los opuestos. Me encantas Nam-joon, pero no te beso, porque soy un masoquista temerario. No obstante, basta solamente con escucharlo susurrar de manera apenas perceptible mi nombre, escapándosele entre los dientes para que detenga mi tortura. Lo agarro del rostro con ambas manos, acariciando su piel como epíteto de mi tan apetecida glorificación y conecto nuestros labios en lo que es nuestro primer beso.

Santo infierno... néctar divino, placer avaro, lujuria vehemente y sublime. Esto... es más de lo que pude haber imaginado o soñado en toda mi existencia. Sé que no es amor, pero es el primer paso.

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