Two Hours



Los días se le hacían eternos desde que había dejado la casa del matrimonio. Hacía dos días que caminaba en busca de algún pueblo en el cual comprar algunas provisiones pero no había encontrado siquiera una capilla en su andar.

Para muchos, la ausencia de camino sería un problema, pero Yura iba confiado de lo que su abuelo le había enseñado y de que seguramente lo estaría cuidando aun cuando ya no estaba en el plano terrenal, por lo que no se sentía perdido o temeroso.

Esos días le habían servido para trazar un plan en su vida. Si bien los primeros momentos de su viaje habían sido impulsivos, también estaba convencido de que no toda su vida sería así, por lo que hizo una lista de situaciones que debía empezar a plantearse:

¿Qué necesitaba para continuar su viaje?

Lo primero y lo más importante ya lo había hecho: dejar el nido familiar y enfrentarse al mundo.

Lo segundo: contar con valores necesarios (monetarios) para poder enfrentar alguna vicisitud. De ello tenía aún la herencia de su abuelo, la venta de la casa y la panadería, además de lo que ganaba en cada asentamiento que visitaba.

Lo tercero: comprar un caballo y una carreta. Eso le ayudaría para poder él transportar algunas cosas propias que le ayuden en sus viajes y en sus presentaciones en cada pueblo en el que se presentase.

No es que se estuviera haciendo rico en cada lugar en el que se presentaba. Muchas veces sólo le daban flores en agradecimiento. Y no lo veía a mal, porque muchas de las flores provenían de personas que no tenían más que ofrecerles por el bello momento musical, y esas las podía ir ofreciendo a las tumbas que se iba encontrando en el camino. A veces se topaba con gente tan pobre que en lugar de esperar algo a cambio de su canto, él mismo les apoyaba con alguna hogaza de pan.

Lo que sí que no soportaba era de repente toparse con los engreídos. Aquéllos que querían valerse de su dinero o posición social para sobrepasarse con él, pero para su suerte (o para su desgracia) nadie lo conocía en el arte de la lucha, por lo que se les enfrentaba dejando en claro que él no era como una de las tantas cortesanas que podrían encontrar en cualquier camino.

Y eso lo llevaba a una cuarta: ¿había alguien digno para compartir su viaje?

A veces recordaba el sueño que tuvo en el lecho cuando dormía junto al cadáver de su abuelo. Aquél donde su familia le felicitaba por la persona tan bella a su lado.

Y hasta ahora no había nadie quien se ganase ese lugar junto a él.

No es que esperara que viniera un príncipe o una princesa a llenarle de lujos, cantarle o que comparara la belleza que él sabía tener con las maravillas del mundo. Tampoco necesitaba a alguien que lo defendiera, porque él podía cuidarse sólo.

Él sólo buscaba a alguien con quien compartir su vida, sus momentos, crecer juntos, luchar juntos. Unos brazos que lo recibiera, dónde descansar después de un día cansado. Alguien con quién llorar por las pérdidas, pero que también lo acompañe hombro con hombro cuando se levantaran. Reír por situaciones que ellos encontraran divertidas, y con quién compartir aquello que llamamos amor.

Porque Yura no era un iluso, pero sí un soñador.

Sin embargo conforme su viaje continuaba, y más personas como esa se topaba en su camino, se le hacía casi imposible lidiar con ellos y su esperanza de encontrar una persona digna se iban a la basura.

Los hombres eran engreídos, muy orgullosos de sí mismos y de aquello que llamaban "hombría", y las mujeres demasiado hastiantes, chillonas y dependientes, como si sólo pudiesen ser mujeres por el éxito supeditado de los logros del que fuese su esposo.

Yura no necesitaba a una persona así en su vida.

Él quería ser alguien por sí mismo, y que la persona que estuviese con él tuviera el éxito y logros personales.

¿Acaso era mucho pedirle al cielo una persona así?

Tan perdido iba en sus pensamientos que no notó que alguien tenía un buen tramo llamándole.

Era un hombre de su estatura, complexión delgada pero fuerte, moreno y con una presencia casi animal. Básicamente todo lo contrario a él, que era de apariencia más bien frágil (que no lo era), rubio y de presencia etérea... o eso habían dicho los aldeanos al ponerle el apodo de "el hada", porque su presencia era casi como ver un ángel o un hada.


- Hey –dijo a modo de saludo -¿puedo acompañarte en tu viaje?

- ¿ah? –exclamó asombrado -¿acaso sabes a dónde voy?

- No, pero tampoco es como si yo tuviera un rumbo en concreto –responde el moreno -¿A dónde vas tú?

- No es de tu incumbencia.

- Quizá tengas razón, pero creo que es mejor viajar en compañía que sólo, además... este camino ya lo recorrí antes, así que te puedo indicar dónde es seguro acampar y dónde no... así que ¿quieres que te acompañe o no?


Yura lo pensó por un instante. Si bien no lo conocía, era cierto que el ir solo se estaba volviendo algo triste. A veces solo conversaba con los duendes que salían a su encuentro por el camino pero no era como si platicaran mucho, porque los duendes y las hadas poseen su propio lenguaje muy alejado a los sonidos del mundo terrenal.


- Está bien –soltó finalmente –dejaré que te me unas, sólo porque estoy muy aburrido. Pero dime algo, ¿por qué quieres acompañarme?

- Porque tengo desde que se levantó el sol siguiéndote, y en tus ojos he visto más decisión que la que he visto jamás en otros hombres que se dicen ser "fuertes". Tu fortaleza viene arraigada de ti y de tus convicciones, no de alabanzas sin sentido.

- Oh... -Yura se sorprendió, en realidad no esperaba que le dijeran algo así. Normalmente todos los hombres se iban por su apariencia "linda" y nadie le había hablado sobre la cualidad de sus convicciones.

- Muy bien –le extiende la mano –mi nombre es Yuratchka Plisetsky ¿cuál es el tuyo?

- Me llamo Otabek Altin.

No tardaron mucho en simpatizar. Otabek era una persona muy callada a pesar del apasionado discurso de unión que le dio, y Yura era una persona encantadora cuando las personas a las que trataba le agradaban. Algo raro porque normalmente nadie le simpatizaba.

En su pueblo hablaba con el sacristán más que con el párroco, y en lugar de hablar con los niños usualmente hablaba con Minami, el duende de la iglesia.

Empero a su aura tranquila, Otabek era alguien bastante inteligente. Podría decirse que hasta más que él. En el poco camino que llevaba recorrido, el moreno le había mostrado muchas de las bayas que podrían confundirse fácilmente por venenosas –y que Yura había evitado ingerir por miedo a morir envenenado –de esa forma aprovechando más lo que estaba a la mano en la naturaleza dependiendo menos de los valores monetarios.

También lograba rastrear fácilmente animales que servirían de alimento dentro de esos días sin llegar a ningún pueblo.

Además le enseñó cómo hacer nudos y cuerdas de los diversos elementos que había en el suelo, para improvisar lechos cuando el anochecer los sorprendía.

Días después de iniciado su viaje en conjunto, hacia el atardecer, se sentaron al pie de un árbol para descansar y comer algo. En un morral Otabek traía aún carne seca de la cacería que había realizado un día atrás y Yura se encargaría esa noche, por primera vez, de armar un lecho improvisado para ellos dos.

El sol ya estaba muy alto en el horizonte, cuando una anciana que andaba muy encorvada, se les acercó apoyada en un bastón y en la espalda sostenía un haz de leña. La pobre mujer se veía que en su juventud seguramente había tenido una gran altura, y su cabello recogido en un moño detrás de la nuca indicaba también una gracia diferente a cualquier aldeana. Cerca de donde ellos estaban, la mujer trastabilló, cayendo al suelo y quejándose dolorosamente. Pobre mujer, se había roto una pierna.

Otabek y Yura se acercaron a ella para ayudarle, entablillándole la pierna, y le propusieron ayudarle llevándole a su casa para que descansara. La mujer, agradecida, aceptó su oferta y ambos camaradas se repartieron el trabajo. Otabek por ser más fuerte de los dos, cargó a la mujer en sus brazos con mucha delicadeza, mientras Yura apoyaba con el equipaje del moreno, las varas de la señora, además del su propia carga.

Llegando a la pobre casita de la señora, un hombre calvo le recibió, seguido de una larguirucha chica pelirroja.

Ambos le indicaron que llevasen a la mujer dentro, quien se quejaba amargamente del dolor en su pierna.


- Muchas gracias por haber traído a mi esposa a mi casa. No sé cómo agradecerles -un conmovido señor les agitaba las manos con profundo sentimiento.

- No fue nada señor, supongo que es el destino que quiso que estuviésemos cerca cuando colapsó su señora.

- Madre es terca –declaró entonces la pelirroja –le he dicho mil veces que me deje ayudarle, pero ella opina que es mejor que me quede en casa, porque no quiere que me hiera cuando podría casarme con un buen mozo, y no desea que sea rechazada por algo tan tonto como un raspón en las manos o las rodillas.

- ¡Mila! –rezongó la mujer desde el lecho –una dama no debe hablar de esa forma.

- ¡Ya! Pero tampoco una mujer de su edad debería hacer trabajo pesado sólo porque la corte ya no quiere ancianos artistas.

- ¿Ancianos artistas? –inquirió Yura, interesado en lo que la mujer pudiese ser.

- Sí, verán muchachos, mi amada Lilia y yo solíamos pertenecer a la corte. Pero cuando la guerra terminó, todos los soldados fuimos relegados a diversos oficios, y mi esposa, que en aquél tiempo servía a la corte, tras el embarazo de nuestra bella Mila, no pudo bailar nuevamente.

- Por tenerme a mí, mi madre terminó su carrera como bailarina del príncipe, ahora rey, y aun cuando se recuperó de sus heridas, cuando quiso regresar, le rechazaron por su edad.

- ¡La hubiesen visto! Era realmente hermoso verla bailar, cuando lo hacía, te transportaba a un lugar lejano, donde vivía todo lo bello.

- Pero eso ya no será posible –objetó la mujer desde su cama –antes por lo menos caminaba normalmente pero ahora –su rostro se llenó de lágrimas –ahora ni siquiera podré caminar bien.

- ¡Lilia!

- ¡Madre!


La familia corrió hacia el lecho donde reposaba la mujer, en profunda pena. A ningún esposo le gusta ver a la mujer que eligió como compañera de vida marchitarse, y a ningún hijo le gusta ver las lágrimas de sus padres.

Entonces Otabek comenzó a rebuscar algo en su mochila sacando un tarro de vidrio que poseía una pomada de color extraño.


- Les ofrezco un trato. Si me dan las tres varas que tienen ahí –señalando el haz que Yuratchka había dejado en un rincón del cuarto –le pondré a la señora este ungüento. Les prometo que no sólo su pierna ya no estará rota, sino que podrá volver a bailar como en su juventud.

- ¡Pides mucho! –exclamó alarmada la mujer –esas varas en tan buen estado son muy difíciles de encontrar.

- Pero, ciertamente, lo que te ofrece es mucho mejor que unas varas cualquieras –terció Yura –no es muy agradable permanecer con una pierna fracturada.

- ¿Y para qué querrías las varas? –intervino Mila, sumamente interesada en los jóvenes forasteros.

- Para hacerlas escobas –respondió simplemente el moreno.


Yuratchka rio un poco ante el tono monótono con el que Otabek le había respondido a Mila. En el poco tiempo viajando juntos, el moreno le había mostrado una cantidad considerable de inflexiones en la voz, además de un real interés cuando platicaban. Entonces supo que Otabek era el compañero perfecto que tal vez él buscaba.

Otabek entonces abrió el frasco, y untó un poco de la gelatinosa sustancia en los pies de la mujer mayor. Pero, verán amigos, su pomada no era una que pudieses encontrar en una botica cualquiera, porque la mujer sólo estuvo un instante esperando a que la pomada hiciera efecto, y que se escuchara el "clic" de los huesos reacomodándose, para saltar del lecho y volver a bailar en puntillas.

Ese día fue de gozo real para toda la familia.

Estaban tan agradecidos que les invitaron a pasar con ellos la noche y les prepararon un sencillo festín, como festejo de su buena voluntad. Porque ciertamente ¿acaso la buena salud se obtiene por tres simples varas? Tal vez sí, pero no tan fácilmente.

Pero el chico de los ojos verdes estaba más fascinado por algo menos ostentoso. Por la noche, como compensación por toda la comida que les daban para poder continuar su viaje, Yura cantó algo ligero y alegre. Siendo honesto al rubio le atraía la forma en que la mujer bailaba, y ella percibió el interés del joven, así que haciendo a un lado los pesados muebles de madera que había en la choza, entonces Lilia le enseñó algunos pasos básicos de danza para acompañar su canto de forma armónica.

El muchacho resultó un buen bailarín, quien, al compás de la música que creaba Mila con su violín y Otabek con una lira prestada por Yakov, lograron realizar un espectáculo maravilloso.

Las lluvias de otoño comenzaron esa misma noche, y los jóvenes aceptaron la invitación de la familia para quedarse al menos esa noche. Sin embargo la casa estaba corta de lugares para pasar la noche, por lo que los forasteros tendrían que compartir una cama algo pequeña para dos hombres.

Yura no desconfiaba en la cercanía del cuerpo de Otabek, así que se desvistieron para poder colocarse las cómodas pijamas que Lilia les prestó. Yura vestido con una que le pertenecía a la misma Mila, y Otabek con una vieja camisola que pertenecía a Yakov.

Acostados en el lecho, los rayos eran los únicos que proveían luz, ya que la tenue luz mortecina que ofrecían las lámparas de aceite, hacía un rato que había sido apagada. En esos momentos, Yuratchka ya no se sentía tan solo, pues la presencia de Otabek era algo que se había arraigado en él.


- ¿En qué piensas? –la voz profunda de Otabek retumbó en la pequeña habitación, pero no tan fuerte como los truenos de la tormenta.

- La verdad tengo curiosidad –Yura volteó a verlo –tengo curiosidad sobre ti...

- ¿a sí? –el moreno le miró divertido –pues pregúntame lo que quieras.

- Pues... la primera y la más rara ¿para qué querías las tres varas? Ni que fueras a hacer escobas realmente, no las necesitamos en nuestro viaje, no aún al menos.

- Pues... soy una persona caprichosa y a decir verdad no podríamos obtener mucho de esta pobre familia, no al menos actualmente.

- Bueno, podrías obtener a su hija para matrimonio. Quizá no estén en la riqueza pero no les falta nada, y no es raro que los hombres pidan a las hijas que paguen los favores que se les hace a los padres –replicó Yura, con el semblante ensombrecido recordando sus propias experiencias.

- ¿Eso te pasó a ti? –inquirió el otro.

- ¡No!... bueno... no del todo... verás... en el pueblo muchos pidieron mi mano en matrimonio pero yo los rechacé... y debido a ello quisieron forzar sus deseos en mí.

- ¿hombres pidiendo a otros hombres para matrimonio? -Otabek enarcó una ceja.

- Suena raro ¿verdad? pero así como lo oyes... mi abuelo me explicó que es por mi condición especial.

- "¿condición especial?" ¿a qué te refieres?

- Pues... espero no te vayas a asustar... ni me rechaces después de esto pero... -Yura se sienta en la cama, con un poco de miedo en su voz –yo... yo puedo embarazarme a pesar de ser un hombre –dijo con la voz hecha un hilo.

- ¿Embarazarte? –repitió Otabek

- Sí, lo sé, soy repugnante –el rubio se levantó y comenzó a caminar en la estancia, abrazándose a sí mismo –seguro después de saberlo ya no querrás saber de mí, y lo entiendo, no todos pueden aceptarlo, pero así nací, incluso sufro la visita de la luna así que por lo menos tres días cada cuarenta y cinco días debo quedarme en cama porque mi propio cuerpo rechaza esto –se señala –soy repugnante Otabek, lo soy...


El más joven se desplomó en el suelo, llorando con profunda pena. Con nadie había compartido su secreto más allá que su abuelo. En el pueblo todos conocían el hecho de su estado pues... dicen que "pueblo chico chisme grande" por lo que, en cuanto el médico y la partera observaron su condición irregular, corrieron la voz, llevándose con ello la atención no deseada de muchos.

Sus lágrimas caían. A veces él mismo tenía la sensación de no ser suficiente ¿acaso esa era la razón por la que no podía encontrar a alguien especial? No podía ir vociferando su condición para que si fueran hombres lo aceptaran porque sí podrían tener familia. Con las chicas... ¿ellas se intimidarían al saber que él también podría tener bebés? Ya le había pasado en alguna ocasión... cuando salió con Sara, una chica que también era especial como él porque era gemela de Michele, y en aquéllos tiempos los gemelos, mellizos, o los partos múltiples en sí, eran un hecho tan aislado que cuando ocurría, se le atribuían poderes demoniacos a esos niños.

Pensó en aquél tiempo que tal vez ella sería capaz de entenderlo, y apenas tenía la tierna edad de 12 años y Sara 14... sin embargo más que apoyo, recibió un rechazo tan duro que recuerda que ese fue el principal motivo por abandonar el coro, pero eso jamás se lo había revelado a nadie tampoco.

Años después Sara y Michele escaparon del pueblo. Aún se rumora que los hermanos mantenían un amor prohibido. Incesto decían los rumores.

No supo en qué momento se encontró contra el duro pecho de Otabek. Lo sostenía entre sus brazos mientras él soltaba su miedo de quedarse sólo por un don que en lugar de darle una oportunidad parecía ser el principal obstáculo para encontrar el verdadero amor.


- Escucha, Yura, en este amplio mundo encontraremos de todo ¿no eres el mismo chico al que las propias hadas y duendes persiguen por el bosque? –lo miró a través de la penumbra –no hay nada de lo que hagas que me haga repudiarte ¿Qué puedes tener hijos? ¡eso es maravilloso! Estás dotado de muchos dones. Eres alguien con un amable corazón que se pone de mal humor por las mañanas –el aludido ríe –ciertamente eres un extraordinario cantante, tienes un sueño que estás empezando a darle forma –Otabek le sonríe –quizás no tienes muchos músculos -le presiona el brazo.

- ¡Oye! –el otro le da un ligero golpecito en el hombro.

- Pero ciertamente tienes perseverancia, y no te dejas intimidar fácilmente. Creo que posees muchas cualidades que de verdad en este mundo se necesitan, sólo que te has convencido a ti mismo en que son defectos.


Las palabras de Otabek fueron escuchadas con atención por el joven, arraigándolas en su pecho, sintiendo cómo un calorcito agradable subía y se expandía a cada poro de su piel, a la vez que sus temores se iban disolviendo. Ambos se trasladaron nuevamente hacia la cama, donde Otabek acurrucó al joven quien a pesar de ya no llorar tenía aún alguno que otro hipido rezagado de llanto que lo atacaba.

La mente de Otabek era tranquila, sin embargo, había una frase que rondaba constantemente en su cabeza "¿por qué no te conocí antes Yuratchka? Tal vez, de haber estado antes tú en mi vida, no hubiese pasado por tantas cosas desagradables y yo no hubiese sido la persona que era... y ahora estaría todo lleno de color y de vida... pero ahora mi propósito será otro. Mi propósito será que tú logres tú felicidad".

Y con esto último, Otabek se durmió también.



¡Holitas!


Aquí ya el tercer capítulo ¿pueden creerlo?

Este fic me tiene muy entusiasmada, espero terminarlo pronto.


Como pueden ver, lo estoy alargando, pero el fic en sí es corto, yo creo que unos cinco capítulos más y se terminará.


Por lo pronto quiero agradecer a sus votos y sus comentarios sobre los capítulos pasados, me hacen de verdad muy feliz, amorcito a todas las que me leen.


Y bueno, ya al fin apareció Otabek ¿se lo imaginaban como el compañero perfecto? Yo sí, me encanta.


Ya saben, cualquier duda o aclaración, dejen sus comentarios, y si les gustó pueden darle en votar, me ponen felices con ello.


P.D. ¡Vean esto!


La preciosa @@RenRenV me mandó esto diciendo que le recordaba mi fic ¡y no tenía idea de lo que iba en este capítulo! Le quedó perfecto. Díganle que la amito mucho (aunque ya lo sabe)

Bueno, ahora sí, es todo, ya los dejo. 


Atte:

Kim Usagi

¡les amito mucho! Gracias por leer.


PD. 2: Por más que no quiero, los capítulos me salen cada vez más largos jaja.

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