One Minute
La primera noche no le quedó de otra que dormir en un montón de heno de una granja abandonada y caída que encontró en pleno camino. No había techo o siquiera una triste manta.
Sin embargo esto, para el impredecible joven que tenía ganas de comerse al mundo, dormir a la intemperie no fue nada.
Pensaba que ni siquiera el propio rey sería capaz de tener mejor lecho, con el propio cielo era el mejor techo, la luna la mejor lámpara que no tendría peligro de derramarse, quemar o incendiar algo, y el río cercano conformaba el mejor lavabo del mundo.
Sólo agradecía que era verano y que no moriría de hipotermia.
Yura dormiría tranquilo esa noche, quizás debido al cansancio, y no despertó hasta el día siguiente con el propio canto de las aves que parecían cantarle "¡DESPIERTA! ¡DESPIERTA! ¿Qué no ves que ya amaneció? ¡Arriba! ¡Arriba! ¿No te has despertado aún?" y cuyo piar siempre había odiado escuchar a primeras horas de la mañana.
Después de lavarse en el río y acomodar sus hebras doradas en una coleta, a lo lejos escuchó el repicar de la iglesia del pueblo al que había llegado. No se había dado cuenta de que era domingo y que era el llamado de la iglesia a la misa matinal.
Las personas iban y venían para escuchar al predicador y Yura, por costumbre, fue con ellas. Cuando llegó la hora de los cantos, Yura cantó con fuerza. Su propósito era empezar a ser conocido más allá de su pueblo. Así que cantó, cantó con todo su corazón potente, resaltando sobre todos los demás con su angelical voz.
Al término de la misa, los feligreses se acercaron a él y lo felicitaron por su hermoso canto, y no pudo evitar pensar en su propio pueblo, que seguramente se preguntarían qué habría sido de él y el por qué de su repentino viaje. Recordó al curioso duendecillo de la iglesia que solía brincar de alegría cada que él asistía a misa y cantaba los gloriosos salmos. Una sonrisa nostálgica surcó su rostro mientras su mirada se posaba en el cementerio junto a la iglesia.
En él había muchas tumbas, algunas cubiertas con bastante maleza. Entonces Yura recordó a su propio abuelo, y pensó entonces en la situación actual, su abuelo ahora sólo y sin quien pueda arreglar su tumba, con el tiempo tal vez adquiriera ese mismo aspecto abandonado... y sintió remordimiento por dejarle solo, porque ya no estaría él para cuidarle.
Decidió, ante los ojos atónitos (y algo avergonzados) de los demás feligreses, sentarse en el suelo para arrancar toda la hierba mala. Arregló las tumbas y les dejó sólo aquéllas plantas que incluyeran flores de cualquier tipo, las demás las arrancó sin piedad de raíz. Enderezó las cruces para dejarlas visibles, además de las coronas de flores viejas las quitó y juntó en un montón de basura para después quemarlas.
- Tal vez alguien lo haga en mi lugar abuelo, ya que yo no estoy ahí para cuidarte.
Cuando salió del camposanto, se topó con una mujer que había visto con ojos amables toda la escena del rubio limpiando el lugar. La mujer lucía un enorme vientre de embarazo y portaba en sus brazos algunos ingredientes de comida.
- Muchacho, tú no eres de por aquí ¿verdad? –los bellos ojos de la mujer brillaban en color chocolate.
- Este... no... sólo iba de paso –indicó, algo sonrojado ante la enérgica mujer.
- Bueno, si quieres puedes quedarte en nuestro hogar, es algo pequeño pero seguro te encantará ¡vamos! Mi esposo seguro querrá que te quedes, amó el canto que ofreciste esta mañana y en serio estará conmovido de que hayas arreglado las tumbas.
Sin esperarlo, la mujer le tomó de la muñeca en un agarre firme y lo arrastró hacia una pequeña casa, que para ironías de la vida, resultaba ser una panadería también. Cuando entró a la calidez del hogar el primero en recibirlos fue una gran masa humana, que suponía tal vez fuera un ayudante de la panadería. Menuda fue su sorpresa que tal mole humana en realidad era el esposo de la diminuta mujer embarazada "seguro el bebé que porta es un gigantón, por eso semejante panza... auch..." pensó de forma descuidada.
- Querido, mira a quién encontré –dijo la mujer besando a su esposo en la enharinada mejilla –te alegrará recordar que él fue el que...
- Sí, lo ubico, el muchacho que cantó tan gloriosamente durante la misa, es un placer conocerte –agregó extendiendo la mano notando que las de Yura se encontraban algo ampolladas debido a su trabajo en el cementerio –pareciera que hiciste algo de trabajo rudo estos días.
- Pues yo... -no estaba seguro de decirlo, su abuelo le había enseñado que alardear de algo hecho de corazón le quitaba el mérito a su caridad, por lo que decidió evadir la respuesta –estuve de aquí por allá, supongo que no me di cuenta cuando terminaron así.
- Este chico es fantástico cariño –la joven le invitó a sentarse en la mesa de la callada panadería –lo vi cuando iba saliendo, él solito limpió muchas de las tumbas abandonadas sin pedir nada a cambio.
Yura se había sonrojado ante el comentario de la joven mujer, quien emocionada le relataba a su esposo las "hazañas" vistas por ella durante el día. Así pudo conocer un poquito más del pequeño matrimonio. Eran un par de extranjeros que habían visto en ese pueblo la oportunidad de empezar de cero, después de que en su tierra natal los demonios y algunas criaturas oscuras tomaron control de la región, por lo que no pudieron continuar viviendo ahí. Descubrió también que al parecer, según la partera, la joven pareja esperaban más de un bebé, y que los nombres de ellos eran Yuuko y Takeshi.
Por su parte, Yuratchka también les contó parte de su vida, sus aspiraciones en la vida y la decisión que lo impulsó a iniciar ese viaje. Omitió el miedo que sintió las primeras horas de su camino, y que casi sale corriendo de regreso por arrepentimiento de dejar le pueblo que le vio crecer, además del obvio dolor que sentía por la pérdida de su abuelo.
La pareja le miró con ternura, y después de ofrecerle algo de comer en agradecimiento a arreglar las tumbas, le ofrecieron un cuarto para que pudiera dormir abrigado esa noche. Con algo de reticencia terminó aceptando, porque, siendo honestos, la mujer era encantadora, pero nunca aceptaba un no por respuesta.
Había pasado ya una semana que había llegado a ese pueblo, y para agradecer la hospitalidad del matrimonio decidió ayudarles en lo que pudiera, además de que por las tardes tomaba prestado el acordeón que tenía Takeshi, y se iba a la plaza para tocar y cantar algunos popurrís que conocía.
Así pronto el pueblo supo que el joven que parecía hijo de las hadas vivía en donde el panadero, y poco a poco la gente se dejaba ver en el pequeño local, tanto para comprar el producto que ellos ofrecían, como para solicitarle algunos cantos para diversas fiestas.
Una tarde, cuando el sol estaba por ocultarse sucedió lo previsto: Yuuko comenzó con dolores de parto. Mientras Takeshi corrió en busca de la partera, Yura sostenía a la embarazada que ya había roto fuente y comenzaba con las contracciones.
Gritos y sangre, además de muchos chillidos, es lo que el rubio recordaría de ese caótico día, sin embargo, jamás olvidaría el momento en que la pareja le dejó en brazos a una de sus pequeñas criaturas, que resultaron ser trillizas. Unas chiquillas regordetas, enérgicas y de grandes ojos oscuros.
Yuratchka, en sus 19 años de vida, jamás había tenido la fortuna de presenciar algo parecido, y mientras el delicado cuerpo de la niña se movía incómoda ante el nuevo ambiente que la rodeaba, a él le cayó el peso de una verdad real y palpable: ya no tenía familia. En realidad no tenía a alguien que llamase suyo, y eso era una mierda.
Esa noche se fue a dormir en el momento que la oscuridad era más densa, la nueva familia ajena a su latente preocupación. Sí, era un doncel pero ¿hasta cuándo él se daría la oportunidad de formar a su nueva familia? No es que antes o ahora necesitara de una, pero si había algo cierto era que las dichas compartidas eran mejores que en soledad. No le importaba si fuera teniendo un hijo, una nueva mascota o una pareja. Simplemente su viaje por la vida sería más amena con alguien a su lado con la cual alegrarse de los pequeños logros en su camino.
Una noche, la villa continua le había pedido cantar para la fiesta de cumpleaños del noble que vivía ahí durante el final de cada verano. El rumor del chico hada que tenía una voz celestial se había corrido como el viento veraniego, hasta llegar a las comunidades cercanas, así que en esa ocasión tuvo que ir por invitación formal, para cantarle durante la noche. Después de su participación, podría participar de las festividades con los demás habitantes, además de disfrutar de una generosa paga que llegaría al día siguiente en forma de trabajo para Takeshi y Yuuko. En verdad le haría muy bien a la familia tener algo de trabajo para largo plazo, y no un goce inmediato, y era su forma de contribuir al amable matrimonio que lo acogía sin pedir nada a cambio, cuando cualquier otro podría aprovecharse de una persona solitaria que vagaba por el mundo.
En su camino de vuelta, una fuerte tormenta lo azotó y el rubio se dio prisa en encontrar un refugio, pero no tardó en dar con una pequeña iglesia, que estaba levantada en medio de los árboles. Para su buena fortuna, la puerta no estaba trabada y pudo entrar para protegerse. Su intención de regresar a donde Yuuko antes del amanecer se vio frustrado por eso.
- Qué más da –chasqueó la lengua –ya me cansé y tengo que descansar. Esos nobles creen que las personas les pertenecen... "al menos pagarán muy bien" –pensó esto último, algo emocionado.
Buscó un lugar seco en dónde sentarse, orando en silencio como su abuelo le había enseñado en cada anochecer, agradeciendo llegar a un nuevo lugar sin problemas.
Pasada la media noche despertó de repente. La tormenta había, por fin, parado, y la luna brillaba altiva en el firmamento, iluminando con luz plateado todo alrededor, rayos blancos filtrándose por las ventanas.
Entonces Yura reparó en un detalle que no había visto antes: un sencillo féretro estaba en el centro de la capilla, abierto, con un difundo en espera de recibir la sepultura.
Yura no tuvo miedo para nada. Desde pequeño su abuelo le había enseñado que los muertos, muertos están, y que a nadie dañan porque ellos ya están en un mundo más allá del que puedan ellos comprender. Solo las personas vivas, perversas, son personas a las cuales temer, y aún a ellas no es necesario temerles si vives con honestidad y con la conciencia tranquila.
Sin embargo, dos de esas personas se encontraban ahora, ahí mismo, junto al pobre difunto que esperaba ser enterrado. Sus intenciones eran claras: querían sacar al pobre hombre de su caja y aventar el cuerpo fuera de la iglesia.
- ¿¡QUÉ RAYOS SE CREEN QUE HACEN!? –la voz de Yura rugió furiosa entre las paredes de la iglesia -¿están dementes? ¡eso es retorcido! ¡déjenlo descansar por Dios!
- ¿Quién te crees que eres estúpido? –replicó uno de los tipos, acercándose peligrosamente a Yura y tomándolo de la camisola -¡nos estafó! Nos debía dinero y no nos pagó, merece ser tragado por las alimañas en lugar de una sepultura santa.
- Pero está muerto, no van a obtener nada de alguien tieso –los ojos verdes del rubio se endurecieron –y más te vale que me sueltes.
- Vaya que la hadita tiene cojones –se acercó el segundo tipo peligrosamente –si tanto quieres que lo dejemos, vale, lo dejaremos, pero tú nos vas a pagar el dinero que él nos debía, además de que de todas formas te llevarás una paliza por meter las narices en asuntos que no te incumben.
- ¿Y si me rehúso qué? –les respondió.
- Pues te golpearemos de todas formas, te quitaremos lo de valor a la fuerza y tiraremos a este perro para que se lo coman los lobos.
A Yuratchka se le heló la sangre ¿de verdad había gente tan enferma capaz de agredir a un cuerpo inerte sólo por dinero? Así que evaluó las posibilidades. En todas sus opciones sólo estaba el hecho de que podía prevenir el daño del difunto dándoles el dinero que traía. Por suerte no era la gran cosa. La mayoría de su dinero estaba aún en casa de Yuuko y lo que traía a la mano se trataba sólo de lo que le habían pagado algunos aldeanos en agradecimiento por dejarles escuchar su voz aún cuando él sólo iba a cumplir el capricho del noble.
- Bien, les daré el dinero, pero sepan que aun así no se salvarán de que les patee el trasero.
Yura les dio la bolsita con dinero que traía. Eran dos monedas de plata y treinta monedas de bronce, lo que había logrado ganar esa noche y que pensaba regalarle a Yuuko para apoyarle un poco con los gastos de las niñas.
Le dieron una paliza increíble. La peor de su vida.
De niño, a pesar de ser bien educado con los mayores, a veces no podía evitar meterse en problemas con los demás niños en el pueblo. A veces los mocosos pueden ser crueles y comentarios como "tú no tienes papás" pueden lastimar mucho las almas nobles de los infantes, sobre todo si son sus propios contemporáneos quienes se los dicen.
Pero al menos esas peleas le habían enseñado a defenderse por lo menos un poco.
Él intentó hacer lo propio para protegerse el rostro y la garganta, su medio de vida. Aquéllos no tuvieron piedad en patearle el estómago, pero Yuratchka no se dejaría vencer fácilmente. Les devolvió lo mejor que pudo las patadas que le dieron y los dos rufianes, al final, decidieron que tenía la hombría bien puesta como para respetar el trato que tenían.
Por lo que al amanecer se fueron de ahí, algo enfurruñados porque el rubito no era tan fácil de vejar, pero satisfechos por el motín adquirido, que era mucho más de lo que el infeliz cadáver les debía.
Yura colocó dicho cuerpo en el féretro otra vez, y después de rezarle un poco, le aseguró que nadie más lo molestaría y le pidió que descansara en paz porque su deuda estaba saldada, y de esa forma dejó la iglesia.
Con la luz matutina rompiendo la oscuridad y colándose entre el verde follaje, Yuratchka logró ver algunas hadas y duendecillos acercarse dubitativamente a él. Su salvaje aspecto después de la paliza los intimidaba, pero su presencia era bien recibida ya que era un alma buena y pura.
Muchos de los duendes no eran más grandes que un dedo, y algunas hadas se acercaron con sus curiosas lucecillas hacia él, intentando colocarle plastas de miel con algo blanco en donde tenía las heridas más copiosas del rostro, que no se había salvado del todo de ser lastimado.
Las risillas de aquéllos seres mágicos se escuchaban como pequeños chillidos, fácilmente confundibles con el rechinido de los grillos o el aletear de los insectos. Otros más se colgaban entre las ramas intentando llamar su atención y obsequiándole coronas de flores, por su nobleza mostrada para el difunto.
Algunos se balanceaban entre las gotas del rocío matutino, más copiosas por la lluvia nocturna, y a veces, cuando Yuratchka movía por accidente alguna rama que derramaba agua como si lluvia fuese, arrancaba pequeñas carcajadas de los seres feéricos.
¡Ese era un show maravilloso! Los duendecillos se pusieron a tocar sus pequeños instrumentos musicales hechos de hojas y ramas y flores, y las hadas cantaban sobre las mil maravillas del cielo y la vida en todo el universo. Yura pudo reconocer algunas de esas canciones, que su abuelo le recitara de niño, y en su camino, aún algo adolorido, comenzó a cantar junto a ellos.
Bichos colgaban de los árboles, las arañas salían nuevamente a realizar sus tejidos. Hongos, flores silvestres y frutos. A pesar de haber sido una mala noche y estar algo enfurruñado por ello, al parecer la naturaleza se encargaba de recordarle las bellezas del universo.
Ese momento se prolongó hasta la salida total del sol, entonces, las hadas y los duendecillos se deslizaron entre los capullos de las flores, y se escondieron entre las ramas de los árboles, y el viento se hizo cargo de todos esos rastros de magia que había presenciado en su camino.
Fue entonces que se dio cuenta que había llegado, sin sentirlo, a casa de la familia que lo acogía.
Pensó entonces, en aquéllos rufianes soeces que se atrevieron a lastimarle por defender a un difunto ¿qué pasaría si se enteran de quién le estaba ayudando por el momento? Tal vez los lastimarían también.
Así que aprovechando que la joven madre no estaba y que su esposo seguro se encontraba trabajando en la panadería, juntó las cosas con las que había llegado, limpió la estancia, y agradeciendo silenciosamente, abandonó aquél amable hogar.
No sin antes dejar la mitad de sus ganancias por cantar a aquélla familia que le había acogido por capricho del destino.
Esperaba pronto llegar a un nuevo lugar.
Segundo capítulo y seguramente se preguntarán "a mí me prometieron otayuri ¿dónde está?" No desesperen, eso ya mero llega.
Por cierto, si ya leyeron la versión original de este cuento, sabrán que Beka sale el próximo capítulo (lo sé, soy terrible).
Si no lo han leído ¿qué esperan? les dejo el link aquí abajo
http://ciudadseva.com/texto/el-companero-de-viaje/
Espero no sufran mucho :D
En fin~
Les dejo muchos cariñitos, gracias por leer, y si les gustó se aceptan los votos positivos, y si tienen alguna duda o comentario, no duden en dejarlos.
Ahora, les dejo un otayuri bonito para compensar la espera:
¡Los amito mucho!
Atte
Kim Usagi
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