Four Nights
Mila se reía como loca cuando veía lo fatigado que Yuri estaba con tan sólo dos horas de caminata cuesta arriba en la montaña. El rubio sólo miraba a la pelirroja horrorizado de su tremenda resistencia, y que a pesar de los ropajes no parecía cansada en lo más mínimo.
- ¡Vamos Yuri! –la pelirroja lo miraba desde un gran tramo después -¡yo sé que tú puedes!
- ¡a callar Mila! –le gritó -¡no todos estamos endemoniados como tú!
- Jajajajajajajaja –la chica se sentó en el suelo, desternillada de risa.
Cuando llegaron a una altura considerable para detenerse y descansar, ya era el anochecer, y estaban tan arriba que las torres de las iglesias se veían al fondo como diminutas bayas rojas que sobresalían entre todo el paisaje, y sus verdes ojos se perdieron en el hermoso panorama nocturno, hasta la lejanía de las tierras que jamás había visitado. Tanta belleza y magnificencia jamás había visto Yuratchka, pero lo que lo hacía mejor es que, en ese paisaje, ahora habían dos personas que se habían vuelto importantes para él. La escandalosa Mila con sus sonrisas igual que soles y una risa estridente que solía levantarlo en la mañana cuando más acurrucado estaba en los brazos de él.
Y estaba Otabek. Al cual admiraba como no recordaba hacerlo jamás. Él solía ser todo lo que anhelaba lograr.
Desde la mañana que abandonaron el pueblo con dirección al principado, despidiéndose de la pareja de actores y de los padres de Mila, además de la familia del guardia, su panorama había cambiado.
No.
Había cambiado todo desde el momento que decidió dejar su ciudad natal. A veces lo recordaba con nostalgia ¿el duende seguiría siendo tan travieso? ¿Quién cantaría ahora en las misas dominicales?
Sin embargo no se arrepentía de su decisión. Sí, es verdad que a veces amanecían tan hambrientos que no sabían si sobrevivirían hasta el momento en que cazaran algo, pero había conocido a gente maravillosa, y ahora los tenía a ellos dos. No podía pedir más.
Esa era su cuarta noche de viaje con ellos dos, y mientras avanzaban, Yura les interpretaba algún baile que se le había ocurrido o les cantaba un poco de lo aprendido por algún duende o hada, mientras actuaba un poco para darle una interpretación más profunda. Otabek y Mila siempre lo escuchaban atentos, regalándole aplausos o correcciones, o algún consejo de cómo hacer las cosas mejor.
Los ecos de lo que había en la naturaleza siempre acompañaban su camino, y todas las noches, al estar en los brazos de Otabek y cerrar los ojos, agradecía al cielo y a su abuelo por la fortuna de poder vivir esos momentos.
Un día, mientras seguían por la cordillera caminando en camino al principado, escucharon un hermoso canto que provenía de encima de sus cabezas, y al mirar hacia arriba se dieron cuenta de que se trataba de un precioso cisne blanco cuyo canto jamás escucharon antes a otra ave. Pero aquéllos cantos poco a poco fueron amortiguándose, y aquél hermoso cisne, con la cabeza inclinada, descendió hasta caer muerto a sus pies.
- ¡vaya! –exclamó Mila –es una lástima lo que le ocurrió a la pobre... pero ya estaba preocupada sobre qué comeríamos.
- Eres una carroñera –le dijo Yura, sintiendo algo de lástima por la pobre criatura.
- ¡Hey! Eres el último que debería decir eso, ayer te quejabas de que no aguantarías el hambre ni un día más.
- Pues no sé ustedes, pero yo me quedo con las alas –intervino de pronto Otabek –seguro valdrán bastante dinero por lo blancas y grandes que son, y pues el resto apoyo a Mila, podremos comer por lo menos hoy y mañana si secamos bien la carne.
- Pero... -Yura miraba horrorizado cómo Mila ayudaba a Otabek a sujetar las alas de la descomunal ave mientras él sacaba la espada y de un golpe certero las arrancaba, sin manchar nada del plumaje de éstas -...
Otabek guardó en su equipaje las alas, y comenzó a desplumar el ave, mientras Mila preparaba fuego para asar la carne. Yura comió por supervivencia, pues no encontraría nada en ese camino desértico que significaba la cordillera, llena de piedras y nieve, por lo que concordó que a veces, sólo a veces, es necesario aceptar las oportunidades como esa.
Esa noche, aun así, no durmió en los brazos de Otabek. Y por primera vez, después de todas esas noches, no pudo dormir por la intranquilidad y la falta del calor de esa figura con él.
Cuando vieron que estaban por llegar a su destino, comenzaron el descenso, el cual fue, por mucho, más fácil que el ascenso. Caminaron bastantes millas hasta que por fin vieron ante ellos una gran ciudad, con bastantes torres que brillaban al sol cual si fuesen de plata, y en el centro de la población, se alzaba un regio palacio de mármol cubierto con oro y un manto de nieve. Era la mansión del príncipe y su consorte.
Mila se veía contenta, porque quería entrar al pueblo y tomar una ducha decente, y por lo menos descansar una noche en una cama antes de presentarse ante el príncipe. Pero decidieron mejor hospedarse en alguna posada a las afueras, pues estaban tan mal vestidos que seguramente no serían de mucho agrado en la ciudad amurallada.
Así pues pidieron dos habitaciones, una para la joven chica y otra para los amigos. Quienes aún no se hablaban del todo después del cisne.
- Yura –Otabek miraba a su amigo, quien estaba recostado en la cama continua a la suya, y que no decía nada después de haber tomado un baño -¿seguirás enojado conmigo?
- ... -el joven rubio no soltaba ninguna palabra, y Otabek maldecía un poco a su mala suerte –no estoy enojado Beka –el corazón le saltó al oírlo decir esas palabras, y lo vio incorporarse hasta tomar asiento a la orilla de la cama, aun dándole la espalda. Visto así se veía muy frágil –es que no sé cómo disculparme contigo... tú hiciste lo más lógico dada el hambre que teníamos y yo me comporté como un niño respecto al ave...
- Hey Yura... -el azabache se hincó frente a él –sé que te sientes mal porque el ave murió y todo eso... pero debes aprender algo en la vida, hay veces que el creador nos da retos y regalos, y creo que hay alguien quien te protege y te quiere tanto que te manda lo que necesitas cuando más lo necesitas, un ejemplo fue el ave, que llegó cuando más hambre pasábamos.
- Lo sé Beka, lo sé, sé que debería estar agradecido pero eso fue algo... tenebroso... -lo miró a los ojos -¿crees que mi abuelo estaría orgulloso de mí?
- No podemos hablar por los muertos Yura, pero debes de creer en que tu abuelo preferiría mil veces que hicieras eso a que murieras por ser obstinado.
Ambos hombres se miraron a los ojos, mientras intentaban descifrar los sentimientos del otro en su mirada. De repente, un temblor que provenía desde el pecho del rubio comenzó a surgir hasta explotar en sus labios como una risa, que fue contagiada al moreno. Ambos jóvenes terminaron en el suelo, sujetándose los estómagos por lo testarudos que eran cada uno y con algunos hipidos de risa restante. El primero en levantarse fue Otabek, quien sin pensarlo más le ofreció una mano al rubio para ayudarle a levantarse.
Ya ambos amigos más animados, decidieron encontrarse con Mila en el comedor, pues ya pronto sería la hora de la cena y mentirían si negaban que morían de hambre. Encontraron a la muchacha comiendo felizmente un caldo y rodeada por muchos caballeros, absortos en su belleza natural y en su risa estridente. La pelirroja los vio bajar y sin ninguna pena les hizo señas para que se sentasen con ella.
- Lo siento muchachos, pero como les decía, vengo acompañada –los caballeros, derrotados al ver a los chicos, decidieron alejarse de su mesa, cediendo el espacio a los recién llegados –hey, tardaron ¿qué hacían? Tuve que empezar sin ustedes.
- ¿Qué tanto dinero crees que traes? –señaló Yura toda la comida que estaba en la mesa –ni creas que voy a pagar por toda esta comida que pediste.
- Tacaño –escupió Mila –no te preocupes, los caballeros de allá pagaron, no me creyeron cuando les dije que venía acompañada así que pagaron por todo esto.
- Suerte de ser mujer –Otabek le dijo con una ligera sonrisa, tomando asiento junto con Yura al frente de la pelirroja y llevándose una manzana a la boca.
- Hey grandulón, que eso es mío, dado que Yura no quiere pagar por nada no invito nada –le enseñó la lengua.
- ¡vieja bruja! –el rubio le enseñó la lengua también, tomando un durazno y llevándoselo a la boca –y bien... ¿cómo le haremos para pedir una audiencia con sus majestades?
- ¿acaso vienen a pedirle algo a los príncipes?
Una voz interrumpió la conversación de los muchachos, se trataba de un chico no mucho mayor a ellos, de cabello rubio, ojos azules y barba, quien se dedicaba a llevar los pedidos a las mesas.
- ¿ah? ¿Quién te crees para interrumpir? –el rubio le miró feo.
- Lo siento lo siento –dijo con una sonrisa –pero no pude evitar escuchar su conversación, y no me extraña, últimamente la gente se acerca por ello precisamente.
- ¿a qué te refieres? –preguntó Otabek.
- Bueno, es que desde hace cuatro primaveras los viajeros vienen para pedirle algo a los príncipes... pero no se les ha visto de vuelta a ninguno, y a decir verdad eso es algo que no puedo pasar por alto, es decir, siempre vienen, se hospedan conmigo y dejan sus cosas pero al final del día... nunca vienen a recogerlas.
- ¿cómo? ¿así de simple? ¿y no hay nadie que les pueda acusar por algo?
- A ver a ver a ver –intervino Mila –creo que se nos escapa algo... según me platicaron ustedes, a Phichit nunca le dijo nada malo ¿no?
- Es que no es como si los que vienen no supieran a lo que se enfrentan. El príncipe es muy claro en sus términos desde el inicio. Pero si gustan les puedo platicar todo más tarde, vayan a la casita a un lado y pregunten por Emil, él les dirá todo –guiña un ojo en dirección a Yura.
- ¿ah? ¿y quién rayos es Emil? –exclamó el rubio.
- Tonto, es obvio que se trata de él, y pues bueno, debemos descubrir más sobre ellos si queremos sus favores –suspiró la pelirroja -¿qué tienes tú que atraes a todos eh?
El más joven se sonrojó ante este último comentario de la chica, quien se burlaba a sus costillas mientras veía a sus amigos comenzar a comer.
- Dime Yura ¿aún quieres ser un cantante ambulante? ¿nunca pensaste en tener tu propia familia? –soltó Mila de repente, cuando todos habían terminado los alimentos.
- ¿eh? ¿¡a... a qué viene todo esto!? –el chico se sonrojó, llevando su mirada directamente a Otabek, quien lo miraba con una expresión indescifrable.
- Pues que es muy bonito el sueño de ser cantante pero... también es algo triste que tengas que viajar sin una familia, Otabek no será tu eterno compañero. Algún día él tal vez siente cabeza y entonces no podrá ser más tu compañero.
- ¡¡¡ ¿AH?!!! –el rubio azotó la mesa -¿¡quién te crees para decir semejante cosa Otabek nunca...!?
- En realidad es buena pregunta –el moreno terció –algún día vas a querer seguir tu camino y tal vez nosotros ya no seamos tan necesario en tu nuevo ambiente.
- ¿¡pero qué dices Otabek!? –gritó Yura, con lágrimas amenazando salir de sus ojos -¿acaso ya no te agrado? ¡dímelo y no tendrás que soportarme más!
El rubio salió a la noche, topándose con el lindero que lo llevaba al bosque. Una vez que se sintió lo suficientemente protegido por la foresta, el rubio dejó caer las lágrimas. Sí, no lo había pensado mucho. Sabía que quería una familia, pero hasta hace unas semanas se había preguntado si tan siquiera había alguien digno para compartir su tiempo, y Dios y su abuelo le mandaron a Otabek, él se había vuelto parte de su vida y el escucharle preguntar eso... en realidad había dolido como la jodida.
Desde el primer día se dio cuenta que Otabek era el compañero perfecto, su otra mitad, alguien que necesitaba en su vida. No porque fuera su primer amigo. Porque Mila, en dado caso, también era su primera amiga.
Si es que las brujas podían ser amigas.
Pero le había dolido tanto en el alma la pregunta de Otabek porque nunca pensó en las cosas que Otabek buscaba. Sí, era verdad que el moreno era un viajero también. Además era verdad también que se complementaban de una forma que no esperaba jamás encontrar en un desconocido... pero ¿en serio había cruzado por la mente del moreno el abandonarle?
Una vez más calmado, volteó atrás, hacia las luces de la posada para ver si Otabek tal vez salía a buscarlo. Lo que no esperaba es que ahora se encontrara sentado detrás del árbol donde se había acomodado a llorar.
- Hey... -dijo Otabek a manera de saludo –me preocupé por ti, pero no quería que si decía algo pudiera causar malentendidos sin haber aclarado primero este.
- Lo siento... nunca pensé en ti y lo que querías...
- Últimamente te disculpas mucho conmigo Yura...
- Lo siento.
- No tienes por qué en realidad...
- Otabek... ¿en serio un día me dejarás? –su mirada verde se topó con los oscuros ojos del moreno -¿me dejarás?
- Creo que eso eventualmente sucederá... no me malinterpretes –añadió al ver que el rubio estaba a punto de volver a llorar –no es porque no me agrades o no te quiera –sus manos se acercaron al rostro del ojiverde, para secarle las lágrimas con los pulgares –pero si tú encuentras a alguien que será la persona a la que le entregarás tus dones... supongo que ese momento será el que tenga que hacer que me aleje de ti. Antes no.
- Otabek...
Como si ambos estuvieran bajo un hechizo, sus ojos se encontraron con los contrarios en plena oscuridad, apenas iluminada por la tenue luz lejana de las antorchas de la posada.
Un latido de corazón, sonidos de aves nocturnas, y el roce de las hojas de los árboles formaban la música que hacía el corazón de ambos latir desbocados, como si se tratara de una danza estival.
Casi sentían el aliento del otro cuando sus cuerpos, a escasos centímetros del otro, se encontraron. Las curvas de Yura hallaron su contraparte en Otabek, que quien sin siquiera tocar directamente su piel, mandaba corrientes eléctricas por todo su cuerpo con el ligero roce de sus dedos sobre su ropa.
Sus alientos se mezclaban en el aire de la helada noche, y Yura, y sólo él y nadie más, se podía reflejar en esos ojos.
Un latido de corazón, y el repicar de la iglesia del pueblo llamando a misa nocturna.
Otro latido más... y estaban a nada de tocarse sus labios.
Otabek lo tenía sujeto por la cintura, sin querer dejarlo ir ¿acaso estaba bien sentir lo que estaban sintiendo?
El rodar de unas llantas de un carruaje y los cascos de un caballo rompieron ese embrujo. Ambos se separaron cuando sintieron que les observaban. Cuando sus miradas rompieron ese mágico contacto, voltearon a ver a quien les interrumpía su atmósfera.
Un bello joven de rasgos asiáticos, vestido de negro y una discreta corona les miraba desde el carruaje, y junto a él un joven de blanco ropaje y la sonrisa más ensoñadora que hubiesen visto jamás.
- Vaya, vaya, mira lo que trajo el viento... una hada –el asiático lo miró de arriba abajo -¿podría tener tu nombre muchacho?
- ... -el rubio no podía pronunciar palabra, tan embobado se encontraba con la belleza del muchacho que sólo pudo ver la sonrisa ladina que le dio una última vez mientras su carruaje proseguía.
Doce hermosas personas le acompañaban en procesión, tanto doncellas como donceles, todos vestidos de blanca seda y cabalgaban en caballos tan negros como la noche. El hombre a su lado le susurraba cosas al oído que le hacían sonreír y él no pudo más que envidiarles.
- ¡Otabek! –el rubio miró a su amigo, que ajeno a toda la magia por la que acababan de pasar, lo miraba con unos ojos inescrutables -¡quiero conocer a esa persona! ¡quiero saber de ella!
Y como si ese momento íntimo y fugaz no hubiese existido, el rubio tomó a su amigo de la mano y lo llevó con Emil, donde tocaron la puerta con suma intensidad. O bueno, sólo se trataba del propio rubio quien buscaba respuestas.
Una vez dentro de la acogedora casa. El chico de la barba les ofreció un té para hacerlos entrar en calor, mientras le contaban sobre la situación actual.
- Bien, entonces... ¿quieren saber lo que pasa en este reino?
"Nuestro principado siempre ha sido muy próspero. Desde la última guerra nuestro rey ha ido reestructurando su gobierno de forma justa, así que nos ha proveeido de todo lo que necesitamos. Hace tan sólo unos años su hijo primogénito fue enviado para acá, junto a su harem, para poder aprender a gobernar la comarca, y conocer de primera mano la situación del reino. El detalle estaba en que el joven príncipe se encontraba en edad casadera, y nadie de su harem parecía ser suficiente para él.
Hace algunas estaciones fue que el actual consorte entró a su vida. Cuando llegó aquí de las lejanas tierras del oriente, el reino se puso realmente contento, pues él solía ser alguien amable, quien velaba por el bienestar de sus súbditos. Incluso apoyó a sus jóvenes generales para que desposaran sin problema a la persona a la que amaban de verdad sin considerar su posición social.
Pero hace aproximadamente cinco estaciones atrás, todo comenzó a cambiar.
El príncipe siempre fue una persona incapaz de causar mal a nadie ¡dios lo sabía! Pero su consorte, ¡ave maría! Se había vuelto una persona totalmente perversa. Belleza no le faltaba, y en cuanto atractivo nadie se podía comparar con él, pero ¿de qué le servía?
Se había vuelto un demonio, culpable de la muerte de cientos de nobles, gente de pueblo amable, y muchas damas que cortejaban al príncipe. Incluso el harém del que solía conformar su llegada desapareció, poco a poco fueron muriendo y otros por miedo abandonaron esa posición como favoritos porque temían a la ira del consorte.
Sólo le permitía quedarse a aquellas personas que pasaban sus pruebas, que no eran nada fáciles. Si fallaban en tan sólo una, la muerte era su castigo.
Pero si tenían alguna petición sobre sus tierras, las pruebas eran todavía más fuertes. Aquéllos que no probasen que en realidad valoraban su trabajo son los más afectados, así que si iban a pedir algo tenían que tener muy bien aferradas sus convicciones.
Le darían título nobiliario y una gran fortuna a aquél que fuese capaz de contestar sus preguntas, sea cual sea su posición social, y permitía que todos tuviesen una audiencia con él, ya fuesen príncipes, mendigos, gente sin nada o gente con todo. Pero a quien fallaba, se le cortaba la cabeza o se le ahorcaba o empalaba. Así de cruel era el consorte.
El príncipe dejaba (extrañamente) a que el consorte tomara las decisiones, él no decía nada para impedirlo, y eso creaba un estado de caos y terror en todos. Sin embargo, también es verdad que a los demás no nos pasaba nada.
La seguridad del pueblo seguía estando garantizada, los delincuentes eran castigados y los impuestos no habían sido modificados a pesar de los problemas que hay.
Incluso no se tienen castigos por todo lo que se dice en el pueblo, por lo que la gente está segura mientras no vaya a pedir nada.
Todos nos ponemos a beber vino, cuando hay algún incauto (generalmente de alguna población lejana al principado) que viene a solicitar algo, lo hacemos en señal de luto".
- ¡Qué horribles personas! –exclamó Yura, horrorizado por lo que le acababan de contar, al final, la situación era más grave –unas buenas patadas se merecen a decir verdad –resopló el cabello que se había escapado de su trenza y caía por sus ojos.
- Eso dices ahora pero ¿qué me dirías si te cuento que la persona por la que estás preguntando, es exactamente la misma?
- ¿¡qué!?
¡Holitas! Aquí la coneja loca reportándose.
Un capítulo cortito por cierto, pero ya mero vamos entrando en el clímax de la historia... aunque no lo parezca jajajajajaja
Les dejo un montón de ánimos mi gente, aquí en México en el transcurso del mes han ocurrido dos sismos muy fuertes que han pegado en el ánimo de mi gente adorada y que siguen causando pánico ¡se fuerte mi México!
Por lo pronto me despido, deseándoles un bonito día :D
¡Los amito mucho!
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