Un dragón y un bebé

Habían pasado cinco meses y nada ha cambiado. Continuábamos esperando alguna noticia de nuestros esposos. Ninguno de ellos había regresado, y la situación tampoco parecía haberse calmado. Bueno, eso tampoco era del todo cierto. 

Unas semanas atrás, cinco dragones Del Hielo aterrizaron en nuestro puerto, todos ellos montados por jinetes. Nosotras nunca habíamos visto dragones, y mucho menos habíamos visto jinetes de dragones. Al principio estábamos aterrorizadas; ¿qué gigantescas criaturas eran aquellas? Lagartos con alas, de feroces y terroríficas fauces, que rugían emitiendo un sonido atronador. En cuento los vimos llegar, y sin pararnos a pensar un momento, todas las mujeres de la isla desenfundamos nuestras armas. Hachas, espadas, arcos, catanas, martillos... Armadas hasta los dientes nos acercamos sigilosamente a ellos, cuando nos dimos cuenta de que, de aquellas monstruosas criaturas, comenzaban a desmontar mujeres; mujeres cargadas de cacharros y cargadas de niños. Rápidamente enfundamos nuestras armas y nos acercamos a ellos, intentando ser lo más amables posible. Los dragones, lejos de ser hostiles, se comportaron como unas criaturas cariñosas y amables, que entendían lo que les decías y además, te hacían caso. 

Los jinetes nos pidieron ayuda y un sitio temporal en el que quedarse. Sus casas habían sido destruidas y su hogar reducido a la nada. Eran refugiados de guerra. Todas las de la isla ofrecimos una o dos habitaciones en nuestras casas. La mujer que acogía en mi casa se llamaba Jade. Era muy alta y delgada, tenía la piel blanca como la nieve, casi casi transparente, su pelo era castaño y tenía unos profundos ojos azules. Era madre de un niño pequeño de cuatro añitos, al que había llamado Jackson.

Un día, habiendo pasado ya un tiempo desde que las mujeres de las Islas del Norte y las del Este vivíamos juntas en perfecta armonía, decidimos hacer una gran comida para reunirnos todas. 

Jade estaba sentada junto a mi, sosteniendo a Jackson entre sus brazos. 

- ¿Podéis prestarme atención un momento, por favor? - dijo ella, poniéndose en pie. - Antes de que empecemos a cenar, quería agradeceros a  todas vosotras por vuestra compasión, comprensión y empatía. Todas sabemos que vuestros soldados y maridos están luchando en nuestras islas, pero también sabemos que todas vosotras  poseéis un corazón lleno de amor y de paz; y esa es justo la razón por la que quisimos venir aquí y no a ningún otro lugar. - hablaba con un deje de tristeza en la voz, aunque se recompuso rápidamente y continuó con orgullo: - mucha gente ha muerto, de los dos flancos; y todos queremos acabar con esta guerra. Nuestra Reina fue herida cuando nos obligó a marchar fuera de las Islas del Norte. Ella luchaba por todos nosotros, luchaba con mujeres hombres y dragones. Ella sabía que, si nos quedábamos allí, moriríamos todos. Así que se quedó ella sola, y luchó ella  sola. - Jackson empezó a llorar, interrumpiéndola en su emotivo discurso. Jade empezó a acunarle. - Bueno, por último y de nuevo, muchas gracias a todas. Gracias de corazón, nunca podremos pagaros todo lo que estáis haciendo. - Jade volvió a tomar asiento, y Jackson finalmente se durmió entre sus brazos. 

Ingunn entonces se puso en pie, y con una jarra de cerveza en la mano, comenzó a hablar:

- Queridas, todas nosotras estamos aquí reunidas por una razón, gracias a la Madre Naturaleza y a la Luna, que supera nuestro entendimiento. Esta razón no es la guerra que está arrasando con nuestras familias. La razón es para celebrar, sí; celebrar. - hizo una breve pausa, paseando sus  miradas por todas las mujeres que la prestaban atención. - Celebramos que estamos vivas y que tenemos a nuestra gente luchando por lo que creen que es justo - levantó la jarra en un simbólico brindis, volvió a tomar asiento y vació de un trago su cerveza. Vi entonces cómo una pequeña y  tímida lágrima cayendo por su mejilla. Me levanté de mi asiento y llegué hasta ella. La abracé. Era mi mejor amiga. - Oh, Aurora, tranquila - dijo con una pequeña carcajada, devolviéndome el abrazo. - Estoy bien, de verdad. 

- Eres la mujer más fuerte que he conocido jamás - sonreí con ella y le dejé un suave beso en la frente. Me miró amable, y yo volví a mi silla. Empezamos a cenar. 


Todos esos recuerdos volvían ahora a mi cabeza mientras, sentada al calor de la chimenea en mi sofá favorito, fumaba de una pipa de roble, llenando de humo la habitación. Con a escasa iluminación del fuego, la habitación parecía más recogida, más llena y más acogedora. Me gustaba sentarme, por las noches, a la luz de la chimenea, recordando. Empecé a fumar cuando me asaltó el sentimiento de que Igor no regresaría de la guerra. Calmaba mis nervios. 

Sentada a mi lado, en el otro sofá, estaba Jade, abanicándose con una pequeña pieza de pergamino. En el tiempo que llevaba conviviendo con ella, me había percatado de que no soportaba muy bien el clima del Este del Meridiano. Mientras yo cubría mi grueso camisón de dormir con una capa de pelo, ella vestía con una ligera camisola, y estaba casi siempre descalza. Me quedé observándola. Estaba enfrascada en su lectura; un grueso libro sobre la historia de Silvestre que había cogido de la biblioteca de la sala de estar. 

- ¿Disfrutas de tu lectura? - decidí preguntar. Jade y yo habíamos mantenido casi siempre una relación cordial, ganandonos la confianza de la otra poco a poco. Nos llevábamos bien, y aunque durante el día hablábamos poco, por las noches nos sincerábamos y nos contábamos nuestras cosas. Supongo que, cuando se ponía el sol, ambas nos sentíamos más solas que nunca. 

Jade levantó la vista de las páginas, ya rugosas y amarillentas, y me miró a los ojos. 

- Oh, verdaderamente, sí - sonrió. - ¿Sabías que en las Islas del Oeste rinden culto a la Madre Naturaleza, como vosotros en el Este del Meridiano?

Mis ojos se abrieron como platos, sorprendida. 

- ¡Qué grata sorpresa! - reí. - Siempre lo había ignorado. - me encogí de hombros, divertida. - Supongo que tendremos que navegar hasta allí alguna vez, y hacer una visita. 

- Queda un poco lejos, ¿no crees? - bromeó, riendo conmigo ante mi comentario.

- Solamente en el otro extremo del mundo - volvimos a reír, juntas en armonía. Nuestras risas se fueron apagando, hasta que en el ambiente no volvía a haber más ruido que el del fuego crepitando en el agujero de la chimenea, y el que hacía el pergamino con el que Jade se daba aire. Y caí en la cuenta. 

- ¿Quieres que apague el fuego? - pregunté, preocupada. Era consciente de que Jade era una criatura De Invierno, y podría enfermar si se exponía al calor en exceso. 

- Oh, no, ni hablar - se negó rápidamente.  - No te preocupes, estoy bien. 

Ya me estaba levantando, pero desistí en el intento, y una pregunta cruzó por mi mente. 

- Pensaba que las criaturas invernales no podíais vivir en sitios cálidos - solté sin pararme a pensar un segundo. 

Jade estalló en carcajadas. 

- Bueno, eso tiene una parte de verdad - dijo cuando se hubo calmado un poco. - Preferimos las zonas frías, pero no nos importa estar en lugares cálidos. Suelen enfermar aquellos que poseen dones, los espíritus Del Invierno; pero tampoco eso es habitual. - me explicó, pero se cortó a si misma. Se quedó pensativa durante unos escasos segundos. - Solamente tenemos una temperatura sanguínea más baja que en otras zonas del mundo - me sonrió al acabar la frase. 

- Con lo cual, - vacilé un instante - ¿seríamos capaces de navegar hasta vuestro lado del Ecuador?

- ¿Quién dice que no podéis? - una risita se escapó de sus labios. - Con buenos barcos y ropa de abrigo, ¿por qué no?

- N-no lo sé, para ser sincera - reí con ella, sintiéndome un poco ridícula. Dejé de lado mi pipa y comencé a trenzar mi largo cabello. Normalmente no suelo aguantar durante un tiempo prolongado con el pelo suelto. - Jade - dije - una vez escuché que vuestra Reina poseía el don de la resurrección. ¿Es eso cierto?

Su rostro palideció de pronto. 

- Creo que la manera en la que has planteado tu pregunta no es la más correcta - ladeó sus labios, casi sonriendo con las comisuras. - Pero creo que sé a lo que te refieres. Así que intentaré explicártelo de forma que puedas entenderlo sin tener que contarte toda la historia de las Islas del Norte - ahora sí, dejó escapar una pequeña risa. Me acomodé en el sofá, girando completamente mi cuerpo hacia ella, poniendo todos mis sentidos en la historia que estaba a punto de contarme. - Empezaré por La Luna - con un tono misterioso y con tintes oscuros, la mujer comenzó: - Aquí tenéis un Chamán, ¿verdad?

Asentí con la cabeza. 

- Una Chamán, en realidad. 

Ella asintió hacia mi. 

- Bien, pues nosotros, en nuestro lado del Ecuador, en lugar de una Chamán, tenemos Reina. La Reina tiene dones, que le son concedidos por La Luna. - se detuvo un momento. - Y es La Luna en nuestro caso, ya que es a quien rendimos culto. - aclaró. - Nuestra Luna actúa sobre el lado Norte del Ecuador como la Madre Naturaleza actúa en este lado Este del Meridiano. Pues bien, la Reina es elegida para proteger al pueblo. Si la Reina no protege al pueblo, incluso teniendo que dar su propia vida, La Luna le quitará los dones. ¿Comprendes?

Me quedé pensativa un momento, entender una cultura distinta no siempre era sencillo. 

- Creo que comienzo a entenderlo - sonreí. - Pero no estoy muy segura. 

- Tranquila - me sonrió de vuelta. - En realidad, la Reina no tiene que hacerlo todo sola. Tiene algún ayudante...

Jade se quedó callada. Bajó la mirada hacia sus manos, que descansaban en su regazo. 

- ¿Qué  ocurre, Jade? - pregunté con suavidad, inclinándome un poco hacia ella. 

- Un ayudante de la Reina, es el Guardián - declaró, volviendo a mirarme. - El Guardián era mi esposo. 

Cubrí mi boca con mis manos, ahogando una exclamación de  sorpresa. 

- ¡Por la Madre Naturaleza! - exclamé. - Lo siento mucho, Jade. - me disculpé. - No debí haber preguntado nada. 

- No debes disculparte, Aurora - me dijo, tomando mi mano. - Está bien. Debo explicártelo todo para que puedas entenderlo. Y para ello tengo que incluir a mi marido. Es así. 

Asentí varias veces con la cabeza, callada, permitiendo a Jade dase su tiempo. Esta inspiró hondo antes de continuar. 

- La Luna concede dones también al Guardián. Tanto la Reina como el Guardián son espíritus Del Invierno en el momento en el que reciben esos dones. Además, estos dones se heredan. Si la Reina muere y ya tiene descendencia, La Luna concede a su descendencia los mismos dones. - Se detuvo un momento. - Sucede de manera distinta con la descendencia del Guardián. Esta descendencia solamente obtiene los dones una vez resucitado. Si la Reina, o en su defecto, La Luna, decide resucitar al primogénito del Guardián, solo entonces este también recibirá poderes; convirtiéndose así en espíritu Del Invierno.- terminó. - En conclusión, La Luna es la única que da y quita los poderes, sean del tipo que sean. Todo depende del uso que una persona le de a estos poderes.        

Me quedé callada durante unos instantes. Me encontraba un poco confundida. A este lado del Meridiano también había personas con dones especiales, concedidos por la Madre Naturaleza. Estas personas eran espíritus De La Primavera. Sin embargo, normalmente vivían aislados en los bosques y prados, retirados del resto del mundo, conviviendo en armonía con la Naturaleza; y ayudándola en su tarea de mantenerse siempre floreciente. En el lado Este del Meridiano, donde las Islas del Este estaban ubicadas, siempre era Primavera. Al igual que en el lado Oeste del Meridiano, que siempre era Otoño. En el lado Norte del Ecuador siempre era Invierno, y en el lado Sur del Ecuador, siempre Verano. Cada Sector de nuestro mundo se regía según unas normas distintas, rendían culto a un Astro diferente y las diferentes Criaturas, dependiendo de nuestra Estación, teníamos características físicas distintas; ya que procedíamos de raíces de pueblos distintos. Normalmente se nos enseñaban las distintas maneras de vivir de los Sectores en las escuelas. Pero todo aquello que me había contado Jade era algo que jamás había oído. 

Reflexionando sobre todo aquello me descubrí a mi misma con la mirada puesta en el abultado vientre de Jade, que ahora acariciaba cariñosamente. Ella también recordaba, supuse. 

- ¿Qué nombre le pondrás? - pregunté de la nada, empatizando con ella, y siendo sincera, sintiendo cierta lástima por mi. 

- Si es niña, su nombre será Emma - dijo, sin siquiera mirarme; solamente centrada en dar cariño a su vientre. - Si es un niño - un ruido estridente procedente del tejado nos sobresaltó a ambas, haciendo que nos pusiéramos en pie de un salto, alerta. El ruido no acabó ahí;  parecía que estaban demoliendo mi casa. 

Jade me miró con un gesto horrorizado plasmado en la cara, y seguramente yo la miré a ella de la misma manera. Nos armamos rápidamente; yo cogí un escudo, mientras ella cogió un gran martillo.                     

Toda la casa se estremeció ante lo que pareció una explosión en el piso de arriba. 

- Jackson - fue todo lo que dijo Jade, antes de salir corriendo como alma que lleva el diablo escaleras arriba. 

Oía el llanto del chico. El shock me había impedido reaccionar; no estaba acostumbrada a intrusiones. Sin embargo éramos vikingas. Éramos valientes y cabezotas. 

Un rugido atronador vino de la planta de arriba, al igual que los otros ruidos que habíamos oído. Solté un grito de guerra, y saliendo de mi shock, corrí escaleras arriba. Todo estaba destrozado. Las vigas de madera del tejado habían caído, el suelo estaba levantado, los tabiques de las paredes en ruinas. Avancé rápidamente como pude hasta la habitación donde normalmente Jackson dormía. Ni el chico ni su madre se encontraban allí. Salí de allí corriendo, horrorizada ante la idea de que les hubiera pasado algo. Busqué en dos habitaciones más, también destruidas. Ningún resultado. Un rugido volvió a estremecerme de la cabeza a los pies; esta vez sonó justo encima de mi cabeza. Una explosión en el techo, y la madera de este cayó con violencia sobre mi. Quedé aplastada contra el suelo, sepultada bajo una gran viga de madera. Me golpeé la cabeza al caer de bruces. Intenté revolverme y luché con todas mis fuerzas por librarme del gran peso que me tenía atrapada, mientras sentía como si alguien estuviera dándome con un martillo pilón en la cabeza. Logré sacar medio cuerpo de debajo de las maderas, y saboreé sangre entre mis dientes. En ese momento sólo temía que se desprendiera también el suelo y cayera a la planta baja. El golpe sería mortal. De repente, dos patas gigantes y afiladas rodearon mi torso, y me vi gritando con toda la fuerza de mi ser y con todo el aire de mis pulmones. Con un tirón, las garras me sacaron de debajo de la madera. Sentí como si levitara. No, de hecho, estaba volando. Me miré los pies, que estaban suspendidos en el aire. Bajo ellos, el tejado destruido de mi casa. Levanté la vista. Un dragón con escamas de color blanco agitaba sus poderosas alas en un fondo oscuro y estrellado del manto del cielo nocturno, manteniéndome en el aire. ¡Por el amor de Nuestra Poderosa Madre Naturaleza, estaba volando! Sentí que me desmayaba allí mismo. Me agarré fuertemente a las garras que me rodeaban el cuerpo, mientras la cabeza me daba vueltas y más vueltas. No quería precipitarme al vacío, honestamente. Aguanté la respiración. Cerré mis ojos con fuerza. No sé cuánto tiempo pasó hasta que sentí tierra firme de nuevo bajo mis pies. Las piernas me temblaban, las rodillas me fallaron y caí con ellas hasta golpear el duro suelo. Abrí los ojos. Estaba en el suelo. ¡Estaba en el suelo!  Miré a mi alrededor y vi, justo a mi espalda, cómo el gran dragón violeta se tumbaba en el suelo. Lo miré largamente, con la respiración agitada y el corazón a mil. Y fue entonces, cuando Jade saltó del lomo del dragón con Jackson entre sus brazos. Observaba, perpleja, cómo la mujer se acercaba al morro del dragón y lo acariciaba con cariño. Dejó a Jackson en el suelo, y este comenzó a jugar, entusiasmado, con el reptil. Jade se acercó a mi y se acuclilló a mi lado. 

- ¿Qué ha pasado? - pregunté, llevándome una mano a la cabeza. Sin cuidado me rasqué. No recordaba haberme dado un golpe. Dolía. 

Jade titubeó un momento. 

- Sí... estaba aterrorizada al principio, pero entonces reconocí a Tormenta y... bueno, ahora estamos aquí - sonrió con un deje de culpa. 

La miré arqueando una ceja. 

- ¿Qué?

- Bueno, Tormenta es el dragón que ha irrumpido en tu casa - explicó, rascándose la cabeza. - Es el dragón de nuestra Reina Idunna. Ha venido a buscarnos. 

- La próxima vez, dile a los dragones que no es necesario derruir los techos de la gente - dije divertida, aunque mirando al dragón con una pequeña mueca de reprimenda.

Tormenta, la dragona, agachó la mirada y caminó cabizbaja hasta llegar a mi lado. Me dio un suave cabezazo, como pidiendo disculpas. Sorprendida por el gesto, me sobresalté un momento. Miré largamente la gran y elegante cabeza de escamas blancas, admirando su porte y su belleza. Dudando, alargué una mano. Levantó sus feroces, calmados y amables ojos azules. Abrió sus fosas nasales, olfateando la palma de mi mano. Sus pupilas se dilataron, convirtiendo su mirada en una divertida y adorable. Abrió sus fauces y extrajo su gran lengua. Todo sucedió rápidamente, sin darme tiempo a reaccionar. Mi mano pronto estuvo chorreante de babas espesas, al igual que toda mi cara. ¿Acababa de lamerme un dragón? 

- ¡Para! - dije, intentando apartar su lengua de mi persona. Tormenta retrocedió al instante y se quedó sentada sobre sus patas, mirándome divertida y expectante. 

- Eso ha sido asqueroso - sonreí, mirando después a Jade, que nos observaba divertida. 

- Lo sé - asintió con la cabeza, de acuerdo conmigo. - Aurora, la razón por la que Tormenta está aquí... Es esa. - Jade volvió su cabeza hacia Tormenta. Esta extendió elegantemente sus grandes alas. Vi, en el suelo, lo que parecía un pequeño paquete. Me acerqué para verlo bien. Entonces, según avanzaba hacia ello, me di cuenta de que ese paquete era un bebé. Me arrodillé junto a la niña que custodiaba el dragón. Su pequeño cuerpo estaba envuelto en mantas de pelo de color blanco, permitiéndome ver, solamente, su cabeza de platinos cabellos y su rostro pálido. Precía de porcelana. Con las manos temblorosas y el cuerpo agitado por el descubrimiento, cogí a la pequeña entre mis brazos. Era el bebé más hermoso que habían visto jamás mis ojos. Un lágrima rebelde escapó de mis ojos, que rápidamente me sequé con la mano. 

- Eres preciosa - susurré, muy bajito, con afecto en mi voz, sonriendo. A través de las mantas pude ver un leve destello, que brillaba con el reflejo de la gran Luna Llena del cielo. Con una mano aparté un poco las mantas que la cubrían, descubriendo un colgante en su cuello. Lo tomé suavemente entre mis dedos. Tenía forma de Luna Creciente, y tenía cientos de bellos y diminutos detalles. Parecía hecho de escarcha. Di la vuelta al colgante, con cuidado, para observar su otra cara. Parpadeé rápidamente. Un nombre rezaba en aquel reverso: 

- Elsa - dije, sin darme cuenta de que había hablado en voz alta. La calle de mi casa, para entonces, se había llenado de gente curiosa por el estruendo en mitad de la noche. Todos estaban atentos a lo que sucedía y, desde la distancia, intentaban no perderse ningún acontecimiento. Arrugué el entrecejo. - ¿Ese es su nombre? - pregunté, ahora a Jade, mirándola por encima de mi hombro. Ella se agachó a mi lado, y acarició los cabellos rubios de la pequeña. 

- Sí - asintió, mirando con cariño a la niña que sujetaba entre mis brazos. Ambas nos pusimos en pie. - Aurora - me llamó, haciéndome quitar la mirada del bebé para dirigir mi atención hacia ella. Tormenta acercó el hocico hacia Elsa, y la olfateó brevemente. - Es la hija de la Reina Idunna.

Mi cabeza trabajaba rápidamente, aunque con esfuerzo. Recordé, de pronto, todo aquello que Jade había estado contándome aquella noche. Mis ojos se abrieron como platos. 

- Pero, ¿su hija? - creía que entendía lo que pasaba, pero no quería tener la certeza de saberlo. - ¿Cómo...? 

- Sí - Jade me cortó. - La Reina Idunna ha muerto, y la guerra ha acabado. 







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