Hareck, Ingunn y...


Ingunn se despertó con un sentimiento extraño esa mañana. De hecho, se había estado sintiendo así durante unos días, y no debido a su avanzado embarazo. Sí, iba a tener un bebé, y estaba muy feliz por eso. Su marido, navegando en el Mar del Este, como todas las mañanas. Él y su brigada se despertaban cada mañana cuando el sol ni siquiera había salido, sólo para patrullar por las islas vecinas. Desde hacía ya cuatro meses, las islas vecinas habían estado teniendo problemas entre ellas. Ingunn no sabía por qué, pero todo lo que sabía es que había grandes problemas. 

Hacía mucho tiempo que se había firmado un tratado entre las islas de aquel lado del meridiano; un tratado de paz y de alianza. En este, una de las condiciones del pacto era que, en caso de que algunas de las islas pertenecientes a la alianza tuviera problemas con las regiones de fuera, Las Islas del Este debían acudir en su ayuda como archipiélago principal de aquel lado del meridiano. Diciéndolo de alguna manera, las Islas del Este era algo así como la capital de la zona este de Silvestre. Y a todo esto, Hareck era un soldado. 

Ingunn se vistió con uno de sus vestidos favoritos; uno largo de color verde. Fue al cuarto de baño y se recogió el cabello en dos gruesas y espesas trenzas. Miró su reflejo en el espejo. Sus mejillas estaban algo sonrojadas e infladas por el embarazo. Acarició su cabello rubio y siguió mirando sus ojos grises. Estaban llenos de energía y vitalidad, a pesar de esos círculos oscuros que cubrían la parte inferior de sus ojos. Acarició su vientre redondeado y sonrió, sintiendo la patada de su pequeño bebé. "Serás un bebé maravilloso", dijo, sabiendo que el bebé no podía oírla. Respiró hondo y bajó las escaleras. Se puso su capa negra y salió de casa. Pasó por todas las casas vecinas, saludando a todos aquel que veía. Hasta que estuvo parada frente a la puerta que estaba buscando. Entró sin llamar. 

- ¡Igor! - gritó Ingunn, llamando a su hermano. -"¿Estás en casa?" 

Una pequeña mujer apareció en las escaleras.

- ¡Ingunn! ¡Qué sorpresa tenerte aquí! - dijo al mismo tiempo que bajaba. Esa mujer rubia y bajita era Aurora, la esposa del hermano de Ingunn. Era una persona muy agradable y una muy buena amiga de ella - Estás espléndida, querida -se abrazaron. - ¿Buscas a Igor? - 

Ingunn sonrió. 

- Sí, quería hablar con él - 

- Entonces tendrás que esperar algún tiempo, ha salido a ocuparse de sus cosas de jefe, ya sabes -se rieron. - Pero prepararé un poco de té mientras esperas- Ingunn asintió con una sonrisa y fueron a la cocina.

Aurora tomó una cacerola pequeña y añadió un poco de agua en ella. Luego, encendió el fuego, y el agua comenzó a calentarse. 

- Así que dime, ¿cómo va tu embarazo? - preguntó Aurora acariciando el vientre de Ingunn. 

- Me sorprende que aún no me haya dado problemas esta pequeña - 

- ¡Estoy tan feliz por ti! -  dijo Aurora con una triste sonrisa. -Me pregunto cuándo estaré embarazada. Ha pasado mucho tiempo desde... ya sabes - Aurora miró hacia abajo con tristeza. Ingunn recordó el embarazo de Aurora hace cinco años. Perdió al bebé. Ingunn fue a abrir la boca para hablar, cuando ambas escucharon  el sonido de la puerta al abrirse.

- Debe ser Igor - dijo Aurora, al mismo tiempo que apagaba el fuego. - Ve con él mientras sirvo el té - Ingunn asintió y se fue a la habitación principal. 

Encontró a un hombre pelirrojo, sudoroso y preocupado. Él era, obviamente, Igor.

- ¿Qué ha pasado? - le preguntó ella, preocupada. Igor se sentó en la mesa principal y respiró hondo antes de hablar.

- Tenemos problemas. Problemas serios - Ingunn suspiró. Lo sabía. 

Aurora apareció con una bandeja con tres tazas y una tetera, y dejó todo sobre la mesa. Ella sonrió y saludó a su marido, y luego se besaron. Se sentó al lado de Ingunn y preguntó: 

- Bueno, ¿vais a decirme pa qué se debe esa cara de preocupación, queridos? -  Igor miró a Ingunn y luego a su esposa. Tomó las mano de las dos mujeres. 

- Estamos en guerra - 


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