Camino al bosque
Llevábamos dos días volando sin descanso, y aún no estábamos ni cerca de nuestro lugar de refugio. Solamente parábamos cuando veíamos el curso de un río para que los dragones bebieran y tomaran un descanso. Solamente tomábamos tierra cuando el sol se ponía y volvíamos a ponernos en marcha al amanecer.
Anna iba a la cabeza, su dragón guiándonos hacia nuestro destino. Todos estábamos hambrientos; nadie había pensado que el viaje iba a ser tan largo, y no habíamos comido casi nada en esos dos días. Emma empezaba a enfermar. Tenía fiebres repentinas, casi cada cuatro horas, y entonces, desaparecían. Jackson empezaba a desesperarse. Su hermana era la cosa que más amaba en este mundo, y se preocupaba muchísimo por ella. Tenía miedo. Ninguno de nosotros sabíamos la razón de las fiebres o cómo curarlas. Anna estaba de mal humor la mayoría del tiempo y le molestaba casi todo, y yo no podía evitar romper a llorar a cada rato. Todos estábamos cansados, desesperados y ansiosos por llegar al lugar de refugio. Todos estábamos preocupados por nuestras familias y por nuestra aldea. Ya habíamos tenido suficiente con la muerte de todos los hombres que lucharon en la Guerra de los Ocho, contra las Islas Capricornio.
De pronto, una duda me asaltó. Bueno, no era una buena pregunta para aquel momento, pero debía hacerla.
- Mmmmm, ¿chicos? - empecé, todos ellos se pusieron a mi lado con sus dragones. - ¿Alguien sabe por qué ha comenzado esta guerra? ¿Y por qué nos atacan las Islas del Sur? ¿No se supone que deben gobernar el mundo como miembro del Gobierno de las Grandes Cuatro Islas?
Anna pareció molesta con la pregunta, pero el gesto de su cara pronto se suavizó.
- Bueno, la cosa es que las Islas del Sur no quieren formar parte de las Grandes Cuatro y que quieren gobernar el mundo ellos solos. - Anna contestó simplemente, como si fuera algo obvio.
Me quedé pensando un momento en su respuesta.
- Pero, ¿por qué nos atacaron a nosotros primero? ¿Por qué no a las otras Islas? - preguntó entonces Jackson.
- Eso es algo que no sabemos, querido Jackson - Anna se acarició pensativa la barba que no tenía, y continuó: - Aunque teniendo en cuenta que las Islas del Norte están abandonadas y en ruinas, y que las Islas del Oeste tienen un Jefe débil... No lo sé. - se encogió de hombros. - Algo que sí sé es que todo esto no acabará pronto, y tampoco acabará bien.
- Todos lo sabemos, ¿verdad? - dije con una sonrisa triste. Jackson y Anna asintieron cabizbajos, y centré mi atención en Emma, que dormía sobre el regazo de Jackson. - ¿Tiene fiebre otra vez?
- No, pero estoy seguro de que no se demorará mucho. - respondió él con el ceño fruncido.
Nuestros dragones volvieron a formar una línea en el aire con Anna y su dragón Olaf de escamas anaranjadas, y pronto, tuvimos ante nuestros ojos y bajo nuestros pies....
- ¿El Gran Bosque? - Anna se sorprendió incrédula en voz alta.
Las primeras filas de árboles aún nos quedaban lejos, plasmadas en el horizonte, pero non éramos capaces de ver, aún desde el aire, dónde acababa. El Gran Bosque estaba situado en el área occidental del territorio de las Islas del Este, delimitándolo. En los mapas, el Gran Bosque era una gran mancha oscura que se sabía dónde comenzaba, pero no dónde acababa. Nadie que se había atrevido a explorarlo había vuelto para contarlo. Era un territorio desconocido e incómodo que todo jefe o gobernante había ignorado, pretendiendo que no existía, como si se tratara de un muro insondable. Nadie hablaba casi nunca del Gran Bosque, como no fuera para asustar a los niños con historias alrededor del fuego. Todos los chicos y los hombres se han pavoneado alguna vez con atraversar su espesura y descubrir sus misterios, pero ninguno de ellos se ha atrevido nunca a cruzar más allá de la tercera fila de árboles. Era, realmente, demasiado confuso e impenetrable.
Filas y filas y líneas de árboles se extendían bajo nuestros pies, más frondosos y altos a medida que nos acercábamos. Nuestras rodillas comenzaron a temblar ante la sola idea de atravesarlo volando por encima.
- Un nombre original, ¿eh? - Jackson dijo tratando de reducir la tensión, respirable en el ambiente y en el aire; casi podíamos tocarla. A ninguno de nosotros nos daba aquello buena espina.
Continuamos volando sobre el Gran Bosque durante más de tres horas, y los dragones no parecían nerviosos. Eso, a pesar de todo, era una buena señal. Nuestros corazones comenzaron a latir frenéticos cuando nos percatamos que descendíamos en el vuelo, y nos mezclaban entre el follaje, posándose finalmente en un amplio claro del bosque. A nuestro alrededor, solamente árboles gigantescos. Bajo nuestros pies, tierra, piedras y hierba.
- ¿Y ahora qué? - preguntó Emma, recién despierta.
- Continuaremos siguiendo a Olaf, supongo que este no es el final del trayecto - Anna respondió y bajó de la silla de su dragón, comenzando a caminar a su lado.
Jackson y yo nos dirigimos una mirada, y nos encogimos de hombros, siguiendo a Anna de cerca. Los dragones podían a duras penas atravesar entre los árboles; estos eran muy grandes, su tronco muy ancho y estaban muy juntos unos de otros.
Estuvimos caminando durante todo el día, sin pensar, o sin querer pensar, que a cada paso que dábamos nos adentrábamos más y más en el Gran Bosque. Avanzábamos, muy despacio. El bosque cada vez se hacía más estrecho y menos transitable: ramas, raíces, grandes rocas y estrechísimas filas de árboles era lo que nos acontecía a cada paso del camino. Cada vez avanzábamos más despacio y más despacio. Todos llevábamos nuestras armas en las manos, alerta y preparados para reaccionar ante cualquier peligro.
Cuando la noche llegó, estaba segura de que nuestro destino aún quedaba muy lejos.
- Deberíamos descansar aquí. - sugerí cuando nos topamos con un grupo de árboles con gigantescos huecos en sus troncos. - Continuaremos al alba...
- Estoy de acuerdo, estoy agotada - Anna dejó caer su arco en el suelo, y ella se dejó caer también sobre la hierba. Extendió sus brazos y suspiró, cansada.
Sonreí y corrí para saltar y dejarme caer sobre ella.
- ¡Elsa, me estás aplastando con tu gran culo! - Anna sin embargo reía sin parar. - ¡Quítate, idiota!
- ¡Nunca! - reí empezando a hacerla cosquillas. Anna reía tan fuerte que estaba teniendo alguna que otra dificultad para respirar.
- ¡Montaña! - Jackson gritó, riendo también, y saltó sobre nosotras, que gemimos con dolor.
- ¡No puedo respirar! - Anna gritó, aplastada contra el suelo bajo nosotros dos. Emma no pudo evitarlo y también saltó sobre Jackson, coronando la montaña humana. La torre de personas se tambaleó y todos terminamos rodando en todas direcciones.
Caímos en un abrupto y repentino silencio, y nos dimos cuuenta de la oscuridad y soledad de la terrible noche. Estábamos en las entrañas del Gran bosque, y era noche cerrada. Emma se dejó abrazar por Jackson y ellos se acurrucaron en el hueco del tronco de un árbol, queriendo refugiarse de la realidad.
- Tengo miedo - dijo Emma con la voz temblorosa.
- Oh, no te preocupes; quizás mañana nos despertemos con tres orejas o con el pelo verde, pero eso no es tan malo, ¿no? - guiñé un ojo hacia la niña tratando de calmarla, pero aunque no lo mostrase, yo también estaba asustada.
Emma rió y pronto se quedó dormida entre los brazos de Jackson. Él también se quedó dormido; el día había sido extasiante. Susurré un "buenas noches" hacia Anna y nos quedamos dormidas en otro hueco de un árbol.
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Cuando nos despertamos, todo seguía igual que el día anterior. Ningún hada me había convertido en animal mientras soñaba y ningún troll se había comido ningún dedo de mis pies. Nuestras cosas seguían allí, y los dragones jugando entre ellos a nuestro alrededor, y todo el mundo estaba despierto.
Me levanté y bostecé. Estiré los músculos entumecidos de mi espalda; un hueco en el tronco de un árbol no era el mejor lugar para dormir. De hecho, dudaba que hubiera dormido algo aquella noche, pero todo había sido tan confuso últimamente que no tenía forma de saberlo. No me sentía descansada en absoluto, y busqué mi espada con cansancio, y centré mi atención en Jackson cocinando en un fuego, asando un gran pez.
- Te me has adelantado - le sonreí, acercándome a él y sentándome al lado de Emma. - ¡Oye, tu pelo no es verde! - bromeé con ella, y Jackson repartió el gran pez.
- No, pero he oído como los sonidos de un gran cerdo en la noche. - dijo Emma, un poco asustada, empezando a comer.
- Oh, no tienes de qué preocuparte. - dije, terminando de un bocado mi porción de pescado. - Estoy segura de que era Jackson; ronca un poco. - guiñé un ojo hacia ella, y Anna y Emma comenzaron a reír.
- ¡Hey! - Jackson se giró hacia mi. - ¡Yo no ronco!
- ¡Oh, sí, lo haces! - Anna lo señaló sin parar de reír.
- Está bien, está bien, quizás ronco un poco. - él sonrió mirándome, y se puso en pie. Yo lo imité. - Vamos, deberíamos ponernos en marcha; el río está cerca y estoy seguro de que todos estamos sedientos.
Asentimos un par de veces con la cabeza. Apagamos el fuego, cogimos nuestras armas y comenzamos a caminar hacia el río. Como había dicho Jackson, estaba cerca. Llegamos a un claro del bosque, en tensión y alerta, aunque no habíamos visto ni sentido el peligro de los cuentos sobrenaturales todavía. Allí, en el claro, bajaba un río de aguas calmadas. Todos agradecimos el espacio que nos brinadaba el claro; las estrechas filas de árboles ya comenzaban a cansar. Nos arrodillamos en la orilla y bebimos del agua fría todo lo que pudimos.
- Deberíamos bañarnos. - Anna señaló. - Llevamos ya tres días sin probar el agua.
Todos asentimos de acuerdo y saltamos al agua. Sabíamos que no podíamos entretenernos mucho, así que salimos del agua y caminamos río arriba por la orilla hasta llegar a una parte de él atravesada por grandes rocas que sobresalían del agua. Saltamos de roca en roca y cruzamos el río.
Al llegar a la otra orilla continuamos caminando, empapados esta vez. Las armas eran pesadas y difíciles de llevar en este punto, y decidimos envainar. Continuamos caminando, siguiendo a Anna y su dragón de escamas anaranjadas, hasta llegar a la entrada de una cueva en un saliente de roca. Olaf se detuvo en su camino, y giró su cabeza hacia la cueva. Todos los detuvimos también.
- ¿Es aquí, Olaf? - Anna preguntó, acariciando la cabeza del dragón. Este asintió y se tumbó sobre la hierba.
Todos intercambiamos miradas.
- ¿Deberíamos pasar, así sin más? - Jackson preguntó.
- Quizás deberíamos gritar. Llamar, a ver si hay alguien. - sugerí.
Anna se decidió.
- ¡Hola! ¡Hey! ¡Estamos aquí! - gritó, haciendo eco en la cueva.
Nos quedamos esperando allí, sin mover un músculo, durante lo que me parecieron horas. Entonces, entre el silencio y los sonidos del bosque, oímos el eco de pasos que se acercaban desde el interior de la cueva. Jackson empuñó su lanza, Anna cargó su arco y yo desenvainé mi espada, listos para atacar en cualquier momento. Emma estaba detrás de mi, escondiéndose y aferrada a mi mojado chaleco largo.
- Toma, coge esto - la susurré, deslizando suavemente una daga hacia ella. Emma la cogió entre sus manos, pero se quedó ahí, detrás de mi.
Pronto, vislumbramos la figura de un hombre alto saliendo de la cueva. El hombre salió a la luz, con el gesto serio, mirándonos a todos. Él se quedó ahí, con los brazos cruzados sobre su pecho, sin moverse.
Era joven, y alto, de hombros anchos y pelo y ojos castaños. Llevaba unos pantalones y botas marrones, una camisa blanca arremangada hasta el codo y un chaleco azul. Llevaba, también, un cinto con una larga daga en él.
Todos nos mantuvimos allí, aguantándole la mirada, sin movernos.
Pero el hombre rompió el silencio.
- ¿Qué estáis haciendo aquí? -
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