Love Like Kids
¿En qué momento nos dejamos perder así? ¿Cúando lo dejamos escapar? ¿Por qué? Después de todas las palabras, las caricias en la cara, los besos tiernos detrás de la oreja, las charlas de madrugada, las mañanas perezosas. Después de decirnos al oído cuanto nos amábamos, después de las lágrimas y los silencios en la cama, de espaldas al mundo y tan lejos de todo, de las promesas bajo la almohada.
¿Cómo nos alejamos tanto de aquel amor tan tierno como el nuestro?
Solíamos pensar que íbamos a ser eternos, que todo lo que creíamos tener ignoraba la física, el espacio o el tiempo. Sé que puedo ser excesivo, siento las cosas intensamente, pido perdón demasiado, perdono muy rápido, me alejo sin pensarlo y me preocupo por lo que no es necesario. Y sé que lo odias, pero me soportas, porque me quieres. Y tú solo me miras desde lejos, a veces te pregunto y no respondes, te callas lo que sientes, me dices que estás bien, me sonríes, me mientes. Y sabes que lo odio, pero te soporto, porque te quiero.
Suena cliché, porque lo es, como también es verdad. Nos conocimos cuando formamos aquel equipo de jóvenes promesas, la Resistencia nos hacíamos llamar. Nos miramos, y algo hizo click, algo cambió. Tus pupilas se dilataron, me miraste tímido, te sonreí con vergüenza, y comenzamos a hablar. Y ahí comenzó todo, porque en cada interacción que teníamos, uno de los dos terminaba mirando a otro lado sonrojado, tú hablabas y yo te miraba absorto, yo tomaba posesión del balón y tú corrías a mi lado, y en la cena, nos reíamos como nadie con nuestros comentarios.
Nos hicimos muy buenos amigos en muy poco tiempo, y tan rápido como sucedió eso, pasamos a sujetarnos las manos y a besarnos bajo el manto de estrellas de madrugada. Y fue precioso estar así de enamorado.
Pero evidentemente todo termina, y en septiembre cada uno tuvo que regresar a su respectivo instituto, yo en Tokio y tú en Hokkaido.
Seguimos hablando por teléfono todos los días. Por mensajes durante el día y por llamada ya entrada la noche. Pero aunque siguiéramos comunicados y actualizáramos a diario todo aquello que sucedía en nuestras vidas, extrañábamos el hablar el uno al lado del otro, yo con las piernas cruzadas y tú totalmente estiradas, entrelazar nuestros meñiques, observarnos absortos en la mirada del otro, el contacto de nuestra piel y de nuestros labios. Extrañábamos nuestra presencia, eso es todo.
Con el tiempo, los mensajes se fueron enfriando, hasta que se llenaron por completo de polvo sin que nosotros fuéramos conscientes de ello. Nos convencimos de que vivíamos demasiado ocupados para el amor. Y es por eso mismo que ya no hablamos todos los días, por eso ya no sé si esta semana tienes examen de lengua o de matemáticas, si has marcado muchos goles o estás lesionado, si estás contento, triste, emocionado...
¿En qué momento nos dejamos perder así?
—Nos vemos mañana —te escribo finalmente por mensaje, después de varios días sin hablar.
Y solo te pido que no huyas de mí. Que cuando me veas me sonrías cómo hacías antes, que me abraces y me digas cuanto me has extrañado.
—Hasta mañana —respondes al instante.
Se ha organizado un partido amistoso entre los equipos de fútbol del instituto Kirkwood y Alpino, y para ello hoy a la noche tomaremos un autobús que nos llevará a las sierras nevadas de la zona, a aquella ciudad de hielo y de luces ténues y cálidas, a la que tiene mil estrellas por techo.
Y el simple hecho de volver a verte después de tanto tiempo me remueve por dentro, me hace querer abrazarte y no soltarte, pero también mirarte desde lejos, por si acaso decides ignorarme. No quiero salir herido, aunque eso es probablemente lo que pase. Y deseo que pudiéramos volver hacia atrás, cuando todo era tan sencillo como rodearme entre tus brazos para que mis males se esfumaran. Lástima que ahora sean esos mismos brazos los que me causen malestar.
El viaje se me hace eterno entre la noche que no parece tener final. Miro por largas horas a través de la penumbra del cristal, sigo con los ojos la velocidad de los objetos que pasan al lado del vehículo, cambio de postura en mi asiento, cierro los ojos por un largo tiempo. Pero nada, el sueño no acude a mí. Supongo que era de esperar.
Llegamos recién entrada la mañana, cuando el sol comienza a asomar detrás de la inmensidad de las montañas, nos da la bienvenida a la tierra nevada. Y yo como todos nos fascinamos por la belleza del paisaje, por la paz que rebosa del lugar. Y a lo lejos, el instituto Alpino, situado en un pequeño monte cerca de la ciudad, reinando poderoso con majestuosidad.
Nos recibe el equipo con entusiasmo, jugadores de ambos bandos intercambian palabras y gestos, se sonríen y charlan animados. El entrenador Love estrecha su mano con el señor Froste mientras hablan con un poco más de tranquilidad. Y yo solo busco entre la multitud, el azul oscuro de unos ojos tan fríos como tiernos. Y ahí están, observándome en silencio desde el otro lado de la aglomeración de jugadores.
Lo pienso un poco antes de realizar algún movimiento, y me acerco, viendo como los nervios te atacan silenciosamente con cada paso que acorta la distancia que nos separa. Respiras para tranquilizarte, y cuando ya te habías decidido a estrecharme la mano, yo abrazo tu cuerpo sin pensarlo. Y siento como te quedas totalmente plantado, correspondiendo unos segundos más tarde, sin comprender demasiado lo que está pasando.
—Hola, Laurel —hacía tiempo que no escuchaba ese nombre salir de entre tus labios.
Y me rompo en mil y un pedazos. Deshago el abrazo e intercambiamos cuatro palabras antes de irse cada uno por su lado, deseando poder tomar tu mano y dejar de mirar atrás. Respiro algo avergonzado mientras noto la mirada del entrenador Love clavada en mi espalda. No quiero mirarle, no voy a permitir que me vea tan desmontado nada más llegar. Así que me acerco al equipo, que comienza a recoger sus cosas del autobús para instalarse, ya que nos han permitido pasar la noche aquí debido a la larga extensión del viaje.
Ya por la tarde, el partido transcurre fluidamente, aunque no gracias a mí. Hoy estoy excesivamente torpe, he fallado unos cuantos pases y parece que se me haya olvidado cómo chutar. Y es evidente que eso no pasa por alto, y mucho menos después de ser anunciado como uno de los posibles fichajes de uno de los mejores equipos juveniles del país. Después de recibir tal notícia me he estado entrenando a conciencia, y hoy simplemente es como si todo ese esfuerzo no hubiera valido para nada.
Me robas el balón de los pies y sales disparado a toda mecha, partiendo la formación y el campo en dos mitades. Golazo de Njord Snio, como era de esperar. Y siento que me tiemblan las manos.
—Laurel, sal del campo, porfavor —escucho desde el banquillo al entrenador Love.
El encuentro termina al poco rato, con un resultado de 2-1 por parte del equipo local. Hemos perdido y todos sabemos que ha sido por mi culpa, por mi poca capacidad de mantener la compostura, por no saber separar mi vida fuera y dentro del campo. Y aunque nadie me culpe, me siento fatal. Solo quiero marcharme a mi casa.
El entrenador Love ha hablado a solas conmigo antes de cenar. Le he pedido disculpas de todas las maneras posibles, él me conoce como nadie y sabe perfectamente que no soy así, y se ha preocupado de verdad. Solo puedo bajar la cabeza, no necesito compasión o palabras reconfortantes, tan solo olvidar lo que hoy ha pasado y dejarlo todo atrás.
Él me pide paciencia, y me promete que todo mejorará. "Gracias" es lo único que le puedo soltar.
Y la noche azota la ciudad. Me despido de todos y me encierro en la habitación que se me ha asignado, con ganas ya de cerrar los ojos y olvidarme por un rato de todos los males que me está provocando este lugar. Haber estado cenando y verte en otra mesa que no fuera la mía ha sido duro de verdad, los recuerdos han atacado y han hecho lo que han querido conmigo durante todo ese rato. Suspiro entre la penumbra de la habitación, y trato de destensarme, no necesito revivir todos esos momentos. Solo necesito descansar, mañana ya todo habrá terminado. Y ahora ya sé con certeza que debo dejarte marchar.
Tres pequeños toques en la ventana me sacan de mi nube de pensamientos. Observo desconcertado, y allí estás tú, al otro lado del cristal. Y siento que no comprendo absolutamente nada. Abro la ventana, encontrándome cara a cara contigo.
—Hola Laurel. Me gustaría mucho hablar contigo —me dices algo apenado, veo de tus ojos brotar un sentimiento de culpa— ¿Quieres salir a pasear un rato?
No, definitivamente no. Es lo que menos necesito ahora. Debo hacerme a la idea de que tú y yo no estamos hecho para algo tan grande, el hablar contigo solo me va a echar más hacia atrás. Tratar de revivir esa llama que ya se estaba extinguiendo solo va a alargar el sufrimiento de ambos, y nos va a lastimar.
Pero a veces soy muy estúpido. Me coloco mi abrigo y mis botas, y escapo por la ventana con un salto ágil, cerrándola después para evitar que se enfríe en exceso la habitación.
—Oye, Njord, yo-
Y me haces callar, colocando una bufanda oscura alrededor de mi cuello, porque sabes lo friolero que puedo llegar a ser. "Nadie debe saber que nos hemos marchado" me susurras. Así que guardamos el silencio, y comenzamos a caminar, escuchando solo como la nieve cruje bajo nuestros pies. Nos alejamos de las instalaciones del instituto Alpino para adentrarnos en el campo de fútbol, y es entonces cuando me doy cuenta de que llevas un balón entre tus manos. Lo dejas en el suelo, y comienzas a jugar con él, con esa habilidad tan tuya. Y me lo pasas a los pies.
—Hoy no ha sido tu mejor día —dices tras ver que me quedo helado ante el balón.
—No... —solo sé decir. Me muerdo el labio inferior. Que rabia.
—Eso no es normal en ti.
—Ve al grano, Njord —coloco el pie encima del balón, y le doy un pase delicado pero muy preciso.
Me miras algo sorprendido, pero en seguida recuperas la compostura. Supongo que no te esperabas una réplica por mi parte, nunca en tu vida me has visto levantar la voz, ni una sola vez, y sé que el hecho que yo haya sido tosco contigo te ha pillado por sorpresa. Pero no estoy de humor, lo siento. Esta mañana me he sentido rechazado y no consigo sacarlo de mi mente, soy incapaz de ignorarlo.
—Quería pedirte perdón —dices, como si me hubieras podido leer la mente— Tenía muchas ganas de verte, no puedes ni imaginarte como te he extrañado.
—...
—Y cuando te has acercado a mí de esa forma, bueno, no he sabido cómo reaccionar. Y sé que eso te ha dolido. Tus ojos no mienten, Laurel, nunca lo han hecho.
—Ya.
—¿Ya?
Me devuleves el balón. Yo lo recibo bien por primera vez en todo el día. Te lo paso de nuevo, en un vaivén pacífico y con la simple intención de entretenernos mientras la cabeza se mantiene absorta en temas más complicados.
—Yo también te he extrañado mucho, Njord —te respondo, mirando al suelo— Pero siento que nos hemos dejado marchitar. Tenía la esperanza que solo fueran imaginaciones mías, pero hoy me lo has confirmado.
—No quería herirte así, te lo juro —me miras con culpa— Yo no quería que todo acabara de esta forma.
—Ya lo sé, yo tampoco. Pero es lo que hay, tendremos que convivir con ello. El amor a veces sí tiene distancia, y la nuestra es demasiado extensa.
—¿Y por eso vamos a echarlo todo a perder?
—... —sostengo la humedad de mis ojos. Me prometí que no iba a llorar.
—Yo no quiero perderte, Laurel —y tras eso, siento como todo se desmorona a mi alrededor.
Las lágrimas encuentran salida y se derraman por mis mejillas, y ya no entiendo nada. He soportado durante mucho tiempo el ver como poco a poco perdíamos el contacto, sin que ninguno de los dos lo buscara, creamos una distancia entre nosotros que superaba aquella que ya nos separaba físicamente. Y lloré muchas noches pensando que ya nunca lo podríamos arreglar, que nos estábamos perdiendo el uno al otro y que ya no íbamos a mirar atrás. Y ahora, de golpe, todo ha perdido el sentido.
Rompo en un llanto silencioso, y tú solo abrazas mi cuerpo como siempre has hecho. Acaricias mi espalda como hacías siempre que me sucedía algo, tus dedos recorren cada centímetro en círculos pequeños, y terminan en mi cabello, dónde juegan con mis mechones azulados y calman aquellos demonios que me devoran por dentro.
Y siento como todo se desvanece, como todos aquellos pensamientos que me han acribillado durante el día desaparecen, como poco a poco recupero aquellos recuerdos que creía haber olvidado. Las caricias, tus dedos, manos, los susurros, las escapadas por la ventana, las charlas, el llanto, la carcajada. Y vuelvo a sentirme pequeño entre tus brazos, me siento como la primera vez que me sujetaste, cuando me dijiste que me amabas, que estabas feliz de haberme podido conocer cuando menos lo esperabas.
Supongo que es por eso que nos hemos distanciado tanto. Hemos estado tan ocupados tratando de sobrevivir en un mundo tan ajetreado que nos hemos olvidado de lo que significaba para nosotros estar enamorados. Llegamos a olvidar esa inocencia, ese amor tan tierno y puro. Porque dejamos de ser niños, crecimos en un mundo para el que no estamos destinados. Y por eso nos perdimos a nosotros mismos. Porque, ¿cómo íbamos a querernos ahora, si se nos olvidó como lo hacíamos para amarnos como críos?
Seco mis lágrimas con las mangas de mi abrigo, y te miro a los ojos, que no pueden expresar otra cosa que no sea el sentimiento de un corazón partido. Suspiro, y me río tímido. Arqueas tus cejas, recibes a mis brazos que rodean tu cuello, y correspondes a aquel nostálgico beso que te regalan mis lábios secos. Tus brazos recorren mi espalda, y me llevas lejos, a aquellos tiempos donde todo era más sencillo y no nos veíamos envueltos en todo esto. Y lloro de nuevo.
Te tomo la mano. Me miras sincero, esperanzado. Y te sonrío avergonzado, como dos niños pequeños que se quieren de verdad. Supongo que podemos intentarlo una vez más.
FIN
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