06

No había tiempo, Jiwon corría con desesperación a través del mercado de Las Cuatro Estaciones, esquivando cada pequeño puesto de artesanías que había en el camino. Encontró a su objetivo frente a una fuente, en un lugar más apartado de aquella vez en que se conocieron. Se veía igual que la primera vez, con el cabello canoso alborotado y una sonrisa amable por la que cayó como un ratón en una trampa. Le ofrecía conjuros de protección a una pareja cuando la enfrentó.

—Disculpe —llamó su atención. La chamana la miró con una ceja alzada después de despedir a la pareja.

—¿Si?

—Usted... —Tomó aire, estaba cansada por el recorrido—. Usted escribió una carta en mi lugar, ¿lo recuerda? Una carta de amor.

—¡Ah! Claro que sí, ¿qué tal te fue?

—¿Qué tal me fue? —gritó—. ¡Usted dígamelo! Parece que otra persona la leyó y ahora no se separa de mí.

Quería seguir gritando, porque estaba muy angustiada, pero Yujin llegó justo a tiempo y la tomó del brazo haciendo que se trague sus palabras. Habían salido juntas de la florería en cuanto Jiwon cayó en cuenta del posible gran problema que sus acciones causarían, y dejaron a Rei a cargo de la tienda con la excusa de que saldrían a comprar algunos materiales para armar ramos florales.

—Jiwon —llamó. Sus ojos brillaban con cierto enojo.

Jiwon suspiró. De pronto percibió las miradas de los pueblerinos, al parecer había gritado más fuerte de lo que imaginó. No quería que comenzaran a murmurar sobre ella, los chismes y habladurías se esparcían con la rapidez de un rayo; y consideraba ser bien conocida entre los estudiantes de magia del reino de Primavera.

—Dígame —dijo tan bajo que era casi un susurro—, ¿le hizo algo a la carta?

—Hice exactamente lo que me pediste, cariño. Escribí una carta de amor —respondió con una mirada un tanto altanera, como si se estuviese burlando de su desesperación.

Miró a Yujin, que tenía una mueca de desagrado, y decidió que no la involucraría en el enredo de problemas que se avecinaba (muy probablemente) al decidir arreglar la situación de la manera más discreta posible.

—Hablaremos a solas.

Yujin asintió, y se dirigió a una librería al otro lado de la calle, donde fingía leer las páginas de un libro tomado al azar y las vigilaba a través del ventanal en caso de que la chamana se quisiera pasar de lista. No confiaría en ella ni en ningún chamán.

—Puedo hacer algo —dijo la chamana—, pero requiere algunas cosas para que funcione.

—Dime lo que necesitas.

—¿Entonces no vas a decirme?

—Yujin, la resolución de este asunto solo debe quedar entre la chamana y yo, si hay terceros puede resultar mal.

—No confío en ella.

—Todo estará bien, unnie. Ahora debo irme, no pienso retrasar más esto —dijo con calma Jiwon—. Recuerda por qué se supone que salimos, dejamos a Rei a cargo.

—Bien —respondió con un puchero Yujin, pero su humor cambió al instante—. Saludas al rey por mí. —Sonrió embobada.

Jiwon rodó los ojos por su reacción. Yujin tenía un leve enamoramiento hacia el joven rey de Primavera desde que lo conoció en un festival hace tres años atrás, cuando todavía tenía el título de príncipe heredero. Alguna vez pensó en motivarla para acercarse a dar el siguiente paso con él, pero no podía darse ese lujo cuando ni siquiera ella misma podía hacer caso a sus palabras. Aunque Yujin tiene la oportunidad de conocer al rey por su cuenta debido a la posición de su familia, no se ha visto ningún interés de su parte en cambiar su amor platónico a un amor correspondido.

—Como digas.

Mientras viajaba en el carruaje se dispuso a repasar lo que haría. No era algo fácil, tomar algo de la realeza... Nadie se atrevería a hacerlo. Estaba siendo muy valiente.

Era afortunada de tener buena relación con él. Luego de que la selección fuera cancelada, el aquel entonces príncipe, se disculpó con ella personalmente y fue inevitable hacer amistad con él. El rey era directo, amable e increíblemente atractivo; a menudo se le veía por las calles, observando y prestando atención a los habitantes para atender las necesidades del pueblo.

Al llevar fue guiada por un guardia real hacia un lugar alejado del palacio, donde se encontraba un quiosco en el jardín.

—Su majestad —saludó, con una reverencia.

El rey, Park Jongseong, hizo un gesto con el mentón a sus guardias, quienes se retiraron dejándolos solos.

La sala de té era al aire libre, tenía un suelo sólido y techo, pero no tenía ventanas, sólo columnas de roble talladas, las cuales eran magníficas. El lugar era simple pero los detalles lo hacían especial; el techo con adornos de oro y la vista al lago con bellos cisnes blancos y árboles de cerezo.

—Ya era hora de que vinieras a visitarme. —Jongseong se levantó de su asiento, y la envolvió en un abrazo.

—He estado ocupada —respondió, un tanto nerviosa.

—Yo también lo he estado. —Sonrió—. Tú visita me ha aligerado el día. ¿Quieres algo de té? —dijo con suavidad. Jiwon negó a la vez que tomaba lugar a la mesa.

—¿Cómo has estado? ¿Qué tal Gowon? La vida de casado debe ser emocionante.

—Muy bien, su majestad. ¿Cómo ha estado usted? Y sí... Parece que así es.

—Perfecto —respondió a su pregunta, e hizo una pausa—. Hablando de matrimonios —carraspeó—. Se acerca la temporada y debo desposar a una mujer finalmente este año.

—Entonces se realizará la selección de nuevo.

—Exactamente, solo que ahora será opcional, y quiero que te postules de nuevo.

—Oh, Jay... —Jiwon, por la sorpresa, dejó de lado las formalidades.

—Di que sí, por favor.

—Sabes que la primera vez lo hice por mera obligación.

—Pienso que podría funcionar entre nosotros —dijo, luciendo totalmente convencido—, ya sabes, porque somos amigos. Nos conocemos, así que no será incómodo ni molesto como me lo imagino de ser una mujer desconocida con la que me case.

Era tan extraño el don que tenía Jongseong de persuadir. Jiwon incluso lo estaba considerando, sentía lástima por él. Se imaginó en su posición y un escalofrío recorrió su cuerpo; no deseaba estar en su lugar ni en su próxima vida, y entendía que Jongseong prefiriera desposar a una mujer a quien había tenido oportunidad de conocer por voluntad propia, en vez de una persona cuyo rostro jamás habría visto hasta estar uno frente al otro, el día de su boda, y cuya personalidad no conocía para nada.

—Quiero ser libre de elegir a la persona que amaré y estar juntas sin interposiciones.

Jongseong soltó un suspiro pesado. Asintió derrotado.

—Ya veo. Al menos lo intenté.

Jiwon recordó de pronto a lo que había llegado: obtener algo del rey. El broche de oro era una pieza clave para el ritual que la chamana Hong le había explicado era la solución, y sabía que necesitaba obtenerlo sin que el rey se diera cuenta.

—Habrá alguien ideal para ti. —Jiwon fue hacia el barandal, donde se recargó, esperando que Jongseong se uniera a ella. Y así fue.

—Espero que sí, de lo contrario solo lo sentiré como una carga más.

Jiwon buscó la oportunidad perfecta. Esperó a que el rey se detuviera para admirar un nuevo tipo de flores que crecían en el jardín y, con habilidad, se deslizó más cerca del rey.

Con sigilo, movió su mano hacia el hombro del contrario, donde uno de los tantos broches de oro con figuras excéntricas se hallaba. Sabía que no tenía mucho tiempo, por lo que con la mano temblorosa y corazón acelerado, extrajo cuidadosamente el objeto.

—Todo saldrá bien, confía en mí.

Cuando regresó con la chamana Hong ya había anochecido. Llevaba con ella una bolsa con distintos objetos pedidos por la chamana, que le servirían para hacer la solución.

En todo el camino sintió remordimiento por haber robado. Tal vez le hubiese importado menos de ser un desconocido, pero se trataba de un amigo importante, cuya amistad no quería perder porque era demasiado valiosa. Solo podía esperar que Jongseong la perdonara algún día.

—Realmente no entiendo qué tiene de diferente este con los otros —dijo, refiriéndose al broche.

—El oro de la realeza no es el mismo que el del resto, no lo entenderías.

—Quiero hacerlo. Necesito saber qué es lo que harás con todas estas cosas que he traído.

—Regresa en siete días —la chamana Hong la ignoró, todavía con la vista clavada en la bolsa—, para entonces tendré la solución.

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