02
—Hemos terminado por hoy.
Cuando el profesor de técnicas avanzadas con la espada finalmente los dejó libres, Jiwon cayó rendida sobre el pasto. De su frente caía el sudor que demostraba lo duro que había estado entrenando durante el día.
Estaba cansada, pero se sentía bien.
—Jiwon.
La recién nombrada dio media vuelta, encontrándose con su mejor amiga. Cargaba una canasta, Jiwon ya sabía lo que había allí dentro porque todos los días hacía lo mismo: le llevaba comida y le deseaba suerte en su entrenamiento.
—Yujin.
—Creo que nunca dejará de sorprenderme lo rápido que has alcanzado tus poderes.
—Dieciocho es una edad promedio —dijo, de pronto se sentía abrumada.
—Comenzaste a entrenar tarde, es rápido para la cantidad de tiempo que llevas entrenando.
—Todavía tengo mucho que mejorar. —Alcanzó la canasta y sacó un durazno, esta vez su amiga había traído buena fruta.
—Lo importante es que ya dominas el agua.
Lo importante...
Sí, eso era lo más importante a su edad. Solo algunos nacían con magia, algunos podían aprender a hacer magia. De cualquier manera, pasaban por lo mismo: hacían diferentes entrenamientos y actividades en una escuela de magia.
También existía un pequeño porcentaje de personas que no tenían magia para nada. Y otro aún más reducido que no lograba desbloquear su magia.
Afortunadamente, Jiwon pudo lograrlo.
Tal vez comenzó a entrenar un poco tarde, pero eso no impidió que siguiera esforzándose para aprender más y más cada día. A veces resultaba difícil lidiar con la presión de ser lo suficientemente buena. Se hizo una promesa a sí misma nueve años atrás: sería como Gaeul.
Gaeul. Con el paso del tiempo se convirtió en una amiga cercana, no había nadie que conociera mejor a Jiwon que ella (y Yujin también). Lo que más les gustaba hacer era pasar tiempo juntas en sus ratos libres, aunque la responsabilidad de Gaeul como heredera al trono la mantenía ocupada la mayor parte del tiempo siempre encontraban la forma de estar cerca una de la otra.
Como la vez que Jiwon se vistió de doncella y se escabulló en el palacio aparentando ser una más del grupo que iba detrás de Gaeul todo el tiempo para servirle. Todo por el motivo de que Jiwon no quería asistir a clases y estar detrás de su amiga estando encubierta le parecía más divertido.
"Si se enteran, te cortarán la cabeza" le dijo Yujin antes, con tal de que se arrepintiera de hacer tal locura. Pero Jiwon sabía que Gaeul no lo permitiría aún si eso fuera cierto.
Después de eso recibió un castigo duro por parte de su madre por saltarse las clases, pero no se lamentó.
—¿Hoy irás a Otoño? —le preguntó Yujin. Se había hecho el fleco recientemente y parecía que todavía no se acostumbraba a él pues seguía quitándoselo del rostro.
—No. De hecho...
Jiwon debatió entre decirle o no a Yujin sobre lo que haría durante el día. No era que no quisiera hacerlo, es más, se moría de ganas por contarle todo, pero no tenía idea de la reacción que obtendría por parte de ella.
No sabía lo que sentía por Gaeul.
Su amiga alzó las cejas, quizás un poco sorprendida de verla titubear.
—No tienes que decírmelo.
—¡No! Es decir... Quiero hacerlo, es solo que...
—Liz. —Yujin la llamó por el apodo que le había otorgado; decía que desprendía un aroma, como la flor de Lis, desde entonces la llamaba de esa forma—. Está bien guardar algunas cosas para ti misma. Que sea tu amiga no quiere decir que me lo debas contar todo, se trata de tu privacidad.
Jiwon asintió. Tenía la mirada fija en sus pies, de pronto se sentía una niña de nuevo.
Yujin le parecía una chica que sabía tanto de la vida, la tomaba de ejemplo muy seguido. Ella era tan sabia, disciplinada y era hermosa también. Provenía de una familia reconocida en el reino de Primavera (igual que Jiwon). Sus padres mantenían una floristería muy famosa y por lo que veía cuando visitaba su casa, Yujin era igual de tranquila que ellos. Fue educada con paciencia y amor.
—Nos vemos mañana, Yujinnie.
Al separar sus caminos, Jiwon se subió a su carruaje y le pidió al chofer, el señor Yoo, que la llevara al reino de Otoño.
El viaje no fue largo. Tardaba al menos una hora en llegar a cada reino si partía desde el Centro de Clases.
Uno sabe que ha llegado a Otoño cuando, en el camino, las hojas verdes de los árboles poco a poco van cambiando de color hasta llegar al tono más vibrante de naranja. Los visitantes eran bien recibidos por la brisa fresca y las ardillas comiendo bellotas en el tronco de los árboles.
Se permitió repasar lo que diría una vez que tuviera a Gaeul enfrente.
Lo que había preparado era lo siguiente: le diría a Gaeul que tenía algo especial para ella, lo que sería la carta en donde confesaba sus sentimientos, entonces se marcharía para darle su espacio y esperaría su respuesta, cuando se encontraran en el Centro de Clases.
No era algo tan difícil de hacer si lo pensaba bien. El problema era que Jiwon era una persona muy nerviosa, no estaba segura de poder hablar correctamente o siquiera poder entregar el sobre sin temblar.
Sacudió la cabeza intentando concentrarse de nuevo, dejando atrás sus pensamientos intrusivos.
El día anterior, mientras paseaba por el mercado de las Cuatro Estaciones lloriqueando porque no tenía idea sobre qué escribir en su confesión, una amable señora le ofreció su ayuda para escribir la carta, claro, a cambio de algo. Eso no fue nada más ni nada menos que un ramo de bellas rosas rojas, ¡tan tierna! Jiwon accedió sin dudarlo.
Todo fue muy rápido, no sabía qué técnica tenía la señora, pero no se demoró ni dos minutos en escribir. Jiwon no pudo leer lo que decía, pero confió en que había puesto su alma en ello, porque le había prometido que Gaeul no podría rechazarla después de que se la entregara.
Entonces por eso estaba ahí, en el reino de Otoño, justo frente a la entrada del palacio donde Gaeul vivía.
Jiwon pudo haber enviado la carta con el mensajero, pero prefirió ser valiente y entregársela a Gaeul en persona.
—Muy bien, es hora.
Caminó con seguridad, entregó su identificación a los guardias que de inmediato la dejaron ingresar. Poco después estuvo en el edificio donde Gaeul vivía. Las doncellas hicieron una reverencia al verla y la dama principal se acercó a pasos rápidos.
—Señorita Kim. La princesa no se encuentra en estos momentos —dijo la mujer de cabello canoso con la mirada baja.
—¿Qué?
Jiwon sintió que su corazón volvía a latir con normalidad. Quería ver a Gaeul, pero estaba tan nerviosa que saber que no estaba le quitó un peso de encima. Tal vez después de eso estaría lista para su plan.
—Lo lamento, le diré que ha venido a visitarla.
—¿Puedo saber en dónde está?
—En una reunión con los reyes de las demás estaciones, está acompañando a su alteza.
—Muy bien. Podría... —pensó en decirle que le avisara a Gaeul que había pasado por ahí, pero prefirió dejar lo que había llevado—. ¿Puede entregarle esta carta?
La dama tomó el sobre cuando afirmó que podría hacerlo, por lo que Jiwon se despidió y abandonó el lugar.
Debido al repentino llamado de la reina madre (la abuela de Gaeul), la dama decidió dejar como segunda prioridad la carta, por lo que no se molestó en dejar a alguien confiable a cargo.
—Rei —llamó—. Entrégale esto a su majestad. Ve ahora, es importante.
La chica de cabello azabache y mejillas regordetas obedeció la orden al instante.
Kim Rei caminaba apresurada por el camino empedrado hacia el lugar de la junta, el palacio principal, sosteniendo con firmeza la carta que debía entregar. Estaba tan concentrada en su tarea que no se percató del charco de agua que había justo en su camino.
De repente, sus pies se resbalaron y perdió el equilibrio. Intentó aferrarse a algo para evitar la caída, pero todo fue en vano. Su cuerpo cayó pesadamente sobre el charco y la carta que llevaba en la mano se mojó aunque trató de salvarla.
Rei se levantó rápidamente, sus faldas estaban sucias y podía sentir que su rostro también. Se sacudió el barro y se lamentó por el accidente. Casi llora al ver la carta mojada. La abrió solo para asegurarse de que la tinta no se hubiera corrido; barrió con la vista las palabras, dándose cuenta de que sucedió solo con unas cuantas, pero la caligrafía todavía era legible.
No iba a mentir, estaba muerta de miedo. Esto no se trataba de alguien común, se trataba de la realeza.
En los años que llevaba trabajando en el palacio, no había cometido ni un solo error. Eso sí, le había tocado ver a sus compañeros de trabajo y a los sirvientes de otros reyes sufrir graves consecuencias por lo mínimo. Pero las doncellas recibían un trato diferente, era poco probable que la llevaran a la cárcel o le cortaran la mano solo por estropear un pedazo de papel.
Uno con un mensaje de la mejor amiga (casi hermana) de la princesa...
Tomó la carta arrugada y decidió llevarla de todos modos al palacio. Sabía que tendría que disculparse por la apariencia de la carta, también debía explicar lo sucedido. Y esperaría por un castigo leve.
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