Capítulo VIII: Pruebas Contundentes
Hace ya bastante tiempo que no visito este restaurant. Tanto, que apenas puedo recordar lo deliciosa que es la comida de Joyce. Estos cinco años definitivamente no me han sentado tan bien como yo esperaba. Pude haber pasado mil aventuras en Seattle, pero Arcadia Bay sigue siendo una parte importante de mí. A pesar de todo lo que ha sucedido, es como si pudiera adivinar todo lo que está ocurriendo adentro. Casi puedo ver los movimientos de Joyce, aún estando ella fuera del alcance de mi vista. Al entrar al restaurant es como si todos los recuerdos se arremolinaran frente a mí. La música ambiental es de gran ayuda.
Muero de hambre.
—Vaya, vaya... Pareciera que los años te han sentado bien, Max.
Esa es la voz de Joyce, que se ha acercado a mí para servir un poco de café. Y para hacerme sentir culpable por no haberla saludado también a ella desde que llegué a la ciudad. Este remordimiento terminará por volverme loca.
—Hola, Joyce.
—Hola, Max. Es bueno volver a verte.
—Lo mismo digo. Ha pasado tanto... ¿Cómo va todo?
—Todo es maravilloso. ¿Cómo fue tu estancia en Seattle?
—Oh, fue toda una aventura. Pero... Nada es tan bueno como estar de nuevo en Arcadia Bay. Este es mi hogar.
—Estoy segura de que así es.
—Ayer vi de nuevo a Chloe. Ella ha cambiado tanto... Pero en el fondo sigue siendo la misma.
Un halo de tristeza se cierne sobre Joyce al pensar en su hija. ¿He dicho algo que no debía?
—A Chloe le vendrá bien que tú hayas vuelto. Ha pasado por tantas cosas que ya casi no la reconozco. Ya sabes. Nuevos amigos, fiestas, alcohol, drogas, el cabello azul...
—Estoy segura de que, sea lo que sea, Chloe puede resistirlo. Imagino que debe seguir deprimida por haber perdido a Rachel.
—Sí... Esa pobre chica...
—He visto los anuncios de desaparecida en Blackwell. Chloe está realmente decidida encontrarla.
—Se ha obsesionado tanto con ese tema, que me preocupa que su vida entera quede marcada por ese asunto. A veces las cosas deben dejarse ir, ¿sabes?
—Supongo que todo ha sido difícil para ambas desde que William murió...
—Ambas lo extrañamos más que a nada en el mundo... Pero no hace falta deprimirnos por las cosas que no podemos cambiar. William no hubiera querido eso. Así que, Max, ¿qué quieres comer?
No necesito pensarlo.
—Muero por comer unos deliciosos panqueques.
Joyce sonríe.
—De acuerdo. Espera aquí.
La veo alejarse para volver a la cocina, y sólo así me doy cuenta de que Chloe está mirándonos desde la entrada al restaurant. Pareciera que se ha detenido en seco antes de seguir con su entrada épica. Me pregunto si habrá escuchado nuestra conversación. Lo último que necesitamos hoy es tener una discusión por haber hablado de esos temas difíciles en momentos inadecuados.
Chloe deja ir su molestia, al menos sólo lo suficiente para caminar hacia mí y sentarse en el asiento del frente de esa manera tan poco convencional que la hace parecer un pequeño mono.
—Lo lamento. —Me dice, aunque sé que no es así—. Me retrasé un poco.
—La puntualidad nunca ha sido tu fuerte.
—No es mi culpa que elijan colocar señales de tránsito para impedir el paso en lugares donde no deberían hacerlo —bromea ella—. No pagaré esa infracción, te lo aseguro.
—Eres un peligro para la sociedad estando en esa camioneta, ¿sabes?
Y ambas reímos. Como en los viejos tiempos. Joyce vuelve con nosotras para servir el desayuno. Trae consigo un plato para Chloe, como si no fuese necesario que ella pida su comida para obtenerla. Pero Chloe apenas mira a su madre. Es casi como si no quisiera estar cerca de ella. Debe tenerle mucho rencor a Joyce por haberle dado a ese mierdastro.
—Chloe, espero que no pretendas llevar a Max por el mismo camino que tú —dice Joyce mientras sirve el café para mi mejor amiga.
—Max es testigo de que no soy yo el problema —espeta Chloe a la defensiva—. Apuesto a que si Max te dijera su versión de lo que pasó ayer, seguramente a ella sí le creerías.
—David está arrepentido.
— ¡Ese maldito me golpeó!
—Y no debió hacerlo. Pero tú tampoco tendrías que provocarlo. Ambos tienen partes iguales de culpa.
—Con la excepción de que él merece todo el perdón, mientras yo sólo consigo un regaño...
Joyce sólo suspira y niega con la cabeza para luego retirarse. Chloe se escuda detrás de su taza de café. Se reclina en el asiento y muerde su labio inferior en señal de que algo le molesta.
Esto ha sido incómodo.
—Chloe...
—No digas una sola palabra —dice ella y suspira de nuevo para recuperar su buen ánimo. Se inclina hacia mí sobre la mesa y añade, con una sonrisa traviesa—: ¡Quiero pruebas de que puedes controlar el tiempo!
Discresión nivel: Chloe.
—Tendría que golpearte por decir eso en voz alta. ¿Acaso quieres que me internen en un psiquiátrico por decir que tengo poderes?
— ¿Esa es tu manera evadirlo?
Se burla de mí con una sonrisa cruel.
Ella se lo ha buscado.
—De acuerdo... Déjame pensar... ¿Cuántos cigarrillos has fumado hoy?
— ¿Eso te parece importante?
—Sólo responde.
—Tres.
Chloe Price. La patrocinadora oficial del enfisema pulmonar.
—Muy bien.
Ahora sólo concéntrate y retrocede Max.
Retrocede...
Retrocede...
¡Bien hecho!
—No digas una sola palabra. ¡Quiero pruebas de que puedes controlar el tiempo!
No hace falta repetir toda nuestra conversación, ahora que ya sé en lo que terminará. Así que si Chloe quiere pruebas...
—Hoy has fumado tres cigarrillos.
Chloe ríe.
— ¿Así que también puedes leer las mentes?
—Por supuesto que no. Tan sólo te lo he preguntado y retrocedí.
—Pues me parece que es mera suerte. ¡Sólo mírame! Es imposible que haya fumado sólo uno. Quiero más pruebas. Detalles.
—Muéstrame una cosa que haya en tus bolsillos.
Ella lo hace, sacando tres infracciones de tránsito. Dos de ellas fueron recibidas ayer, a las once y doce de la mañana en punto. La tercera fue recibida hoy, a las diez con cuarenta y siete. Chloe quiere detalles, ¿no es así?
Ahora retrocede, Max.
Concéntrate...
Concéntrate...
Bien. Creo que si retrocedo durante una minúscula cantidad de tiempo puedo librarme de la jaqueca.
—Pues me parece que es mera suerte. ¡Sólo mírame! Es imposible que haya fumado sólo uno. Quiero más pruebas. Detalles.
—En tus bolsillos hay tres infracciones de tránsito. La que has recibido hoy fue a las diez con cuarenta y siete.
Ella frunce el entrecejo y revisa sus bolsillos. Sus pupilas se contraen en cuanto ve la hora en la infracción en cuestión, pero decide permanecer en su papel de escéptica.
— ¿Así que también tienes visión de rayos X?
— ¿Qué es lo que quieres de mí, Chloe? —le pregunto entre risas.
Ella esboza una sonrisa cruel.
—Quiero pruebas contundentes. ¡Convénceme!
—Eso es difícil. Si rebobino el tiempo, la única que lo recuerda soy yo. Por lo tanto, creerías que estoy tratando de engañarte o que han sido meras casualidades.
—Esfuérzate.
Y se reclina en su asiento, esperando a que su bufón la entretenga.
Pruebas contundentes... ¿Cómo comprueba alguien que realmente posee control sobre el tiempo y el espacio? Podría suceder algo interesante aquí adentro, para prevenir a Chloe de lo que ocurrirá, pero todos están demasiado ocupados con sus desayunos y siguiendo la rutina diaria. Afuera sólo hay algunas personas que no pueden dar crédito a los montículos de nieve que han quedado luego de lo que sucedió ayer por la tarde. Los autos siguen su curso. Las aves vuelan como en cualquier otro día. ¿Qué puedo decir para convencerla?
— ¿Y bien? ¿Vas a hacerlo o no?
Alguna fuerza divina se apiada de mí. Un chico, afuera del restaurant, cae de su bicicleta sobre un montículo de nieve. La caída detiene de golpe el tráfico cuando una camioneta frena repentinamente para no arroyar al chico. Un par de perros callejeros ladran, sintiéndose molestados cuando tanto caos ocurre cerca de sus territorios.
Bingo.
Ahora retrocede.
Concéntrate...
Concéntrate...
Concéntrate...
¡Mierda! ¡La jaqueca otra vez!
—Quiero pruebas contundentes. ¡Convénceme!
—Bien. En dos minutos sucederá algo afuera del restaurant. Un chico caerá de su bicicleta, deteniendo de golpe a un auto y causando que los perros callejeros se enfurezcan.
— ¿Esperas que me trague esa?
—Compruébalo si no me crees.
Y ella sólo esboza su sonrisa cruel, para mirar por la ventana y esperar a que suceda lo que le he dicho.
Sucede.
Chloe separa los labios y retrocede un poco en su asiento. Me mira con las pupilas contraídas y el entrecejo fruncido. Agacha la mirada para considerarlo y termina por rendirse ante mí. Simula estar reverenciándome y dice con tono solemne:
—Juro lealtad a Max y a los poderes que sostiene.
Ambas reímos.
Misión cumplida, Max.
—Chloe, esto no es un juguete.
— ¿De qué rayos hablas? ¡Por supuesto que lo es! ¡Es el mejor juguete de todos!
—Madura.
— ¡Al diablo con eso! Sólo piénsalo. Podríamos robar un banco y nadie se enteraría. ¡Tal vez hiciste algo conmigo ayer y yo nunca lo supe!
— ¿Algo como qué?
—Eso dímelo tú. ¿De qué color es mi ropa interior?
—No voy a pedirte que te desnudes para luego rebobinar.
—Tal vez eso sólo estás diciéndolo para mantener las apariencias. ¡Quién sabe qué tan lejos habrás llegado conmigo! Anda, admítelo.
—No lo admitiría aunque fuera verdad.
—Santurrona.
Y reímos nuevamente, para terminar nuestro desayuno en silencio. En cuanto terminamos, Chloe se levanta de su asiento.
—Vamos, Max —me dice—. Conozco un lugar increíble donde podemos poner a prueba tus habilidades secretas.
No puedo negarme. ¿Quién necesita ir a clases? Yo no.
La sigo hacia la salida, aunque debo detenerme al cabo de un momento cuando mi nariz comienza a sangrar. Creo que me he sobrepasado con tantas pruebas estúpidas. Y el sangrado parece haber sido algo momentáneo, pues se detiene inmediatamente. Y al mismo tiempo, una llamada de Kate llega a mi teléfono.
Mierda... ¿Qué le habrán hecho ahora?
— ¿Vienes o no?
Chloe está impaciente. Sé que no le agradará si le digo que Kate me necesita.
—Chloe, aguarda. Debo atender esta llamada.
— ¿Quién es?
—Kate Marsh. Una amiga de Blackwell.
— ¡Pues que se joda! Sea lo que sea, puede esperar. ¡Vamos!
Sí... Supongo que Chloe tiene razón. Kate puede esperar un poco. Sé que le he prometido que podría hablar conmigo en cualquier momento, pero también debo darle un poco de atención a Chloe. No puedo simplemente quedar con ella para ir a cualquier sitio, y luego pedirme que me dé un par de horas para atender los problemas personales de otra persona.
—Tienes razón. Andando.
— ¡Eso es, chica!
Y salimos del restaurant para subir a su camioneta.
El resto de lo que sucede puede esperar a que mi día con Chloe haya terminado. Visitaré a Kate por la tarde, cuando haya vuelto a Blackwell. Tal vez incluso podamos cenar juntas. Estoy segura de que estará bien. Ya nada de lo que le suceda puede ser tan malo.
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