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Dicen que la mejor forma de ser feliz con alguien es aprender a ser feliz solo. Así la compañía se vuelve una elección y no una necesidad. ¿Pero y si yo no buscaba compañía? Tras mucho tiempo a solas conmigo misma había descubierto la comodidad que se escondía tras esa vertiginosa y a veces temida soledad.

Y no es por dármelas de alma incomprendida, ¿Sabéis? En el fondo la gente no estaba tan mal. Era plenamente consciente de que el problema estaba en mí. O eso creía antes de conocerle.

Recuerdo que era jueves y, como todas las tardes, yo me encontraba refugiada en la Lavender's Grove Library, una de las librerías más grandes de Nueva York y mi favorita con diferencia.

Era un antiguo edificio de madera que contaba con tres plantas repletas de estanterías. En ellas podías encontrar todo tipo de libros, desde títulos infantiles hasta los clásicos que ya nadie recordaba.

Ese lugar tenía algo especial, y no me refiero únicamente a sus cómodos sillones repartidos por las salas o su característico olor a tinta, lo mágico de aquel sitio se encontraba en las personas que lo visitaban.

A veces dejaba correr el tiempo mientras observaba a la gente desde uno de los sofás situados al fondo de la primera planta. Me divertía viendo a los niños aprender palabras nuevas, me emocionaba viendo a los más mayores llorar al acabar su novela favorita, a veces incluso trataba de leer los labios a la encargada del local, que estaba constantemente en llamada con su ex marido.

Había un millón de historias entre aquellas cuatro paredes, todas al alcance de mi mano.

Pero antes de continuar analizando vidas ajenas, me vi en la obligación de tomarme un descanso de cinco minutos y correr al baño. ¿Cuanto llevaba allí sentada? Estaba tan sumergida en mi nueva novela que había perdido completamente la noción del tiempo.

Muy a mi pesar, abandoné el sofá y puse rumbo a los baños. Aunque estos no destacaban por ser espaciosos —más bien lo contrario— siempre se mantenían limpios.

Tras cerrar la primera puerta a mi espalda me encontraba con una hilera de lavamanos y, justo en frente, cuatro cubículos que se hacían llamar baños.

Impulsada por la urgencia, corrí a introducirme en el primero y eché el pestillo con prisa.

Entonces me di la vuelta.

—¡JODER! —recuerdo haber gritado, sobresaltada, mientras me levaba una mano al corazón.

El desconocido colocó la suya sobre mi boca, tratando de hacerme callar.

Mi primer instinto fue cerrar los ojos con fuerza y esperar a sentir una hoja afilada hundirse bajo mi estómago. Segundos después, al no recibir ninguna puñalada, abrí los ojos lentamente y reparé mejor en el chico. No parecía ningún pandillero con el que mi vida corriera peligro. Su aspecto era más bien limpio. Vaqueros anchos y un jersey bastante básico. Dudo que supiera cómo utilizar una navaja.

Parpadeé varias veces para comprobar que no era un espejismo fruto de mi imaginación ya saturada. Después conté hasta tres para que mi pulso se recuperara del susto y aparté su mano de mi cara.

—¿Se puede saber que haces en el baño de mujeres? —inquirí con verdadera curiosidad y quizá algo más de naturalidad de la que esperaba.

—Necesito que me hagas un favor.

Oír esto me hizo fruncir el ceño.

—¿Perdón?

He de admitir que la situación era rara de cojones, pero había algo en él que me decía que no había maldad en sus intenciones.

Al ver que dudaba, el chico continuó hablando.

—No te asustes, no es nada complicado. Solo necesito que salgas al pasillo y me digas si hay alguien esperando.

—¿Eso es todo?

—Eso es todo.

—¿Y puedo saber por qué?

—Prometo explicarte todo cuando vuelvas.

Dicho esto, el chico me empujó fuera del baño, cerrando la puerta tras de mí.

Pude haberlo ignorado, haber entrado a cualquier otro de los baños contiguos a ese para después marcharme de aquella librería con la tranquilidad de no haber ayudado a un extraño a hacer vete a saber qué.

Sin embargo me quedé. Y aunque por aquel entonces no tenía ni idea, ahora estoy convencida de que esa fue la decisión que marcaría el resto de mi vida.

Aun algo aturdida, asomé la cabeza al exterior del baño y miré hacia ambos lados. Después volví a entrar al pequeño cubículo para descubrir al mismo chico de antes subido a la taza del váter.

—Por un momento pensé que ibas a dejarme aquí tirado —reconoció al verme aparecer de vuelta.

—Ya... —gruñí con desconfianza —No creas que no lo he considerado.

—¿Y bien...?

—Despejado.

El chico me dedicó una sonrisa traviesa antes de bajar de la taza del váter de un salto.

—Alto ahí —le detuve empujando una mano contra su pecho —¿No me debes algo?

Vaciló unos segundos para finalmente abalanzarse sobre mis labios en un veloz pero fuerte choque de bocas bastante similar a un beso.

Tardé un par de segundos en procesarlo y recomponerme, segundos los cuales él aprovechó para intentar huir. Reaccioné antes de que eso sucediera y tiré de su brazo hacia atrás, arrastrándolo de vuelta al interior del baño.

—Me refería a una explicación —insistí volviendo a echar el pestillo.

El chico se encogió de hombros antes de desabrocharse la chaqueta.

—¿Lo has robado? —intuí al notar el bulto que llevaba escondido bajo la camiseta. Era un libro.

—Podría decirse... No del todo.

Estiré el brazo y lo agarré para examinarlo. ¿Que tan interesante podía haber escrito en aquellas páginas para que alguien como él quisiera robarlo?

—101 posturas para hacer del sexo una actividad más placentera —leí el títular en voz alta, haciendo un esfuerzo inútil por sofocar una carcajada —No me lo puedo creer.

—No es lo que crees—se defendió llevándose una mano a la nuca —lo cogí prestado hace unos años. He venido a devolverlo.

Pero yo no podía parar de reír.

—Lo siento, perdón. Yo... Es que no me creo que... Dios mío —me mofé con la cara encendida por falta de oxígeno —¿Y por qué te escondes en el baño?

—Pensé que la encargada me había reconocido.

—¿No dices que ocurrió hace años?

—Soy una cara difícil de olvidar —vaciló, aunque no estaba para nada equivocado.

Era exageradamente atractivo de una manera más disimulada que los típicos modelos superfashions que ocupan las portadas de revista, esos que casi parecían de plástico. Todas sus facciones estaban perfectamente combinadas. Sus ojos, que no se decidían entre un tono verdoso o uno miel, parecían poder ver a través de mí. Bajo ellos una espesa manta de pecas vestía sus mejillas y parte de la nariz. Y los labios...

Carraspeé al percatarme de que llevábamos demasiado tiempo observándonos en silencio.

—¿Puedes hacerme un último favor? —Preguntó con cautela. Al ver que no se lo negué, continuó —¿Puedes entregar el libro por mí? Antes de que respondas, que sepas que me comprometo a invitarte a un café si accedes —trató de sobornarme con una sonrisa genuina.

***

Hola a quién quiera que haya tras la pantalla, y gracias de antemano por dar una oportunidad a la historia.

Presiento y espero que esta no será una de las tantas historias que comienzo a escribir y nunca termino. Aunque es cierto que apenas tengo un par de ideas que quiero que marquen el rumbo de esta historia, al escribir este prólogo me he sentido tan identificada con mi personaje que no he podido evitar cogerle cariño.

Espero ansiosa vuestro apoyo y opiniones, así como que disfrutéis la lectura 💘

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