Cuento de hadas -2/2
One-shot 2: Cuento de hadas
Canción: TONG HUA
Una punzada aguda le atravesó el pecho, un dolor sordo y punzante que Sesshomaru no estaba dispuesto a reconocer. No era solo celos; era el miedo latente a perderla de nuevo, a que Rin encontrara en Takeshi lo que él, con toda su arrogancia y orgullo, no había sabido darle.
Sus ojos dorados, afilados como cuchillas, se posaron en aquel hombre de porte confiado y sonrisa amable, cuya atención parecía girar únicamente en torno a Rin. Con la misma seguridad, Takeshi extendió la mano para saludarlo.
Sesshomaru lo observó en silencio, conteniendo cualquier emoción que pudiera delatarlo. Finalmente, con un gesto medido y carente de prisa, aceptó el saludo.
—Un placer conocerte —respondió con su tono habitual, aunque internamente sentía que el suelo se deslizaba bajo sus pies.
El silencio incómodo que siguió pasó desapercibido para Rin, quien seguía conversando alegremente con Takeshi, sin notar cómo se sentía Sesshomaru ni que él no podía evitar observar la forma en que lo miraba. Esa chispa en los ojos de Rin, la misma que él había conocido, ahora estaba dirigida a alguien más. Los recuerdos de lo que una vez fue su relación, mezclados con la realidad del presente, lo dejaron desconcertado. Por un lado, se había propuesto recuperarse, en parte por ella, para estar a su altura nuevamente. Pero, por otro, ahora veía que Rin había seguido adelante, que había encontrado a alguien más.
Después de que Rin y Takeshi se despidieron para pasar tiempo juntos en la ciudad, Sesshomaru se quedó solo en la sala, contemplando el piano en silencio. Sabía que tenía que aceptar que Rin tenía una vida aparte de él, que no podía reclamar algo que había perdido hacía mucho. Sin embargo, en ese momento, todo lo que había sentido se intensificó. Su deseo de recuperarse, no solo por ella, sino también por sí mismo, se convirtió en una necesidad urgente. Necesitaba encontrar su propio camino, uno que no dependiera únicamente de su relación con Rin, pero que también le permitiera mantenerse cerca de ella, aunque fuera como el amigo que había sido antes.
A partir de ese día, Sesshomaru se comprometió más con su recuperación. Sabía que tenía que encontrar su propio valor, independiente de lo que había perdido o de los sentimientos que aún albergaba por Rin. Pero también sabía que, pase lo que pase, no podía dejar de ser parte de su vida, aunque su lugar en ella hubiera cambiado.
Y mientras la música volvía a sus dedos, poco a poco, Sesshomaru se dio cuenta de que su historia no había terminado. Había más por escribir, tanto para él como para Rin. Lo único que quedaba por ver era cómo continuarían esos capítulos.
Rin llevaba un año de relación con Takeshi, un hombre bondadoso y tradicional que siempre había estado a su lado. Se conocieron en su trabajo y, desde entonces, Takeshi había cuidado de ella con una dedicación genuina. Poco a poco, su amor por ella había crecido hasta el punto de querer pasar el resto de su vida juntos. Y ahora, después de todo ese tiempo, Takeshi había tomado una decisión importante: quería pedirle matrimonio. Aunque sabía que Rin había estado distraída en las últimas semanas, él creía que juntos podían superar cualquier obstáculo. Por eso, antes de hacer la propuesta, le pidió que lo presentara a su abuelo, un gesto que para él significaba respeto hacia su familia.
Sin embargo, Rin no podía ignorar el cambio que había comenzado a sentir dentro de ella. Desde que Sesshomaru había vuelto a su vida, algo en su interior se había agitado. Aunque intentaba seguir adelante, no podía negar lo que su corazón aún albergaba por él, un sentimiento que, a pesar de los años, no se había desvanecido. Se sentía atrapada entre el presente y el pasado, entre lo que creía que era correcto y lo que realmente deseaba.
Por su parte, Sesshomaru, aunque intentaba centrarse en su recuperación, no podía evitar sentirse cada vez más celoso y frustrado al ver a Rin con Takeshi. Sabía que no tenía derecho a interferir en su vida, pero el simple hecho de verla con alguien más lo llenaba de una confusión que no podía controlar. Por esa razón, empezó a evitarla, distanciándose de las conversaciones que antes esperaban al final del día y replegándose en su propia burbuja. Pero ese comportamiento solo lograba que Rin se sintiera más culpable, más perdida, como si no pudiera satisfacer las expectativas de nadie, ni siquiera las suyas.
Finalmente, el día llegó. Takeshi, con el anillo en el bolsillo y la intención de pedirle matrimonio, llevó a Rin a un lugar tranquilo, donde esperaba obtener una respuesta afirmativa. La miró con ternura, con la seguridad de alguien que había decidido que quería estar con ella para siempre.
—Rin, quiero pasar el resto de mi vida contigo —dijo con una sonrisa suave mientras sacaba el anillo—. ¿Te casarías conmigo?
Pero en ese momento, el mundo de Rin pareció detenerse. Las palabras de Takeshi, la dulzura en su mirada, no bastaban para acallar el tumulto que sentía en su pecho. Sabía que era un buen hombre, que la amaba profundamente, pero ella no podía ignorar la verdad que la golpeaba con cada latido de su corazón.
—Takeshi... —Rin tragó saliva, sus ojos brillando con lágrimas—. No puedo aceptar. No sería justo para ti. Mi corazón... no está aquí. Lo siento.
El rostro de Takeshi se contrajo brevemente por el dolor, pero asintió lentamente, con una comprensión que lo hacía aún más difícil.
—Sabía que esto podía pasar —dijo en voz baja, con una calma sorprendente—. Rin, te amo, y siempre quise lo mejor para ti. Pero he notado que tu corazón está en otro lugar. No puedes negarlo más, ¿verdad?
Rin lo miró, incapaz de encontrar palabras. La realidad era mucho más cruel de lo que había imaginado. Sabía que quería a Takeshi, pero no de la forma en que él merecía. Había sido consciente, aunque lo evitaba, de que sus sentimientos estaban en otro lugar. Y Takeshi, perceptivo como siempre, lo había notado. No solo por sus recientes titubeos, sino también porque sus ojos, a menudo, buscaban a alguien más: Sesshomaru.
—Sé que lo amas —dijo finalmente Takeshi, su voz teñida de tristeza pero también de aceptación—. Siempre lo has hecho. Y no puedo competir con eso.
Rin se llevó las manos al rostro, como si pudiera contener el dolor que la desgarraba por dentro. Takeshi merecía más que una excusa. Pero ¿cómo decirle que, aunque lo quería, nunca podría amarlo como amaba a Sesshomaru?
Takeshi era una buena persona, alguien que no merecía ese tipo de dolor. Lo sabía, y eso solo hacía que la angustia en su pecho aumentara. Cuando lo miró a los ojos, esos profundos ojos negros, pudo ver que él no la culpaba, que lo entendía. Pero su comprensión no aliviaba el peso de la culpa que la ahogaba. Lo había lastimado profundamente, y la verdad que había intentado negar por tanto tiempo ahora estaba desnuda ante ambos.
Cuando lo vio marcharse con esa mirada con dolor se lamento mucho,pero no tuvo la fuerza de detenerlo. No podía. Sabía que estaba perdiendo a alguien importante, pero tenia que dejarlo ir, consciente de que era lo correcto.
Los días siguientes fueron oscuros y tristes para ella. Estaba sumida en una confusión que no parecía tener fin.
Aquella actitud no pasó desapercibida para quienes la querían y la rodeaban, menos aún para Sesshomaru.
Él la conocía mejor que nadie y notaba el cambio en ella. La distancia que había crecido entre ambos lo frustraba, y aunque no entendía del todo lo que sentía, sabía que algo no estaba bien. Los celos lo consumían lentamente, sin que pudiera controlarlos. Al final, su confusión lo llevó a tomar una decisión impulsiva: enfrentar a Takeshi.
Con determinación y el corazón agitado, Sesshomaru fue directamente a buscarlo. Cuando lo encontró, no perdió tiempo y lo encaró.
—¿Qué le hiciste? —preguntó con su habitual tono frío, pero, bajo la superficie, la ira lo carcomía—. Rin no ha estado bien desde que está contigo.
Takeshi lo miró con una tranquilidad que desarmó a Sesshomaru por completo. No había agresividad en sus ojos, solo cansancio y resignación.
—¿No te das cuenta? —respondió Takeshi con un suspiro, como si hubiera estado esperando ese momento—. Rin te ama. Siempre lo ha hecho. No importa cuánto lo intente, nunca seré tú.
Sesshomaru se quedó en silencio, sin saber cómo reaccionar. Las palabras de Takeshi lo golpearon como una verdad innegable. Durante tanto tiempo había tratado de ocultar sus propios sentimientos, de distanciarse de Rin por miedo a lo que significaban. Pero ahora, frente a esa confesión, no podía seguir negándolo. ¿Todo ese tiempo ella había sentido lo mismo que él? En su intento de protegerse, había terminado alejándose, hiriéndola sin darse cuenta.
Takeshi le lanzó una última mirada antes de marcharse, con una mezcla de comprensión y resignación en los ojos.
—Lo que hagas con esta verdad es asunto tuyo. Solo espero que, si realmente te importa, no la dejes ir otra vez.
Las palabras resonaron en la mente de Sesshomaru mientras observaba a Takeshi alejarse. Algo dentro de él cambió en ese preciso momento. No podía seguir ignorando lo que sentía ni dejar que sus miedos lo consumieran. Rin aún lo amaba, y si no hacía algo pronto, la perdería para siempre.
Con el corazón latiendo con fuerza, de una manera que no había sentido en años, tomó una decisión. No podía permitirse perder más tiempo.
Después de la conversación con Takeshi, Sesshomaru lo entendió todo con una claridad que nunca había tenido antes. Sus miedos lo habían paralizado en el pasado, pero esta vez estaba decidido a no permitir que esos fantasmas lo apartaran de Rin. Con una determinación renovada, se lanzó en su búsqueda, sabiendo que no podía dejar que el amor de su vida se escapara nuevamente.
Cuando la encontró, Rin estaba visiblemente confundida. Desde que rechazó la propuesta de Takeshi, había estado atrapada en un torbellino de emociones. Ver a Sesshomaru acercarse por la calle, con sus ojos dorados llenos de determinación, solo la desestabilizó más. No estaba preparada para enfrentarlo, no después de todo lo que había pasado.
—Rin —murmuró su nombre con firmeza, aunque su voz aún titubeaba ante la fuerza de sus emociones—, no puedo seguir fingiendo que no me importas. —Confesó, buscando las palabras con esfuerzo—. Nunca dejé de amarte, y esta vez... esta vez no voy a permitir que mis miedos nos separen de nuevo. Quiero darte algo más que promesas vacías... quiero ser la persona que mereces.
Rin lo miró, su corazón latiendo con fuerza, pero no por las razones que Sesshomaru creía. Había dolor en sus ojos, cicatrices invisibles que el tiempo no había logrado borrar por completo. Aunque siempre había sentido algo por él, las heridas del pasado aún dolían. Bajó la mirada, sintiendo cómo las palabras temblaban en sus labios antes de salir.
—Sesshomaru... los cuentos de hadas no existen —susurró, como si también quisiera convencerse a sí misma—. Ya no soy la niña que soñaba con príncipes y finales felices. He cambiado. He crecido. Y he sufrido... he sufrido mucho por ti.
Cada palabra lo golpeaba como una daga, pero no lo hizo retroceder. Él lo sabía, sabía que la había fallado, que la había dejado cuando más lo necesitaba. Pero también estaba decidido a luchar por ella, a demostrarle que podía ser diferente. Dio un paso hacia ella, aunque mantuvo la distancia, respetando su espacio.
—Lo sé —respondió con una calma inusual, aunque por dentro ardía—. Sé que no soy el hombre perfecto, y no puedo cambiar lo que ocurrió. Pero puedo cambiar lo que sucederá de aquí en adelante. No te prometo un cuento de hadas, Rin, pero te prometo algo real. Quiero recuperarte. Quiero demostrarte que puedo ser el hombre que necesitas, que puedo ser más de lo que una vez fui. Aunque no pueda ofrecerte un cuento de hadas como una vez te prometí ... mi ser actual te ofrece algo más valioso: un amor sincero y genuino
Rin levantó la mirada, sus emociones una mezcla de amor y temor. Sabía que Sesshomaru hablaba con sinceridad; lo veía en sus ojos, en la manera en que su voz se quebraba ligeramente al expresar lo que sentía. Pero el miedo persistía, recordándole el dolor que había soportado.
—No es tan fácil, Sesshomaru —susurró, desviando la mirada otra vez—. No puedo confiar en ti de la noche a la mañana. Me lastimaste demasiado antes... y no sé si estoy lista para arriesgarme de nuevo... para volver a creer en nosotros.
Él asintió, comprendiendo su reticencia. No esperaba una respuesta inmediata. Sabía que no sería sencillo, que el camino hacia su corazón sería largo y lleno de obstáculos. Le había mentido antes, la había herido profundamente, pero estaba dispuesto a esperar. Porque Rin lo valía.
En los días que siguieron, Sesshomaru se dedicó a demostrarle que sus intenciones eran diferentes esta vez. Cada pequeño gesto, cada palabra que pronunciaba, tenía un significado profundo. No había grandes promesas ni declaraciones vacías, solo acciones que hablaban por sí mismas. Aunque su propio corazón aún lidiaba con el miedo de perderla para siempre, encontró consuelo en algo que siempre había sido su refugio: la música.
Con paciencia y sin presionarla, Sesshomaru se mantuvo a su lado, respetando el tiempo que ella necesitaba para sanar. Sabía que el proceso sería lento, pero estaba dispuesto a esperar, porque el amor que sentía por Rin era más fuerte que cualquier obstáculo.
Una noche, mientras tocaba el piano, sus pensamientos volaron hacia Rin. Cada nota que surgía de sus dedos parecía resonar con la verdad de lo que sentía. Cerró los ojos y dejó que la melodía hablara por él, como si pudiera transmitirle lo que su boca no lograba expresar.
"Desde que estás conmigo, cada estrella comenzó a brillar, seré por ti ese ángel que te ama en tu cuento de hadas. Mis alas abriré y te protegerán... debes confiar que será... como en un cuento de hadas, felices por siempre los dos".
Esa última línea resonaba en su mente. Sabía que no podía prometerle un cuento de hadas, pero podía ofrecerle algo mejor: un amor que, aunque imperfecto, sería real, inquebrantable, y fiel a lo que ella una vez deseo.
Cada noche, mientras el reloj avanzaba lentamente y Rin aún no regresaba de su trabajo, Sesshomaru se sentaba frente al piano, aquel instrumento que había abandonado durante tanto tiempo. Sus manos, al principio, eran rígidas y torpes, como si la música que alguna vez fluyó sin esfuerzo ahora se negara a salir. Pero, poco a poco, las melodías comenzaron a regresar, como si fueran fragmentos perdidos de su alma. Recordaba cómo, en el pasado, Rin había sido su mayor inspiración. Y ahora, en cada nota que tocaba, se entretejían su amor y su arrepentimiento, formando una melodía que hablaba más de lo que sus palabras podrían.
Rin, aunque intentaba mantener su distancia, no podía ignorar los grandes cambios que Sesshomaru intentaba dar. Lo observaba, lo escuchaba. Lo veía luchar por recuperar algo más que su voz, lo veía tocar el piano con una pasión que conocía muy bien, una pasión que había marcado su historia. En cada nota que nacía de sus dedos, sentía un eco en su propio corazón. Era como si aquel joven del que se había enamorado estuviera intentando alcanzarla a través de la música, diciéndole todo aquello que aún no encontraba forma de expresar con palabras.
Sesshomaru dedicaba cada día a reconstruirse, no solo físicamente, sino también espiritualmente. Su voz aún no era la misma, pero su determinación era inquebrantable. Se aferraba a su rehabilitación con el mismo fervor con el que se aferraba a la esperanza de recuperar a Rin. Y cada noche, cuando ella regresaba a casa, él la esperaba, siempre dispuesto a hablar, a compartir un momento. En esos pequeños intercambios, su amistad se fortalecía, y aunque los ojos de Rin aún mostraban rastros de miedo y dudas, Sesshomaru sabía que estaba avanzando. No necesitaba grandes gestos; su constancia, su paciencia, eran su verdadera arma.
No se trataba de promesas vacías ni de grandilocuentes actos de amor. Sesshomaru sabía que la clave para ganarse nuevamente su corazón estaba en mostrarle, día tras día, que podía ser un hombre digno de ella. Alguien diferente, alguien que había aprendido de sus errores y que estaba dispuesto a hacer lo necesario para no repetirlos.
El día del concierto en la escuela de Rin llegó como un susurro de esperanza para él. Después de semanas de rehabilitación y dedicación al piano, había decidido que este sería su regalo, no solo para ella, sino también para sí mismo. Tocar en ese evento no era solo un gesto para reconquistarla; era su forma de demostrarle que, aunque su voz aún no estaba completamente recuperada, su amor y su determinación lo estaban.
Rin se sorprendió cuando se enteró de que Sesshomaru había aceptado tocar en el evento. A lo largo de las semanas, había sido testigo del esfuerzo incesante que ponía en su recuperación. Aunque trataba de mantener sus emociones bajo control, no podía negar lo conmovida que estaba por su perseverancia. Sin embargo, aún quedaba un temor latente en su corazón, una barrera que la hacía dudar si estaba lista para abrirse a él nuevamente.
El día del concierto, la pequeña sala de eventos estaba llena. Estudiantes, profesores, y algunos invitados especiales llenaban cada rincón del lugar. Rin, sentada cerca del escenario, observaba con una mezcla de ansiedad y expectación. El silencio se apoderó del ambiente cuando Sesshomaru apareció. Elegante y sereno, caminó hacia el piano con la misma confianza que siempre había admirado en él. Pero ahora, esa confianza venía acompañada de una fragilidad que lo hacía más humano, más cercano. Mientras tomaba asiento frente al instrumento, Rin sintió cómo su corazón se aceleraba.
En el instante en que sus dedos tocaron las teclas, la sala se llenó de una melodía que era más que música. Era una confesión silenciosa, un lamento y una promesa. A través de cada acorde, Sesshomaru dejaba fluir lo que no podía decir en voz alta, lo que no cabía en palabras: su amor por Rin, su arrepentimiento por el dolor que le había causado, y su determinación de construir algo nuevo.
Rin cerró los ojos por un momento, dejándose llevar por la música. Y en ese instante, supo que el hombre que estaba sentado frente al piano no era el mismo de antes. Había cambiado, pero, más importante aún, había encontrado el valor para enfrentarse a sus propios miedos y luchar por lo que realmente importaba.
El concierto fue breve, pero cada nota resonó profundamente en ella. Cuando Sesshomaru levantó las manos del piano y el último acorde se desvaneció en el aire, Rin sintió que algo dentro de ella había cambiado también. El miedo seguía ahí, pero había comenzado a ceder, lentamente, ante la fuerza de algo más poderoso: la esperanza.
A medida que la pieza alcanzaba su clímax, Sesshomaru, con una mirada intensa pero tranquila, dirigió sus ojos hacia Rin. La conexión entre ellos era palpable, y en ese momento, todo lo demás desapareció. La música terminó con una nota suave, y la sala estalló en aplausos. Pero Sesshomaru solo tenía ojos para ella.
Después del concierto, Sesshomaru se acercó a Rin. El silencio entre ellos era pesado, pero no incómodo. Había una tensión en el aire, una mezcla de emoción, miedo y deseo que ninguno de los dos podía ignorar.
—Gracias por venir —dijo él en un tono bajo, mientras sus ojos dorados la observaban con una intensidad que la dejó sin aliento.
Rin no supo qué responder de inmediato. Todavía estaba procesando lo que había sentido durante la presentación. Finalmente, susurró:
—Fue hermoso... como siempre.
Sesshomaru dio un paso más cerca. Podía ver la confusión en sus ojos, pero también algo más, algo que había estado esperando. El latido de su corazón resonaba en sus oídos mientras se inclinaba ligeramente hacia ella.
—Rin... —susurró su nombre con suavidad, como si fuera algo sagrado.
Y entonces, sin pensarlo dos veces, Sesshomaru se acercó más, inclinándose hacia ella hasta que sus labios se encontraron en un beso suave, cargado de todas las emociones reprimidas, de todo el tiempo perdido. Fue un beso lleno de promesas no dichas, de amor y arrepentimiento. Rin, al principio sorprendida, no tardó en corresponder. Durante unos segundos, todo lo que los había separado pareció desvanecerse.
Cuando se separaron del beso, Rin lo miró, aún ligeramente aturdida, pero con una calidez en el pecho que hacía mucho tiempo no experimentaba. No era solo el gesto del beso, era lo que representaba: la verdad y la sinceridad que Sesshomaru le estaba mostrando, algo que ella había anhelado durante tanto tiempo. El miedo que había estado al acecho, los recuerdos dolorosos que la mantenían prisionera, comenzaron a desvanecerse frente a la claridad de lo que aún sentía por él.
—Sesshomaru, yo... —comenzó a hablar, pero las palabras se le atascaban en la garganta. No sabía cómo continuar, no sabía cómo expresar todo lo que estaba sintiendo en ese momento.
Sesshomaru la miró con una sonrisa suave, una que raramente mostraba y que iluminaba sus ojos dorados de una manera diferente, más cálida, más humana.
—No tienes que decir nada ahora —le respondió, con una calma que solo él podía transmitir—. Solo quería que supieras.
Rin asintió en silencio, su corazón palpitando con fuerza. En los días que siguieron, las cosas entre ellos empezaron a cambiar.
Aquello que se sentía como una barrera invisible, empezó a desaparecer y aquellos sentimientos extintos empezaron nuevamente a florecer.
Aunque aún sabiendo que quedaban cicatrices profundas por sanar, ambos estaban dispuestos a dar el primer paso para reconstruir lo que alguna vez compartieron.
Sesshomaru, en su carácter reservado pero determinado, estaba decidido a demostrarle que esta vez sería diferente. No se trataba de grandes promesas ni de palabras vacías. Él volvió a tocar el piano con frecuencia, cada melodía impregnada de sus emociones más sinceras, pero también comenzó a hacer pequeños gestos que hablaban más que cualquier declaración. La acompañaba en sus paseos a la escuela, le cocinaba cuando el tiempo se lo permitía, y cada noche, la esperaba para conversar, para escucharla, para estar a su lado.
Los dos, paso a paso, se fueron acercando.
No hubo momentos espectaculares ni confesiones dramáticas, solo la tranquilidad de saber que estaban compartiendo su vida de nuevo, que estaban curando las heridas juntos. Finalmente, la relación que una vez habían dejado atrás comenzó a tomar forma otra vez, lentamente pero con una firmeza que ninguno de los dos esperaba.
Sin embargo, la conexión entre ellos seguía viva, latente bajo la superficie.
"Entre sonrisas y conversaciones".
Era un lazo invisible que ninguno de los dos podía romper, a pesar del dolor que compartían.
Cada vez que Rin volvía del trabajo, Sesshomaru estaba allí, esperándola, no con grandes palabras, sino con su presencia en uno de los pasillos de su casa.
A veces la esperaba en silencio, sentado en el sofá o frente al piano, sus dedos moviéndose suavemente sobre las teclas, tocando melodías.
Rin como lo hacia antes solo lo observaba desde la puerta, su corazón latiendo rápido y fuerte sintiendose una vez mas como la adolescente enamorada que alguna vez fue.
Aunque había intentado evitar aquella sentimientos para protegerse, pero eran aquellos recuerdos y esa sinfonías que siempre encontraba una grieta para llegar a su corazón. Las notas que tocaba Sesshomaru no eran solo música; eran confesiones, arrepentimientos, promesas no dichas, y ella podía sentir cada una de ellas. Especialmente la ultima cancion que le habia escuchado tocar.
Al principio, el silencio entre ellos era casi insoportable. Ambos sabían que las palabras no serían suficientes para reparar lo que había sido roto y no estaba enterrado. Sin embargo, Sesshomaru había aprendido que no debía forzarla a hablar.
En lugar de presionarla, optaba por pequeños gestos que, aunque discretos, empezaban a deshacer los muros que Rin había levantado.
Rin notaba esos cambios. Aunque intentaba mantener una distancia prudente, su corazón traicionaba a su mente. Había cosas que nunca podría olvidar y entres esos era sus sentimientos y lo reconfortante que le hacia sentir Sesshomaru la esperaba cada noche. Lo veía esforzarse, no solo por ella, sino por sí mismo. Su rehabilitación física avanzaba, y aunque aún no había recuperado su voz por completo, su determinación brillaba con una intensidad que no había visto en él antes.
No era el mismo Sesshomaru de antes, aquel que escondía sus emociones tras una máscara de frialdad . Este era un hombre que estaba aprendiendo a expresar sus sentimientos y aquel que conoocia,la persona que no necesitaba expresarse con palabras ,sino acciones. Y cada vez que tocaba el piano, Rin sentía que las notas eran su manera de decirle lo que no podía articular.
Sesshomaru sabía que no podía apresurar las cosas, que debía ser paciente, aunque no era algo natural en él. Pero Rin lo valía. Con el tiempo, aprendió a apreciar cada pequeño gesto, cada sonrisa que lograba de ella, cada vez que sus miradas se encontraban sin que ella apartara la vista.
Una noche en particular quedó marcada en su memoria. Rin llegó tarde del trabajo, agotada y decaída. Sin decir nada, Sesshomaru se levantó del piano y fue a la cocina, donde había preparado su comida favorita. La sirvió sin palabras, y tampoco esperaba que ella hablara. Cuando Rin se sentó y vio el plato, sus ojos se llenaron de lágrimas. Sesshomaru simplemente la observó, entendiendo que, en ese momento, no hacían falta palabras. Rin lloró en silencio, y él le tomó la mano con suavidad.
—Estoy aquí, Rin —susurró—. Y no me iré.
Las lágrimas de Rin reflejaban la frustración del día. Un niño en el hospital había empeorado, y la impotencia de no poder ayudar lo suficiente la sobrepasaba. Le habían mencionado que no podían pagar el tratamiento, y la escuela había sugerido organizar un festival.
—Puedo ayudar —murmuró, casi como un susurro, intentando contenerse.
La calidez en el tono de Sesshomaru la sorprendió. No estaba acostumbrada a ese lado suyo, a un hombre que ahora se mostraba preocupado y vulnerable. Ese simple gesto, su mano sobre la de ella, fue más elocuente que cualquier palabra. Rin sintió cómo los miedos que la habían mantenido encerrada comenzaban a disiparse.
Desde aquella noche, algo cambió entre ellos. Las barreras, aunque no desaparecieron de inmediato, empezaron a caer. Rin se abrió poco a poco, compartiendo sus pensamientos y miedos, mientras Sesshomaru la escuchaba con atención, siempre presente.
Cada día, él le demostraba con pequeñas acciones que esta vez sería diferente. No con grandes gestos, sino con constancia: cocinando, acompañándola en sus paseos, y simplemente estando allí. En esos silencios compartidos, entre melodías de piano y miradas cómplices, ambos empezaron a sanar.
El punto de inflexión llegó cuando Sesshomaru aceptó tocar en el concierto de la escuela. Rin no lo podía creer; sabía lo mucho que significaba la música para él, y ese gesto la conmovió profundamente.
El día del concierto, Rin lo observaba desde el público. Cuando Sesshomaru caminó hacia el piano, se veía tan seguro como siempre, pero había algo nuevo en él: una vulnerabilidad que lo hacía más cercano, más humano. Al escuchar las primeras notas, Rin comprendió que Sesshomaru, por fin, estaba abriendo su corazón, tanto a ella como a sí mismo.
Estaba tocando la melodía que lo escucho tocar todas esas semanas ,aquella canción que componía y que le había dicho que faltaba . Era hermosa y cada nota, le hizo sentir que el espacio entre ellos se desvanecía, cómo el miedo que había llevado tanto tiempo cargando comenzaba a disiparse.
Al terminar el concierto, Rin sintió la urgencia de hablar con él. Sabía que había sido un momento clave para ambos, un gesto que significaba más de lo que las palabras podían expresar. Cuando Sesshomaru bajó del escenario, se dirigió hacia ella, con su expresión tranquila, pero sus ojos reflejaban algo nuevo, una cercanía, una apertura que antes no había visto en él.
—Sesshomaru... —empezó Rin, su voz apenas un susurro mientras lo miraba a los ojos—, gracias... por todo. No solo por lo de hoy, sino por todo lo que has hecho por mí.
Él no dijo nada, pero su mirada hablaba por él. En ese instante, las palabras sobraban. Rin lo sabía. Y aunque el silencio entre ellos siempre había sido cómodo, hoy sentía la necesidad de decir lo que llevaba tanto tiempo guardado.
—Te quiero —confesó Rin, con una sinceridad que la sorprendió incluso a ella misma. No esperaba respuesta, solo necesitaba que él lo supiera.
Sesshomaru la observó en silencio, su mirada intensa, penetrante. No era un hombre de muchas palabras, pero en ese instante Rin entendió que él también sentía lo mismo. Un pequeño gesto, la leve inclinación de su cabeza, fue suficiente para que ella lo supiera. Sesshomaru también quería lo mismo que ella: una oportunidad.
—Quiero que lo intentemos —dijo él finalmente, en un tono bajo y controlado, pero con una certeza que no dejaba lugar a dudas.
Rin asintió, sin poder ocultar la sonrisa que se formaba en sus labios. Sabía que ambos tenían mucho que aprender, que habían pasado por situaciones difíciles, pero ahora, la disposición de Sesshomaru a abrirse era lo único que importaba.
Desde esa noche, comenzaron una nueva etapa en su relación. Las barreras que antes los habían separado se desvanecían día a día. Sesshomaru seguía siendo el hombre reservado y meticuloso que ella había conocido, pero ahora, había una calidez en sus acciones que nunca había visto antes. Cada cita que planificaba estaba llena de pequeños detalles: desde llevarla a su restaurante favorito hasta sorprenderla con caminatas por la ciudad, donde podían simplemente perderse en la conversación o en la comodidad del silencio.
Rin, por su parte, se sentía más libre que nunca. Sabía que Sesshomaru estaba ahí para ella, no solo con gestos grandiosos, sino con una constancia que la reconfortaba. Juntos comenzaron a construir algo más sólido, algo que trascendía el pasado.
Sin embargo, la relación no estuvo exenta de momentos cómicos. Jaken, el abuelo de Rin, no tardó en enterarse de la situación. Aunque el hombre parecía rígido, los conocía bien y se había enterado por su propio medio. En una cena familiar, no pudo evitar advertirles, con su típica seriedad:
—Deben cuidarse —dijo, clavando sus pequeños ojos en Sesshomaru—. Esta es mi casa, y hasta que no haya boda, no quiero que piensen siquiera en vivir juntos.
La cara de Sesshomaru apenas cambió, pero Rin no pudo evitar soltar una risita. Sabía que su abuelo lo decía con buenas intenciones, pero la formalidad con la que había hablado resultaba casi cómica en el contexto de su vida moderna. Sesshomaru, por su parte, asintió con respeto, aunque luego decidió tomar la sugerencia en serio, mudándose a un departamento cercano para estar más cerca de Rin sin romper las "tradiciones familiares".
Ese año que siguió fue una de las etapas más felices de sus vidas. Sesshomaru la recogía de la escuela con frecuencia, siempre encontrando una excusa para pasar más tiempo juntos. A menudo la llevaba a cenar, y luego pasaban tiempo en su departamento, disfrutando de la compañía mutua. No había necesidad de grandes aventuras, porque en la sencillez de cada día encontraban la verdadera felicidad.
Rin adoraba esos momentos. Podía sentir cómo la relación con Sesshomaru había madurado. Él la observaba con una suavidad en los ojos que antes no existía, y aunque seguía siendo reservado, Rin notaba los pequeños cambios: el modo en que la abrazaba más tiempo al despedirse, las veces que la escuchaba sin interrumpir cuando ella le contaba sobre su día. Había un equilibrio entre ellos que nunca había sentido antes.
Una tarde, mientras estaban en su departamento, Sesshomaru estaba absorto en su piano, tocando suavemente una melodía que ella reconocía de los ensayos previos al concierto. Rin se acercó, se sentó a su lado, y sin decir nada, se inclinó sobre su hombro. Sesshomaru, sin dejar de tocar, le lanzó una mirada de complicidad.
—Es increíble lo bien que nos entendemos ahora —susurró Rin.
—Siempre pudimos, Rin —contestó Sesshomaru, con un toque de ternura en su voz que la hizo sonreír—. Solo nos faltaba aprender a escucharnos mejor.
Y así era. Entre las melodías del piano, las risas y los silencios compartidos, habían encontrado un ritmo propio, un lenguaje que no necesitaba palabras para ser comprendido. Sabían que aún había desafíos por venir, pero también sabían que, mientras estuvieran juntos, podrían superarlos.
El tiempo pasó rápidamente, y cuando se dieron cuenta, ya había transcurrido un año desde el accidente que casi los separó. Pero ahora, en ese mismo departamento donde habían compartido tantos momentos significativos, Sesshomaru y Rin sabían que lo que tenían era más fuerte que cualquier obstáculo. Eran felices, más felices de lo que habían sido en mucho tiempo, y sabían que lo mejor aún estaba por venir.
-.-
Sesshomaru se encontraba sentado en su estudio, las manos entrelazadas sobre el escritorio mientras miraba fijamente un contrato que había llegado ese mismo día. Su mánager, siempre eficiente, le había dicho que esta era la oportunidad que había estado esperando, el paso que lo llevaría de vuelta a la fama. Sin embargo, Sesshomaru no podía quitarse la sensación de duda que le rondaba la mente.
Desde el accidente, había evitado por completo volver a los escenarios. El recuerdo del último concierto, de cómo su vida cambió en un abrir y cerrar de ojos, seguía latente en su memoria. Tocaba el piano, sí, pero siempre en la privacidad de su hogar o en momentos pequeños y significativos como el recital de la escuela. No había vuelto a sentir la presión de las luces, de las expectativas del público, de ser "el prodigio".
Pero ahora, su mánager lo estaba empujando nuevamente hacia ese mundo que una vez dominó.
—Sesshomaru, este contrato es lo que necesitas —le había dicho con entusiasmo al entregarle los documentos—. He trabajado mucho para conseguirte esta oferta. Sabes que te abrirá las puertas de nuevo, volverás a ser el mejor.
Sesshomaru apenas había asimilado las palabras. Claro que entendía el valor de la oportunidad. Era un contrato con una prestigiosa compañía internacional, una gira por varios países, entrevistas, presentaciones en vivo. Era la gloria que una vez había poseído y que todos pensaban que deseaba recuperar. Pero ¿era eso lo que realmente quería ahora?
Sus dedos rozaron los bordes del contrato, los ojos dorados recorriendo las letras negras sin realmente leerlas. El miedo se instalaba en su pecho, una sensación extraña para alguien como él, que siempre había sido inquebrantable. No era el miedo a fracasar lo que lo detenía, sino la incertidumbre de volver a enfrentarse a la vida que había dejado atrás.
Recordaba la soledad que venía con la fama, las presiones constantes y el aislamiento emocional. Cuando estaba en lo más alto, todos querían algo de él, pero nadie lo conocía realmente. Nadie, excepto Rin.
Pensó en ella, en la calma que su presencia le traía, en las conversaciones tranquilas que compartían después de un largo día, en la forma en que había reconstruido su vida junto a ella. Sesshomaru sabía que aceptar ese contrato significaba más que solo volver a los escenarios. Significaba dejar atrás esa vida tranquila y equilibrada que había encontrado junto a Rin, y no estaba seguro de si podía sacrificar eso.
En su mente, escuchaba las palabras de su mánager resonando: "Esto te devolverá la gloria". Pero Sesshomaru no estaba seguro de querer regresar a esa gloria, no si significaba perder lo que más valoraba ahora.
Soltó un suspiro, cerrando los ojos mientras apoyaba la espalda en la silla. La decisión no era fácil.
El día que Rin comenzó a sentirse mal, no pensó que fuera algo grave. Al principio, el cansancio y las náuseas parecían consecuencias del estrés. Sesshomaru notaba su fatiga, aunque ella intentaba disimular. Su rutina, sin embargo, se volvió más pesada; cada pequeño esfuerzo agotaba su energía y, en su corazón, comenzó a temer lo peor. Ambos pensaron que tal vez un embarazo podría ser la razón de su malestar, y aunque la idea los llenó de emoción e incertidumbre, en el fondo, Rin sabía que algo más estaba sucediendo.
La visita al médico confirmó sus peores miedos. No estaba embarazada. Tenía cáncer. Las palabras cayeron sobre ella como una sentencia ineludible, su mente viajando al pasado, reviviendo el dolor de su infancia. Recordó a su madre, una mujer fuerte, luchando con valentía contra la enfermedad, pero también recordó cómo esa misma enfermedad la consumió, llevándose con ella no solo su vida, sino también la alegría de su hogar. Su padre nunca se recuperó, y Rin lo vio marchitarse en vida, aplastado por la tristeza. La sola idea de que Sesshomaru pudiera pasar por algo similar le resultaba insoportable.
Mientras el médico le explicaba el tratamiento y las posibles complicaciones, Rin no podía concentrarse. Solo pensaba en proteger a Sesshomaru, en no arruinarle la vida como el cáncer arruinó la de su familia. Él tenía una oportunidad de volver a los escenarios, de recuperar la carrera que tanto amaba. ¿Cómo podría pedirle que se quedara, que sacrificara todo por ella? No sería justo. Decidió no contarle la gravedad de su diagnóstico, no quería que él se sintiera atrapado.
Esa semana, Rin decidió pasar cada momento junto a Sesshomaru, como si fuera la última vez. Caminaban por el parque, cenaban juntos y se reían de los pequeños detalles de la vida. Sesshomaru notaba que algo en ella estaba diferente, más distante, como si una sombra la envolviera, pero no sabía cómo abordarlo. Rin seguía sonriendo, pero en su corazón sabía que cada uno de esos momentos era una despedida silenciosa. Quería dejarle buenos recuerdos, algo que él pudiera atesorar, antes de alejarse para siempre.
Cuando Sesshomaru regresó a casa esa noche, no esperaba lo que estaba a punto de suceder. Rin había estado actuando de manera extraña durante los últimos días, más distante, más reservada, pero jamás imaginó lo que ella estaba por decirle.
Estaban sentados en el sofá, y aunque la atmósfera era tranquila, algo pesado flotaba en el aire. Rin estaba mirando sus manos, evitando su mirada. Había decidido que debía hacerlo, aunque sentía que su corazón se rompía en mil pedazos. No podía contarle la verdad; si lo hacía, él nunca la dejaría marchar. Sesshomaru había sido siempre su apoyo, la única constante en su vida, pero ahora ella estaba decidida a protegerlo... de sí misma.
—Sesshomaru—susurró Rin, evitando su mirada—creo que deberíamos terminar.
Sesshomaru levantó la cabeza, confundido. ¿Había escuchado bien?
—¿Qué? —preguntó, sin comprender del todo. Su voz era grave y llena de incredulidad—. ¿Por qué estás diciendo eso, Rin?
Rin tragó saliva, evitando sus ojos. Sabía que si lo miraba a los ojos, su resolución se desmoronaría. No podía decirle la verdad, no podía arruinar su vida como el cáncer había arruinado la de su padre. Sesshomaru merecía vivir sin estar encadenado a una tragedia, sin el peso de una enfermedad devastadora.
—Simplemente no creo que sea lo mejor para nosotros... —murmuró, buscando palabras que no sonaran tan crueles—. Necesito tiempo para mí. Y tú tienes oportunidades... no quiero ser un obstáculo en tu vida. Tienes tanto que dar, y yo... yo no puedo seguir así.
Sesshomaru la miraba fijamente, tratando de procesar lo que ella le estaba diciendo. Pero algo no encajaba, él lo sabía. Rin nunca había sido egoísta, ni siquiera en los peores momentos. No tenía sentido.
—Esto no tiene sentido —dijo finalmente, su voz se volvía más firme, con un toque de frustración—. No entiendo qué está pasando aquí. Si hay algo más, dímelo, Rin. No me des excusas.
Ella apretó los puños en su regazo, luchando por no llorar. No podía decirle la verdad, no podía arrastrarlo al mismo abismo en el que su madre había caído. Sesshomaru debía seguir adelante sin ella.
—Es lo mejor —insistió, con la voz temblorosa—. Por favor, Sesshomaru, déjame ir.
Pero Sesshomaru no era alguien que se rindiera fácilmente, especialmente cuando se trataba de ella. Sabía que algo más estaba pasando, pero antes de que pudiera decir más, su teléfono sonó, una llamada urgente que no podía ignorar. Miró a Rin con una mezcla de frustración y preocupación.
—No tomes ninguna decisión hasta que vuelva —dijo con firmeza antes de levantarse y salir, dejándola sola en el departamento.
Rin se quedó allí, con el pecho apretado por la culpa y el dolor. Sabía que lo estaba alejando para su propio bien, pero eso no hacía que fuera menos doloroso. No podía dejar que Sesshomaru viera cómo su salud se deterioraba, cómo la enfermedad iba a destrozarla. Recordó a su madre, los últimos días en el hospital, y cómo su padre había sido consumido por el dolor después de perderla. No podía hacerle eso a Sesshomaru.
El cansancio la invadía cada vez más. Intentó alistarse para el hospital esa misma tarde, pero cada movimiento se sentía como un esfuerzo titánico. Mientras terminaba de empacar sus cosas, sintió un mareo intenso y cayó al suelo, inconsciente.
Horas más tarde, Sesshomaru recibió una llamada que le heló la sangre.
—Sesshomaru, es Rin. Está en el hospital. Se desmayó y no sabemos qué le ocurre.
El miedo se apoderó de él de inmediato. Sin pensarlo dos veces, dejó todo y corrió hacia el hospital. Cuando llegó, lo único que importaba era encontrarla. Al llegar, lo llevaron directamente al cuarto donde Rin estaba acostada, aún inconsciente. La pálida luz del hospital hacía que su piel se viera aún más frágil. Sesshomaru se acercó al médico, su voz tensa por la preocupación.
—¿Qué le sucede? —preguntó, sus ojos dorados brillando con desesperación.
—Es algún familiar.
—Soy su novio.—respondió, él.
El doctor, con una mirada seria, suspiró antes de hablar.
Sesshomaru quedó inmóvil, incapaz de procesar lo que el médico le acababa de decir. El peso de la noticia lo golpeó como una ráfaga helada, dejándolo sin aliento. El cáncer. Esa palabra resonaba en su mente, llenándolo de miedo y desesperación. ¿Cómo no se había dado cuenta antes? Todo tenía sentido ahora: el distanciamiento de Rin, sus extrañas excusas. Todo apuntaba a este momento, y Sesshomaru, con su habitual frialdad y control, no lo había visto venir.
Sintió que su mundo se desmoronaba mientras veía a Rin, pálida y frágil en esa cama de hospital. Sabía que la enfermedad había consumido a su madre, que había devastado a su familia. Y ahora, Rin estaba enfrentando la misma oscuridad.
El doctor continuó hablando, explicando los tratamientos posibles y el tiempo que tenían, pero Sesshomaru apenas podía escucharlo. Lo único que podía pensar era en ella, en lo mucho que significaba para él, y en lo que estaba dispuesto a hacer para protegerla.
Cuando el médico se fue, Sesshomaru se quedó solo en la habitación con Rin. Se acercó lentamente, observando su rostro tranquilo mientras dormía. Se veía tan pequeña y vulnerable, y eso lo destrozaba. La miró durante lo que parecieron horas, sin moverse, solo permitiéndose sentir el dolor que había estado reprimiendo.
Con manos temblorosas, sacó su teléfono y marcó el número de Jacken, el abuelo de Rin, quien siempre había sido su guía, su consejo en los momentos difíciles. Sesshomaru nunca había sentido la necesidad de pedir ayuda a nadie, pero en ese momento, no sabía qué hacer. Mientras el tono de llamada resonaba, sintió cómo su pecho se apretaba, la realidad golpeándolo una vez más.
—Jacken... —su voz era más suave de lo habitual, casi quebrada—. Necesito que vengas... Rin está en el hospital.
La conversación fue breve, llena de silencios incómodos y de palabras que no querían ser pronunciadas. Jacken no hizo preguntas. Sabía que algo andaba mal por el tono en la voz de Sesshomaru, pero la confirmación de sus miedos fue devastadora. Sesshomaru se quedó en la habitación, esperando la llegada de Jacken, sintiéndose completamente impotente.
Esa noche, Sesshomaru apenas durmió. El amanecer fue lento y gris, como si el mundo compartiera el dolor que ambos estaban viviendo. Rin seguía en cama, sus manos descansando sobre una fotografía vieja, la de su madre. Sabía que, incluso en sueños, ella estaba recordando su propia infancia, reviviendo el tormento de haber perdido a su madre de la misma manera.
Rin despertó al sentir el suave roce de la mano de Sesshomaru, quien estaba sentado a su lado, mirándola en silencio. No se dijeron nada al principio. Ambos sabían lo que venía, pero ninguno quería enfrentarlo. Sesshomaru respiró hondo y, con una voz que apenas lograba controlar, preguntó:
—¿Por qué no me lo dijiste antes?
Rin desvió la mirada, sus ojos se llenaron de lágrimas, pero luchó por mantenerlas contenidas. Sabía que lo había herido al no contarle, pero no podía soportar la idea de arrastrarlo a este dolor.
—No quería que te sintieras obligado a quedarte —respondió en voz baja—. No quiero que pases por lo mismo que mi padre. Sé lo que el cáncer puede hacerle a una familia. Y no quiero que... no quiero que eso te suceda a ti, Sesshomaru.
Sesshomaru tomó la mano de Rin, apretándola con firmeza, pero con una delicadeza que pocas veces mostraba. Su mirada, intensa y llena de determinación, se encontró con la de ella.
—No tienes que protegerme de esto, Rin —dijo, su voz profunda y cargada de emoción—. Estoy aquí porque te amo. No me voy a ir a ningún lado. Hicimos una promesa... y no la voy a romper.
Rin lo miró, sus lágrimas finalmente cayendo. Se sentía abrumada por la tristeza, pero también por la certeza de que, sin importar lo que viniera, Sesshomaru estaría allí con ella, enfrentando cada paso juntos.
Los días que siguieron fueron una mezcla de luz y sombras. Jacken llegó al hospital poco después de recibir la llamada, con el rostro sombrío y el corazón roto. Aunque trataba de mantener su habitual compostura firme, el dolor por su nieta lo debilitaba. Él también había perdido a alguien cercano por la misma enfermedad, y ver a Rin enfrentarse a ese destino le recordaba su propia pérdida. Sesshomaru y Jacken intercambiaron pocas palabras; ambos entendían que no había mucho que decir en esos momentos.
Sesshomaru se mantuvo al lado de Rin, incluso cuando ella intentaba distanciarse nuevamente, por miedo a que su enfermedad lo destruyera. Pero él no la dejó. Sabía que la batalla que estaban por enfrentar sería dura, pero estaba dispuesto a caminar cada paso con ella.
Unos días después lo vio discutiendo con su mananger por sobre un concierto al que no se iba a presentar. Este le decía que sino se presentaba ,que se olvidara de su carrera.
Saber aquello le hizo sentir fatal ,que cuando regreos a su habitacion solo se volteo y sin poder decir nada ,no se atrevió a hablarle.
—¿Qué sucede ? -le hablo, al silencio poco acostumbrado pero ella no dijo una palabra-Te duele algo.
Ella sollozo y entre lagrimas le dijo.
—Debes ir.
El al principio no entendió ,pero poco después lo comprendió.
—No voy a dejarte.
—pero...
—¡Entiende Rin!. No voy a dejarte.
Rin sacudió la cabeza, con lágrimas en sus ojos.
—No quiero arruinar tu vida. Tienes una oportunidad, un contrato, una presentación que podría devolverte tu carrera. No puedo ser la razón por la que lo pierdas. Tienes que ir al concierto –susurro entre lágrimas.
Sesshomaru frunció el ceño, su determinación evidente.
—No te dejare.
Mi lugar es aquí, contigo.
Rin se incorporó con esfuerzo, sus ojos fijos en los de Sesshomaru.
—Tienes que hacerlo por ti, Sesshomaru. No me dejes ser la razón por la que pierdas todo. No soy un obstáculo, soy alguien que te ama y que quiere que sigas adelante. Tienes que ir a ese concierto, y yo... —hizo una pausa, tragando el nudo en su garganta—. Yo me someteré a la operación el mismo día.
Sesshomaru quedó en silencio por unos momentos. La idea de dejarla justo cuando más lo necesitaba le parecía inconcebible. Pero Rin no le daba otra opción.
—No puedo perderte, Rin —susurró, con la voz rota.
—No me vas a perder —respondió ella, con una sonrisa triste—. Solo tienes que confiar. Ve al concierto y toca por mí. Prometo que estaré aquí cuando regreses.
A pesar de su resistencia, finalmente termino aceptando. Sabía que era la única manera de respetar los deseos de Rin. En su corazón, estaba destrozado.
Cada fibra de su ser le pedía que se quedara, pero también sabía que debía cumplir con lo que ella le pedía. La dejó bajo el cuidado de su abuelo, quien lo miró con ojos cansados y llenos de comprensión.
El día del concierto amaneció con un cielo gris, como si el mundo supiera que algo importante estaba por suceder. Mientras Sesshomaru se preparaba en el camerino, el eco de su voz resonaba en su mente, mezclándose con el sonido distante del público que esperaba ansioso. Sabía que ella estaba en el hospital, preparándose para una cirugía que podía cambiarlo todo. Su teléfono vibró en su bolsillo.
Era un mensaje de Rin: "Hazlo por mí. Te escucharé".
El público aclamaba su regreso, ansiosos por verlo en el escenario, pero él apenas podía concentrarse en los aplausos. Cada paso que daba hacia el piano se sentía pesado, como si cada nota que estaba a punto de tocar estuviera cargada de emociones que apenas podía contener .
Al sentarse frente al piano, sacó su teléfono, lo puso sobre el atril y activó la llamada, sabiendo que Rin estaba al otro lado de la línea. Quería que ella escuchara cada nota, que supiera que esta melodía era solo para ella. El público lo observaba con curiosidad, pero Sesshomaru no dijo nada. Simplemente comenzó a tocar.
Las primeras notas de aquella melodía sonaron "Cuento de hadas" lleno la sala, una melodía suave y delicada que resonaba en cada rincón de aquel lugar. La música era su forma de expresarle a Rin lo que las palabras no podían, como siempre había sido.
Cada acorde hablaba de su amor, de su promesa de estar a su lado, de su deseo de darle su propio final feliz y de lo que significaba la palabras como en un cuento de hadas,donde serian felices ambos.
Mientras tocaba, podía imaginarla escuchando al otro lado, con los ojos cerrados y las lágrimas corriendo por su rostro.
En el hospital, Rin sostenía el teléfono contra su pecho, escuchando la música que Sesshomaru tocaba para ella. Las lágrimas caían libremente, pero eran lágrimas de amor y gratitud. A pesar de todo, Sesshomaru no había renunciado a ella. La melodía era tan hermosa, tan llena de sentimiento, que Rin sintió una paz que no había sentido en semanas.
Cuando la música llegó a su fin, el público estalló en aplausos, pero Sesshomaru no escuchaba nada de eso. Estaba concentrado en el teléfono, esperando escuchar la voz de Rin, aunque fuera solo un susurro. En su lugar, recibió la noticia de que Rin ya había entrado a cirugía. Cerró los ojos, apretando el teléfono en su mano, rezando en silencio para que todo saliera bien.
Rin entró en cirugía con la melodía de Sesshomaru en su mente, mientras cerraba sus ojos y el sonido de la maquina sonaba.
La melodía continuaba resonando en su mente mientras Rin era llevada a la sala de cirugía. Cerró los ojos, aferrándose a ese último acorde, a esa promesa silenciosa que Sesshomaru le había hecho con cada nota. La paz que la música le había brindado la acompañaba mientras el sonido rítmico de la máquina llenaba el aire a su alrededor.
Sesshomaru, aún sentado frente al piano, mantenía el teléfono apretado en su mano, como si así pudiera permanecer conectado a ella. Las luces del escenario se apagaban lentamente, y el murmullo del público comenzaba a disolverse, pero él seguía sumido en sus pensamientos, su corazón latía al compás de la melodía que aún flotaba en su mente.
No sabía qué sucedería en las próximas horas. No sabía si volvería a escuchar su voz. Lo único que tenía claro era que, pase lo que pase, esa melodía sería para siempre su promesa. Una promesa de amor eterno, incondicional, como en un cuento de hadas.
El sonido de la puerta de la sala de cirugía cerrándose resonó en el hospital, dejando un vacío en el aire. El reloj seguía marcando el tiempo, pero en ese instante, parecía haberse detenido.
Fin.
Queridas lectoras,
Hemos llegado al final... ¿o tal vez no? Les dejo la potestad de imaginar qué ocurrió después. Un final abierto para que sus corazones y mentes le den el desenlace que prefieran.
Desde el inicio, supe que este momento llegaría, inspirado por una canción que me acompañó en cada palabra escrita.
Pero...
Broma.
No se preocupen, aún hay más. Lean un poco más abajo, ahí las espera el epílogo.
Epílogo
Los años habían pasado desde aquella noche mágica en la que Sesshomaru tocó "Cuento de hadas" para Rin, mientras ella se preparaba para la cirugía. En cada acorde que había resonado en el aire, no solo había una melodía, sino una historia contada: una promesa de amor, de apoyo incondicional, de un futuro que ambos se negaban a perder.
Ahora, mientras el sol se ocultaba tras el horizonte, pintando el cielo de tonos dorados y rosados, Sesshomaru conducía de regreso a casa. El viento suave acariciaba su rostro, llevándose consigo los últimos vestigios de la melancolía que alguna vez lo había acompañado. Con cada kilómetro recorrido, los recuerdos de aquellos días difíciles se desvanecían, reemplazados por la calidez del presente. Miraba hacia adelante, no solo en el camino, sino en la vida que habían construido juntos. Una vida que era un testimonio del amor que había florecido a pesar de las adversidades.
Al llegar, el sonido de risas infantiles resonó en el aire, llenando el espacio con una alegría que nunca dejaba de conmoverlo. Con una sonrisa en los labios, Sesshomaru se detuvo y observó cómo dos pequeñas figuras corrían hacia la puerta, sus voces emocionadas llamándolo.
—¡Papá! —gritaron al unísono, sus rostros iluminados por la felicidad pura que solo los niños pueden expresar.
Sesshomaru sintió una oleada de amor tan intensa que por un momento le faltó el aire. Las niñas se lanzaron a sus brazos, y él las abrazó con ternura, disfrutando del cálido abrazo que le ofrecían. Sus pequeñas manos se aferraban a él como si fuera su ancla en el mundo, y Sesshomaru no podía evitar sonreír. A su lado, su esposa lo recibió con una mirada radiante, esos ojos que siempre habían sido su refugio.
—Bienvenido, Sesshomaru —dijo Rin, y en ese instante, el tiempo pareció detenerse.
Era ella, la misma Rin que había temido perder, pero ahora con una luz aún más brillante. Habían pasado siete años desde aquella difícil etapa en sus vidas, y aquella hermosa mujer que amaba con toda su alma había salido victoriosa. Su cabello brillaba bajo la luz del atardecer, y su sonrisa era tan cálida como el primer día que la había visto.
Los meses siguientes a aquella noche habían sido un viaje lleno de desafíos. El tratamiento había sido agotador, tanto física como emocionalmente. Hubo días en los que Rin había flaqueado, en los que el dolor y la incertidumbre parecían insuperables. Pero Sesshomaru nunca se había separado de su lado. Su amor había sido un ancla en la tormenta, una fuerza constante que la mantenía a flote. Juntos, habían enfrentado cada obstáculo con una determinación que solo el amor verdadero podía inspirar.
Mientras las risas de sus hijas llenaban la casa, Sesshomaru entró en la cocina, donde el aroma de la cena casera inundaba el aire. Rin se movía con gracia, sus manos ocupadas en los preparativos, pero sus ojos brillaban al verlo. Era como si, incluso después de todos esos años, su presencia aún la sorprendiera.
—Te extrañé —dijo ella, extendiendo los brazos para abrazarlo.
Sesshomaru la envolvió en sus brazos, sintiendo la calidez de su cuerpo, la paz que siempre le traía. Todo el dolor y la incertidumbre de aquellos días difíciles se desvanecieron en el abrazo que compartían. Rin olía a vainilla y a hogar, a todo lo que él alguna vez había temido perder.
Al mirar a su alrededor, Sesshomaru se dio cuenta de que habían creado su propio cuento de hadas. La vida que habían construido juntos era un testimonio de amor, risas y esperanza. Sus hijas, con sus risas contagiosas y su energía infinita, eran el reflejo de su unión, un símbolo de que, incluso en los momentos más oscuros, la luz siempre encuentra su camino.
Mientras la familia se reunía en la cocina, Sesshomaru sonrió al recordar cómo había cambiado su vida. Sabía que había elegido el camino correcto al quedarse con Rin, al luchar por ella. Y en cada nota que tocaba, en cada risa que compartían, había un eco de aquella primera canción, un recordatorio de que, incluso en los momentos más oscuros, el amor siempre encuentra su camino.
Rin se acercó a él, tomando su mano entre las suyas.
—¿Recuerdas aquella noche? —preguntó en voz baja, sus ojos brillando con lágrimas de gratitud.
—Cómo olvidarla —respondió Sesshomaru, apretando su mano con suavidad—. Fue la noche en que prometí que nunca te dejaría ir.
Rin sonrió, una sonrisa que iluminó toda la habitación.
—Y cumpliste tu promesa —susurró—. Gracias por no rendirte.
Sesshomaru la miró, sintiendo que el mundo entero se reducía a ese momento, a esa mujer que había sido su fuerza, su inspiración, su todo.
—Nunca lo haré —dijo, inclinándose para besarla suavemente—. Porque contigo, siempre seremos felices para siempre.
FIN
Hola, espero que les haya gustado. Este es el último one-shot, ya no habrá más en Love in Bloom.
Fue una historia difícil de escribir, pero después de un año, finalmente se logró tal como se deseaba.
Ahora sí, me voy a seguir escribiendo los capítulos que les prometí de algunas historias. Puede que en una hora se publique Deseos arreglados.Después de tanto tiempo. Ahí me dicen si hay alguna de mis historias en la que quieran un nuevo capítulo.
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