Cuento de hadas -1/2

No hay perdón; me olvidé de publicar el One-Shot 2 y nadie se dio cuenta.

ONE -SHOT 2: Cuento de hadas-1

CANCION : TONG HUA

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"La vida no es un cuento de hadas, pero, aunque no lo sea, sé que puedo convertir cada instante en algo mágico, como si lo fuera."

Era invierno, y las ventanas de la enorme casa estaban empañadas por el frío, difuminando la vista del jardín nevado. Adentro, el calor del fuego crepitaba en la chimenea, llenando el salón principal con una calidez agradable.

Frente al majestuoso piano de cola, un joven de cabello plateado, apenas de 12 años, deslizaba sus dedos con precisión obsesiva. Cada nota era un intento por alcanzar la perfección, una meta que solo él parecía perseguir.

-No está bien -murmuró, golpeando una tecla con fuerza, frustrado-No es perfecto.

El sonido resonó en el aire, chocando con las paredes cubiertas de retratos y estanterías llenas de libros. El salón, amplio y solemne, parecía empequeñecer al joven prodigio, pero él no se detenía. Había algo en su interior que lo impulsaba, un deseo inquebrantable de alcanzar la perfección en cada cosa que hacía.

En una esquina, apoyado en una vieja silla de madera, un anciano lo observaba en silencio.

Era Jacken, un hombre menudo, encorvado por los años, con ojos pequeños y vivaces que siempre parecían estar evaluando cada movimiento de su alumno. Aquel hombre que en su vida había sido un músico de renombre en su juventud, pero la guerra le arrebató no solo la gloria, sino también la habilidad de tocar. Sus manos, antes ágiles y diestras, ahora estaban torcidas y frágiles, incapaces de producir una sola nota. Sin embargo, su oído seguía siendo agudo, y su pasión por la música inquebrantable para enseñar.

-Joven Sesshomaru, suena hermoso -dijo Jacken con una voz ronca, pero cálida-. Ya casi lo tienes.

Sesshomaru apenas lo escuchaba. Sus pensamientos estaban ocupados con las notas que no lograban sonar como él deseaba. Su maestro, aunque era un hombre de gran experiencia, no parecía comprender su necesidad de alcanzar lo inalcanzable.

Pero para el joven todo parecía un error y en su ser no había espacio para los errores.

Justo cuando estaba a punto de empezar de nuevo, un leve sonido lo sacó de su concentración. Una risa suave, casi como un susurro, provenía de algún lugar cercano lo distrajo.

Alzando la mirada, divisó una pequeña figura detrás de la puerta corrediza que daba al jardín. Era una niña.

Frunció el ceño, molesto por la interrupción. ¿Quién era esa niña que osaba espiarlo? Sin embargo, algo en su expresión lo detuvo. Sus grandes ojos brillaban con una mezcla de asombro y curiosidad, como si estuviera fascinada por la música. Al darse cuenta de que la habían descubierto, la niña trató de escabullirse, pero en su apresurada retirada tropezó torpemente con la puerta corrediza, haciendo que ésta resonara por toda la habitación.

Para luego levantarse y salir corriendo.

Sesshomaru desvió la mirada hacia Jacken, esperando una explicación.

-¿Quién es ella? -preguntó con frialdad.

Jacken soltó un largo suspiro, como si la pregunta fuera algo que ya había anticipado.

-Es mi nieta, Rin -respondió con una sonrisa melancólica-. Siempre viene a escuchar el sonido de la música. Desde que perdió a sus padres, la música es lo único que la hace sonreír.

Sesshomaru apenas prestó atención al comentario sobre los padres de la niña. Lo único que le interesó fue cómo el anciano hablaba de la pequeña niña.

Aquella niña de cabellera castaña, tímida y reservada, nunca se atrevía a interrumpirlo. Se limitaba a observar, escondida detrás de las puertas o desde los rincones más oscuros del salón, sus ojos brillantes siguiendo los movimientos de las manos de Sesshomaru sobre el piano. Incluso en su silencio, había algo en su presencia que despertaba la curiosidad de Sesshomaru, aunque él no lo admitiera.

Un día lluvioso, semanas después, ella se acercó más de lo habitual. La lluvia golpeaba suavemente las ventanas, creando un telón de fondo para las notas que Sesshomaru tocaba. Al finalizar una de sus piezas más complejas, sintió una ligera presencia detrás de él. Se giró lentamente, y ahí estaba ella, mirándolo con esos grandes ojos llenos de una inocencia que contrastaba con su propia dureza.

-¿Qué haces aquí? -preguntó Sesshomaru con frialdad, sin apartar la mirada del piano.

Rin titubeó por un momento, sus pequeños dedos jugueteando nerviosamente con el borde de su suéter. Después de lo que pareció una eternidad, respondió con una voz tan suave que apenas fue audible:

-La melodía... es como un cuento de hadas.

Aquellas palabras, simples pero sinceras, resonaron en Sesshomaru de una manera que no comprendía del todo.

Un Cuento de hadas

Para él, la música siempre había sido una manera de controlar su entorno, de demostrar su superioridad sobre los demás. Pero para ella, era algo más. Algo mágico.

Por primera vez en mucho tiempo, Sesshomaru no supo qué decir. Se quedó en silencio, su mirada fija en el piano. Las palabras de Rin lo habían desarmado de una manera que no entendía completamente. Había algo tan puro en su perspectiva que lo desconcertaba, como si su visión de la vida y la música no tuviera nada que ver con las exigencias que él mismo se había impuesto.

-No es un cuento de hadas -dijo finalmente, su voz más baja y menos cortante que de costumbre-. Es solo música.

Pero Rin no parecía afectada. Sus ojos aún brillaban con esa fascinación que siempre mostraba cuando lo veía tocar, y aunque sus palabras eran sencillas, en ellas había una certeza que lo hacía sentirse vulnerable. Dio un paso hacia adelante, como si su curiosidad la empujara a acercarse más, como si el piano fuera un portal hacia ese mundo que ella veía tan claramente y que él apenas comprendía.

-¿Sabes tocar? -preguntó Sesshomaru, más por romper el incómodo silencio que por verdadero interés.

Rin negó con la cabeza, pero sus ojos seguían fijos en las teclas, como si pudiera leer los secretos que ellas guardaban. Sesshomaru la observó en silencio, sin saber bien qué hacer. No estaba acostumbrado a la cercanía de nadie, mucho menos de alguien como Rin, con su inocencia casi abrumadora.

-Si quieres... puedes intentarlo -ofreció Sesshomaru, sintiendo que, por primera vez en mucho tiempo, quería compartir algo con alguien.

Los ojos de Rin se iluminaron, llenos de sorpresa y emoción, como si le hubieran dado el regalo más increíble del mundo. Se acercó al piano con pasos tímidos, y sus pequeños dedos se posaron torpemente sobre las teclas. Sesshomaru, de pie junto a ella, la observaba mientras intentaba encontrar las notas correctas. Las melodías que salían eran desordenadas, nada perfectas. Pero, en esos sonidos torpes, había una sinceridad que Sesshomaru nunca había escuchado antes.

Rin no tocaba bien, pero tocaba con el corazón, y por primera vez Sesshomaru entendió que la música no era solo cuestión de perfección. Ella estaba creando algo que él, con todo su control, nunca había podido: emoción pura.

-Lo haces bien -dijo Sesshomaru, sorprendido de escuchar esas palabras salir de su propia boca.

Rin lo miró y le sonrió. Esa sonrisa, por un instante, le hizo olvidar su propia soledad. No era perfecto lo que hacía, pero había algo en ella que lo hacía sentirse menos solo.

Pasaron los años, y esos recuerdos se desvanecieron en la vorágine de su carrera musical. Sin embargo, en las noches más solitarias, Sesshomaru no podía evitar que esos momentos con Rin volvieran a su mente. Recordaba perfectamente el día en que ella irrumpió en su sala de prácticas, sin aliento de tanto correr, con los ojos brillando de emoción.

-¡Hay un concurso! -exclamó, casi sin poder contener su entusiasmo.

Sesshomaru, tan calmado como siempre, la miró arqueando una ceja. Sabía lo que iba a decir antes de que abriera la boca; a Rin le encantaba sacarlo de su zona de confort. Pero los concursos nunca habían sido lo suyo, ni mucho menos la atención pública.

-No me interesan los concursos -respondió, con un tono que, aunque firme, no sonaba tan seco como de costumbre.

Rin se acercó, rebosante de energía, incapaz de quedarse quieta. Se mordió el labio, ese gesto tan suyo cuando estaba decidida a insistir.

-Sesshomaru, por favor. Sabes que eres el mejor. Tienes que participar -rogó, con sus ojos suplicantes. La forma en que creía en él, sin reservas, siempre lo desconcertaba.

Sesshomaru suspiró, pero antes de que pudiera negarse de nuevo, Rin colocó una mano en su brazo, como si ese simple gesto pudiera convencerlo.

-Yo creo en ti -susurró, y esas palabras derrumbaron sus barreras.

Nunca necesitó el reconocimiento de los demás, pero, por alguna razón, anhelaba el de Rin. Y así fue como, días después, se encontró en el escenario de aquel concurso, sus manos sobre las teclas del piano, mientras ella lo observaba desde la audiencia, sonriéndole con ese gesto cálido que siempre lo reconfortaba.

Desde pequeños, Sesshomaru y Rin habían forjado un vínculo especial. Él, reservado y distante con los demás, se convirtió en su protector, cuidándola de quienes intentaban molestarla en la escuela. Ella, con su dulzura y energía, atraía la atención de todos, incluida la indeseada. Sesshomaru siempre estaba allí para defenderla, creando entre ellos una conexión más profunda que la de una simple amistad.

Con el tiempo, Rin se convirtió en su mayor admiradora, fascinada por el talento musical de su mejor amigo. Aunque él detestaba mostrarse ante los demás, poseía una increíble habilidad para la música. Rin era la única que conocía ese lado de él, embelesada al escucharlo tocar el piano o cantar solo para ella. Para Sesshomaru, Rin no era solo una amiga; era su confidente y la única capaz de hacerlo sonreír en sus momentos más oscuros.

Un día, Rin le mencionó un concurso de talentos que se organizaba en la escuela. Convencida de que su música asombraría a todos, lo animó a participar. Al principio, Sesshomaru se negó; prefería que su música permaneciera entre ellos, en su pequeño mundo privado. Pero Rin, con su inquebrantable optimismo, no se dio por vencida y, finalmente, él accedió, más por hacerla feliz que por deseo propio.

El día del concurso llegó y, aunque Sesshomaru no lo mostraba, estaba nervioso. Rin lo alentó con su sonrisa, acompañada por un amigo que había mostrado interés en ella. Durante el evento, el ambiente se tensó cuando este amigo aprovechó la ocasión para confesarle sus sentimientos y presionarla por una respuesta. Rin, con su habitual dulzura, lo rechazó, porque sabía claramente hacia quién dirigía su corazón.

Sesshomaru ganó el concurso sin sorpresas. Su talento era innegable, y su interpretación dejó a todos asombrados. Sin embargo, cuando fue a reunirse con Rin tras su actuación, la encontró en medio de un tenso intercambio con el chico que la había acosado. Al verlo, Sesshomaru sintió algo extraño y doloroso en el pecho: celos, una emoción que hasta entonces le era desconocida. No soportaba la idea de que otro intentara ocupar el lugar que él tenía junto a Rin.

El chico, frustrado por el rechazo, comenzó a decirle cosas hirientes, sugiriendo que solo estaba esperando algo mejor. Sesshomaru, incapaz de tolerar la situación, se acercó con su típica calma, aunque sus ojos brillaban con una ira contenida.

-Ya te dijo que no está interesada -dijo con firmeza-. Deberías respetarla.

El chico retrocedió, murmurando algo ininteligible mientras se marchaba. Sin embargo, Sesshomaru, aún invadido por los celos, no pudo evitar que sus sentimientos lo desbordaran. La tensión se trasladó a una discusión con Rin, aún bajo el peso de lo que había presenciado y lo que sentía por ella.

-¿Por qué lo trajiste? -le espetó, con una dureza

en su voz que no pretendía.

Rin, sorprendida, le respondió con calma, aunque herida por el tono de Sesshomaru.

-Es solo un amigo. No sabía que él... -comenzó, pero Sesshomaru la interrumpió.

-¿Solo un amigo? -replicó-. Parecía que quería algo más.

Las palabras de Sesshomaru eran agudas, y él lo sabía. Estaba celoso, algo que no había sentido antes, y ese sentimiento le estaba nublando el juicio. Estaba a punto de decir algo que probablemente la lastimaría, pero Rin, con lágrimas en los ojos, lo detuvo.

-Sesshomaru, ¡yo no lo aceptaría porque... porque a mí quien me gusta eres tú! -confesó, con la voz temblando pero sincera.

En ese momento el peliplata se quedó paralizado por un momento al escuchar aquella confesión.

Las palabras de Rin resonaron en el aire como un susurro delicado, pero para Sesshomaru, fueron como un trueno que sacudió cada fibra de su ser. Por un instante, el mundo pareció detenerse. Sus ojos, siempre serenos, se abrieron ligeramente, captando cada detalle de su rostro: la suave curva de sus labios, el brillo tímido en sus ojos y el rubor que coloreaba sus mejillas. Algo dentro de él se quebró, como si una pared invisible que había mantenido durante años se derrumbara de repente.

No eran solo sus palabras, sino la sinceridad con la que las decía, esa pureza que solo Rin podía transmitir. Una oleada de calidez lo invadió, llenando cada rincón de su ser con una sensación que no podía nombrar. Era como si, por primera vez, alguien lo viera realmente, más allá de su fachada impenetrable.

Sin pensarlo, sus manos se movieron casi por instinto, acariciando suavemente el rostro de Rin. Sus dedos, siempre fríos, parecían absorber el calor de su piel. Ella no retrocedió; al contrario, inclinó su cabeza levemente, como si confiara plenamente en él. Sus miradas se encontraron, y en ese momento, todo lo demás perdió importancia. Las inseguridades, los celos, los malentendidos... todo se desvaneció, dejando solo a los dos, en un espacio donde el tiempo parecía haberse detenido.

El beso fue tímido, casi imperceptible al principio, como si ambos temieran romper la magia del momento. Pero cuando sus labios se encontraron, algo cambió. Era un contacto suave, inocente, pero cargado de una intensidad que los dejó sin aliento. Para Sesshomaru, fue como descubrir un nuevo mundo, uno lleno de colores que nunca antes había visto. Para Rin, fue la confirmación de que todo lo que había sentido por él era real, tangible.

Ese beso, tan breve pero tan significativo, los unió de una manera que ninguna palabra podría describir. No era solo el inicio de algo nuevo; era como si una parte de ellos que siempre había estado incompleta, de repente, encajara.

Los días que siguieron fueron como un sueño del que ninguno quería despertar. Cada mirada, cada sonrisa, cada roce casual de sus manos parecía cargado de un significado nuevo. Sesshomaru, siempre tan reservado, descubrió que su mundo giraba en torno a Rin. Sus risas, su energía contagiosa, su forma de ver la vida... todo en ella lo atraía como un imán. Y aunque no lo decía abiertamente, sus acciones hablaban por él: la forma en que la protegía, cómo buscaba su mirada en medio de la multitud, o cómo sus labios esbozaban una sonrisa casi imperceptible cuando ella estaba cerca.

Rin, por su parte, se sentía viva de una manera que nunca antes había experimentado. Cada paso que daban juntos, cada palabra que compartían, era como un recordatorio de que aquello era real. Y aunque a veces la inseguridad intentaba asomarse, la forma en que Sesshomaru la miraba, con esa intensidad silenciosa, la hacía sentir segura, como si nada malo pudiera tocarla mientras él estuviera cerca.

Caminaban por los pasillos de la escuela, sus manos rozándose levemente, hasta que uno de ellos, casi sin darse cuenta, entrelazaba sus dedos con los del otro. Era un gesto pequeño, pero lleno de significado. Rin sonreía, y Sesshomaru, aunque no lo decía, sentía que el mundo tenía un poco más de sentido cuando ella estaba a su lado.

Un día, después de las clases, decidieron escaparse a un parque escondido, lejos del bullicio de la ciudad. Era un lugar que solo ellos conocían, un refugio donde el tiempo parecía detenerse. Los árboles susurraban con el viento, y el pequeño estanque reflejaba el cielo como un espejo tranquilo. Sesshomaru llevaba su guitarra, un instrumento que había comenzado a tocar con más dedicación desde que Rin lo animó a explorar su pasión por la música.

Bajo la sombra de un viejo roble, Sesshomaru afinó las cuerdas con cuidado, mientras Rin lo observaba con una mezcla de admiración y cariño. Sus ojos brillaban con una luz que solo él podía entender, y por un momento, Sesshomaru sintió que el mundo entero se reducía a ese instante, a ese lugar, a ella.

-Esta es para ti -dijo en un tono suave, casi un susurro, mientras sus dedos comenzaban a deslizarse por las cuerdas.

La melodía que surgió era suave, como el roce de las hojas al viento, y Rin sintió que el aire a su alrededor se llenaba de magia. Cada nota parecía hablar directamente a su corazón, como si Sesshomaru hubiera convertido sus sentimientos en música. Ella lo miró con los ojos llenos de lágrimas, pero no de tristeza, sino de una felicidad tan intensa que casi la ahogaba.

Cuando la última nota se desvaneció en el aire, Rin se inclinó hacia él y lo abrazó con fuerza, como si temiera que el momento se escapara. Sesshomaru, sorprendido al principio, la rodeó con sus brazos, sintiendo el calor de su cuerpo contra el suyo.

-Es la canción más hermosa que he escuchado -susurró Rin, su voz temblando de emoción.

Sesshomaru no dijo nada. No hacía falta. En ese momento, bajo el roble, con el sonido del viento y el murmullo de las hojas como testigos, ambos sabían que lo que compartían era único, algo que trascendía las palabras.

Ella siempre encontraba maneras de sorprenderlo, de hacerlo sentir amado y valorado. Le preparaba pequeñas notas que dejaba en su mochila o en su escritorio, cada una con un mensaje cariñoso o una broma que solo ellos entendían. Sesshomaru, aunque al principio no sabía cómo responder a esos gestos tan tiernos, empezó a corresponder de formas sutiles. A veces, cuando su querida castaña estaba distraída, él le pasaba una flor que había recogido durante su caminata, o se quedaba en silencio junto a ella, escuchándola hablar sobre sus sueños e inquietudes, sintiéndose afortunado de tener a alguien tan genuino a su lado.

Una tarde, mientras el sol comenzaba a teñir el cielo de tonos naranjas y rosados, Rin le habló a Sesshomaru sobre sus planes para el futuro. Le contó con entusiasmo sus sueños de ayudar a otras personas a través de la música, tal vez estudiando educación en Tokio. Sus ojos brillaban con pasión al describir lo que quería lograr, sus manos moviéndose al compás de sus palabras, como si ya pudiera ver ese futuro frente a ella.

Sesshomaru la escuchaba atentamente, admirando su ambición y la luz que siempre la rodeaba. Pero, mientras sonreía ante sus palabras, una pequeña punzada de miedo se instaló en su pecho. ¿Qué pasaría con ellos si Rin perseguía esos sueños lejos de él? ¿Qué haría si ella descubriese un mundo lleno de posibilidades que la alejara de su vida tranquila a su lado? ¿Y si él, al final, no fuera suficiente para ella?

Antes de que pudiera dejar que esos pensamientos lo consumieran, Rin, como si hubiera leído su mente, tomó suavemente su mano entre las suyas. Sus ojos, serenos y llenos de amor, lo miraron con una firmeza inquebrantable.

-No importa a dónde vaya, Sesshomaru -le dijo, su voz cargada de una dulzura segura-. Tú siempre serás parte de mi vida. No quiero que esto cambie. Quiero que estemos juntos, en cualquier parte del mundo.

Aquellas palabras, simples pero llenas de significado, envolvieron a Sesshomaru en una oleada de alivio que casi le hizo cerrar los ojos. El miedo que lo había invadido se disipó de inmediato, reemplazado por una paz que solo Rin era capaz de darle. Aunque el futuro era incierto, con ella a su lado, sentía que podía enfrentarse a cualquier cosa. Ella era su fuerza, su ancla, el lugar al que siempre quería regresar.

Con el paso de los meses, cada instante que compartían se volvía aún más valioso. Sesshomaru, que antes había sido reservado y distante, empezó a abrirse de maneras que jamás creyó posibles. Con Rin, sus barreras se desmoronaban. Ella conocía sus secretos más oscuros, sus miedos más profundos, y también sus sueños más ocultos. Y él, aunque nunca lo dijo en voz alta, se lo prometió en silencio: haría todo lo posible por ser digno del amor de Rin, el amor de la única persona que lo había visto tal y como era, y aún así lo había elegido.

Las tardes juntos eran su refugio. Solían ir a una pequeña cafetería, donde se sentaban cerca de la ventana y veían a la gente pasar. Rin siempre pedía su café con mucho azúcar, mientras Sesshomaru prefería el té, una elección que Rin encontraba adorable. En esos momentos, el mundo exterior parecía desvanecerse, y solo quedaban ellos dos, riendo y hablando de todo y nada al mismo tiempo.

Rin también tenía su propio don: era una excelente dibujante, y a menudo dibujaba pequeñas caricaturas de ellos dos en sus momentos juntos. Le encantaba capturar la sonrisa rara pero genuina de Sesshomaru, o su expresión concentrada cuando tocaba la guitarra. Sesshomaru solía guardar esos dibujos en una caja especial que tenía en su habitación, como pequeños tesoros que representaban lo mejor de su vida.

A veces, cuando las cosas se ponían difíciles, cuando Sesshomaru sentía el peso de las responsabilidades que tenía en casa o cuando el mundo parecía demasiado complicado, era Rin quien lo sacaba de esa oscuridad. Con una simple sonrisa, con un abrazo, ella lograba recordarle que no estaba solo, que siempre la tendría a su lado.

Una noche, mientras caminaban bajo las estrellas, Sesshomaru se detuvo y la miró a los ojos. Con un susurro suave y lleno de emoción, le dijo:

-Gracias por estar conmigo, Rin.

Rin, sorprendida por su repentina declaración, lo miró con ternura y respondió:

-Siempre estaré contigo, Sesshomaru. Pase lo que pase.

Y bajo la luz de la luna, compartieron otro beso, uno lleno de promesas y de un futuro juntos que parecía uno eterno.

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Con el paso de los meses, su relación se convirtió en un hermoso cuento de hadas. Habían aprendido a apoyarse mutuamente en todo, y aunque eran jóvenes, el amor que compartían parecía inquebrantable, como si el destino hubiera decidido que estarían juntos para siempre. Rin era el refugio de Sesshomaru, su mayor apoyo, y él, pese a su naturaleza reservada, encontraba en ella la fuerza para enfrentar las dificultades que la vida comenzaba a poner en su camino.

Sin embargo, la situación familiar de Sesshomaru comenzó a desmoronarse. Su madre, quien siempre había sido una figura fuerte y estable, cayó en varios problemas financieros.

Las deudas crecían sin cesar, y pronto la casa que habían conocido como hogar comenzó a llenarse de desesperación. La presión sobre Sesshomaru, como único hijo, fue inmediata. Ver a su madre sufrir y observar cómo las cosas se deterioraban despertó en él una necesidad urgente de hacer algo, de encontrar una salida. Fue en ese momento cuando Rin, fiel como siempre, decidió acompañarlo en cada paso del proceso, asegurándose de que no enfrentara esta situación solo.

Sesshomaru buscó trabajo en todas partes, desde tiendas locales hasta pequeños cafés, pero nada parecía lo suficientemente significativo para resolver sus problemas. Fue entonces cuando Rin vio un anuncio de audiciones para un grupo de K-pop que buscaba nuevos talentos. Ella sabía que Sesshomaru tenía un talento oculto para el canto que solo ella conocía: su oído absoluto y su voz profunda y cautivadora, que solo ella había tenido el privilegio de escuchar en sus momentos más íntimos.

-Deberías intentarlo -le dijo Rin con una sonrisa esperanzadora-. Sé que lo lograrás.

Sesshomaru dudaba. Nunca había mostrado su voz a nadie más que a Rin. El piano y otros instrumentos habían sido su refugio, su manera de expresar sus emociones, pero la industria del K-pop era algo completamente diferente. Sin embargo, cuando pensaba en las deudas que agobiaban a su madre y en las lágrimas que ella intentaba ocultar, supo que no podía perder esta oportunidad. Así que, acompañado por Rin, se presentó a las audiciones. Y para su sorpresa, fue aceptado.

Ese fue el inicio de algo que cambiaría sus vidas para siempre.

Las primeras semanas en la industria fueron agotadoras. Sesshomaru se vio atrapado en un ciclo de ensayos interminables de música y coreografías. Su vida comenzó a girar en torno a la perfección que exigía el mundo del espectáculo, dejando cada vez menos tiempo para las cosas que solían ser su refugio, como el piano, y lo más doloroso de todo: para Rin. Aunque su amor seguía intacto, el tiempo que podían compartir se volvía cada vez más escaso. Pero Rin, en su naturaleza inquebrantable, siempre encontraba la manera de estar cerca. A veces se escapaba de la escuela, corriendo desde la preparatoria hasta el estudio de ensayos solo para verlo, aunque fuera por unos minutos.

-Soy tu fan número uno, ¿lo recuerdas? -le menciono con una sonrisa brillante.

Sesshomaru apreciaba su presencia más de lo que podía expresar. A veces, en medio de los ensayos, su mirada vagaba hacia la puerta, esperando ver el rostro de Rin, esa pequeña chispa de luz que lo mantenía conectado a la realidad cuando todo lo demás parecía consumirse en el caos de la fama emergente.

El tiempo pasó rápidamente, y Sesshomaru hizo su debut con el grupo, lo que le trajo un éxito moderado. Aunque su talento comenzó a ser reconocido, las deudas de su madre seguían siendo una carga, una sombra que oscurecía cada logro. A pesar de su creciente fama, la presión para solventar la situación financiera familiar no disminuía, y eso lo consumía internamente.

Llegó su cumpleaños número 20, un día que Sesshomaru deseaba pasar en paz, alejado de los reflectores y los compromisos. Para su sorpresa, Rin apareció en su puerta, sosteniendo una pequeña caja. En su interior, había un collar sencillo pero significativo, que representaba para ellos un símbolo de todo lo que habían compartido.

-Es para que recuerdes siempre quién eres -le dijo Rin con ternura, mientras se acercaba para besarlo suavemente.

Ese día fue mágico. Sesshomaru sintió que, a pesar de todo el caos, Rin siempre estaría ahí para recordarle lo que realmente importaba. Pasaron el día juntos, riendo, recordando los momentos felices de su relación, alejados del mundo exterior que tanto los presionaba. Pero la paz no duró mucho. Esa misma tarde, justo cuando Sesshomaru regresaba a su entrenamiento, recibió una llamada que cambiaría su vida para siempre. Su madre había empeorado gravemente.

El dolor y la culpa lo invadieron. Mientras intentaba procesar la noticia, su compañía le informó que el grupo en el que había debutado estaba enfrentando problemas financieros, y que no podrían continuar. Sin embargo, le ofrecieron una oportunidad única: debutar como solista, lo que implicaba trasladarse a Corea del Sur. Era una oportunidad de oro, pero venía con un precio elevado. Los acuerdos que firmaría lo atarían a la compañía durante al menos cinco años, y una de las condiciones más difíciles: no podría tener pareja durante ese tiempo.

Sesshomaru se encontraba atrapado en una encrucijada que lo desgarraba por dentro. Sabía que aquella oportunidad podía cambiar su destino y salvar a su madre, pero también significaba alejarse de Rin, la única persona que siempre había estado a su lado. Después de interminables noches de insomnio, con el peso de su decisión aplastando su espíritu, resolvió que lo mejor sería mentirle. Convencido de que era incapaz de darle el futuro que merecía, creyó, en su desesperación, que lo más noble sería hacerla creer que ya no la quería.

El día en que decidió enfrentarla fue uno de los más dolorosos de su vida. Cuando Rin lo vio, su sonrisa se desvaneció ante la frialdad en sus ojos. Sabía que algo iba mal, pero nunca se imaginó que Sesshomaru estaba a punto de romper su corazón. Él, ocultando su agonía, le lanzó las palabras más crueles que jamás había dicho.

-Rin... -empezó, su voz más vacía de lo que jamás había sonado-. Ya no te quiero. Todo esto fue un error.

Las palabras parecieron detener el tiempo. Rin lo miró con incredulidad, su rostro pálido. No podía procesar lo que acababa de escuchar.

-¿Qué... qué estás diciendo? -balbuceó, su voz llena de confusión y dolor.

Sesshomaru, sintiendo que su alma se hacía pedazos, forzó una sonrisa amarga y continuó con su cruel engaño.

-He estado engañándote, Rin. Todo este tiempo supe que esto no funcionaría. No quiero estar más a tu lado. Tú mereces a alguien mejor, alguien que te pueda ofrecer lo que yo no puedo -sus palabras salieron afiladas como dagas, aunque cada una de ellas lo atravesaba por dentro.

Rin se tambaleó, como si el suelo hubiera desaparecido bajo sus pies. Las lágrimas brotaron, pero trató de mantenerse firme, de buscar en sus ojos alguna señal de que aquello era una mentira.

-No... no es verdad. Tú no eres así, Sesshomaru. No puedes decirme que ya no me amas, no después de todo lo que hemos vivido -susurró, con la voz rota, sus manos temblando mientras intentaba tocarlo, aferrándose a lo poco que quedaba de él.

Sesshomaru no soportaba verla así, pero sabía que si no seguía con la mentira, nunca tendría el valor de dejarla ir. Así que, con un esfuerzo desgarrador, apartó la mirada y endureció su voz.

-Rin, esto es lo que quiero. No puedo seguir contigo. No eres lo que necesito, ni yo lo que tú necesitas.

-¡Eso no es cierto! -gritó Rin, dando un paso hacia él, desesperada-. Sesshomaru, mírame a los ojos y dime que no me amas. Dime que no significo nada para ti.

Sesshomaru apretó los puños, conteniendo el temblor en sus manos. No podía mirarla, no podía decirle la verdad. Si lo hacía, la debilidad lo consumiría, y no podría alejarse. Así que cerró los ojos, obligando a las palabras a salir.

-Ya no te quiero, Rin. No eres importante para mí.

El silencio que siguió fue insoportable. La lluvia comenzó a caer, empapándolos a ambos, pero el frío que Sesshomaru sentía venía de dentro. Rin, paralizada, dejó caer sus brazos. Su mundo se desmoronaba frente a ella, y él, el hombre que amaba, estaba ahí, destruyéndolo con cada palabra.

-No te creo... -murmuró, su voz apenas un susurro. Pero Sesshomaru ya había dado el paso final, alejándose, dejándola atrás con el alma rota.

Rin cayó de rodillas, sollozando mientras la lluvia ocultaba sus lágrimas, pero no el dolor que sentía en su corazón. Sesshomaru la había dejado, y con él se llevó todo lo que alguna vez la había hecho sentir viva.

Aquella vez, aunque quería quedarse, Sesshomaru se fue. Caminó hasta su hogar, con el corazón pesado y el alma rota. Al llegar, se encontró con su madre, una mujer fría y pragmática, a quien informó de su partida y le aseguró que le enviaría dinero para saldar sus deudas. Ella, sin apenas mirarlo, soltó un comentario que lo dejó helado:

-No tienes que hacer tantos sacrificios por mí, Sesshomaru. Lo que realmente necesito no es tu dinero.

La indiferencia en sus palabras lo hirió más de lo que estaba dispuesto a admitir. Aquella noche, en silencio, alistó sus pertenencias y, sin una despedida emotiva, tomó sus maletas y se marchó a Corea, buscando dejar atrás todo lo que le recordaba a su vida anterior.

Los años pasaron como un torbellino. Su carrera despegó rápidamente, y pronto se convirtió en uno de los idols más grandes de Corea. Su rostro aparecía en carteles por todo el mundo, sus canciones encabezaban las listas de éxitos, y cada vez que subía al escenario, las multitudes lo aclamaban como si fuera un dios.

Sin embargo, dos años después de su partida, la noticia de la muerte de su madre lo alcanzó. A pesar de la distancia y el éxito que había logrado, la realidad de su pérdida lo golpeó con fuerza. Su madre, quien siempre había sido distante, había fallecido sola. Sesshomaru no había regresado a verla ni una sola vez desde que se marchó.

La noticia lo persiguió en sus momentos de soledad. Su música continuaba siendo celebrada, pero la fama y el reconocimiento no podían calmar el dolor interno que sentía. Aunque se había hecho más fuerte frente al mundo, en su interior seguía siendo el mismo joven que una vez había dejado atrás todo lo que amaba, solo para darse cuenta demasiado tarde de lo que realmente importaba.

Pero detrás de las luces cegadoras y los aplausos ensordecedores, había un vacío. Un vacío que el éxito no podía llenar. Sesshomaru había cumplido su promesa: había trabajado incansablemente, había alcanzado la cima, y había hecho todo lo que se esperaba de él. Sin embargo, el precio había sido demasiado alto. La muerte de su madre había dejado una cicatriz profunda, pero lo que más le dolía era la pérdida de Rin. El recuerdo de la última vez que la vio, arrodillada en el suelo bajo la lluvia, no lo dejaba en paz.

Cada vez que miraba las luces del escenario, recordaba su mirada llena de lágrimas, sus súplicas. Había intentado enterrarlo todo, convencerse de que lo hizo por su bien, pero en las noches solitarias, cuando el ruido del público desaparecía y se encontraba solo en su habitación de hotel, esos recuerdos lo asfixiaban. Rin había sido la única persona que lo había visto realmente, que había tocado su corazón, no por su fama ni por su talento, sino por quién era.

Mientras las multitudes lo adoraban, él solo deseaba estar en otro lugar, en otro tiempo, donde no hubiera tomado esa decisión. El éxito que había logrado, las ovaciones de pie, las giras mundiales... nada de eso llenaba el hueco que ella había dejado en su corazón. Sesshomaru sabía que, aunque hubiera alcanzado la fama que tanto anhelaba, lo más importante lo había perdido en ese fatídico día.

Ahora, mientras miraba hacia el pasado, se daba cuenta de que todo el reconocimiento y los logros no podían borrar su arrepentimiento. Rin había sido lo único que le daba sentido, y ahora, a pesar de todo lo que había conseguido, el vacío seguía ahí, recordándole cada día lo que había dejado escapar.

Cada noche, cuando la soledad lo invadía, recordaba aquellos momentos felices que compartieron, y se preguntaba si alguna vez podría volver a sentir algo tan puro como lo que sintió por ella.

Pero luego, el peso de su decisión lo aplastaba: ¿cómo podría pedirle perdón después de todo lo que le había hecho? Seguramente, ella ya habría seguido adelante con su vida.

A pesar de estar rodeado de la fama y el éxito, Sesshomaru estaba atrapado en una espiral de autodesprecio. La fama se convirtió en un constante recordatorio de lo que había sacrificado. En una de esas noches solitarias, en una fiesta organizada por su disquera en Tokio, conoció a Sara, una modelo reconocida y admirada por millones. Sara era todo lo que la industria adoraba: bella, carismática y enérgica. Sesshomaru, distraído y perdido en sus propios pensamientos, no prestó demasiada atención a su cercanía al principio. Sin embargo, ella vio en él algo más que solo una aventura pasajera; se obsesionó con la idea de conquistarlo.

Lo que comenzó como una breve aventura, se transformó en una pesadilla cuando Sesshomaru intentó distanciarse. Sara, enfurecida por su rechazo, comenzó a manipular la situación, difundiendo rumores y acusándolo de haberla usado. La prensa, hambrienta por cualquier escándalo, devoró la historia. Las redes sociales se llenaron de ataques y críticas hacia Sesshomaru. Sara utilizó su fama para distorsionar los hechos, lo que llevó a que su carrera, antes intachable, comenzara a tambalear.

La noche del concierto en Japón era fría, el cielo nublado y el aire cargado de una tensión que Sesshomaru no había notado. Estaba sumido en sus pensamientos mientras su equipo lo ayudaba a prepararse para el show. El público afuera, emocionado, lo esperaba con ansias, y la presión sobre sus hombros, como siempre, era inmensa. Pero detrás de esa fachada de perfección, él llevaba meses luchando contra una tristeza profunda, un vacío que ni su éxito ni sus fans podían llenar. La música ya no era suficiente para ahogar el dolor que sentía.

Esa noche, mientras él se ajustaba la chaqueta frente al espejo, sin darse cuenta, algo más oscuro se cocinaba fuera de su control.

Uno de sus fans, obsesionado con su exnovia Sara, había estado planeando venganza en su contra él.

Sesshomaru no lo sabía, pero cada uno de sus movimientos había sido vigilado con odio.

Al terminar los preparativos, Sesshomaru salió del camerino, listo para subir al escenario. Su equipo lo condujo hasta el auto que lo llevaría al estadio, un vehículo negro de lujo que, como siempre, lo transportaba a sus eventos. Pero esa noche, algo no estaba bien. Los frenos del auto habían sido saboteados, y el conductor, sin sospecharlo, aceleró por las estrechas calles que conducían al estadio.

A mitad del camino, en una curva cerrada, el auto comenzó a deslizarse sin control. El conductor pisó los frenos, pero no hubo respuesta. Sesshomaru sintió el primer tirón, y su corazón se aceleró cuando vio cómo el vehículo perdía estabilidad. En cuestión de segundos, el auto salió de la carretera y comenzó a dar vueltas violentamente por un barranco cercano. Los cristales estallaron, y el metal retumbó mientras el coche se estrellaba contra rocas y árboles. Todo fue caos. Sesshomaru apenas podía moverse, su cuerpo golpeado contra cada superficie dura, y su cabeza se llenó de un dolor agudo antes de que todo se volviera negro.

Cuando despertó, las luces del hospital lo cegaban. El sonido de los monitores y el olor a desinfectante lo rodeaban. Sintió su cuerpo pesado, como si hubiera sido aplastado, y cuando intentó moverse, un dolor desgarrador le recorrió cada fibra. Los médicos entraron rápidamente en la habitación, sus rostros serios, y en ese momento supo que algo iba terriblemente mal.

-Sesshomaru, te despertaste -dijo uno de ellos con una voz suave pero preocupada.

Su mente estaba nublada, pero poco a poco los recuerdos del accidente comenzaron a volver. La curva, los gritos, el crujido del metal. Trató de hablar, de preguntar qué había pasado, pero su garganta le quemaba, y solo un leve gemido salió de sus labios. La preocupación en los ojos de los médicos creció.

-Sesshomaru, debes mantener la calma -dijo uno de los doctores, colocando una mano sobre su hombro-. Has sufrido heridas muy graves en las piernas y la garganta. Hicimos todo lo posible en la cirugía, pero... hay algo que debes saber.

Sesshomaru sintió como si el tiempo se detuviera en ese momento. No estaba preparado para lo que venía. El médico tomó aire antes de continuar.

-Las heridas en tu garganta son severas. Podrías perder la capacidad de cantar... e incluso hablar con normalidad. Y tus piernas... han sufrido daños irreversibles. Hay una posibilidad de que no puedas caminar de nuevo.

Esas palabras cayeron sobre él como una losa. Sesshomaru cerró los ojos, deseando que todo fuera una pesadilla de la que despertaría pronto. Pero no lo era. El dolor físico se mezcló con el emocional, formando un abismo que lo tragaba entero. La música, su vida, lo único que le había dado un propósito, se desvanecía ante sus ojos. Y con ello, cualquier sentido de identidad.

Durante los días que siguieron, Sesshomaru apenas hablaba con nadie. Se cerró completamente al mundo, negándose a ver a sus amigos, a sus compañeros de banda, o a cualquier otra persona que intentara acercarse. La depresión que había sentido antes del accidente ahora era aún más profunda, como una oscuridad interminable que lo consumía desde dentro. El aislamiento era su única respuesta, encerrándose en una prisión de silencio y dolor. No solo había perdido su voz, sino su razón de ser.

-No tienes por qué estar aquí -murmuró Sesshomaru, evitando su mirada.

-Claro que sí, muchacho -respondió su maestro, con voz calmada-. Conozco este dolor. Lo he vivido. Sé lo que es perder aquello que amas, aquello que te define.

Las palabras de su maestro resonaron en la habitación, pero Sesshomaru, sumido en su tristeza, se negó a escuchar. Se había convencido de que su vida, tal como la conocía, había terminado.

Mientras tanto, Rin vivía una vida tranquila en un pequeño pueblo donde era maestra de música en una escuela para niños con necesidades especiales. Había encontrado consuelo y propósito enseñando a esos niños, usando la música para darles una voz, un escape, tal como Sesshomaru le había enseñado alguna vez a ella. Aunque su vida había seguido adelante, los recuerdos de Sesshomaru siempre estaban presentes, escondidos en los rincones de su corazón.

Un día, Rin recibió una llamada inesperada. Su abuelo estaba en Tokio, y el motivo de su visita la inquietó. Cuando supo lo que había sucedido con Sesshomaru, su corazón se detuvo por un momento. Sin pensarlo dos veces, dejó todo y viajó a Tokio. Sabía que él estaba destrozado, que el hombre que una vez amó estaba sufriendo más de lo que jamás podría imaginar.

Al llegar al hospital, Rin se detuvo en la puerta de la habitación de Sesshomaru. A través de la ventana, lo vio. No era el hombre fuerte y confiado que recordaba. Estaba roto, con la mirada perdida y el rostro cubierto de dolor. Respiró hondo, preparándose para lo que sería uno de los momentos más difíciles de su vida.

Con pasos decididos, entró en la habitación. Al oír el suave sonido de sus pasos, Sesshomaru alzó la vista y sus ojos dorados se encontraron con los de Rin. Por un instante, el tiempo pareció detenerse. Sesshomaru no podía creer lo que veía. Era como si el pasado hubiera regresado para confrontarlo, para recordarle lo que había perdido. Pero, en lugar de reproches o recriminaciones, Rin solo lo miró con la misma ternura que siempre había tenido.

-Sesshomaru -dijo suavemente, acercándose a su cama-. Estoy aquí.

Rin se encontraba en la puerta de la habitación de hospital donde Sesshomaru permanecía. El pasillo era frío y silencioso, salvo por los murmullos de las enfermeras y el pitido constante de los monitores que resonaban en la distancia. Su corazón latía con fuerza, y sus manos temblaban al recordar las palabras de su abuelo, Jacken, quien había intentado prepararla para lo que estaba por ver.

Habían pasado siete años desde la última vez que lo vio, y aunque había tratado de seguir con su vida, una parte de ella siempre había permanecido conectada a él. Las noticias de su caída en desgracia le habían llegado tarde, pero no había dudado en viajar a Tokio en cuanto supo lo que había sucedido.

-No quiere ver a nadie -le advirtió Jacken, sosteniéndola del brazo antes de que entrara-. Está... roto. Pero tú eres la única que podría hacerle cambiar de opinión.

Con un nudo en el estómago y la mente llena de recuerdos, Rin tomó aire y empujó la puerta suavemente. Al ingresar, lo primero que sintió fue el olor a desinfectante y el frío que emanaba de la habitación. Y ahí estaba él, Sesshomaru, el hombre que alguna vez fue inquebrantable, ahora sentado en la cama con la mirada vacía, la garganta lastimada y las piernas inmóviles. Su presencia seguía siendo imponente, aunque había algo apagado en sus ojos, algo que la asustó más que cualquier palabra.

-¿Qué haces aquí? -fue lo primero que dijo Sesshomaru, con una voz ronca y débil que contrastaba con el poder que alguna vez había tenido.

Rin se acercó lentamente, ignorando el nudo que se formaba en su garganta. Su mente repasaba cada uno de los recuerdos que había compartido con él, aquellos días en los que parecía que nada podría separarlos.

-Solo... quería verte -respondió con suavidad, su voz apenas un susurro. Rin no supo qué más decir, no sabía si podría aliviar el dolor que veía reflejado en su rostro.

-No deberías estar aquí -la voz de Sesshomaru se volvió cortante, sus ojos se endurecieron mientras trataba de contener las emociones que lo abrumaban-. No quiero que me veas así, no soy el hombre que conociste.

Las palabras de Sesshomaru cayeron como puñales sobre Rin, pero ella no se movió. Sabía que detrás de esa dureza estaba el hombre que había amado, y que el dolor lo estaba devorando.

-No me importa -dijo ella con determinación, su mirada conectándose con la de él por primera vez en años-. No vine para verte como eras antes. Vine porque... me importas.

El silencio que siguió fue pesado, y Sesshomaru apartó la vista, su mandíbula tensa. Rin podía sentir la tensión, el orgullo y la frustración que lo mantenían distante, pero también notó el miedo que él intentaba ocultar. Miedo de verse vulnerable ante ella, de mostrarse roto. La idea de haber perdido todo, de no ser más el hombre que una vez fue, lo consumía.

Rin, a pesar de sentir que él la estaba rechazando, no podía darse por vencida. Cuando salió de la habitación, su abuelo Jacken la esperaba en el pasillo.

-¿Cómo está? -preguntó él, con una mirada preocupada.

-No está bien, abuelo -respondió Rin, con los ojos enrojecidos-. Apenas quiere comer... parece que ha perdido la voluntad de seguir.

El rostro de Jacken se ensombreció, pero Rin, con una nueva resolución en su corazón, apretó los puños. No podía dejarlo solo. No podía abandonarlo, no después de todo lo que habían vivido juntos.

Al día siguiente, Rin volvió al hospital. Sesshomaru la miró con el mismo desdén de la vez anterior, pero ella lo ignoró. Se sentó junto a su cama mientras él empujaba el plato de comida, negándose a alimentarse.

-No puedes hacer esto -dijo Rin, su tono firme, decidido-. No puedes seguir destruyéndote así.

-No tienes derecho a decirme qué hacer -respondió Sesshomaru, con voz fría, pero sin la misma fuerza de antes.

Rin lo miró con calma, sin apartar la vista. En ese momento, Sesshomaru supo que ella no se iba a rendir. Día tras día, Rin regresaba, trayendo consigo paciencia y determinación. Se quedaba junto a él, hablándole, compartiendo historias de su vida en el pequeño pueblo, de los niños a los que enseñaba música. Aunque Sesshomaru no decía mucho, Rin sabía que la escuchaba. Lentamente, él comenzó a ceder. Al principio, fue un gesto leve: aceptar el plato de comida que ella le ofrecía. Luego, pequeñas conversaciones se fueron intercalando entre sus largos silencios.

A medida que los días pasaban, Sesshomaru empezó a notar algo diferente en Rin. No era la misma chica que había dejado años atrás. Ahora, había en ella una fuerza que lo asombraba, una serenidad que antes no tenía. Rin, por su parte, también veía algo en él. La dureza que lo caracterizaba estaba quebrada, pero debajo de esa fragilidad, reconocía al hombre que aún tenía un alma fuerte, aunque ahora perdida.

Un día, mientras Sesshomaru, por primera vez en semanas, daba pequeños pasos con la ayuda de un fisioterapeuta, Rin lo observaba desde la puerta.

-Sabes que no tengo por qué estar aquí -le dijo Sesshomaru, sin volverse hacia ella-. Podrías irte y vivir tu vida, Rin. Ya no tienes ninguna obligación conmigo.

Rin sonrió con suavidad y se acercó lentamente.

-No lo hago por obligación -respondió ella-. Lo hago porque... sigues siendo parte de mi vida, Sesshomaru. No importa cuánto tiempo haya pasado, ni lo que sucedió entre nosotros. Sigo creyendo en ti, y siempre lo haré.

Sesshomaru la miró por unos largos segundos. En ese momento, las barreras que había levantado durante tanto tiempo empezaron a desmoronarse. Rin no era solo un recuerdo del pasado; ella era la luz que lo había sostenido antes y que, ahora, en su momento más oscuro, estaba allí nuevamente para ayudarlo a levantarse.

Y por primera vez en mucho tiempo, Sesshomaru sintió algo parecido a la esperanza.

Los días seguían pasando, y poco a poco, Sesshomaru iba cediendo ante la presencia constante de Rin. Aunque al principio había intentado mantenerla a distancia, la paciencia y la ternura con la que ella lo cuidaba terminaron por ablandar las paredes que había construido a su alrededor. Cada vez que ella entraba en la habitación, una sensación de calma lo invadía, aunque todavía no lo admitiera.

Una tarde, mientras Sesshomaru estaba sentado junto a la ventana, observando el cielo gris, Rin se sentó a su lado en silencio. Habían tenido pequeñas conversaciones durante la última semana, pero esa tarde Sesshomaru parecía más pensativo que de costumbre. Después de un largo silencio, él habló, su voz baja pero llena de sinceridad.

-No entiendo por qué sigues aquí, Rin -dijo, sin apartar la vista de la ventana-. No es necesario que te quedes. No necesito tu lástima.

Rin suspiró suavemente, preparándose para responder con el mismo tono sereno que siempre utilizaba. Había esperado que Sesshomaru dijera algo como eso, sabía que su orgullo seguía siendo una barrera difícil de romper.

-No es lástima, Sesshomaru -respondió ella con firmeza-. Eres importante para mí, no porque te vea como alguien débil o necesitado. Eres mi amigo, siempre lo has sido. Y aunque nuestra relación cambió, nunca dejé de considerarte parte de mi vida. Así que, por favor, no confundas esto con lástima.

Sesshomaru desvió la mirada por primera vez, sus ojos dorados encontrándose con los de Rin. Por un momento, pareció que iba a decir algo más, pero en lugar de eso, guardó silencio. No sabía cómo procesar lo que ella decía, cómo aceptar que alguien pudiera importarle tanto después de todo lo que había sucedido.

-Es extraño -murmuró él-. Pensé que, después de todo, lo mejor sería mantener a todos alejados. Que nadie tuviera que ver esto... lo que soy ahora.

Rin le sostuvo la mirada, su expresión serena pero firme.

-No eres solo lo que ves ahora -dijo suavemente-. Eres mucho más que tu estado físico o las circunstancias en las que te encuentras. Y si no puedes verlo aún, entonces déjame ayudarte a recordarlo.

Antes de que Sesshomaru pudiera responder, el abuelo de Rin, Jacken, entró en la habitación, su andar lento pero seguro. Rin se levantó para darle espacio, y Jacken, con su habitual tono sabio y un tanto severo, se acercó a Sesshomaru.

-Muchacho -empezó Jacken, acomodando su bastón mientras se sentaba en una silla cercana-. Sé lo que estás pensando. Crees que todo ha terminado, que no hay camino de regreso. Pero te diré algo: siempre hay un camino. Lo aprendí cuando ya no pude tocar el piano, la única cosa que pensé que me definía. Pero la vida me mostró que aún tenía algo que ofrecer. Enseñar se convirtió en mi nueva pasión, una oportunidad que nunca había considerado. Y déjame decirte una cosa más... -Jacken hizo una pausa y dirigió una mirada significativa a Rin-. La vida siempre ofrece oportunidades. Sólo hay que saber verlas.

Sesshomaru frunció el ceño, sin estar del todo convencido, pero las palabras de Jacken lo hicieron reflexionar. Él mismo había sido alguien que siempre buscaba el control, que nunca aceptaba debilidad en sí mismo. Ahora, enfrentado a su propia vulnerabilidad, la idea de buscar una nueva oportunidad, de encontrar algo más allá de su estado actual, empezaba a surgir en su mente.

Jacken continuó, con una pequeña sonrisa que lo hacía parecer más sabio de lo que ya era.

-He visto cómo mi nieta te mira, Sesshomaru. Y no sólo con compasión. Hay algo más ahí, algo que tú deberías considerar. Si ella está aquí, no es sólo porque le importes. Es porque te ve como una oportunidad para ambos, para sanar, para reconstruir. La pregunta es, ¿estás dispuesto a aceptarlo?

Sesshomaru bajó la mirada, sus pensamientos revueltos. La idea de aceptar ayuda, de permitir que alguien más lo viera en ese estado, siempre había sido algo que evitaba. Pero las palabras de Jacken resonaban en su mente. Él había encontrado una nueva forma de seguir adelante después de su propia pérdida. ¿Por qué Sesshomaru no podría hacer lo mismo?

Miró a Rin, quien lo observaba con una mezcla de preocupación y esperanza. Durante tanto tiempo, había mantenido su corazón cerrado, pero ahora, frente a ella, empezaba a darse cuenta de que tal vez no todo estaba perdido.

-No sé cómo hacerlo -admitió Sesshomaru, su voz apenas un susurro-. No sé cómo... empezar de nuevo.

Rin dio un paso hacia él, su voz suave pero llena de determinación.

-No tienes que saberlo ahora -dijo-. Sólo tienes que querer intentarlo. Yo estaré aquí, Sesshomaru. No tienes que hacerlo solo.

El silencio que siguió fue pesado, pero no incómodo. Sesshomaru cerró los ojos por un momento, dejando que las palabras de Jacken y Rin se asentaran en su mente. Tal vez, solo tal vez, podría permitirse encontrar una nueva dirección. Una oportunidad. Y mientras Rin lo acompañaba, la resistencia que había mantenido durante tanto tiempo comenzaba a desmoronarse.

La primera oportunidad que podría aceptar sería la de dejarse cuidar, dejar que alguien más le mostrara el camino, aunque fuera solo por un tiempo. Y quizá, después de todo, el futuro no fuera tan oscuro como lo había imaginado.

Un mes había pasado desde que Sesshomaru empezó a mostrar señales de mejoría. Aunque su recuperación había sido lenta, estaba en un punto en el que los médicos finalmente le dieron el alta. Su manager, siempre práctico, le sugirió que contratara a una enfermera para que lo cuidara en su hogar, o que se instalara en algún lugar donde pudiera recibir asistencia médica constante. Pero Jacken, el abuelo de Rin, tenía una idea diferente.

-Podrías quedarte en nuestra casa en Osaka por un tiempo -le sugirió Jacken, mientras lo ayudaba a empacar sus pocas pertenencias en el hospital-. Es un lugar tranquilo, lejos del bullicio y las miradas curiosas de la prensa. Rin también tiene que regresar a dar clases, pero mientras tanto, puedes descansar y pensar en tu próxima oportunidad.

Sesshomaru, quien había estado en silencio, considerando todas sus opciones, se detuvo al escuchar la sugerencia de Jacken. Sabía que aún estaban en el ojo del huracán con los medios, quienes no dejaban de especular sobre su estado y su futuro. La idea de desconectarse de todo, de alejarse por un tiempo y volver a sus raíces, era más tentadora de lo que quería admitir. Además, la presencia de Rin y Jacken le ofrecía un respiro que no había experimentado en mucho tiempo.

-Lo pensaré -respondió Sesshomaru, su tono serio pero menos distante de lo que había sido en el pasado.

Pocos días después, Sesshomaru aceptó la oferta de Jacken. Necesitaba un lugar donde recuperarse por completo, y el entorno familiar y apacible que ofrecía Osaka parecía la opción perfecta. Además, Rin estaría allí. Aunque nunca lo admitiera en voz alta, su compañía le había dado una sensación de estabilidad que no había sentido en años.

El viaje a Osaka fue tranquilo. Cuando llegaron a la casa de Jacken, un lugar modesto pero acogedor, Sesshomaru sintió una calma que no había sentido en mucho tiempo. La casa estaba rodeada de un pequeño jardín, y la habitación que le asignaron tenía una vista hacia un parque, el mismo parque donde había conocido a Rin hace tantos años, en un frío día de invierno. Los recuerdos de ese encuentro, cuando ella lo había sorprendido con su amabilidad y su bufanda, volvieron a su mente.

-Esta será tu habitación, Sesshomaru -le dijo Jacken, señalando con una sonrisa el espacio sencillo pero cómodo-. Aquí eres un invitado, así que descansa todo lo que necesites.

Rin también estaba allí, siempre cercana, pero sin invadir su espacio. A pesar de que ahora trabajaba enseñando en un colegio cercano, se aseguraba de ayudarlo en todo lo que pudiera cuando regresaba a casa. Con el tiempo, su relación fue volviendo a lo que había sido en el pasado: una amistad cercana, llena de confianza y apoyo mutuo. Rin le recordaba lo importante que era para ella, no solo como amigo, sino también como alguien que había dejado una marca profunda en su vida.

Sesshomaru, a medida que pasaban los días, también empezó a conocer más sobre la vida de Rin. Descubrió que, además de ayudarlo, ella era una maestra dedicada en un colegio local. Verla interactuar con los estudiantes y escuchar sobre las clases que daba le hizo darse cuenta de lo importante que era su labor, cómo impactaba la vida de los jóvenes a los que enseñaba. En más de una ocasión, ella le habló de sus proyectos, de cómo buscaba inspirar a sus alumnos a ser curiosos y apasionados.

Una tarde, mientras estaban sentados en el jardín, Rin compartió con Sesshomaru una historia sobre una de sus alumnas, quien había tenido problemas familiares y dificultades en el colegio, pero que, gracias a su apoyo, había comenzado a mejorar.

-Es increíble ver cómo una pequeña palabra de aliento o una clase bien pensada puede hacer una gran diferencia -le dijo Rin, sonriendo mientras miraba hacia el horizonte-. A veces pienso que enseñar es mi forma de retribuir al mundo todo lo que he recibido.

Sesshomaru la observó en silencio, sorprendido por lo mucho que había crecido. Aunque siempre la había visto como alguien dulce y fuerte, ahora la veía como una mujer que había encontrado su propósito, alguien que no solo había aprendido a cuidarse a sí misma, sino también a cuidar de los demás.

-Tienes razón -respondió después de un momento-. Lo que haces es importante. Más de lo que imaginas.

Rin lo miró, un poco sorprendida por sus palabras, pero sonrió con calidez. En ese instante, Sesshomaru se dio cuenta de que estaba comenzando a ver las cosas de una manera diferente. Aunque todavía estaba lidiando con sus propios desafíos, ya no se sentía completamente perdido. Rin le había mostrado que siempre había una oportunidad, una forma de empezar de nuevo, y, aunque no lo hubiera esperado, estaba considerando la posibilidad de que su nueva oportunidad estaba, de alguna forma, conectada a ella.

Así, con cada día que pasaba en esa casa en Osaka, Sesshomaru fue encontrando la paz que tanto necesitaba. Y, mientras su relación con Rin seguía fortaleciéndose, comenzó a pensar en el futuro, en las posibilidades que aún tenía por delante, y en cómo quizás, solo quizás, esa nueva oportunidad que tanto necesitaba no estaba tan lejos como había creído.

Con cada día que pasaba, Sesshomaru comenzaba a darse cuenta de algo que había estado enterrado en lo más profundo de su ser: el amor que había sentido por Rin no había desaparecido. A pesar de los años y de las distancias que los separaron, ese sentimiento aún seguía ahí, latente, en cada conversación que compartían y en cada momento que ella lo cuidaba sin esperar nada a cambio. Sin embargo, ese amor venía acompañado de una pesada carga. Su condición física, su aparente incapacidad para ser el hombre que alguna vez fue, lo hacían dudar de su valor. No podía dejar de sentir que era insuficiente, que no podía ofrecerle a Rin lo que se merecía.

Aún así, había algo en su cercanía que lo impulsaba. Rin no lo veía con lástima, lo trataba como siempre lo había hecho, con ese cariño que lo desconcertaba pero también lo reconfortaba. Fue en esos momentos, cuando la esperaba cada noche después de que ella volvía del colegio, que empezó a decidir que no se rendiría. No podía cambiar el pasado ni borrar sus errores, pero podía luchar por su recuperación, por ella. Rin era su inspiración, tal como lo había sido en el pasado. Cada conversación que tenían lo llenaba de una extraña mezcla de esperanza y determinación.

-Deberías volver a tocar el piano -le dijo una noche, mientras compartían una taza de té en el jardín-. Siempre te vi como alguien fuerte, alguien que no se rendía. Y sé que la música era una parte importante de ti.

Sesshomaru bajó la mirada hacia sus manos, antes hábiles para crear melodías, ahora temblorosas por la falta de uso. No había tocado el piano desde que todo comenzó a desmoronarse en su vida.

-No soy el mismo de antes, Rin -murmuró, pero ella negó con la cabeza.

-Tal vez no lo eres, pero eso no significa que no puedas seguir adelante. Además, siempre dijiste que la música era tu escape, tu forma de expresarte cuando las palabras no eran suficientes. No tienes que ser perfecto para volver a hacerlo.

Rin lo animaba con esa convicción dulce que siempre había tenido, y poco a poco, Sesshomaru comenzó a ceder. Recordó los días en los que ella había sido su musa, su mayor inspiración para componer. Se permitió tocar de nuevo, al principio torpemente, pero con el tiempo fue recobrando algo de su antigua habilidad. La música volvía a fluir, no de la misma manera que antes, pero con una profundidad nueva, una mezcla de dolor, aprendizaje y anhelo.

Una tarde, mientras conversaba con su antiguo maestro de música que lo visitaba ocasionalmente para ver cómo iba su progreso, Rin llegó a casa, pero esta vez no venía sola. Sesshomaru levantó la vista cuando escuchó sus risas desde la entrada, y su corazón se tensó al ver que estaba acompañada de un hombre. Rin sonreía con una alegría sincera mientras lo presentaba.

-Sesshomaru, quiero que conozcas a Takeshi -dijo Rin con esa amabilidad habitual en su voz-Es mi novio.

Continuara...

La siguiente parte ya está; solo serán dos partes.

Esta es una de las primeras opciones que conforman estos One-Shots. Tong Hua es una canción muy importante para mí y significa "Cuento de hadas". La he estado escuchando desde que era pequeña; siempre quise escribir algo sobre ella, y esta fue mi oportunidad. Espero que se tomen el tiempo de escuchar la letra.

Cuando lleguemos a 10 estrellas y 20 comentarios, publicaré la segunda parte.

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