La Espera
Ésta historia nació una mañana triste, donde dos hombres que se amaban tuvieron que separarse.
Si vas a aquel lugar como turista, uno de los pescadores te contará la leyenda donde a un joven le decían "El loco del puerto"
Es así como se le conocía a Sísifo, un bello joven que se quedó esperando al amor de su vida.
Todo comenzó hace casi noventa años cuando Sísifo se enamoró profundamente de Cid, un joven español que había llegado al lugar en busca de trabajo.
Las cosas en su país natal eran muy difíciles y el hombre aunque muy joven, debía trabajar para poder sacar adelante a su familia que vivía en la capital del estado.
Aunque no ganaba mucho dinero trabajando con navegantes que exportaban especias o gente, la ventaja era que en cada puerto que tocaban podía encontrar un trabajo estable.
Tenía la esperanza que ahora que desembarcaran en Grecia tuviera una oportunidad.
Con el viento moviendo sus cabellos negros como la noche, soltó una plegaria a Dios para que así fuera.
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Sísifo esperaba impaciente a que su padre Ilias junto a su hermano Regulus llegarán de su largo viaje, la pequeña embarcación aún no la vislumbraba en el horizonte.
Tras varios minutos esperando, vio uno a lo lejos, se emocionó tanto y sonrió.
Una vez que el barco tocó puerto y las pesadas cuerdas fueron atadas para asegurarlas, los tripulantes descendieron, el muelle se llenó de hombres que no pudo reconocer.
Aquel navío tenía un parecido al de su padre por eso lo confundió.
Todos los hombres pasaron a su lado y cada uno lo saludaba cortésmente, les devolvía una cálida sonrisa que con los rayos de sol resplandecían como la espuma del mar.
Hasta lo último Cid bajó, era el único que se quedó retrasado, buscó las pocas pertenencias que traía consigo y las guardó en su pequeño bolso, empezaría a buscar trabajo, no importaba de qué fuese, sólo quería ganar dinero para ayudar a su familia.
Sus pasos eran calmos, no tenía prisa alguna, su mirada se enfocaba hacía lo largo del muelle, podía ver una silueta parada más no lograba distinguirla bien.
Estando más cerca lo vio, la camisa y pantalón color perla resaltaba su belleza, le daba un toque angelical, destilaba pureza e inocencia, sus pupilas azules como el mar se notaban que tenía mucho amor incondicional para dar.
Sus ojos se encontraron y Sísifo quedó atrapado en esa filosa mirada de color violeta, los cabellos negros corto ondeando con la suave brisa.
Jamás experimentó esa sensación que se instaló en su pecho, una flecha atravesó su corazón y sintió que era amor a primera vista.
Fueron unos cortos segundos los que el contacto visual duró pero le pareció como si fuese una eternidad admirar los enigmáticos ojos de aquel apuesto hombre.
Todo el ambiente mágico que los rodeó desapareció, Sísifo reconoció las voces de su padre y hermano que daban indicaciones a sus trabajadores, por eso tuvo que verse obligado a romper el contacto, si por él fuera los admiraría maravillado hasta el último día de su vida.
El pelinegro pasó a su lado dándole una media sonrisa que lo dejó suspirando, quería preguntar su nombre pero cuando se volteó, éste ya había desaparecido.
- Sísifo.
La voz de su padre llamándolo fue que lo hizo girar nuevamente, corrió para abrazarlo.
- Padre, no sabes cuánto te extrañé. Sonrió porque estaba feliz de tenerlo nuevamente en casa.
- ¿Y sólo a él extrañaste?. Regulus que venía cuatro pasos atrás de su padre alzó una ceja y se cruzó de brazos dando a entender su disgusto que sólo era fingido.
El castaño se separó y ahora estrechó en un fuerte abrazo a su hermano mayor.
- También te extrañé bastante hermanito. Eres mi gatito consentido. No lo olvides nunca. Luego del efusivo recibimiento partieron a casa donde ya los esperaba una rica comida hecha por Sísifo.
♑
La belleza de aquel joven, le pareció tan hechizante como el de una sirena, jamás había visto tan hermosos rasgos, sus cabellos castaños, ojos azules y la piel dorada que se veía tersa.
Cuando sus miradas se encontraron sintió una conexión fuerte y su corazón latía como loco.
Jamás en su vida había sonreído a personas que no conocía, sólo con su familia lo hacía, pero ahora con facilidad le dio una a ese apuesto joven que tendría tal vez su misma edad.
En una posada se instaló, comió cordero asado y luego se acostó en la mullida cama para poder descansar.
Se levantaría temprano, tomar un desayuno ligero y partir con el primer rayo de sol a buscar trabajo.
A su mente le llegaba la imagen del castaño, no podía sacárselo de su cabeza, quería pensar en otra cosa para distraerse pero nada evitaba rememorar como los cabellos rizados se movían de forma grácil con la brisa marina y así se la pasó hasta quedarse dormido.
Era medio día y no tenía éxito, nadie quería contratarlo al ser foráneo, desconfiaba la gente de él, se sentía frustrado y eso que era su primer día en tierras griegas.
Se sentó en una pequeña banca, la gente pasaba y él sólo pedía a Dios que le diera una señal, por muy pequeña que fuera.
Una voz melodiosa llegó a sus oídos, fue como un bálsamo a sus esperanzas rotas.
- Hola. ¿Te encuentras bien?. Se notaba una pizca de preocupación.
Fue a comprar al mercado unas cosas que le hacían falta para el almuerzo, tres calles antes de llegar a su casa vio sentado cabizbajo al mismo hombre apuesto del muelle.
Siempre se mostraba noble, humilde con las personas sin importar que no las conociera, por eso toda la gente le tenía un gran aprecio a Sísifo, su corazón bondadoso no conocía la maldad.
Y ahora Cid descubriría lo maravilloso que es el castaño.
- Sinceramente no lo estoy. Estoy buscando trabajo pero nadie me da la oportunidad. Todos desconfían de mí, no soy una mala persona, sólo quiero un empleo para poder ayudar a mi familia. Se tapó el rostro con sus manos, de nuevo la frustración lo embargó.
Sísifo se sentó a su lado y palmeó su hombro reconfortándolo.
- No te desanimes, verás que pronto encontrarás uno. Me llamo Sísifo por cierto. Aunque ahora que lo pienso yo te puedo ayudar, la gente me conoce y estando a mi lado todo puede ser más fácil si te recomiendo, te espero mañana aquí al medio día. No faltes, adiós. Le dedicó una gentil sonrisa para luego marcharse a su casa.
El pelinegro se quedó ahí, procesando lo que pasó, todo fue rápido pero agradeció a Dios que lo haya escuchado y le mandó la señal que pidió.
Con renovadas energías se fue a la posada para comer algo y continuar en busca de un empleo.
Al siguiente día se despertó pasadas las diez de la mañana.
Llegó entrada la noche, estaba cansado de tanto caminar y todo fue en vano porque nada pudo conseguir.
Ahora estaba apurado, se dio un baño rápido, comió lo que le ofreció la dueña de la posada y se arregló para la cita que tenía con Sísifo.
Con prisa partió al mismo lugar de ayer, tenía diez minutos para estar puntual en aquel sitio, odiaba hacer esperar a las personas por eso aceleró su caminata.
Cuando llegó ya se encontraba el castaño sentado en la banca, admitía que su belleza masculina resaltaba bien con la camisa aguamarina y el pantalón negro.
Quería darse una bofetada a sí mismo pero prefirió carraspear para alejar esos pensamientos nada apropiados.
Pero había algo en Sísifo que le atraía en demasía, era como si sus almas estuviesen unidas por un hilo invisible, no podía explicar ese sentimiento.
- Lamento hacerte esperar. Sonrió de medio lado a modo de disculpa.
- No te preocupes recién he llegado. ¿Nos vamos?. Se levantó para empezar a caminar.
Sísifo de nuevo se quedó sólo ya que su padre y hermano zarparon de imprevisto en su embarcación, al menos no daría ninguna explicación de porque iba bien vestido.
Cid lo siguió y se puso a la par de él, ninguno decía nada, sólo caminaban uno junto al otro.
Sísifo no soportando más ese silencio decidió romperlo de una vez, le hizo preguntas diferentes pero comenzó por saber su nombre ya que no lo dejó ni hablar ayer cuando luego se fue prácticamente corriendo.
Supo que no era una persona de la cual desconfiar, sólo que la mala situación en su país lo obligó a migrar a tierras extranjeras buscando una mejor calidad de vida para él y su familia.
Llegaron a una casa algo vieja donde un hombre de edad avanzada trabajaba la herrería.
El castaño sabía que aquel señor necesitaba un ayudante, desde hace tiempo buscaba a uno pero nadie aceptaba porque el trabajo era pesado.
Cid no lo pensó mucho, aceptó ya que podía adaptarse rápidamente a todo lo que le enseñen y la paga aunque fuera poca le serviría para sobrevivir.
Estaba agradecido con Sísifo, sin conocerlo del todo lo ayudó a conseguir trabajo.
Se despidió de él ya que empezaría en ese instante su labor.
♑
Cada día desde hace tres semanas le lleva comida a Cid, al principio fue como otra forma de apoyarlo pero luego se volvió una necesidad el verlo aunque sea por unos minutos.
Comenzaba a sentir algo por el pelinegro y las miradas que le dedicaba le decían que es correspondido.
Un fuerte rojo se agolpaba en sus mejillas cada vez que lo encontraba sin camisa y su escultural cuerpo bañado en sudor por su arduo trabajo como ayudante del herrero.
Ésta vez lo encontró con las tenazas en mano y guantes para evitar una quemadura por el metal incandescente.
Su mirada indiscreta se paseó sin pena alguna por el torso y bajó hasta el abdomen marcado, sus dedos picaban por tocar esa piel de porcelana, era una tentación irresistible para él, pero se contenía, sería un atrevimiento suyo el hacerlo.
Cid se dio cuenta de que era observado y eso en lugar de incomodarle le gustaba.
Tal vez le haría caso al anciano y le pediría que fueran novios.
Lo llevó bajo la sombra de un árbol y ahí lo tomó de las manos.
Era un hombre de pocas palabras y fue directo al punto.
- Sísifo es poco el tiempo que tengo de conocerte pero desde que te ví por primera vez no puedo sacarte de mi mente. Siento que aquel día en el muelle fue amor a primera vista por eso quiero que seas mi novio. Que dices ¿Aceptas?.
Un silencio se instaló, el pelinegro creyó que fue precipitado de su parte decir eso pero un fuerte Sí lo tranquilizó.
- Claro que si, mil veces si. Yo te amo Cid.
Se miraron directamente a los ojos y poco a poco sus rostros se fueron acercando hasta que sus labios se juntaron en un suave beso.
Inexpertos en sus movimientos el contacto fue lento y pausado, sus almas vibraron en sintonía.
Aunque pareciera que iniciar su relación fue muy rápido, no lo era, había amor sincero y puro, las acciones de Sísifo se ganaron el corazón de Cid, en tan poco tiempo quedó cautivado por la nobleza y amabilidad que desprendía el guapo castaño.
En su primer semana de novios viviendo al máximo su tórrido romance llegó una mala noticia que lo derrumbó por completo.
El barco de su padre en una fuerte tormenta se hundió en las profundas aguas del vasto océano y nadie de la tripulación sobrevivió.
No podía creer que ahora se haya quedado sin su preciada familia, ya no conocerán al hombre que lo hace feliz.
Su corazón sufría por la pérdida pero agradecía que aún le quedara una razón para continuar.
Cid fue ese apoyo incondicional, su amor fue ese bálsamo para sanar las heridas.
Los días seguían pasando y su amor crecía más y más, estaban destinados a ser el uno para el otro.
Aunque Cid quisiera ofrecerle una mejor vida a Sísifo, no podía porque lo poco que ganaba iba destinado a su familia.
Ansiaba tener más dinero, el suficiente para que junto a su novio vivieran cómodamente.
Por azares del destino encontró a un mercader que ya había estado en todos los continentes y le habló de una propuesta de trabajo, la mejor que había recibido hasta ahora, con una oferta que no podía rechazar.
Ganaría más de lo que puede juntar en una semana ardua como ayudante del herrero, eso significaba que podía sustentar económicamente a su familia y darle la vida digna que se merece Sísifo.
Le pediría matrimonio una vez empiece a ganar dinero, pero primero hablaría con él para darle la noticia.
♐
Sísifo no se lo esperaba, aquello era bueno para Cid ya que conocía su precaria situación, pero no quería quedarse sólo.
Sin familia, su única razón de vivir era su novio, pero ahora le decía que se iría de Grecia por cuestiones de trabajo en tres días y zarparía en un barco hacia la India.
Veía lo entusiasmado que estaba su amado, quería decirle que no se fuera, que ambos podían trabajar para salir adelante.
Por primera vez quería ser egoísta, no dejarlo ir de su lado, sus ojos se tornaron vidriosos y no pudo retener el primer sollozo.
Cid abrazó a su pareja, sabía que reaccionaría así, él también estaba triste sólo que no lo demostraba.
- No llores mi amado, éste sacrificio que hago es para el futuro que nos espera juntos, siendo esposos, porque yo sí quiero casarme contigo, tener nuestro propio hogar y que mi familia también viva con nosotros. ¿No te parece maravilloso la idea?.
- Me encanta. Es sólo que.... - Calló de repente y luego continuó ya más tranquilo porque comprendió una cosa. - No te puedo detener amor mío, tu partida me dolerá pero sé cuáles son los motivos por el que has aceptado y yo te apoyo por el amor que te tengo.
Le dedicó una sonrisa, la más radiante y hermosa, Cid se la devolvió de vuelta.
Sabían que esos tres días debían disfrutarlos, hicieron que cada minuto valiera la pena porque no sabrían cuanto tiempo pasaría para verse de nuevo.
Era su última noche juntos, Cid partiría al amanecer y su despedida era inevitable.
Caminaban por la orilla del mar, Sísifo usaba la misma ropa con la que por primera vez se topó con su amado en el muelle.
- Ésta ropa es mi favorita porque te vez tan hermoso. Resalta tu belleza y pureza. Acarició la mejilla del castaño que cerró sus ojos ante la caricia.
- Cid, te amo. Acortó la distancia y sus labios se juntaron en un beso.
Sus brazos rodearon el cuello del azabache y éste sus manos las posó en su cintura.
El contacto se prolongó por varios minutos hasta que el aire les faltó y tuvieron que separarse, pero en cuanto recuperaron el aliento volvieron a besarse como si no hubiera un mañana.
Todo el amor que se tenían se transformó en pasión, esa noche la luna llena brilló con más intensidad, sabía que la separación de la pareja era inevitable, por eso mandó sus rayos plateados a iluminar sus desnudas anatomías y que su unión la recordaran como un momento único.
Cid se encontraba arriba de Sísifo, recorriendo con la yema de sus dedos las torneadas piernas, sintiendo como la suave piel se erizaba con el tacto.
El sonido del mar, la fresca brisa marina, todo en conjunto hacía más romántico el ambiente para los amantes que por primera vez se entregarían en cuerpo y alma.
Los dedos hicieron el trabajo de dilatación, no deseaba lastimar a su amado por eso se esmeró en distraerlo con besos y caricias.
Las palabras llenas de amor y cariño también fueron un calmante.
Eres mi vida,
Eres mi amor,
Te prometo que volveré,
Sólo por ti.
No te olvidaré,
Nunca lo haré,
Eres lo mejor que me ha pasado en mi vida.
Sísifo, eres mi inspiración,
Por ti soy un romántico empedernido,
Que en la noche evoca versos de amor a su amado,
El que te piensa a cada momento y al viento susurra tu nombre.
Te amo y no olvides nunca las palabras que te he dicho.
Su miembro se abrió paso en el cálido interior que lo recibió gustoso.
Sus uñas se clavaron en la ancha espalda, el dolor era mitigado por el placer que lo recorría entero.
Empezó un lento vaivén de caderas, estocadas profundas que sacaban suspiros en el castaño.
Las estrellas con fulgor brillaban en el manto oscuro, los gemidos de placer hacían eco por toda la playa.
La fricción de sus cuerpos mandaba corrientes eléctricas, los besos húmedos y excitantes volvían más erótico el ambiente.
Los movimientos se volvieron intensos, sus pieles perladas en sudor, los testículos de Cid haciendo sonidos secos al golpearse con las nalgas de Sísifo.
La cúspide del orgasmo llegó tras cuatro estocadas más, el español vertiendo su ardiente semilla en el interior, mientras Sísifo la derramó sobre sus vientres.
Exhaustos se dejaron caer sobre la arena, respiraciones entrecortadas era lo que se podía escuchar, Cid apegó a Sísifo en su pecho y éste lo abrazó con fuerza.
Aún faltaba para el amanecer y ellos lo que menos querían era dormir, por eso, volvieron a amarse nuevamente, sus cuerpos fundiéndose en uno sólo hasta que el último orgasmo fue tan intenso que los dejó sin aliento.
La magia se terminó cuando el primer rayo de luz se manifestó en el horizonte, había llegado la hora de partir.
Cid no quería ver triste a su amado por eso le dedicó unas últimas palabras antes de subir al barco.
- Ésta será la prueba más grande para nuestro amor Sísifo, el estar lejos no significa que te deje de amar, al contrario, estarás más presente en mis pensamientos. No olvides que te amo y que volveré para cumplir mi promesa de casarnos.
El azabache le dio un último beso en su frente y se dio la vuelta para jamás voltear atrás.
- Te esperaré, lo prometo.
Sísifo era un mar de lágrimas, su amado había partido hacia un nuevo rumbo desconocido, vio con tristeza como el barco desapareció entre el vasto océano.
Cada día el castaño esperaba gustoso en el puerto la llegada de su amor, pero muchas lunas pasaron y no había ninguna que le devolviera la mirada violeta de Cid.
En su corazón había esperanza de que volvería ya que se lo prometió.
Cuando se dio cuenta, ya había pasado un año desde que el español había partido, todos los barcos que llegaban a puerto le parecían vacíos, pues ni uno de ellos llevaba al amor de su vida.
El tiempo pasó y su mirada se llenó de amaneceres, pronto se dio cuenta de que los años pasaban y él estaba cambiando.
"¿Como me va a reconocer?"
Pensó cuando se miró sus manos llenas de arrugas, fue entonces que lo resolvió de inmediato y decidió usar siempre el mismo traje que a Cid le gustaba.
Su camisa y pantalón color perla, aquel con el que lo había despedido, estaba seguro que así lo reconocería de inmediato.
La gente estaba angustiada, Sísifo parecía retraído y eso de usar el mismo traje todos los días era muy extraño para ellos.
"Pobre Sísifo"
"¿Se habrá vuelto loco?"
Todos murmuraban al pasar por el muelle.
Mañana, tarde y noche esperaba fielmente a su amado, en el mismo sitio donde lo vio partir.
Todos comenzaron a llamarlo por "El loco del puerto".
Una tarde de abril las autoridades del lugar decidieron trasladarlo al manicomio, pero del puerto nadie lo pudo quitar, porque el castaño siempre decía lo mismo: "Cid va a llegar pronto y no me puedo ir".
Esa frase causó lástima en toda la gente que se encontraba ahí, pidieron que lo dejaran libre porque no le hacía daño a nadie.
Maldecían al tal Cid por ilusionar a aquel joven, de no cumplir su promesa de volver por él y casarse.
Continuaron pasando los años, todos los turistas que llegaban al lugar lo conocían como "El loco del puerto".
Pero un buen día, todos se dieron cuenta de que su antes cabello castaño se volvió blanco, su ropa que fue del más impoluto color perla se tiñó de amarillo, los cangrejos le mordían la desgastada tela haciéndola harapos.
Cuarenta años habían pasado y él seguía esperando fielmente.
Tres años después murió, su rostro tocado por la muerte reflejaba tristeza y en él había rastro de lágrimas, tal vez en su último momento de vida se dio cuenta que Cid no regresó y de él se olvidó.
Su cuerpo fue llevado al panteón, rosas blancas adornaron su tumba y toda la gente asistió, tal vez sus restos descansaban ahí, pero su espíritu pareció quedarse allí anclado, en el lugar que fue su favorito por todos esos años.
Es aquí cuando nace la leyenda, donde se puede ver claramente la silueta del joven castaño parado en el puerto, siempre mirando hacía el mar, esperando por su amado.
Algunas veces lo ven caminar por la playa u otras más en el muelle.
De Cid no se volvió a saber nada, se cree que seguramente ya hacía tiempo se había olvidado de la promesa que le hizo a Sísifo al conocer en tierras hindúes a otro joven del cual se enamoró y con el que se casó.
La verdad nunca se supo pero lo que si es tan real es la triste historia de Sísifo.
El loco del puerto.
El cual su espíritu vaga eternamente esperando a que se cumpla la promesa que le hizo el español.
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