Capítulo Extra: Hasta que la muerte nos separe, mi reina
Allan
Hoy es 17 de marzo.
Hoy es un día muy especial.
Hoy me caso con Emma.
He pasado tres años ideando y contando los días hasta que por fin llegó el momento ideal, todo está en su sitio, especialmente nuestro amor.
Repasé una última vez mi reflejo en el espejo. Mi traje color blanco lucía impecable, desde los pantalones hasta la chaqueta, y la pajarita negra le daba el toque de contraste y elegancia al look. Hice mi mejor esfuerzo para peinar de forma decente las ondas de mi cabello, aunque en el lugar donde se efectuaría la boda el viento se encargaría de despeinarme, pero de igual forma debía lucir bien para mi Cenicienta.
—Permiso, ahijado —me sonrió Wanda, ingresando a la habitación—. ¡Qué guapo!
—Lo mismo digo —sonreí, tomando una de sus manos para hacerla dar una vuelta.
Llevaba un vestido amarillo, largo y suelto hasta los tobillos, de simples tirantes con una pequeña cinta atada a la cintura. Su estilo de cabello ya no es el pixie, ahora es más largo y llega hasta la mitad del cuello. Y bueno, esa buena vibra que siempre carga encima. Adoro a mi madrina.
—Wan, hazme spoiler. ¿Cómo luce mi reina?
Emma se está preparando en otra habitación muy cercana a esta, tuve el impulso de ir a echar un vistazo, pero esta no es la primera boda a la que asisto y ya sé lo que las damas de honor le hacen a los novios. No quiero un puñetazo de Jane ni un gancho de Vanessa y mucho menos un pisotón de Mery.
—Hermosa es decir poco. Pero te informo que tendrás que esperar.
—La novia siempre llega tarde —le guiñé un ojo.
—Sí, es difícil. El vestido, el maquillaje, la emoción...y en este caso hay que agregar el hambre voraz —rió.
Pues sí, el embarazo la ha convertido en una comilona de lo peor. Hay días en los que no hay fuerza humana que la haga probar bocado, pero otros
—que son la mayoría— se la pasa con la boca en movimiento el ochenta por ciento del tiempo. Luego vomita
—que es normal—, más tarde se lamenta porque está subiendo de peso y finalmente se autoconsuela comiendo más. Es un círculo vicioso de comida, vómito y hormonas.
—Entonces esperaré paciente.
—Buenas, buenas, novio del año —entró gritando Carlos, seguido de Brook y Nilo—. ¿Listo para contraer nupcias con tu chica ideal?
—Nunca he estado más listo para algo en mi vida.
Los chicos también lucían increíbles, los tres con smokings y preparados para efectuar su papel de padrinos. No pude haber escogido mejor.
—Entonces, querido pudín —habló el rubio idiota—, el altar lo espera.
(...)
Me encontraba listo, junto al altar. El mismo consistía en una simple mesa detrás de la cual se posicionaba el sacerdote que me va a unir en matrimonio con el amor de mi vida y alrededor de la misma un arco adornado con rosas blancas. Listo. Sencillo y bello. Frente a mí se encontraban las dos filas de asientos también de color blanco para los pocos invitados que asistirán a la ceremonia.
Y ya está, el resto de la decoración es natural, ya que nos encontramos pisando la arena de Playa Cristal.
Según la estrafalaria idea que tenía Jane de nuestra vida juntos, íbamos a casarnos en Hawái, pero creí que sería más especial para Emma casarnos en el lugar que una vez fue el idóneo para su cita ideal. A ella le pareció genial, además estaba de acuerdo en que no teníamos que tirar la casa por la ventana, ambos somos sencillos y lo único que queremos es ser esposos oficialmente.
—¿Nervioso? —me abordó Nilo al notar el insesante movimiento de mis pies descalzos sobre la arena.
—No te casas con la mujer de tu vida todos los días —hice el ademán de agitarme el cabello, pero recordé que no podía arruinar mi peinado justo a tiempo—. Además, Emma se está tardando mucho, ¿no?
Él se limitó a reír y a negar con la cabeza mientras posaba una mano sobre mi hombro en señal de apoyo.
—Amigo, novia que no tarda, no es una novia que se respete —eso me hizo reír, ya que esta no es la primera boda de la que participamos y, en efecto, las novias se tomaron su tiempo—. Y estamos hablando de Emma embarazada. De seguro ya está lista, pero se detuvo a comer en una cafetería.
—Secundo eso —añadió Brook.
—Estoy con los chicos —asintió Carlos.
—Relájate, Allan —dijo el moreno, sacudiéndome levemente.
Y en serio lo intenté.
Lo intenté durante los cuarenta y cinco minutos siguientes.
Todos los invitados —que no eran más que nuestros amigos y familia— se encontraban revisando la hora en sus relojes y cuchicheando entre ellos por la tardanza de mi futura esposa. Del lado derecho estaban Carter, los Campbell junto a Charlotte, los primos de Emma —entre los que se encontraba Zoey, su hija de broma (nunca voy a olvidar eso)—, Connor junto a su esposa y los colegas de trabajo de Union News. Del lado izquierdo estaban los Saunders junto a Lee y Jonah, Malcolm con Carly, Wanda, Jamie acompañada de su novio, unos viejos compañeros de la universidad e incluso la trabajadora del cine indiscreta que nos shipeaba. Todos y cada uno de ellos se encontraban ansiosos porque llegara mi prometida, por suerte organizamos el evento bajo la sombra de unas palmeras, de lo contrario el sol ya nos hubiese derretido; aunque a decir verdad esto solo ocasionó que mis nervios y mis ganas de que un coco cayese sobre mi cabeza incrementaran.
¿Y si se había arrepentido?
¿Y si cree que, a pesar de que vamos a ser padres, aún no es el momento?
¿Y si en un arrebato de hormonas decidió dejarme plantado?
De pronto sentí que me faltaba oxígeno y que la pajarita me estaba cortando la respiración. Cerré los ojos y ocupé mi mente en la docena de veces que nos dijimos que nos amábamos anoche, en las ansias que ella dijo tener con respecto a ser mi esposa y lo emocionada que lucía por la boda.
No, mi Harley Quinn puede tener las hormonas alborotadas por el embarazo, pero se va a presentar. Lo hará.
—Allan, estás sudando —se burló sutilmente Brook—. Cálmate, ella vendrá.
—Para ti es muy fácil decirlo —dije con sarcasmo, él sabía muy bien el porqué.
—Es verdad, yo la tuve más fácil por llamarlo así, pero también estuve nervioso y también creí que se arrepentiría.
—¿Cómo sabes que...?
—Intuición —me cortó—. Todos piensan que el peso de los nervios nupciales lo cargan las novias, pero nosotros también cargamos con lo nuestro.
—Si te soy sincero, creí que esto era solo pararme aquí y esperar a que ella llegara. Pero mírame, soy un manojo de nervios.
—Olvida eso —intervino mi madrina mientras secaba con rapidez el sudor de mi frente con un pañuelo—. Tu prometida ya viene.
—Me dices lo mismo cada diez minutos —gruñí por lo bajo.
—Pues ahora es definitivo —me sonrió y señaló hacia la carretera, habían tres camionetas aparcadas y de una de ellas salieron despavoridas mis queridas damas de honor.
Mery, Jane y Vanessa corrieron a lo largo del camino que separaba a ambas filas de asientos. Las tres lucían increíbles con sus vestidos azul marino, el de la rubia llegaba hasta sus tobillos, el de la castaña hasta la mitad del muslo y el de la pelirroja teñida era asimétrico. Hermosas.
—¡Ya estamos aquí! —anunció Mery entre jadeos al llegar al altar.
—Te ves hermosa, cariño —le sonrió Carlos, envolviendo su cintura entre sus brazos.
—Y tú estás muy guapo —ella le sonrió de vuelta y se fundieron en un tierno beso un segundo después, exactamente lo mismo hicieron las otras dos parejitas.
—¡Ey! Es mi boda, no las de ustedes —los regañé a lo que se separaron avergonzados, las chicas prosiguieron a colocarse en su lugar a mi lado derecho.
—Lo siento, Lan —me susurró Jane—, pero es difícil contenerse. Ya sabes, el encanto de los ABCD Men.
Pues sí, desde que Nilo se unió a la pandilla pasamos de ser los ABC Boyz a los ABCD Men. Según las chicas lucimos cuatro veces más guapos cuando estamos todos juntos, si ellas supieran que causan el mismo efecto en nosotros.
Mis sentidos se enfocaron por completo en un solo objetivo una vez que la música de la marcha nupcial comenzó a sonar. Divisé a pocos metros de mí a mi Emma, sus brazos estaban enganchados al de su madre y al de William, en una de sus manos llevaba un ramo de rosas blancas, pero lo que más llamó mi atención fue el hermoso vestido de novia.
Su escote era en forma de corazón y una fina tela de encaje cubría su torso desde la cadera hasta la mitad de su pecho y parte de sus brazos, además noté en ciertos puntos del diseño de encaje relucían varias piezas pequeñas de pedrería. La falda larga hacía contacto con la arena, esta también contaba con destellos de pedrería. Pude identificar que tampoco llevaba calzado y que en uno de sus pies figuraba esa tobillera que le regalé hace tanto tiempo. Su rostro estaba maquillado como una muñequita de porcelana y su cabello caía suelto en ondas y con una bonita trenza horizontal del lado derecho.
Su sonrisa irradiando emoción, sus ojazos observándome con tanto amor, sus manos traviesas moviéndose para desviar mi atención hacia sus anillos...
Joder, tengo mucha suerte.
Sentí un ligero picor en mis ojos y luego comenzaron a empañarse. No podía evitarlo, estaba presenciando la imagen más bella de toda mi vida.
Estaba a nada de casarme con la mujer de mi vida.
La música se detuvo una vez llegó al altar. William plameó mi espalda y me dedicó una sonrisa antes de tomar asiento, Catherine por su parte me sonrió y murmuró un ''Cuídala y sigue haciéndola feliz como hasta ahora'' a lo que asentí como respuesta antes de que se sentara junto a su esposo.
Me quedé idiotizado mirándola. Inconscientemente una lágrima se me escapó y ella se apresuró a secarla, noté en ese momento que mis ojos no eran los únicos empañados.
—Olvida todas las veces que bajaste las escaleras del dúplex, de casa, o en las que estuviste desnuda o recién levantada —musité—. Nunca has lucido más preciosa que ahora.
Su sonrisa se ensanchó y presionó sus labios para no soltar un sollozo.
—Tú luces guapísimo igual —murmuró mientras dejaba el ramo sobre la mesa junto a nosotros para ajustar mi pajarita.
—No compares, eres insuperable.
—¿Ya podemos comenzar? —cuestionó el sacerdote a lo que asentimos, tomándonos de las manos—. Damas y caballeros, estamos aquí reunidos para celebrar la unión en matrimonio de Emma Wilson y Allan Lerman...
A partir de ahí continuó recitando un discurso acerca de la sagrada institución del matrimonio, yo la verdad dejé de prestar atención después de escuchar mi apellido que en breve sería también el de ella. Estaba hipnotizado, ese es el efecto que el marrón de sus ojos ha provocado en mí desde el día uno.
Todo marchaba bien hasta que...
—Padre, lo siento, pero... —interrumpió mi prometida—, ¿podemos acelerar un poco? Es que tengo mucha hambre.
Tuve que contenerme con una fuerza sobrenatural para no reírme. La cara del cura era un poema y ni hablar de las del resto de los presentes.
—Hija mía, eh... —articuló una vez recuperó algo de compostura—. ¿No puedes esperar un poco?
—Es que está embarazada —aclaré a lo que él asintió con suavidad, comprendiendo la situación.
—Claro, está hambrienta por dos.
—Por tres en realidad —rectificó ella.
Pues sí, en su vientre vienen dos bebés. Mellizos para ser precisos. Casi nos da un ataque cuando nos lo informaron durante la primera ecografía y estuvimos a punto de llorar de felicidad cuando escuchamos los latidos fuertes y claros de ambos corazoncitos; aún no he encontrado las palabras correctas para describir todas las emociones que sentí ese día. Como se trata de mellizos, cabe la posibilidad de que sean dos niñas, dos niños o niño y niña; según la teoría de Jane será la tercera opción y nosotros estamos deseando que no se equivoque, morimos por tener a la pareja.
—Ustedes no pierden el tiempo —rió por lo bajo—. Bien, Allan Lerman, ¿aceptas a Emma Wilson como tu legítima esposa para amarla, cuidarla, respetarla...?
—Y alimentarla —agregó ella, haciéndonos reír.
—...y alimentarla todos los días de tu vida hasta que la muerte los separe?
—Acepto —afirmé con firmeza.
—Emma Wilson, ¿aceptas a Allan Lerman como tu legítimo esposo para amarlo, cuidarlo, respetarlo y supongo que también alimentarlo todos los días de tu vida hasta que la muerte los separe?
—Acepto —me sonrió.
—¿Alguien se opone a esta unión? —silencio absoluto—. Entonces los novios pueden proceder a recitar sus votos.
El pequeño Lee se posicionó frente a nosotros con un pequeño cojín sobre el cual yacían nuestras alianzas. Tomé la más pequeña y sostuve la mano izquierda de mi casi esposa.
—Emma Wilson, no sabes cuántas cosas quiero decirte en este instante, pero sé que tienes hambre y eres capaz de ir por el pastel si me descuido, así que seré breve —un coro de risas, incluyendo la suya, nos despojó del silencio—. Hace cuatro años apareciste en mi vida, de una forma muy rara que aún estoy pensando en cómo le vamos a contar a nuestros hijos, pero desde que lo hiciste, pusiste todo mi mundo patas arriba. Me hiciste sentir vivo, fuerte, valiente, pero sobre todo amado. Me demostraste que incluso la chica ideal es imperfecta e hiciste que me enamorara de cada uno de tus defectos. Me regalaste el sentimiento más puro e inmenso que creí llegar a obtener jamás...te amo, Emma y no puedo esperar para que continuemos nuestra vida juntos como marido y mujer —deslicé el anillo por su dedo anular y deposité un tierno beso sobre su mano—. Hasta que la muerte nos separe, mi reina.
—Allan Lerman —su voz salió entrecortada mientras tomaba mi alianza—, lo mejor que me ha pasado en esta vida ha sido conocerte. Nunca imaginé que ese chico sonriente de ojos grises llegase a amarme con tanta intensidad y definitivamente nunca pensé que me volvería tan loca por ti. Me enseñaste lo que es el amor en todas sus facetas, desde las más hermosas hasta las más dolorosas, y con cada una de ellas me demostraste que a pesar de todo siempre estarás para mí, cuidándome, amándome y haciéndome feliz. Te amo...de una forma indescriptible, inigualable e inagotable. Yo tampoco puedo esperar para que seamos marido y mujer y tengo mucha hambre, así que... —colocó mi alianza en mi dedo— hasta que la muerte nos separe, pudín.
—Y, bajo el poder que me confiere la iglesia, yo los declaro marido y mujer. Puede besar a la novia.
—¡Por fin! —celebré antes de tomar a mi ahora esposa de las mejillas para darle nuestro beso de recién casados, me siguió con gusto y sonará cursi, pero sabe más dulce ahora.
Tan pronto nos separamos, la cargué de imprevisto mientras éramos abordados por todos nuestros invitados. Nos llenaron de besos, abrazos, felicitaciones...pero toda mi atención estaba centrada en la mujer que sostenía entre mis brazos. Por fin podía presentarla como mi esposa, la Sra. Lerman, pero más allá de eso como la dueña de mi corazón hasta el final de mis días.
Carlos se abrió paso entre la multitud para posicionarse frente a nosotros. Por su expresión y ojos llorosos pude deducir cuáles serían sus palabras a continuación. Dirigió su mirada hacia el cielo y asintió un par de veces, sonriendo.
—Misión cumplida, tía Jude. Sí, ya sé que la encontró hace mucho, pero ahora es oficial, tu hijo se casó con su chica ideal. Cumplí mi promesa —su mirada se centró en nosotros otra vez y tuve que dejar en el suelo a mi mujer para envolverlo en un abrazo.
—Gracias por todo, amigo.
Y gracias a ti también, mamá.
—Les deseo toda la felicidad de mundo —expresó mientras nos separábamos.
—Y hablando de felicidad, voy por ese pastel.
—¡Emma!
—¡Voy por el pastel dije! —me gritó.
Cinco minutos de casados y ya me está gritando.
Apenas parpadeé y ella ya se encontraba junto al altar —que era donde Wan había posicionado el gran pastel de bodas— con un tenedor listo para apuñalar a su objetivo. Por mi mente se cruzó la loca idea de detenerla para que cortáramos el pastel juntos como dos recién casados normales, pero he descubierto a las malas que es muy peligroso interponerse entre ella y su comida, si me acerco puede que el que salga apuñalado sea yo.
Un pequeño jalón a la chaqueta de mi traje me hizo mirar hacia abajo, allí estaba el niño de cabello castaño oscuro al que tanto adoro.
—Felicidades, tío Allan.
Me incliné para cargarlo y me sorprendí un poco al percatarme que ya no pesa un par de kilos como antes.
—Gracias, Lee.
La algarabía ya había disminuido y al menos la mitad de los invitados fueron en busca de Emma con la esperanza de comer algo de pastel, si es que ella se los permitía.
—Mamá, ¿dónde está Jonah? —escuché a Jane preguntar y por la expresión de pánico de la Sra. Campbell caí en cuenta de que el pequeño rubio se escabulló como de costumbre.
Comencé a buscarlo visualmente por el área, pero no fue hasta que Lee gritó señalando hacia el mar que di con el niño.
—¡JONAH! —gritaron Jane y Brook mientras corrían a toda velocidad hacia la orilla de la playa, por suerte el niño no se había adentrado más allá.
Brook lo tomó y Jane se ocupó de revisar que todo estuviese en orden con el pequeñín, pero por sus muecas de pánico supuse que no. Ambos regresaron corriendo a la misma velocidad y todos nos acercamos asustados.
—¿Hay algo mal con Jonah? —pregunté con cautela.
—Creo que se tragó una concha —lloriqueó la castaña mientras sarandeaba un tanto al bebé—. Solo tiene un año y medio, una concha en el estómago puede causarle mucho daño, ¿cierto?
—Jane, ya te dije que no llegó a metérsela a la boca —dijo Brook en un intento de calmarla—. ¿El Padre ya se fue? Necesito un poco de agua bendita para este pequeño engendro del demonio.
No puedo con ellos.
—Tantas familias normales en el mundo y yo fui a parar con este par de locos —comentó Lee, negando con la cabeza.
Sus padres ni siquiera lo escucharon, estaban muy concentrados revisando al rubito.
—Tío Allan, ¿puedes bajarme? Papá no es ni la mitad de bueno que yo calmando a mamá.
—Ok, campeón —reí, depositándolo sobre la arena, de inmediato acudió en ayuda de sus padres.
—¿Y aquí que pasó? —cuestionó mi esposa, me reí de lo lindo cuando vi su cara llena de merengue.
—Jonah se escapó y Jane cree que se tragó una concha —le expliqué mientras limpiaba su bonito rostro.
—Wow, parece que lo de tragarse conchas en esta playa ya es tradición —bromeó, rodeando mi cuello con sus brazos.
Reí al recordar que en su cumpleaños número veintidós, mientras nos besábamos plácidamente en el agua, una ola nos arrastró a ambos y acabé tragándome una concha y una cantidad considerable de arena.
—Pues... —no terminé la frase, un llanto estridente nos interrumpió.
¿Los mellizos? No puede ser, no han nacido.
Mi ojos viajaron hacia la personita que estaba llorando a viva voz. Su madre se apresuró a sacarla de su cochecito de bebé para tranquilizarla. La colocó contra su pecho, dándole ligeras palmaditas en la espalda hasta que poco a poco el insesante llanto se convirtió en quejidos casi inaudibles.
—Ya, Charlotte, tranquila. Mamá está aquí.
Me causó demasiada ternura esa escena. Inconscientemente me imaginé a Emma haciendo lo mismo con nuestros bebés y...joder, muero porque los siete meses que quedan pasen más rápido.
—¿Crees que yo llegue a ser así de dedicada y maternal? —preguntó, sin apartar la vista de la escena.
Me coloqué detrás de ella, la abracé por detrás y deposité un beso en su mejilla.
—Claro que lo serás —mis manos viajaron hacia su vientre y comencé a acariciarlo—. Apuesto que nuestros mellizos tendrán a la mejor madre del mundo.
—Eso espero —suspiró.
—Ya deja de preocupar... —otra vez fui interrumpido por el llanto de Charlotte, al parecer no estaba muy de acuerdo con la decisión de su madre de regresarla a su cochecito.
—Charlotte, cariño, no llores —le rogaba mientras acariciaba las mejillas regordetas de la bebé—. Te portaste muy bien anoche, creí que tu sueño se estaba regulando. Mamá no puede ni con su vida en este momento, ten compasión —como respuesta la rubita emitió un chillido de descontento—. Ok, me rindo. ¡Carlos, ven a atender a tu hija!
El castaño se aproximó hacia ellas y se llevó las manos a la cintura, denotando cierta molestia.
—¿Por qué cada vez que la niña llora así deja de ser tu hija y automáticamente pasa a ser solo mía?
La rubia le lanzó una mirada homicida antes de comenzar a caminar amenazadoramente hacia él, por inercia Carlos retrocedía.
—Yo la llevé en mi vientre nueve meses. Soporté todos los putos malestares del embarazo. La traje al mundo con mucho, mucho dolor. Me paso el día entero con ella dándole de comer y cambiando pañales y nunca más he vuelto a dormir ocho horas —con cada razón que daba más enojo mostraba su rostro—. Así que sí, te toca.
Dicho esto le propinó un pañalazo
—sí, le golpeó toda la carota con un pañal— y al pobre Carlos no le quedó más remedio que obedecer las exigencias de la madre de su hija. Graciosamente bastó con que besara la naricita de la bebé para que el llanto cesara, a eso le llamo yo un superpoder paternal. Intentó no reírse cuando vio la mirada perpleja de Mery, pero no lo logró y por ello se ganó otro pañalazo.
—Jane y Brook están aptos para psiquiatría, Carlos y Mery pronto perderán la cordura y pues...ustedes dos van por el mismo camino —comentó Vanessa que se posicionó a nuestro lado, Nilo vino tras de ella—. Por cosas como estas no quiero tener hijos.
—Hijos por ahora no, pero, sí te vas a casar conmigo, ¿no? —le sonrió el moreno.
—Nilo, ya hablamos de esto. Yo no...
—¡Emma! —la interrumpió y al parecer ese llamado fue una señal porque en un movimiento rápido la Sra. Lerman lanzó el ramo de tal forma que cayó justo en manos de la pelirroja—. Ahora de que nos casamos, nos casamos.
—¡Danilo! —lo golpeó con el ramo—. ¡Emma! —ahora me golpeó a mí.
—¿Por qué me golpeas a mí?
—Porque ella está embarazada, no puedo golpearla. Tú eres su esposo y te tocan los golpes.
Me crucé de brazos al ver a mi mujer riéndose a carcajadas con Nilo a la vez que Vanessa seguía golpéandome con el ramo, menudo regalo de bodas.
Sonreí al escuchar que Jane gritaba que todo estaba en orden con Jonah, Brook y Lee solo negaban con la cabeza. Busqué visualmente a Carlos hasta dar con él, tenía en sus brazos a su bebé y Mery a su lado no podía parar de sonreír; puede que ya no duerman ocho horas, pero nadie puede cuestionar la calidad de padres que son. Por otro lado Nilo se las ingenió para despojar a la pelirroja del casi deshecho ramo para luego besarla, y con ganas.
Mis amigos son felices; y ahora es nuestro turno.
Acorté la poca distancia que me separaba de la mujer de mi vida y sin previo aviso la cargué como lo que es: mi reina.
—Hora de nuestro chapuzón nupcial.
Y sin dejarla responder, corrí en dirección al agua. La solté poco después cuando el agua cubrió toda la falda de su vestido. No perdió el tiempo y tiró de mi chaqueta para acercarme a ella y besar mis labios. Profundicé el beso con todo el amor de mi sistema, con toda la felicidad que alberga mi alma ahora que es oficialmente solo mía por lo que reste de vida.
—Te amo, Allan Lerman —susurró sobre mis labios.
—Te amo, Emma Lerman.
Emma
—Mi amor, ¿en dónde estamos? —pregunté, ansiosa.
Después de ver el atardecer en la playa y dar por terminada la fiesta, Allan insistió en cubrirme los ojos con un pañuelo para que no adivinara dónde pasaríamos nuestra noche de bodas. Lleva un rato cargándome y no tengo ni la más remota idea de dónde estamos o hacia dónde nos dirigimos.
—Ya llegamos, mi reina —murmuró en mi oído—. Ya puedes quitarte el pañuelo.
Desaté sin dificultad el nudo que hizo en la parte posterior de mi cabeza, al destapar mis ojos y acostumbrarme a la luz quedé maravillada.
¡El dúplex!
Hace un mes mi esposo me reveló que lo compró para nosotros y ahora es cien por ciento nuestro, pero no me había permitido venir, según él porque debíamos regresar para una ocasión especial; y ahora lo entiendo, no hay ocasión más especial que nuestra noche de bodas.
—Eres increíble... —musité al borde de las lágrimas, no sabría decir si eran de felicidad, de emoción o si solo son mis hormonas alborotadas.
—Valió la pena esperar, ¿no crees?
—Sin duda, es el mejor mejor regalo de bodas que pudiste darme —le sonreí—. Bájame, quiero recorrer todo el lugar.
Me obedeció entre risas y tan pronto mis pies tocaron el suelo, mi tacón se rompió.
—¿En serio? —gruñí, a mi querido marido parecía causarle mucha gracia la situación—. No te rías. Es el segundo tacón que se me rompe hoy.
—¿Ah sí?
—Sí, el primero fue cuando iba en camino a la playa —sonreí—. Era obvio que se tenía que romper antes de que nos casáramos.
Él se arrodilló frente a mí para despojarme de mi calzado, como siempre, es un príncipe encantador.
—Listo, hora del tour.
Chillé como niña pequeña a la que le acaban de comprar una golosina para luego recorrer toda la sala dando brinquitos. Todo seguía igual: el sofá cama de cuero negro, la mesita de centro, ese televisor en el que vimos tantas películas de Adam Sandler, el color blanco en las paredes...
Hice un esfuerzo por no romper en llanto para dirigirme hacia la cocina. Esta también seguía igual: la mesa, la encimera, todos los muebles en el mismo sitio. Seguí hasta el patio y dejé escapar una risa sin gracia al notar que incluso la tumbona de madera seguía allí.
Sentí los brazos del hombre mi vida rodeándome por detrás con esa dulzura que lo caracteriza.
—¿Emocionada?
—Mucho —mi voz salió quebrada, pero no por tristeza, en lo absoluto.
—Te tengo una sorpresa en la habitación —murmuró en mi oído.
—¿Es algo pervertido?
—¿Qué dijiste?
—Que nunca acaban las sorpresas contigo.
—Sí, claro. Pervertida.
—¿Qué dijiste?
—Que te voy a dejar sorprendida.
Amo que nunca hayamos dejado de hacer esto.
Aún sin separarnos, subimos hacia el segundo piso y esta vez las lágrimas fueron incontenibles. La habitación...ese lugar donde se dieron tantos malentendidos, noches románticas y mañaneros. El primer lugar de la casa al que tuve que decirle adiós cuando creí que nunca más volveríamos aquí. Todo seguía exactamente igual a como lo dejamos, es como si el tiempo no hubiese pasado en este sitio, es mágico.
Lo único fuera de lugar era una bandeja cubierta con un cloche que figuraba sobre la cama.
Mis alarmas se dispararon.
¡Comida!
Me desprendí de los brazos de Allan para correr hacia la cama, me deshice del cloche y finalmente grité de emoción al ver que se trataba del pudín de bodas que Wanda nos prometió desde antes de que estuviéramos juntos, tenía las figuritas de los novios y todo. Habían un tenedor al costado, no me tardé en tomarlo y justo cuando iba a cortar un trozo, mi esposo tomó el borde de la bandeja y lo alejó de mí.
—¿¡Pero qué haces!?
—Separar mi parte antes de que te lo comas todo como hiciste con el pastel —informó mientras dividía a la mitad el postre haciendo uso de un cuchillo que nunca vi.
—Yo no me comí todo el pastel —refunfuñé tal cual niña pequeña.
—¿Ah no? —rió con sarcasmo—. Por favor, si te comiste hasta las figuritas de los novios.
—Llevo a tus hijos en mi vientre, Lan. ¿Qué clase de madre no alimenta a sus bebés? —él solo se dedicó a negar con la cabeza, ya está acostumbrado a mis dramas—. Y cambiando de tema, ¿estas figuritas también son comestibles?
Se limitó a golpearse la frente con la palma de su mano antes de devolverme la bandeja. Contenta, comencé a degustar el postre y por el simple hecho de que me daba penita le di uno o dos bocados. De un momento a otro me robó un trozo que no iba dirigido hacia su boca, me lanzó un besito creyendo que eso le restaba impunidad al crimen que acababa de cometer.
—¡Allan!
—Lo que es mío es tuyo y lo que es tuyo es mío, esposita mía.
—Pero eso no te da derecho a robarme tan descaradamente. ¿Qué será lo próximo? ¿El ''Tierra, trágame''?
—Oh no, cariño. La Tierra solo te soporta a ti.
Me adueñé del postre y no le di ni una migaja más, ni siquiera por compasión, pero a él no pareció molestarle. A pesar de que estaba comiendo como un cerdito hambriento —porque sí, estoy consciente de que eso es lo que parezco— él me observaba con esa mirada llena de amor, la de siempre, esa tan especial que me hace sentir como la persona más importante del mundo.
Cuando terminé con el pudín —y con las figuritas— dejé la bandeja sobre la mesita de noche y me recosté sobre el pecho de Lan. Se sentía tan bien, poder decir que soy la Sra. Lerman, su esposa...
—¿En qué piensas? —preguntó mientras acariciaba mi cabello.
—En lo especial que ha sido el día de hoy.
—Uno de los mejores de mi vida —me abrazó con un brazo y su otra mano la ocupó en acariciar mi vientre—. Supongo que el próximo gran día será cuando estos dos nazcan.
—Estoy ansiosa por conocerlos —coloqué mi mano encima de la suya.
—Y yo.
Le sonreí y me incliné para besarlo. Me sentía culpable por haberle prestado más atención a la comida que a él, después de todo hoy es un día inolvidable y no quiero que lo recuerde porque lo desplacé a causa de mi hambre. No tardó mucho en colocarse encima de mí, profundizando el beso y autocontrolándose para no amasar mis pechos, aún duelen como el demonio.
—No tienes idea de lo feliz que soy ahora —murmuró entre beso y beso.
—Creo que sí me hago una idea —le sonreí y proseguí a aprisionar sus mis labios contra los suyos una vez más.
Y lo que pasó luego, ya es historia...
—Y eso fue lo que pasó el día de nuestra boda —concluí al cerrar el álbum de fotos que fue lo que animó a nuestros tres diablillos a saber qué ocurrió en aquella ocasión.
Los tres pares de ojos de los niños se encontraban muy abiertos, observándonos con fascinación.
—¡Fue muy bonito! —chilló Allana a lo que su hermanita secundó aplaudiendo.
—Fue más que bonito —me sonrió Lan.
—¿Pueden llevarnos a Playa Cristal a jugar? —solicitó Enmanuel, haciendo uso de su mirada de cachorro tierno—. Está muy cerca, podemos ir en la camioneta.
Allan me miró, pidiendo visualmente mi aprobación. Desde que diablilla uno y diablillo dos comenzaron a hablar, hemos implementado esa táctica para tomar decisiones sin necesidad de comunicarnos verbalmente. Sonreí a medias y me encogí de hombros, después de todo recordar la boda sí me había provocado ganas de ir a la playa, él asintió en respuesta.
Iba a decirles que sí cuando noté que Ella estaba arrastrando el gran álbum de fotos —con mucha dificultad— hacia su padre. Él también se percató y le facilitó el trabajo tomando el álbum y abriéndolo. La bebé parecía estar buscando alguna página en específico y al parecer dio con ella cuando apuntó una fotografía en la que aparecía yo deborando el pastel de bodas como si mi vida dependiera de ello.
Tierra, amiga, llevo tiempo sin molestarte. ¿Me haces el favor de tragarme?
—¿No epash? —preguntó.
—No, cariño —le respondió—. No habían arepas.
—Telo epash —hizo un puchero y se llevó ambas manitas a su pancita, mi hija es demasiado tierna.
—A mí esas fotos me antojaron comer pastel —comentó Lana.
—Y a mí me da igual lo que sea, pero quiero comer algo —agregó Nuel, lloriqueando—. ¡Tengo mucha hambre!
Allan suspiró—. Cada día comprendo más porqué tenías tanta hambre ese día.
Reí en respuesta y procedí a bajar a los diablillos de la cama, uno por uno.
—Espérennos en la cocina, niños. Papá y yo ya los alcanzamos.
—A tus órdenes, novia golosa —dijeron los mellizos haciendo el saludo militar.
—¿¡Qué dijeron!?
—A tus órdenes, mami preciosa.
No me dio tiempo de regañarlos, cada uno tomó una manita de Ella y salieron un poco apresurados de la habitación. Cuando me giré hacia mi esposo para cantarle las cuarenta, él ya se encontraba protegiendo su rostro con una almohada, pero eso no fue impedimento para que le propinara una patada que lo tiró al suelo.
—Y yo que creía que ya habías superado el enojo post-parto —rió mientras se levantaba, sobando su espalda.
—Ya te dije que esa condición no existe —le lancé una almohada antes de bajar de la cama para ir en busca de mis hijos.
Me alcanzó antes de que pudiera salir de la habitación, me tomó del brazo e hizo que me volteara. Me encontré con una de esas miradas suyas cargadas con toneladas de amor que logran derretirme en cuestión de segundos.
—¿Hasta que la muerte nos separe, mi reina?
—Hasta que la muerte nos separe, mi amor de dúplex.
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