Capítulo 42: Regalos y sorpresas (Parte 2)

Emma

Cuando Allan me dijo que me llevaría a una cita, no me imaginé que sería aquí.

¡Playa Cristal! ¡Adoro este sitio!

Es una playa no muy extensa, pero eso no le quita lo maravilloso. El agua es tan limpia y cristalina que da la impresión de tratarse de un lustroso cristal azul, de ahí viene su nombre. Está abierta al público en todas las épocas del año, aunque en esta en específico es raro que la gente la visite, por lo tanto tenemos toda este paraíso para nosotros solos.

Allan no solo me había traído al lugar en el que siempre quise tener una cita, sino que preparó una especie de cena al aire libre a pocos metros de la orilla. Una mesa adornada con telas de seda blancas y rosas. Sobre esta figuraban platos con esas arepas que tanto adoro, los tacos al pastor de Wanda y un montón de chocolates de postre; a este paso voy a engordar unas libritas sin duda.

—Lan, ¿qué es todo esto? —chillé.

—Tu sorpresa —susurró en mi oído abrazándome por detrás.

Me giré para ver esos hermosos ojos grises que me cautivaron desde el primer día.

—¡Es bellísimo! Pero...¿cómo sabías que siempre quise una cita en este lugar?

—Tengo mis fuentes —me guiñó un ojo.

—¡Siempre quise una cita aquí! —me separé de él, me giré y extendí mis brazos dejándome abrazar por la agradable brisa proveniente del mar.

—Lo sé —volvió a atraparme entre sus fornidos brazos—. Feliz 14 de febrero, hermosa.

Apoyándome en sus hombros e impulsándome hacia arriba, logré subirme a su torso rodeándolo con mis piernas. Él no perdió el tiempo y me sostuvo de la cintura evitando que ambos cayéramos a la arena por mis torpes movimientos.

—Si querías que te cargara, solo tenías que decirlo, monita —rió.

—Ese no será mi nuevo apodo, ¿o sí?

—Pues... —ladeó la cabeza.

—Cállate y bésame.

Lo agarré de la nuca obligándolo a unir nuestros labios. Nos besamos con ganas, deseo y ternura. Podría pasar así el resto del día, no me importaría ni un poco.

—Em...yo también quiero besarte hasta mañana...pero tienes un banquete y una playa que disfrutar —logró decir entre beso y beso.

—Ahora lo único que quiero disfrutar es a ti.

Lo besé aún con más ímpetu que antes. Sus labios son deliciosos, no puedo parar ni aunque quiera.

—¡Joder! Y yo de ti —maldijo, levantándonos a ambos de la arena y sin despegar nuestras bocas ni un segundo.

Sin mucha coordinación, llegamos a la mesa, donde Lan me sentó después de mover un par de platos para hacer espacio. Abrí las piernas dejándole acceso libre para que pegara mi cuerpo al suyo. ¿Cómo una persona consigue convertirse en una adicción para otra?

—Alerta roja —dijo al separarse de mí.

Un momento...¡alerta roja! Eso solo significa una cosa.

—¿¡No hay condones!?

—Nop —negó, mordiéndose el labio inferior.

Esto es el colmo, no trae condones y encima hace gestos sexys.

—¿Por qué? —mi decepción era evidente.

—Porque dejé una sorpresa más en casa, en la habitación, e incluye una cesta llena de condones —me apartó un mechón de cabello detrás de mi oreja y se acercó peligrosamente a la zona—. Son de los de sabores. De tutti frutti pa' que disfrutes.

Comencé a reír a carcajadas, contagiándolo de paso. Todo el ambiente fue jodidamente seductor hasta que dijo lo último.

—Vamos a comer, pudín.

Con delicadeza me bajó de la mesa para sentarme en una de las sillas. Él también tomó asiento frente a mí y sin más dilación, comenzamos a hincar el diente. Todo estaba riquísimo, no esperaba menos de las habilidades culinarias de Allan y de su madrina.

—¿Qué tal si brindamos? —propuse mientras mi chico nos servía vino en nuestras copas.

—Claro —tomó su copa y la alzó.

—No con el vino. Con los tacos —aclaré, recordando el día que conocí Wanda's.

—Veo que te gustó la tradición —sonrió, dejando su copa para en su lugar tomar su taco.

—Sí —tomé el mío—, me gusta la tradición, los tacos y tú.

Sonrió y acto seguido se inclinó, hice lo mismo entrelazando mi brazo con el suyo.

—Hora de pedir el deseo —murmuró.

Cerré los ojos pensando en qué pedir. Por primera vez en la vida no se me ocurría ninguna idea, al menos en esta etapa, siento que lo tengo todo. El trabajo de mis sueños, nuevos amigos, a mi madre, la linda mitad de un dúplex que hace unos meses no creí que podría llamar hogar y por último pero no menos importante, un novio increíble en todos los sentidos. Así que...creo que lo único que puedo pedir es que todo siga marchando igual de bien que hasta ahora.

—¿Ya?

Abrí los ojos—. Sí.

—Entonces a comer.

Sí, ¡estos tacos son de otro mundo!

Igual que el chico frente a mí.

—¿Puedo saber de dónde salió esa tradición tan peculiar? Me he aguantado la curiosidad desde el año pasado.

—Es graciosa, de hecho —sonrió—. La tradición nació el día que Wanda inauguró su restaurante, nosotros aún no habíamos nacido, pero ella y mi madre nos estaban esperando a Carlos y a mí. En la fiesta de inauguración, Malcolm propuso un brindis y bromeó con el hecho de las embarazadas no podían beber, incluso hizo que todos bebiesen entrelazando sus brazos como hacen los novios en las bodas.

—Qué pesado —reí—. ¿Y ellas se enojaron?

—No mucho, pero a mi madre se le ocurrió una idea muy original para revertir la situación a su favor. Llamó la atención de todos los presentes y dijo que ningún champagne caro podría igualar a los tacos al pastor de su mejor amiga. Luego ambas tomaron un taco, entrelazaron sus brazos y Wanda propuso que pidieran un deseo antes de comerlo. Desde entonces se convirtió en una tradición y nos la enseñaron a Carlos y a mí cuando mamá y yo nos mudamos a Valery Place.

—Wow —me fue inevitable sonreír—. Ahora me gusta más esa tradición.

—Y a mí.

Alcé mi mano en su dirección, invitándolo a tomarla. Lo hizo, de un modo especial, entrelazando nuestros dedos.

—Gracias por compartirla conmigo.

—Una tradición especial para una chica igual de especial.

Dimos término a la improvisada cena poco después. El resto de la tarde se me fue volando entre risas, guerras de bolas de arena, besos, comiendo bombones, tomándonos fotos y más besos; que la playa estuviera vacía nos daba intimidad y más libertad para hacer lo que se nos antojase. De hecho, en este instante nos estamos besando sentados sobre una toalla.

—Basta ya —murmuré, separándome antes de caer en la tentación.

—Emma, no puedes parar la sesión de besos de esa forma. Mis labios tienen sentimientos —hizo un puchero que irónicamente me provocó besarlo otra vez.

—Lo siento. Es que no hay condones y tus besos siempre me orillan a tener sexo salvaje, entiéndeme.

—Ok —rió por lo bajo—. Entonces hagamos otra cosa.

—¿Como qué? Ya lo hicimos todo —me recosté apoyándome en mis codos.

—Todo excepto para lo que la gente viene a la playa. Vamos a darnos un chapuzón.

—¿Me trajiste un traje de baño también?

—No, se me pasó por la cabeza hacerlo, pero tengo que admitir que me prendería mucho verte bañándote en lencería —se remojó los labios haciendo que su propuesta me resultara aún más tentadora.

Ok, nunca me he bañado en lencería en la playa, pero al final del día es casi lo mismo que un bikini y el único espectador es mi novio, no le veo los contras.

—Me gusta la idea.

Me deshice de mi vestido, quedando solamente en mi sensual ropa interior. Por un momento sentí la vergüenza típica de exhibirme de forma tan íntima en un lugar público, pero ese pinchazo de incomodidad desapareció al ver que mi chico también se despojaba de su ropa hasta quedar solo en bóxers.

Vi cómo se quitaba prenda por prenda, lo cual me pareció como una especie de striptease dedicado a mí. ¿Por qué será que a todo le encuentro el lado pervertido cuando estoy con él?

—Listo, vamos —sonrió, extendiendo su mano para ayudarme a levantarme.

En cuanto estuve en pie delante de él, luciendo ese sexy conjunto que él mismo escogió para mí, sus ojos se salieron de órbita. Si en casa se había babeado, ahora se estaba derritiendo de la ''emoción''.

—Allan. Allan. ¡Allan!

Pero nada, no respondía. Al parecer ya no se llama Allan.

—¡Dios, qué buena estás! —prácticamente gimió.

—Gracias por el cumplido, Lerman —di una lenta y atrevida vuelta para hacer que babée un poco más, era mi modo de castigarlo por no traer los condones—. Parece que los 22 me sentaron bien.

—No lo dudes, te sentaron de maravilla —se relamió los labios.

Mis ojos viajaron a su zona baja donde cierto bulto comenzaba a crecer.

Suficiente show por hoy.

—Vamos a bañarnos antes de tus bóxers se rompan —lo tomé de la mano, guiándolo hacia el agua.

—Sí, será lo mejor —asintió, tratando de no mirar mi trasero. Lo logró durante una larga duración de dos segundos.

Ingresamos al agua que, contrario a lo que pensábamos, estaba tibia. Nos sumergimos y nadamos durante un rato, era terapéutico. Jugamos y nos besamos aún bajo la superficie acuática hasta que el oxígeno nos hizo falta y tuvimos que emerger.

¡No tienen idea de jodidamente atractivo que luce Allan con sus rizos mojados cayendo sobre su frente y con las pequeñas olas chocando contra su torso desnudo! ¡Qué mejor regalo de cumpleaños que ese!

Me aproximé a él y, tal cual monito como dijo antes, me le trepé encima rodeando su cuerpo con mis piernas.

—¿Otra vez?

—¿Qué? Bajo el agua no sientes mi peso —me acurruqué en su pecho.

—Fuera del agua tampoco, no pesas mucho en realidad.

—Eso explica porqué adoras cargarme.

—Por eso...entre otras cosas —sonrió con picardía.

—Pervertido.

—¿Qué dijiste?

—Novio mío —sonreí ''inocentemente''.

—¿Sabes que amo que hagamos esto? —me abrazó, acariciando mi espalda.

—¿Qué? ¿Llamarnos pervertidos y otras cosas y luego sustituirlo por algo que rime?

—Sí, pero me refiero a estar así contigo.

—¿Así cómo?

—Juntos y viviendo el momento como si solo existiéramos tú y yo.

—Yo también lo amo —me separé un poco para observar sus ojos grises que por el reflejo del mar, adoptaron un color azul grisáceo—. Gracias por hacer todo esto por mí. He adorado todas y cada una de las sorpresas.

—Me propuse hacer de este día el más especial para ti, y creo que lo logré.

—Sí, créeme que lo lograste —acaricié su nuca—. Nunca alguien se había tomado tantas molestias por mí. Estaba acostumbrada a que me llevaran a algún restaurante y me regalaran algo típico como un gran ramo de rosas y un anillo caro o algo así. Pero tú...te encargaste de buscar todo lo que me gusta e hiciste que encajara para que fuera perfecto.

—No hice nada que no te merecieras, y no creas que me esforcé solo hoy por ser San Valentín y tu cumpleaños, me voy a encargar de que cada día sientas que es un día especial.

Este chico no existe, no se puede ser tan perfecto.

—No necesitas esforzarte demasiado, con tenerte es suficiente para que me sienta la mujer más afortunada del mundo.

Sonrió—. Para mí también es suficiente tenerte y mientras estemos juntos...

—Será hermosamente nuestro —terminé por él.

—Nunca mejor dicho.

Sonreímos y nos besamos, ese tipo de beso dulce y lleno de encanto, de esos que te hacen sentir como la protagonista de un cuento de hadas.

Pero, ¿adivinen qué? No es un cuento de hadas, esto es la vida real. Y en la vida real si te descuidas porque estabas muy concentrado besándote con tu pareja, de la nada aparece una jodida ola y los arrastra a los dos.

En cuanto dejé de rodar y fui capaz de mantenerme en pie, busqué a mi chico. No tardé mucho en encontrarlo, estaba a pocos metros de mí, agachado muy cerca de la orilla y tosiendo.

—¿Estás bien, Lan? —le di palmaditas en su espalda para ayudar a que la tos cesara.

—Sí —tosió una última vez antes de mirarme—. Creo que me tragué una concha, pero estoy bien. ¿Tú?

—Estoy bien.

—Genial —exhaló, levantándose con un poco de ayuda de mi parte—. ¿Qué tal si vemos la puesta de sol desde la arena? O mejor en el agua, pero sin besarnos.

—Qué mal —hice un puchero—, me agrada besarte en el agua.

—Si quieres volvemos. Pero si la próxima vez quien se traga una concha eres tú, no vengas a quejarte.

—Ok —reí.

Decidimos finalmente ver el atardecer sentados en la arena, Allan se quedó un poco traumatizado con la conchita que se tragó. De todas formas dio exactamente igual el punto desde el cual lo vimos, nada es tan mágico como un atardecer en Playa Cristal, es insuperable. Lan no dejó de abrazarme ni de repartir besitos por toda mi cara en ningún momento, amo sus mimos.

Cuando comenzó a anochecer, recogimos todas nuestras cosas y las guardamos en los asientos traseros de la camioneta antes de emprender camino de regreso a nuestro amado dúplex.

El trayecto era más corto de lo que creí que era cuando íbamos, se lo comenté al pelinegro y dijo que podíamos volver a ir cuando quisiera. Presiento que esta no será la única cita que tendremos allí.

—Llegamos, Cenicienta —anunció mientras me ayudaba a bajar del vehículo—. Ahora déjame ponerte esto —me mostró un pañuelo.

—¿Y eso para qué?

—Nunca dije que las sorpresas habían terminado.

Sonreí con amplitud y cerré los ojos dejándome atar el pañuelo alrededor mi cabeza sin ejercer mucha presión. Sentí los fuertes brazos de mi chico rodeando mi cuerpo desde atrás.

—Déjate guiar, yo te sostengo —susurró en mi oído.

Obedecí sus órdenes dejando que él tomara el control de mis movimientos. Por lo poco que pude percibir, entramos a la casa y caminamos unos cuantos pasos más, así que asumí que estábamos en la sala de estar.

—¿Lista, princesa?

—Mhm —asentí.

—Ok —desató la venda que cubría mis ojos, pero no los abrí—. Ya puedes mirar.

Tan prontó abrí los ojos, me quedé impresionada al ver la decoración que abundaba en el lugar y lo más importante, las personas que se habían encargado de preparar la fiesta sorpresa. Mi madre, las gemelas, Carlos y Wanda, ¡todos estaban allí!

—¡Feliz cumpleaños! —gritaron al unísono.

—¿Qué es todo esto? —sonreí, acercándome a la mesa en la que se encontraba un enorme pastel de chocolate con mi nombre inscrito en la primera capa.

—Tu fiesta de cumpleaños —respondió mi mejor amiga—. Lo hicimos por Allan y teníamos que hacerlo por ti —me abrazó.

—Pero es que no entiendo. Mamá, ¿tú no te ibas a quedar en un hotel?

—Sí, pero primero tenía que ayudar a los chicos a ultimar detalles de la fiesta.

—¿Y ustedes chicos? —me giré hacia Carlos y Mery—. ¿No iban a pasarlo juntos en un resort?

—Ya fuimos y regresamos, no podíamos faltar a semejante fiesta —dijo Mery.

—Y tú, Jane. ¿No ibas a pasarlo follando? —reí.

—Ya follé. Además, por nada del mundo me perdería tu cumple, amiga.

—Y Wanda, ¿tú no tenías una super reservación en tu restaurante? ¿No deberías estar allá supervisando?

—Tengo empleados de mi entera confianza que pueden encargarse de ello. ¡Estamos hablando de tu cumpleaños, Emma!

—¡Esto es increíble! —sonreí y me giré hacia el organizador del evento—. Todo fue obra tuya, ¿verdad?

—Dijiste que no te gustaban las fiestas porque no tenías personas que te quisieran de verdad con las cuales compartir, así que organicé una con todos los que te queremos.

—Sigo sin imaginarme cómo lograste organizarlo todo —sonreí.

—Cuatro días contigo lejos dan mucha ventaja. Además, tengo un equipo de primera —le guiñó un ojo a los chicos.

—Gracias a todos, en serio este ha sido uno de mis mejores cumpleaños.

—Lo que sea por ti, Cenicienta —me abrazó Carlos—. ¡Que empice la fiesta!

(...)

Se supone que después de una fiesta y todo lo que he hecho en el día de hoy, debería estar muerta de cansancio. Pero aquí me tienen, en el piso de arriba besando a mi chico como si no hubiera mañana mientras poco a poco intentamos llegar a la habitación.

—Llegamos —anuncié al tocar el pomo de la puerta.

—No abras —me movió un poco—. Falta la última sorpresa del día. Espera aquí.

Ingresó a la habitación y tardó allí dentro un par de minutos. Me preguntaba qué tenía entre manos esta vez. La puerta se abrió y lo primero que divisé fue mi cabellera negra favorita.

—Adelante, mi lady.

Tan pronto puse un pie en la habitación, sonreí emocionada. En lugar de la luz eléctrica, me encontré con un montón de velas brindando iluminación natural. Los pétalos de rosas con los que había fabricado los caminos de antes, ahora estabas desperdigados por todo el suelo y el borde inferior de la cama. Sobre esta un montón de cojines en forma de corazón y la ya menciona cesta repleta de condones.

¡Es demasiado romántico!

—Y...¿qué te parece?

—¿Qué me parece? —lo abracé—. Me parece que eres el mejor novio del mundo.

—Perfecto entonces.

Me cargó cual princesa para luego depositarme sobre la cama y recostarse a mi lado.

—Me falta el último regalo.

—¿Hay más?

—Sip.

Abrió el cajón de nuestra mesita de noche y sacó una pequeña caja. Tomó de su interior una linda pulsera de plata de las que se usan en los tobillos en lugar de las muñecas.

—Para ti —me la entregó.

¡La amé! Su diseño era cruzado, similar al de una cadena y además contaba con una pequeña placa con una inscripción que me llamó bastante la atención.

—"Propiedad de Allan Lerman" —leí—. ¿En serio? —reí.

—Sí, que todo Johnson sepa que eres solo mía.

—No soy un perro para que andes poniéndome un collar con el nombre de mi dueño —le saqué la lengua.

—Te gustó, tus ojos marrones me lo dicen.

—Estás loco, tus ojos grises me lo dicen.

—Sí, loco por ti.

Aprisionó mis labios con los suyos antes de que pudiera responderle. Le devolví el beso con la misma intensidad hasta que, en algún momento, me vi con la pulsera puesta...y nada más.

Sería una noche divertida...







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Nuevo capítulooo!!!

Aquí tienen la segunda parte.

Creo que hice a Allan demasiado perfecto, ahora quiero un novio que tenga estos detalles románticos por mi cumple.

¿Qué les pareció el cumple de Emma?

Besos de Karina K.love 😉

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