Capítulo 40: Una confesión y una oportunidad
Emma
Desperté como se me ha hecho costumbre desde hace una semana, con Allan abrazándome por detrás y sosteniéndome uno de mis senos como niño pequeño abrazando a su peluche de dormir. Hacía frío, pero lo curioso es que ambos habíamos dormido desnudos. ¡Lo que logra la calentura!
Me moví con cuidado para evitar despertar a mi pelinegro, debido a que anoche lo dejé un tanto...cansado, digámoslo así. Se movió un poco sin despertar y quedó recostado boca arriba. Me acurruqué en su pecho aspirando ese aroma masculino suyo que tanto me gusta. No lo había notado hasta ahora porque normalmente él despierta primero que yo, pero se ve muy tierno dormido. Parece un angelito.
Con las yemas de mis dedos comencé a rozar su nariz, pómulos y esos labios que tanto me piden a gritos que los bese. Sin miedo a equivocarme puedo decir que es uno de los chicos más guapos que he visto en mi vida.
Hace un tiempo estaba tan renuente ante la posibilidad de entablar una relación con él, que no me paré a pensar en lo maravilloso que sería. Allan me trata como nunca me habían tratado. Es caballeroso, atento y me mima como si fuera su hija en lugar de su novia. Sabe cuándo ser tierno y cuándo ser pervertido, o ambas, me agrada cuando combina las dos cosas. En la cama no me ve como un objeto para obtener placer, me hace sentir querida y deseada, quizás por eso mis deseos sexuales están tan activos, ese es otro aspecto que ningún otro había despertado en mí.
No pude seguir resistiéndome y me acerqué para dejar un tierno beso de buenos días en sus labios. No quería despertarlo, pero, ¿quién lo manda a ser tan atractivo?
Cuando estuve a punto de besarlo, unos gritos me alarmaron y lo despertaron, provocando que dieran un brinco y por consiguiente nuestras cabezas se golpearan la una con la otra.
—Auch —llevé mi mano a mi frente y comencé a sobar la zona afectada.
Esta no era mi idea de la respuesta que obtendría de él cuando le diera el beso.
—Lo siento, hermosa —se disculpó aún adormilado e imitando mis acciones con su propio golpe.
—¿Qué son esos gritos? —pregunté al escuchar que aún no cesaban.
—Esos son Wanda, Carlos y Shakespeare —suspiró, abandonando la cama.
—¿Shakespeare? ¿Quién se llama así?
—El gato —rió.
Aprovechando que caminó hacia su clóset en busca de ropa que ponerse, me dediqué a detallar ese cuerpo tonificado que tanto me atrae. ¡Es demasiado sexy! Por si fuera poco se giró para cambiarse quedando frente a mí y ofreciéndome el espectáculo completo, aunque yo prefiero verlo haciendo la acción contraria, pero no me quejo.
Mientras lo miraba con todo descaro, distinguí una diferencia que me llamó la atención.
—¿Dónde —señalé su zona baja— está tu erección mañanera?
Él en respuesta solo se burló mientras se colocaba sus bóxers negros.
—¿De qué te ríes?
—De que eres una golosa. Anoche me dejaste seco, ¿y todavía esperas que amanezca erecto?
—Siempre amanece así —hice un puchero infantil, ¿por qué estaba decepcionada por algo tan tonto como eso?
Su expresión cambió de burlona a lasciva en un instante.
—Pero si tanto extrañas nuestros mañaneros —caminó hacia la cama, deteniéndose justo al borde de esta, se inclinó hacia mí y me dio un corto beso—, sabes muy bien cómo provocarme una erección.
Ah no, ahora ya no quiero.
—Mejor voy a vestirme.
Fui al baño, dejándolo a él vistiéndose, y allí busqué mi ropa interior que había lavado la noche anterior. Por suerte se había secado, así que pude colocármela sin problemas. Regresé al cuarto y tomé el abrigo de lana color azul añil que Allan me había prestado, que por cierto lo había dejado tirado en el suelo antes de que comenzáramos la acción. En cuanto me lo puse, se giró hacia mí y me devoró con la mirada.
—¿Te he dicho que te queda genial mi ropa? —sonrió tomándome de la cintura.
—A ti no te quedan mal los jeans rotos y los suéteres rojos —acaricié el cabello de su nuca.
En serio, me encanta su estilo despreocupado y fresco. Estoy harta de los chicos presumidos de Hale que no salen de casa sin un traje de marca y un reloj de oro gigante alrededor de su muñeca. Allan es sencillamente él veinticuatro siete.
—Pero tú te ves mejor —me tomó de la mano invitándome a dar una vuelta—. Sí, sin duda —sonrió.
—Creo que me voy a poner tus suéteres más seguido. Me gusta sentir tu olor en algo que lleve puesto, y me quedan como vestidos.
—¿Esa es la razón por la que no te pusiste el pantalón que te presté? Porque te gusta que te quedé así —sonrió mirando mis muslos casi descubiertos.
—Es que el pantalón me quedaba enorme, era como diez tallas más grande —reí.
Alzó una ceja y se llevó las manos a la cintura.
—¿Me estás llamando gordo?
Comencé a reír como idiota y le di un abrazo, adoro que siempre esté calentito.
—No me abraces para comprar simpatía, ¡me llamaste gordo! —me apartó con suavidad y a continuación sabía que vendría una escena melodramática fingida—. Antes era tu pudín, me mirabas como si fuera el chico más buenorro del mundo y te encantaba acostarte sobre mi abdomen duro —se llevó el dorso de la mano a la frente como una actriz dramática—. Ahora que ya estamos juntos y te cansaste de usarme como un objeto sexual, te aburriste de mí y encima te burlas de mi físico. Sé que ayer comí muchos tacos al pastor, pero no es para tanto.
Juro que mis carcajadas se podían oír hasta en el dúplex. Amo a este chico.
—Cállate y bésame.
—¿Quieres besar a este Sancho Panza? —hizo un pucherito.
—Sí, ven aquí.
Tiré de él haciendo que nuestros labios se juntaran. Da igual si son besos de pasión, de ternura, de buenos días o buenas noches, besarlo me sigue resultando mágico.
Estaba muy a gusto entrelazando mis labios con los de mi novio cuando de nuevo se escucharon unos gritos rompe-tímpanos y un maullido de un gato que parecía haber sido atropellado. Nos separamos exaltados y Allan soltó un suspiro de cansancio.
—Y es por esto que nunca traje a ninguna chica a quedarse conmigo en casa —dijo por lo bajo.
Un momento...
—¿Nunca trajiste a una chica? —negó con la cabeza—. O sea que...soy la primera —una sonrisa de idiota se formó en mis labios a pesar de que quería disimular mi emoción. Sé que no es la gran cosa, pero ser novia de un ex-playboy implica no ser la primera chica en ninguna experiencia que haya tenido.
—Y la única —me tomó de la mano—. Así que lo siento por lo que vas a ver a continuación.
Calzando unas pantuflas que de hecho también me quedaban grandes, salimos de la habitación en cuanto Carlos nos abrió. Guiada por ambos chicos, llegué al comedor en donde Wanda ya tenía la mesa puesta y el desayuno preparado. Cereales y leche chocolatada, regresé a cuando tenía 5 años con tan solo verlo.
—Buen día, Emma —me sonrió, invitándome a sentarme.
La mesa era pequeña, con espacio para cuatro personas únicamente. Noté en ese momento que son y siempre fueron ellos tres solos. Wanda no tiene pareja y por lo que sé, el padre de Carlos mantiene un escaso contacto con ambos. Por otro lado está Allan, que se lleva pésimo con su padre y no tiene a nadie más.
A pesar de que su familia es pequeña, el amor entre ellos es gigante. Esos gritos y maullidos eran emitidos por Wanda y Carlos haciéndose bromas y lanzándose cosas en respuesta, entre ellas el gato. Mi chico no tardó en sumarse, cuando parpadeé ya se estaban lanzando sartenes, zapatos y al pobre Shakespeare.
Era una guerra divertida de ver. Jugaban como niños y como si no hubiese alguien más presente, de igual forma disfruté del show junto con los cereales.
—Lo siento por esto —se disculpó mi novio, sentándose a mi derecha mientras observábamos a Wanda golpeando a su hijo con una escoba—. Sé que están un poco locos, pero son mi familia.
Lo dijo con tanto orgullo y amor que me fue imposible no sonreír. Si hay algo que he descubierto durante estos meses conociendo a Allan, es que adora a ese alocado dúo de madre e hijo. Los considera su verdadera familia, incluso por encima de su padre.
Yo en lo personal pienso que el hecho de que Wanda luchara por su custodia y lo haya criado desde que su madre murió como si fuera su propio hijo, es digno de admirar. Carlos tampoco se queda atrás, he sido testigo de la relación entre ambos y se cuidan el uno al otro como verdaderos hermanos.
—Me gusta que sean tan locos, la verdad.
—Y a mí.
Al rato acabaron su infantil pelea y regresaron con nosotros a la mesa. Culminamos el desayuno entre risas y charlas sin mucho sentido. Ellos tres juntos tienen la habilidad de hacer que cualquiera se sienta como en casa.
—Bueno, me encantaría quedarme el resto del día con ustedes, pero tengo que ir a Wanda's, no se va a manejar solo —sonrió la matriarca.
—Sí, y Emma tiene que ir a Union News para comprobar si la aceptaron o no —agregó Carlos.
Y fue entonces cuando noté ese detallito tan importante.
—¡Mierda! —golpeé mi frente—. No tengo ropa para cambiarme y no puedo presentarme así —apunté hacia el suéter.
—¡Mierda! —me imitó mi novio—. No pensamos en eso ayer.
—Emma, cariño, te prestaría algo, pero no creo que las prendas de una cuarentona sean de tu gusto ni de tu talla —dijo Wanda, apenada ante mi situación.
—Yo podría prestarte algo de Mery, pero la última vez que vinimos, nos llevamos todo de regreso al departamento —Carlos hizo una mueca—. Lo siento, Cenicienta.
—Ir con la misma ropa de ayer no es una opción, ¿qué imagen daría?
—No nos ahoguemos en un vaso de agua, esto es simple —comentó el pelinegro—. Iré a comprarte ropa y tú —señaló a su madrina—, vienes conmigo.
—Lan, me encantaría pero tengo que ir a Wanda's y...
—Y hoy es domingo —la interrumpió—, no pasa nada porque te retrases media hora. Además, no te pediría ayuda si no necesitara una opinión femenina.
—Está bien —suspiró—. En una emergencia de moda una mujer siempre es necesaria. ¡Vámonos de compras!
—¡Genial! —festejó victorioso y dejó un sonoro beso en mi mejilla—. Volveré tan rápido como pueda para que llegues a tiempo —se giró hacia su mejor amigo—. Cuídala por mí.
Dicho esto, tanto él como su madrina abandonaron el comedor seguidos por Carlos y por mí. En la sala de estar, tomaron sus abrigos del perchero de madera y se los colocaron antes de salir de la casa. El castaño y yo por nuestra parte nos sentamos en el llamativo sofá color mostaza.
—Allan yendo de compras por una chica. Creí que no viviría para ver algo así —comentó el chico, rompiendo el hielo.
Ese es uno de los rasgos que más me gustan de mi ''cuñado'', con él no existen los silencios incómodos ya que siempre los reemplaza por sus pláticas sin importar el tema que traten.
—No sabía que no le gustase ir de compras, conmigo lo hace sin quejarse ni nada parecido.
—Ya lo dijiste, contigo —sonrió, haciendo énfasis en la última palabra.
Él, en parte, ayudó a que Allan y yo admitiéramos lo que sentíamos el uno por el otro. Pero había un asunto que me estaba rondando la cabeza hace semanas y no había tenido la oportunidad de preguntarle al respecto.
—Carlos, ¿por qué insististe tanto desde el inicio para que Lan y yo estuviésemos juntos?
Mi interrogante lo tomó por sorpresa. Enarcó una ceja e hizo una mueca torcida.
—¿Por qué lo preguntas?
—Allan me contó que le hiciste una promesa a su madre, que no permitirías que se involucrara con alguien que no consideraras lo suficientemente buena. También me dijo que entorpeciste más de un romance y nunca estuviste de acuerdo con su relación con Vanessa. Entonces...¿por qué conmigo hiciste todo lo contrario a las otras chicas?
—Pues... —se masajeó la nuca, ese es el gesto equivalente a la agitación de cabello de mi novio, lo hace cuando está nervioso—, siendo sincero, cuando te conocí aquella noche solo quería que se acostaran para olvidar el mal rato de la ruptura.
—Wow, directo a la yugular —bufé.
—Lo siento. Cuando me enteré de lo que la innombrable le hizo, fui a buscarlo y lo vi contigo, eso fue lo primero que vino a mi mente.
—Bueno, era un playboy después de todo.
—Después, con todo el lío del dúplex, le insistí a modo de broma. Lo de Vanessa le pegó fuerte las primeras semanas y tú estabas ahí como una especie de premio de consolación.
—¡Gracias! —nótese el sarcasmo.
—Lo siento de nuevo —rió, apenado—. El punto es que, conforme pasó el tiempo, comencé a notar que algo en él estaba cambiando. Cualquiera en su lugar estaría jodidamente dolido o enojado, pero él andaba sonriendo como idiota y tener a su ex al lado parecía no afectarle. Luego te fui conociendo mejor y vi que tenías muchas cualidades, las que buscaba la tía Jude y lo más importante, las que hacían que mi mejor amigo suspirara.
—Qué lindo —sonreí.
—Me volvía loco el hecho de que ustedes no admtían que se gustaban a pesar de que la química era obvia. No me cabía en la cabeza cómo Allan, que nunca tuvo reparos con las chicas, temía tanto que no sintieras lo mismo por él.
—El sentimiento era mutuo —me burlé de mí misma.
—Por eso supe que eras la indicada. Incluso el más mujeriego se torna inseguro cuando encuentra a la chica correcta. Si no me crees, pregúntale a Mery.
—¿Temías no ser correspondido por Mery?
—¡Mucho! —admitió—. Antes de conocerla, mi vida se resumía a fiestas y chicas. Pero cuando la conocí yo...no sé, simplemente mi mundo se puso de cabeza y no podía pensar en alguien que no fuera ella —se le salió una sonrisa involuntaria—. También lo compliqué todo, pero ese ya es otro asunto.
Estoy tan acostumbrada a ver a chicos que solo piensan en sexo o que no creen en las relaciones formales ni en el amor en general, que he puesto a Allan y a Carlos en un tipo de pedestal o algo así.
¡Por favor! Es mega tierno ver a un chico expresarse de esa manera y sonreír por ello, o más bien por ella, la chica a la que ama.
—Estás enamorado a más no poder —sonreí.
—¿Se me nota mucho? —su tono sarcástico nos hizo reír a ambos—. Ahora, en serio, tú también pusiste de cabeza el mundo de Allan. Él dice que se enamoró de Vanessa, pero...yo pienso que lo que tú le haces sentir es mayor.
Escuchar eso me tensó e hizo que mi corazón comenzara latir con más velocidad.
—¿Crees que...él esté enamorado de mí?
—Eso solo te lo puede contestar él, pero yo opino que sí. Con Vanessa tuvo una buena relación al principio, eso es cierto, pero nunca logró que sus ojos brillaran ni que celebrara su cumpleaños, tampoco durmió aquí jamás.
—Con eso quieres decir que...
—Que tú eres especial —terminó por mí—. Que desde que apareciste siento que cumplí mi misión con la tía Jude.
—Wow —pronuncié, apenas podía creerlo.
—¿Puedo pedirte un favor?
—Claro.
—No le rompas el corazón. Que seas la chica ideal no lo exenta de sufrir y nada garantiza que su relación vaya a ser eterna, pero...no quiero que eso pase. Ha pasado por mucho y merece ser feliz.
Carlos es un amigo de oro.
—No lo haré —coloqué mi mano sobre la suya—. El corazón de tu mejor amigo está a salvo conmigo.
Seguimos hablando de otros temas, entre ellos las gemelas. Me explicó porqué estaba aquí y Mery no había venido con él. Resulta que las Campbell decidieron pasar un fin de semana de hermanas, solo ellas en un balneario en Rellestt. Ambas han admitido que su relación no se ha restaurado por completo, pero me encanta que lo estén intentanto y que su vínculo se esté fortaleciendo. A Carlos no le importaba que esto le restara tiempo con su novia, de hecho estaba feliz por ella y la apoya cien por ciento; a eso llamo yo un buen novio.
Finalmente llegó Allan, con un montón de bolsas en sus manos y sin su acompañante.
—¿Tardé mucho? —preguntó, depositando las bolsas sobre la alfombra.
—Ni idea —me levanté corriendo para envolverlo entre mis brazos—, con Carlos el tiempo se me fue volando.
—Sabía que te entretendría con sus estupideces.
—¡Oye! —se quejó el castaño.
—Era un cumplido —repuso mi chico, riendo.
—Sí, claro —bufó, sarcástico—. Veo que no te fue nada mal con las compras.
¡Y vaya que no! A juzgar por la cantidad de bolsas era evidente que compró más de un atuendo.
—Lan, no era necesario que compraras tantas cosas. Con un solo outfit era más que suficiente.
—No seas tonta, Cenicienta —intervino Carlos—. ¿Olvidaste que tienes un novio que no escatima en gastos nunca? ¡Aprovéchalo!
¿Eh? ¿Que Allan no escatima en gastos nunca?
—¿De qué hablas? —fruncí el ceño.
El castaño ladeó la cabeza y me miró con confusión.
—¿Qué? ¿Lan no te ha contado?
—¡Carlos! —siseó Lan.
—¿Qué no me has contado? —indagué.
—Nada importante —respondió, cabizbajo.
—Si no es nada importante entonces no hay motivo para que me lo ocultes —me crucé de brazos.
Allan no parecía estar dispuesto a decirme nada. Miré por encima de su hombro y vi a un incómodo Carlos con la misma expresión plasmada en su rostro.
—¿No vas a contarme? —inquirí, a lo que él negó en respuesta—. Carlos, ¿tú tampoco?
—Emma...soy muy chismoso, pero reconozco cuándo debo meter las narices y cuándo no. No me corresponde a mí decírtelo.
—Cierto, le corresponde a él.
Volví a observarlo. Evitaba mirarme directamente a toda costa. Si se tratase de algo tan insignificante como él alega, no habría necesidad de esconderlo, ¿cierto?
Comencé a impacientarme ante su actitud. De continuar así, se produciría nuestra primera pelea real, a diferencia de las otras que fueron tonterías sin importancia. Ahora es un asunto serio, se supone que al ser pareja mantenemos confianza y el hecho de que no confíe en mí me irrita y a la vez me duele.
—Vayamos a mi cuarto —dijo por fin, tomando nuevamente todas las bolsas.
Lo seguí hasta la habitación y una vez allí, mantuve mi postura firme. Me invitó a sentarme junto a él sobre su cama, lo cual hice sin emitir palabra alguna.
Soltó un pesado suspiro antes de hablar.
—Estás enojada, ¿verdad?
—Un poco —respondí, cortante.
—Escucha, en serio es una estupidez, nada por lo que valga la pena que discutamos.
—¿Entonces por qué no me cuentas?
—Porque es un tema que me incomoda, punto.
—¿Un tema que te incomoda? —me levanté y a continuación me posicioné frente a él—. Me has contado aspectos muy personales de tu vida, desde la muerte de tu madre hasta el porqué de tu mala relación con tu padre. Esos son temas duros y los compartiste conmigo mucho antes de que estuviéramos juntos. ¿Y ahora que lo estamos me ocultas cosas bajo la excusa de que ''no tiene importancia''?
—Em, todo lo que te he contado lo he hecho porque confío en ti, independientemente de que fueras mi novia o no. Ahora que estamos juntos me gustaría que supieras todo de mí, pero me aterra la idea de revelarte ciertas cosas y te deje de gustar al saberlas.
Mi semblante se suavisó al instante. Quizás suene como una excusa barata, pero me daba ternura que su motivo fuera su miedo a perderme.
—Lan, nada que me digas va a cambiar lo que siento por ti. Sé que te conozco lo suficiente como para saber quién eres y me gusta todo de ti.
—No te gustan los riquillos de Hale, ¿verdad? —rió sin gracia.
—Sabes que no.
—Esa es la cuestión —se levantó y acortó la distancia que nos separaba—, yo soy uno de ellos.
Ok...no entiendo una mierda.
—¿De qué hablas?
—De que tengo dinero. Mucho dinero.
—¿Y eso te convierte en un riquillo de Hale?
—Algo así —se agitó el cabello—. Cuando mi madre murió, me dejó una herencia bastante generosa. Todos creían que el hecho de que nos mudáramos a Valery Place después de que se divorciara de mi padre, significaba que su nivel económico había disminuido, pero no era así, ella contaba con la herencia de mis abuelos.
—Y heredaste todo eso.
—Anjá. Fue suficiente para pagar mi colegiatura en Johnson y el depósito del alquiler del dúplex. También tengo una parte separada para el negocio que quiero montar con Carlos cuando nos graduemos, otra parte guardada en caso de emergencias y el resto lo tengo a mi disposición siempre que quiero.
—Por eso me invitaste a la mueblería y dijiste que podía escoger lo que quisiera —deduje.
—Sí y...todas estas cosas también las compré sin fijarme en el precio —afirmó, señalando las bolsas.
—Pero si tienes tanto dinero, ¿por qué no rompiste el contrato de arrendamiento del dúplex y para qué trabajas?
—Lo primero fue por lo de la demanda que nos podían poner, malgastaría mucho dinero más y de nada valía si solo yo me arriesgaba. Lo segundo es porque me gusta trabajar en lugar de pensar que tengo la vida resuelta, lo de la herencia me da una gran ventaja económica, pero prefiero ganarme el dinero con mi propio esfuerzo.
¿Y se supone que por esto temía que ya no me gustara? Es demasiado encantador.
—Siento no haberte contado. Es solo que no me siento cómodo con ello y no quería que pensaras que soy un heredero presumido que te compra con regalos. Pensaba contártelo, pero más adelante.
—Lan, sabes que me importa muy poco si tienes dinero o no, yo te quiero por lo que eres y no por lo que tienes. Es cierto, estoy harta de los chicos ricos y los regalos innecesarios me aburren, pero tú no eres como ellos. De hecho, si Carlos no hubiese hablado, ni siquiera me habría enterado de tu secretito porque no lo sospechaba. Y no vas dejar de gustarme, eso jamás.
—Eso es justo lo que necesitaba escuchar —se levantó y me abrazó sin previo aviso.
—¿Por qué creíste que me importaría? —le devolví el abrazo.
—Porque eres sencilla y para nada materialista. Recuerdo que cuando salías con Connor, te quejabas porque las citas siempre eran en restaurantes lujosos. Sé que una de las cosas que te gusta de mí es que soy todo lo contrario a un chico de Hale, así que creí que el hecho de que tengo el dinero de uno, te molestaría.
—Lo que me molesta es que me ocultes las cosas —nos separamos—. Solo necesito que confíes en mí.
—Confío en ti —acunó mi rostro con sus manos—. Ahora qué tal si te pruebas la ropa antes de que se nos haga más tarde.
—¡Mierda!
(...)
He de admitir que mi chico tiene muy buen gusto. Adoré todo lo que compró para mí, tanto que no sabía qué ponerme. Al final opté por una falda ceñida de cuadros azules a juego con la blusa, un largo abrigo color gris oscuro y unas botas altas.
Al igual que ayer, ingresamos al edificio y en la recepción nos indicaron que fuéramos a la misma sala del día anterior. Estando allí, nos encontramos con un montón de personas que, al igual que yo, estaban ansiosas por saber los resultados.
Mis nervios regresaron. Confiaba en que me fue bien en la entrevista y en que tenía posibilidades de quedar entre esos siete, sin embargo eso no calmó la ansiedad que causa la incertidumbre.
Allan me abrazaba por detrás como siempre, brindándome calor y apoyo emocional. Es increíble lo protegida que me hace sentir.
—Todo va a estar bien, princesa —murmuró en mi oído.
—No dejes de abrazarme, eso me ayuda.
—Nunca.
Pasados un par de minutos más, apareció la secretaria que el día anterior se estaba encargando de llamar a los postulantes. A su lado se encontraba un hombre de traje elegante que fue parte del jurado que se encargó de las entrevistas, según tengo entendido es el director general del área de periodismo.
Luego de darnos los buenos días y agradecernos por nuestra participación, comenzaron a mencionar los nombres de los afortunados que lograron el puesto. Conforme los iban mencionando, mis nervios aumentaban. Tenía las manos sudadas cuando mi novio las tomó en un intento de calmarme.
—Em, tranquila. Solo han mencionado a los primeros cuatro.
La secretaria anunció al quinto, y adivinen, no era yo.
—Cinco —corregí con la voz temblorosa.
—Uno de los dos que quedan eres tú. Estoy seguro —me sonrió.
Fue anunciado el sexto, logrando que tanto yo como el resto de los allí presentes, nos tensáramos. La presión que sentía era impresionante.
Tierra, trágame.
—Y por último —comenzó a decir la secretaria leyendo el nombre en el documento que sostenía—: Emma Wilson.
¡Espera, tierra! ¡No me tragues!
Me quedé petrificada por la sorpresa, tanto que Lan tuvo que sacudirme un poco para hacerme reaccionar. Al igual que los seis anteriores becarios, caminé hacia el frente y me fue entregado un colgante con mi tarjeta de identificación.
"Emma Wilson, becaria universitaria de Periodismo".
¡Esto es increíble!
Acababa de ingresar a uno de las cadenas de noticias más importantes de todo el país. Es el sueño de cualquier estudiante de Periodismo y...¡lo logré!
¡Tierra, gracias por no tragarme!
▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪▪
Nuevo capítulooo!!!
¿Qué creen acerca del pequeño secreto de Allan?
¡Emma entró a Union News! Wiiii.
Besos de Karina K.love 😉
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top