Capítulo 38: Chismes, citas y apuestas
Emma
¿Hay algo en el mundo mejor que estar con ese chico especial que tanto quieres? No sé ustedes, pero yo creo que no.
¿Quién hubiera dicho que yo, Emma Wilson, a la que nadie conocía hasta que un video de mi ruptura se hizo viral, estaría caminando por el campus de Jonhson de mano con el gran ex-playboy Allan Lerman?
¡Ah, sí! Carlos, Mery y Jane.
La mano de mi novio es cálida y que sujete la mía con firmeza, pero también con suavidad me hace sentir una seguridad inexplicable. Joder, y pensar que me negué por tanto tiempo a la posibilidad de entablar esta relación. Definitivamente me merecía todos los insultos cariñosos que Jane vociferó para mí.
—Listo, ya llegamos —anuncié al posicionarnos frente a la puerta del salón de clases correspondiente a mi primera hora de hoy—. Gracias por acompañarme, pudín —me incliné todo lo que pude para poder alcanzar sus labios y dejar un beso de despedida sobre ellos, desventajas de que tu novio sea alto y de llevar botas de invierno en lugar de botas altas.
Di media vuelta con la intención de entrar a al salón, pero mi pelinegro tiró de mi mano haciéndome retroceder.
—¿A dónde vas tan rápido? —sonrió, sujetándome fuertemente de la cintura.
—A clases.
—Aún no suena la campana, quédate un ratito conmigo —hizo un puchero adorable.
—Ayer pasé todo el día contigo, Lan.
—Lo sé, pero no fue suficiente —aprovechándose del agarre que estaba ejerciendo sobre mí, me pegó a él—. Nunca tengo suficiente cuando se trata de ti.
¡Mierda! Soy una suertuda de las que ya no hay.
—Hagamos algo.
—Dime.
—Me vas a dejar entrar a clases y vas a correr a tu facultad para no llegar tarde. Hoy solo tenemos clases hasta el mediodía, así que nos iremos a almorzar juntos en la pizzería del campus y llamaremos a nuestros amigos para contarles que ya estamos juntos.
—¡Cierto! Los chicos aún no saben que ya somos novios. Sabes que van a salir corriendo a decírselo a todo el campus, ¿verdad?
—Es uno de los escenarios que me imaginé.
—Ok —suspiró—, solo te dejo porque ayer faltaste para complacerme —llevó uno de los mechones de mi cabello detrás de mi oreja y dejó un suave beso sobre mis labios—. Nos vemos luego, hermosa.
—Bye —le sonreí mientras nuestras manos se desprendían la una de la otra.
Me giré y al entrar al salón, tomé asiento en el primer lugar libre que divisé. De mi mochila saqué uno de mis cuadernos y al abrirlo una pequeña nota cayó sobre mis piernas. Era algo sencillo, un papel color magenta doblado a la mitad. Lo desdoblé encontrándome con un lindo mensaje que, si no leí mal, estaba escrito con la letra de mi novio.
''Por si no te lo dije suficientes veces esta mañana, me encantas. Que tengas lindo día, Cenicienta.''
—Eres único, Allan Lerman —susurré para mí.
Tanto la primera clase como las del resto del día, transcurrieron tortuosamente lento. La única parte positiva es que ayer no me perdí nada interesante o de suficiente importancia, así que faltar para quedarme en casa pasando todo el día con Allan no fue tan mala idea.
Al terminar la última clase del día, mi estómago rugía de hambre y el resto de mi cuerpo moría por ver al guapo pelinegro. Cuando estaba llegando a la entrada, me encontré a un agitado Allan con las piernas flexionadas y las manos apoyadas en estas mientras jadeaba sin parar, parecía que había corrido un maratón.
—Lan, ¿estás bien? —pregunté, colocando mi mano sobre su espalda.
—Sí —jadeó alzando la vista—. Llegué a tiempo.
—¿A tiempo para qué?
—Para venir a buscarte.
Sonreí al instante.
No estaba acostumbrada a tener una relación con un chico tan caballeroso, y mucho menos que corran media universidad para venir a recogerme en tiempo récord. Con lo de media universidad no mentía, mi facultad de encuentra en un extremo y la suya está ubicada en casi en el centro del campus, por lo tanto corrió bastante para llegar justo a tiempo. Es un detalle, pero...sigue siendo jodidamente lindo.
—¿Por qué me sonríes así? —sonrió él también inconscientemente.
—Porque... —eres un amor de novio y cada vez me cuesta más no enamorarme de ti, pero no quiero espantarte diciéndotelo cuando solo llevamos dos días de relación— te ves sexy con los rizos que caen sobre tu frente pegados a ella por el sudor.
—Pervertida —rió por lo bajo.
—¿Qué dijiste?
—Divertida —repuso con rapidez y extendió su mano para que la tomara—. Vamos a comer pizza.
Tomé su mano—. Vamos.
No sé en qué momento lo hizo, pero mi chico ya había acordado con nuestros amigos vernos en la pizzería. Cuando llegamos, ellos ya tenían una mesa apartada con dos asientos libres para nosotros y no tuvieron discreción alguna al mirar directamente hacia nuestras manos unidas.
—Hey —saludó Lan mientras nos sentábamos frente a los chicos.
—¿Eso es nuevo? —preguntó Carlos apuntando hacia nuestras manos que aún juntas.
—No me digan que es una nueva fase del coqueteo —bufó Jane—. Prueban cómo se siente para comprobar qué tan compatibles serían como pareja.
Tuve que aguantarme la risa. Ese comentario, sumado a las muecas de mi amiga, me resultaban muy chistosas.
—En realidad no. No tenemos que comprobar nada porque...ya estamos juntos.
Los rostros de los tres adoptaron la misma expresión: los ojos abiertos como si hubiesen visto un fantasma y sus bocas formando una enorme O. No se lo esperaban.
—¿Que ustedes qué cosa? —preguntó Mery sin salir de su desconcierto.
—Ya somos novios, desde el domingo —respondió mi pudín—. Del todo oficiales y con mucho sexo de por medio.
En otra circunstancia lo hubiese regañado por ventilar nuestra vida sexual, pero con nuestros amigos debíamos ser más gráficos o no se lo creerían.
—¿Nos esperan un segundo? Tenemos que procesarlo —dijo Carlos, aún descolocado.
Tomó a cada gemela de una muñeca y los tres se levantaron. Al tratarse de una pizzería al aire libre cuyas mesas estaban cobijadas por unas sombrillas y el césped de las áreas verdes del campus se encontraba justo al lado, solo les bastó dar tres pasos para estar en el centro de atención de todos los presentes. Comenzaron a hacer una especie de coreografía ridícula similar a mi baile de la felicidad.
—¡Sabía que este día llegaría! ¡Ya puedo morir en paz! —gritó Carlos sin importarle el público que lo miraba.
—¡Follaron por fin! ¡Ya follaron! —chilló Jane con la misma indiscreción que su cuñado.
—¡Mi deseo de Navidad se cumplió! —brincó Mery sin notar que ya habían un par de clientes más de la pizzería grabándolos con sus celulares.
—No debimos haberles contado en un lugar público —murmuró Allan en mi oído.
—Grave error nuestro. ¿Vamos a evitar que sigan haciendo el ridículo?
—Sí, vamos.
Caminamos hacia ellos y prácticamente tuvimos que arrastrarlos de regreso a nuestra mesa. Al parecer los tres habían perdido por entero el sentido de la vergüenza.
—¿No les da vergüenza? —los regañó Lan en plan ''papá rudo''.
¡Uy! Ya está practicando para cuando tengamos a Allana y En...¡no! Dios, ya estoy pensando en tonterías.
—A mí no —la rubia se encogió de hombros.
—Vergüenza les debió dar a ustedes haberse tardado tanto en estar juntos —nos reprendió la castaña—. Ahora estuviésemos celebrando sus dos meses en lugar de dos días.
Me llamó la antención que Carlos, el primer promotor de nuestra relación desde el día uno, estaba callado y en su lugar parecía estar llamando a alguien. Cuando quise preguntar, él comenzó a hablar.
—Sí. Mamá, te tengo el chisme del siglo —Allan casi saltó sobre la mesa para quitarle el teléfono a su mejor amigo, pero este previniendo su ataque, se echó hacia atrás—. ¡Tu sobrino precioso al fin está ennoviado con Emma! —asintió como si su madre lo viera—. Sí, ya puedes preparar el festín para el fin de semana.
—¿Catherine? —dijo mi mejor amiga también hablando por su celular y al escuchar el nombre de mi madre me alarmé—. Sí soy Jane —me avalancé sobre ella como mi novio había hecho con Carlos, pero obtuve el mismo resultado—. ¿Adivina a quién se tiró tu hija? Sí, ¡ya son novios! Te la paso.
Fulminé a mi amiga con la mirada y tomé el móvil, llevándolo a mi oreja.
—Hola, mami.
—¿¡Cómo que ya estás de novia con Allan y no me habías dicho nada!? —su grito fue tal que tuve que apartar el aparato de mi oído antes de que me reventara un tímpano.
—Ma, no te enojes. No llevamos ni dos días juntos y lo hemos pasado...
—¡No me des explicaciones! —me interrumpió—. Eres adulta y libre de hacer lo que quieras. ¡Solo que estoy muy emocionada porque por fin están juntos! —chilló como adolescente de high school.
¡No! ¡Puede! ¡Ser!
—¿Entonces no estás enojada por no haberte contado antes?
—Para nada. Disfruta a ese amor de chico y cuídalo, los de su tipo ya no se fabrican.
—Sí, mamá —observé a mi pelinegro que al parecer también estaba hablando con Wanda—. Sé que es edición limitada.
—Luego me llamas y me lo cuentas todo. Quiero detalles.
—Claro, mamá —reí.
Le devolví el teléfono a mi amiga y un segundo después Allan hizo lo mismo con el de Carlos.
—¿Sí? ¿Mamá? —esta vez quien hablaba por su celular era Mery—. Gané la apuesta, te dije que Allan y Emma estarían juntos antes de que enero acabara.
—¡Mery! —gritamos ambos al unísono.
—Silencio —siseó—. ¿No ven que le estoy contando el chisme a mi mamá? —dicho esto continuó hablando como si nada.
—Sabía que en algún momento Carlos y Jane terminarían de corromperla —comentó mi chico, llevándose la mano a su frente.
La próxima hora y media la pasamos juntos comiendo pizza y evitando la boda improvisada que nuestros amigos querían celebrarnos. Ellos parecían estar más contentos que nosotros con la noticia, tanto que dijeron que iban a apuntarse a clases de costura para hacer la ropita de bebé de Allana y Enmanuel.
Por enésima vez...¡mis hijos no se van a llamar así!
Nos despedimos del trío casamentero con la intención de regresar a casa, pero a mitad de camino cierto chico decidió que era mejor idea ir a una cita. Ni siquiera pregunté a dónde me llevaría esta vez, él no pensaba decirme y yo no gastaría energía preguntándole en vano.
Aparcamos afuera de Rolling Kirby, un boliche cercano al campus. Un lugar original para una cita, no puedo negarlo. Al ingresar, pagamos la entrada y nos colocamos los zapatos especiales, dejando los nuestros en una especie de guardabolsos en el que nos entregaban una ficha con un número para luego recogerlos.
El ambiente del sitio me encantaba. Las paredes mayormente estaban pintadas de colores magenta y luces de neón del mismo color. Las pequeñas mesas redondas en las que los clientes nos sentábamos eran de una tonalidad plateada. En fin, el lugar tenía estilo.
—¿Te gusta el lugar? —preguntó mi novio, llegando a nuestra mesa con unas bebidas, esperábamos a que un grupo de adolescentes terminaran su último juego y desocuparan una pista para poder jugar nosotros.
—Lo adoro —tomé el vaso con la bebida azul—. Antes solía venir seguido.
—¿En serio? —preguntó antes de llevarse a la boca una papa de la bolsa de Lay's que habíamos comprando antes.
—Sí, en segundo año. Jane y yo adorábamos venir.
—¿Por qué dejaron de hacerlo?
—Estábamos ocupadas con la escuela, empezamos a ir a discotecas y bares, ya sabes.
—Ok, pero si tanto frecuentabas este lugar quiere decir que eras muy buena —dio un sorbo de su bebida.
—Soy muy buena —tomé una papa y mordí un trozo.
—Es bueno saberlo, porque yo también lo soy —dijo en un tono retador.
Oh, Allan Lerman. No tienes idea de lo rápido que tu novia reacciona a un reto.
—Entonces juguemos y apostemos —me levanté y caminé hacia la pista que los chicos acababan de abandonar.
Mi novio no tardó en seguirme y unirse a mí frente a la pista. Tomé una de las pesadas bolas color rosa y la sostuve en una postura cómoda, como si posara para una foto.
—¿Apostar? —alzó una ceja.
—Escuchaste bien, apostemos.
—Pareces estar muy segura de poder ganar —sonrió, cruzándose de brazos.
—Lo estoy —me encogí de hombros.
—Ok, entonces apostemos. Si yo gano, cocinarás tú durante una semana y si pierdo, yo limpiaré durante el mismo tiempo.
—¿Tú? ¿Limpiando? Eso quiero verlo —me mofé.
—Yo también quiero verte a ti cocinando con un lindo delantal puesto —sonrió y se acercó a mí—, solo en delantal —susurró en mi oído haciendo que casi se me cayera la bola.
Lo empujé ligeramente, si pensaba que me iba a desconcentrar, estaba muy equivocado.
—Qué pena que te vas a quedar con las ganas.
—Eso ya lo veremos. Las damas primero —hizo una corta reverencia.
Me puse en posición e hice mi primer lanzamiento. ¡Chuza! Luego tocó su turno y...¡sorpresa! Él también hizo chuza. En ese momento supe que la competencia estaría reñida, pero no pensaba dejarme vencer por él, no con una apuesta así de por medio, ¡necesito sus arepas!
Así continuamos intercalándonos conforme tocaban nuestros respectivos turnos. Tengo que admitir que mi Joker es bueno y se ve jodidamente sexy lanzando la bola. Ese detallito fue la fuente de mi desconcentración durante dos turnos seguidos, por lo que decidí pagarle con la misma moneda. A partir de mi quinto turno, me quité el suéter, con la excusa de que tenía ''mucho calor'', dejando a la vista mi fina blusa blanca que dejaba ver parte de mis senos cuando me colocaba en posición para lanzar.
¡Oh sí! Eso sin dudas lo desconcentró bastante, tanto que casi falló sus próximos tres turnos. No conforme con eso, él también se quitó su abrigo quedándose solo con su sexy camiseta negra que no cubría para nada sus musculosos brazos. Ver cómo se contraían esos deliciosos músculos me daban ganas de mandar el juego a la mierda y arrastrarlo hasta el baño para ya saben qué.
Con ambos así de desconcentrados, no volvimos a hacer ninguna chuza ninguno de los dos. Cada uno estaba concentrado en las dotaciones del otro y parecíamos estar más preocupados por seducirnos que por ganar.
Cuando vi en la pantalla de puntuación que la de él era más alta que la mía, decidí cambiar de estrategia. Cada vez que terminaba de tirar, así fuera el peor tiro del mundo, hacia un corto baile parecido al de la felicidad que incluía saltitos. Saltitos que provocaban que mis senos rebotaran y se llevaban toda su atención.
Luego él volvió a provocarme. Después de cada tiro, se subía la camiseta y hacía un sensual movimiento de caderas al estilo stripper que haría que cualquier chica quisiera comérselo a besos.
Así fue como llegamos al final del juego, ambos empatados con puntuaciones pésimas. Allan tiró primero y contra todo pronóstico, logró realizar una chuza tan perfecta como la primera.
¡Estaba muerta!
—¿Crees que puedas superar eso? —presumió, hablando por primera vez desde que inició el juego, hasta ahora solo nos habíamos provocado en silencio.
—Claro que puedo —respondí con una seguridad que no tenía.
Tomé una bola y mientras me preparaba a tirar, eliminé de mis pensamientos todos los rastros de perversión y la imagen de mi novio, debía concentrarme. La verdad no me importaba cocinar para él y después de todo solo sería una semana, pero no, detesto perder apuestas y moría por ver a Allan Lerman, el dios del desorden, limpiando la casa.
—Lo estás pensando demasiado —se burló al ver que no hacía el dichoso lanzamiento.
—El tiro perfecto no requiere suerte, sino precisión —le respondí sin mirarlo, mi campo visual estaba totalmente centrado en los pinos.
—¿Puedo desearte suerte?
—No la necesito, pero, ¿por qué no?
Un segundo después tenía a mi chico detrás de mí, con su cuerpo pegado al mío, sus manos en mis caderas y su respiración muy cerca de mi oído.
Oh-oh.
Me dio un corto beso en el cuello y volvió a llevar su boca a mi oído.
—Suerte —murmuró seductoramente suave.
¡A la mierda! Voy a perder.
Después de que se separó de mí, me obligué a no mirarlo para no perder la poca cordura que me quedaba. Traté de recuperar la concentración y volví a fijar mi vista en los pinos. Hice el lanzamiento y...¡mierda! Solo derribé tres.
—¡Mierda! —maldije entre dientes.
—Eso —apuntó hacia la pantalla—, significa que gané —sonrió maliciosamente.
—¡Eres un tramposo de mierda! —lo golpeé en el pecho, pero él solo se reía—. ¿¡Cómo se supone que haga un buen tiro si me deseas suerte así!?
—¡Ay, por favor! —me sostuvo de las muñecas para evitar que lo siguiera golpeando—. Durante todo el juego nos la pasamos seduciéndonos el uno al otro, ¿y ahora dices que es trampa? No, Srta. Wilson.
—Voy a cocinar durante los próximos siete días, pero que conste que te sigo considerando un tramposo de lo peor.
Sonrió encantado, al parecer mi enojo le divertía.
Después de eso continuamos jugando un rato más, pero sin apuestas de por medio. Irónicamente todos mis tiros fueron perfectos, pero claro, ya no tenía a Allan insinuándoseme.
Volvimos a casa después de un par de horas. Estaba cansada y mi cuerpo pedía una reconfortante ducha vespertina. Pero...
—Tengo hambre —esas dos palabras viniendo del pelinegro me cayeron como una patada en el trasero.
Me giré, encontrándome con su expresión juguetona. Estaba disfrutando mucho de la situación.
—Prepárate un sándwish —señalé lo obvio.
—Ah-ah —negó con la cabeza—, ¿se te olvidó que te encargas de la cocina?
—Exacto, cocinar. Se refiere a desayuno, almuerzo y cena. Las meriendas puedes hacértelas tú mismo.
—Creo que no lo has entendido del todo bien, princesita —se apoyó en la pared de la entrada a la cocina—. Es todo. Desayuno, merienda, almuerzo, aperitivos, cena, bebidas y postres. Todo.
—Eres un...
—Excelente jugador de bolos —me interrumpió—, lo sé.
—Presumido —me quejé por lo bajo, ingresando a la cocina.
—¿Qué dijiste?
—Pervertido. Dije pervertido —''rectifiqué''.
—¿Pervertido por qué? —sonrió, apoyándose en la encimera mientras yo buscaba los ingredientes para el sándwish en la nevera.
—Porque quieres que cocine semidesnuda —respondí mientras me quitaba la blusa quedándome solo en sostén.
Sus ojos saltaron de su rostro y aterrizaron en mi pechos. Antes al menos disimulaba, ahora me desviste con la mirada y sin pudor alguno. En vista de que fue su idea, me deshice también de mi pantalón y zapatos. Luego me puse el desgastado delantal color rosa y me quité la ropa interior. Pude haberlo hecho en el orden contrario, pero le quité el privilegio de verme del todo desnuda por hacer trampa. No obstante mi trasero sí quedaba al aire para su deleite visual.
Comencé a preparar el sándwish, moviendo sutilmente mis caderas. Al estar de espaldas no era capaz de ver la cara de mi novio, pero podía jurar que estaba babeando como un bulldog en ese instante.
No pasaron ni cinco minutos y ya lo tenía detrás de mí, abrazándome.
—Eres lo más sexy que he visto en mi puta vida —murmuró, pero prácticamente fue un jadeo.
—Tú lo pediste —respondí, moviéndome ''con inocencia'' contra él.
—Era una broma, no creí que usarías solo el delantal de verdad.
—Ya sabes que no puedes bromear retando a tu novia.
—Para nada, voy a bromear más seguido.
Ya había terminado el sándwish, así que me giré encontrándome con el brillo de lujuria que invadía los grises ojos de mi chico. No iba a engañarme a mí misma diciendo que no moría por avalanzarme sobre él y hacerlo sobre la encimera, pero lo quería castigar por tramposo.
—Aquí tienes tu merienda —le entregué el bocadillo y tomé mi ropa.
—¿Sabes qué? Se me acaba de antojar otra merienda.
—Qué pena —yo ya me estaba poniendo de nuevo mi ropa interior—, no tenemos melones en la nevera —dije, dejando al descubierto mis senos justo antes de ponerme el sujetador.
Se le hizo la boca agua.
—Quizás melones no, pero salami sí.
Me tientas...pero no voy a caer.
—Es que no tengo hambre —puse una expresión de falsa disculpa.
De la nada su rostro se transformó. Ya no era divertido ni tierno, sino depredador. Literalmente me miraba como un león hambriento a punto de atacar a su presa.
Tomé el resto de mi ropa que aún estaba sobre la encimera y salí corriendo de allí. Fue en vano, me atrapó en la sala de estar y en un movimiento rápido me lanzó al sofá. En un parpadeo lo tenía encima de mí sujetándome de las muñecas y bloqueando mi cuerpo con el suyo para evitar que escapara. Me acorraló.
—¿Y ahora qué? ¿O coopero o me violas? —sonreí al recordarlo.
No pudo contener la risa y soltó su agarre, en cambio se recostó en mi lugar y me colocó sobre él.
—¡Dios! ¡Qué buenas vistas! —se mordió el labio inferior.
—Lo mismo digo —dejé un camino de besos húmedos en su pecho—. Sabes que siempre tengo hambre de tu salami, ¿verdad?
—Y yo de tus melones —no perdió la oportunidad y comenzó a masajearlos, voy a comenzar a pensar que sí tengo senos de actriz porno—. La próxima vez apostaré otra cosa, verte cocinar casi desnuda es más de lo que puedo soportar.
—Tú lo pediste, pero si tanto te provoca, entonces podemos tener un final feliz cada vez que termine de cocinar.
—¿Ah sí? —sonrió antes de intentar besarme, intento fallido en vista de que lo esquivé y me paré de encima de él.
—Pero hoy no —tomé otra vez mi ropa y caminé hacia la escalera.
—¿Por qué? —lloriqueó como niño pequeño.
—Por hacer trampa en los bolos. Mañana en el desayuno tendrás tu final feliz.
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Nuevo capítulooo!!!
¿Qué les pareció el cap.?
Besos de Karina K.love 😉
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