Capítulo 26: La otra cara de la moneda

Allan

¡Por fin habían acabado los exámenes parciales! Las inmensas ganas que tenía de quemar cada libro, cuaderno y apunte me superaban. El semestre oficialmente culminó, solo debíamos esperar las calificaciones o en el caso de los reprobados, rendir en los exámenes extraordinarios.

Salí de la facultad saltando de alegría, literalmente. Estaba haciendo el ridículo como nunca, pero no era el único, en medio del campus se encontraban mis mejores amigos haciendo exactamente el mismo tonto bailecillo de la victoria.

—¡Por fin! —chilló Carlos.

—¿Cómo les fue en sus exámenes?

—A mí me fue genial y ya te debes imaginar cómo le fue al chico desastre —rió Mery—. Y supongo que a ti te fue igual de bien.

—¡Sí! O bueno, eso creo. Tenemos que esperar a que publiquen las calificaciones.

—Estudiamos muchísimo, estoy segura de que nos fue genial.

—Y eso amerita celebración, al menos porque al fin se acabó este semestre. Así que ya saben, hoy hay fiesta en el dúplex.

—¿Será una fiesta o una reunión? —preguntó el castaño.

—Una reunión de amigos. Solo nosotros, Emma y mucho alcohol.

—¡Ahí estaremos! —afirmaron al unísono lo cual me hizo reír.

—Y hablando de Emma, ¿cómo van las cosas con ella? —preguntó mi amiga.

Horribles. Bueno, en realidad nuestra relación de amistad no ha cambiado mucho, pero es más que obvio que hay una cierta tensión entre nosotros. Desde la noche en la que volvió de esa estúpida cita con Connor ha estado un poco rara a mi alrededor y ha comenzado a pasar más tiempo con él.

No lo voy a negar, los celos me estaban matando, así que, para no hacerlo notar, me he distanciado de cierta manera. Fingía estudiar o cocinaba cuando quería contarme algo acerca de cómo le va con su ''pretendiente''. Ya no vemos películas juntos y de vez en cuando es Connor quien la recoge a la salida de la universidad. Me sentía muy fuera de lugar, pero tampoco podía sacarla de mi cabeza, así que la única manera de contestar a esa pregunta es...

—Como siempre, solo somos amigos.

—Amigos que suspiran el uno por el otro —intervino mi mejor amigo.

—No. Yo suspiro por ella y ella suspira por otro.

—Nah, con Connor no tiene ni la mitad de química que tiene contigo —objetó la rubia.

—Eso lo dices porque eres mi amiga y quieres liberarte de la culpa porque fuiste tú quien animó a Emma a conocer a Connor en primer lugar —la acusé con el dedo.

—Ok, tienes razón en ese sentido. Pero como pasó con Connor en el gimnasio, pudo haber pasado con cualquier otro chico en cualquier otro lugar —contraatacó.

—Y no es por defender a mi novia, pero te tardaste mucho en admitir lo que sentías y tarde o temprano alguien se fijaría en una chica como ella —añadió Carlos y debo aceptar que tiene razón.

—Sí. Todo porque no había superado a mi ex y tenía dudas de lo que podría llegar a pasar entre Emma y yo. E inseguridades también, ¿para qué mentir?

—Hablando de eso. ¿En qué momento superaste a Vanessa? —cuestionó Mery.

Me detuve un segundo a pensar en eso, había pasado el tema Vanessa totalmente por alto durante las últimas semanas. A ciencia cierta no sabía en qué momento justo, ni siquiera lo recordaba. Supongo que superar a alguien es como enamorarte, un proceso paulatino y que se va dando poco a poco sin que tengas consciencia de cuándo comienza, solo te das cuenta cuando ya no hay marcha atrás.

—Si te soy sincero, no tengo ni puta idea. Al principio me pegó muy fuerte y fue aún peor cuando salió a luz el intercambio del dúplex, ustedes son testigos de mi mal de amores las semanas antes de que me mudara.

—Sí, nunca te vi beber tanto —asintió Carlos.

—Pero con el cambio de ambiente, la universidad y en especial conocer mejor a Emma, hizo que despejara mi mente al principio. Luego Emma me empezó a gustar y me acostumbré a su compañía. Para cuando me di cuenta, ya me estaba enamorando de ella y ya ni siquiera pienso Vanessa.

—Un clavo saca a otro clavo —sonrió la rubia.

—No. La chica correcta te hace olvidar a la chica incorrecta.

(...)

Aperitivos, globos, buena música y mucho alcohol. La receta perfecta para una pequeña celebración de amigos universitarios.

En este instante se debían estar armando fiestas enormes en cada fraternidad y hermandad del campus, pero, a menos que quieras terminar desnudo y varado en otra ciudad o cualquier otro escenario vergonzoso, no es buena opción asistir a ninguna de ellas. No se confundan, soy amante de las fiestas y en especial cuando hay un buen motivo para celebrar, pero si la última vez que fui a una acabé así, imagínense ahora.

Terminé de preparar la mesa, o mejor dicho, de amontonar todas las botellas de diferentes tipos de licor y las golosinas sobre la encimera de la cocina. Pensaba hacer la reunión en la sala, pero, conociendo a mis amigos, me consta que eso acabaría muy mal. Además, detesto limpiar, pero tampoco puedo dejar que Emma se encargue de todo así que la fiesta se traslada al espacio más reducido y fácil de reacomodar de la casa.

—Wow, en serio que organizar no es lo tuyo —rió detrás de mí.

Me giré encontrándome con la hermosa figura de mi chica favorita. Lucía un vestido sencillo color salmón que le llegaba por la mitad de los muslos, una chaqueta de cuero negra remangada hasta los codos y botas a juego. Sencillamente linda, no es novedad.

—¿No dijimos que nada de vestirnos para salir cuando solo estaremos nosotros cinco? —apoyé un brazo en el poco espacio libre que quedaba en la encimera.

—Lo dice el chico de la camisa elegante —se cruzó de brazos dirigiendo su vista a mi torso.

Examiné mi vestimenta. No era nada del otro mundo. Una camisa de vestir blanca remangada, unos jeans de mezclilla y mis clásicos vans.

—No le veo nada de especial a mi look. Con esto puedo ir al supermercado a hacer las compras de la semana.

—¿Y crees que yo no con el mío? —bufó—. Iluso —rió mientras tomaba uno de los tantos bombones de chocolate esparcidos por la encimera.

Pasé por alto su comentario y me limité a reír. Vi cómo le quitaba el envoltorio y mordía el obalado trozo de chocolate. Todo estaba bien hasta que se relamió los labios despertando mi lado pervertido, así que me giré mirando hacia la pared.

—¿Sabes cuándo llega Jane? Mery y Carlos están por llegar.

—Estará aquí pronto —se giró hacia mí—. ¿Crees que haya sido buena idea reunir a Jane con Mery?

—No tiene nada de malo y tampoco creo que se enojen. Será como la noche de la supermarket party.

—La noche de la supermarket party estábamos tan borrachos que aún no entiendo cómo amanecimos vivos.

—Buen punto. Pero de todas formas pienso que esto saldrá bien. Ambas vienen de buen humor y dudo que se detengan a discutir. Quizás hasta recuerden sus viejos tiempos y comiencen a llevarse mejor.

—No es por ser pesimista, pero dudo que las cosas se resuelvan tan fácilmente.

—Claro que no, pero esto puede servir como un avance, ¿no crees?

La respuesta que me iba a dar se vio interrumpida por el sonido del timbre. Supuse que se trataba de mi pareja favorita así que caminé hasta la puerta para recibirlos. Efectivamente, del otro lado de la puerta estaban esos dos. Él vestido con un jean de mezclilla a juego con su chaqueta y una camiseta blanca simple. Ella por su lado llevaba puesto un jean negro, una blusa de mangas largas dorada y su hermoso cabello rubio suelto. Venían con una caja de cervezas, era de esperar.

—Hola, locos.

—Hola, loco —respondieron al unísono.

Me moví hacia un lado dejándolos ingresar en la casa. Hacía un frío horrible afuera, pero a ellos parecía no afectarles mucho. Les indiqué que la reunión se celebraría en la cocina y caminamos juntos hasta allí.

—¡Cenicienta! —gritó Carlos a una frecuencia que amenazaba con romper todo el vidrio del lugar.

—¡Carlos! ¡Mery! —sonrió ampliamente, saludándolos con un abrazo a cada uno—. ¿Cómo les fue en sus exámenes?

—Según nosotros, genial —respondió mi mejor amiga.

—Me alegra.

—¿Y qué tal tú, Ceni? —preguntó Carlos mientras abría una de las botellas de cerveza.

—Nada que no pudiese controlar. Tantas fiestas perdidas por estudiar acabaron valiendo la pena —rió nerviosa.

—Pero ya acabaron los malditos parciales y por eso estamos celebrando —intervine.

—¿Pero qué es una fiesta sin música? Allan, animemos esto —propuso Mery guiñándome un ojo.

Asentí y caminé hacia la sala de estar. Al lado del sofá habíamos colocado un equipo de música amplificador previamente alquilado para la ocasión. Conecté mi teléfono por bluetooth al equipo y busqué mi playlist especial para fiestas, era hora de celebrar en grande. Comencé con algo relajado y perfecto para moverse a un buen ritmo, Goodbye de Jason Derulo junto a Willy William, David Guetta y Nicki Minaj; demasiados artistas para una canción. En cuanto escuché el grito grupal proveniente de la cocina, supe que había acertado con mi elección.

—¡A eso me refería! —sonrió la rubia mientras me tendía una cerveza.

—¡Que comience la fiesta!

Comenzamos a bailar al ritmo de la pegadiza canción. Entre risas, baile y cervezas se reprodujeron al menos cuatro canciones más. Todo estaba genial y durante ese corto tiempo no pensé en nada, solo me dejé llevar por el momento. En serio necesitaba expulsar tensión y relajarme.

El timbre sonó una vez más, alertándonos que la invitada faltante ya estaba aquí. Emma me miró algo nerviosa y asentí para calmarla, aunque en realidad yo también estaba algo temeroso de cómo podría salir nuestro plan.

Mi roommate fue a recibir a su mejor amiga mientras yo me quedé observando a la mía. Se veía muy contenta bailando con Carlos, pero su sonrisa desapareció en cuanto vio a su gemela ingresar a la habitación.

—¡Hola! —gritó Jane alzando una botella de champán que aparentemente trajo para la fiesta, pero su expresión cambió al ver que no era la única invitada—. Hola, Carlos. Hola, Mery —los saludó en un tono mucho más apagado.

Mery me observó con una expresión de reclamo, estaba enfadada y era bastante obvio. 

—Ehhh...Jane trajo champán. ¿Qué tal si abrimos esa botella? —propuso Carlos en un intento de eliminar la tensión.

—Buena idea —apoyó Emma.

—¿Me disculpan un momento? —pidió la rubia con una sonrisa fingida, acto seguido me tomó del brazo y me llevó a la sala.

Oh, sí. Está muy enfadada.

—Mery...

—¡Mery nada! —me interrumpió—. ¿Por qué no me dijiste que ella estaría aquí?

—Porque no hubieses venido.

—Claro que no. Te consta que no soporto tenerla cerca.

—¿Por qué?

—Tengo mis motivos —respondió, esquivando mi mirada.

—Ok, yo también tuve mis motivos para invitarla. Es la mejor amiga de Emma, también está celebrando y, si te sirve de consuelo, tampoco sabía que tú vendrías.

—No, no me sirve de consuelo —se cruzó de brazos.

—Amiga, ¿no podemos simplemente olvidarnos de sus diferencias y festejar un rato?

—Yo lo estaba pasando genial hasta que llegó.

—Pues ignórala y sigue pasándola genial, ¿sí?

—Ok —suspiró—, lo intentaré.

Victorioso, la rodeé con mi brazo y volvimos a la cocina. Emma, Carlos y en especial Jane estaban espectantes a su reacción.

—Que siga la fiesta —anunció para nuestra alegría.

Sin desperdiciar un segundo más, le subimos el volumen a la música y abrimos la botella de champán. Entre tragos, fotos y baile se nos fue el tiempo otra vez. Las gemelas no estaban precisamente unidas, literalmente cada una se encontraba en la esquina contraria a la de la otra, pero al menos no discutían y parecían estar más relajadas.

—No sé cómo lo lograste, pero está funcionando —me dijo Emma al oído.

—No las veo muy compenetradas que digamos —le susurré de vuelta.

—Pero llevan como una media hora en la misma habitación sin pelear. Algo es algo.

—En eso tienes razón. ¿Sabes? Creo que...

—¡Jane, aléjate! —gritó Mery.

Emma y yo nos giramos para verlas a ambas enfrentadas. En ese justo momento llegó Carlos que había ido al baño y se encontró con la escena. Quité la música, para este momento la fiesta ya no tenía importancia.

Esto va a estar feo.

—¿Por qué? ¿Por qué me tengo que alejar? —rebatió Jane casi al borde de las lágrimas—. Estoy cansada de pedirte perdón. No puedo regresar el tiempo, Mery. ¿Qué quieres que haga?

—Quiero que desaparezcas de mi vista —le gritó Mery, nunca la había visto siendo tan dura—. Te lo dije hace cuatro años y te lo repito ahora, jamás te voy a perdonar

—¡No quiero alejarme! —zanjó—. Te he dado tu espacio todo este tiempo, pero me cansé de que me esquives. No me puedes odiar toda la vida, hermana.

—¡No soy tu hermana! —gritó la rubia—. Te detesto. ¡Detesto tener como gemela a una delincuente como tú!

¿¡Qué!? ¿Jane delincuente?

Emma

No podía creer lo que acababa de escuchar de la boca de Mery. Sí sabía parte del pasado de Jane con respecto a que estuvo en un centro de ayuda para jóvenes problemáticos y sin amparo familiar hace cuatro años. Pero...¿delincuente? No, mi mejor amiga no puede ser una delincuente.

—Mery... —apenas logró articular Jane mientras las lágrimas descendían por su rostro.

—¡Diles! Diles a todos lo que me hiciste —Mery la empujó y comenzó a caminar hacia ella acorralándola contra una pared, la furia se le salía por los poros—. Todo lo que perdí por tu culpa, por tus malditas malas compañías.

—¡Mery, basta! —intervino Carlos—. Joder, tú no eres así y esta no es la forma correcta de...

—No... Ella tiene razón —objetó mi mejor amiga.

—Jane... —dije, débilmente.

—Todo lo que Mery ha dicho es cierto. Soy una delincuente, una rata de alcantarilla...y les voy a contar el porqué —tragó saliva y se limpió las lágrimas antes de continuar—. Mery y yo nos llevábamos muy bien hace cinco años. Yo siempre fui la hermana rebelde y fiestera, ella siempre me cubría de nuestros padres, pero nuestro vínculo siempre estuvo ahí.

—¿Qué pasó exactamente? —preguntó Allan con mucha más delicadeza que Mery.

—A los 17 años yo tenía un novio. Él formaba parte de una pequeña pandilla que se dedicaba a delitos suburbanos. Ya saben, robaban en tiendas de suministros, vendían alcohol a menores de edad, fabricaban identificaciones falsas, ese tipo de cosas. Yo nunca formé parte, pero sí estaba consciente de que mi novio estaba metido en todo eso. Todos me decían que era una mala compañía, pero a mí lo único que me importaba era él, lo amaba.

—Incluso más que a tu hermana —comentó Mery.

—¡No!

—No te atrevas a negarlo después de lo que hiciste —gruñó la rubia en respuesta.

—Yo no lo hice. Solo...solo déjame explicarlo —suspiró—. Un día tuve una fuerte discusión con mis padres. Quería irme de mi casa y fui a buscar a mi novio. Cuando llegué estaban planeando un atraco a una joyería y yo de estúpida me dejé enredar para participar.

—¿¡Qué!? —exclamamos Carlos, Allan y yo al unísono.

—No robaría, mi trabajo era vigilar afuera. Pero algo salió mal y tuvimos que salir corriendo de allí. Atraparon a uno de los que participó y le dijo a la policía los nombres de todos, incluyendo el mío.

—Y en luagr de hacerte responsable me culpaste a mí, Jane —culminó su hermana—. ¡Arruinaste mi vida! Sabías que había ganado una beca para estudiar en el extranjero y lo importante que era para mí. Me culparon de algo con lo que no tuve nada que ver y estuve presa. Nuestros padres hicieron todo a su alcance y consiguieron sacarme, pero no pudieron eliminar mis antecedentes penales y perdí la beca, por tu culpa.

¿¡Qué!? No, no puede ser.

Jane no es esa clase de persona. Ella no culparía a su propia hermana para salvar su pellejo. Tiene que haber una explicación lógica para todo esto.

—Yo no te culpé —sollozó la gemela castaña—. Robert lo hizo, y te juro que yo no tenía idea.

—¿En serio te estás escondiendo detrás de tu noviecito pandillero? Pensé que no podías caer más bajo —bufó la gemela rubia un tanto más molesta que antes.

—No me estoy escondiendo —se limpió las lágrimas con parte de la manga de su sueter blanco—. Después de que escapamos de la joyería, nos ocultamos por unos días y planeamos irnos de la ciudad porque...yo estaba embarazada.

Eso sí me cayó como una bomba, a mí y a todos los presentes. ¿Jane embarazada? Eso no se me hubiera ocurrido ni en mis pensamientos más alocados.

—¿Tienes un hijo? —preguntó Carlos.

—No... —respondió mi amiga con la voz quebrada.

Ay no.

—¿Qué pasó? —preguntó Allan esta vez.

—Mis padres me iban a matar si se enteraban de que estaba esperando un hijo y en ese entonces todo lo que quería era escapar, así que me fui con él a otra ciudad, a Heaven Gold City. Al principio pensaba que las cosas saldrían bien con Robert, que una ciudad tan acomodada como esa podríamos empezar de cero y darle a nuestro hijo una vida decente y tranquila, que todo eso del crimen había quedado atrás...pero no fue así. Acabamos en un apartamento en malas condiciones y allí pasé los cinco primeros meses del embarazo. Con el tiempo me empezó a tratar mal, llegaba borracho y nuestro bebé parecía importarle cada vez menos —sollozó una vez más—. En realidad creo que nunca le importó y solo me pidió escapar con él para hacerme partícipe de sus fechorías, más de una vez comentó que para ciertos "trabajos" nadie sospecharía de una pobre chica embarazada, pero nunca me involucré en nada.

Maldito bastardo.

—Soporté todo eso hasta que un día vi en un periódico el caso de Mery y que mis padres habían ganado la batalla legal. En ese instante me di cuenta a lo que se refería Robert cuando dijo que él se encargaría de que no tuviésemos problemas, le echó la culpa a mi hermana de lo que yo hice y no me dijo nada.

—Maldito imbécil —comentó Carlos notablemente enojado al igual que el resto de nosotros.

—Me volví loca en ese instante. Le reclamé de todas las formas posibles, lo mandé a la mierda y le dije que regresaría con mis padres. Quería arreglar todo lo que había hecho y definitivamente no quería que mi hijo creciera con él.

—¿Qué le hizo al bebé? —pregunté, temerosa ante su respuesta.

—Comenzamos a discutir, forcejeamos y me tiró de las escaleras del edificio. El muy coberde no fue capaz de ayudarme y se fue corriendo. Para cuando llegué al hospital... —detuvo su relato para llorar un poco, lo que venía a continuación no era bueno, me lo temía— mi hijo ya había muerto y...me informaron que ya no puedo ser mamá —confesó en un mar de llanto incontenible, apenas se entendían sus palabras—. Por eso estudio Pedagogía, es lo más cerca que podré estar de los niños y una maestra es lo más parecido que hay a una madre sustituta.

—Jane... —comencé a llorar yo también, la historia era más profunda de lo que yo creía y me mataba ver a mi amiga así.

—Estaba destrozada, pero creí que aún tenía una última oportunidad de hacer las cosas bien. Regresé a mi casa, pero no entré por la puerta principal sino por la del patio y escuhé una conversación entre mis padres y mi hermana. Estaban hablando de lo decepcionados que estaban de mí y de la beca que Mery perdió por mi culpa. No pude enfrentarlos y huí otra vez.

—¿A dónde fuiste? —preguntó Allan.

—Regresé a Heaven Gold City y fui a parar a un centro de ayuda y rehabilitación para adolescentes problemáticos y...sin familia. Ahí hice todo lo posible por superar lo que había pasado e intentar ser una mejor persona, estaba harta de esa vida de mierda que estaba llevando. Tuve mucha ayuda de alguien muy especial para mí, Nilo, el hijo de los dueños del centro. Un día se nos presentó una oportunidad de estudiar en Johnson como parte de un plan de inserción para chicos como nosotros, como Mery y yo.

—Espera —intervino Mery—. Yo nunca apliqué para esta universidad porque obtuve mi beca un año antes de graduarnos de High School, pero aun así me llegó la carta de aceptación. ¿Acaso tú...?

—Llené dos planillas, una para mí y otra para ti —respondió—. Sabía toda tu información personal así que me resultó bastante sencillo y ser tu gemela resolvía la parte de la foto. Nilo me ayudó a hallar nuestras calificaciones y demás requisitos que necesitábamos. Era obvio que te aceptarían, siempre fuiste excelente.

—O sea que Mery está estudiando en la mejor universidad de la ciudad gracias ti —recapitulé.

—Sí y estúpidamente creí que eso quitaba gran parte de lo que ocasioné. Por eso el primer día de clases cuando vi a mi hermana me le acerqué con la intención de contarle todo, pero...

—Te traté como una mierda —terminó Mery por ella.

—Intenté acercarme varias veces, pero mientras más lo hacía, más me despreciabas y entendí que no me querías cerca... —agachó la cabeza— y sigue siendo así.

—Jane, yo...

—Lo siento muchísimo, Mery. Por todo. Lamento que tengas que cargar con el peso de tener a una hermana como yo, pero no te preocupes, prometo no volver a aproximarme a ti —eso fue lo último que dijo antes de marcharse.

Todos en la habitación quedaron atónitos por el exceso de tan fuerte información, pero yo no podía quedarme como ellos, mi mejor amiga me necesitaba más que nunca. Corrí detrás de ella y la alcancé en la salida. No dejaría que se fuera así, al menos no sin que supiera mi opinión con respecto a todo lo que nos acababa de contar.

—Jane. ¡Jane, espera!

Se detuvo en seco y se arrodilló en el suelo de espaldas a mí, estaba llorando. Me coloqué en la misma posición frente a ella y la abracé.

—Escúchame bien, maldita loca. Nada de lo que acabas de confesar va a cambiar ni un poco lo que pienso de ti. Eres una mujer fuerte, valiente y poderosa. No tienes idea de lo mucho que te admiro por contarnoslo y por enfrentar la vida con una sonrisa a pesar de todo lo que te ha pasado.

—Emma...

—No eres una mala persona —me separé de ella y limpié sus lágrimas con mis pulgares—, y estoy segura de que Mery en algún momento lo entenderá y te perdonará.

Sus cristalinos ojos verdes me observaron con alivio y cariño. Supuse que una declaración como la mía es lo más parecido que ha estado esperando durante años de su familia.

—Te quiero. ¿Lo sabías?

—Yo también te quiero. No te vayas.

—No quiero estar aquí, Em. Necesito desahogarme, darme un baño caliente y organizar mis ideas.

—¿Quieres que te acompañe? Allan nos puede llevar.

—No, no hace falta —nos levantamos—. Gracias por no odiarme, amiga.

—¿Quién sobre la faz de la Tierra odiaría a Jane Campbell?

—Mery y mis padres —esbozó una sonrisa triste—. Gracias por apoyarme y estar aquí para mí.

—Siempre.

Nos dimos un último abrazo y al separarnos apenas divisé cómo se marchaba con rapidez. No quería dejarla sola, pero entendía que en este momento lo necesitaba.

—¿Jane se fue? —preguntó Allan detrás de mí, haciendo que pegara un saltito por el susto.

Me giré en su dirección y esbocé una débil sonrisa.

—Sí. No quería dejarla ir, pero quiero darle su espacio.

—Aún no puedo creer todo lo que le pasó. A ambas.

—Ni yo. Aún lo estoy procesando —me abracé a mí misma, estaba tan centrada en mis emociones que no había notado el frío que hacía afuera.

—Vamos a adentro. Hace frío.

Me rodeó con sus brazos, brindándome ese calor corporal que siempre me resulta tan acogedor, mientras caminábamos hacia el interior de la casa.

—No te preocupes por Jane. Ya nos dimos cuenta de que se las arregla muy bien sola.

—¿Y cómo está Mery?

—Míralo por ti misma.

Lo que vi no me hizo sentir mucho mejor, de hecho, me hizo sentir peor.







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Nuevo capítulo!!!

El primero del año y como prometí vine con todo.

Al fin revelado el secreto de las gemelas. ¿Quién se esperaba que esta fuera la verdadera razón?

¿Qué creen que pasará ahora entre ellas?

Besos de Karina K.love 😉

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