Capítulo 23: Fiesta, Sorpresa y Secretos

Emma

¡Hoy es el cumple de Allan!

No sabía el porqué, pero estaba muy emocionada, como si fuera el mío. Carlos, Mery, Jane, Wanda y yo planeamos hacerle una fiesta sorpresa en el dúplex. Sí, sabíamos que su cumpleaños no es su día favorito del año y por lo mismo nos estábamos precipitando al planear un festejo del cual no teníamos certeza de que quisiera participar, no obstante, ninguno de nosotros queríamos pasar por alto el vigésimo primer aniversario de la llegada Allan al mundo. Teníamos la ventaja de que es fin de semana y por tanto mi tarea consistía en distraerlo hasta que todo estuviese listo.

En los últimos días he notado que ha estado un poco raro, específicamente desde el día del gimnasio. Al principio pensaba que estaba un poco celoso por Connor, pero luego recordé que cierto tema relacionado con el mes de diciembre lo perturbaba y esa posiblemente era la verdadera razón. El hecho de no tener idea de qué es exactamente eso que tanto lo incomoda me dificultaba un tanto el trabajo.

—Buenos días —me saludó entrando al comedor con una sonrisa.

—Buenos días, cumpleañero —le sonreí de vuelta.

—¿Qué es todo esto? —rió, apuntando hacia la mesa, específicamente al pequeño "banquete" que preparé para él.

—El desayuno. Tenemos panqueques, tostadas con mantequilla, omeletts, café y chocolate caliente. Todo un festín.

—Sabes que pude haberlo hecho yo, ¿no? —se cruzó de brazos y me lanzó una mirada entre juguetona y de regaño.

—Pero siempre te encargas del desayuno, además es tu cumpleaños.

—Para mí solo es el primer día del peor mes del año, no tiene nada de especial —suspiró con desánimo.

Me acerqué unos pasos más a él, como si así fuera capaz de lograr transmitirle mi buena vibra.

—Entonces hagamos que sea el mejor día del peor mes del año.

Se acercó a mí con suavidad y suspiró. En cuanto sus ojos grises hicieron contacto visual con los míos, entendí en parte porqué no le agrada este día; era nostalgia, eso era lo que su mirada me decía. Me entristeció verlo así, para mí Allan es un chico alegre y sonriente, esta versión triste no es él.

—Emma...te lo agradezco. Por el desayuno y por tus buenas intenciones. En serio gracias, pero...no tengo ánimos para esto, lo siento —dijo en voz baja y luego simplemente se fue, dejándome en parte desilusionada.

Ese no era mi Allan. Mi Joker, mi pudín, mi Superman no es un chico cabizbajo y serio. Lo que le ocurría no debía ser nada bueno o de lo contrario no estarían en ese estado. Tenía que hacer algo, lo que sea, para hacerlo sentir mejor.

Tomé una bandeja de la cocina, puse sobre ella parte del desayuno y caminé hasta la sala. Allí estaba él, sentado en el sofá haciendo zapping. Me senté a su lado colocando la bandeja entre ambos.

—Hey, pudín.

No me contestó. Miraba seriamente la pantalla del televisor a pesar de que no estaba viendo ningún canal en específico, solo los cambiaba una y otra vez. Me estaba ignorando por completo y hasta cierto punto lo entendía, sé que en momentos así sentimos la necesidad de estar solos.

—Oye...sé que no tienes ganas de hablar y también sé que no es tu intención ignorarme. Pero este no tiene que ser un mal día el resto de tu vida.

Silencio, esa fue la respuesta que me dio.

—Bien, entiendo —asentí—. Aquí te dejo el desayuno y si necesitas hablar, estaré en mi habitación.

Me levanté del sofá con la intención de dejarlo solo, al menos por un rato, no quería presionarlo. En cuanto me giré para irme, me tomó de la muñeca tomándome por sorpresa.

—Espera —suspiró.

Di media vuelta sin soltarme de su agarre. Lucía arrepentido de su comportamiento de hace un rato y, siendo sincera, no podía enojarme con él.

—Lo siento —murmuró—. Quédate, por favor.

Volví a sentarme, pero esta vez más cerca de él. Presentía que iba a tener que consolarlo, solo que aún desconocía el motivo por el cual necesitaba consuelo.

—¿Estás bien? —susurré.

—No... —respondió con la voz quebrada.

¿Allan llorando? Esto debe ser muy malo.

—¿Qué puedo hacer por ti?

Me dolía no poder hacer nada para ayudarlo. El simple hecho de estar sentada a su lado y verlo en ese estado me hacía sentir impotente. Él ha hecho demasiado por mí y de algún modo quería devolvérselo, en especial porque el asunto parecía más serio de lo que en un principio pensé.

—Solo quédate —me miró y sí, estaba llorando.

—Eso haré —le sonreí débilmente.

Me acurruqué a su lado y lo envolví entre mis brazos como tantas otras veces él lo había hecho conmigo. Me abrazó igualmente recargando su cabeza en mi hombro. No sé cuánto tiempo permanecimos así y tampoco me importaba, solo quería hacerlo sentir mejor. Quería que, al menos en mis brazos, se sintiera protegido y entendido, pero sobre todo apoyado.

Pasado un tiempo, se separó de mí. Sus ojos estaban irritados e hinchados, sonreía débilmente, pero sabía que su única intención con ese gesto era hacer que no me preocupara.

—Gracias, Emma.

—¿Te...gustaría contarme por qué estás tan triste?

Permaneció callado por un corto rato que para mí se sintió como una eternidad, verlo en este estado era una verdadera tortura.

—¿Sabes qué? —tragó saliva y enterró su mirada sobre la mía—. Sí quiero hacerlo.

—Te escucho.

Cerró los ojos por un breve instante y dejó escapar varios suspiros, parecía estar preparándose para soltar un gran peso que ha cargado por mucho tiempo.

—Cuando cumplí 14 años, mi madre tuvo un accidente —abrió los ojos y dicha acción vino acompañada de un par de lágrimas a la fuga—. La atropellaron cuando regresábamos del local donde hicimos mi fiesta. Ella entró en coma. Los doctores dijeron que había una pequeña posibilidad de que despertara, pero mi padre decidió desconectarla pocas semanas después. Él tenía el derecho legal de hacerlo a pesar de que ya estaban divorciados, nunca entendí el porqué. Luego...ni siquiera asistió a su funeral.

Me llevé la mano a la boca por la sorpresa. No podía creer todo lo que me estaba contando. No podía siquiera imaginar lo doloroso que debió ser para él perder a su madre a esa edad y en esas circunstancias.

O sí, sí puedo imaginarlo...

—La Navidad de ese año fue la primera que pasé sin mamá. Desde entonces odio mi cumpleaños, a mi padre y diciembre en general. Son demasiados recuerdos dolorosos juntos y sin importar el tiempo que pase sigue siendo difícil de asimilar —confesó secando sus lágrimas.

—Allan...lo siento muchísimo.

Lo abracé, él lo necesitaba. Ahora entendía porqué no le gustaba hablar del tema. No es un simple mal recuerdo de la infancia o una mala experiencia familiar, es ambos juntos y llevado a un nivel mayor. Esto era igual de fuerte que mi historia con mi papá; quizás debía contarle también. No es una memoria agradable, tampoco disfruto hablando del tema, pero sentía mucha empatía por él y lo entendía más de lo que se imaginaba.

—Sé cómo te sientes —le hice saber al separarnos.

—Emma, no quiero ser grosero, pero no tienes ni puta idea.

—Sí la tengo. Hasta cierto punto crees que es tu culpa, ¿verdad? —asintió evitando mi mirada—. Pero no es así. Nada fue culpa tuya.

—¿Por qué me dices esto? —preguntó confundido, volviendo a mirarme.

—Yo viví algo parecido, con mi papá. Y por mucho tiempo me culpé por ello.

Su expresión pasó de confusión a intriga en una fracción de segundo. Por un instante su dolor pasó a segundo plano para centrarse en el mío.

—¿Qué ocurrió? Digo...si es que puedo saber, claro.

Aquí vamos. Repito, no es un recuerdo agradable y mucho menos es fácil de contar. Pero no sé...sentía la necesidad de hacerlo, por él. Para que supiera que no estaba solo y había alguien cercano capaz de comprender su dolor.

—Cuando era pequeña iba a clases de ballet. Un día tenía un recital muy importante, pero íbamos un poco tarde, así que mi papá me llevó en moto porque en auto nos tardaríamos más. Un auto nos chocó y, a pesar de que mi papá llevaba casco, sufrió varias hemorragias y traumatismos —le conté reprimiendo el llanto, se trataba de consolar a Allan, no de hacerlo sentir peor—. Murió en cuestión de horas.

—Emma...

—Por mucho tiempo creí que era mi culpa. Yo salí ilesa y mi papá murió, para una niña de 9 años no es fácil de asimilar.

Y no lo fue. Mi padre era mi héroe y lo fue hasta su último aliento. Lo fue llevándome a ese recital y lo fue una última vez durante el accidente, no creo que haya sido casualidad que caí en el césped del jardín delantero de una casa mientras él se estrelló contra el pavimento.

El proceso de duelo y superación no fue fácil. No solo era la ausencia de mi papá sino el sentimiento de culpa que afloraba en mí y cada vez se hacía más fuerte. "¿Por qué le dije que me llevara a ese tonto recital?", "¿Por qué me salvó?", "¿Por qué murió él y no yo?". Eran las preguntas que me hacía todos los días y no me dejaban dormir en las noches.

Con mucha terapia y apoyo de mi madre logré superarlo y entender que solo fui una víctima de las circunstancias. Mi padre eligió salvarme anteponiendo mi vida a la suya y el único culpable de dicha tragedia fue el conductor ebrio que nos chocó, no mía.

—Lo siento mucho, Em —me acarició la mejilla.

—No te preocupes. Fue hace mucho tiempo y he logrado superarlo. No fue fácil, pero pude con ello.

—¿Lo extrañas?

—Todos los días, en especial en estas fechas festivas familiares.

—Sí. ¿Ahora entiendes cómo me siento?

—Sí, pero escúchame —aparté la mano con la cual me acariciaba y en su lugar la envolví entre las mías—. No tienes que odiar tu cumpleaños ni diciembre...ni siquiera a tu padre. Tu madre, esté donde esté, estoy segura de que no le gustaría que su hijo guarde odio en su corazón por algo que no fue su culpa. 

Se quedó callado unos segundos, pensativo. Mis palabras debieron impactarle, al menos un poco.

—Puede que tengas razón —asintió.

—¿Sabes qué creo? Creo que estaría orgullosísima del hombre en el que te has convertido, porque eres una persona maravillosa y deberías festejarte a ti mismo por eso, por ella. Tú eras su único hijo, ¿cierto? O sea que tú la hiciste madre y hoy también se conmemora eso, otro motivo para celebrar.

Nuevamente se quedó inmerso en sus pensamientos, solo que esta vez hubo un giro inesperado en los acontecimientos: su semblante serio cambió por uno casi alegre.

—Deberías dar charlas motivacionales, ¿sabías? —sonrió.

Me agrada más verlo así, sonriente. Le di un nuevo abrazo dejándolo sacar una vez más sus emociones. No voy a negar que también tenía los sentimientos a flor de piel, desde que conozco a Allan he descubierto que tenemos miles de cosas en común, pero no tenía idea que también compartiéramos el dolor de perder a uno de nuestros padres a una temprana edad. Es una dolorosa coincidencia, pero mentiría si dijera que hasta cierto punto no me alegro de tener a alguien que sabe lo que es pasar por una pérdida como esta.

—¿Qué tal si vamos a dar una vuelta? —propuse después de un rato, rompiendo la atmósfera silenciosa.

—O podemos quedarnos a ver películas sentados aquí en el sofá —negó separándose de mí, aún su ánimo no estaba del todo reparado.

—O podemos ir al cine.

—No quiero. Hace frío afuera —se negó como niño pequeño.

—Piénsalo. Podemos pasar un buen rato viendo una película, comiendo palomitas, quejándonos del ruido y de las personas que se levantan justo en la mejor parte —traté de convencerlo con los mismos argumentos que él usó conmigo no hace mucho tiempo atrás.

—Te faltó decir que cuando regresemos a casa me vas a cocinar lo que quiera —rió al recordar sus propias palabras.

—Lo que tú quieras —dije en tono juguetón.

Sonrió—. ¿Por qué será que no puedo decirte que no?

—Supongo que soy encantadora —reí, contagiándolo.

—Ok, vayamos al cine. Pero no te ilusiones ni creas que voy a apuntarme a ningún otro plan, ¿ok? Solo lo hago por ti.

—De acuerdo. Con que salgas de aquí me basta.

Subimos a la habitación para buscar ropa de invierno apropiada para la salida. Diciempre recién empezaba y el frío rompedor no se hizo esperar. Me cambié en el cuarto mientras Allan fue a hacerlo en el baño, a estas alturas ya se nos ha hecho costumbre que él solo venga a buscar su ropa y se vaya.

Me vestí con unos jeans de mezclilla, mi abrigo blanco favorito con botas y bufanda a juego. Maquillaje discreto y mi cabello castaño suelto adornado con un lindo gorro igualmente blanco.

Bajé a la sala y, como también de costumbre, mi roommate me esperaba al pie de la escalera tal cual caballero. Vestía un acogedor abrigo de capucha color negro, unos jeans de mezclilla y botas negras. En cuanto nos vimos el uno al otro estallamos en risas, parecíamos unas de esas tontas parejas que salen a la calle vestidas casi o prácticamente igual. No me malentiendan, amo esos pequeños detalles entre novio y novia, pero este no era el caso ni la ocasión.

—Si nos toca la misma mujer de las entradas de la última vez y le volvemos a decir que no somos pareja, ni siquiera nos va a dejar entrar —bromeó entre risas.

—Oh, esa mujer. Quizás hasta recuerde que dije que dentro de poco era tu cumple y te cante ''Cumpleaños feliz''.

—No sería la primera vez que me ocurre algo así.

—¿En serio?

—Sí —sonrió—, pero te cuento en el camino. Vámonos.

Durante el corto viaje en camioneta traté de mantener su adictiva sonrisa reflejada en su rostro. Perdí la cuenta de cuántas estupideces dije o cuántas anécdotas y chistes malos le conté. No importaba. Porque mi único objetivo era hacer que olvidara que estaba triste y eso estaba logrando, o al menos eso creía.

Llegando al cine, me apresuré a ver el catálogo de las películas que estaban transmitiendo hoy. Creé en mi mente una lista de requisitos que debía cumplir esa ''peli ideal'' para mantener el ánimo de mi chico lo más elevado posible. Nada de cumpleaños ni muertes de madres u otro familiar querido, cero drama y preferiblemente una comedia. ¡Simple! O al menos eso era lo que creía hasta que vi los filmes: El Rey León en la sección animada, Two Feets Apart en la juvenil, It en la de terror; ninguna cumplía con los requisitos y de paso eran justo lo que él no necesitaba ver hoy. No me quedó más remedio que optar por el último género que elegiría en circunstancias diferentes: romance. Little Italy de Emma Roberts y Hayden Christensen parecía la mejor opción ahora.

—¿Little Italy? Nunca he visto esa —asintió sin prestarle mucha importancia.

—Sé que preferirías ver una de Adam Sandler o algo de acción, pero...

—Está bien —me interrumpió—. Al menos esta vez no seremos los más viejos en la sala —bromeó haciendo que me relajara.

—Genial.

Compramos las palomitas, los refrescos y los boletos, por suerte en esta ocasión no nos topamos con la encargada de la última vez. Entramos a la sala de cine y tomamos asiento en una de las filas del centro, por suerte delante de nosotros solo habían tres parejas y estaba casi segura que al menos dos de ellas permanecerían gran parte de la película besándose.

El film resultó ser bastante divertido. Trataba acerca de dos jóvenes enamorados desde la niñez que ahora se veían en medio de una absurda rivalidad entre sus padres con sus respectivas pizzerías en el colorido barrio italo-canadiense Little Italy. Una comedia romántica que no paró de sacarle sonrisas al chico sentado a mi lado, eso y el hecho de que adoro las comedias románticas es suficiente para que la recomiende.

—Ok, debo admitir que fue buena idea venir —sonrió mientras caminábamos hacia la salida del cine.

—Te lo dije.

—Pero recuerda que aún me debes una cena. Lo que yo quiera.

—Bueno, la verdad no sé tú, pero después de ver esa película me quedé con muchas ganas de comer pizza. ¿Qué tal si comemos una con tu mezcla explosiva?

—Te ha gustado bastante mi mezcla explosiva por lo que veo —me codeó amistosamente.

—Es que es inesperadamente rica. Además, admítelo, te quedaste con ganas de comer pizza.

—Pues... —arrastró la palabra dejándome con intriga— sí —rió.

—Ese es mi chico —le guiñé un ojo.

Fuimos rumbo a una pizzería cercana. Para nuestra suerte el local no estaba ni muy lleno ni muy vacío, el ambiente resultaba bastante agradable y colorido. Nos sentamos en una de las mesas del fondo y una camarera no tardó en venir a tomar nuestra orden.

—Una pizza de pepperoni, piña y extra queso —pedí.

La chica nos miró a ambos algo sorprendida por los agregos de nuestra pizza. Es cierto que no son lo común —al menos no todos juntos—, pero se supone que a diario deben venir clientes pidiendo todo tipo de rarezas.

—¿Algo más? —preguntó después de anotar la orden en una pequeña libreta.

—¿Unas Coca-Colas? —me preguntó Allan a lo que asentí.

—Bien, viene enseguida.

En cuanto la camarera se fue, Allan comenzó a reír y debo decir que su risa era muy contagiosa.

—¿Viste la cara que puso? —se carcajeó.

—Sigo sin entender su reacción, he visto gente que ha pedido incluso maní en sus pizzas.

—A lo mejor es nueva, pero debo decir que me alegró bastante la mañana.

—La tarde, ya es mediodía —le mostré la hora en mi teléfono.

—¿En qué momento el tiempo pasó tan rápido? —preguntó bastante sorprendido.

—Es lo que pasa cuando te diviertes.

—Supongo que tienes razón. En los últimos años este día ha pasado tortuosamente lento —bajó la cabeza.

Oh no. Si cree que se va a entristecer de nuevo, está muy equivocado. ¡No en mi guardia!

—¡Ey! —levantó la cabeza—. Nada de tristeza, ¿recuerdas?

Me sonrió—. Sí, lo recuerdo.

Pocos minutos después llegó nuestra jugosa y locamente condimentada pizza. Allan y yo la degustamos entre risas, el exceso de queso provocaba que fuera un poco difícil separar una porción del resto y nuestros intentos por despegar el elástico queso resultaban muy divertidos para nosotros y varias de las personas a nuestro alrededor. En serio me cuestioné si era queso o pegamento industrial.

No me importaba el ''público'' ni la vergonzosa escena que estábamos protagonizando, ver la radiante sonrisa de mi chico en todo su esplendor en un día que para él es sumamente depresivo fue suficiente para que no me importase nada más. Me estaba saliendo con la mía, él lo estaba pasando bien.

Luego de pagar la cuenta, tuve que ingeniármelas para arrastrarlo a otro lugar. No tenía muchas opciones, así que lo llevé al parque de la última vez, a pesar de que no fue nada fácil convencerlo, lo logré. Ahora el parque estaba teñido de blanco por la nieve y si antes estaba vacío ahora estaba totalmente desierto, pero la privacidad era un punto a mi favor.

—Bien, ya estamos aquí —suspiró—, ¿qué hacemos?

La verdad es que no lo había pensado mucho antes de venir y, como siempre en estas situaciones, hice lo primero que me vino a la mente sin pensarlo demasiado. Me agaché, tomé un poco de nieve entre mis manos formando una bola y sin previo aviso se la lancé directo a su rostro.

—¡Ey! —se quejó, quitándose los restos de nieve de la mejilla.

—¿Qué pasa Superman? ¿No puedes con una bolita de nieve? ¡Oh, cierto! Eres un pudín —lo provoqué.

Él se limitó a reír sin gracia antes de formar una bola de nieve también.

—Te vas a arrepentir —sonrió maliciosamente antes de lanzarme la bola.

En cuestión de segundos comenzó una batalla campal. Bolas iban y venían y nosotros solo disfrutábamos de nuestra infantil guerra. Perdí la cuenta de las veces que le di y de las que él me dio a mí, y también perdí la noción del tiempo. Nos estábamos divirtiendo como si tuviésemos diez años menos de edad.

—¡Alto al fuego! —grité en cuanto el dolor de mis manos se hizo más notable, no llevaba guantes y el contacto directo con la nieve estaba comenzando a quemar.

—¿Qué pasa? ¿Te rindes? —enarcó una ceja.

—Para nada. Pero mira —le mostré ambas manos, alzándolas.

—Mierda, Emma.

Corrió hacia mí y me tomó ambas manos. Comenzó a revisarlas con delicadeza y preocupación plasmada en su rostro. No era para tanto, pero no negaré que me gustaba su atención, es muy linda la forma en la que se preocupa por mí.

—Deberíamos volver al dúplex a curarte.

—¡No! La estábamos pasando bien hasta ahora. No te preocupes, no es nada.

—Sí, sí es algo —inquirió.

—Pero yo quiero que sigas sonriendo como hasta ahora.

—No puedo sonreír si estás lastimada.

Esas seis palabras hicieron que mi corazón comenzara a latir el triple de rápido de lo normal. Como siempre, cuidándome.

—Vamos a casa y...prometo seguir pasándolo bien al menos el resto de la tarde.

—¿En serio? —sonreí, esperanzada.

—Sí —sonrió también.

Caminamos de regreso a la camioneta y nos fuimos rumbo al dúplex. Al llegar, entramos a la casa sin recordar un pequeño detalle, o bueno, quizás no tan pequeño. En cuanto entramos a sala de estar un gran ''¡Sorpresa!'' colectivo nos hizo dar un salto del susto. Globos, serpentinas, la música favorita del cumpleañero, un pastel...¡Había olvidado por completo la fiesta sorpresa que le planeamos!

Me giré hacia Allan que miraba anonadado la colorida decoración y a las cuatro personas que se habían encargado de prepararlo todo. Quizás esto no fue tan buena idea como pensaba, y los rostros algo decepcionados de las gemelas, Wanda y Carlos no me dejaban ver lo contrario.

—¿Qué es...todo esto? —logró articular.

—Una fiesta por tus 21 —respondió Carlos, tratando de relajar el ambiente.

—Lan, sé que no te gusta la idea de celebrar tu cumpleaños, pero... —comenzó a decir Wanda.

—Ok —la interrumpió Allan.

—¿Qué? —cuestionó Mery.

—Ya que se tomaron el tiempo de organizar todo esto, ¿por qué no celebrarlo?

¿Lo dijo realmente o mi cabeza me jugó una mala pasada?

—¿Te sientes bien, hermano? —preguntó Carlos mientras tocaba su frente verificando que no tenía fiebre.

—Sí, me siento bastante bien —apartó suavemente la mano de su amigo, riendo un poco—. Solo déjenme curar a Emma, tiene quemaduras en las manos. Luego comencemos la fiesta.

Me tomó de la muñeca y me llevó a la cocina bajo las miradas de asombro del resto de los presentes. Me sentó sobre la mesa del comedor y poco después trajo el pequeño botiquín de primeros auxilios. Con cuidado comenzó a mover el algodón con alcohol sobre mis heridas, ardía un poco pero me enternecía verlo concentrado en curarme. Al terminar vendó mis manos y me sentía como nueva.

—Listo —me sonrió.

—Gracias.

—De nada. Vamos a la fiesta.

—¿En serio quieres estar en la fiesta?—hice una mueca—. No quiero que estés incómodo o que te sientas obligado. Quizás no debimos organizarla en primer lugar.

—No. Gracias a ti lo he pasado genial hoy, hiciste que olvidara que estaba triste —sonrió a medias—. Tenías razón, podemos hacer que este sea el mejor día del peor mes del año. Es mi cumple y voy a celebrarlo.

No pude contener mi emoción y corrí a abrazarlo. Me recibió con sus calurosos brazos, envolviéndome; quería quedarme ahí para siempre y estaba muy orgullosa de él.

—Feliz cumpleaños, Allan.








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Nuevo capítulo!!!!

¡Volví! ¡Happy birthday, Allan!

¿Qué les pareció el cap.?

Besos de Karina K.love 😉

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