Capítulo 21: Él es diferente
Emma
Luego del lamentable incidente en la tienda, mi jefa nos dio a Jamie y a mí dos semanas de vacaciones en lo que ella se encargaba de reparar los daños. Eso significaba más tiempo libre. Entonces pensé: ¿Por qué no aceptar la propuesta de Allan? Sí, iría al gimnasio con él. Después de todo si quiero superar lo que siento por él no creo que lo logre evitándolo sino enfrentándolo. Y la mejor manera de hacerlo es pasar más tiempo juntos, ¿no?
Por eso aquí estaba, esperando a que mi roommate regresara de correr mientras desayunaba. Con el transcurso de los días había notado que Allan siempre hace la misma rutina mañanera. Despierta temprano, prepara el desayuno, se va a correr, al regresar se ducha y luego se va a la uni.
Cuando iba por la tercera tostada con mantequilla escuché el sonido de la puerta abriéndose, segundos después tenía a un sudado Allan sonriendo frente a mí. La camiseta sin mangas que llevaba puesta se le pegaba a su bien trabajado torso a causa del sudor. Algunos de sus rizos negros mojados descansaban sobre su frente. Su respiración agitada hacía que su pecho bajara y subiera. En resumen, más sexy imposible.
—¿Tan bueno estoy? —rió mientras se secaba la frente con una pequeña toalla que traía consigo.
Mierda. ¿Tan obvia soy?
—Ehh...¡no! Bueno...sí. Digo...estás bueno, pero no te miraba por eso. Es... —comencé a balbucear y mientras más hablaba más la cagaba.
Tierra, ¿tienes tiempo para tragarme?
—Respira, Harley. Era una broma —sonrió, sentándose frente a mí.
—Lo que quise decir es que estás en forma —rectifiqué, más calmada.
—Si quiero mantener mi trabajo como Superman, tengo que estarlo. La paga es muy buena —bromeó y tomó una tostada, no pude evitar reírme.
—Hablando de estar en forma, quiero ir contigo al gimnasio.
—¿En serio? —sonrió...¿ilusionado?
Asentí.
—¡Genial! ¿Qué tal si comenzamos hoy?
—Por mí bien.
—¡Super! Me ducho y te llevo a la uni —anunció mientras se levantaba para ir camino al baño.
—No. Hoy no tengo clase —avisé.
—¿No? Yo tampoco. ¿Nos vamos a dar una vuelta? —propuso sonriente, siempre sonríe en la mañana.
—Me gusta la idea —le sonreí de vuelta.
Allan se fue al baño y en cuanto escuché el sonido de la puerta al ser cerrada corrí hacia mi habitación. Abrí el enorme clóset que abarcaba casi toda la pared para comenzar la búsqueda de algo decente que ponerme. Como no tenía pensado salir de casa hoy, no me había esmerado mucho con mi vestimenta, unos shorts de mezclilla, una camiseta sin mangas y unas sandalias. ¡Por nada del mundo saldría así de la casa y mucho menos si era con él!
Me detuve a pensar por un momento por qué buscaba el outfit ideal para salir con alguien que es ''solo mi amigo''. ¿La respuesta? Sea en una salida con el chico que me gusta o no, siempre me he vestido bien para salir. Me gusta verme bien, es parte de mi personalidad. La vieja Emma estaba de vuelta, con la autoestima renovada, aunque no pueda decir lo mismo de mi guardarropa. Sí, tengo que comprar ropa nueva.
Lancé sobre mi cama varias prendas, las mejores. Buscaba algo informal, pero con estilo. Hacía frío afuera, así que me decidí por unas botas altas negras. La mejor combinación para unas botas altas es una minifalda, encontré una de cuero color rojo vino y por suerte tenía una bufanda a juego. Tomé una blusa de mangas largas blanca perfecta para este clima. ¡Ya tenía mi look ideal!
Me vestí rápidamente a pesar de lo difíciles que eran de poner las botas. Solté mi cabello y lo peiné. Me rocié mi perfume Miss Dior y maquillé un poco mis ojos y mis labios, nada muy extravagante ni exagerado. Me gustó el resultado que vi en el espejo, me veía hermosa. Pero en especial me sentía hermosa y eso vale más que cualquier outfit. Es increíble que haya olvidado eso por culpa del imbécil de mi ex. Bufé al recordarlo y salí de la habitación.
Bajando las escaleras vi a un entretenido Allan sonriéndole al teléfono en sus manos. Se veía muy bien vestido todo de negro, desde los rizos naturalmente de ese color hasta sus zapatos.
—Ya estoy lista —anuncié mi llegada al tocar el suelo con el tacón de mi bota derecha.
Allan apartó la vista de su móvil y la posó en mí. No pude evitar emocionarme cuando vi cómo estuvo a punto de tirar el aparato al suelo de la impresión. Me miraba embobado y...no voy a negarlo, ¡adoré que me mirase así!
—¿Tan buena estoy? —reí rompiendo el hielo y casi vengándome por lo de hace un rato.
Comenzó a reír mientras se agitaba el cabello. Al fin pude descifrar ese gesto, lo hace cuando está nervioso.
—Sí, lo estás —admitió haciendo que, en conjunción con su sonrisa, me sonrojara por completo.
Él también se veía genial. De costado no se observaba del todo bien, a diferencia de la vista que tenía estando frente a frente. La chaqueta de cuero le daba ese ligero aire de chico malo y ni hablar de cómo resaltaban sus expresivos ojos grises y su angelical sonrisa al estar vestido en su totalidad del más oscuro de los colores.
—Oh, ahora tus mejillas hacen juego con tu bufanda —rió tomándolas entre sus manos.
Comencé a sentir cómo mi corazón golpeaba con fuerza y rapidez contra mi pecho. ¿Qué ocurría conmigo? ¿De qué manera acababa siempre envuelta en una situación incómodamente romántica con él?
—De-deberíamos irnos, ¿no crees? —tartamudeé.
—Eh...sí. Deberíamos —constestó quitando sus cálidas manos de mis mejillas para meterlas en los bolsillos de sus jeans.
Salimos hacia la entrada y una ráfaga de aire me golpeó justo en la cara. La blusa por suerte sí abrigaba bastante y las botas altas protegían mis piernas del despiadado frío. Allan pasó un brazo alrededor de los míos y se acercó a mi oído.
—Tranquila. A donde vamos la calefacción está bastante agradable.
—Gracias por el dato —le guiñé un ojo.
Subimos a la camioneta para ponernos en marcha. La travesía fue divertida, con Allan haciendo un montón de anécdotas sobre sus road trips junto a Carlos y Mery donde se han quedado varados, le han roto la camioneta o han salido de la ciudad para ir a la playa; me gustaría participar en uno de esos locos viajes.
Media hora después y aún no habíamos llegado. Emerald Hills es una ciudad vasta y grande, una metrópolis con todas sus letras y con la Universidad Privada de Johnson —ubicada en el condado del mismo nombre— a las afueras y tan alejada del resto que a los universitarios, no nos queda más remedio que conformarnos con el campus, las zonas residenciales de los alrededores y la pequeña zona comercial. Por lo tanto cualquier viaje a otros puntos de la ciudad resultaba muy largo.
—¿Falta mucho para llegar?
—No te preocupes, Cenicienta. Ya casi llegamos —me sonrió y volvió a centrar su vista en la carretera.
—¿A dónde me llevas?
—Solo te diré que te gustará.
—¿Cómo sabes que me gustará? —lo reté.
—¿Por qué haces tantas preguntas? —rió.
—No sé. Me gustan las sorpresas, pero me impacientan los viajes largos.
—Me imagino cómo te pondrás cuando vayas en Navidad a tu casa.
—¡Peor! Mi casa queda al norte, en Hale. Son como tres horas de viaje.
—¿Hale? ¿Vives en uno de los barrios más acomodados de la ciudad? —me miró un poco sorprendido.
—Sí. Es lo que pasa cuando tu madre es rica.
—Me contaste de tu madre y su trabajo, pero no que vivías en Hale. Eso no me lo esperaba.
Algo en ese comentario y en el tono en el cual lo dijo despertó mi curiosidad. ¿Qué tenía que ver el condado en el que vivo conmigo?
—¿Por qué?
—Porque conozco a las chicas de Hale y casi todas tienden a ser niñas ricas de mamá y papá super mimadas y presumidas. Nada que ver contigo.
—Llámame la oveja negra de la población femenina de Hale —bromeé y lo hice reír.
—Tranqui, yo también fui una —me guiñó un ojo.
—¿Una niña rica de mamá y papá super mimada y presumida? —bromeé de nuevo.
—No. Una oveja negra en Hale —rió sacudiéndome ligeramente el cabello sin llegar a despeinarme, lo mataría si lo hacía.
—Espera. ¿Vives en Hale? —lo miré, emocionada. Si la respuesta era sí, entonces me abofetearé por no percatarme de su existencia antes, porque sin duda él no es el tipo de chico que pasa desapercibido.
—Vivía, me mudé hace muchos años. Digamos que por problemas familiares. No me gusta hablar del tema —respondió con un tono de voz apagado y su sonrisa se esfumó.
Capté la indirecta de que ese era el tema tan delicado que aún no superaba. El ambiente hasta ahora estaba genial y, sin ánimos de que la atmósfera se tensara, seguí la conversación.
—¿Entonces en dónde vives ahora?
—En Valery Place —su tono cambió nuevamente, ahora sonaba más animado.
¿Acaso mencionó el condado que creo que mencionó?
—¿Valery Place? ¡Amo esa zona de la ciudad!
—¿En serio? —preguntó algo sorprendido por mi comentario.
—¡Sí! Es pintoresco, acogedor, allí se celebran las mejores fiestas de la ciudad y las casas son preciosas. Si tuviera que elegir un lugar para vivir en Emerald Hills, sería ese.
—Pues...aquí estamos —sonrió aparcando la camioneta frente a un local.
—¿Estamos en...?
—Sí —respondió antes de dejarme terminar de formular la pregunta—. Bienvenida a Valery Place.
Bajó de la camioneta y la rodeó para ayudarme a hacerlo también, siempre lo hace. El local tenía un cartel gigante afuera que decía Wanda's, era un restaurante. Entramos al lugar y en cuanto atravesamos el umbral de la puerta fue como pasar del invierno al verano. La decoración era en su mayoría de colores cálidos, naranja en las paredes y rojos los manteles de las mesas. Los suelos de madera resaltaban genial en comparación con las modernas sillas blancas y las mesas de cristal. La iluminación se caracterizaba por unas lámparas colgantes cuyas superficie brillaba dando la impresión de ser diamantes.
—¡Este lugar es precioso!
—Sabía que te gustaría. Ven —dijo Allan, tomándome de la mano.
Sentí una corriente eléctrica recorrer todo mi cuerpo al sentir el tacto de su mano juntándose con la mía. Me puso nerviosa. Solo de pensar que un acto tan simple como tomarse de las manos me provocaba tantas sensaciones me hacía reeplantearme si en serio sería tan fácil evitar la creciente atracción que sentía por él. No tener el control de mis sentimientos me asustaba, y mucho.
Llegamos a una mesa justo en el centro del restaurante. Allan soltó mi mano y una pequeña sensación de abandono me abrumó.
Vamos, Emma. Te soltó la mano, no te abandonó en medio de la carretera.
Mi roommate tomó una de las sillas y la movió hacia atrás. Hizo un movimiento de cabeza indicando que me sentara y una vez lo hice la movió hacia adelante nuevamente. Ese pequeño gesto significaba mucho para mí. Todos, absolutamente todos los chicos con los que había estado solo lo habían hecho en la primera cita con la única intención de impresionar. Pero Allan es diferente. Él es jodidamente diferente en todo.
Tomó asiento frente a mí y automáticamente apareció una camarera con la carta. La chica no paraba de sonreírle a mi acompañante a lo que él respondía con una sonrisa cortés. Ok, Allan no es mi novio ni nada que se parezca, pero es mucho descaro de parte de ella que coquetée con él viendo que OBVIAMENTE viene conmigo.
No, no estaba celosa, pero me molestaba que las chicas les coquetéen a mis amigos, EN MIS NARICES, sin saber si son solo mis amigos. Es una falta de respeto hacia mi persona y no pude evitar enojarme. Tomé la carta, la abrí y la coloqué frente a mi cara en un intento de ocultar mi molestia. Sería muy vergonzoso que una ''escenita de celos ridícula'' nos arruinara la mañana, eso sin mencionar que sería un hecho más que agregar a la larga lista de sucesos incómodos que hemos vivido desde que nos conocemos.
Me concentré en los platillos que ofrecía la carta y traté de no pensar en la indiscreta camarera que no se movía del lugar. Al ser tan temprano, aún no veía tan conveniente un almuerzo, así que opté por un tentempié o merienda ligera, no tenía mucha hambre.
—¿Qué te parece tacos al pastor y jugos para acompañar? —propuso él, casi leyéndome la mente.
Su tierna sonrisa hizo que me olvidara por unos instantes de mi enojo y de la molesta chica a nuestro lado. Cerré la carta y se la entregué a la coqueta camarera sonriendo con toda mi falsedad para luego girarme hacia Allan.
—Me parece genial.
Allan sonrió complacido por mi respuesta y también entregó la carta. La chica asintió y desapareció. Mejor.
—¿Por qué te pusiste celosa? —preguntó de golpe haciendo que me atragantara de la impresión.
—¿Qué...dijiste? —pregunté en cuanto recuperé el aliento.
Murmuró algo que no alcancé a escuchar y acto seguido apoyó los antebrazos en la mesa para inclinarse hacia mí.
—Te enojaste cuando llegó la camarera y, fuera de sonreírme, no creo que haya hecho nada para que te enojaras.
—Pues...eso, me pareció de mala educación que te sonriera así delante de mí —respondí nerviosa, evitando a toda costa mirarlo directamente a los ojos.
—Pero solo eres mi amiga.
Gracias por recordármelo.
Por cierto, ¡auch!
—Sí...pero ella no sabe eso. ¿Y si fuera tu novia? ¿No estaría mal que te coqueteara estando yo presente? Y sé que no lo soy, pero igual... —paré de excusarme cuando sentí sus cálidos labios sobre mi frente.
No sé el resto de las chicas, pero para mí un beso en esa zona es uno de los gestos más tiernos que existen. Es como decir ''Te quiero'' o ''Te cuido'' sin necesidad de emitir palabra. Y que me haya callado con un beso que no fuera en los labios me había dejado sin palabras. Se separó lentamente de mí para volver a sentarse derecho aún sonriendo, como siempre, y yo quedé con las mejillas más rojas que el mantel de la mesa, como siempre.
—Es una vieja amiga de High School —su aclaración me hizo regresar a la realidad. La vergonzosa realidad—. Yo le conseguí este trabajo y sabía que íbamos a venir. Por eso me sonreía, cree que eres mi novia o que quiero que lo seas.
—¿Pero por qué cree eso? —pregunté gigantescamente avergonzada.
—Porque además de ti solo una chica ha conocido este lugar.
Y lo entendí.
Este lugar es especial para él y la única chica que ha traído también es la única de la que se ha enamorado...Vanessa. Por un instante me sentí como una especie de plato de segunda mesa, siempre un paso atrás de la chica de cabello escarlata. Pero también me sentí super especial y privilegiada de estar aquí, solo porque él me trajo.
—Siento haberme enojado sin motivo. No soy tu novia ni nada y aan así me trajiste. Gracias.
—No pasa nada y no hay de que —rió por lo bajo.
Unos platos con nuestros tacos acompañados de unos vasos con jugo de mango se posaron frente a nosotros de la nada. Los trajo la misma chica de hace un momento y al verla me sentí bastante avergonzada por mi comportamiento tan infantil de hace un rato.
—Aquí tienen sus tacos al pastor y sus jugos. Cortesía de la chef Saunders. Disfruta, Allan. Y tú también, Emma —sonrió la camarera y se fue antes de que pudiera decirle algo.
—¿Cómo sabe mi nombre? —cuestioné, intrigada.
—Eres un poco famosa por aquí —respondió, encogiéndose de hombros.
—¿Famosa? ¿Por qué? ¿Mi video de ruptura también lo vieron aquí?
Allan ahogó una carcajada y me miró divertido.
—No. Eres famosa por culpa de Carlos. Hasta aquí corrió la voz de que nosotros dos deberíamos ser pareja.
—Ok, sigo sin entender nada. ¿Qué tiene que ver Carlos con que me conozcan aquí?
—¿No leíste el nombre del restaurante antes de que entráramos? Wanda. Ese es el nombre de mi madrina, la madre de Carlos. Este es su restaurante.
—¡Ohhh! —exclamé sintiéndome muy tonta por no darme cuenta antes.
—¡Allan! —escuché a alguien gritar detrás de mí y en un instante apareció ante nosotros una señora muy contenta.
Vestía como toda una chef de categoría con su delantal y gorro de color blanco con una franja roja en el borde. Su cabello castaño con un corte al estilo pixie y sus ojos verdes me recordaron a su hijo, se parecían muchísimo. Su sonrisa resplandeciente resultaba muy contagiosa, parecía bastante amigable.
Se abalanzó sobre Allan y lo abrazó hasta casi dejarlo morado por la fuerza que ejercía sobre él, se notaba la hermosa relación que comparten.
—No puedo respirar —musitó Allan casi sin aliento.
—Lo siento, mi niño —se disculpó separándose de él, pero en menos de un segundo estaba llenando su cara de besos.
Me causaban ternura. Había visto pocas relaciones de madre e hijo tan estrechas y a Allan no parecía molestarle en lo absoluto las repetidas muestras de cariño de su madrina.
—Wan, yo también te quiero, pero los tacos también merecen mi amor —bromeó Allan haciendo que la cariñosa mujer se separara de él.
—Lo siento. Es que llevas tres meses sin asomarte por aquí y Carlos y Mery están muy ocupados con su apartamento. Me tienen abandonada —hizo un puchero mientras le revolvía el cabello a mi roommate, ahora sé de dónde salió esa manía.
—Ey, no digas eso. Carlos y yo te adoramos, y si no hemos venido tan seguido es por la universidad y nuestros ''problemas inmobiliarios'' —explicó Allan tomando su mano con dulzura.
—Lo sé. Ya están grandes, a punto de graduarse de la universidad y viviendo con sus novias —dijo, haciendo que me atragantara.
Bravo, Emma. Le acabas de dar una espléndida primera impresión a la suegra de la gemela de tu mejor amiga, madre de tu nuevo amigo y madrina del chico que te gust...¡de tu roommate!
—Madrina, ella no es mi novia. Es mi roommate —aclaró Allan notablemente avergonzado por las palabras de Wanda.
La chef se giró hacia mí lanzándome la misma mirada de complicidad que me lanza su hijo cuando quiere insinuar que deberíamos estar juntos.
—Tú eres Emma, ¿verdad? —sonrió.
—Sí —asentí un poco nerviosa.
—Eres la chica con la que Lan se quedó atrapado en el dúplex por culpa de los innombrables, ¿verdad?
—Anjá.
—Y también eres la que gritó que no se acostaría con él, se hizo pasar por su novia, lo besó super borracha en la parte trasera de su camioneta y aún así ambos se empeñan en ser solo amigos. ¿Cierto?
—Pues...sí —respondí sin saber dónde meter la cara por la vergüenza.
—¿Madrina cómo sabes todo eso? —intervino Allan.
—Carlos me contó —se encogió de hombros, risueña.
—Dios, qué chismoso. Siempre lo digo, quien debería estar estudiando periodismo es él —se quejó mi acompañante, aligerando un poco la atmósfera.
—Sabes que no sabe mantener la boca cerrada cuando se trata de tu vida amorosa. Recuerda que es tu Cupido personal desde hace ocho años —rió Wanda.
—Gracias, mamá —suspiró Allan mirando hacia arriba extendiendo ambos brazos, no pude evitar soltar una risita.
—Uff, ¿dónde están mis modales? Soy Wanda. Chef profesional, dueña de este restaurante. Madre del tonto de Carlos, madrina del desastre de Allan y futura suegra del amor de persona que es Mery —se presentó ofreciéndome su mano para estrecharla, lo cual hice con una sonrisa.
—Yo soy Emma y supongo que no tengo que decir nada más —reí tímidamente.
—Dale las gracias al chismoso de campeonato que tengo por hijo —lo dijo en serio, pero sonó como una broma y no pudimos evitar reírnos.
Wanda volteó hacia su ahijado y le propinó un servilletazo en toda la cara. Eso lo tomó por sorpresa, y a mí también.
—¿Y tú de que te ríes? Si hiciste que la chica que te gusta pasara más de una hora de viaje desde la universidad hasta aquí solo para darle de comer tacos al pastor. Debería darte vergüenza —lo regañó haciendo que me partiera de la risa.
—En mi defensa diré que cocinas los mejores tacos al pastor de Emerald Hills.
—Aww. Gracias, cariño —le propinó otro servilletazo—. Pero sigues siendo un tonto —rió, contagiándome de nuevo.
—Ok. Soy un tonto que trajo hasta aquí a mi amiga que NO me gusta solo para comer tacos al pastor. ¿Contenta?
—Ese es mi chico. Y entendí la señal, ya los dejo solos —sonrió Wanda.
—Un placer conocerla —le sonreí.
—Oh, igualmente, linda. ¡Ah!, y puedes tutearme —me guiñó un ojo antes de irse.
Volvimos a estar a solas y bastó con mirarnos para comenzar a reír como un par de tontos, incluso algunos clientes del lugar nos observaron con expresiones de vergüenza ajena en sus rostros.
—Lo siento por eso. Mi madrina es...
—La versión femenina de su hijo —terminé por él.
—Exacto. Es experta en hacernos pasar vergüenzas públicas a Carlos, a Brook y a mí desde hace años.
—Me cayó muy bien.
—Todos la adoran. Es muy...muy ella —sonrió con nostalgia, mirando los tacos.
—¿Nos los comemos ya? —pregunté, sacándolo de su trance.
—Eh...sí. Pero espera, hay que brindar primero —sonrió divertido.
—Oh, claro —dije tomando mi vaso de jugo.
—No con el jugo. Con los tacos —rió, tomando uno de los suyos y alzándolo.
—¿Con los tacos?
—Sí, es una tradición familiar. Tomas un taco, pides un deseo internamente, brindas con él, entrelazas los brazos con tu acompañante y le das la primera mordida.
—Qué original. ¡Hagámoslo!
Tomé uno de mis apetecibles tacos y lo alcé hasta dejarlo a la altura del de Allan. Lo miré directamente a esos hipnóticos ojos grises y supe lo que desearía. Deseé que este singular y encantador chico que sonreía frente a mí nunca desapareciera de mi vida, sea lo que sea y tenga la etiqueta que tenga.
—¿Ya pediste tu deseo?
Asentí. ''Brindamos'' chocando con suavidad nuestros respectivos tacos y nos inclinamos levantándonos ligeramente para entrelazar nuestros brazos y llevarnos el aperitivo a la boca. En cuanto di el primer bocado una explosión de sabor cubrió mi paladar. ¡Estaba riquísimo! La jugosa carne había sido exquisitamente adobada dándole un sabor espectacular y un toque picante que me encantó.
—Delicioso, ¿verdad? —sonrió mi amigo mientras se limpiaba la comisura de los labios con una servilleta.
—¿Delicioso? No. ¡Exquisito!
Comencé a comer como si nunca hubiese probado ese platillo, aunque debo decir que nunca había comido unos tan buenos como esos. Allan me miraba entretenido, como cuando ves a un cachorro devorando su comida para perros. En otras circunstancias me hubiera importado, pero los riquísimos tacos no me dejaban pensar en otra cosa.
—Tengo que felicitar a Wanda —dije al terminar.
—Sabía que te encantaría.
—¡Cocina genial!
—Ella me enseñó, y a Carlos y a Brook también. Por eso somos buenos en la cocina.
Quizás no era el mejor momento para preguntarlo, pero había cierto tema rondando mi cabeza que me daba curiosidad...
—¿Por qué...vivías con Wanda y Carlos? —pregunté con sutileza.
Mi pregunta hizo que tensara al instante y me arrepentí de que mi curiosidad me ganara.
—Yo...me quedé con ellos cuando mi madre murió. No tengo buena relación con mi padre. Eso es todo —respondió esquivando mi mirada y algo...¿molesto?
—Lo siento. No debí preguntar.
—No, no te preocupes. Es solo que no me gusta mucho hablar del tema y...¿¡Qué es eso!? —gritó esto último mirando hacia atrás de mí.
Me giré y vi a Wanda venir hacia nosotros con una bandeja entre manos. La colocó sobre nuestra mesa, al hacerlo vi que se trataba de un postre. Y no cualquier postre. ¡Era un pudín!
—¿Cómo que qué es, Lan? ¡Un pudín! ¿No es así como te llama Emma? —exclamó Wanda con tal naturalidad que me hizo reír, otra vez.
—Cierto, pudín —lo rematé, el pobre chico estaba rojo, no tenía idea si era de enojo o vergüenza, pero me divertía bastante.
—Déjame adivinar, Carlos te contó —dijo Allan forzando una sonrisa.
—No. De hecho fue Mery. Pero no entiendo de qué te quejas, es un apodo de parejas muy adorable —comentó Wanda llevándose las manos a las mejillas.
—Oh sí. De hecho para la boda en lugar de cocinarnos un pastel de bodas, puedes hacer un pudín. Sería maravilloso —exclamó mi Joker con marcado sarcasmo.
—Pues yo estaría encantada de hacerlo. Sería fantástico romper estereotipos y clichés preparando algo diferente —sonrió la chef.
—Wan, era sarcasmo —suspiró el pelinegro.
—Sabes que si no le pones la frase final de ''nótese el sarcasmo'' yo me lo tomo en serio. Tranquilos, chicos, tendrán su pudín de bodas —nos guiñó un ojo a ambos para luego dejarnos a solas nuevamente.
—Lo siento. Otra vez —se disculpó notablemente apenado y lucía muy tierno, ahora entiendo porqué le agrada verme sonrojada.
—No te preocupes...pudín —me mofé.
—¿En serio, Harley?
—Sí, pudín —reí.
—Me voy a vengar por esto. Te lo aseguro —me apuntó con el dedo a modo de advertencia.
—¡Uy! Qué miedo, pudín.
—No puedo contigo —negó con la cabeza, sonriendo.
Degustamos el delicioso pudín entre risas y bromas de mi parte. Puede que sea un poco infantil, pero me divertía molestarlo con el tema y en mi defensa diré que quien comenzó fue Wanda. Charlamos un rato más y Allan me contó que vive en Valery Place desde los 11 años, aunque anteriormente vivía en Hale y no entró en detalles acerca del porqué de la mudanza. Ignoraba hablar de sus padres, pero sí me contó de su estrecho lazo familiar con Carlos, Brook y Wanda, su única familia en general a pesar de que su padre sí está vivo. Aunque esto último me causaba cierta intriga, me concentré más en el amor con el que hablaba de las personas que considera sus hermanos y su segunda madre, era demasiado enternecedor.
Después de terminar, nos despedimos de Wanda y salimos del lugar. Nuevamente caí en cuenta de que era invierno, estaba nevando y la brisa gélida hizo que mi piel se erizara incluso bajo la tela que me cubría.
Sin previo aviso una chaqueta se posó sobre mis hombros, la chaqueta de Allan para ser más específica. Me volteé hacia él y alcancé a notar que su piel también estaba erizada, pero aparentemente no tenía frío y, si lo tenía, lo disimulaba muy bien.
—Allan...
—Hace frío y tú estás menos abrigada que yo —me interrumpió.
—Pero ahora subimos a la camioneta y...
—Y no voy a dejar que pases frío —me interrumpió otra vez.
—Pero...
—Nada de peros. ¿Sabías que las mujeres sienten más frío porque su temperatura corporal es más caliente que la de los hombres?
—Sí, lo sabía.
—Qué bien. Entonces deja de poner excusas y ponte la chaqueta —ordenó.
Tomó la chaqueta y la alzó un poco para que pudiera introducir mis brazos en las mangas. Lo hice y me ayudó también a recolocar mi melena castaña por fuera de la ropa.
—Ey, te queda bien.
—¿Tú crees? —me eché un vistazo.
—Sí. Combina con tus botas y te da un aire de chica mala —asintió sin quitarme los ojos de encima—. Muy al estilo Harley Quinn.
—Gracias, pudín —reí haciéndolo caer en cuenta de su error.
—Mierda —maldijo para sí mismo.
—No me digas nada, tú fuiste quien metió la pata.
—Lo sé —rió.
—¿Nos vamos?
—De vuelta al dúplex.
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Nuevo capítuloooo!!!
¿Qué les pareció el cap?
¿Quién amó a Wanda?
¿Quién quiere saber por qué Allan odia a su padre?
¿Quién quiere tacos al pastor🌮?
Besos de Karina K.love😉
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