Capítulo XXVIII
— ¿Una sorpresa? — Pregunto emocionada.
— Sí — responde Derek con una sonrisa enorme en su preciosa cara.
— ¿Qué es?
— No te lo puedo decir.
— ¿Por qué?
— Porque es una sorpresa — responde divertido. — Arréglate, nos vamos enseguida.
— ¡Vale! — Me levanto de un salto de la cama y abro el armario, pero no sé qué ponerme. Salgo al pasillo y le pregunto en voz alta. — ¿Qué me pongo?
— ¡Algo cómodo! — Responde gritando.
Vale, pues... Algo cómodo son unos vaqueros, una camiseta y una sudadera, por ejemplo. Me visto corriendo y me detengo cuando voy a salir de la habitación. La cama deshecha me impide irme, necesito estirarla. La hago deprisa y, ahora sí, recorro el pasillo hasta las escaleras. Oigo a Tom en su despacho y estoy tentada de entrar y decirle algo pero me freno, ya me despido luego de él.
Bajo las escaleras y Derek me espera con una taza de café en la mano.
— Gracias — le digo cuando me ofrece la taza, lo pruebo y sabe genial. Aunque está quemando me lo bebo rápido, me pueden los nervios.
— ¿Lista?
— ¡No! Voy a lavarme los dientes — le doy un beso casto en los labios y subo corriendo las escaleras.
Cuando termino de lavarme los dientes el corazón me late a mil por hora, parece que se me va a salir del pecho. «Relájate Luna, no queremos que te infartes antes de descubrir qué tiene planeado». Respiro hondo y más calmada voy hacia el despacho de Tom. La puerta está abierta y él no está dentro, qué raro. Bajo las escaleras y le encuentro con una maleta al lado de la puerta.
— ¿Te marchas? — Pregunto con miedo.
— No, te vas tú — responde con una sonrisa.
— ¿Yo?
Ambos asienten y me pica la curiosidad. Sabía que me iba con Derek pero ¿necesito una maleta?
— ¿A dónde?
— Vienes conmigo a un sitio secreto — responde Derek con una sonrisa.
No entiendo nada pero estoy súper feliz. Cojo mi abrigo y le doy un abrazo a Tom. Ahora mismo toda yo soy flores y corazones, arcoíris y luces de colores. Me pongo al lado de Derek y le agarro la mano.
— ¿A dónde vamos? — Le susurro.
— A un sitio — responde también susurrando.
— ¿Me lo puedes decir?
— No.
— ¿Por qué? — Susurro con voz inocente.
— Porque es una sorpresa — me susurra Derek en el oído.
Los tres nos reímos, Derek y Tom porque seguro que la situación les hace mucha gracia, yo me río de lo nerviosa que estoy.
— Pasadlo muy bien — nos desea Tom desde la puerta.
— Eso no lo dudes — le dice Derek dándole la mano.
Nos montamos en el coche y le digo adiós con la manos. Arranca el motor y nos ponemos en marcha. Sé que soy pesada pero necesito intentarlo una última vez.
— ¿Dónde vamos?
— Al final te vendo los ojos — responde Derek divertido.
— ¡No! ¡No! Vale ya paro — le digo muerta de risa.
Realmente sería justo ya que es lo que hice yo con su sorpresa. Pero Derek es más bueno que yo y no lo hace.
Tomamos un camino que no conozco y me entretengo mirando por la ventanilla y escuchando la música. Pasados varios minutos veo el mar, vamos por la carretera de la costa y una sensación muy buena me recorre la espina dorsal cuando aparcamos en el puerto.
— ¿Puedo ir a ver los barcos? — Pregunto emocionada como una niña pequeña.
— Claro que sí, vamos — Derek coge mi maleta y agarrados de la mano paseamos por el puerto.
— Son preciosos — digo refiriéndome a los barcos.
De pequeña me encantaba pasear por los puertos marítimos, los barcos tienen algo que me encantan. El mar me da mucho respeto pero estar en un barco cuando el agua está calmada debe ser maravilloso. Da una sensación de paz que es gloriosa.
Seguimos caminando hasta que llegamos a un local náutico.
— ¿Me has regalado una actividad acuática?
— Casi casi — dice riendo. — Espera aquí.
Entra en el local y yo me quedo fuera. Si fuera una actividad no necesitaría una maleta, ¿no? Salvo que después vayamos a otro sitio o pasemos la noche fuera de casa. Hay infinitas posibilidades y todas me encantan porque Derek está en ellas.
Minutos después sale del local con una sonrisa de oreja a oreja.
— Vamos pequeña — coge mi mano y me guía por el puerto.
Recorremos unos metros hasta que entramos en una pasarela, la recorremos hasta llegar a un precioso velero.
— ¡Bienvenidos! — Responde un hombre.
Derek le da mi maleta y entre los dos me ayudan a subir al barco.
— Eres Luna, ¿verdad?
— Sí — digo un poco insegura.
— Encantado, me llamo Peter y voy a ser vuestro capitán.
Miro a Derek sin entender y veo que ya no aguanta más.
— Mi regalo es un fin de semana en un barco. ¡Sorpresa!
— ¡¿Qué?! ¡¿De verdad?! — Exclamo sin creérmelo.
— ¡Sí! — Derek me abraza y me da vueltas en el aire. — Vamos, te enseño el barco.
Coge mi mano y me enseña la cubierta donde hay una zona de descanso genial, con sofás y hamacas, me enseña la cocina y lo último nuestro camarote. En cuanto veo el suelo de cristal me tumbo y veo peces bajo nosotros. Lloro de alegría, de verdad.
— Derek... Yo... — No sé qué decir, no tengo palabras. — Es el mejor regalo que me han hecho nunca, no merezco tanto.
— Claro que lo mereces — dice cogiendo mi barbilla y levantando mi cabeza. — Te lo mereces todo, pondría el mundo entero bajo tus pies si pudiera.
— Te amo, te amo muchísimo — me lanzo a sus brazos y le beso.
Unos golpes en la puerta hacen que nos separemos.
— ¿Listos para zarpar? — Nos pregunta Peter.
— ¡Sí! — Respondemos al unísono.
Subimos a cubierta, nos sentamos en el sofá y siento mariposas en mi estómago cuando el barco se mueve. La brisa marina nos acompaña y, aunque hace frío, con el sol encima nuestro se está de lujo. Derek hace muchas fotos con una cámara, fotos del mar, de las vistas y también fotos mías. Nos sacamos unos cuantos selfies y disfrutamos del paisaje.
— ¿De dónde has sacado esa cámara?
— Me la ha prestado Alan — dice distraído.
— No tenías que ayudar a tu padre, ¿verdad?
— No — dice con una sonrisa. — Perdona pero era una sorpresa. Ayer fui a casa de Alan a por la cámara, hice algo de compra, mi maleta y lo traje todo al barco. Peter me ayudó a organizarlo todo para que estuviera listo.
— Es... Es maravilloso. Tú eres maravilloso.
Coge mi mano y la besa dulcemente. Sé estoy sonriendo de oreja a oreja y me duele la cara de hacerlo tan exagerado pero no puedo evitarlo. Adoro a Derek. Amo a Derek. Cada día más y más.
— ¡Mirad! — Oímos que grita Peter desde la cabina.
Han pasado un par de horas desde que abandonamos el puerto y poco a poco el barco disminuye la velocidad. Miro a todos lados pero no veo nada. El barco se ha detenido, me levanto y camino por cubierta pero sigo sin ver nada.
— Toma — Peter nos da unos prismáticos y nos dice dónde tenemos que mirar.
— No me lo puedo creer — digo demasiado alto. — ¡Son focas!
En medio del océano hay una pequeña isla con focas. Les hacemos un montón de fotos y vídeos tanto con la cámara como con el móvil. Vuelvo a usar los prismáticos y me parece increíble verlas en libertad. Cómo entran y salen del agua, cómo interactúan entre ellas, es fantástico. Ojalá pudiéramos acercarnos más pero es mejor que no lo hagamos. Estamos cerca pero no lo suficiente, así no las molestamos.
Un rato después nos despedimos de nuestras amigas focas y continuamos navegando. En mi vida pensé que fuera a vivir una experiencia similar. En Hawaii vi tortugas y algún que otro delfín en la lejanía pero nada puede compararse a esto.
A la hora de comer, Peter detiene el barco y se sienta con nosotros en cubierta. Hemos preparado unos sándwiches y mientras comemos nos cuenta anécdotas de sus aventuras en alta mar.
— Hay mucha vida en el pacífico norte, podemos encontrar focas, como las que hemos visto, nutrias, morsas, ballenas jorobadas, ballenas grises, leones marinos, delfines... Hay muchísima vida en el océano.
— La vida marina es un territorio tan inexplorado — digo fascinada — ojalá pudiéramos conocerlo entero.
— Y tan inexplorado, hay tantas cosas que desconocemos. Recuerdo una vez que entré en territorio de orcas, no lo hice a propósito — se explica. — Era nuevo en la zona y no sabía exactamente dónde habitaba cada especie. Sólo salí a la aventura.
— ¿Viste orcas? — Pregunto asombrada.
— ¿Qué si las vi? No recuerdo haber pasado tanto miedo en mi vida. Ya sabéis la mala fama que tienen las orcas y cuando vi una orca enorme nadando bajo mi barco pensé que iba a morir. Mi instinto me dijo que parase la embarcación, que apagase el motor y eso hice. Vi cómo la orca se sumergía, volvía a emerger y me rodeaba. Yo la miraba primero con miedo, luego admirando su belleza. No sé cuánto tiempo pasó pero no me hizo nada. Sólo nadó hasta que al final se fue a las profundidades.
— Alucinante — dice Derek.
— La gente dice que las orcas son ballenas asesinas, que son animales malos pero lo que no entienden es que somos nosotros los que invadimos su casa, ellas sólo se defienden de los invasores y de aquellos que las cazan.
— He visto noticias sobre gente que se las ha encontrado en el mar y que no les han atacado, incluso hay personas que han nadado con ellas. Oír esta historia de alguien que ha visto una es increíble.
— El océano es maravilloso y tienes toda la razón. Somos nosotros quienes las provocamos viniendo aquí, las molestamos, ellas sólo suben a la superficie a curiosear, si se sienten amenazadas es cuando atacan. Aún así — digo riendo — mejor no entramos en su zona.
Derek y Peter me acompañan riendo.
— Cuéntanos más — pide Derek.
Peter se ríe y nos cuenta más historias, como la vez que salvó a una tortuga que quedó atrapada en un plástico, cuando ayudó a volver al agua a un delfín que se quedó varado en la playa o las horas que pasó viendo a un grupo de ballenas jorobadas. La anécdota que más gracia me hace es cuando estaba buceando y se asustó al ver un pulpo más grande de lo normal. Decidió volver a la superficie y juraría que con un tentáculo tiró de él hacia abajo pero pataleó y no miró atrás para comprobarlo. La situación no es graciosa pero lo cuenta de una forma tan natural que es imposible no reírse.
Por la tarde seguimos navegando y la brisa que nos acompaña es deliciosa. Nos tumbamos en las hamacas y disfruto del sol, estoy en el paraíso ahora mismo. Cierro los ojos y disfruto del movimiento del barco mientras oigo el sonido que nos ofrece el mar. No sé cuánto tiempo ha pasado pero un ruido familiar hace que abra los ojos.
— No puede ser — dice Derek sonriendo.
Nos levantamos de las hamacas y nos asomamos. ¡Una manada de delfines!
— ¡Peter! — Grito. — ¡Peter mira!
Oigo como viene corriendo y levanta los brazos en señal de victoria.
— ¡Sí! ¡Han aparecido!
Vuelve a la cabina y reduce un poco la velocidad para que vayamos al mismo ritmo que los delfines.
— Menos mal que los ha encontrado — dice Derek aliviado.
— ¿Por qué? — Pregunto curiosa.
— Cuando contraté la actividad me dijo que iba a intentar que les viéramos de cerca, no me prometía nada porque es muy difícil pero lo ha conseguido. Lleva toda la tarde buscando.
— Es maravilloso — me acerco y le beso. — Mil gracias.
— Sólo quería cumplir tu sueño. Aquella noche cuando nos besamos por primera vez vi la tristeza en tu mirada, sé que pensabas que estos planes, ir a ver delfines y ballenas juntos nunca lo íbamos a hacer, con este regalo sólo quería cumplir mi promesa. Aunque no te lo dijera, me prometí que algún día los veríamos juntos.
Los ojos se me llenan de lágrimas. Recuerdo esa noche perfectamente. La recuerdo por los nervios, por la emoción, ahí supe que me estaba enamorando y también me di cuenta de que todo lo que hablamos, los planes que habíamos hecho nunca los íbamos a cumplir. El destino es caprichoso y por una vez ha querido que pasara. Cupido se presentó en nuestra puerta y las musas hilaron nuestro hilo rojo del amor. No puedo sentir más devoción por este chico.
— Te amo, Luna Miller. Más de lo que puedes imaginar.
— Me hago una idea — digo con lágrimas resbalando por mis mejillas. — Nunca olvidaré esto — le abrazo y le beso.
Tras hacerles varias fotos y vídeos a los delfines me acurruco contra él y miramos embobados cómo saltan a nuestro lado hasta que al final retoman su camino y se marchan. Alzo la mirada y le veo mirarme con un amor en sus ojos que soy incapaz de describir.
Peter nos dice que no va a acompañarnos durante la cena pero quiere cocinar para nosotros. Derek, a petición de Peter, compró merluza y va a cocinarla con unas especias, es su especialidad.
Bajamos al camarote a cambiarnos de ropa y cuando subimos siento que voy a llorar otra vez. Ha puesto una mesa en medio de la cubierta con un mantel precioso, velas y una rosa. Es todo tan romántico que siento que estoy viviendo un cuento de hadas.
— He dejado una manta en el sofá — nos indica. — Avisadme si necesitáis cualquier cosa. Disfrutad parejita — dice antes de retirarse.
— Es genial — digo mirando en la dirección por la que se ha ido Peter.
— Es un buen hombre. Me gustó desde el primer momento que le vi, por eso contraté todo con él — explica Derek.
Nos sentamos a cenar y la merluza está buenísima, no he probado nada mejor en mi vida.
Después de cenar nos sentamos en el sofá y nos tapamos con la manta. Me acurruco contra Derek y miro el cielo, está despejado y la luna y las estrellas iluminan el firmamento. Hay tanta calma que podría quedarme aquí a vivir. No hace frío pero un escalofrío me recorre y se me ponen duros los pezones. Derek lo nota y me mira divertido.
— Es el frío — digo excusándome.
— Ya, claro.
Pongo la mano en su muslo y noto su miembro.
— El frío — me dice con voz seductora.
— Ya ya — respondo con media sonrisa.
Alzo un poco la cabeza y le beso, invado su boca con mi lengua y reconozco que ahora mismo me sobra la manta. Hace que arda entera. Abro las piernas y cuela su mano hasta acariciar mi clítoris, juega con él y mete un dedo en mi interior, lo que me hace gemir. Lo mueve lentamente y no puedo evitar cerrar las piernas por miedo a que nos pille pero la verdad es que me da bastante morbo.
— ¿Te doy calor? — Veo el deseo en su mirada y me empuja suavemente para que me tumbe.
— No, espera, aquí no, Peter — digo susurrando.
— Tranquila amor, no va a salir de su camarote. Relájate.
Abro las piernas de nuevo y noto cómo bajo la manta me baja los pantalones y la ropa interior, se coloca y noto su aliento, lo que hace que me retuerza con nerviosismo. Agarro fuerte la manta cuando noto su lengua en mi clítoris. Suelto un suspiro y me acaricia como sólo él sabe hacerlo. Me penetra con dos dedos y muerdo la manta para evitar que nos oiga Peter. Me siento al borde de un precipicio y no tardo en caer por él, me tapo la boca con ambas manos y haciendo fuerza con las piernas, en un movimiento involuntario, me elevo. Derek saca los dedos de mi interior y caigo exhausta sobre el sofá.
Derek me coloca de nuevo la ropa interior y los pantalones y se asoma sonriente bajo la manta.
— Me encanta cuando no puedes controlarte.
Me tapo la cara con las manos y me río. No deja de sorprenderme.
— Eres un chico muy travieso.
— Y te encanta — asiento afirmando que es verdad.
— Vamos — le digo animando a que salga bajo la manta.
Bajamos las escaleras, entramos en el camarote y cierro con pestillo.
Nos desvestimos con deseo, me arrodillo frente a él y cojo su pene entre mis manos. Lo llevo a mi boca y lo lamo como si fuera lo más bueno de este universo, juego con mis dientes sobre su longitud y cuando ya no puede más, me tumba sobre la cama y aún de pie me penetra.
— Joder, esto es nuevo — digo sin aliento.
La cama es lo suficientemente alta para que podamos hacerlo en esta postura. Me agarra los tobillos, me abre más las piernas y empieza a moverse de forma salvaje. Agarro mis pezones, los acaricio y tiro de ellos dándome así más placer. Derek se agacha y succiona mis pezones sin parar de penetrarme lo que hace que me corra de una forma brutal pero no para, se alza de nuevo, agarra mis tobillos y continúa penetrándome sin pausa, parece que me va a partir por la mitad pero no me importa, ahora mismo puede hacer conmigo lo que quiera, confío plenamente en él. Unas embestidas más y ambos alcanzamos el clímax a la vez.
Cae derrotado encima de mí y me besa dulcemente en el pecho, los labios y la frente.
Yo intento recuperar el aliento que me ha robado, ha sido muy intenso pero maravilloso.
Parpadeo muy rápido y le miro. Intenta respirar hondo y se parte de la risa.
— Derek Jones, eres único.
Se ríe más y yo me río con él, sabe que es verdad y tiene toda la razón, me encanta que sea tan travieso y juguetón.
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