007
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Impact 007
Love
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En la guarida de Magnus, los miembros del grupo se preparaban para la ceremonia que invocaría al demonio Valak. Magnus se acercó a Isabelle con una expresión seria, entregándole un collar con una gema roja que brillaba suavemente.
-Por tu valentía al proteger a los brujos. Este collar de los Lightwood es un recordatorio de quién eres.
Isabelle lo aceptó, tocando la gema con cuidado, mientras Jace observaba con aprobación.
Clary, aún nerviosa, rompió el silencio.
-¿Cómo funciona la invocación?
Magnus arqueó una ceja, evaluándola.
-¿Estás segura de que quieres hacer esto? Invocar a un demonio como Valak es peligroso. Incluso letal.
-Haré lo que sea necesario para salvar a mi madre. -Clary respondió con firmeza.
Magnus suspiró antes de asentir.
-Bien. Niño lindo, prepara a tu equipo.
Jace dio un paso al frente, listo para asumir el mando, pero Anniebeth extendió una mano para detenerlo.
-No se refiere a ti.
Magnus asintió, mirando hacia Alec.
-Exacto, me refiero a Alec.
Alec permitió que una leve sonrisa cruzara su rostro, aunque rápidamente la disimuló.
El grupo llegó al sitio elegido: una amplia habitación con el suelo cubierto de símbolos dibujados con precisión. Clary se arrodilló, trazando el pentagrama de estrella de seis picos con cuidado.
Magnus observó su trabajo y asintió con aprobación.
-Tu madre tenía razón. Tu arte es incomparable. -Sonrió con nostalgia-. La última persona que conocí que pintara así fue Miguel Ángel, y debo decir que era excelente en la cama.
Isabelle y Anniebeth rieron ligeramente ante el comentario, mientras Clary intentaba concentrarse y Jace ponía los ojos en blanco.
Cuando el dibujo estuvo completo, Magnus tomó su lugar en el centro del círculo.
-Escuchen bien. Cuando el vínculo se cierre, no podrán retirarse hasta que los demonios hayan sido expulsados. Pase lo que pase, no suelten las manos del otro.
Cada uno tomó su posición alrededor del pentagrama. Anniebeth se colocó al lado de Alec y Magnus, sintiendo una energía extraña al tomar sus manos. Los demás formaron el círculo, entrelazando sus dedos con los de sus compañeros.
Los símbolos en el suelo comenzaron a brillar, y el collar de Isabelle pulsó con un rojo intenso. Un torbellino oscuro surgió en el centro del círculo, y el aire se llenó de un zumbido amenazante.
Magnus abrió los ojos, brillando con un resplandor dorado, y habló con autoridad.
-Valak está aquí. Haré las preguntas. Todos, manténganse firmes.
El demonio no habló, pero Magnus, como mediador, transmitía su voluntad.
-Valak exige un pago. Quiere un recuerdo de la persona que más aman.
El grupo intercambió miradas tensas. Isabelle fue la primera en aceptar. Cerró los ojos mientras una ráfaga oscura arrancaba de ella un recuerdo con Alec. Isabelle respiró hondo, aferrándose al vínculo.
Luego fue Clary. Su sacrificio fue un recuerdo de su madre, uno de sus momentos más cálidos juntas.
Finalmente, llegó el turno de Alec. Magnus lo miró con un destello de preocupación, pero permaneció en silencio.
En el centro del torbellino, apareció un momento nítido: Alec y Anniebeth, solos, con Alec observándola con una intensidad que nunca había admitido. Alec endureció la mandíbula, apartando la mirada.
-No. -Su voz tembló con un matiz de desafío y negación.
Magnus alzó una mano.
-Alec, no puedes resistirte. Si lo haces, romperás el vínculo.
-Es mentira -replicó Alec con terquedad, evitando mirar a Anniebeth-. El demonio me engañó.
Isabelle, preocupada, intentó calmarlo.
-Está bien, Alec. No pasa nada.
Pero Alec no escuchó.
-¡No! -gritó, soltando las manos de Anniebeth y Jace.
El vínculo se rompió instantáneamente. Una explosión de energía lanzó a todos hacia atrás, golpeándolos contra las paredes de la habitación. El torbellino creció, descontrolado, mientras Magnus intentaba contener al demonio.
Magnus trataba de detenerlo y Alec trató de acercarse pero fue interceptado por Jace a quien el demonio comenzó a jalar dentro del torbellino.
-¡Jace! -gritó Isabelle, corriendo hacia él y sujetándolo. Alec la ayudó, pero el tirón del demonio era demasiado fuerte.
-¡Clary, ayúdanos! -rogó Isabelle.
Clary levantó su espada serafín, sus ojos llenos de duda.
-Clary, si lo matas perderás tus recuerdos
Clary dudó, pero se preparó para atacar. Justo antes de que pudiera clavar la espada en el demonio, Anniebeth chasqueó los dedos, susurrando un hechizo.
El torbellino colapsó en un destello de luz, y Valak desapareció en un grito silencioso. Sin embargo, Clary completó el movimiento, clavando la espada en el aire vacío.
Todos cayeron al suelo, jadeando por la tensión.
-¿Está... está muerto? -preguntó Isabelle, mirando alrededor.
-Sí. -respondió Magnus, pero sus ojos se clavaron en Anniebeth con sospecha. Había notado el chasquido, aunque no dijo nada por el momento.
Mientras los demás ayudaban a Jace, Magnus se quedó en silencio, observando a Anniebeth con una mezcla de curiosidad y precaución. Algo no encajaba, y él estaba decidido a descubrirlo.
El aire estaba tenso a su alrededor, cargado con las emociones no expresadas que habían estado pesando sobre ellos desde el ritual. Alec dio un paso atrás, tratando de alejarse, como si huir pudiera hacer que todo desapareciera. Pero Anniebeth no lo dejaría. No esta vez.
Él aún no la miraba a los ojos, su respiración acelerada por el caos que acababa de vivir, y las palabras se agolpaban en su mente, buscando una forma de escapar, de justificarse, de dar sentido a todo lo que había ocurrido.
-No es lo que piensas... -su voz sonaba quebrada, como si cada palabra le costara más de lo que estaba dispuesto a admitir-. El demonio me engañó... esto... no significa lo que crees. No quiero que pienses mal de mí.
Anniebeth lo observó, su expresión tranquila pero decidida. Cada palabra de Alec la hería, pero entendía el miedo que lo movía. No era fácil enfrentarse a lo que sentían. No era fácil dejar que algo tan grande y complicado entre ellos saliera a la luz.
-Alec -dijo con suavidad, su voz quebrándose al pronunciar su nombre-, no tienes que seguir negándolo. No tienes que huir más. No quiero que sigas ocultándote de lo que realmente sientes. No lo hagas.
Alec respiró con dificultad, como si estuviera luchando contra algo mucho más grande que él. Sus manos temblaban ligeramente, y no podía dejar de mirar el suelo, evitando que ella viera la verdad reflejada en sus ojos. No podía entender por qué todo se sentía tan complicado. Pero lo que no podía negar era lo que había visto en sus ojos, lo que había sentido al estar cerca de ella.
-No... no quiero que pienses que... que soy un idiota. No quiero que pienses que... que te fallé.
Pero, antes de que pudiera continuar, Anniebeth dio un paso al frente, lo suficiente como para estar justo frente a él. En ese instante, no había más palabras que pudieran calmar la tormenta que se había desatado entre ellos. Anniebeth, sin decir una palabra más, lo besó.
El beso fue abrupto al principio, como si ambos se lanzaran al abismo sin saber si lo que sentían era suficiente para aguantar la caída. Pero en el momento en que sus labios se encontraron, algo dentro de Alec se rompió, una barrera que había estado construyendo con tanto esfuerzo durante semanas, tal vez meses. El contacto fue todo lo que necesitaba, porque ahí, en ese beso, encontró lo que había estado buscando sin saberlo.
Anniebeth no se apartó, no dudó. Sus manos se aferraron a su rostro, y Alec, finalmente, dejó de resistirse. Sus brazos la rodearon, sintiendo cómo su cuerpo, su alma, todo en él, respondía a esa conexión que nunca había esperado.
Cuando finalmente se separaron, ambos respiraban con dificultad, como si se hubieran sumergido en un océano y recién salieran a la superficie.
Alec no podía dejar de mirarla, y cuando abrió la boca para decir algo, sus palabras se ahogaron. No necesitaba decir más. No podía seguir huyendo de lo que sentía. No podía esconderse de la verdad.
-No sé qué hacer con esto -dijo, su voz suave, pero llena de vulnerabilidad. Sus ojos brillaban con algo que Anniebeth había visto en él desde el principio: la necesidad de ser honesto consigo mismo, de no seguir con las paredes levantadas.
Anniebeth lo miró profundamente, sus ojos reflejando algo que Alec no había visto nunca antes, algo tan puro como una promesa.
-No tienes que hacer nada, Alec. No tienes que tener todas las respuestas. Yo solo... -hizo una pausa, como si reunir el coraje para decir lo siguiente fuera más difícil que cualquier batalla-. Solo quiero que sepas que yo también lo siento. Todo esto... lo que ha pasado entre nosotros. No tienes que seguir ocultándolo. No tienes que seguir huyendo.
Un nudo se formó en el pecho de Alec. Las palabras de Anniebeth eran lo que él había estado esperando, pero nunca se atrevió a escuchar. Sin más barreras, sin más dudas, se acercó a ella nuevamente. Esta vez, no era para huir. No era para negarlo. Era solo para seguir sintiendo lo que había entre ellos.
Se besaron nuevamente, pero esta vez fue diferente. Fue más lento, más profundo, como si pudieran sentir lo que el otro necesitaba sin tener que decirlo en voz alta. La emoción estaba al alcance de sus corazones, la verdad de sus sentimientos palpitando entre ellos.
Al separarse, Alec la miró con una sonrisa tímida, pero genuina.
-No quiero huir más -dijo, y por primera vez, sintió que decía la verdad.
Anniebeth le sonrió, su rostro lleno de ternura, pero también de fuerza.
-Entonces quédate, Alec. Quédate, porque yo también lo quiero.
Y en ese momento, Alec supo que ya no necesitaba esconderse más. No había nada que temer cuando se trataba de lo que sentían el uno por el otro.
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