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┊┊La voluntad de la llama.┊┊


El sonido de unos pasos interrumpió sus pensamientos. Suzume levantó la vista y vio a dos personas acercándose. El primero, con una figura imponente y una expresión decidida, era un hombre de cabello rubio y rizado, cuya presencia ardiente parecía tan intensa como su respiración. Portaba una gran espada al costado, y su postura irradiaba una energía casi palpable. El segundo, una joven sonriente con una apariencia delicada, tenía el cabello cobrizo, con puntas rubias que reflejaban la luz del sol, y unos ojos de color ámbar, cálidos y brillantes como la miel. Su encantadora sonrisa era la que realmente la hacía destacar, su rostro reflejaba una dulzura infinita, pero había algo en su mirada que sugería que no era tan frágil como su apariencia mostraba. Caminaba junto a él con una elegancia tranquila, y aunque su presencia era suave, no se podía ignorar la fuerza que emanaba.

El hombre, con una sonrisa igualmente brillante, observó a Suzume en silencio durante varios minutos, sin decir una sola palabra.

—¡Ah, Suzume! Permíteme hacer las presentaciones—dijo Shinobu con su característica sonrisa—Este hombre es Rengoku Kyojuro, el Pilar de la Llama—indicó, señalando al hombre—y esta dulce jovencita es Rengoku Hoshiko, su hermana menor.

A pesar de estar un tanto confundida, Suzume se incorporó rápidamente y saludó a ambos.

—Mi nombre es Ito Suzume, es un honor conoceros—dijo, realizando una breve reverencia, como Tanjiro le había enseñado tiempo atrás. Él le sonrió satisfecho.

Suzume miró de reojo al Pilar de la Llama, sintiendo que había algo peculiar en la mirada de aquel hombre. No había movido ni un solo músculo desde su llegada, solo mantenía esa sonrisa indestructible que parecía irradiar una calma abrumadora, algo que le causaba una sensación extraña. Su hermana menor lo imitaba, con una expresión igualmente cálida.

Durante ese tiempo, Hoshiko observaba la escena con una sonrisa divertida, disfrutando de la incertidumbre de Suzume y mostrando una paciencia infinita. Su mirada hacía que Suzume se sintiera aún más desconcertada, pero también comprendió que, de alguna manera, era parte de su forma de ser.

Shinobu, un poco irritada por el prolongado silencio, decidió romper la tensión.

—Disculpa, pero... ¿Cuál es el motivo de su visita, Rengoku-san?—preguntó, con un toque de impaciencia.

Hoshiko, que había estado observando con una leve risa en su rostro, se acercó a Suzume y, con tono juguetón, llamó a su hermano mayor.

—Kyojuro-niisama, ¿por qué no le dices a Suzume-chan qué es lo que has venido a hacer?—preguntó, sin poder evitar la ternura de su voz.

En ese momento, el Pilar de la Llama, Rengoku Kyojuro, la miró con una sonrisa vibrante que reflejaba su entusiasmo. Su voz resonó con energía.

—¡ENTRENEMOS JUNTOS!—gritó con todo su poder, levantando la mano en un gesto dramático—¡Tu voluntad es impresionante, Suzume! ¡Y yo, Rengoku Kyojuro, Pilar de la Llama, estoy aquí para entrenar contigo! ¡Quiero ver hasta dónde puedes llegar!

Suzume, sorprendida por la declaración, no pudo evitar sentirse un poco abrumada por la intensidad de Kyojuro.

—¿Entrenar conmigo?—preguntó, aún desconcertada—¿Por qué?

La hermana de Kyojuro, que observaba todo con una sonrisa relajada, se acercó un poco más a Suzume. Con una expresión cálida, explicó:

—Mi hermano nunca pierde una oportunidad de entrenar. Siempre está buscando nuevos desafíos. Creo que tiene un buen ojo para el potencial de los demás—dijo, tomando las manos de Suzume con una suavidad que, aunque reconfortante, también la inquietó un poco—Verás, Suzume-chan, ha oído hablar mucho de ti, y aunque aún no puede ser tu maestro, cree que un entrenamiento conjunto te ayudará a mejorar mucho más rápido. Y bueno... también le gusta poner a prueba su propia fuerza—sonrió, más ampliamente.

Aunque aún un poco atónita, Suzume empezó a comprender que la visita no era una casualidad. Kyojuro, el Pilar de la Llama, había venido con la intención de desafiarla, de ponerla a prueba. Pero lo que más la sorprendió fue la calidez de su presencia. A pesar de su gran poder, no había ni rastro de arrogancia, solo una verdadera pasión por entrenar y mejorar. No solo para él, sino también para aquellos a su alrededor.

Con una pequeña y casi invisible sonrisa, Suzume asintió.

—Si eso es lo que desea.

—¡No seas tan formal!—rió Hoshiko, divertida—¿Podríamos usar el jardín Shinobu-sama?—la mencionada asintió.

—Solo si no lo destrozáis—dijo Shinobu, con cierto tono de advertencia.

El Pilar soltó una carcajada, sus ojos brillando de entusiasmo.

—Lo intentaré.

—No lo intentes, hazlo—respondió Shinobu con una sonrisa juguetona.

Finalmente, todos se dirigieron al patio trasero, excepto Suzume y Kyojuro, que quedaron frente a frente, mientras el resto observaba expectante. Algunos sentían curiosidad, otros estaban nerviosos por lo que pudiera suceder.

—¿Quién es ese tipo?—preguntó Inosuke, al ver la escena. Tanjiro estaba a punto de responder, pero Shinobu lo detuvo.

—No le digas—susurró, mientras Inosuke la miraba confundido.

—A él le encantan las personas fuertes—agregó Shinobu, con una sonrisa cómplice.

—¡ITO SUZUME!—gritó Kyojuro, causando que todos se asustaran, excepto Shinobu y Hoshiko, quienes mantenían sus sonrisas—¡ATACA CUANDO LO DESEES!

Suzume, aún con el uniforme de la finca mariposa, sostuvo su espada con firmeza, asintió y adoptó la postura de su padre. Su mirada era neutral, su expresión tranquila, pero sus ojos destilaban concentración.

—¿Van a entrenar con espadas de filo?—preguntó Zenitsu, temblando de miedo.

Shinobu respondió con una sonrisa tranquila:

—Una espada de madera no resistiría un asalto con esos dos.

Zenitsu miró con horror, mientras Suzume se preparaba para lo que vendría.

—¿No creen que Suzume-chan tiene una postura hermosa?—comentó Hoshiko, con tono juguetón, mientras observaba a la joven en su postura.

—¡Sí, lo creo, Hoshiko-chan, al igual que tú!—exclamó Zenitsu, sonrojado y coqueto. Hoshiko rió suavemente.

—Ara, ara—dijo con una sonrisa divertida.

—¡Está comenzando!—exclamaron las niñas, emocionadas.

La tensión aumentaba mientras el enfrentamiento estaba a punto de comenzar.

Suzume, con su espada en mano, se preparó para lo que sería una batalla de entrenamiento intensa, donde ambos se enfrentarían sin el uso de sus habilidades de respiración, confiando solo en sus habilidades físicas.

Kyojuro, el Pilar de la Llama, sostenía su espada con una mano, su mirada fija en Suzume, con una sonrisa amplia y confiada. No había necesidad de grandes palabras. Sabía que Suzume tenía potencial, pero también entendía que el entrenamiento solo se logra a través del desafío. Suzume, por su parte, se concentró en su respiración y en el control de sus movimientos. Sabía que este combate iba a ser complicado, pero estaba dispuesta a demostrar lo que había aprendido.

—Recuerda, Suzume, solo cuerpo a cuerpo, sin respiración—dijo Kyojuro, su voz llena de entusiasmo.

Suzume asintió, manteniendo su espada firme. Sin perder tiempo, dio un paso hacia adelante y atacó con un corte diagonal hacia Kyojuro. La velocidad de su movimiento era impresionante, pero el Pilar de la Llama no mostró ni un ápice de duda. Con un movimiento fluido, esquivó el golpe, girando ligeramente su cuerpo y deslizándose hacia un lado.

—¡Rápida!—exclamó Kyojuro, admirando la velocidad de Suzume. Su espada brilló bajo la luz del sol mientras la alzó, dispuesto a responder.

Suzume, sin perder la concentración, volvió a atacar con una serie de estocadas rápidas y precisas. Cada golpe estaba dirigido con exactitud, buscando desarmar o desestabilizar a su oponente. Sin embargo, Kyojuro, con una destreza impresionante, bloqueaba cada ataque con su espada, haciendo que el choque de metales resonara en el aire. Suzume golpeaba con fuerza, pero Kyojuro solo sonreía, desviando sus ataques con la misma facilidad con la que se sacudiría el polvo de su capa.

De repente, Suzume lanzó un golpe directo al torso de Kyojuro. Su espada se desvió hacia él con un ángulo calculado, pero Kyojuro, con un rápido movimiento de su espada, la bloqueó y desvió el golpe hacia un lado. En el mismo instante, aprovechó el desequilibrio momentáneo de Suzume para dar un paso al frente y golpearla suavemente con el mango de su espada, empujándola hacia atrás.

—¡Vamos, Suzume! ¡Eso fue bueno!—dijo Kyojuro, sin dejar de sonreír. No mostraba ningún signo de agotamiento, su energía intacta, y su espada parecía danzar en sus manos con facilidad.

Suzume, respirando con algo de pesadez, volvió a retomar su postura, lista para continuar. No podía rendirse. Sin embargo, su mirada hacia Kyojuro detectaba algo peculiar. A pesar de su gran habilidad, no era arrogante; solo parecía disfrutar del combate, con una pasión inquebrantable por entrenar.

Entonces, Suzume lanzó un ataque más directo, buscando cubrir sus movimientos con rapidez. Su espada brillaba con cada corte, pero Kyojuro, con una agilidad sorprendente, interceptaba cada uno con su espada. Con un giro de muñeca, Kyojuro detuvo un golpe de Suzume y, al instante, con un movimiento limpio, golpeó el costado de su espada, empujándola hacia un lado.

—¡Es impresionante cómo avanzas, Suzume!—dijo Kyojuro con una energía sin igual, disfrutando cada segundo del combate.

Suzume, ya algo cansada, se recompuso, mirando a su oponente con determinación. Sin embargo, Kyojuro no tenía intención de detenerse. Con una risa en su rostro, comenzó a atacar con más fuerza, usando su espada para presionar a Suzume sin tregua. Cada uno de sus golpes parecía más rápido que el anterior, su energía nunca flaqueando. Suzume, a pesar de estar bajo presión, comenzó a adaptarse a su estilo, usando su velocidad y destreza para bloquear y esquivar, buscando cualquier apertura.

De repente, Kyojuro se lanzó con un ataque poderoso, su espada descendiendo con una velocidad impresionante hacia Suzume. Ella reaccionó en el último momento, levantando su espada para bloquear el golpe de forma precisa. El choque de las espadas fue tan fuerte que Suzume sintió la vibración recorrer todo su cuerpo, pero logró mantenerse en pie.

—¡Bien hecho!—dijo Kyojuro, su rostro iluminado por una sonrisa amplia. —¡Lo has hecho muy bien! Pero aún me debes más velocidad.

Suzume, agotada pero decidida, asintió sin perder el enfoque. No iba a rendirse, no ahora. Iba a demostrar que podía mantener el ritmo, incluso frente a un Pilar como Kyojuro.

La batalla continuó, los dos enfrentándose con espadas en mano, sin que ninguno de los dos usara su respiración, solo basándose en pura habilidad, defensa y ataque. Cada movimiento estaba lleno de intensidad, pero también de respeto mutuo. Kyojuro, a pesar de su fuerza abrumadora, nunca se mostró arrogante. Estaba allí para entrenarla, para desafiarla y ayudarla a superar sus propios límites.

A medida que la batalla avanzaba, Suzume se dio cuenta de algo importante: a pesar de la brecha de poder entre ambos, el entrenamiento no era solo sobre ganar, sino sobre aprender, adaptarse y seguir adelante, sin importar cuán difícil fuera el desafío.

La batalla entre Suzume y Kyojuro continuaba con una intensidad palpable. Los golpes eran rápidos y certeros, y a pesar de la desventaja que Suzume sentía frente al Pilar de la Llama, su determinación nunca flaqueaba. Su respiración se volvía más pesada, pero sus ojos brillaban con concentración. Cada ataque era una nueva oportunidad para mejorar, para acercarse un poco más a dominar su espada, algo que su madre le había enseñado a hacer con pasión.

De repente, una chispa de memoria encendió la mente de Suzume. 

Recordó a su madre, la forma en que solía entrenar con ella en su juventud, el movimiento fluido y certero que siempre la había enseñado como último recurso cuando la batalla parecía perdida. Un movimiento que requería una mezcla de precisión, rapidez y la confianza de que podía acertar el golpe.

Suzume, sintiendo una conexión profunda con su madre, repitió el movimiento que su madre le había enseñado. Su cuerpo se movió como en una danza, girando en un ángulo inesperado, haciendo un corte rápido y directo hacia Kyojuro. El golpe era tan preciso que parecía imitar la perfección de un espadachín experimentado, y el Pilar de la Llama, sorprendido por la habilidad y la velocidad de Suzume, no pudo evitar frenar en seco. Su espada se desvió ligeramente, y un breve parpadeo de sorpresa cruzó su rostro.

Los presentes observaron en silencio, atónitos ante el inesperado giro en la batalla. Nadie había esperado que Suzume pudiera hacer un movimiento tan impactante. Kyojuro, normalmente lleno de energía y sonrisas, permaneció en silencio, congelado por unos segundos, como si estuviera recordando algo profundamente importante. La espada de Suzume se detuvo apenas a unos centímetros de él, y el aire parecía cargado de tensión.

Por un breve momento, los dos se miraron, como si pudieran verse el uno al otro más allá de la simple batalla. Suzume, sudorosa y agotada, mantenía la mirada fija en Kyojuro. Él, sorprendido y algo descolocado, la observaba con intensidad, como si estuviera viendo algo que ya había conocido, algo que estaba profundamente arraigado en su memoria.

De repente, Kyojuro sonrió, pero esta vez no fue una sonrisa llena de confianza y diversión. Fue una sonrisa genuina, cálida y sincera, algo que Suzume jamás había visto en él antes. Un leve sonrojo apareció en su rostro mientras sus ojos brillaban con una mezcla de emoción y respeto.

—Sin duda... eres la hija de mi maestra—dijo Kyojuro, su voz cargada de una emoción que sorprendió a todos los presentes.

Suzume, aún exhausta, lo miró en silencio. No comprendía del todo lo que acababa de suceder, pero había algo en esa sonrisa que la hizo sentir como si todo el entrenamiento, toda la lucha, hubiese valido la pena. De alguna manera, algo en su interior comenzó a calmarse.Kyojuro, aún sonriendo, bajó su espada y comenzó a caminar lentamente hacia ella. Suzume lo observó, tratando de entender lo que había sucedido, cuando él, con una mirada llena de nostalgia, comenzó a hablar.

—Tu madre...—dijo, su voz ahora más suave y llena de respeto. —Era una espadachina increíble. La conocí cuando aún no era Pilar. Era mi maestra. Cuando todavía entrenaba, ella me enseñó un movimiento muy similar al que acabas de realizar. Recuerdo lo difícil que fue para mí aprenderlo. Era una de las últimas lecciones que me dio antes de que...—se detuvo un momento, claramente emocionado. —Antes de que mi camino se hiciera más difícil.Suzume se quedó en silencio, escuchando atentamente, el corazón latiendo con fuerza. 

La revelación le llenaba de una mezcla de emociones. Su madre, una maestra de Kyojuro, alguien que había sido tan importante para él. Ahora entendía un poco más la conexión que había entre ellos.

—Tu madre...—continuó Kyojuro, con un brillo en los ojos. —Siempre decía que el poder de la espada no estaba solo en la fuerza, sino en saber cuándo y cómo usarla. Ese movimiento, el que acabas de hacer, era su forma de transmitir su espíritu a través del combate. Creo que tú lo tienes. Lo siento, pero... no pude evitar recordar a la mujer que me ayudó a convertirme en quien soy ahora.

Suzume, al escuchar sus palabras, sintió una ola de emociones que la invadía. Era como si su madre estuviera allí con ella, guiándola en este momento. Aunque las palabras de Kyojuro eran profundas, también eran un recordatorio de cuánto significaba su madre para él.Entonces, Kyojuro dio un paso atrás, sonriendo con genuina gratitud y orgullo. Suzume, aún sin palabras, sintió una conexión profunda con él, como si ahora compartieran algo más allá del entrenamiento, algo que los unía a través de los recuerdos de su madre.De pronto, una exclamación de sorpresa salió de la boca de Hanami, quien observaba la escena con los ojos abiertos de par en par.

—¡Eso... eso fue impresionante!—dijo, su rostro iluminado por la incredulidad. Hacía tiempo que no veía esa sonrisa deslumbrante en su onii-sama. 

Suzume, aún un poco aturdida, le dedicó una sonrisa cansada, mientras Kyojuro se acercaba nuevamente.

—Eres increíble, Suzume—dijo, dándole una palmada en el hombro. —Sigues los pasos de tu madre, con mucho más que solo su fuerza. Tienes su corazón en cada golpe.

Suzume se quedó allí, mirando a Kyojuro con una mezcla de admiración y emoción. No necesitaba palabras, pues ahora sabía que, a pesar de los retos que se interpusieran en su camino, llevaba consigo la enseñanza más importante de su madre y el reconocimiento de alguien que había sido su alumno.


—Ahora sé, que puedo confiar en que lo harás bien.—entonces Suzume lo miró con extrañeza.



Suzume había intentado aprender muchas cosas a lo largo de su vida. Desde que era pequeña, había devorado los libros de su padre, llenos de información sobre plantas medicinales, relatos antiguos y leyendas. Sin embargo, había algo que no había podido comprender por completo hasta ahora: lo que tenía frente a ella. Algo tan imponente, tan inexplicable.

—Esta cosa es el maestro de la tierra, ¿sí?—dijo Inosuke, Suzume observó el nerviosismo de su amigo. Su tono, aunque firme, no podía ocultar la incertidumbre. —Controla esta tierra...— Continuó, mirando fijamente la silueta gigante. Nunca había visto temblar tanto a Inosuke, salvo cuando estallaba en ira. —¡Por su longitud y aura intimidante no hay duda alguna! Puede que ahora esté durmiendo, pero no bajen la guardia.

—No, es una máquina de valor, ¿no la conocías?— replicó Zenitsu, mirando a Inosuke como si ella fuera la que estuviera confundida.

—¡¡Shhh!!—exclamó el cabeza jabalí, con los ojos bien abiertos. —¡Cálmate!

—No, tú cálmate. —Zenitsu se cruzó de brazos, mirando el extraño comportamiento de su compañero de quipo con desdén.

—¡Atacaré primero!— Inosuke desenvainó su espada con rapidez, mostrando su intención de lanzarse al combate de inmediato.

—Tanjiro.— Suzume se giró hacia él, sosteniendo su haori suavemente, como tantas otras veces hacía cuando buscaba respuestas. —¿Qué es eso?

Tanjiro, con calma, la miró a los ojos antes de responder.

—Verás, Suzu.—dijo en voz baja, pero con firmeza—. Puede ser un espíritu guardián de esta tierra. No creo que sea buena idea atacarlo de forma repentina, como Inosuke quiere.

Suzume abrió la boca sorprendida, por un momento el mundo parecía detenerse a su alrededor.

—Ohh...—susurró, asimilando las palabras de Tanjiro, mientras sus ojos se mantenían fijos en el misterioso objeto.

—No, les estoy diciendo que es una máquina a vapor—interrumpió Zenitsu, con una expresión incrédula. —¿Saben lo que es un tren? Es un vehículo, lleva gente, campesinos.

—¿Hm? ¿Era esto de lo que el cuervo estaba hablando?— Tanjiro, frunciendo el ceño, miró a Suzume, quien seguía sosteniendo su haori con gesto pensativo.

—¿Cuervo?—Zenitsu repitió, sin entender del todo.

—Zenitsu—le llamó Suzume en tono tranquilo, —¿es malo que seamos campesinos?

Zenitsu sonrió dulcemente al escuchar la voz de Suzume, su mirada se suavizó.

—¡Suzu-chan, tú eres una dulce y hermosa dama!— exclamó Zenitsu, su rostro iluminado por una sonrisa radiante, con flores figuradas a su alrededor. Luego se giró para mirar con desdén a los otros dos. —¡Pero ellos sí son malos campesinos! ¡Un par de idiotas!

Suzume lo miró confundida por su comentario, sin entender del todo la relación entre "campesinos" y "idiotas".

—¡Ataque porcino!— Inosuke rugió, abalanzándose contra la máquina con su característico furor, mientras empuñaba su espada con toda su fuerza.

—¡¡Detente, estás avergonzándonos!!— Zenitsu gritó con desesperación, mirando a Inosuke como si quisiera detener su ataque a toda costa.

—¡¿Qué están haciendo?!— El sonido de un silbato cortó el aire, una alarma se encendió en la estación. —¡Ah, tienes espadas! ¡Llamen a la policía!

El ruido metálico y frenético de los guardias alcanzó sus oídos, y la situación se volvió aún más caótica. Zenitsu, con los ojos desorbitados y el pánico invadiendo su pecho, se lanzó hacia sus amigos, tomando a los tres por los brazos.

—¡Mierda, mierda, mierda! ¡Corran por sus vidas!— chilló Zenitsu, arrastrándolos hacia la salida a toda prisa.

Suzume, aún atónita por la revelación de Tanjiro y Zenitsu, no tuvo más opción que seguir el frenético ritmo de los demás, mirando hacia atrás y preguntándose cómo había llegado a este punto.

El grupo aceleró el paso al ver que el tren comenzaba a ponerse en marcha, sus siluetas recortándose contra el resplandor anaranjado del atardecer. Inosuke, con una agilidad casi animal, tomó la delantera. Sus pies golpearon el suelo con fuerza antes de impulsarse hacia el vagón en un salto elegante, aterrizando sin esfuerzo sobre la plataforma trasera.

—¡Así es como se hace, lentos! —exclamó, girando sobre sí mismo con orgullo.

Tanjiro lo siguió de cerca, subiendo con movimientos firmes pero más humanos. Atrás quedaba Suzume, corriendo con todas sus fuerzas, con su cabello ondeando en el aire, como un riachuelo blanco. Justo cuando parecía que no lo lograría, extendió su mano hacia el vagón.

—¡Tanjiro! —gritó, buscando ayuda.

Tanjiro, con reflejos rápidos, atrapó su mano con fuerza y, preocupado por su equilibrio, extendió la otra para sujetarla por la cintura, estabilizándola mientras daba el último salto. Suzume, con los ojos abiertos por el susto y el corazón latiendo con fuerza, logró subir al vagón. Una vez a salvo, Tanjiro le dedicó una sonrisa tranquila que aligeró la tensión del momento.

—Gracias —murmuró ella, acomodándose la ropa con nerviosismo.

Antes de que pudiera reaccionar, la voz de Inosuke irrumpió con su acostumbrada energía.

—¡Eres muy lenta, Suzuka! —gritó, burlándose mientras se inclinaba hacia ella.

—Es Suzume, Inosuke.—le corrigió Tanjiro.

Suzume ladeó la cabeza, sin mostrar ofensa, y le respondió con una sonrisa amable.

—¡Tú eres muy rápido, Inosuke!

El comentario desarmó al joven de la máscara de jabalí, quien se sonrojó súbitamente y, con un movimiento brusco, giró la cabeza.

—¡E-es obvio que soy rápido! —murmuró, aunque su risa nerviosa lo delataba.

Detrás de ellos, Zenitsu corría desesperado, los brazos agitándose como si tratara de volar.

—¡E-esperad! —gritó, justo cuando el tren comenzaba a ganar velocidad.

Tanjiro y Suzume reaccionaron al unísono. Extendieron las manos y, con esfuerzo conjunto, lograron levantar al rubio justo a tiempo. Zenitsu cayó de rodillas, jadeando y con el cabello revuelto.

—¿Te encuentras bien, Zenitsu? —preguntó Suzume, sacando un pañuelo limpio de su bolsillo y comenzando a secarle el sudor con delicadeza.

En cuanto los suaves movimientos de Suzume rozaron su frente, unas pequeñas flores parecieron brotar metafóricamente de la cabeza de Zenitsu, quien la miraba con absoluta devoción.

—Ahora que estoy cerca de mi gentil flor... me siento mucho mejor...—dijo embobado, con un suspiro melodramático.

Tanjiro, observando la escena, frunció el ceño. Sin decir nada, tomó el pañuelo de las manos de Suzume y, con una energía desproporcionada, empezó a secar el rostro del rubio como si estuviera limpiando un plato particularmente sucio.

—¡Listo! —exclamó Tanjiro, con una sonrisa extrañamente siniestra.

Zenitsu retrocedió, llevándose las manos al rostro como si lo hubieran atacado.

—¡¿Qué demonios está listo, maldito?! —vociferó con el rostro completamente rojo—. ¡Por poco me arrancas la piel!

Suzume, que había estado observando la interacción, inclinó la cabeza, confusa ante el alboroto.

Dentro del tren, los cazadores de demonios intentaban adaptarse al ambiente de los pasajeros. El vagón tenía un aire de rutina desgastada, con viajeros de rostros cansados y cuerpos acomodados de cualquier forma en los asientos desgastados. El traqueteo del tren acompañaba una sinfonía de suspiros, murmullos y el ocasional silbido del vapor que escapaba por las ventanillas entreabiertas. La luz cálida de las lámparas oscilaba levemente, proyectando sombras que bailaban al ritmo del movimiento.

Ellos, por su parte, no mostraban sus armas, o por lo menos lo intentaban. Suzume mantenía su katana envuelta cuidadosamente en una tela oscura, que le había entregado Shinobu ante de salir, apoyada contra su costado, mientras su postura recta y su mirada atenta denotaban una mezcla de emoción y nerviosismo. Inosuke refunfuñaba sobre lo molesto que era tener que esconderlas. Zenitsu, más dramático, tiraba de la tela que cubría su propia arma como si intentara arreglar un error irreparable, todo mientras murmuraba que nunca debieron subirse al tren.

—No podemos caminar con nuestras espadas a la vista,—explicó Zenitsu con un tono solemne y exagerado—, o al menos no si queremos evitar que nos arresten por asustar a la gente. 

—Pero... si las usamos para protegerlos, ¿no sería diferente?—preguntó Suzume, mirando a Zenitsu con una ligera inclinación de cabeza, sus finos dedos jugueteaban con un mechón de su cabello, un hábito inconsciente cuando se sentía ansiosa.

Suzume suspiró, dejando que su mirada se deslizara hacia la ventana. Afuera, el paisaje oscuro pasaba rápidamente, apenas iluminado por la tenue luz de la luna.

—Nosotros los cazadores de demonios somos parte de una organización que no está reconocida oficialmente por el gobierno.—explicó Zenitsu, a lo que Suzume asintió—En verdad no podemos ir caminando por ahí mientras nuestras espadas están a la vista.—indicó—Incluso si hablas sobre los demonios y cosas así, en su mayoría no te creerán. Así que caminar con nuestras armas podría a causar un caos.

—Pero hacemos lo que mejor podemos...—comentó Tanjiro.

—No importa.—Zenitsu agitó las manos—, el problema es que no nos creerían siquiera si explicamos lo que hacemos. Solo... ocultemos nuestras espadas por ahora.—dijo el rubio para entoncer observar a Inosuke que había intentando cubrir sus espadas en la espalda.—Están a la vista, usa ropa, idiota.

El bullicio del vagón llenaba el ambiente de una mezcla de sonidos: un niño llorando al fondo mientras su madre lo acunaba con dulzura, el golpeteo rítmico de las ruedas del tren y los murmullos de conversaciones dispersas. Más adelante, un hombre con un sombrero ladeado dormitaba, su cabeza inclinándose al compás de cada sacudida del tren. Tanjiro mantenía la vista en alto, su mirada escudriñando cada rincón del vagón como si buscara algo fuera de lugar.

—Le llaman el Tren Infinito. Si nos subimos, deberíamos encontrarnos con Rengoku-san.—comentó Tanjiro, mirando por la ventana cómo los rieles desaparecían en la lejanía. Suzume, fascinada por el nombre, ladeó la cabeza con curiosidad.

—¿Rengoku-san ya está abordo?—preguntó, con un brillo de emoción y cierto nerviosismo en sus ojos.

—Sí, al parecer ya está dentro.—respondió Tanjiro, esbozando una sonrisa tranquilizadora.

Zenitsu, que había estado escuchando sin mucho interés, dejó escapar un suspiro exagerado.

—¿Y quién es este tal Rengoku? ¿Por qué tenemos que encontrarlo?—se quejó, cruzándose de brazos con evidente desgana.

—Es el Pilar de las Llamas, el que entrenó junto a Suzume.—explicó Tanjiro con paciencia.

Zenitsu abrió los ojos de par en par, sorprendido.

—¡¿Ese tipo?!—exclamó, señalando con dramatismo.

—¿De verdad no lo recuerdas?—preguntó Suzume, arqueando una ceja con incredulidad.

—Bueno...—Zenitsu se rascó la nuca, avergonzado, antes de sonreír con torpeza—Solo recuerdo lo increíble que te veías, Suzu-chan, blandiendo tu espada como una diosa.

—Concéntrate, Zenitsu.—le cortó Tanjiro con un suspiro, mientras Suzume apartaba la mirada para ocultar una sonrisa divertida.

Antes de que Tanjiro pudiera añadir algo, Inosuke levantó la voz.

—¡Ese tipo era fuerte! ¡Voy a retarlo y derrotarlo!—gritó con determinación, golpeándose el pecho.

—¡¿Qué estás diciendo, cabeza de jabalí?!—se quejó Zenitsu, rodando los ojos.

A pesar de su alarde, Zenitsu se levantó de un salto y anunció:

—Iré a comprar los boletos. Ustedes quédense aquí y no hagan nada raro. Es difícil caminar cuando tienes que esconder la espada.—dijo, levantando una manta para cubrir su arma mientras se alejaba rápidamente.

—¡Entendido, gracias!—respondió Suzume, mientras intentaba contener una sonrisa al ver a Inosuke forcejeando para esconder sus cuchillas bajo una manta.

Mientras Zenitsu desaparecía entre los pasajeros, Suzume no pudo evitar mirar por la ventana, un destello de inquietud cruzando por sus ojos. El "Tren Infinito" no solo evocaba un aura de misterio, sino también de peligro.

Mientras aguardaban, un sonido peculiar se filtró desde el interior del tren.

—¡Sabroso! ¡Sabroso! ¡Sabroso!—La voz resonaba con una energía contagiosa. Suzume, quien reconoció inmediatamente al dueño de esas palabras, no pudo evitar sonreír.

—Ese es...—susurró Tanjiro, mientras Suzume avanzaba sin dudarlo hacia el vagón, seguida por Tanjiro y los demás.

Al entrar, encontraron al Pilar de las Llamas, Rengoku Kyojuro, sentado con una postura imponente pero relajada, devorando su comida con el entusiasmo de un niño pequeño. Zenitsu que había conseguido boletos se acercó a ellos desde el final del pasillo.

—¡Señor pilar!—llamó Suzume, su voz clara y respetuosa.

—¡Sabroso!—exclamó Rengoku, mirándolos con una sonrisa amplia y cálida, sus ojos dorados brillando como brasas.

—Ah... lo entendemos...—comentó Tanjiro con una mezcla de interés y confusión.

—¿Está deliciosa su comida?—preguntó Suzume, su tono cargado de genuino interés.

—¡Sí, está increíble!—respondió Rengoku con entusiasmo, asintiendo vigorosamente mientras terminaba otro bocado.

El grupo tomó asiento frente a él. Suzume, sentada junto a Tanjiro, observaba fascinada cada gesto del Pilar, mientras Zenitsu y Inosuke ocupaban los asientos contiguos, menos interesados en la conversación pero igualmente cautivados por su presencia.

Tanjiro aprovechó la oportunidad para plantear una duda que lo había inquietado desde hacía tiempo.

—Rengoku-san, quisiera preguntarle algo sobre el Baile del Dios del Fuego.—comenzó el de cabello granate.

Rengoku escuchó con atención, asintiendo repetidamente mientras Tanjiro relataba su experiencia. Sin embargo, cuando llegó el momento de responder, el Pilar proclamó con su característico entusiasmo:

—¡No lo sé! Esta es la primera vez que oigo hablar del Baile del Dios del Fuego. ¡Pero estoy maravillado de que pudieras usarlo en combate!—exclamó Rengoku con su característico entusiasmo, sus ojos brillando como antorchas vivas.

Suzume parpadeó, desconcertada ante la inesperada efusividad, mientras Tanjiro mantenía una expresión de frustración.

—¿Eh? ¿No podría obtener más información?—insistió, ansioso por respuestas más concretas.

Rengoku, sin dejarse afectar por la pregunta, cambió abruptamente de tema.

—¡Deberías ser mi tsuguko! Yo cuidaré de ti, y bajo mi guía te harás más fuerte.—proclamó con energía antes de volverse hacia Suzume, su mirada intensa pero cargada de amabilidad.
—¡Suzume, tú también debes entrenar duro!

Suzume, algo confundida por el repentino cambio de rumbo en la conversación, asintió con torpeza.

—¿Sí...?

Ignorando su vacilación, Rengoku continuó con una apasionada explicación.

—Las respiraciones principales son llama, agua, viento, roca y relámpago. Las demás son ramificaciones de estas. ¡La tuya, la del hielo, es una variante del agua! Es un estilo raro y poderoso, pero extremadamente complejo de dominar.

—Señor Pilar...—intervino Suzume, intentando procesar la avalancha de información.

—¡¡Llámame Kyojuro!!—corrigió él de inmediato con una sonrisa resplandeciente.

—Kyojuro...—repitió Suzume, todavía algo perpleja ante su entusiasmo—Mi madre fue tu maestra, ¿verdad?—preguntó con curiosidad, mientras él asentía con la mirada fija en un punto distante.—¿Cómo era como maestra?

La pregunta pareció encender algo más en Rengoku, quien exhaló profundamente antes de responder con solemnidad.

—¡Tu madre era una espadachina excepcional! Entrenaba con una dedicación inigualable y siempre se esforzaba más que nadie para proteger a los débiles. Le debo no solo mi vida, sino también mis ideales. Sin ella, jamás habría llegado a ser Pilar.

—¿De verdad?—preguntó Suzume, inclinándose ligeramente hacia adelante, intrigada.

—¡Eso suena increíble!—comentó Tanjiro, visiblemente admirado.

—¡Ella era gentil con los más pobres, siempre sonreía y nunca se rendía!—continuó Rengoku con fervor—¡Era estricta como maestra, pero tan querida que todos la admiraban! Desarrolló su propio estilo: la Respiración de la Llamarada. Una técnica avanzada y más poderosa que cualquier otro estilo basado en el fuego. Fue una de las pilares más fuertes de su generación.

Rengoku hizo una pausa, inhalando profundamente antes de añadir con voz solemne:

—Shisho era una persona admirable... y mi mayor meta.

Suzume lo miró con atención, notando la chispa de nostalgia en sus ojos.

—¿Tu meta?—preguntó, inclinando la cabeza.

—Cuando era niño, ella me tomó como discípulo. Siempre tuvo palabras amables para mí, era afectuosa y se preocupaba profundamente por los demás. Desde entonces, siempre quise ser tan fuerte como ella.—La sonrisa de Rengoku se suavizó, llena de un respeto sincero—Quería proteger con la misma pasión que ella protegió a los demás.

Suzume permaneció en silencio por un momento, absorbida por la intensidad y devoción que transmitían las palabras de Kyojuro. Un suave calor comenzó a expandirse en su pecho, como si un vínculo invisible se tejiera entre ella y la figura de su madre, una conexión que solo ahora, a través de los ojos de Kyojuro, empezaba a comprender. Su corazón latía con una mezcla de admiración y una sensación de pertenencia que no había experimentado antes.

Kyojuro la miró con una determinación ardiente, como si su siguiente declaración fuera una verdad irrevocable.

—Por ende, tú deberías convertirte en mi aprendiz.

Suzume lo miró, sorprendida, sus ojos grandes reflejando una mezcla de asombro y emoción. Era la primera vez que alguien, especialmente un Pilar como Kyojuro, la miraba directamente, con una intensidad tan pura, como si estuviera viendo algo que solo él podía entender. Aquella mirada, que siempre parecía estar dirigida hacia horizontes lejanos y misteriosos, ahora se centraba en ella, un reflejo de la seriedad de sus palabras y de la responsabilidad que implicaba.

Suzume no pudo evitar sentirse abrumada, pero al mismo tiempo, una chispa de esperanza comenzó a encenderse en su interior. ¿Podría ser ella quien siguiera los pasos de su madre, bajo la tutela de un pilar tan grande? ¿Sería capaz de llegar a ser tan fuerte como Kyojuro esperaba?

Sin decir una palabra, sus ojos brillaron con una nueva resolución. Este era el momento, el comienzo de algo que la conectaba no solo con su madre, sino con un futuro que ahora parecía mucho más cercano, más alcanzable.

La conversación fue abruptamente interrumpida por un cambio inesperado en el ambiente. Tanjiro frunció el ceño, su mirada aguda rastreando el aire en busca de alguna señal de lo que había alterado la atmósfera. Suzume, más en sintonía con las presencias demoníacas, sintió un escalofrío recorrer su espalda, como si algo oscuro estuviera acechando cerca.

—"Algo no está bien..."—pensó, levantándose rápidamente, sus ojos centelleando con alerta.

El tren parecía moverse con normalidad, pero el silencio entre los pasajeros se tornó palpable, como si todos intuyeran el peligro. Fue entonces cuando un fuerte ruido de pasos resonó al fondo del vagón, seguido de un grito desgarrador que hizo que los demás pasajeros se levantaran en pánico, buscando una salida que no llegaba.

Con una rapidez sobrenatural, un demonio irrumpió entre los pasajeros. Su figura era monstruosa, con garras afiladas y una sonrisa cruel que se reflejaba en los ojos de terror de quienes lo miraban. El caos estalló instantáneamente, la gente empujándose unos a otros en su intento de escapar, pero el demonio se movía con la ferocidad de un depredador.

—¡Grandullón! ¿Crees que puedes aterrorizar a estas personas inocentes? ¡Te equivocas!—rugió Rengoku, su voz retumbando en todo el vagón. Sin dudarlo, desenvainó su espada con una velocidad deslumbrante, el sonido del metal al deslizarse fuera de la vaina tan limpio y rápido como un relámpago.—¡Primer estilo: Mar de Fuego!—exclamó, su cuerpo moviéndose con fluidez mientras ejecutaba un corte certero.

El demonio intentó reaccionar, pero fue demasiado tarde. La espada de Rengoku atravesó el aire con un resplandor cálido y, en un instante, la cabeza del demonio cayó al suelo, desintegrándose casi al instante. El silencio se apoderó del vagón, excepto por el sonido de la sangre del demonio cayendo al suelo.

Tanjiro miró con admiración, sus ojos brillando con asombro ante la rapidez y precisión del ataque.

—¡Eso fue increíble, hazme tu discípulo!—exclamó, tan impresionado que no pudo evitar gritar.

Suzume, aún asimilando lo que acababa de suceder, dio un paso adelante, su rostro iluminado por una mezcla de entusiasmo y respeto.

—¿Puedo llamarte onii-chan? ¡Por favor, sé mi maestro y cuide de mí!—dijo con una sonrisa radiante.

Rengoku se rió a carcajadas, su risa vibrante y cálida, como una hoguera que nunca se apaga.

—¡Claro! Cuidaré de ustedes como mi maestro cuidó de mí.—respondió con una expresión llena de determinación y calidez.

Pero antes de que el grupo pudiera relajarse, una risa macabra y perturbadora rompió el ambiente, proveniente del exterior del tren. La risa era extraña, casi gutural, y llena de una malicia profunda.


—Ser capaz de morir mientras se sueña es una bendición.—la voz resonó, arrastrando consigo una sensación de inquietud que caló hasta los huesos.




Tanjiro caminaba por el sendero que siempre había conocido, el aire gélido acariciando su rostro mientras el viento susurraba entre las ramas de los árboles. Era una sensación familiar, reconfortante. La misma que sentía cada vez que regresaba a su hogar después de una jornada de trabajo, la misma ruta que llevaba desde el pueblo hasta su aldea. La nostalgia lo envolvía, y una extraña calidez invadía su pecho al pensar en su familia. El eco de sus voces resonaba en su mente, pese a ello, algo se sintió extraño. Como si hubiese olvidado algo.

—¡Ah, nii-chan! —la exclamación alegre de su hermano, Shigeru,  lo despertó de su trance. Su hermano pequeño estaba allí, corriendo hacia él con una sonrisa brillante, como si todo estuviera en orden.—¡Bienvenido! —gritó, con los ojos brillando.

Tanjiro sonrió, aunque la sonrisa era diferente, como si algo en su interior estuviera distorsionado. La visión de su hermana más pequeña apareció en su campo de visión, y ella también lo saludó.

—¿Vendiste el carbón? —preguntó ella con esa voz suave y curiosa que tan bien recordaba, Hanako.—pero repentinamente las ganas de llorar se acumularon, por lo que corrió a junto de sus hermanos y lloró.

Pero algo cambió repentinamente. Un nudo se formó en su garganta, un peso inexplicable que no podía entender. Las lágrimas empezaron a acumularse sin razón, y antes de darse cuenta, se encontró corriendo hacia ellos, abrazándolos y llorando.

—¡LO SIENTO! —murmuró entre sollozos, mientras su hermano y hermana lo miraban confundidos, pero no dijeron nada. La escena se sentía como un eco distante, como si todo fuera una repetición de un pasado olvidado.

—¿Qué te sucede?—preguntó Shigeru.

—¿Te duele algo?—añadió Hanako.

Después, la escena cambió sin previo aviso. Estaba dentro de su casa, las risas y las conversaciones familiares llenaban el aire, pero había algo extraño en todo eso. Todo parecía demasiado perfecto, demasiado normal. La voz de su hermana resonó, llena de despreocupación.

—Así que estábamos sorprendidos cuando nii-chan se puso a llorar de pronto.

—Él es raro —añadió su hermano, con una sonrisa burlona.

Tanjiro intentó reír, pero algo en su interior se revolvía. Era como si todo estuviera en una burbuja, distorsionado por una niebla en su mente. Entonces, la voz de su madre, suave y llena de cuidado, rompió sus pensamientos.

—Bueno, puede que solo estés cansado, Tanjiro. Descansa por hoy y no te sobreesfuerces tanto. —Ella se acercó a él, acariciando su rostro con ternura.

—¡Solo estás exagerando, estoy bien! —contestó apresuradamente, pero no pudo evitar sentir que sus palabras carecían de fuerza, como si no fueran las propias, como si en ese momento, no debería estar en ese lugar, siendo reforzado por las géntiles palabras de su madre, Chie.

—¿Estás seguro? —su madre preguntó, un leve destello de preocupación en sus ojos.

Antes de que pudiera responder, un grito rompió el aire, y su hermano saltó sobre su cabeza, cubriéndolo con una manta.

—¡Oye, acabo de lavar eso! —su hermana se quejó, retirando la manta con una risa juguetona. Tanjiro no pudo evitar sonreír débilmente, pero esa sensación de incomodidad persistía.

—¿Y Nezuko? —preguntó, sintiendo una oleada de inquietud.

—Onee-chan salió a buscar algunas plantas —respondió su hermano sin inmutarse.

—¡¿EH, EN LA TARDE?! —gritó Tanjiro, preocupado. Eso, por alguna razón, lo desconcertaba profundamente.

—¿Eso es malo? —preguntó su hermana con tono despreocupado.

Tanjiro se quedó paralizado, sin saber cómo responder a las bromas de sus hermanos. La confusión se apoderó de su mente, y su rostro se tornó rojo como un tomate, la incomodidad evidente. ¿Por qué pensó que ella estaría en peligro? Las palabras de su hermano resonaron en su cabeza, pero la razón detrás de su preocupación seguía siendo un misterio. ¿Qué le estaba pasando?

—¿Eh?—él negó confundido—Supongo que no lo es...

— ¿Onii-chan, te pasó algo en el pueblo? — preguntó Hanako, mirando a su hermano con una expresión de curiosidad. Su rostro, usualmente serio, ahora reflejaba una mezcla de preocupación y extrañeza.

— ¡Sí, está muy extraño! — recalcó Shigeru, sus ojos brillando de intriga.

La puerta se abrió de golpe y un joven algo mayor que los otros dos entró, con una expresión confiada en el rostro. Era Takeo, uno de los hermanos mayores. 

— ¿Quién está extraño? — preguntó Takeo, observando a Tanjiro y su actitud pensativa.

— ¡Onii-chan comenzó a llorar de repente después de regresar del pueblo! — exclamó Shigeru, sin poder contener su risa, como si lo encontrara gracioso.

Tanjiro sintió un nudo en la garganta. Se pasó la mano por el rostro, intentando evitar que sus emociones se desbordaran de nuevo. Los ojos de Takeo brillaban con picardía, como si ya supiera lo que sucedía.

— Hmm... — Takeo alargó la palabra, sus ojos brillando con burla. — ¿Onii-chan te han rechazado?

La atmósfera en la habitación se volvió tensa. Todos los ojos de la familia estaban sobre él, sus miradas llenas de expectativa. Tanjiro se sonrojó de inmediato, el calor invadiendo su rostro. ¡¿Rechazado?!

—¡¿Rechazado?!

—¡Así que era eso, a onii-chan le gusta alguien!!—exclamó Hanako sonriente.

— ¡No me gus-! — Su voz se cortó, sin poder continuar la frase. Su mente se inundó con imágenes de la joven, no podía ver su rostro, pero recordaba su cabello blanco, sus ojos azules como el hielo, y luego el destello de sus manos curando sus heridas. ¿Por qué tendría heridas tan graves? El pensamiento le resultaba desconcertante.

— ¡Se ha quedado en silencio! — exclamó Hanako, señalando a su hermano con una sonrisa traviesa.

Chie, su madre, soltó una risa suave, observando a su hijo con cariño.

— ¿Tanjiro te gusta alguna señorita del pueblo? — La pregunta de su madre fue inesperada, y Tanjiro se giró hacia ella, su rostro aún más rojo. ¿Por qué sentía que todos sabían lo que estaba pensando?

— ¿Recuerdas cuando le preguntamos a Onii-chan qué tipo de mujer le gusta? — preguntó Shigure, con una sonrisa burlona.

— ¡Oh, sí! — Hanako añadió rápidamente. — ¡Él dijo una cosa extraña!

Tanjiro se llevó una mano a la cabeza, intentando recordar. Los recuerdos se amontonaban, pero ninguno se sentía claro. Su mente seguía atrapada en la imagen de la joven. 

—''Espera...''— Pensó. El destello de una sonrisa cálida se instaló en su memoria.

— Dijo: Un Shiba Inu que sea como un lirio del valle. — Hanako señaló con certeza, y todos comenzaron a reír. Pero a Tanjiro le invadió una sensación de incomodidad, una mareo creciente que amenazaba con devolvérselo todo. ¿Por qué estaba tan afectado por esas palabras?

—''Tanjiro...''—La voz de la joven resonó en su cabeza, suave como el sonido de un cascabel. Tanjiro cerró los ojos, tratando de recobrar el control, pero la figura de ella seguía presente en su mente.

— ¿Qué querías decir con eso, cariño? — preguntó Chie, curiosa, al ver que Tanjiro parecía distante.

— Ella es pura y bella como un lirio blanco en la nieve. — Las palabras salieron de su boca sin pensarlo, su voz cargada de una dulzura inusitada. Todos en la habitación se quedaron en silencio, sorprendidos por la sinceridad de su declaración. Tanjiro no pudo evitar sonreír, una sonrisa tímida pero cálida. — Es gentil, entusiasta, fiel, honesta, e incluso si le cuesta se esfuerza por entender a los demás. Cuando ve cosas nuevas es alegre y vivaz como una niña...

Sus ojos brillaron al recordar su rostro, su espíritu, su fortaleza. Su voz se volvió más firme, pero aún con esa chispa de emoción.

— Ella es fuerte, pero no le gusta estar sola. Es algo torpe con las personas por ello, pero siempre mira hacia adelante con una expresión decidida. — Tanjiro respiró hondo, como si sus palabras estuvieran vaciando todo lo que sentía dentro de él. — Usa su mano izquierda para todo, pero tiene una habilidad excelente para cocinar, hacer manualidades o cuidar su hogar.

— ¡Ese tipo de persona tan perfecta no existe! — reclamó Shigure, burlándose. — ¡Onii-chan no es realista!

— Hijo mío, ¿te has enamorado de alguien del pueblo? — Chie preguntó suavemente, sorprendida. Tanjiro parpadeó y se dio cuenta de lo que había dicho. El calor en su rostro aumentó y comenzó a reír nerviosamente.

— ¿Eh? — se dio cuenta de que había hablado como si conociera a esa persona, pero en realidad, no entendía por qué se sentía así. ¿Por qué hablaba como si la conociera de toda la vida?

— Hablas como si te hubieses enamorado de verdad. — La broma de Shigure rompió el silencio, pero Tanjiro no podía dejar de sentirse desconcertado.

Hubo un momento de silencio sepulcral, y Tanjiro, aún sonrojado, intentó contradecir lo que había dicho.

— ¡Eso es imposible! — comenzó a reír nerviosamente, sintiéndose un poco ridículo. Sus hermanos lo miraron con sonrisas burlonas, pero sus rostros eran amables.

— ¡Es algo idílico! — añadió Takeo, y todos estallaron en risas.

— ¡Sí! — confirmaron al unísono.

Su madre, aparentemente satisfecha con el ambiente relajado, le hizo una última pregunta.

— Tanjiro, ¿podrías preparar el baño? — Chie le pidió con una sonrisa mientras tomaba un trozo de bambú para encender el fuego. — Parece que me llevará un tiempo.

— Ah, claro, lo haré. — Tanjiro asintió sin dudarlo y salió rápidamente de la casa, aún con el corazón agitado por los recuerdos que seguían atravesándolo. Caminó hacia el exterior y, en la lejanía, vio una caja de madera cerca de un árbol. En su mente, todo parecía ralentizarse.

Sin querer, tropezó con un balde, lo tomó y comenzó a caminar hacia el río. Mientras avanzaba, la caja de madera desapareció de su vista, como si nunca hubiera estado allí. Cuando bajó el balde para tomar agua, algo extraño ocurrió. Su reflejo en el agua no era el mismo. En lugar de ver su rostro, veía un rostro gritando desesperadamente, un rostro de Tanjiro, pero más sombrío, más angustiado. Una mano se extendió, sostuvo su haori y lo ahogó en el agua.

— ¡LEVÁNTATE, ESTÁN ATACANDO, UN SUEÑO, ESTO ES UN SUEÑO! — El reflejo gritó frenéticamente.—¡¡DESPIERTA, LEVÁNTATE Y PELEA!!

Tanjiro, temblando, cerró los ojos. 

"Oh, claro, yo..."Pensó, y cuando los volvió a abrir, ya no estaba junto al río. Se encontraba de nuevo en su hogar, en medio del bullicio familiar. Pero la inquietud persistía, fuerte y vívida en su pecho.

Sus hermanos seguían peleando entre ellos por la comida. Tanjiro, aún aturdido, sabía que algo más estaba por suceder. Algo que no podía ignorar.

¿Cómo podría salir de este sueño?


El ambiente de la cabaña estaba impregnado por una sensación de calidez acogedora, con las paredes de madera absorbiendo la luz cálida del fuego que chisporroteaba suavemente en la chimenea. El aire se llenaba con el aroma a frutas frescas que su madre había estado preparando, creando una atmósfera reconfortante. Sin embargo, dentro de ese entorno familiar y seguro, Suzume se encontraba atrapada en la tormenta emocional de un sueño que la había dejado completamente perturbada.

—Suzu—La voz suave de su madre la hizo abrir los ojos de golpe. Suzume se encontraba en el interior de un futón, su rostro todavía empapado en lágrimas, con los ojos azul cielo fijos en el techo, como si tratara de encontrar una respuesta en el vacío. Su pecho se apretó al escuchar de nuevo ese nombre.

La visión frente a ella la sorprendió y la tranquilizó a la vez. Una mirada cálida, serena y dulce la observaba. Suzume parpadeó varias veces, intentando comprender si estaba soñando o si era realidad.

—Ma-má...—susurró, creyendo que su voz no saldría. Pero al mirarla, vio esa imagen tan familiar: su madre, con su cabello rosado como las flores de cerezo y esos ojos azules que reflejaban el agua cristalina de un manantial. Las lágrimas volvieron a brotar con la misma fuerza que un río desbordado, sin control, mientras un nudo se formaba en su garganta.

—Cariño, ¿por qué lloras?—La voz de su madre la acarició como una caricia suave, llena de preocupación, y Suzume sintió cómo se desmoronaba en sus brazos. La calidez de su madre fue como un refugio del que no quería escapar.

El abrazo de su madre fue como un salvavidas, tan firme y reconfortante que Suzume no podía dejar de llorar, sollozando de la misma forma que lo hacía cuando era pequeña, sin poder contener sus emociones. En ese momento, el sonido de pasos apresurados resonó en la puerta, rompiendo la atmósfera tranquila de la cabaña.

—¡¿QUÉ SUCEDE?!—La voz de su padre, grave y llena de preocupación, llegó desde el umbral. Suzume dejó de llorar por un instante, el aroma a frutas frescas y la calidez de su madre la habían adormecido por un rato. Pero al mirar hacia la puerta, vio a su padre.

Sus ojos azules, afilados y serenos, se clavaron en los de ella, y su cabello blanco, que caía hasta la parte baja de su cuello, le dio una sensación de familiaridad tan grande que casi no podía creerlo. Él seguía siendo el mismo, esa sonrisa suave y enternecida que siempre le brindaba, como si nunca hubiera cambiado.

—¿Qué te pasa, amor mío?—Él se arrodilló ante ella con calma y paciencia, como si nada en el mundo pudiera alterarlo. La miró de manera tan profunda, con esa ternura que solo él sabía ofrecer. Suzume, al sentir su presencia tan cerca, no pudo contener más las emociones. Sin pensarlo, se lanzó a sus brazos, abrazándolo con tal fuerza que sentía que su alma se fusionaba con la suya.

—Papá...—La palabra salió entrecortada, como un susurro ahogado. —He tenido una horrible pesadilla...—se dejó llevar por el llanto, su cuerpo temblando mientras se aferraba a él con desesperación. —Los dos habíais muerto, estaba sola en una gran montaña...—las palabras se desbordaron, se mezclaron con sollozos incontrolables, mientras su mente revivía esa sensación de soledad. —Por favor... no me dejéis sola...

—Oh, mi pequeño gorrión...—La voz de Fumiko, su madre, sonó llena de tristeza. —Claro que no te dejaremos sola...—Las palabras de consuelo fueron un bálsamo para su alma herida, pero Suzume no recordaba cuánto tiempo pasó entre sus lágrimas y los abrazos de sus padres, solo que en ese momento deseaba que esa calidez nunca se desvaneciera.

Cuando Suzume despertó, la suave manta que su madre había tejido cuando ella nació cubría su cuerpo, envolviéndola en una sensación de calidez que la hizo sonreír de inmediato. La tela, tan suave al tacto, era un recuerdo tangible del amor y la dedicación de Fumiko, un símbolo de que todo estaba bien, que la pesadilla que la había atormentado era solo un mal sueño. Suzume respiró hondo, dejando que el aroma a madera y a frutas frescas que se colaba por la ventana la tranquilizara, envolviéndola en una sensación de hogar.

Cuando su mirada se desvió, vio a su madre en la cocina, de espaldas, moviéndose con gracia mientras cocinaba sobre la estufa. El sonido del crujir de los ingredientes y la suave melodía de su risa llena el aire, creando una atmósfera de paz que Suzume no quería perderse. Se sintió aliviada al ver a su madre tan tranquila, tan sonriente, tan viva.

—¡Mami!—exclamó Suzume con entusiasmo, saltando del futón y abrazándola con fuerza. El gesto fue espontáneo, como si su cuerpo reaccionara a la necesidad de sentir el calor de su madre cerca, de saborear ese amor incondicional que siempre había sido su refugio. La risa de Fumiko fue suave, reconociendo al instante la necesidad de Suzume de sentirse cuidada.

—Ara, ara, ¿parece que nuestro gorrión necesita mis atenciones?—dijo Fumiko, mientras la abrazaba con fuerza, sintiendo que Suzume, en ese momento, no solo buscaba consuelo, sino también un refugio seguro. Suzume escondió su rostro en el pecho de su madre, sonrojándose ligeramente, pero disfrutando profundamente de ese abrazo reconfortante, como si todo lo malo se desvaneciera por unos segundos. —¿Ya te sientes mejor?

—Ahora sí, sí lo estoy.—la voz de Suzume fue suave y llena de gratitud, como un susurro en el aire. No quería soltar a su madre, temía que en cuanto lo hiciera, las sombras de la pesadilla volvieran a acecharla. Pero la calidez de esos brazos era suficiente para aliviarla.

La risa de su madre la rodeó de nuevo mientras se giraba hacia su esposo, Atsushi, quien entraba en ese momento, sacudiendo la nieve de sus botas. El aire fresco de afuera entró brevemente, pero enseguida fue reemplazado por la sensación de seguridad que emanaba de la cabaña, del pequeño mundo que su familia había construido.

—¡Mis princesas!—exclamó Atsushi con una sonrisa amplia, mientras levantaba un saco de leña. —¡Hace un frío horrible fuera!

Fumiko frunció el ceño, claramente preocupada por él, mientras seguía abrazando a Suzume, casi como si no quisiera soltarla, como si también estuviera protegiéndola de algo que no podían ver.

—Te he dicho miles de veces que te pongas tu capa, ¿qué haremos si te resfrías?—su tono tenía la mezcla perfecta de cariño y reproche.

Atsushi rió, restándose importancia mientras se rascaba la mejilla de forma juguetona.

—Vamos, vamos, la llevaré la próxima vez...—respondió con una sonrisa traviesa.

—¡Siempre dices lo mismo! Después tenemos que usar hierbas medicinales para curar tus terribles resfriados.—Fumiko no dejaba de mirarlo, con un tono que dejaba claro que no estaba muy contenta con esa costumbre de su marido.

Suzume observó la escena con una sonrisa, sus padres parecían tan felices y cómodos en su pequeño mundo, que una chispa de duda la invadió. Por un instante, un pequeño sentimiento de inquietud la atravesó, como si supiera que todo eso, por perfecto que fuera, no podía durar para siempre. Pero apartó esa sensación de inmediato. Quería disfrutar de ese momento, de esta felicidad tan genuina.

Cuando la comida estuvo lista, la familia se sentó alrededor de la mesa, la luz suave de las velas iluminando el rostro de cada uno, creando un ambiente acogedor. El calor del fuego, el aroma de la comida, las risas y las bromas suaves llenaban la habitación. Era un momento cotidiano, pero tan lleno de vida que Suzume lo saboreaba profundamente, sabiendo que algo tan simple como esta comida compartida era un regalo.

—¿Cómo se conocieron?—preguntó Suzume, mirando a sus padres con una curiosidad inocente, queriendo conocer más sobre su historia, sobre sus orígenes, sobre lo que los había unido. Cuando lo preguntó, ambos se sonrojaron de inmediato, desviando la mirada en un gesto de vergüenza que hizo sonreír a Suzume. Sus padres siempre tenían una química especial, algo que se podía sentir en el aire.

—Bu-bueno, es algo vergonzoso de contar...—dijo Atsushi, rascándose la cabeza con una ligera incomodidad.

—¡No te atrevas!—Fumiko exclamó, levantando unos palillos como si fuera a golpearlo. Suzume los observó, fascinada por cómo la relación de sus padres seguía siendo juguetona, llena de bromas y complicidad.

Atsushi levantó las manos en señal de rendición, pero continuó con la historia a su manera.

—Tu madre solía bañarse en unas aguas termales cercanas a una posada...

—¡Qué no le cuentes!—Fumiko se levantó, frunciendo el ceño, claramente avergonzada.

Atsushi rió, completamente entretenido con la reacción de su esposa.

—Prometo que fue sin querer.

—¡Sin querer mi trasero!—Fumiko no pudo contenerse y Suzume soltó una risa, viendo a sus padres en este intercambio tan familiar y divertido. Era como un recordatorio de que, incluso cuando todo parecía perfecto, la vida seguía siendo ligera y llena de momentos que no necesariamente tenían que ser serios.

Las risas resonaron en la habitación, y Suzume, al observar a sus padres, sintió una paz profunda. Pero en el fondo, algo dentro de ella se inquietaba. El momento, por perfecto que fuera, parecía estar impregnado de algo intangible, una sensación que no podía comprender del todo, pero que la hacía sentir que debía atesorarlo aún más.

Al final de la noche, cuando la cena había terminado y la mesa estaba recogida, Suzume regresó a su futón, abrazando la manta tejida por su madre con todo su ser. Cerró los ojos lentamente, sintiendo el calor que aún quedaba en su piel. El sonido de la risa de sus padres seguía resonando en su mente, mientras el viento frío golpeaba las paredes de la cabaña, recordándole que la noche ya había llegado.

Mientras la oscuridad comenzaba a tomar el control, Suzume se dejó llevar por el sueño, pero algo en su pecho no se sentía completamente tranquilo. La sensación de que algo podría cambiar flotaba en el aire, como una sombra distante que no lograba alcanzar, pero que sin duda acechaba en el fondo de su ser.


Nezuko despertó con una sensación extraña en el pecho. Algo no estaba bien. Abrió los ojos lentamente, su mirada recorriendo el vagón en busca de su hermano. El sonido suave de su respiración y el leve vaivén del tren eran los únicos ruidos que acompañaban la tranquilidad de la noche. Sintió una leve preocupación al no ver a Tanjiro a su lado y, con rapidez, se levantó del suelo y comenzó a moverse por el vagón con pasos ligeros.

Al final del pasillo, lo encontró. Estaba acostado sobre su costado, su rostro arrugado en una expresión de profundo sufrimiento. Nezuko se acercó a él con rapidez, su corazón palpitando por la creciente ansiedad que sentía. Entonces, su mirada se desvió hacia Suzume, quien estaba recostada sobre el hombro de Tanjiro, completamente ajena al dolor que él estaba sintiendo.

Lo que vio le hizo detenerse por un momento. Tanjiro estaba llorando en silencio. Las lágrimas caían sin cesar por sus mejillas, una tras otra, como si no pudiera detener el torrente de emociones que lo invadía. Su cabeza estaba gacha, como si un peso invisible lo aplastara, su cuerpo tensándose con cada sollozo que escapaba de él. Nezuko sintió el dolor de su hermano resonar dentro de ella, pero lo que la preocupaba aún más era la calma desconcertante de Suzume. Ella dormía plácidamente, ajena a todo lo que sucedía a su alrededor.

Nezuko se acercó con cautela, extendiendo la mano hacia la peliblanca, esperando poder confortarla, pero al tocarla, no hubo respuesta. Suzume estaba completamente inmóvil, su rostro sereno y en paz, como si nada pudiera perturbarla. Sin embargo, Nezuko sabía que algo no estaba bien. El peso de la situación la hizo sentirse aún más inquieta. Alzó la mano y con firmeza, intentó despertar a Suzume, pero no hubo respuesta alguna.

Desesperada, Nezuko se volvió hacia Tanjiro, pero la escena era la misma. Sus intentos de consolarlo, de calmarlo, también se vieron frustrados. Tomó su mano, la apretó suavemente, pero su hermano no reaccionó. El dolor en su corazón se intensificó. No comprendía qué estaba sucediendo, pero algo dentro de ella comenzaba a arder. Algo estaba mal, algo estaba fuera de lugar, y no sabía cómo arreglarlo.

Con frustración acumulándose en su pecho, Nezuko dejó escapar un suave gruñido, su rostro tornándose de preocupación a irritación. El malestar de Tanjiro, su sufrimiento sin consuelo, se mezclaba con su creciente desesperación por no poder ayudar a Suzume. No entendía por qué estaban en esa situación ni cómo todo había llegado a ser tan complicado. Suzume parecía estar en paz, mientras que Tanjiro estaba destrozado, sin ninguna esperanza de encontrar consuelo.

El alma de Nezuko se retorcía, y en un impulso, se alejó unos pasos, mirando a ambos con furia contenida. Ella tan solo quería que ambos palpasen su cabecita. La frustración la invadió, y con un resoplido de molestia, sus puños se cerraron con fuerza, temblando ligeramente.

Se detuvo un momento, mirando a Suzume y luego a Tanjiro, con su corazón latiendo con furia. 

Fue entonces cuando, en un impulso de desesperación, levantó su cabeza con la intención de darle un fuerte golpe a Tanjiro en la frente, con la esperanza de que reaccionara, de que despertara de su tormento. Pero Tanjiro, con su cabeza tan firme y resistente como siempre, no se movió. En cambio, el impacto fue directo hacia la frente de Nezuko, quien, sorprendida, sintió una dolorosa ráfaga de calor en su piel. La fuerza del golpe, inesperada, causó que una pequeña brecha se abriera en su frente, dejando caer una gota de sangre que resbaló lentamente por su rostro. Las lágrimas comenzaron a brotar sin previo aviso, cayendo de sus ojos con la misma rapidez que la sangre que manchaba su rostro. La frustración, el miedo, la impotencia... todo se mezcló en su interior, y comenzó a sollozar, el sonido de su llanto desgarrando la quietud del vagón.

Se había golpeado sin querer, pero lo que realmente la hacía llorar era el dolor de ver a su hermano sumido en su sufrimiento y a Suzume ajena a todo, inmóvil.

No podia soportarlo más. 

El aire fresco de la mañana fluía suavemente entre los árboles, meciendo las hojas doradas que caían lentamente al suelo. La luz del sol se filtraba a través de las ramas, creando un juego de sombras y luces sobre el sendero que seguían Suzume y sus padres. El sonido de sus pasos sobre la tierra húmeda y los suaves murmullos de la naturaleza los acompañaban mientras caminaban tranquilos por el bosque. El olor a tierra mojada y a hierbas frescas, junto a la nieve, la cual parecía no estar cubriendo en su totalidad la montaña, llenaba el aire, otorgando una sensación de paz y serenidad, como si el tiempo mismo se hubiera detenido para ellos.

Fumiko, con una sonrisa cálida en su rostro, se inclinó para recoger algunas hierbas medicinales que crecían cerca del camino. Suzume, caminando a su lado, observaba a su madre con admiración, siempre tan cuidadosa con todo lo que hacía, tan llena de sabiduría. Suzume no pudo evitar sonreír al ver la forma en que su madre trabajaba, tan tranquila, tan en sintonía con la naturaleza que los rodeaba.

—Mami, ¿por qué recolectas estas hierbas?—preguntó Suzume, mirando las plantas que su madre metía en la cesta de mimbre.

—Porque son necesarias para curar nuestras enfermedades, mi pequeña—respondió Fumiko con voz suave y amorosa, levantando la mirada para encontrar los ojos de Suzume. —A veces, las hierbas pueden sanar mucho más que los remedios comunes.

A su lado, Atsushi caminaba con paso firme, siempre atento a cualquier peligro que pudiera acechar, aunque su mirada no dejaba de ser tierna cuando se posaba sobre Suzume.

—Oye, Suzume, ¿cómo te encuentras?—preguntó su padre con tono preocupado, como si siempre necesitara asegurarse de que todo estuviera bien con ella. —¿Todo bien con tu entrenamiento?

Suzume asintió con una sonrisa, ajustándose el lazo de su cabello.

—Sí, papá, ya me siento mejor. Estoy mejorando. Aún tengo mucho por aprender, pero lo estoy intentando.

Atsushi asintió con una mirada orgullosa, aunque sus ojos reflejaban una preocupación sutil. Siempre había sido protector con Suzume, especialmente cuando se trataba de su bienestar.

—Esa es mi hija, siempre esforzándose—dijo él, con una pequeña sonrisa. —Pero recuerda que no tienes que hacerlo todo sola.

Suzume sonrió, apreciando las palabras de su padre. De repente, el ambiente se tornó ligeramente más denso, como si la atmósfera hubiera cambiado. Suzume frunció el ceño, mirando a su alrededor. La tranquilidad del bosque parecía intacta, pero había algo, una ligera sensación de incomodidad que no pudo identificar del todo.

La quietud del paisaje nevado era interrumpida solo por el susurro del viento que arrastraba la nieve ligera. Suzume se encontraba allí, completamente inmóvil, como si algo la hubiera paralizado. Sus ojos, fijos en un punto lejano, no veían más que el vacío blanco ante ella. Una sensación extraña y pesada se apoderaba de su ser, como si algo estuviera fuera de lugar, pero no sabía qué.

En la lejanía, Suzume divisó una figura tendida en la nieve. Algo en su pecho se agitó con fuerza, un latido acelerado que resonó en su pecho como un eco lejano, como si su cuerpo ya hubiera experimentado ese momento antes. Sin pensarlo, un instinto profundo la impulsó a correr, sin saber por qué, pero sintiendo que debía hacerlo. Cada paso que daba la acercaba más a esa figura solitaria en el vasto paisaje blanco.

A medida que se aproximaba, pudo distinguir mejor los detalles. La cabellera granate, un tono vibrante que contrastaba contra el blanco inmaculado de la nieve, y el haori de cuadros que parecía brillar débilmente bajo la tenue luz del día. Era una visión tan vívida que Suzume sintió que su corazón latía al ritmo de los recuerdos olvidados, de algo que estaba al alcance pero se desvanecía justo cuando intentaba alcanzarlo.

Pero, al parpadear, la figura desapareció. Suzume detuvo su carrera en seco, los ojos fijos en el lugar donde había visto a la persona. Una sensación de vacío la envolvió, y la confusión comenzó a apoderarse de ella. Corrió los últimos pasos hasta el lugar donde había estado la figura, con la esperanza de encontrar algo, cualquier cosa que le diera una explicación. Pero al llegar, la nieve estaba intacta. No había rastros de la figura ni de la caja de madera que había notado antes.

El aire frío la envolvía mientras Suzume miraba alrededor, buscando señales, pero el paisaje parecía no tener fin. Solo nieve y silencio. La calma helada contrastaba con el acelerado ritmo de su corazón, que aún no podía calmarse. El vacío que sentía en su interior creció aún más, como si algo importante se hubiera desvanecido con esa figura, dejándola vacía, desorientada.

No entendía qué acababa de suceder, pero había algo en su interior que la empujaba a seguir adelante. El recuerdo de la cabellera granate, tan claro y tangible, persistía en su mente, y Suzume sabía que debía averiguar qué había sucedido. Sin embargo, cuando miró una vez más al horizonte, no vio nada más que la interminable extensión de nieve, como si el mundo hubiera sido borrado por completo, dejándola sola en la vastedad del paisaje.

Pero, no estaba sola, ¿verdad?

—¿Suzume?—la voz suave de su madre la alcanzó desde la distancia. Suzume, inmóvil en medio del vasto paisaje nevado, observaba el horizonte con una expresión perdida. La figura de su madre la observaba desde un rincón, y su mirada se llenó de preocupación.

—"¿Qué fue eso?"—musitó su madre, sin comprender lo que sucedía.

—¡Suzu!—el llamado de su padre la hizo volver en sí. Suzume, aún con la mente confundida, levantó la mirada y, con el rostro inexpresivo, se giró hacia el frente. Sus ojos se toparon con una figura desconocida, una joven con el cabello negro como la noche. Aquella mirada oscura se conectó con la suya, y un estremecimiento recorrió su cuerpo.

La joven, al ser vista, reaccionó con la rapidez de un animal salvaje y huyó entre las sombras de la nieve, deslizándose como un conejo asustado.

Instintivamente, Suzume la persiguió, sintiendo una necesidad profunda de seguirla. No entendía por qué, pero algo en su interior la impulsaba. Sus pies se movían con velocidad, el aire frío cortaba su rostro, pero no le importaba. De alguna manera, sentía que debía alcanzar a esa joven. Su nariz se sintió congelada por el viento, y comenzó a sudar, como si llevara mucho tiempo corriendo, como si el esfuerzo fuera mucho mayor del que sus fuerzas permitían.

De pronto, sus ojos se cerraron brevemente, y al abrirlos, todo había cambiado. A pesar de que antes era de día, la oscuridad ya parecía haber caído, y la nieve que la rodeaba era la misma, pero el ambiente había cambiado de manera inexplicable.

—"¿Por qué siento que me olvido de algo?"—susurró Suzume, su mente envuelta en confusión.

Continuó caminando, el frío de la nieve se sentía aún más intenso contra sus pies descalzos. Los observó en busca de respuestas.

—"¿Y mis botas?"—preguntó en voz baja, aún sin comprender la extraña sensación que la envolvía.

De repente, una voz la sacó de su desconcierto.

—Oye, tú—alzó la mirada y allí estaba la joven de cabello negro, de pie frente a ella. Sus ojos oscuros brillaban con una intensidad desconcertante.

—¿Por qué te resistes?—le preguntó, su tono grave, como si le reprochara algo.

—¿A qué te refieres?—respondió Suzume, aún sin entender nada de lo que estaba sucediendo.

La joven la miró fijamente, como si analizara cada palabra que salía de su boca.

—Me ordenaron obtener tu orbe—explicó, su voz tensa, casi desesperada—estuve allí, quise destruirlo, pero no puedo.

—¿De qué estás hablando?—Suzume frunció el ceño, la confusión todavía nublando su mente.

La joven la miró con rabia, su rostro se tensó, y la frustración se reflejó en sus ojos.

—¡No puedo destruirlo, me matarán, es por tu culpa!—exclamó, su tono furioso—¡Eres una semi-demonio! ¡¿Por qué tu interior es tan hermoso?!—gritó, mientras la tensión aumentaba en el aire.

Suzume parpadeó, intentando asimilar lo que la joven le decía.

—¿Demonio?—murmuró, sin poder creer lo que escuchaba.

De repente, una mano fuerte la agarró del brazo. Era su padre, que había llegado corriendo.

—¡SUZUME!—gritó, preocupado—¿qué estás haciendo fuera del límite?

El rostro de Suzume se llenó de desconcierto.

—"¿Límite?"—miró alrededor, confundida. Tras el paso de las glicinas, no había más árboles. Entonces se dio cuenta de que la joven había desaparecido. Como si nunca hubiera estado allí.

—Volvamos a casa—dijo su padre con firmeza, mientras tiraba de ella, pero Suzume se resistió.

—¿Suzu?—preguntó con preocupación, notando el cambio en su hija.

Un susurro cálido llenó la mente de Suzume, como si una voz suave la llamara.

—"Nunca olvidaré que me has salvado la vida..."—la voz resonó como un eco en su cabeza, y Suzume cerró los ojos, una lágrima rodó por su mejilla al recordar la calidez de esas palabras.

—"Vamos, Suzu"—la voz continuó, calmante y reconfortante.

Un leve temblor recorrió sus manos, y el calor de las lágrimas llenó su rostro.

—"Encontraremos una cura juntos"—sus ojos se cerraron con fuerza, pero el dolor en su pecho era tan real como el viento helado que soplaba a su alrededor.

—"Quiero verlo..."—susurró, mirando a sus padres con ojos llenos de desesperación.

—¿Suzu?—la voz de su madre la interrumpió suavemente—¿estás bien, cariño?

—Mamá...—dijo Suzume entre sollozos, mientras las lágrimas se deslizaban por su rostro.

—¿Estás llorando, hija?—preguntó Atsushi, preocupado, mientras la giraba para mirarla. Suzume los miró, sus ojos llenos de dolor y lágrimas.

—Necesito deciros algo...—dijo con dificultad, su voz temblando.

Ambos padres se acercaron, con una expresión de creciente preocupación.

—Durante mucho tiempo estuve sola en las montañas rodeada de glicinas...—comenzó a contar, su voz llena de emoción.

—¿Cariño?—preguntó su padre, mirándola desconcertado—¿Es sobre esa pesadilla?

—Sí—respondió Suzume, entre lágrimas—Durante años estuve sola, pero un día, en medio de una tormenta de nieve, encontré a un joven tirado en el suelo, herido de gravedad. A su lado había una caja...

Suzume miró a sus padres, quienes la observaban preocupados.

—Cuando abrí la caja, encontré a una niña dentro. Su nombre es Nezuko—relató, entre sollozos—Cuando la miré, ella tomó mi mano. Y algo dentro de mí se conmovió. La cuidé, la llevé a la cabaña y atendí sus heridas.

Atsushi, con la mirada tranquila, trató de tranquilizarla.

—Suzume, eso solo era un sueño.

Suzume negó con la cabeza, desbordada por la emoción.

—Necesito que respondáis a mi pregunta...—les dijo, mirándolos con determinación—Si me convirtiera en demonio, y si esa niña también lo fuera, si su hermano, que me trató con amabilidad, me pidiera acompañarlo en su viaje para buscar una cura, ¿qué haríais?

Ambos padres se miraron en silencio, pensando en sus palabras.

—Suzu, ¿esos hermanos son importantes para ti?—preguntó su padre.

Suzume asintió con la cabeza, sin dudar.

—Incluso si el mundo te dice que ellos deben ser repudiados, ¿tú los repudiarías?—preguntó él.

Suzume negó con firmeza, su corazón palpitando con fuerza.

Atsushi puso las manos sobre sus hombros y la miró con cariño.

—Hija mía, en este mundo hay una delgada línea entre el deber y la libertad. La verdadera jaula de un ser humano es su propia mente. Nunca permitas que nadie te diga dónde perteneces o qué puedes alcanzar. El verdadero poder nace del deseo de proteger aquello que amas. Quienes tienen ese propósito, nunca serán derrotados.

—Papá...—dijo Suzume, mirando sus ojos con una mezcla de gratitud y dolor.

—Suzu, mi amor—Fumiko acarició su rostro con ternura—¿Y ese joven, qué significa para ti?

Suzume respiró hondo, dejando que el amor que sentía por Tanjiro llenara su corazón.

—Él es realmente importante para mí. Es una persona que atesoro con todo mi corazón—dijo, entre lágrimas—Si él no me hubiera encontrado, no sabría cómo habría continuado esa vida de soledad...

Fumiko la miró preocupada.

—¿Y qué pasará cuando él cumpla su objetivo, no te dejará sola?—preguntó, con la voz suave.

Suzume tembló ligeramente, pero sus palabras fueron firmes.

—"¡No puedo quedarme atrapada en una ilusión!"—dijo, con fuerza—¡Mamá, tenías razón!—le explicó entre lágrimas, con una sonrisa—He encontrado a alguien a quien quiero proteger y atesorar, y esa persona me está esperando. ¡Ambos lo están!

Los ojos de sus padres se agrandaron por la sorpresa, y Fumiko la abrazó con ternura.

—Si esa persona significa tanto para ti, no pierdas más tiempo. Ve y asegúrate de no dejarla ir; nunca la sueltes.

—Mamá...—dijo Suzume, llorando con gratitud—¡Gracias por todo, gracias por dejarme nacer, gracias por ser mis padres!

—Mi princesa, no importa lo que suceda—Atsushi la abrazó con fuerza, su voz llena de amor y orgullo—siempre, siempre estaremos orgullosos de ti, de la persona en la que te has convertido.

—Ahora ve.—su madre la soltó con suavidad, pero sus ojos brillaban con una mezcla de ternura y determinación—Vé con ellos, encuentra al joven en la nieve, y no lo dejes ir.

Suzume asintió, una sonrisa llena de gratitud y amor iluminando su rostro. Sin decir más, giró hacia el camino que la esperaba, su corazón latiendo fuerte con la certeza de que, por fin, estaba lista para dar el siguiente paso.

A pesar de ser un sueño, una ilusión efímera, todo había sido tan vívido, tan real, como si las almas de sus padres estuvieran realmente allí, a su lado. Y, en el fondo, Suzume sentía que, tal vez, así había sido. Como si sus voces, sus risas, su amor incondicional, trascendieran más allá de la realidad y se materializaran en ese momento, guiándola con la misma fuerza con la que siempre lo habían hecho.

Tanjiro se encontraba en el interior de la casa, rodeado por su familia, cuando de repente, el fuego comenzó a arder con intensidad.

—¡Onii-chan! —gritó su hermana, alarmada.

—¡¿Qué hacemos con el fuego?! —exclamó su hermano, mirando a su alrededor con desesperación.

Una sensación extraña recorrió su cuerpo.

—"Es la sangre de Nezuko, huele a ella..." pensó, y en un abrir y cerrar de ojos, su atuendo cambió, regresando a su uniforme de cazador. Su espada apareció en su mano, y su cabello volvió a su corte característico.

—¡Estoy despertando poco a poco! —se dijo a sí mismo.

—¡Onii-chan! ¿Estás bien? —preguntó Hanako, con preocupación, mientras sus hermanos lo observaban en silencio. Él cerró los ojos un instante, inmóvil, nervioso. No quería irse de allí.

—Lo siento, pero debo volver... —musitó, cruzando el umbral de la puerta y corriendo sin mirar atrás.

—¡Oniichan! —gritaron todos al unísono.

—"¡Un demonio está mostrándome este sueño, y está cerca! ¡Tengo que apurarme y encontrar una forma de matarlo! ¡Rápido!"—pensó Tanjiro, con el corazón acelerado.

—¿A dónde vas, onii-chan? —se oyó la voz de la antigua Nezuko, su hermana no era un demonio en este sueño. Llevaba una cesta con hierbas, y su hermano menor caminaba a su lado. Tanjiro se detuvo y observó, con los ojos brillando al ver la sonrisa de Nezuko.

—Hoy conseguí un montón de verduras —dijo ella, girándose alegremente.

—Oh, mamá, Rokuta —añadió mientras se volvía hacia su madre.

—Tanjiro —pronunció su madre con suavidad—. ¿Pasa algo? ¿Por qué tienes ese aspecto?

Él bajó la cabeza, sintiendo un nudo en el estómago.

—"Ah..."suspiró en su mente. —"Quiero quedarme para siempre, quiero dar media vuelta y regresar a casa." —Pensó, mientras sus puños se apretaban con fuerza. —"Si esto fuera real... Si esto fuera real..." —Su corazón se quebró. —"Si siguiera viviendo cortando un poco de carbón, si nunca hubiera tomado una espada. ¡Si esto fuera real!"

Con una profunda respiración, recordó lo que había perdido.

Un copo de nieve cayó sobre su nariz, y entonces, lo recordó todo.

—Suzume... —murmuró para sí mismo.

Se giró y miró a su madre con una sonrisa triste.

—Madre, ¿qué harías si descubrieras un lirio blanco floreciendo en una montaña nevada? —preguntó, como si fuera una simple curiosidad.

—¿Tanjiro? —respondió Chie, mirándolo confundida.

—Os equivocáis —murmuró, mientras sus ojos brillaban con determinación—. Esa persona ideal sí existe, ella me está esperando. A ella, que se siente tan sola si alguien no toma su mano, ¡yo no quiero soltarla!

Chie lo miró, conmovida pero sin comprender del todo.

—Tanjiro, ¿tú estás...? —preguntó, tocada por sus palabras, pero también confundida.

—Gracias por todo, pero debo irme. —Tanjiro se volvió y comenzó a correr, decidido.

—¡¡Onii-chan!! —gritó su hermano menor entre lágrimas— ¡¡No nos dejes!!

Las lágrimas de Tanjiro comenzaron a caer mientras corría por la nieve.

—"Lo siento, Rokuta..." pensó, con el corazón destrozado. —"No podemos estar juntos nunca más, pero siempre pensaré en ti. Siempre estarás en mi corazón. ¡Perdóname!"

Mientras Tanjiro corría, un joven de cabello oscuro observaba desde la distancia. Con un afilado cuchillo, desgarró un árbol como si fuera mantequilla. Al ver su interior, sus ojos se agrandaron al descubrir un paisaje impresionante: un lugar donde las nubes eran tan blancas como la nieve, y el cielo azul, claro como el agua cristalina que reflejaba la belleza a su alrededor.

—"Esto es... es hermoso. Es infinitamente vasto y cálido."

Mientras Inosuke y Zenitsu lograban contener a sus enemigos, Tanjiro seguía corriendo, buscando una salida. Su aliento se volvía más pesado.

—No es aquí... —dijo, exhausto, al bajar las montañas. Desesperado, miraba a su alrededor, sintiendo la presencia de los demonios invisibles que lo acechaban.

De repente, una voz susurró detrás de él.

—Hay algo que puedes cortar.

Tanjiro se giró, pero no vio a nadie. Todas las pistas se le habían dado. Sin dudar, tomó una decisión. Con un solo movimiento, cortó su propia cabeza.



Suzume seguía corriendo por la nieve, sus pies atravesaron el límite de glicinas. Sentía extraño estar en este lugar sin la mano de Tanjiro acompañándola. Corrió y corrió, pero no logró encontrar una salida.

—"Tiene que haber algo que me saque de este lugar."

En la lejanía, divisó una figura borrosa: una joven de cabello negro. La desconocida cayó de rodillas en la nieve, y Suzume, nerviosa, no pudo apartar la mirada. Al acercarse, vio que el lugar donde había caído la joven se transformaba en un pozo oscuro que parecía engullirlo todo. Tragó en seco, y guiada por un impulso incontrolable, saltó tras ella.

Todo se tornó oscuro. La caída parecía interminable, el frío se colaba en su piel, helando hasta sus huesos. Sin embargo, repentinamente, el túnel comenzó a iluminarse, y el resplandor hizo brillar los ojos azulados de Suzume. Cayó con precisión, aterrizando sobre sus pies en un lugar completamente diferente.

Frente a ella, estaba la figura de la mujer.

—Tu sangre está mezclada... —susurró la joven, alzando lentamente las manos hacia Suzume—. ¡¿Cómo es posible que un demonio tenga un interior tan hermoso?!

Suzume, perpleja, miró a su alrededor. Lo que una vez creyó ser un lugar oscuro y sofocante, lleno de glicinas, se había transformado en un vasto campo de lirios blancos. La hierba verde se extendía en todas direcciones, las flores danzaban suavemente bajo un sol cálido. Las nubes, blancas como algodón, flotaban en un cielo despejado.

Podía sentir la calidez.

—"¿Este es mi interior?"— pensó Suzume, con el corazón encogido.

La joven desconocida se giró hacia ella, lágrimas surcando su rostro.

—Debía entrar aquí, destrozar tu núcleo... tu esfera del alma. Pero cuando lo hice... —su voz se quebró—, comencé a sentirme culpable. ¡¿Cómo alguien que debería ser repugnante y asqueroso puede tener un lugar tan brillante y gentil?!

Suzume dio un paso al frente, confundida pero decidida.

—¿Quién eres tú?

—Mi nombre es Ayaka. El demonio de los sueños nos ha aprisionado y nos obliga a destruir los núcleos de las almas de nuestras víctimas. —Respiró nerviosa, sus manos temblaban—. ¡Si no lo hacemos, nos matará!

Suzume la miró con compasión.

—Ayaka, si logro salir de este sueño... ¿puedo salvarte? —preguntó con preocupación.

Ayaka se llevó las manos a la cabeza en un gesto de desesperación.

—¡No lo sé! —gritó, su voz quebrada—. ¡No lo sé!

Suzume se acercó con cautela, posando sus manos suavemente sobre los hombros de la contraria. Su sonrisa era cálida, llena de esperanza.

—Por favor, no tengas miedo. Encontraremos la forma de salir juntas...

—¡ESO NO ES CIERTO! ¡MENTIROSA! —gritó Ayaka, y antes de que Suzume pudiera reaccionar, Ayaka alzó un objeto afilado y lo clavó en el cuello de Suzume.

La herida fue inmediata. Suzume escupió sangre, mientras sus ojos se abrían en una mezcla de sorpresa y dolor.

La albina se despertó abruptamente, jadeando mientras llevaba una mano a su cuello. Temblaba por lo vivido en aquel sueño. Su respiración estaba agitada, y tardó unos segundos en recomponerse. Cuando finalmente pudo calmarse, miró a su alrededor. El entorno le resultaba familiar: un pasillo.

Se puso de pie, apoyándose en la pared, intentando recuperar el equilibrio.

—¡Ah, Suzume, ya despertaste! —La voz de Rengoku resonó con su característica energía. Él le dirigió una amplia sonrisa mientras se acercaba. —¡Debo admitir que me avergüenzo por no haberlo notado antes!

Suzume se relajó al verlo, aunque su voz aún era débil.

—Rengoku... ¿Dónde están los demás? —preguntó, todavía algo aturdida.

Antes de que pudiera obtener respuesta, un repentino traqueteo sacudió el tren. El violento movimiento hizo que Suzume perdiera el equilibrio y cayera al suelo, deslizandose hasta la pared del vagón. Al mismo tiempo, alguien más perdió el balance y chocó con ella.

El impacto hizo que ambos quedaran en una posición incómodamente cercana. Suzume levantó la vista y se encontró con los ojos de Tanjiro, quien instintivamente colocó sus brazos sobre la pared detrás de ella, acorralándola sin querer.

—¡Tanjiro! —exclamó Suzume, con sorpresa.

—¡Suzume! —respondió él al unísono.

Ambos sonrieron aliviados al verse, aunque el rubor pronto coloreó sus rostros cuando sus narices se rozaron por la cercanía. Tanjiro, avergonzado pero sin apartarse, le dedicó una sonrisa cálida.

—Me alegra tanto que estés bien. —Su voz era sincera, llena de alivio.

Suzume le devolvió la sonrisa, pero antes de que pudieran decir más, la enérgica voz de Rengoku los interrumpió.

—¡Kamado, mi amigo! —gritó, atrayendo la atención de ambos.

Tanjiro retrocedió rápidamente, nervioso, mientras Suzume intentaba mantener la compostura.

—¡Rengoku-san! —exclamó Tanjiro, inclinándose levemente en señal de respeto.

—He logrado dar algunos cortes, pero al demonio le llevará algo de tiempo regenerarse. —Rengoku hablaba con una mezcla de entusiasmo y urgencia—. ¡Escuchen con atención! Este tren está compuesto por ocho vagones. Yo protegeré los cinco de atrás, mientras que tu hermana y el chico de atrás se encargarán de los tres siguientes.

Hizo una pausa, mirando a ambos con determinación.

—¡Kamado, el cabeza de jabalí, y Suzume se ocuparán de encontrar el cuello del demonio mientras protegen los tres primeros vagones!

—¿El cuello? —preguntó Tanjiro, confundido—. ¡¿Pero el demonio es el tren?!

Rengoku sonrió, acercándose a ellos con la misma intensidad que siempre lo caracterizaba.

—¡No importa cómo luzca! —declaró, sorprendiendo a ambos con su cercanía—. Mientras sea un demonio, tendrá cuello. Yo también buscaré un punto débil, pero hay que mantener el espíritu encendido.

Suzume, con determinación en los ojos, dio un paso adelante.

—¡Quiero ir contigo!

Rengoku la miró, evaluándola por un instante, y luego sonrió con aprobación.

—¡Me gusta tu llama, Suzume! ¡Vamos!

Sin esperar más, la tomó por la cintura y saltó hacia el siguiente vagón con ella.

—¡¿Suzume?! —exclamó Tanjiro, confuso y claramente sorprendido por la rapidez con la que se desarrollaron los acontecimientos.

Todo había sucedido demasiado rápido: los sueños, la distribución del equipo... Suzume combatía codo a codo con el Pilar de la Llama, asombrada por la majestuosidad de su respiración. Por un momento, se permitió imaginar a su padre luchando con esa misma destreza, sintiendo un cálido orgullo en el pecho.

Tras destruir varios fragmentos del demonio, emergieron del tren para encontrarse con Tanjiro e Inosuke. Ambos habían logrado cortar la cabeza original del demonio de los sueños, pero Tanjiro yacía herido en el suelo, víctima de un apuñalamiento. Suzume corrió hacia él, la preocupación palpable en sus ojos.

—¡Tanjiro! —exclamó, sosteniéndolo con cuidado.

Rengoku, con calma pero firmeza, explicó cómo controlar la respiración para detener la hemorragia momentáneamente. Tanjiro intentó seguir las indicaciones, mientras un estruendo resonante los alertó. Una nube de polvo emergió, y, entre los escombros, apareció una figura imponente: un hombre de rostro marcado con extraños kanjis que anunciaban su rango: "Luna Superior Tres".

En un abrir y cerrar de ojos, el demonio saltó hacia Tanjiro y Suzume, intentando golpearlos. Rengoku se interpuso, bloqueando el ataque con precisión. El demonio retrocedió ágilmente, esbozando una sonrisa afilada.

—Bonita espada... —murmuró, mientras lamía la sangre de una leve herida en su mano. Su presencia desprendía un aura tan intensa que paralizó a los presentes.

—No entiendo por qué tu objetivo son dos jóvenes heridos y con la guardia baja —señaló Rengoku, con su característico temple.

—Estaban en mi camino, eso es todo —respondió el demonio, despreocupado. Rengoku lo miró con frialdad. 

—¿Tú y yo tenemos algo pendiente? Es la primera vez que nos encontramos, pero ya te odio.

—¿Ah, sí?—dijo el demonio sonriendo—También odio a los humanos ébiles, cuando debiluchos me siento asqueado, aunque...—sonrió mirando a la joven—Me pregunto si la niñita semi-demonio podría ser algo poderosa...—musitó, aunque todos lo escucharon. Suzume lo miró con nerviosismo, pero sus brazos se tensaron, sosteniendo con fuerza a Tanjiro en su regazo.

—Parece que tú y yo tenemos valores muy distintos —intervino Rengoku, tajante.

—Ya veo... Tengo una propuesta maravillosa —Akaza alzó una mano—. ¿Qué tal si te conviertes en demonio también?

—De ningún modo —replicó Rengoku, sin dudar.

Akaza rio de nuevo. —Sé que eres un Pilar. Tu espíritu de batalla está pulido; estás cerca del territorio supremo. Pero no puedes cruzarlo... porque eres humano.

Rengoku se mantuvo firme. 

—Soy el Pilar de la Llama, Rengoku Kyojuro.

—Yo soy Akaza. Te diré algo: los humanos son débiles. Envejecen, mueren..., de esa forma no pueden obtener su verdadero potencia. Esa niñita podría alcanzarlo si abandonara su lucha absurda contra lo inevitable.

—¡Mi nombre es Suzume, y no me convertiré en un demonio completo! —exclamó, furiosa.

Akaza sonrió, divertido. 

—Ridícula. Tú y Kyojuro deberían aceptar mi invitación. Podríais entrenar siglos y ser más fuertes que nunca.

—''De todos los demonios que he conocido hasta ahora, es el que mas huele a Muzan, tengo que ayudarles''—dijo Tanjiro intentando levantarse con la ayuda de Suzume—''¿Dónde está mi espada, no está aquí?''

—Envejecer y morir, es la belleza fugaz de la criatura llamada ser humano.—indicó Rengoku con seriedad—Ya que envejecemos, ya que morimos, son encantadores y preciosos.—le explicó—Lo que ellos llaman ''fuerza'', no es una palabra que se use en lo que respecta al cuerpo, este chico no es débil, ella no es débil por no ser un demonio completo.—ambos lo miraron—Tú y yo tenemos diferentes valores morales, no importa que clase que motivación tenga, no me convertiré en demonio.

—Rengoku...—musitó Suzume admirada.

—Alguién me dijo una vez, ''que el ser humano es fuerte porque tiene la voluntad de vivir por alguién más'', esa persona es importante para mí, yo también tengo personas que esperan mi regreso.—indicó con una fuerte voluntad.

—''Esas palabras...''—¿de dónde las recordaba Suzume?

—Ya veo...—Azaka comenzó a movilizarse, una intensa luz emanó del suelo—¡Si no te conviertes en demonio entonces te mataré, y me llevaré a Suzume para el amo Muzan!

—''¡No puedo seguirles el ritmo!''—pensó Tanjiro impresionado, Suzume observó a Azaka con determinación.

''El verdadero poder nace del deseo de proteger aquello que amas. Quienes tienen ese propósito, nunca serán derrotados.''—Suzume recordó las palabras de su padre, ella sostuvó lo hombre de Tanjiro con fuerza y le ayudó a recomponerse.

—¿Suzume?—Tanjiro miró como su sojos brillaban con fuerza.

—Rengoku lo sabe, él tiene la determinación para proteger a las personas, él sabe que su fuerza reside en ese deseo...—pronunció la albina sorprendiendo a Tanjiro, entonces le miró con una suave sonrisa—Mi determinación está aquí, justo aquí, así que no puedo flaquear ahora, Tanjiro.

Él se sonrojó ante sus palabras, pero su voz se ahogó al ver como se levantaba y tomaba su espada con gracilidad, sacando el filo de su porte.

—¡Espera, Suzume!

—No te preocupes, además debo mantener una promesa.

—¿Eh?

Suzume-chan—la voz de Hoshiko levantó su mirada, sus ojos ambar brillaban como un lúcero— eres la única en quien puedo confiar mis palabras...—ella había tomado sus manos como la primera vez que se conocieron hace unos días atrás, géntilmente—Por favor, cuida de mi hermano.—le rogó, ella sabía que se iban adentrar en una misión peligrosa— Es fuerte y siempre protege a los demás, pero si onii-chan alguna vez está en peligro, ¿quién lo protegerá a él?—su rostró se entristeció al pronunciar esas palabras, Suzume se quedó en silencio y luego asintió.

—No dejaré que alce su espada solo, estaremos a su lado Hoshiko.—tras sus palabras, la de cabellos claros sonrió suavemente, conmovida.

—¡Gracias, Suzume-chan, me alegro tanto que seamos amigas!

—¿Somos amigas?—preguntó Suzume confundida, ella asintió con una risa.

—¡Por supuesto!

—Le prometí a mi amiga que protegería a su hermano —afirmó, recordando la súplica de Hoshiko.

Él la miró, impactado, mientras ella se incorporaba con gracia, empuñando su espada.

—¡De todos los pilares que he matado hasta ahora, ninguno de ellos era de fuego!—exclamó Azaka bailando en el aire—¡Y ninguno estuvo de acuerdo con mi invitación!—reclamó—¡¿Por qué?!—Rengoku lo observó pacientemente esperando su oportunidad—¡Solo aquello que fueron elegidos pueden convertirse en demonios, alguien con talento que lo rechaze tendrá una fea decandencia, muere ahora que eres joven y fuerte!

Entonces, Akaza activó su técnica: "Destructiva Estilo Vacío", liberando una ráfaga de golpes imbuidos en energía demoníaca que sacudió el aire a su alrededor.

Rengoku reaccionó al instante, ejecutando su Cuarto Estilo: Ondas de Llamas Ardientes. Las llamas de su espada trazaron arcos incandescentes en el aire, disipando parte de la presión del ataque de Akaza mientras ambos poderes chocaban con una fuerza abrumadora.

El Pilar de la Llama sabía que no podía mantenerse a la defensiva por mucho tiempo. Debía acortar la distancia con absoluta precisión si quería tener alguna posibilidad de alcanzar el cuello del demonio.

Akaza, aunque confiado, no pudo evitar mostrar un destello de asombro al ver la rapidez y maestría con que Rengoku reaccionaba a cada uno de sus movimientos. Sus ojos brillaron con una mezcla de respeto y desafío.

—Impresionante —admitió el demonio, esbozando una sonrisa retorcida—. Pero no basta con ser hábil para derrotarme.

—¡El estilo de tu espada se perderá, es lamentable! —gritó Akaza mientras atacaba con fiereza.

—¡No se perderá, porque los humanos lo recordarán! —replicó Tanjiro, intentando incorporarse a pesar de sus heridas.

—¡No te muevas, tu herida se abrirá, abajo soldado!—ordenó con firmeza el pilar, y el joven se paralizó.

—¡Tu batalla está aquí, no te preocupes por él!—de repente, un silbido afilado surcó el aire. Akaza giró justo a tiempo para esquivarlo, separándose momentáneamente de su enfrentamiento con Rengoku.

—En guardia —dijo Suzume, su mirada gélida llena de determinación.

Akaza la observó con interés, sus ojos ávidos de pelea.

—Vaya, vaya, vaya... —musitó, una sonrisa amplia deformando su rostro—. ¡Esa sed! ¡Al final, SÍ merece la pena pelear contigo!

—Para mí no es un honor —respondió Suzume, danzando su espada con elegancia—. Lo que pienses sobre mí no me interesa ni un ápice.

—¡NO TE PREOCUPES, HARÉ QUE TE INTERESE! —rugió Akaza.

Entonces, Suzume lo sintió: su sangre reaccionó por instinto. En un parpadeo, su espada se interpuso entre su cuello y la mano de Akaza que buscaba decapitarla.

—Tú... —murmuró él, deteniéndose por un instante, su sonrisa ampliándose con entusiasmo—. Tienes potencial.

Suzume retrocedió rápidamente, respirando hondo. Con un movimiento fluido, lanzó su técnica.
Brisa de Escarcha.

Un corte horizontal desgarró el aire, liberando una nube de polvo helado que cubrió el campo de batalla, envolviendo a ambos en una neblina densa y gélida.

Akaza gruñó con irritación. Sus movimientos, aunque rápidos, se tornaron más torpes. El terreno resbaladizo dificultaba su equilibrio. Sin embargo, con su agilidad demoníaca, comenzó a esquivar, aunque cada paso mostraba una ligera vacilación.

Suzume lo observaba con atención, buscando el momento exacto para dar su próximo golpe.

El demonio gruñó con frustración. Sus movimientos, aunque veloces, se volvieron más lentos y vacilantes debido al terreno resbaladizo. Sin embargo, Akaza, aprovechando su agilidad demoníaca, empezó a esquivar con mayor precisión, adaptándose a la situación.

Rengoku no perdió el ritmo y desató una técnica devastadora.
Habilidad destructiva: Estilo de guerra, Tigre de fuego.

Una majestuosa llamarada en forma de tigre rugió a través del aire, persiguiendo a su objetivo con feroz intensidad. El impacto fue brutal, sacudiendo el suelo y empujando a Akaza hacia atrás. Sin embargo, no fue suficiente para detenerlo. El demonio, resentido, contraatacó de inmediato, desatando un torbellino de oscuridad y energía demoníaca que amenazaba con consumir todo a su paso.

Suzume reaccionó con rapidez, colocándose frente al ataque.
Loto de Cristal.

Concentró toda su energía, a pesar de sus brazos temblorosos. Un remolino helado envolvió su espada, que se recubrió de cristales afilados como cuchillas. Con un movimiento preciso, disparó una lluvia de cristales hacia Akaza, hiriéndolo en varios puntos. El demonio rugió de dolor, sintiendo el frío quemar su carne.

Pero Suzume empezaba a flaquear. El esfuerzo extremo de sus ataques le pasaba factura; el agotamiento se reflejaba en su respiración entrecortada y su postura inestable. Aún así, se colocó frente a Rengoku, intentando protegerlo.

—No te mueras, Kyojuro. —gruñó Akaza con una voz seria.

Tanjiro e Inosuke, que había llegado de repente al campo de batalla, miraban con asombro a los tres combatientes. Pensaban en lo lejanos que se sentían sus propios niveles de habilidad frente a Suzume, Rengoku y Akaza.

—Incluso si luchas con la intención de sacrificar tu cuerpo, todo es inútil Kyojuro, los maravillosos cortes que me atacaron ya sanaron por completo.—le indicó—En cambio, vosotros...—los miró a ambos—Tu ojo izquierdo está dañado, tus costillas y órganos heridos, no puedes recuperarte.—le dijo—Si fueras un demonio te curarías en un abrir y cerrar de ojos, si fueras un demonio sería un rasguño, no importa cuanto luches los humanos no pueden vencer a los demonios.

Suzume apretó los dientes, sintiendo el peso de sus palabras.

—''Está completamente curado... Mis golpes no han servido para nada... ''—pensó, frustrada, mientras su mente buscaba desesperadamente una solución.

—Suzume, lo repetiré de nuevo. —Akaza la señaló con una sonrisa fría—. Tienes potencial, pero si sigues siendo humana, nunca lograrás derrotarnos. —Suzume tragó en seco, frunciendo el ceño—. Tu sed de sangre no es suficiente. Apenas has despertado de un sueño gentil, pero esto es la realidad. —La miró con severidad—. No eres fuerte sin tu sangre demoníaca.

Suzume alzó su espada con firmeza, la hoja vibró en el aire, produciendo un zumbido intenso al moverse.

—¿Qué pretendes? —Akaza sonrió con desdén—. Incluso si tu sangre demoníaca ayuda a curar tus heridas, es lenta. Te cortaré la cabeza antes de que logres suspirar. Tus brazos y piernas tiemblan, tu respiración es entrecortada porque dañé uno de tus pulmones cuando intentaste atacarme. Apenas te diste cuenta.

¡¿Suzume está peleando con tanto dolor?! —pensó Tanjiro con horror al escuchar las palabras del demonio.

—Tú no entiendes nada. —La voz de Suzume resonó firme, llamando la atención de todos—. Kyojuro tiene razón... el señor Pilar tiene razón. —Sus ojos azules brillaron con determinación—. No hay nada más firme y eterno que la voluntad humana de sobrevivir. Aunque mueran o se desintegren, lo que me ha mantenido como humana todo este tiempo son las esperanzas y el amor de otros.

Akaza la observó, confundido por sus palabras.

—Mi mente me dice que sería más fácil rendirme, sucumbir... morir. ¡Porque eres fuerte, Akaza! —continuó Suzume, alzando su espada con fuerza—. Pero esta espada fue creada para alguien que protegió la vida humana a costa de la suya. Si debo morir aquí, será cortando tu maldita cabeza de engendro retorcido.

—Suzume... —murmuró Rengoku, mirándola con asombro. Por un instante, incluso con su visión limitada, vio la sombra de su maestra reflejada en la joven. Una sonrisa cruzó su rostro, y apretó con fuerza su espada—. ¡Yo también cumpliré con mi deber! ¡No dejaré que nadie muera! Suzume, jóvenes... —La voz del Pilar era firme y cálida, infundiendo valor en todos.

Suzume sonrió, ligera pero decidida, mientras su mirada se fijaba en Akaza.

—¡Qué maravilloso espíritu de pelea tienen! —gritó Akaza, eufórico—. Están heridos, pero su fuerza y postura no tienen aperturas. ¡Conviértanse en demonios! ¡Luchemos por la eternidad!

De repente, el polvo y el fuego se mezclaron en el aire. Akaza se lanzó al abdomen de Rengoku, buscando perforar su corazón, pero...

—¡Rengoku-san! ¡Suzume! —exclamó Tanjiro, preocupado. Inosuke temblaba, incapaz de moverse.

—¿Qué demonios...? —Akaza miró su mano, ahora atrapada por la espada de Suzume, quien estaba arrodillada bajo sus pies, sosteniéndolo con todas sus fuerzas.

Rengoku, espada en alto, miró la figura de Suzume. Por un instante, un recuerdo lo envolvió:su madre, animándolo de niño a proteger a los débiles porque él era fuerte, porque había nacido con un propósito.

—No te dejaré... —siseó Suzume con los ojos completamente rojos, su voz llena de furia—. Incluso si mis piernas o brazos se rompen, incluso si me perforas con tus manos... no lo matarás. No apagarás la llama del corazón de Rengoku.

Akaza, por primera vez, tembló ante la intensidad de su mirada. Suzume, con cada fibra de su ser, mantenía su posición.

—"Esta joven..." —pensó Rengoku, impresionado. Frente a sus ojos estaba la espada de Suzume, protegiendo el único vestigio de oportunidad que les quedaba. Esa espada, el símbolo de un hombre que su maestra había respetado, ahora defendía su vida.

Suzume, la niña marcada por la sangre demoníaca, despreciada por muchos, luchaba con todo lo que tenía, no solo por sí misma, sino por él. Un hombre que no había logrado cortar la cabeza de una Luna Superior, que había nacido para proteger a los débiles y que ahora debía confiar en la valentía de una joven que llevaba la esperanza en su alma.

—Hmm... —El joven Rengoku observaba a su maestra, ambos sentados en el jardín tras un largo entrenamiento. La suave brisa acariciaba las hojas, llenando el ambiente de una paz que contrastaba con la intensidad de sus prácticas.

—Así que tu madre te dijo eso... —comentó pensativa, antes de dedicarle una sonrisa cálida y llena de confianza—. ¡Pero no existe alguien débil, Kyo-chan!

—¿Cómo dice, Shisho? —preguntó, confuso, con los ojos brillando de curiosidad.

—Mientras un ser humano tenga la voluntad de vivir, mientras tenga algo que proteger o un sueño que cumplir, la llama en su corazón nunca se apagará. ¡Ni siquiera frente al enemigo más fuerte! —afirmó con convicción, sus ojos reflejando una fuerza que iba más allá de las palabras.

—¿Pero si mueres...? —musitó el joven, bajando la mirada—. ¿No es el fin?

—¿El fin? —Su maestra inclinó la cabeza, mirándolo con dulzura—. ¡Eso es algo que solo los demonios pensarían!

—¿A qué se refiere, Shisho?

—La muerte no es el final, Kyo-chan. —Colocó una mano sobre su pecho, cerrando los ojos mientras una serena sonrisa adornaba su rostro—. Siempre es el principio de algo más. Ese legado, ese futuro... nunca desaparecen. —Entonces lo miró directamente y, con un gesto maternal, palmeó suavemente su cabeza—. Porque incluso si yo muero, Kyo-chan tomará mi relevo para proteger a aquellos que no pueden alzar un arma.

—Shisho... —murmuró, su voz llena de determinación mientras levantaba la vista hacia ella—. Yo protegeré su legado. Defenderé el futuro de Shisho.

—Lo sé, Kyo-chan. —respondió ella con ternura, sus ojos brillando con orgullo—. Sé que lo harás.

El joven Rengoku asintió, su corazón encendido por las palabras de su maestra. En ese momento, comprendió que su vida no solo le pertenecía a él, sino también a todos aquellos a quienes juraba proteger. Esa llama, la que su maestra había encendido, jamás se apagaría mientras existiera alguien dispuesto a luchar por el bien.

—''Su legado está justo aquí, protegiendo mi llama.''—pensó, una sonrisa se alzó en su rostro.—''Madre, Shisho... ¿En quién debería confiar mi espada cuando mi voluntad parece flaquear? No puedo rendirme, ¿verdad? No ahora que tengo la oportunidad de ser el pilar que alguien más necesita.''—Azaka abrió sus ojos, él tenía la sonrisa más implacable del mundo.

—¡MALDITOS, SOLTADME! —Azaka rugió con furia, luchando por liberarse de la prisión en la que estaba atrapado. Suzume, con su espada perforando su brazo, bloqueaba su ataque, la espada casi fusionándose con la regeneración del demonio, mientras Rengoku sostenía con fuerza su otro brazo.—''¡¿QUÉ DEMONIOS PASA CON ESTOS MONSTRUOS, PORQUÉ NO PUEDO SOLTARME?!''

—Suzume... —La voz de Rengoku resonó cerca de sus oídos, firme y serena.—No lo sueltes, incluso si tu cuerpo quiere rendirse, no lo sueltes.

—¡Sí, señor! —respondió Suzume con determinación, aferrándose con más fuerza a su espada.

—¡AGGGGGGGGGHHHHHH! —El demonio gritó, su voz llena de desesperación. —¡MOVEROS!

—¡MUEVETE, INOSUKE! ¡POR RENGOKU-SAN Y SUZUME, CORRE! —Tanjiro y Inosuke, con sus fuerzas al límite, se lanzaron al ataque, impulsados por la urgencia de salvar a sus compañeros. Pero entonces, Azaka se liberó con un brutal impulso, sus propios órganos parecían haberse destrozado en su esfuerzo por escapar. A pesar de todo, Tanjiro lanzó su espada hacia él, apuntando a su objetivo con precisión, como si fuera una lanza.

—''¡¿Por qué demonios me bloquean de esta manera?!'' —El demonio pensó furioso, pero mientras su vista se alejaba, observó cómo los cazadores lo perseguían—''No huyo de los cazadores, busco escapar del condenado sol. Esos dos me molestan, aunque no los perforé gravemente, sus heridas podrían ser fatales.''

—¡NO HUYAS COBARDE!—ambos se movían rapidamente—¡DEJA DE CORRER!

—''¿Pero que rayo dices ese mocoso, acaso no tiene cerebro?''—pensó observando su figura en la lejanía—''No huyo de los cazadores, me quiero ocultar del condenado sol. Además, esos dos eran muy ostigantes, incluso si no los perforé gravemente, sus heridas podrían ser mortales''.

—¡¡LOS CAZADORES DE DEMONIOS SIEMPRE LOS CAZAREMOS CUANDO LA OSCURIDAD DE LA NOCHE LES OTORGUE VENTAJA! ¡NOSOTROS SOMOS HUMANOS DE CARNE Y HUESO, NO NOS CURAREMOS POR ARTE DE MAGIA, NUESTROS MIEMBROS NO VUELVEN A CRECER!! —gritó Tanjiro, su voz cargada de ira y convicción.

—Tan-tanjiro... —pronunció Suzume, de rodillas, exhausta, su cuerpo ya no respondía.

—¡NO HUYAS, MALDITO, IDIOTA, ESTÚPIDO, COBARDE!

Inosuke, temblando de impotencia, apretó los puños con rabia.

—¡COMPARADOS CON VOSOTROS, RENGOKU-SAN Y SUZUME, USTEDES SON IMPRESIONANTES! ¡LOS DOS SON FUERTES, NO SE DEJARÁN VENCER, NO PERMITIRÁN QUE NADIE MUERA!

Rengoku y Suzume lo observaron desde el suelo, incapaces de moverse. La determinación en las palabras de Inosuke los conmovió profundamente, incluso en su estado crítico.

—¡LUCHARON HASTA EL FINAL, PROTEGIERON A TODOS! ¡TÚ ERES EL PERDEDOR, ELLOS VENCERÁN! —Tanjiro comenzó a llorar, su dolor y rabia acumulados en un llanto desconsolado—. ¡Por poco pierden la vida! ¡Heriste a Suzume, maldito cobarde!

—Tan-tanjiro... —Suzume intentó llamarlo, pero su voz se ahogó en el llanto, compartiendo la misma impotencia que él.

Rengoku, observando a Tanjiro y a Suzume, sonrió conmovido a pesar del dolor.

—No sirve de nada gritar, muchacho... —dijo el pilar, su voz suave pero firme—. Nuestras heridas son graves, pero... —miró a Suzume, con ternura— ¿Podrán ser curadas, cierto?

Suzume lo miró, las lágrimas recorriendo su rostro mientras sollozaba.

—Lo-lo siento, no pude cumplir mi promesa con Hoshiko... tu ojo... —dijo, incapaz de contener su llanto.

Rengoku le dedicó una sonrisa gentil.

—Cumpliste tu promesa, estoy vivo. —Suzume estalló en llanto junto a Tanjiro, sus corazones llenos de pesar y amor por el pilar caído—. Esa voluntad tan profunda que tenía Shisho, la heredaste. Tu corazón, Suzume, conmovió la llama que ella dejó para mí, como esperanza para el futuro. —Miró a Kamado, sus ojos reflejando una serenidad profunda—. Ahora ven, joven, debo decirte algo que recordé en mi sueño.

Tanjiro, tambaleante, se acercó. Sus piernas temblaban, pero la determinación lo empujaba a seguir.

—Cuando regresemos, y nuestras heridas estén curadas, debes venir a mi hogar. Mi padre solía leer unas antiguas anotaciones sobre los pilares de la llama. Nunca pude leerlas, pero deben quedar registros sobre este baile que mencionaste. —Rengoku, a pesar de estar gravemente herido, todavía sostenía su espada, rota como Suzume. Las heridas que ambos habían sufrido se reflejaban en sus armas destrozadas.

—Por favor, no es el momento, —dijo Tanjiro entre lágrimas—. Ambos están demasiado heridos, especialmente usted.

—No... hay algo que quiero decir antes de perder el conocimiento. —Rengoku sonrió, su expresión tranquila a pesar del dolor—. Confío en tu hermana, la acepto como parte de este cuerpo. Ella estaba gravemente herida y siguió defendiendo a los humanos. Debes vivir con orgullo, con la frente en alto. Si te ves abatido por tus debilidades y miedos, llena tu corazón de coraje. Ármate de valentía y sigue tu camino, aún si te detienes, no te acobardes. No detendrás el flujo del tiempo. —Su mirada se volvió más suave, y miró a Suzume con una chispa indescriptible—. Los capullos sin florecer no deben ser arrancados.

Suzume gimió de dolor, entendiendo las palabras de Rengoku. Él la estaba aceptando, a pesar de todo.

—Kamado, Inosuke, el niño dorado, Suzume... todos crecen a su propio ritmo. —Sonrió con dulzura—. En el futuro, todos ustedes se convertirán en pilares. Serán los que apoyarán a los cazadores de demonios. Yo creo en ustedes, con todo mi corazón.

A pesar de no haber muerto, Kyojuro creyó ver el primer rayo del amanecer, a su madre, la cual lo observaba en silencio.

—''¿Será por el cansancio?''—pensó observandola—''¿Cumplí con mi deber a pesar de que no logré derrotarlo?''

—Hiciste un trabajo asombroso. —La sonrisa de su madre se expandió, llena de amor.

En ese momento, Rengoku se desmayó, seguido de Suzume. Tanjiro, Inosuke y Zenitsu lamentaron no haber podido ayudar más, pero se comprometieron a ser más fuertes para honrar a sus compañeros.

Un cuervo llegó, anunciando el final de su misión. Todos estaban vivos, habían salvado a los pasajeros del tren, pero tal vez, Rengoku no volvería a ser un pilar.

Tanjiro, Inosuke y Zenitsu despertaron una nueva determinación para el futuro.

Y Suzume, una vez más, se sintió inspirada por la fuerza de los miembros del cuerpo de cazadores de demonios.


¡Hola, cazadores!

Nuevo capitulo, este al igual que la película, es un especial, el más largo de todos, contiene 17.311 caracteres.

Por ende, les agardezco haber tenido la paciencia de leerlo entero, sin saltarse ninguna parte.

Estamos en un punto alto de la historia donde me gustaría conocer sus opiniones sobre ella.

Sobre Suzume como personaje.

Sobre los demás personajes, representados.

Espero poder leer vuestros comentarios.


¡Un saludo!


Kana-sensei




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