06
┊┊La casa del tambor.┊┊
Kamado Tanjiro había nacido en un pequeño pueblo enclavado en las montañas, donde la vida era sencilla pero llena de responsabilidades. Desde joven, se vio forzado a asumir el rol de "hombre de la casa", un título que no escogió, pero que aceptó con el corazón lleno de amor por su familia. No había espacio para la pereza ni para una infancia despreocupada. Cada día, su vida giraba en torno al trabajo y la protección de los suyos, y sin embargo, su sonrisa nunca desaparecía. Esa sonrisa, que iluminaba el rostro de sus hermanos y hermanas, era su regalo para ellos. Su madre, orgullosa de él, siempre veía en su hijo el reflejo de su difunto padre, y su corazón se llenaba de alegría al verlo crecer tan íntegro. Tanjiro, por su parte, se sentía agradecido por su familia, por esa unión que lo mantenía firme, incluso en los momentos más oscuros.
Pero esa vida, llena de amor y sacrificios, se desmoronó de repente, arrancándole a Tanjiro todo lo que conocía. La tragedia lo golpeó con la fuerza de un torrente, dejándolo solo, con su corazón roto y su alma marcada por la perdida.
Suzume, en contraste, nació rodeada de glicinas, un aroma dulce pero peligroso que impregnaba su mundo. Desde que era una niña, esas flores significaban más que belleza: eran una maldición. Un aroma que le causaba lágrimas, que la confinaba a la oscuridad de su hogar, lejos del sol. Su madre la cuidaba con esmero, temerosa de que su hija, quien ya poseía la marca del demonio en su ser, fuera más vulnerable que cualquier otro niño. Suzume no solo luchaba contra el mundo exterior, sino también contra su propia naturaleza demoníaca, un lado oscuro que podía consumirla si no aprendía a controlarlo. Y, a pesar de todo, Suzume mantenía la calma, una calma tensa, frágil como el vidrio.
Ambos jóvenes compartían el peso de una carga insostenible: el dolor de perder a los que amaban y la necesidad de encontrar un propósito en un mundo que parecía estar en su contra. A pesar de sus pasados tortuosos, había algo en el aire entre ellos, una conexión que no necesitaba ser explicada.
El primer paso de Suzume fuera de su hogar fue un acto de valentía, una ruptura con su miedo al mundo exterior. Tanjiro, con su mano extendida, la guió hacia lo desconocido, hacia la luz del día que parecía tan ajena a ella. Cada paso fuera de su mundo de glicinas era un descubrimiento: el bullicio de los pueblos, el brillo del cielo, las flores que danzaban al ritmo del viento. Todo era nuevo para ella, y su mirada reflejaba esa fascinación infantil que Tanjiro conocía tan bien. Al verla, su corazón se suavizaba, como si la inocencia de Suzume pudiera borrar las cicatrices que marcaban su alma.
Mientras caminaban juntos, Suzume no pudo evitar notar las miradas de los aldeanos, su curiosidad evidente hacia ella. La suavidad con la que Tanjiro tomaba su mano, la ligereza con que sus pasos se sincronizaban, la hacía sentir que, por primera vez en su vida, no era un ser extraño, sino alguien que pertenecía a este mundo.
—Ne, Tanjiro —dijo Suzume con su voz suave, como un susurro—, ¿por qué nos miran tanto?
Tanjiro miró alrededor, ligeramente avergonzado por la atención que recibían. Las sonrisas de los aldeanos no le eran extrañas, pero no dejaba de sentirse incómodo. Sin embargo, antes de que pudiera decir algo, una señora, al ver la simpatía de Suzume, exclamó:
—¡Qué lindo es ser joven!
El rostro de Tanjiro se tiñó de rojo, y sin pensarlo demasiado, tomó la mano de Suzume, apurando el paso para salir de la escena.
—No te preocupes —dijo rápidamente, una sonrisa nerviosa cruzando sus labios—. Debemos irnos ya.
Pero justo en ese momento, un gorrión voló hacia Tanjiro, posándose cerca de su rostro, como si tuviera algo importante que decir. Suzume, sorprendida, observó cómo Tanjiro, con una naturalidad asombrosa, comenzó a hablar con el ave, como si entendiera su lenguaje. Suzume se quedó quieta, fascinada por la escena.
"¿Puede hablar con los animales?", se preguntó, sin poder evitar sonrojarse ante la ternura de la situación.
De repente, el clima cambió. Un joven rubio irrumpió en su camino, arrodillado ante una dama, suplicándole que se casara con él. Suzume dio un paso atrás, temerosa de la tensión que se había formado, pero Tanjiro no lo pensó ni un segundo antes de intervenir, tomando al joven del brazo y apartándolo con firmeza.
Suzume observó a la joven en el camino, una sensación extraña envolvió su pecho al ver el malestar en su rostro. La chica parecía angustiada, como si estuviera atrapada entre la incomodidad y la molestia, mientras una voz masculina chillaba en un desesperado intento por llamar su atención.
—¡Te lo ruego, cásate conmigo! —El joven rubio, con ojos amarillos brillantes, le extendía las manos a la dama, arrodillado y sujetando la tela de su kimono con un aire desesperado.
Suzume dio un paso atrás, sorprendida, pero antes de que pudiera reaccionar, Tanjiro se adelantó con una rapidez inusitada, agarrando al rubio con fuerza y apartándolo de la joven.
—¡¡¿Qué demonios haces en medio del camino?!! —Suzume casi perdió el equilibrio al ver la intensidad de la reacción de Tanjiro, un lado de él que jamás había presenciado—. ¡¿Acaso no ves que la señorita no quiere eso?! —Su tono era firme y protector, como si estuviera defendiendo algo más allá de una simple situación.
La joven semidemonio se quedó en silencio, observando cómo Tanjiro regañaba al hombre rubio con un ímpetu que le resultaba familiar, pero a la vez tan distinto. Era un lado de él que no había esperado encontrar, y no pudo evitar una leve sensación de admiración.
—¡Y tú también has estado molestando al gorrión! —Tanjiro añadió, con un suspiro exasperado. Suzume miró al pequeño ave posado en su hombro, que la miraba curioso, casi comprendiendo la situación. Suzume ladeó la cabeza ligeramente en su dirección, y el gorrión, como si respondiera a su gesto, inclinó la cabeza también.
El rubio se vio algo confundido, pero de repente su rostro se iluminó de una manera inusitada, como si hubiera descubierto algo importante.
—¡Ah, ese uniforme! ¡Tú eres de la selección final! —exclamó, señalando a Tanjiro con ojos brillantes de reconocimiento.
Tanjiro, aliviado de que la situación se calmara, se dirigió nuevamente hacia la dama.
—Todo está bien ahora. Debería irse pronto a casa, joven dama. —Suzume asintió, sintiendo cómo el nerviosismo en el aire comenzaba a disiparse gracias a la habitual amabilidad de Tanjiro.
La mujer sonrió, agradecida, y realizó un pequeño gesto de respeto, uno que Suzume reconoció porque lo había aprendido de él durante su estancia en las montañas. Suzume se preguntó por qué siempre parecía ser tan importante este tipo de cortesía en la cultura humana.
—Muchas gracias —dijo la dama, inclinándose ligeramente, mientras Tanjiro sonreía con calma.
De repente, un grito rompió el silencio:
—¡¡Ella tiene que casarse conmigo, porque le gusto!! —El rubio gritaba, pero Suzume lo miró con algo de confusión. ¿Eso significaba que le gustaba a la joven? Pero si ella actuaba con tanta incomodidad... Suzume pensó que debía significar lo contrario. Sin embargo, los sentimientos humanos le resultaban enigmáticos, y esto la hizo reflexionar más profundamente de lo habitual.
—¡Qué vergüenza! —La dama comenzó a abofetear al rubio con furia, lo que dejó a Suzume aún más desconcertada, casi dando un paso atrás por el impacto de la escena.
Tanjiro rápidamente intervino, sosteniendo con suavidad a la dama, deteniendo su golpe. El alboroto la alarmó, pero también le resultaba fascinante.
—¡Cálmese, por favor! —Tanjiro estaba calmado, como siempre, aunque Suzume vio una leve incomodidad en su rostro al ver a la dama llorar, desconcertada y molesta.
—¿¡Cuándo he dicho que me gustas!? —La joven exclamó entre lágrimas, mientras el rubio se desplomaba en el suelo, su rostro distorsionado en una mueca de desesperación.
—¿¡Entonces no te gusto!? —insistió el rubio.
La joven de cabello blanco, Suzume, observó la situación con un atisbo de confusión. Todo aquello le resultaba extraño, un escenario que no lograba comprender del todo. Mientras tanto, la dama, con la mirada decidida, exclamó:
—¡Eso es imposible, yo ya estoy prometida!
Suzume frunció el ceño al escuchar esa palabra tan ajena a su propio entendimiento. En su mente resonaba la pregunta, pero decidió guardarla para otro momento. Tal vez Tanjiro podría explicarle después. Sin embargo, antes de que pudiera aclarar sus dudas, una nueva exclamación la sacó de sus pensamientos.
—¡Detente! —El joven rubio lloró con desespero, su voz aguda desgarrando la quietud de la escena. Suzume, en su confusión, sintió un ligero estremecimiento, como si el gorrión que descansaba sobre su hombro estuviera suspirando en respuesta a tanta incertidumbre.
La sensación fue fugaz, pero tan real que se preguntó si sus sentidos estaban engañándola. No, no podía ser... ¿Los pájaros pueden suspirar?
Tanjiro se adelantó sin dudarlo, alejando al joven rubio con un movimiento firme, pero controlado. Su expresión mostraba una calma inquebrantable, aunque algo en su mirada sugería una ligera incomodidad.
—¿¡Por qué te entrometes?! —El rubio reprochó, señalando a Tanjiro con dedos temblorosos. El de cabello granate, por su parte, mantuvo su compostura, pero en su rostro se reflejaba un desdén o repulsión apenas disimulado.
—¡No me mires como si fuera un insecto! —se quejó, arrodillándose y lloriqueando—. ¡Es culpa tuya que no pueda casarme! —gritó, su tono lleno de desespero—. ¡Es tu culpa! —Tanjiro empeoró su expresión, mirándolo como si fuera la mayor desgracia del mundo—. ¡Di algo!
El rubio continuó con su desgarradora exclamación, declarando que se encontraba al borde de la muerte, lo que provocó un escalofrío en Suzume. ¿Realmente estaba en peligro? El miedo que emergió en ella no era solo por el drama de las palabras, sino por la súbita empatía que sintió hacia él. Si realmente estaba en un "camino maldito" como él dijo, ¿eso significaba que compartía su sufrimiento?
—¡Mi nombre es Kamado Tanjiro! —dijo el joven de cabello granate, presentándose con una fuerza renovada mientras sujetaba al rubio por los hombros.
—¡Mi nombre es Agatsuma Zenitsu! ¡Ayúdame, Tanjiro! —La exigencia de Zenitsu hizo que Suzume levantara una ceja, extrañada por la manera en que el rubio lo trataba, pero también le resultaba algo enternecedor la manera en que Tanjiro respondía con paciencia a su desesperación.
La tensión entre Tanjiro y Zenitsu se podía cortar con un cuchillo. Tanjiro, con una mirada severa, sostenía a Zenitsu de los hombros, su voz llena de incredulidad:
—¿Cómo una persona como tú le pediría ayuda a otra persona, si es un espadachín? —le reprochó, apretando un poco más su agarre. —¿Cómo puedes ser tan descarado?
Zenitsu, con el rostro contorsionado por la indignación, soltó un quejido dramático.
—¡Eres muy duro! —exclamó, arrugando el rostro en una mueca. Suzume, observando desde un rincón, no podía evitar preguntarse si esa era una especie de juego entre ellos. Algo le decía que en medio de los reproches y las quejas, había una chispa de complicidad que no terminaba de comprender. En su mundo, hablar mucho significaba, en cierto modo, una forma de estrechar lazos, y esa interacción, aunque caótica, tenía algo de amistad en el aire.
Zenitsu, sin perder el ritmo, empezó a contar su triste historia con una expresión llena de amargura.
—¡Fui engañado por una mujer y tengo un montón de deudas! —dijo, como si el solo mencionar sus problemas pudiera aliviar un poco el peso de sus palabras. —¡Mi abuelo me entrenó, pensé que moriría, pero al final sobreviví! —Zenitsu dejó escapar un suspiro ahogado. —¡Después pasé esa maldita prueba, solo por pura suerte! ¡Y ahora debo vivir en este camino maldito!
Las palabras de Zenitsu resonaron en la mente de Suzume, despertando en ella una empatía inesperada. Un "camino maldito"... Suzume entendió a un nivel profundo lo que esas palabras significaban. ¿Acaso él también cargaba con un destino oscuro, uno similar al suyo? La sensación de compartir esa carga la hizo sentir un impulso de compasión.
Zenitsu, incapaz de calmar su desesperación, comenzó a retorcerse, sus ojos desorbitados llenos de angustia.
—¡¡No quiero esto, sálvame!! —gritó, sus manos levantándose al cielo, como si tratara de alcanzar algo que se le escapaba de las manos. Al ver tal sufrimiento, Suzume no dudó ni un segundo. Se arrodilló junto a él, tomándole suavemente la muñeca, y con gesto tranquilo, le ofreció una bola de arroz.
Tanjiro observó desde un costado, entendiendo lo que Suzume intentaba hacer. Su gesto era suave y genuino, y aunque Zenitsu no parecía merecer tanta compasión, algo en Suzume le decía que ese era el tipo de persona que era. Tanjiro no pudo evitar sonreír ante la ternura de ella, su corazón latiendo un poco más rápido. Aquello era... enternecedor.
De repente, la voz de Zenitsu se hizo más grave, con un tono extraño, como si estuviera completamente absorbido por su propia tormenta emocional.
—Tanjiro... —murmuró, sus ojos ocultos bajo el flequillo, mientras giraba su cabeza de manera antinatural hacia él, lanzando una mirada fija y penetrante. —¡¡Viajas con una hermosa chica, y por eso eres tan desagradable con los demás, ¿verdad?!
Tanjiro, completamente desconcertado, se llevó las manos a la cabeza, tratando de procesar lo que acababa de escuchar.
—¿¡De qué hablas?! —replicó, su rostro reflejando una mezcla de sorpresa y confusión.
Pero Zenitsu no se detuvo. Su voz se alzó de nuevo, esta vez con un tono aún más cargado de emoción.
—¡¡Como viajas con una lindura como ella, vienes a destrozar el amor de otros!! —gritó, su lengua se movía como una serpiente, mientras sus ojos brillaban con una intensidad un tanto inquietante. Suzume, aunque aún en cuclillas, se tensó. No podía evitar sentir un escalofrío. Algo en la forma en que Zenitsu la miraba le generaba un malestar palpable, como si sus palabras pudieran traspasar las barreras de su alma.
Tanjiro, completamente fuera de sí, se enfrentó a Zenitsu con furia.
—¡¡No me compares contigo!! —vociferó, su rostro teñido de rojo de la ira. A medida que ambos seguían discutiendo, Suzume observaba la escena, algo desconcertada. Parecía que todo aquello era parte de una conversación que sólo ellos entendían. Sintió que era mejor dejar que ellos resolvieran su conflicto mientras ella se levantaba con elegancia.
—Tanjiro —dijo, con una suavidad en su voz que contrastaba con la crispada atmósfera que los rodeaba. Suzume le tocó suavemente la manga de su kimono, y él, al sentir su delicado toque, se calmó al instante. Sus ojos se encontraron en un entendimiento mutuo.
—¿No deberíamos irnos? —sugirió Suzume, con una sonrisa pequeña pero sincera. Tanjiro, aún sonrojado y algo apenado por la situación, asintió lentamente, retomando el control de su respiración. Parecía que su presencia calmaba todo a su alrededor.
Suzume buscó algo en su bolsa de viaje, sus movimientos eran tranquilos y firmes. Al sacar un ungüento de lavanda, lo aplicó con cuidado en la muñeca de Tanjiro, su toque tan preciso y delicado como siempre.
—Esto te aliviará —dijo suavemente, sonriendo levemente. Tanjiro la miró, agradecido, y una cálida sensación invadió su pecho. Estaba tan acostumbrado a las adversidades que el simple gesto de Suzume le parecía una pequeña tregua en el caos de su vida.
—Gracias, Suzume —respondió, sonriendo enternecido. Había algo en su sonrisa que dejaba claro cuánto apreciaba la bondad que ella emanaba.
Desde el fondo, Zenitsu seguía gritando, agitando su quimono de manera descontrolada, sin parecer darse cuenta de lo absurdo de su comportamiento.
—¡¡LO SABÍA, MALDITO DESVERGONZADO!! —vociferó, con furia, completamente ajeno a la calma que se había establecido entre Suzume y Tanjiro.
—¡¡Qué no me compares contigo!! —se defendió el contrario con una vena en la frente. Suzume, en un intento de calmar la situación, tocó suavemente con su dedo anular el hombro de Zenitsu, y cuando él la miró, le ofreció una bola de arroz. El gesto fue suficiente para detener la pelea al instante.
—Mi nombre es Ito Suzume, un placer conocerte —dijo con una sonrisa tranquila y una reverencia ligera. Tanjiro, observando desde un costado, sintió una mezcla de orgullo y satisfacción por su amiga. Habían ensayado esa presentación en el camino, aunque no podía evitar pensar que tal vez no era el momento más adecuado para que fuera un placer, dada la actitud del rubio.
—¡Encantado de conocerte, Suzume-chan! —Zenitsu gritó de entusiasmo, moviéndose de un lado a otro como un torbellino, y en su alrededor parecían flotar, como si por arte de magia, flores rosas. —¿O debería llamarte Suzu-chan?
—No te pases —respondió Tanjiro con un toque de reproche, tirando suavemente del uniforme del rubio para apartarlo de Suzume. Zenitsu, sin embargo, lo miró con una expresión irritada, como si el simple hecho de ser regañado fuera una ofensa imperdonable.
—Sobre lo de antes... puedo entender cómo te sientes, pero no deberías causar problemas para tu gorrión —dijo Tanjiro, su tono algo más serio.
—¿Eh? —murmuró Zenitsu, desconcertado, mientras se llevaba un bocado de arroz a la boca. Mientras caminaban, el gorrión de Suzume se posaba en su hombro, mirando el mundo con curiosidad. Suzume sonrió levemente, el pequeño pájaro parecía haberse encariñado con ella, pues le daba bayas silvestres que había recolectado durante el viaje.
—"Zenitsu siempre actúa así y nunca quiere ir a trabajar. Persigue a todas las mujeres que ve y ronca fuerte. Un problema tras otro." —dijo Kamado, señalando al gorrión, que los observaba fijamente desde el hombro de Suzume. —Eso es lo que dice tu gorrión.
—¡¿Está hablando de mí?! —Zenitsu se quedó petrificado, su rostro completamente sorprendido. Kamado asintió con una sonrisa traviesa.—¡¿Puedes hablar con los pájaros?! —Zenitsu repitió, esta vez más desconcertado, mientras tomaba otro bocado de arroz. —¡¿Me estás tomando el pelo, cierto?!
En ese momento, un cuervo apareció volando hacia ellos a gran velocidad, dando vueltas alrededor de los tres, como si les estuviera buscando. Suzume no se sorprendió del todo, pero su sorpresa creció cuando el ave comenzó a hablar, y no solo Suzume, sino también Zenitsu, quedaron asombrados.
—¡Diríjanse al norte, deben ir a la siguiente ubicación! —El cuervo repitió una y otra vez el mismo mensaje, como si no pudiera comunicarse de otra forma.
—¡¿Por qué habla tu cuervo?! —Zenitsu gritó, cayendo de espaldas al suelo de la impresión. Suzume, sin embargo, solo lo miró con una mezcla de fascinación y curiosidad.
—Nunca había visto un cuervo que hablara —comentó Suzume, aún procesando lo que acababa de suceder, mientras Tanjiro sonreía, entretenido por la situación.
—Él es mi mensajero —dijo Suzume con calma, como si fuera lo más normal del mundo. —Se encarga de dirigirnos hacia nuestras misiones.
Zenitsu seguía en el suelo, mirando al cuervo con incredulidad. Suzume, por su parte, ya había aceptado la extraña habilidad de su compañero, aunque su mente no podía evitar divagar. Le recordó a cierto cuento de una princesa del bosque que su madre le había contado cuando era pequeña.
La imagen de aquel cuervo, como el mensajero de un destino incierto, la hizo pensar por un momento que tal vez el mundo que estaba conociendo tenía más magia de la que jamás habría imaginado.
El grupo de tres se encontraba frente a una casa antigua, rodeada por un denso bosque. La puerta estaba abierta, pero no parecía haber nadie dentro.
—Este lugar huele a sangre... a un tipo de sangre que nunca había conocido antes —comentó Tanjiro, mirando a su alrededor con cautela.
—¿Sangre? —murmuró Zenitsu, frunciendo el ceño—. No huelo nada... aunque... ¿no escuchas algo? Parece venir de dentro.
—¿Un sonido? —Tanjiro se quedó en silencio un momento, intentando captar cualquier ruido extraño.
—Allí dentro —dijo Suzume, señalando con su mirada fija la entrada de la casa—. Hay demonios.
Un crujido en los arbustos a su lado los hizo sobresaltarse. Al volverse, vieron a dos niños temblorosos entre las hojas, sus ojos llenos de miedo.
—¿Qué ha sucedido?—Tanjiro se acercó con cuidado, notando lo aterrados que estaban. En ese momento, fue entonces cuando el gorrión de Zenitsu se posó en su palma, Tanjiró se inclinó hacia ellos y sonrió—¡Tarán, un gorrión!—dijo, con una risa suave—¿no es lindo?
Suzume sonrió, tocada por su esfuerzo. Era la misma estrategia que Tanjiro usaba para hacerla sonreír, el rubio lo miró confundido.
—¿Es esta su casa? —preguntó Tanjiro, dirigiéndose a los niños. Ambos negaron con la cabeza.
—Es la casa de... —el niño mayor gimoteó, sus palabras saliendo entre sollozos—. ¡Del monstruo! —Suzume no apartaba la vista de la puerta, sus sentidos alertas.
—Veníamos con nuestro hermano mayor... viajábamos de noche... —el niño bajó la cabeza, la voz quebrada—. Pero ese monstruo... se lo llevó.
—¿Lo llevó adentro? —preguntó Tanjiro, mirando al niño con una expresión seria. El niño asintió, y Tanjiro continuó—. Entonces, habéis seguido el rastro hasta aquí. Eso es muy valiente de vuestra parte.
—Estábamos siguiendo el rastro de sangre... nuestro hermano está herido... —el niño rompió en llanto, su angustia palpable.
—¡No os preocupéis! ¡Derrotaré a ese monstruo y traeré a vuestro hermano de vuelta! —Tanjiro afirmó con determinación, sus ojos llenos de resolución.
Suzume observó a los niños, sintiendo una mezcla de preocupación y compasión. Aunque la situación era grave, el hecho de que Tanjiro prometiera algo tan seguro la hizo dudar. ¿Era correcto prometerles que todo estaría bien cuando no sabían con certeza lo que enfrentaban? Aún así, el brillo de esperanza en los ojos de los niños la hizo decidirse a seguir adelante, recordando las palabras de Tanjiro sobre su misión y la caja que llevaba en su espalda.
—¿Qué es ese sonido? —preguntó Zenitsu, tensando los músculos—. ¿Un tambor?
Suzume levantó la vista justo cuando algo salió disparado desde el interior de la casa. Un cuerpo humano voló por el aire y aterrizó pesadamente en el suelo. Tanjiro se lanzó hacia él, recogiendo al joven que había sido expulsado del lugar, mientras Suzume se acercaba rápidamente para revisar sus heridas.
—Por fin... logré salir... —el joven cazador balbuceó, su respiración errática—. Yo... ¿voy a morir?
Tanjiro lo abrazó con fuerza, intentando darle algo de consuelo, cuando un rugido similar al de una bestia salió de la casa, desatando un escalofrío en el aire.
—E-ese sonido... —Zenitsu temblaba, pálido. Suzume dirigió su mirada hacia el joven que había caído, entrecerrando los ojos al ver su rostro sin vida.
"La vida humana es tan frágil..." pensó para sí misma, sintiendo un dolor profundo.
—Él ha muerto... —comentó, su tono sombrío. Tanjiro asintió, visiblemente afectado.
—Él no es nuestro hermano —dijo el niño, mirando con tristeza al cuerpo. Suzume se detuvo a pensar, escuchando sus palabras. El niño continuó—. Nuestro hermano llevaba ropas amarillas.
—Debe haber tomado a más humanos —Tanjiro lo pensó en voz alta, mirando hacia la casa. Suzume asintió, compartiendo la misma conclusión.
—¡Bien, Zenitsu! —Tanjiro se giró hacia él, con la intención de pedirle que se quedara atrás. Pero Zenitsu, visiblemente nervioso, se negó, agitando las manos.
—¡No me mires con esa cara de furia! ¡Voy a ir! —Zenitsu refunfuñó, alejándose un poco, como si le costara dar el paso.
—¡Haz lo que quieras! —Tanjiro le gritó, exasperado.
—¡Tanjirooo! —el niño de amarillo se removió en el suelo, gimoteando.
—Yo también... —Tanjiro se detuvo, colocando sus manos sobre los hombros de Suzume, con una mirada firme.
—Por favor, quédate aquí... —dijo él, preocupado. Suzume, sin embargo, cerró los ojos y negó lentamente con la cabeza.
—¡Iré! —dijo Suzume con determinación, sin esperar su respuesta. En un instante, comenzó a correr hacia la entrada de la casa.
Tanjiro la observó, y por un momento, todo pareció volverse extraño. El sonido a su alrededor se desvaneció, y Suzume se detuvo, mirando confundida. Algo había cambiado en el ambiente.
—¿Tanjiro? —susurró Suzume, mirando hacia atrás, buscando la voz familiar de su amigo. Pero ya no podía oírle. Todo había cambiado, y el aire parecía cargar con una tensión que nunca había sentido antes.
Regresó al pasillo, pero no había nadie. Intentó avanzar hacia la entrada, solo para encontrar que no existía. Si alguien le hubiera hablado de viviendas que cambiaban sus espacios interiores, no les habría creído. Después de todo, su padre le había criado para creer solo en lo que se podía verificar. Era irónico, teniendo en cuenta que él mismo había sido un demonio y no creía en nada que no pudiera estudiar. Cuando era pequeña, su curiosidad la había llevado a intentar escapar de los límites, solo para ser frenada una y otra vez por los peligros del mundo exterior. Entonces, ¿por qué había corrido hacia ese lugar tenebroso sin la mano de Tanjiro? Ella le había prometido que no se separaría de él, que no iría más allá de lo que él pudiera ver. ¿Había roto su promesa? ¿Era una mala persona por no cumplirla? Siempre cumplía, ¿por qué ahora no?
Negó con la cabeza, mirando sus pies.
— Tanjiro quería entrar solo, ante el peligro... ¿Qué pasaría si su herida se abriera de nuevo? —se preguntó, sintiendo una punzada de culpa. — ¿Es por eso que corrí primero hacia el peligro, antes de que él se asegurara de dejarme en un lugar seguro? Yo también puedo protegerlo. —pronunció en voz baja, sintiendo el peso de sus propias palabras. ¿Realmente podía?
Miró al frente, giró sobre sus pasos, y se adentró en otra sección. Pero nuevamente, no encontró a nadie. Repitió el proceso una y otra vez, lo que le pareció una eternidad. Finalmente, decidió regresar hacia la salida, solo para encontrar otra habitación en su lugar.
— La disposición cambió... de nuevo... —Una gota de sudor recorrió su rostro mientras mordía su labio, nerviosa.
Su madre le había hablado de las técnicas de sangre demoníaca, de los demonios que las usaban. Sabía que esto debía ser obra de ellos, pero si las habitaciones cambiaban, ¿cómo lograría salir de allí? Debía encontrar a Tanjiro y Zenitsu lo antes posible. Debía avisarlos.
Sintió una presencia. Un grupo pequeño de demonios, algunos poderosos. Suzume nunca había podido detectar a los demonios cerca de las glicinas, pues su esencia estaba suprimida, pero su cuerpo no podía evitar percibir esa sed de sangre. Era como un escalofrío recorriéndole la espalda, como si alguien estuviera intentando matarla con una piedra o un cuchillo. Así era como los demonios detectaban a sus presas: por los sentidos, el olfato, el oído, incluso el tacto. Suzume, como semidemonio, podía percibirlos a través de su propia piel, como una planta que busca la luz del sol.
Con rapidez, comenzó a correr por los pasillos, nerviosa, adentrándose en diversas habitaciones. Algunas idénticas a la anterior, otras completamente diferentes. De repente, un sonido extraño, como el de un instrumento musical, resonó por los pasillos. Suzume, asustada, cerró las puertas que había abierto, el sonido de un tambor retumbó en el aire, alterando aún más la disposición de la casa. Casi cayó al suelo por la fuerza del estruendo.
De pronto, se encontró en una nueva habitación. En el tatami, unos escritos. Los miró con atención, podía leerlos con claridad, pero se deformaban ante sus ojos, como un río negro desbordándose fuera del papel. Los tomó en sus manos.
— Están escritos con sangre... —dijo para sí misma, con la garganta seca. Era sangre humana.
Los soltó con un pulso tembloroso, incapaz de soportar el contacto con la tinta humana.
— Controlate... —se dijo, luchando por calmarse. ¿Qué le hacía sentirse tan alterada? ¿Era la presencia de la sangre humana, o la lucha interna con su propia naturaleza demoníaca? ¿O era la prueba de que tal vez la última persona humana que había pisado ese lugar estaba allí?
"No bebes sangre. No eres como ellos."
Una voz, o algo como un susurro, hizo que Suzume saltara del sitio. Miró a su alrededor, jurando haber oído algo cercano.
— ¿Quién está ahí? —preguntó, su voz temblorosa. El silencio respondió. Se relajó, probablemente solo había sido su imaginación. Suspiró, tomando aire profundamente. De su bolsa sacó un pequeño ramo de glicinas, lo olió, y el miedo en su pecho se calmó.
— Todo está bien. —Se repitió, guardando las flores. Retomó su búsqueda.
— Debo encontrar a Tanjiro y Nezuko... —murmuró, saliendo de la habitación, caminando por otro pasillo, hasta que se topó con lo que parecía ser un hombre con cuerpo de jabalí. Se giró hacia ella, y ambos se quedaron en silencio.
El sudor comenzó a empañar su frente, buscando una explicación lógica.
— Tranquila, mamá me contó una historia similar... —pensó, apretando la puerta de bambú. — ¿Era sobre un hombre borracho? No... un granjero... —El sudor aumentó en su piel, no podía recordar los detalles.
De repente, una explosión de recuerdos la golpeó.
— ¡ERA UN IDIOTA SIN CABEZA, CON LA CARA DE UN MONO! —exclamó, recordando a su madre gritar esa frase, mientras cortaba la cabeza de un conejo cuando ella era pequeña.
— ¡UN IDIOTAAA! —revivió la furia de su madre en su mente.
— ¡Sí! Era eso... —se dijo, pero realmente no lo era. Suzume no era buena con el sarcasmo.
—''¡ERA UN IDIOTA SIN CABEZA, QUE TENÍA LA CARA DE UN MONO!''—recordó el gritó desenfrenado de su hermosa madre, cuando apenas era una niña, mientras que cortaba la cabeza de un conejo que habían cazado—''¡UN IDIOTAAAA!''
— ¡Sí! Era eso... —se dijo, pero realmente no lo era. Suzume no era buena con el sarcasmo.
—¡OYE!—el hombre-jabalí gritó, sorprendiéndola.—¡¿QUÉ COÑO MIRAS BLANCUCHA?!
—— ¿Blancucha? —se preguntó, desconcertada.
—¡¿Y POR QUÉ COJONES EMITES VIBRACIONES DEMONÍACAS SI ERES HUMANA!?—el hombre agitó su espada, furioso—¡¿TE BAÑAS CON SANGRE DE DEMONIO O QUÉ MIERDAS RARAS HACES?!—ella sudó en frío.
— ¿Él puede saber que soy un demonio por las vibraciones...? —pensó, sorprendida. — Eso es imposible, ¿no?
—¡ERES UN DEMONIO QUE SE HACE PASAR POR HUMANA!—indicó, el muchacho se colocó en posición de ataque.
— ¡Espera! Soy un demonio, sí, pero también soy humana, ¡y no tengo intención de hacerle daño a nadie! —explicó, nerviosa. Si no lograba comunicar sus intenciones, no podrían entenderse.
— ¡ASI QUE ERES UN ENEMIGO, MALDITA! ¡MUERE! —El hombre-jabalí corrió hacia ella con una velocidad impresionante. Suzume, reaccionando instintivamente, cerró la puerta con fuerza, sintiendo un estruendo y el sonido del tambor, lo que alteró aún más la disposición del lugar. Cayó al suelo por el impacto.
Al momento, escuchó unos gemidos llamativos, no pudo evitar sonreír, retomó su posición y corrió hacia los ruidos.
— ¡Tanjiro! —gritó, girando hacia el origen del sonido. Pero al girarse, solo encontró una cabeza amarilla alborotada.
— ¡Suzume-chan, menos mal que estás bien! —dijo Zenitsu, aliviado.
— ¡Onee-san, me alegro de verte! —sonrió el chico.
— Zenitsu... Y tú eres el niño de la entrada... —se calmó. — ¿Qué haceis aquí?
— ¡Estos dos entraron en la casa después de que corrieras hacia ella! —Zenitsu explicó, fastidiado. — ¡Este sitio es muy raro y no logramos encontrar la salida!
— ¿Y Tanjiro? —preguntó, preocupada.
— Nos separamos, estoy buscando a mis hermanos. —contestó el niño, Zenitsu continuó.
— ¡Ese maldito Tanjiro nos abandonó, su deber es protegerme! —se quejó, lloriqueando.
— ¡No hables así de Tanjiro! —Suzume dijo con firmeza, sorprendiendo a ambos con su rostro enfadado. — ¡Él nunca abandonaría a una persona en apuros, y mucho menos a alguien débil!
De repente, una flecha invisible atravesó el pecho de Zenitsu.
— ¡Iré a buscarlo, no os mováis mucho! —Suzume dio media vuelta, corriendo hacia una dirección diferente. — ¡Tened cuidado con el hombre-jabalí!
— ¡Onee-san, espera! —Zenitsu levantó el brazo, pero Suzume ya había desaparecido.
— ¿Hombre-jabalí? —se preguntaron ambos al mismo tiempo.
Suzume corrió por la casa, buscando a Tanjiro.
—Por favor, que no se abra su herida...—el sonido del tambor se volvió a repetir, por lo que se detuvo, de soslayo vió una sombra voluptuosa en la habitación que se encontraba a su izquierda, sudó y tragó en seco.
No se movió un ápice, un suspiro tenebroso y disgustante resonó desde el interior del habítaculo.
—¿Por qué no entras?—una voz gruesa inundó sus oídos, Suzume se detuvo a pensar, si ella huía ahora, el demonio correría detrás de ella, empeorando su posición, debía de enfrentarse al ser cara a cara o estaría en desventaja. Nunca había peleado de verdad contra uno, pudo enfrentarse a aquellos demonios nevados en la montaña, pero realmente quien acabó con su vida fue Tanjiro.
Sus pies se giraron en dirección a la sombra, la luz de la habitación centelleó varias veces, hasta volver a enfocarse, sus manos sostuvieron la puerta y la abrió.
Aguantó la respiración al verla.
Su cabeza se elevó gradualmente hacia arriba, encontrandose con un demonio femenino del tamaño de una mole. Era robusta, de hombros anchos, su ombligo abultado sobresalía de su quimono, sus pechos se tapaban a penas por una tela blanca cubierta de sangre, las manos de la joven temblaron al ver su aspecto, sus colmillos eran largos y afilados, por lo que sobresalían casi hasta sobrepasar su larga barbilla, su piel era del color del fango, tenía manchas oscuras cubriendo toda su piel, dispersandose. Ella llevaba un haori de rojo intenso, remarcando su tez.
Y sus ojos, sus ojos de color rojizo afilados como un gato la observaban con sumo detenimiento. Pensó que le arrancaría el rostro, de tan solo mirarla.
—Tú...—ella tragó en seco, era la primera vez que se encontraba con un demonio como ella, mucho menos uno que se enfrentase directamente a ella, los seres en las nieves eran más delicados y pequeños, comparados con ella, eran lindos conejitos.
Con su mano izquierda en su espada, se preparó para defenderse.
Pocos segundos pasaron cuando el demonio habló—¿Eres un demonio?—giró su cabeza en confusión—¿O eres humana?—nuevamente repitió su acción.
—Soy ambas.—tras responder, la bestia sonrió ampliamente mientras abría su boca.
—Es muy extraño encontrar alguien como tú, si te devoro, no solo me alimentaré si no que ganaré más poder demoniaco...
—No comprendo porque lo harías, te ves bastante poderosa, si me comes crecerás todavía más y no podrás estar en este lugar.—el silenció abarcó la habitación.
—¿Me estás llamando gorda, pequeño palo?—Suzume la miró confusa.
—¿Qué?—no pudo terminar de pensar, ya que el demonio se abalanzó hacia ella, Suzume la esquivó con habilidad, para posarse en la pared de la habitación donde se encontraba, cuando quisó retomar el alcance al suelo, la habitación cambió repentinamente de nuevo, tras su distintivo sonido, trasladando al demonio con ella.
—¡Maldita rata escurridiza!—la demonio la asaltó, pero ella la evitó nuevamente, así sucesivamente, destrozando la mesa del centro los aparadores de al rededor, todo aquello que seguía intacto era aplastado por el demonio. Sin embargo, no podía estar evitando los ataques constantemente
—¡Deja de escapar, sucia semidemonio!—sus garras se afilaron intentando degollarla.
No pudo evitar traer a su mente el recuerdo de Nezuko siendo atacada por los demonios nevados.
Suzume perdió la calma, y resbalando, tropezó sobre sus pies, cuando quiso retomar su postura, la demonio le propició un golpe en el abdomen, mientras que al mismo tiempo una de sus garras cortaba su hombro.
—¡No te creas la gran cosa, por tener un buen rostro, niña!—le chilló el demonio, Suzume escupió sangre y depositó en la mujer una mirada enfurecida. ¿Por qué debía encontrarse con ella y no con Tanjiro, por qué?—¡Mi nombre es Ishi!—le indicó—Necesitarás más que tu belleza y tus piernas débiles para derrotarme.
—Ishi, significa piedra—recitó la joven, bajando su mirada, su flequillo cubría gran parte de ella, levantando su espada mientras la tomaba con ambas manos, retomando su posición—pero incluso una piedra puede enfriarse.
—¡No sé de qué hablas, maldita!—la demonio lanzó un puñetazo destrozando una pared. Suzume estaba ahora en el techo, sonido del tambor, la habitación había cambiado de nuevo.
Suzume cortó su brazo, yendo hacia ella como un aguijón, como una flecha afilada, pero el miembro se regeneró rápidamente, y comenzó a reír.
—No importa cuantas veces me cortes, siempre regresaré a mi forma.—Suzume se preparó—¡Pero tú no, incluso si eres mitad demonio tu parte humana no va traer tus miembros de vuelta!—se burló en una gran carcajada—¡Por eso voy a romperte como una muñeca de porcelana!—Ishi atacó con sus alargadas uñas, en un rápido movimiento, Suzume esquivó otra serie de ataques.
—Cuarenta segundos.—murmuró mientras analizaba el comportamiento de su oponente. —''Es lo que tarda en regenerarse.''—Alzó su espada con una sonrisa de determinación, elegante y decidida, una que ni ella misma conocía o había visto—Primera postura: Brisa de Escarcha—dijo, mientras realizaba un corte horizontal con gran elegancia. El aire a su alrededor se llenó de una neblina de escarcha, y el polvo helado se dispersó por todo el área. Ishi intentó avanzar, pero su cuerpo se ralentizó, sintiendo cómo sus músculos se volvían rígidos.
Suzume seguía con su espada ensangrentada, su cabello blanco ligeramente despeinado. Le dolía el hombro, pero no podía dejar de pensar en la dureza de la batalla. Al mirarse la herida, se preguntó si podría arreglar su haori, pero su mente no dejaba de centrarse en algo más importante.
—¡Tsk!—Ishi intentó moverse, pero la rigidez de su cuerpo le dificultaba el combate, ella era más pesada, más lenta y comenzaba costarle atacar a Suzume, la cual era como un gato, usando las paredes para darle impulso y fuerza a sus pequeños y habilidosos ataques, aprovechó la oportunidad para ejercer presión de nuevo, cuando Ishi creyó tenerla, su postura cambió con rapidez.
Adoptó la segunda postura.
—Maldita, maldita, maldita...—Ishi gimoteó desde su posición, agotada. Suzume alzó su espada , nuevamente como el agijón de una avispa apuntando su objetivo, su espada resplandeció como el cristal más bonito encontrado en el hielo. Sus pies, el derecho hacia atras, cruzandose elegantemente y su izquierdo hacia delante, se vincularon con su respiración, ya usualmente adoptada, conocida como un familiar.
—Segunda postura: Loto de Cristal—murmuró Suzume, mientras su espada se envolvía en capas de hielo, creando un remolino espiral. Los cristales afilados comenzaron a surgir y a brillar con intensidad. Suzume lanzó un corte preciso hacia la demonio, provocando que su cabeza saliera impulsada hacia el suelo, la joven sintió que su cuerpo comenzaba a agotarse, y sus brazos se volvían pesados por el esfuerzo.
Suzume escuchó un débil gimoteo que la sorprendió. La criatura, antes imponente, había desaparecido, transformándose en un ser frágil y temeroso. Su cuerpo estaba tendido sobre el suelo, con la cabeza a pocos centímetros de la espada de Suzume.
—Solo quería ser visible... —la voz de la demonio resonó, quebrada, como si estuviera luchando por articular las palabras—. Quería que alguien me viera, me reconociera... que alguien susurrara al oído "eres hermosa, Ishi".
Suzume frunció ligeramente el ceño, no tanto por la confesión, sino por el giro inesperado de los acontecimientos. Su mente estaba llena de dudas, pero no podía evitar sentir algo por aquella criatura que, de algún modo, evocaba la misma tristeza que la consumía a ella misma.
—¿Los demonios también pueden llorar? —preguntó, en voz baja, mientras bajaba levemente la espada. La fina línea entre la vida y la muerte se desdibujaba por un momento, entre su humanidad y la demoníaca.
—Si no puedo ser humana... solo quiero morir. No hay lugar para alguien tan horrenda como yo —las lágrimas de la demonio resplandecían con un tinte escarlata, reflejando una dolorosa soledad—. No hay nadie que pueda hacerme bonita, nadie que pueda verme hermosa.
Suzume permaneció quieta, la espada ahora apenas sostenida en sus manos. Algo en las palabras de la demonio tocó una fibra sensible en su interior. Bajó la mirada, como si pensara en su propia vida, en los sacrificios, en los sueños perdidos.
—Mi madre me nombró Ishi, "piedra", porque era aberrante, insignificante —la demonio continuó, su voz apenas un susurro.
Suzume, con la espada aún bajada, se agachó lentamente hasta quedar frente a ella, el rostro serio pero lleno de una inexplicable empatía.
—Cuando eras humana, estoy segura de que alguien pudo haberte apreciado, incluso si el resto te repudiaba —dijo suavemente—. La belleza siempre está en los ojos de quien te mira.
Las palabras de Suzume parecían resonar en el aire, como si fueran un eco lejano, un susurro de consuelo. Al recordar el vínculo especial que tenía con Tanjiro, la joven demonio sintió un impulso inexplicable de tenderle una mano a Ishi, de brindarle algo que ni ella misma había recibido en su propia vida.
—Incluso alguien tan "repulsiva" como yo —continuó Suzume, sus palabras sinceras— ha encontrado a alguien que ve belleza en mí.
Con un gesto suave, sacó una peineta de entre sus pertenencias y, sin pensarlo dos veces, tomó la cabeza de la demonio y la colocó entre sus piernas. Con delicadeza, comenzó a peinar su cabello, como si quisiera devolverle la humanidad que había perdido.
—No te preocupes por ellos —dijo Suzume, mientras las hebras de cabello negro caían suavemente sobre sus dedos—. Ellos no supieron ver lo sedoso y brillante que era tu cabello.
Ishi apretó los labios, tratando de controlar el llanto, mientras las lágrimas se deslizaban por su rostro. Suzume, al igual que Ishi, se había sentido rechazada, despreciada. Pero también había encontrado a alguien que, al igual que ella, no la había juzgado por su sangre, por su naturaleza demoníaca.
—Yo también me sentí triste al pensar que sería repudiada por nacer así... —dijo Suzume, con un leve suspiro—. Pero hubo alguien que me vio, que nunca huyó, que nunca me hizo daño. Y creo que nací solo para conocer la amabilidad de esa persona... Así que, por eso, devolveré ese acto de bondad hacia ti. Como una cadena.
Ishi la miró con ojos llenos de admiración, como si comenzara a comprender el verdadero significado de la compasión.
—Ah... —la demonio susurró, entre lágrimas—. Realmente no eres solo una cara bonita. Tú eres como yo...
—Sí... —dijo Suzume con una triste sonrisa, mientras terminaba de peinar su cabello—. Yo también me aborrezco, Ishi.
La demonio cerró los ojos, llorando en silencio, llena de arrepentimiento. Se disculpó por sus pecados, por las vidas que había arrebatado. Pero Suzume, aunque sabía lo que Ishi había hecho, no podía juzgarla. Ella también cargaba con su propio pasado oscuro.
—No importa —respondió Suzume, mientras la abrazaba con ternura—. Todos merecemos ser amados, incluso si nuestras vidas no han sido perfectas.
A medida que Ishi recordaba la sonrisa de un joven, con el cabello marrón brillando al atardecer, un hombre que le había ofrecido su bondad, un hombre que había sanado sus heridas y peinado su cabello, se sintió en paz. Finalmente, recordó el haori rojo que le había dado, un regalo de amor.
"¡No importa lo que digan, Ishi! Debes tener la voluntad de una piedra para ser feliz. ¡Eres hermosa!", recordó las palabras de ese joven.
Sonrió por primera vez en mucho tiempo, con la esperanza de que algún día podría verlo de nuevo.
—Gracias... —dijo Ishi, antes de que Suzume, con un solo movimiento, alzara la espada y atravesara su cuello, poniendo fin a su sufrimiento.
Ishi se desvaneció, liberada de su dolor, pero Suzume no pudo evitar sentirse triste. La vida de la demonio había sido trágica, marcada por el abuso y el rechazo. Había sido utilizada, maltratada, y había perdido todo lo que alguna vez había amado. Pero en ese último momento, Suzume pudo darle lo que necesitaba: un poco de compasión.
—¿He hecho lo correcto? —se preguntó Suzume, mirando su haori rojo con tristeza, mientras el eco de las palabras de Ishi resonaba en su mente—. Tanjiro lo habría hecho, ¿cierto?
Porque, al final, Tanjiro era la única persona que podía ver más allá de su sangre demoníaca.
Después de un rato, Suzume retomó su búsqueda, la herida en su hombro aún dolía, aunque comenzaba a cicatrizar lentamente. El uniforme que su padre había preparado para ella, un regalo que había sido heredado de su madre, miembro de la familia Kobayashi, ahora estaba manchado y rasgado. A pesar de ello, Suzume sentía que su madre la perdonaría, incluso por el daño hecho, porque todo lo que había hecho había sido por el bien de otra persona.
Avanzó hacia una nueva dirección, sorprendida al notar que la antigua sed de sangre demoníaca que la había acosado había desaparecido por completo. Pensó que, al fin, aquellos jóvenes habían logrado vencer a los demonios, especialmente Tanjiro, quien siempre había sido tan fuerte y decidido.
Después de caminar por un largo pasillo, Suzume llegó al recibidor, iluminado por la luz que entraba por la puerta abierta. Un suspiro de alivio escapó de sus labios al sentir el peso de la oscuridad del lugar desvanecerse. Al retirar la mano de su hombro, sintió la calidez del aire libre y la alegría de haber encontrado la salida. Al salir, su mirada se detuvo en una figura conocida. Allí estaba Zenitsu, el joven llorón, pero lo que realmente captó su atención fue la presencia del chico con cabeza de jabalí, quien la sorprendiera en el pasado.
El joven jabalí sostenía a Zenitsu, pero al observarlo mejor, Suzume notó la sangre que manchaba su cabeza. El rubio lloraba mientras aferraba una caja, la misma que había protegido a Nezuko de los rayos del sol. De repente, el chico con cabeza de jabalí levantó su pierna con la intención de propinar otro golpe al frágil objeto. Algo en la sangre de Suzume hirvió al ver la escena.
Cuando el joven levantó la pierna para asestar otro golpe, Suzume intervino, su voz firme y fría como el hielo.
—¡Basta! —su tono severo sorprendió a Inosuke, quien se detuvo y le lanzó una mirada desafiante.
—¡¿Qué quieres, maldita?! —gritó Inosuke, inflando su hocico de manera exagerada. Al darse cuenta de quién estaba frente a él, su expresión cambió—. ¡¡BLANCUCHA!! ¡¡Por fin te encuentro, pelea contra mí!!
Suzume, aunque molesta, mantuvo la calma y la mirada fija en él, pero la gravedad de su voz revelaba una seriedad que deseaba romper la calma que reinaba en el aire.
—¿Por qué quieres golpearlo? —preguntó Suzume, su voz tan serena que parecía capaz de destrozar la brisa que atravesaba el lugar.
—¡Él tiene que pelear contra mí, es un cobarde! —Inosuke replicó, señalando a Zenitsu, quien, con una expresión de desesperación, seguía aferrándose a la caja de Nezuko, como si su vida dependiera de ello.
—¡Suzu-chan! —Zenitsu sonrió débilmente, aunque el dolor en su rostro era evidente.
Suzume no apartó la mirada del chico jabalí, pero sus ojos se suavizaron cuando vio las heridas de Zenitsu.
—¿Qué son esas heridas? —musitó Suzume, y sus palabras llegaron a los oídos de Inosuke, quien, al parecer, no se percató de la gravedad de la situación.
—¡Yo se las hice, el gran Inosuke-sama! —respondió el chico jabalí con orgullo. Luego, apuntó hacia Zenitsu—. ¡Este tipo está ocultando a un demonio!
Suzume sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal, una mezcla de incredulidad y horror. Su cuerpo se tensó, y la pregunta surgió en su mente con fuerza, como un susurro helado.
—¿Por qué un humano está dañando a otro? —se preguntó, el sudor frío comenzaba a resbalar por su frente mientras observaba a ambos con una creciente sensación de desesperación.
—"Los humanos pueden ser malvados. En muchas ocasiones, somos criaturas grotescas." Aquella frase resonó en la mente de Suzume, una lección de su padre que había pronunciado años atrás.
—Tanjiro dijo que esta caja es muy valiosa para él, por eso...—murmuró Zenitsu, mirando la caja con expresión angustiada—. Ya sabía que había un demonio, pero si él dijo eso...
—"Zenitsu estaba defendiendo a Nezuko, incluso sabiendo que es un demonio..."—murmuró Suzume, frunciendo el ceño, conmovida.
—¡Deja a Zenitsu en paz, señor cabeza de jabalí!—exclamó, exigiendo—. ¡Él no te ha hecho nada para que lo trates así!
—¡Cállate, mierda!—gritó Inosuke, abalanzándose hacia ella, pero Suzume no reaccionó. Lo observó fijamente, compungida. ¡Ella no dañaría a un humano!
—¡¿Qué crees que estás haciendo?!—Tanjiro golpeó el estómago de Inosuke con fuerza, enviándolo volando en dirección contraria—. ¡¿Cómo alguien como tú puede formar parte de los cazadores?!—bramó, mirándolo con furia.
—"¡Sus huesos están rotos!"—Zenitsu gritaba internamente—. "¡Y aún así lo ha golpeado como si nada!"
—Y tú te estás divirtiendo mientras los demás sufren... ¡Eres despreciable!—Tanjiro, por reacción natural, extendió el brazo más cercano a Suzume, protegiéndola—. ¡¿Cómo puedes atacar a alguien que no pretende dañarte, cobarde?!
—¡¿Cobarde?!—bramó Inosuke, tosiendo con fuerza.
—¡No es un duelo!—afirmó Tanjiro, con exasperación.
—Tanjiro...—dijo Suzume, preocupada al ver lo malherido que estaba. Si se alteraba más, su estado empeoraría. Miró al chico con cabeza de jabalí, riendo y tosiendo por el fuerte golpe. ¿Había humanos con cabeza de animales? Suzume giró la cabeza, dudosa.
—¡Así que eso es lo que pasa! ¡Tengamos un duelo entonces!—Inosuke gritó, mientras Suzume comenzaba a sudar por la tensión del momento.
—No, creo que no entendiste nada—respondió Tanjiro, agotado, mientras el chico con cabeza de jabalí saltaba para ponerse de pie—. ¡Los cazadores no podemos pelear entre nosotros!
Era inútil. Tanjiro saltó, esquivando el ataque, mientras el joven jabalí seguía buscando a Tanjiro con sus puños. A pesar de estar malherido, Tanjiro esquivaba hábilmente.
—Increíble...—murmuró Suzume, impresionada. Había conocido a personas fuertes, como sus padres, que parecían monstruosamente poderosas, pero la increíble tenacidad de Tanjiro, aún con heridas graves, para esquivar los golpes le sorprendía profundamente, despertando en ella una admiración aún mayor.
La batalla continuó, con Tanjiro evitando los golpes una y otra vez, hasta que sus cabezas chocaron. La figura mitad animal de Inosuke se transformó completamente en humano. Suzume llevó la mano a la boca, sorprendida por el cambio.
—¡Sus cráneos!—gimió Zenitsu, llorando—. ¡Su cara!—chilló, señalando el rostro de Inosuke, completamente asombrado.
—¡¿Tienes algún problema con mi cara?!—exclamó Inosuke, mostrando un rostro completamente humano.
—Menos mal...—suspiró Suzume, cerrando los ojos aliviada.
—Onee-san, ¿estás bien?—preguntaron los niños, acercándose. La pequeña y el mediano estaban con ella, acompañados del que parecía el hermano mayor.
—¡Debiste haber estado asustada, Suzume-chan!—añadió Zenitsu, entre lágrimas, aún sosteniendo la caja. Suzume asintió y suspiró.
—¡Menos mal que no tenía cabeza de jabalí!—comentó, mirando al joven de ojos verdes. Los cuatro la observaron con detenimiento.
—"Ella es muy inocente..."—pensaron al unísono.
—Pero este tipo sin duda me hace sentir incómodo. Musculoso, pero con ese rostro de mujer—comentó Zenitsu, intentando levantarse con la ayuda de Suzume. Ella lo miró.
—Aunque me gusta más el rostro de Tanjiro—dijo Suzume con total honestidad.
—¡¿Eh?!—exclamó Zenitsu, alterado.
—¡No tengo ningún problema con tu cara!—interrumpió Tanjiro—. ¡Está limpia y aseada, además de mostrar un tenue rubor sobre tu piel blanca, bastante bien!
—¡VOY A MATARTE, VEN MÁLDITO BASTARDO!—Inosuke gritó, exprimiendo toda su ira.
—¡No puedo, estoy muy cansado!—suspiró Tanjiro, mirando a Inosuke algo comprometido por su insistencia.
—¡Intenta tu cabezazo de nuevo!—gritó Inosuke, buscando pelea.
—¡No lo haré!—respondió Tanjiro, furioso—. ¡¿Estás bien de la cabeza?!
—Nee...—habló Suzume, mirando al grupo—. ¿Le está dando un cumplido porque se enfada?
El grupo suspiró en conjunto.
—¡Oye, frentón! Mi nombre es Hashibira Inosuke, ¡recuerda eso!—exclamó, señalándose a sí mismo.
—¿¡Y cómo se escribe!?—preguntó Tanjiro, como si fuera algo de suma importancia.
—¿¡Escribir!?—gritó Inosuke, nervioso—. ¡No lo sé, pero está escrito en mis pantalones!
—¿Cómo puede saberlo si no puede leer?—preguntó Suzume, lanzando la duda al aire—. ¡Debe tener una habilidad increíble!
—"La única habilidad increíble es tu terrible ingenuidad..."—pensó el grupo, mirándola con incredulidad.
De repente, el cuerpo de Inosuke tembló ligeramente, como si se hubiese desconectado.
—Se detuvo—indicó uno de los niños.
Tras eso, Inosuke se desmayó.
—¡¿Murió?!—gimoteó Zenitsu, aterrorizado.
—Él no está muerto, seguro solo fue una contusión. Después de todo, usé toda mi fuerza en mi cabeza.—comentó Tanjiro con total normalidad, mientras todos lo miraban con nerviosismo.
—¿Te encuentras bien, Tanjiro?—Suzume lo miró con tristeza, preocupada por su estado. Él sonrió suavemente, intentando tranquilizarla.
—No te preocupes, Suzume, estoy perfectamente. Solo que...—La expresión de Tanjiro cambió repentinamente, tornándose sombría. Tomó sus hombros con firmeza y la miró con el ceño fruncido—. ¡Prometeme que no saldrás corriendo sin mí, a ninguna parte!
—A-ah, sí, lo prometo—respondió ella, algo sorprendida.
—¡Entonces discúlpate por preocuparte!—exigió, mientras Suzume temblaba ligeramente ante su tono.
—¿Vas a pegarme un cabezazo?—preguntó ella, mirándolo preocupada, dándose cuenta de su dureza. Tanjiro percibió su tensión y rápidamente aclaró.
—¡No, claro que no!—exclamó, dándole una palmada en la cabeza con gentileza—. Disculpa por asustarte, solo estaba preocupado—añadió, rascándose la nuca mientras miraba al suelo.
—Siento haberte preocupado, Tanjiro—respondió Suzume, apenada. Él sonrió cansadamente.
—Prometo avisarte la próxima vez—dijo ella, con una sonrisa neutral.
—¿Habrá una próxima?—preguntó él con nerviosismo.
—¡Maldito Tanjiro, no seas tan meloso con Suzu-chan, traidor!—Zenitsu lloriqueó a sus pies, todavía sosteniendo la caja. Tanjiro suspiró, claramente no sabiendo cómo responder a su comentario.
—Entonces, ¡onee-chan viene de una montaña nevada! ¡Eso es increíble!—exclamó la pequeña, mirándola con admiración.
—N-no es para tanto...—respondió Suzume, algo avergonzada.
—¡Vivió sola todo ese tiempo, cazaba, recolectaba, plantaba, sabe coser, cocinar y hasta hace unos jabones maravillosos!—exclamó Tanjiro con orgullo, señalando a Suzume, quien solo pudo inquietarse, sintiéndose un poco incómoda.
Todos aplaudieron, sorprendidos.
—N-no es para tanto...—repitió Suzume mientras seguía apilando tierra en silencio.
—¿Onee-chan, también eres cazadora?—preguntó la niña, y Suzume tensó el cuerpo, mirando a Tanjiro.
—¡Suzume es una gran espadachina!—gritó Tanjiro con entusiasmo.
—¡Woah!—respondieron los tres jóvenes, asombrados.
—Ten, Suzu-chan, no manches esas hermosas manos...—dijo Zenitsu, completamente embobado, como si flores pudieran aparecer a su alrededor. Con gentileza, comenzó a limpiar sus manos con un pañuelo blanco.
—Gracias, Zenitsu—respondió Suzume, visiblemente contenta.
—¡Encantado!—exclamó él, limpiando más rápido al ver la pequeña sonrisa que ella le dedicó.
—Ten, Zenitsu—Tanjiro le entregó una gran piedra con una sonrisa juguetona, lo que provocó una reacción inmediata de enfado en el rubio.
—¡¿Por qué tan grande?!—se quejó Zenitsu.
—Para que se te bajen los humos—respondió Tanjiro con una sonrisa inocente.
—¡No sonrías así, maldito!—gruñó Zenitsu, irritado.
—Ne, Tanjiro—llamó Suzume, señalando a un chico que se estaba levantando—. Ya despertó.
Tanjiro miró en la dirección que ella señalaba y vio a Inosuke, quien ya estaba saltando de pie.
—¡VAMOS A PELEAR!—gritó Inosuke con entusiasmo.
—¡¿Quieres pelear nada más despertar?!—chilló Zenitsu, retrocediendo rápidamente—. ¡En serio, no puedo con esto!—exclamó, huyendo de él.
—¡¿QUÉ CARAJO ESTÁN HACIENDO?!—gritó Inosuke con furia.
—Enterrando a los muertos, obviamente—respondió Tanjiro, mientras sostenía una piedra—. Inosuke, tú también deberías ayudar, había un montón de gente muerta dentro de la casa—le explicó mientras Suzume recolectaba flores silvestres para adornar las tumbas.
—¡NO TIENE SENTIDO ENTERRAR RESTOS DE ORGANISMOS MUERTOS!—gritó Inosuke con tono evidente—. ¡¿QUIÉN HARÍA ALGO ASÍ?! ¡¡LUCHA CONTRA MÍ!!—exclamó, señalando a Suzume y Tanjiro.
—Uwahh...—murmuró Zenitsu, mientras abrazaba a la pequeña niña, usándola como escudo—. "Este tipo tiene serios problemas mentales, ¿cómo puede decir que no tiene sentido?" pensó, temblando.
—Debe ser porque aún te duelen las heridas, por eso no quieres ayudar, ¿cierto?—dijo Tanjiro con tono comprensivo.
—¡¿Eh?!—la respuesta de Inosuke fue explosiva, visiblemente irritado.
—¡Está bien, todos tenemos diferentes niveles de tolerancia al dolor!—añadió Tanjiro, mirando a Suzume, quien asintió. —Tenemos que excavar agujeros después de sacar los muertos, enterrarlos es agotador...
—''Él no se refería a eso...''—pensaron Suzume y Zenitsu al unísono.
—Zenitsu, Suzume y estos niños son muy capaces, así que no te preocupes. Inosuke, descansa—dijo Tanjiro con una sonrisa tranquilizadora.
—¡¿Eh?!—gritó Inosuke—. ¡¡NO ME SUBESTIMES, NO IMPORTA SI SON CIEN O DOSCIENTAS PERSONAS, PUEDO ENTERRAR A TODOS, SOY MEJOR SEPULTADOR QUE CUALQUIER OTRO TIPO!!—exclamó, pufando de orgullo.
—¿Sepultador?—preguntó Suzume, confundida—. Tanjiro, ¿por qué querría ser el mejor sepultador? ¿Acaso no es eso... malo?—Tanjiro le dio una palmada en la cabeza, con ternura.
Después de un rato, habían terminado de enterrar a todas las víctimas de la casa. Suzume rezó por sus almas, siguiendo la tradición que le había enseñado su madre tras la muerte del gorrión en su jardín y, más tarde, al perder a su padre. Hoy, mirando las tumbas de aquellos desconocidos, realizó el mismo acto, con la misma calma que había aprendido.
Se levantó y comenzaron a caminar. Observó la espalda de Tanjiro, que cargaba a Zenitsu, y pensó que siempre que estuviera con él, salvaría la vida de alguien que estuviera aterrorizado por los demonios. Ella estaba haciendo algo por otros seres humanos.
Gracias a Tanjiro.
—Suzume, no te quedes atrás—dijo Tanjiro, mirando hacia atrás con una sonrisa de soslayo. Suzume asintió y se colocó a su lado izquierdo, mientras Inosuke, en el otro extremo, seguía buscando pelea.
De repente, comenzaron a charlar inesperadamente sobre los orígenes de Inosuke, un joven criado en las montañas por animales salvajes, sin contacto alguno con los humanos. Su única motivación era hacerse más fuerte mientras buscaba contrincantes dignos de su poder. Había escuchado de un cazador sobre los lugares donde se hacían pruebas y, siguiendo sus pistas, se hizo con sus espadas, dañándolas y modificándolas a su gusto.
—''¡No somos iguales! Yo no crecí con padres ni hermanos...''—pensó Suzume, con tristeza al reflexionar sobre la dura vida de Inosuke, una vida tal vez más difícil que la suya, marcada por la sangre demoníaca. Él nunca tuvo a alguien que lo consolara ni que cuidara sus heridas.
Poco después, el cuervo de Tanjiro los guió hasta un hospedaje para cazadores, rodeado por glicinas. Suzume, ya acostumbrada a ellas, las observó con una sensación de paz. La anciana encargada de recibir a los huéspedes les permitió entrar sin problemas.
Después de un baño y que las heridas fueran atendidas, Suzume, con insistencia, logró dormir con los tres chicos, algo a lo que Tanjiro se había opuesto inicialmente, pero finalmente cedió ante la tierna insistencia de su amiga.
Inosuke, por otro lado, seguía buscando superar a los demás, ya sea peleando con Zenitsu o buscando fastidiar a Tanjiro, quien lograba mantener la calma a pesar de los desplantes. Suzume intentó curar su herida con algunos de sus ungüentos, sin éxito, lo que enfureció aún más a Tanjiro, pero la calma pronto regresó.
Hasta que...
—Tanjiro, quería preguntarte algo... ¿Por qué cargas con un demonio?—preguntó Zenitsu, observando a Tanjiro con curiosidad.
—Zenitsu, eres una buena persona, lo sabías, y aún así la defendiste—sonrió Tanjiro con suavidad.
—¡Jaja, ya que me has elogiado no puedo hacer nada más!—respondió Zenitsu, feliz como siempre.
—Mi nariz es muy aguda—dijo Tanjiro tocándose la nariz—. Lo supe mucho antes, Zenitsu es gentil y también muy fuerte.
—No, yo no soy fuerte—se quejó Zenitsu, algo avergonzado—. Nunca te perdonaré que me hayas separado de Soichi-kun...
—Pero Soichi-kun dijo que Zenitsu lo protegió, que eres muy fuerte—añadió Suzume, nerviosa.
—¡No te dejes engañar, Suzu-chan! ¡Eso...!—Zenitsu interrumpió sus palabras al escuchar un extraño traqueteo proveniente de la caja—¡¿Qué es eso?!
Suzume giró hacia la caja con una sonrisa tranquila.
—¡El demonio está saliendo! ¡Está saliendo!—exclamó Zenitsu, asustado.
—¡Silencio, Zenitsu, es muy tarde!—respondió Suzume con calma.
—¡¡KYAAAAAH!!—gritó Zenitsu, dando un salto hacia atrás.
—Ven, Nezuko—dijo Suzume suavemente, palmeando la tarima de bambú. La mencionada emergió de la caja, creciendo mientras lo hacía.
Zenitsu, aún escondido en el armario con gran esfuerzo, se acercó siniestramente a Tanjiro.
—¡Tú!—exclamó, señalando a Tanjiro.
—Deja que te la presente—dijo Tanjiro—. Ella es mi...
—¡TANJIRO, SUERTUDO!—siseó Zenitsu con una expresión de envidia—. No solo te acompaña una hermosa chica, sino que además cargas otra lindura contigo... ¡cada día es como un viaje al paraíso para ti!
—¿Eh?
—¡DEVUELVE LA SANGRE QUE DERRAMÉ POR TI!—vociferó, su rostro contorsionado por la frustración—. ¡Trabajé muy duro para que tuvieras a dos hermosuras a tu lado! ¡Fui golpeado por un cerdo!—exclamó con indignación—. ¡¿Y todo para esto?!
—Zenitsu, cálmate, ¿por qué tanto alboroto?—preguntó Suzume, observando la escena con algo de preocupación, aunque no pudo evitar sonreír ante los gestos cariñosos de Nezuko, que intentaba que le acariciara la cabeza.
Zenitsu, incontenible, siguió gritando y quejándose hasta el amanecer, mientras Suzume, divertida a pesar del caos, continuaba compartiendo esos momentos con ellos.
¿Habéis cumplido con vuestras misiones, cazadores?
¡Espero que estén todos bien!
Les dejo esta nuevo capítulo a la espera de sus opiniones sobre los personajes :D
Amando siempre a Tanjiro.
Se despide Kana-sensei <3
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