Prólogo
Pasó en el mismo momento en que Tom «Bardero» Gurney noqueó al calamar gigante de Rigel X-9...
Primero de Octubre de 1989
Nacieron, como si de un milagro se tratase, cuarenta y tres bebés, todos al mismo tiempo, de mujeres que no mostraban signos de estar embarazadas en la mañana y alrededor de todo el mundo.
Siete de estos niños fueron adoptados y/o comprados por el excéntrico millonario Sir Reginald Hargreeves, creador del televador y de los crujientes cereales avispados, quién luego los entrenó para convertirlos en súper héroes, pues cada uno de estos niños tenía un poder, excepto una de ellos. Llamó a cada uno de los siete niños por un número según el potencial de su poder y los crió al cuidado de una madre robot que él mismo creó, llamada Grace.
Pero, lejos de la academia de súper héroes que Sir Reginald Hargreeves creó, al Sur, allí, cerca de dónde termina el mundo, nació el pequeño Anthony, de una mujer de treinta años que aún vivía con su madre pues estaba sumida en la más grande pobreza desde que su esposo fue arrestado por robo a mano armada hacía ya tres años, crimen del cuál era culpable.
La madre de Anthony era una mujer sumisa y dependiente. Tanto así que como su esposo, ya en la cárcel, le ordenó no buscar un trabajo, ella le obedeció. Grande fue su sorpresa cuando el niño nació. Estaba en la casa de su madre, esperando el almuerzo que esta estaba preparando, cuando comenzó el trabajo de parto de forma sorpresiva, allí en la sala. Su madre le ayudó a dar a luz y luego se encargó de limpiar al bebé, entregándoselo a la madre para que lo meciera y calmara su llanto.
Cuatro años más tarde fue que comenzó la verdadera pesadilla, cuando el esposo de la madre de Anthony salió de prisión. Este se llevó a la mujer a una casa que alquiló lejos de la de su madre y su demás familia, para separarla de ellos de allí en adelante. Claro que él, llamado Martín, sospechaba que Anthony no era su hijo biológico y desde que lo vió, lo odió con todas sus fuerzas, tanto así era que buscaba cualquier excusa para pegarle, aunque Anthony aún era un niño de apenas tres años, a punto de cumplir cuatro. Y su madre, sumisa y asustadiza como era, no se atrevía a decir una sola palabra en contra de las acciones de su esposo, pues sabía que con sólo respirar cerca de él también sería golpeada. Y así pasaba.
Pero cuando Martín se iba, todo era paz para la madre y su hijo. Ellos se abrazaban y lloraban, pues sólo podían demostrarse amor cuando el padre de familia no estaba. Ella llenaba de besos al niño y le pedía perdón por la vida que le estaba dando. Aunque el niño aún no entendía muchas cosas, sabía que su madre lo amaba y él la amaba a ella con todo el corazón. Así como odiaba a su padre con todo el corazón.
Pero un día en especial algo extraño pasó en aquella casa. Era domingo, por lo que Martín estaba en la casa. Anthony ya había cumplido los cuatro años y se encontraba en el patio, dibujando en una hoja en el suelo. No estaba dibujando al azar, estaba dibujando a un monstruo que había aparecido en sus sueños la noche pasada y que aún lo tenía preocupado. Era un monstruo horrible, con seis patas y dos cabezas, de ojos rojos y cuernos grandes terminados en puntas.
Estaba terminando su dibujo tranquilamente cuando su padre Martín apareció frente a él e intentó quitarle el dibujo, a lo que Anthony se negó y colocó sus manitos sobre el papel. En cuanto su padre le quitó la hoja y sus manitos se separaron del papel, deseó que el monstruo fuera real y se comiera a su padre, entonces del papel se separó el dibujo y el monstruo dibujado llegó a la realidad, cayendo de la hoja al suelo y moviéndose con rapidez comenzó a correr de aquí para allá. Anthony, completamente asustado por ver su pesadilla vuelta realidad, se aferró a la pierna de su padre y comenzó a llorar y gritar que haga algo para ayudarlo. Su padre estaba en shock y sólo reaccionó cuando el monstruo corrió hacia ellos de nuevo, entonces lo pisó, matándolo al instante.
— ¿Qué mierda fue eso? —Preguntó al niño que aún estaba llorando del miedo—. Te hice una pregunta
— No sé —Dijo entre sollozos, soltándose de la pierna de su padre con cuidado.
— Hacé eso otra vez —Ordenó el padre y el niño negó—. No te estoy preguntando —Dijo entonces y Anthony, temeroso, se limpió las lágrimas y esta vez dibujó una mariposa con una carita sonriente.
— ¿Qué hago? —Preguntó el pequeño, sin saber cómo hacer que la mariposa se vuelva real. El padre suspiró, molesto, y se acercó al rostro del niño de forma amenazante.
— No me interesa como lo hagas, pero te dije que lo vuelvas a hacer ¡Ahora! —Gritó, haciendo temblar al niño que estaba a punto de llorar de nuevo.
El pequeño Anthony colocó sus manitos sobre la hoja, cerró sus ojitos y deseó con todas sus fuerzas que la mariposa se vuelva real, entonces quitó las manitos que estaban tapando la hoja haciendo como una montaña y abrió los ojos de nuevo, maravillado con lo que vió a continuación. La mariposa salió volando hacia el cielo, con sus alas blancas y el contorno negro, sólo que la carita feliz estaba detrás de su cabecita.
— Wow... —Exclamó el pequeño Anthony, realmente asombrado, sonriendo. Su padre sonrió malicioso...
Seis años más tarde...
— ¡Pasen y vean, señores y señoras! ¡Es el niño que hace magia! ¡Sí, así es! ¡Magia! —Anunciaba Martín en el centro de la plaza de la ciudad. Vestía una especie de traje pingüino, colorido y de una tela barata. Detrás de él se encontraba un niño de diez años, pelirrojo y en arapos, sucio.
Al tener suficiente gente reunida, Martín se hizo a un lado y le ordenó a su hijo, Anthony, que creara mariposas para el público, y así hizo, mostró un dibujo de mariposas y luego colocó sus manos encima, quitandolas y dejándolas volar, eran hermosas mariposas de distintos colores, recibió aplausos por el truco de magia.
Pero entonces alguien apareció detrás de la multitud, llamando la atención de los presentes. Era un hombre alto, con fachas de inglés, bigote y un monóculo en un ojo. Se acercó a Martín, lo miró de pies a cabeza, luego hizo lo mismo con Anthony y luego le preguntó al mayor con total confianza: «¿Cuánto quieres por él?» Martín sonrió interesado y dijo.
— ¿Por show? Dígame quién es usted y lo podemos charlar —
— Mi nombre es Reginal Hargreeves y quiero al niño de por vida. —Entonces Martín comenzó a reír a carcajadas.
— Usted no tiene la cantidad para eso.
— Eso puede negociarse...
Esa misma tarde, luego de haber enviado a Anthony a casa completamente solo, Martín llegó y lo arrastró hacia la habitación con brusquedad, tomó una mochila y comenzó a guardar la ropa del niño allí y en otra mochila que encontró.
— ¿Papá? ¿Qué está pasando? ¿A dónde vamos? —Preguntó el niño y el hombre no respondió.
— Eso no será necesario —Comentó Reginal—. En la academia tendrá ropa suficiente. Sólo necesito al niño.
— Bien —
La madre de Anthony no pudo detener el llanto al ver como un hombre extraño con fachas de multimillonario se llevaba a su hijo a la fuerza, mientras su esposo la sostenía a ella de ir por su hijo. Gritaba y lloraba con fuerza, suplicando que lo dejen a él en su casa o que la dejaran ir con su hijo. Pero toda súplica fue inútil, pues Sir Reginal Hargreeves subió al niño al auto y se marchó con él. Fue la última vez que Anthony vió a su madre, o a la luz del dia en mucho tiempo...
Mr Monocle llevó en un televador al pequeño muchacho hacia su oficina en la academia, movió un libro en su gran librero contra una pared y este se abrió como una puerta, dejando a la vista una puerta de hierro con una cerradura de seguridad con espacio para alrededor de ocho llaves. Anthony estaba llorando detrás de él, en silencio, asustado y desconcertado. Más aún se asustó cuando vió entrar a un chimpancé con ropa y un juego de llaves en una mano. El homínido le entregó las llaves al señor Hargreeves y luego miró al niño que seguía derramando lágrimas, bajando la cabeza, apenado. Cuando Reginal giró todas las llaves, la puerta de hierro se abrió y detrás de la misma se veía un pasillo y al final de este, un ascensor.
— Vamos —Ordenó Hargreeves al niño y este obedeció en silencio—. Y ya deja de llorar, estás en la Academia Umbrella ahora, harás cosas más importantes que crear mariposas de la nada para entretener a las masas —
— Quiero ir con mí mamá —Pidió temeroso mientras Mr Monocle ponía en funcionamiento el ascensor.
— Ya no la necesitas, Número Ocho —
— Me llamo Anthony —El mayor lo miró al escucharlo hablar de nuevo y le restó importancia a su comentario. El chimpancé iba con ellos.
Al llegar abajo el ascensor se abrió y Hargreeves caminó por un pasillo hasta una puerta con una pequeña ventana. Abrió la puerta y le indicó al niño que ingresara al lugar. Anthony obedeció con lentitud, mirando con curiosidad y miedo el lugar. Era una habitación, una perfecta para un niño de diez años, sólo que sin ventanas ni lugar por dónde corriera el aire, mas que un ducto de ventilación en el techo. Reginal entró detrás de él y luego entró el chimpancé, acercándose a un guardarropa para sacar de allí un uniforme escolar, entregándoselo al niño, sonriéndole amable.
— Tome, señor —Le dijo el animal y Anthony miró a Reginal antes de tomarlo en sus manos.
— Este será tu uniforme, Número Ocho. Debes usarlo todo el tiempo y en la noche te vestirás con el pijama de la academia que también está allí colgado —Ahora miró hacia la habitación y siguió hablando—. Esta será tu habitación. Tienes prohibido salir de aquí sin mí autorización —Volvió a mirar al niño y golpeó su bastón contra el suelo—. Esta es tu vida, este es tu destino. Ahora eres Número Ocho de la Academia Umbrella...
— ¿Ocho? ¿Significa que hay más niños aquí? —Preguntó hablando bajo.
— Sí —Anthony sonrió sorprendido—. Y tienes prohibido incluso sólo intentar hablar con alguno de ellos —Entonces bajó la cabeza, triste—. ¿Tienes alguna pregunta, Número Ocho?
— Yo... ¿Dónde estoy? —Hargreeves se arregló el monóculo—.
— Ya te lo dije, en la Academia Umbrella —
— ¿Y qué hago aquí? —
— Aquí serás entrenado para hacer algo grande... Para salvar al mundo, Número Ocho —Entonces Reginal se dió la vuelta, dejó que el chimpancé salga primero y luego salió él, cerrando la puerta con llave, mientras que, luego de darse cuenta de que lo estaba dejando encerrado, Anthony golpeaba la puerta, rogando ser liberado y llevado con su madre. Mas no fue escuchado.
El pequeño Anthony golpeó la puerta y forcejeó con el picaporte un largo rato, hasta que se cansó y se arrojó al suelo a llorar. Estaba asustado, demasiado, y extrañaba mucho a su madre. Pero no podía hacer nada, estaba atrapado, como cuando Martín lo golpeaba, se sentía indefenso, vulnerable y pequeño.
Unos suaves golpecitos en la puerta lo pusieron alerta, se sentó mirando hacia la única entrada de la habitación y vió a una mujer entrar al lugar, cerrando la puerta con llave después. Traía una larga falda ancha y una blanca sonrisa perfecta, además de una bandeja en sus manos.
— ¡Hora de la cena! —Anunció alegre y se acercó a una mesa pequeña que había en la habitación, apoyando la bandeja y dejando los alimentos en la superficie de madera. Anthony se fue levantando con lentitud, mirando a la mujer con curiosidad, entonces ella se giró y le sonrió—. ¿Cuál es tu nombre? —Le preguntó y el niño respiró profundo antes de contestar.
— Me llamo Anthony —Dijo y ella asintió.
— Tienes un precioso nombre, Anthony. Yo soy Grace, pero puedes decirme mamá. Todos mis hijos lo hacen —.
— Yo no soy tu hijo y tú no eres mí mamá. Yo ya tengo una mamá y quiero ir con ella —Al terminar la oración ya estaba triste nuevamente y, al notarlo, Grace lo abrazó.
— Ahora yo seré tu mamá, pequeño —Pero se separó bruscamente y miró a los lados con una sonrisa—. Aunque ahora es tiempo de comer. Mira, te preparé un platillo especial por ser tu primer día, debes estar fuerte para tu entrenamiento de mañana —
— ¿Entrenamiento? —Preguntó.
— Sí, el señor Hargreeves dijo que mañana comenzarás tu entrenamiento a primera hora ¡Sé que lo harás genial! Así que ahora come, volveré más tarde para retirar tu plato y leerte una historia ¿Sí? —
Grace salió de la habitación entonces y dejó al niño solo de nuevo. Él, aún curioso y sorprendido por aquella mujer, se acercó a la mesa y comenzó a comer, se estaba muriendo de hambre. Era una comida completa de tres partes y él juraría que jamás vió tanta comida diferente junta. En uno de los platos, la carne estaba cortada y acomodada como un paraguas, y él no entendió por qué.
Era un niño de apenas diez años que jamás asistió a la escuela ¿Cómo sabría qué significaba «Umbrella»?
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top