Capítulo Tres.
La lluvia no cesaba y aquel pequeño fuego que habían formado un par de hombres comenzaba a apagarse, tanto como sus esperanzas. ¿Y yo? Bueno, me sentía más sola de lo común, refugiada en un barrio humilde, debajo de un techo de un callejón y envuelta en una frazada sucia pero confortable. Mi vida parecía un drama pero realmente sentía que todo había acabado, mis recuerdos no iban a aparecer y si quisiera empezar de cero sería difícil, ya había tocado fondo.
-He podido recaudar un poco de leche tibia. ¿Deseas? - Y ahí estaba Pikie, un pequeño de rulos alborotados que había sido mi única pizca de esperanza y amor en el mundo, podía ver como sus ojos brillaban y los sueños que acumulaban ellos. No podía dejar desmoronarme cuando aquel niño, siendo tan joven, seguía luchando. Quedaban fuerzas y me levantaría por aquel joven.
Sonreí levemente y tomé aquel vaso de plástico, dándole un pequeño sorbo a su ofrenda, ninguno se tomaba la molestia de compartir su comida pero aún quedaban buenas personas en el mundo y Pikie junto con su familia era una de ellas.
- Ha sido un día difícil, gracias a Dios que Pikie conserva esas fuerzas interminables sino no sé qué sería de mi vida. - Dijo Isabelle, inhalando el humo de aquel cigarrillo que iba consumiendo sus días. Apreté mis labios y tomé aquel tabaco para luego tirarlo a la calle.
- Que ese cigarro no te consuma las pocas esperanzas que tienes. Sé paciente, tienes un hermoso niño que cuidar. - La mujer me miró sorprendida para luego asentir con la cabeza, al principio, cuando apenas la había conocido, si hubiera hecho eso habría terminado escupiendo sangre cada diez segundos pero con el paso del tiempo uno va formando lazos y sabía que hoy en día había formado uno con ella.
-¡Manos arriba! ¡Policía! - Mi corazón comenzó a latir con frecuencia y duramente, estaba perpleja ya que no había pasado por algo parecido jamás, al menos que yo sepa. Isabelle tomó mis brazos y los elevó, Pikie estaba escondido detrás de su madre aunque era innecesario, ya que aquellos hombres fueron directo a la banda de muchachos "rebeldes", ellos lo tenían como una inmundicia pero eran sólo muchachos con un vacío inmenso.
Presionados contra la pared con una sonrisa sin sentido, vacía, acabada; veía lo rudos que eran con aquellos niños, los trataban como delincuentes y no lo eran, los conocía muy bien.
- Así que, son tranquilos, eh... - Del bolsillo de uno de ellos sacó una pequeña bolsa con sustancias. Maldita sea. - Lo que esperaba. Llévatelos.
-Y eso es lo que hacen. -Dije con furia y repulsión. No iba a callarme esta vez.
Di un paso adelante y pude escuchar susurrar a las mujeres con sus niños protegidos por ellas mismas, no quitarían a sus hijos otra vez. Estaba harta. Uno de los policías se dio vuelta y me miró con cierta gracia, como si fuera todo una broma, pero esto no sería nada gracioso.
-Agarran a un joven que contienen cocaína, mientras que los verdaderos hijos de puta están felices en una mansión inhalando de la misma y matando a millones de personas pero ustedes agarran a los humildes, a los que no pueden comprar sus palabras. ¿Qué clase de moral tienen? ¿Ayudar al pueblo quieren? Están del lado equivocado. ¡Estafadores!
- ¿Acaso estás buscando que... -Dijo uno de esos cobardes hasta que otro de ellos lo interrumpió. - ¿Tú? ¿Has terminado aquí?
Diablos. Diablos, diablos, diablos. Debía agradecer que podía recordar aquel hombre que me había "salvado" del Doctor Packinston pero que también me había dado un miedo terrible pero resulta que era un policía de en cubierto.
- ¿Sabes quién es? -Preguntó uno de sus acompañantes y él asintió con la cabeza. - Te vienes conmigo.
El sujeto me tomó del brazo e intenté resistirme pero fue inútil, él era mucho más fuerte que yo y no podía hacer nada.
- ¡No! ¡Suéltala! ¡No le hagas daño! - Pikie se colgó de su pierna mientras lo apretaba, mi grito se podía escuchar en todo el barrio e Isabelle desesperada tomaba a su hijo en sus brazos, sus lágrimas caían y podía entender su dolor pero simplemente asentí con la cabeza, un simple agradecimiento.
Aquel hombre me llevó hacia una de las patrullas que estaban estacionadas en la calle, me abrió la puerta trasera para que yo entrara y el otro policía me empujó para que entrara, bruscamente.
- ¡Hey! ¿Qué carajo te pasa? Déjala en paz. - Dijo aquel hombre de ojos color miel. Parpadeé sorpresivamente cuando la puerta se cerró. Los otros dos policías continuaban discutiendo fuera del auto mientras que yo me dedicaba a observar al muchacho que había reconocido anteriormente, quizá no era tan imbécil después de todo.
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