Capítulo 6
«Suddenly, I'm feeling brave.
I don't know what's got into me, why I feel this way»
All about us, He is we ft Owl City
Natsume
Cuando me quiero dar cuenta, ya se ha hecho de noche.
Mukuro me convenció de que no sería bueno esperar todo el tiempo a Giotto ahí fuera, que seguramente tardaría, y que sería mejor irse a un lugar cercano donde sabía que había videojuegos para distraernos un rato.
Decidí aceptar su oferta y nos la pasamos jugando. Soy sincero cuando digo que se me olvidaron los problemas por un momento mientras jugaba contra Mukuro.
—Vamos, Natsu, una partida más y volvemos.
Me mira con desafío. Estamos empatados, sé que quiere el desempate.
—Hmm, ¿y quién gana obtiene algo?
—Hará una cosa que el otro quiera —sus ojos dispares refulgen con un brillo peculiar.
—Oh, de acuerdo. Prepárate para morder el polvo, Muk-kun.
—Oya, sea pues.
Empezamos a competir con los coches que se reflejan en nuestras pantallas. El mío es naranja; el de Mukuro, rojo.
Voy a ganar, pero el desgraciado que tengo por rival empuja mi coche a un lado, haciendo que se choque contra la reja que separa la pista del público virtual y se hace con la victoria.
—¡Eso es trampa! —me quejo cuando se jacta de su victoria.
—Oya, oya, qué mal perdedor.
—No soy mal perdedor —refunfuño mientras me cruzo de brazos.
—Sí que lo eres, Nat —guiña un ojo.
—No —inflo las mejillas.
—Bueno, dijimos que el otro haría lo que quisiera el ganador, ¿no?
Cierro los ojos, indignado.
—Has hecho trampa —insisto.
—En la guerra y en el amor todo vale.
Le miro con una ceja arqueada, y él me sonríe.
—Vale, digamos que lo acepto. ¿Qué quieres que haga?
—Algo que no estés dispuesto a hacer.
—Qué amable —ruedo los ojos, y veo que amplía su sonrisa.
Repentinamente, me coge de la cintura y me acerca bruscamente hacia él. Por instinto, pongo las manos delante mía, y quedan apoyadas contra su pecho.
Ese desgraciado... ¿qué demonios hace?
Alzo molesto la mirada, es más alto que yo por unos cuantos centímetros.
—¿Qué haces?
Me sonrojo inevitablemente cuando su nariz choca contra la mía.
—Recoger mi premio.
—No soy tu trofeo.
—Respondón como siempre. ¿Sabes? A veces me dan ganas de callarte esa boquita que tienes.
—¿Ah, sí? Quiero verte intentarlo.
Sus ojos brillan divertidos, y yo sé que es una postura comprometedora y que cualquiera que nos viera pensaría lo que no es, pero mi rabia contra él puede más que mi vergüenza.
Mi rabia siempre puede más, por eso no me trago las palabras. Directamente, no las pienso.
—Oya, oya, ¿es un desafío?
—¿Tú qué crees, listillo?
—Con que así están las cosas —siento a cada palabra que su aliento choca contra mis labios, y siento mi rostro arder. Sé que está rojo, pero tengo mi dignidad—. Entonces... ¿no dijimos que el perdedor hacía lo que el ganador dijera? —me recuerda.
—¿Y qué quieres que haga, señor ganador tramposo? —le miro a los ojos para decirle que no le tengo miedo.
—Sólo... sígueme la corriente.
Para cuando quiero comprender lo que me ha dicho, sus labios ya han atrapado los míos...
Y todo está sobre nosotros, pero a la vez desaparece.
No sé ni qué sentir. Nunca he sentido nada parecido. De repente me siento valiente, pero no sé lo que hay dentro de mí, por qué siento esto. Parece que me va a dar dolor de tripa de todo lo que siento ahí, como mínimo un paro cardíaco.
Me muerde el labio inferior, y de la sorpresa creo que no puedo evitar que su lengua se infiltre en el interior de mi boca y empiece a explorarla.
No sé si empujarlo, si patearlo, o si hacerle caso y seguirle el juego.
Sin embargo, pese a que mi cuerpo refleja enfermedad por todo mi organismo, se siente bien. No puedo evitar burlarme de que sabe a piña, seguramente del zumo que se tomó en el camino al salón de videojuegos, con un toque mentolado.
No sé si hago lo correcto cuando cierro los ojos, entrelazo mis brazos detrás de su cuello y empiezo a bailar a su son, como quería que hiciera.
Después de todo, creo que sí soy un mal perdedor.
Tsunayoshi
Estoy muy preocupado.
No dejo de dar vueltas en círculos alrededor de la sala, mirando cada cinco segundos la puerta de entrada, pero nadie aparece.
Creo que a este paso voy a hacer un agujero en el suelo.
Me siento en el sofá, cansado, y en lo único en lo que puedo pensar es en un nombre: Nat.
Nat. Nuts. Natsu. Natsume.
Mi gemelo que no llega de dónde sea que se hubiera ido, y me tiene en vilo. Necesito verlo, y es más que urgente.
Me llevo las manos a la cara. Me siento mal, y sé que es porque Nat no está en estos momentos conmigo. Ni él, ni Gio-nii. Y mamá está durmiendo después de que hiciera que se tomase sus pastillas, no puedo incordiarla con problemas infantiles.
Infantiles...
«¡Siempre estaremos unidos!».
Sonrío cuando recuerdo la voz de Gio-nii diciéndonos eso, antes de que el mundo llegara con sus realidades a nuestras vidas y mi hermano mayor perdiera esa luz en sus ojos.
Nat quizá no se haya dado cuenta, pero yo sí. Yo vi claramente el momento en el que la luz del sol que siempre iluminaba los ojos de Gio-nii se apagaban, justo en el momento en el que mamá estaba inconsciente en el suelo de la cocina.
En ese momento, a los tres nos recorrió un escalofrío. Al mismo tiempo, como si nuestro cuerpo nos avisara de que nada iba a ser igual a partir de ese momento.
Nunca fue igual.
El mismo día que mamá fue hospitalizada, la ayuda por su enfermedad se acabó. Y tampoco era mucho dinero, pero era lo básico para sobrevivir cuatro personas.
El mismo día, un veintiséis de mayo, todo cambió.
Gio-nii se volvió distante a los pocos meses de que se enterara de todo lo que ocurría (la enfermedad incurable de mamá y el agotamiento del dinero). Más bien, en agosto.
En septiembre volvió a estar como siempre, pero no. Era un disfraz, y yo lo supe desde que vi su mirada.
Sus ojos perdieron brillo cuando mamá fue hospitalizada, sí. Pero cuando lo vi aquel septiembre...
Cuando lo vi, sus ojos eran vacíos. Nada de luz. Nada de nada.
Y desde ahí comenzaron todos los problemas que el dinero no podía solucionar.
Las peleas de Nat y Gio-nii que acabarían en una indiferencia por parte de mi gemelo, las desapariciones nocturnas de Gio-nii, sus largas siestas, sus bajas calificaciones en el instituto que luego remontó, el extraño comportamiento del casero cuando veía a mi hermano mayor.
Todo empezó desde ahí. Desde ese momento en el que todo se derrumbó y Gio-nii tuvo que ser nuestro hermano y hacer las veces de padre. Siempre me he preguntado cuán difícil debió ser para él asumir todo eso con doce años.
Me pregunto también si Nat fue alguna vez consciente de eso.
Decido que la incertidumbre me va a matar y salgo fuera a buscar a mi hermano. Es arriesgado, y lo sé. Nat sabe más o menos defenderse, aunque de mucho no sirva contra los matones de turno, pero yo no.
Mis patadas son como de niña, solo se me da bien esquivar los golpes.
Es de noche, y yo sé lo que les pasa a los omegas por las noches, es peligroso para ellos. Así de discriminativa es nuestra sociedad, solo los alfas parecen tener libertad para salir por la noche, si eso los betas.
Pero no es como si yo fuera un omega.
Intento parecer seguro de mí mismo, alzo la mirada al frente sin temor alguno, aunque esté como un flan por dentro.
Nadie me hace caso, y es otra de mis pocas virtudes: ser invisible para el resto de la gente menos para mi familia, y de cierto modo, para Kyoya-san.
No sé ni por dónde buscar, y el agua empieza a caer del cielo. Me preocupo, sé que las previsiones del tiempo no auguraban nada bueno, y me digo que Gio-nii debería volver antes de su entrenamiento si llueve tanto, y que me ayudará a encontrar a Nat, que seguramente estará con Mukuro.
Sí... seguramente esté con él. Yo sé que Nat lleva mucho tiempo enamorado de él. No sé si desde que estábamos en primero o cuando pasamos a segundo, pero vi el brillo que tenía cuando lo veía y el sonrojo que cubría su rostro siempre que se acercaba a él.
Pero Nat siempre ha sido muy tímido para expresar sus sentimientos, tanto como yo. Sin embargo, él se esconde tras su indiferencia y yo tras mi torpeza.
Por eso siempre trataba de unirlos en lo posible, aunque Nat nunca se daba cuenta. Y lo peor es que creo que Mukuro también está enamorado de mi hermano pero no se atreve a decírselo.
Un drama de telenovela.
—Mira qué tenemos aquí, un conejito perdido.
Un brazo trata de rodearme pero yo lo esquivo y me doy media vuelta.
Veo un tipo macarra, con la cara llena de piercings y su pelo rapado por la mitad gruñendo por no haberme logrado coger.
Tres más se amontonan con él, no muy diferentes, y tuerzo los labios. Poca cosa haré si me atacan los cuatro juntos.
—Hmm, ¿eres un omega? ¿O un beta?
—No te interesa —gruño.
—Vaya, está rabioso. Me gustan los difíciles. ¿A vosotros no, chicos?
Sonríen, y están dispuestos a atacarme cuando una figura se interpone entre ellos y yo.
Sé reconocerle. Su cabello oscuro se mezcla con la noche y la lluvia le moja, haciendo que gotas se deslicen por sus hebras color ébano. Sus manos sostienen sus fieles tonfas, y no me hace falta verle la cara para saber que está enfadado.
No lo detengo cuando se pone a atacar a esos cuatro sin miramientos, después de todo no tenían buenas intenciones.
—Maldito alfa... —escupe uno, y se va corriendo, abandonando a sus compañeros inconscientes.
Quizá se llevarían una decepción si supieran que Kyoya no es lo que se imaginan, y aún así les ha vencido.
—¿Estás bien, herbívoro?
—Perfectamente —sonrío—. Pero hubiera podido con ellos yo solo.
—Como digas —sonríe—. ¿Qué haces a esta hora por estos lugares?
—No sé ni dónde estoy —suspiro—. Nat no volvió a casa. Me preocupa.
—¿No se fue con el herbívoro piña?
—Sí. Pero Nat no se queda nunca hasta tan tarde, y me hubiera llamado. Intenté llamarlo pero no contesta.
—Entiendo. ¿Quieres que te acompañe?
No puedo decir que no quiero aceptar el ofrecimiento, pero ya es muy tarde y no quiero ser una molestia para él.
—No, estaré bien —sonrío—. No te molestes.
—No es molestia.
—Pero tus padres...
—No me van a decir nada —se encoge de hombros.
—Bueno... si insistes... —apartó un mechón de mi pelo hacia atrás, y sé que estoy nervioso.
Después de todo, es la primera vez que estamos juntos fuera del instituto. Me siento como si fuera... una cita.
Niego unas cuantas veces con la cabeza, y me quiero dar un golpe por pensar en estas cosas tan estúpidas.
—¿Estás bien, herbívoro?
Sonrío. Cuando me ve en mi actitud «torpe e inútil», como soy la mayoría de veces, me llama así.
—Sí, estoy bien —asiento.
Evito el sonrojo como puedo. Se burlará de mí si sigue viendo que me pongo rojo con solo una de sus miradas.
—¿Vamos? Creo que tu hermano no va a encontrarse solo.
Río y vuelvo a asentir. Me posiciono a su lado y empezamos a hablar de cosas triviales. Siento ese cosquilleo que me recorre lentamente el cuerpo, el que quiere que una mis dedos con los suyos en un impulsivo acto que podría considerarse suicida.
No pienso cuando uno la palma de mi mano contra la suya y enredo mis dedos en los huecos de los suyos.
Y sonrío como un tomate cuando siento que cierra la mano ante mi atrevimiento, acariciando mi piel con suavidad.
Siento mi corazón como un mar embravecido.
Giotto
Por el amor de Dios y todos los espíritus.
Me ha besado.
Me ha besado. A mí. Mi profesor, el hombre del que estoy enamorado, el alfa por el que mi omega se mueve y se remueve, me ha besado.
A lo largo de mi vida adolescente, he recibido muchos besos. De toda clase. Unos mejores, otros peores. Unos buenos, unos pésimos, y cada cual transmitía su propio mensaje que al final tenía un único significado: deseo.
Pero Alaude no me besa así. No me quiere solo para eso. No era un beso meramente pasional, de esos que solo pretenden llevarte a la cama. Mi omega, en celo, quiere que me abalance sobre él y le bese con pasión y consuma mis sueños más húmedos con aquel hombre, pero yo le he ignorado desde que descubrí que mi cliente era mi profesor.
Ahora que me ha besado, siento mil mariposas en el estómago y a mi omega gritándome nuevamente que me lance y lo vuelva a besar. Sabe que su alfa no resistiría las feromonas. Que haría conmigo lo que yo busco.
Pero no quiero. No quiero que Alaude me toque por el simple hecho de que estoy en celo. No quiero que después se arrepienta. No quiero que sea uno de los tantos hombres a los que he tenido que satisfacer.
Yo quiero que con Alaude sea especial. Si algún día llego a tal punto, no quiero que sea de esta manera.
Quiero que él me toque con amor, no con un deseo prácticamente impuesto.
Quiero que me toque igual a como me acaba de besar.
—Alaude... —suspiro, perdiéndome en el cielo que tiene por ojos.
—¿Cómo lo haces? Vas a volverme loco, Giotto.
Le miro sin entender, pero a la vez estoy en una nube de la cual no me quiero bajar. Es una sensación... extraña, porque sé que está mal lo que hago, Alaude está casado después de todo, pero ¿no es lo que normalmente hago?
Debería darme igual. Pero no lo hace.
Sus dedos recorren las comisuras de mis labios, los acaricia, y yo siento que no voy a poder retener a mi omega mucho más si sigue así.
—Si tan solo hubieras aparecido antes en mi vida...
Veo algo en sus ojos que jamás pensé ver: tristeza. Son como dos pozos profundos de cielo que se nublan, y yo solo quiero que brillen, que alumbren mi mundo como lo hacen todos los días.
¿Hasta qué punto podría yo ir por verlo feliz?
La respuesta, en el fondo, incluso me asusta.
—Alaude... lo siento. Te estoy confundiendo y yo no...
Suspira. Su aliento choca contra mis labios, y yo ya no puedo más. No puedo seguir combatiendo contra mi omega, es superior a mí.
Me tiro encima de él y le beso. Le beso y suelto feromonas por todos lados, inundan la habitación.
Intento retenerme pero sé bien que es imposible. Es como si tratara de detener un tren con las manos.
Necesito besarlo y que me bese, necesito que me toque, necesito sentirlo.
—Giotto...
Para él también es difícil. Su alfa debe estar gritándole que no deje pasar esa oportunidad. Quizá por eso me besó anteriormente, aunque en mi imaginación hubiera sido amor, para Alaude...
Para él seguramente fue incontrolable.
Tengo ganas de llorar cuando pienso en eso, y siento a la vez celos. Celos de esa mujer que es su esposa, de que ella lo tuviera y no yo, de que compartieran un hijo, de que...
De que Alaude la amara a ella y no a mí.
Por una vez, quiero olvidarlo. Quiero olvidar que Alaude está casado, que no me ama, que me toca porque no puede controlarlo.
Me da igual... con tal de que me bese, me toque, que me haga sentir bien.
Por una vez, quiero ser egoísta.
—Giotto, esto...
—¿No está bien? Lo sé —digo, y es verdad—. Si quiere volver con su esposa, es libre de hacerlo, Alaude-sensei.
No quiero. No quiero que se vaya, que me deje. No quiero que desahogue sus ganas con ella, no quiero que haga lo correcto.
Quiero que me elija a mí.
—Giotto...
Amo como dice mi nombre, como aprieta mis brazos levemente para resistir el impulso de tocarme o besarme, como sus dientes se aprietan. Amo incluso su mirada azul cegada por el deseo y el modo en el que sus cabellos rubios se colocan en su rostro.
—Giotto, estás en celo, es aprovecharme de ti y yo...
—¿No puedes entenderlo? ¿Tan difícil es? —siento mis ojos llenarse de lágrimas—. Te amo, ¿de acuerdo? Y sé... que tú no. Lo sé. Lo sé.
—No quiero hacerte más daño, Giotto.
Y aún en esa situación sigue siendo tan... tan él. Como siempre. Recto, leal a sus principios, intentando protegerme...
No puedo. No puedo hacerle esto. Más bien, soy yo quien se aprovecha de la situación, pues quiero que haga lo que no quiere.
Aunque me muera por dentro y mi omega se retuerza, me separo de él.
Sí, lo amo. Y por eso quiero verlo feliz. Y conmigo no lo es. No con esto. Las lágrimas salen de mis ojos, es lo único que no me veo capaz de retener.
—Lo siento, Giotto.
Me rodea los hombros, pero yo me deshago de su consuelo.
—Alaude.... sensei, por favor, váyase —le pido—. Ahora, o no podré controlarme más. Por favor.
—No pienso dejarte en este lugar tan...
—Por favor. Estaré bien, solo... necesito estar solo un rato. Además, tengo que trabajar.
—No pienso permitir que sigas haciendo esto, Giotto.
—Yo no soy su responsabilidad. Por favor... váyase...
Entierro las uñas en las palmas de mis manos. No resisto. No puedo con ese hombre a mi lado, oliendo su aroma, escuchando su voz.
—No me iré sin ti.
Terco. Es terco. Yo lo sé. Lo sabía. Lo llevo observando durante años, no hay muchas cosas que no sepa acerca de su personalidad.
Me seca las lágrimas y su tacto solo empeora las cosas.
—Váyase ahora o no me haré responsable de lo que suceda —advierto.
Entonces me coge como si fuera una princesa y abre la puerta como puede. Me sorprendo, intento bajarme, pero no me suelta. Me dispongo a gritar, alertaría a todo el local que estuviera siendo llevado contra mi voluntad a la calle donde está empezando a llover.
Sin embargo, no puedo decir nada, pues ni bien abrí los labios con el grito en mi garganta, sentí los de Alaude atrapando mi voz y convirtiéndolo en un gemido de sorpresa.
Quizá es demasiado consciente de que no puedo resistirme ante él, y eso en cierto modo me fastidia pero no puedo evitarlo.
Cuando nos separamos, ya estoy fuera, en la calle. Hace frío, más con la poca ropa que llevo, y me aferro a mi profesor por inconsciencia.
—Te llevaré a tu casa y mañana hablaremos acerca de esto más tranquilamente —me dice, como si no me hubiera besado dos veces.
No soy capaz de mirarle, así que desvío la vista a otro lado que no sean sus ojos.
Es entonces cuando me encuentro con los naranjas de Natsu... y siento mi mundo derrumbarse.
Salut, lectores~.
Bieen, pues subo esto para Bacchi que la quiero mucho <3.
Se me están agotando las reservas...
¿Merezco comentario/voto? ¿Disparo? ¿Tartita?
Au revoir~. Nos leeremos pronto~.
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